terça-feira, 1 de setembro de 2015

LUDWIG ZELLER | Los fantasmas en la Mixteca


Un amigo solía repetir que "los fantasmas son necesarios", pero su aparición no deja a veces de sorprendernos.  En los últimos nueve años hemos atravesado veinte, veinticinco veces parte de la Mixteca Alta, por el viejo camino carretero y alguna vez pasamos por la Costa, sin tener oportunidad de detenernos.
Hace una semana estuve en Huajuapan y con un poco de más calma pude visitar un museo comunitario en la localidad de Tequixtepec que me llamó grandemente la atención, ya que tiene la mayor cantidad de piedras talladas de origen precolombino.  Observando la región, uno se percata que donde hoy se ve en cada montículo una cruz, hay antiguas ruinas mixtecas, y es una idea extraordinaria que se haya tratado de reunir este material de piedras talladas. 

Todo este continuo pasar y repasar por pueblos que parecen perdidos en medio de la niebla, lo hace a uno entender que toda esta zona es mágica, y que su verdadera religión es la brujería.  Tenía esa convicción desde hace muchos años, pero cuando conocí a Cuauhtemos Peña Vásquez, quien me obsequió uno de sus libros "Olor de memorias", me di cuenta que no me había equivocado, que el lugar es mágico y sólo falta quien pueda expresarlo adecuadamente.
Quizás esta situación ha llegado.  Al leer con atención los diez cuentos que contiene este "Olor de memorias", uno se da cuenta que tras el lenguaje directo, como una llovizna que cae sin cesar hay un trabajo minucioso y muy poético del autor.  Los temas que le preocupan son una suerte de texto casi oral, donde todo puede suceder.  Cada uno de los cuentos esconde como inmensos caracoles de resonancia donde se espesa la niebla y de improviso podemos encontrarnos cara a cara con el demonio.  Pero es posible también que se narre en forma casi telegráfica un caso de amor sin remedio de Melesio que muere de amor cuando Salomé se casa.  Pero no es que muera en una cama, sino que es día de la boda, como en todos los pueblos, cuando la gente escucha la música y participa en la fiesta.  El amante desdichado, en cambio, se enreda en un alambre de púas del que nadie, ni la mujer que lo acompaña puede desenredarlo.  El lenguaje es simple y directo:

En otro lado el fandango seguía.  En pocas horas casi todos los hombres estaban borrachos.  Varias tinajas se habían vaciado.  Los músicos, aunque desafinados, todavía tocaban valses y chilenas que levantaban una nube de polvo rojizo.

Cuauhtémoc Peña Vásquez sabe escuchar una voz interior que viene de la profundidad y se dan los temas más extraños, un recuerdo de infancia sobre un maravilloso trompo multicolor o la oscuridad de mediodía que es un tono que siempre existe en todos sus relatos, en los que uno nunca sabe si de improviso se va a detener el sol y el día se va a tornar eterno.  Es posible también que no salga nunca más y sea necesario hacer rogativas a todos los santos y padecer largas semanas bajo la lluvia, esperando que vuelva la luz que hace germinar el mundo que nos rodea.



Se diría que a este cuentista le es necesario tan sólo cerrar los ojos y recordar, y él mismo lo reconoce en algunos textos como el de "Cerrar los ojos":

Afortunadamente, así como hay dos formas para llegar a la costa, también hay dos de salir.  Siempre he tomado lo más fácil.  El cuerpo por dentro y fuera me duele.  Resulta sencillo cerrar los ojos y estar fuera de todo aquello;  total la vida es así:  se cierran los ojos y la realidad desaparece.

No nos dejemos engañar por esta última frase, quizás es todo lo contrario.  Las leyendas y secretos trasmitidos de generación en generación corren como un torrente por la mente de Cuauhtemoc Peña.  Hay uno de ellos que me pareció particularmente arquetípico, en el sentido junguiano.  Se llama "La bocana".  En él se narra como un par de parejas hacen camping junto a un río o el borde del mar y cómo un pescador, don Beto, el dueño del cayuco a quien todos ven como un hombre amable, tierno y "buena onda", puede llegar a enfrentar una situación que si no fuera tan verídica, no nos lograría convencer.

Don Beto se aprovecha de que todos están durmiendo y trata de hacer el amor con una mujer que está en la carpa, de nombre Mariana.  Siente que nunca la vida le ha dado algo tan bello, porque no puede ser sino un regalo, y esa mujer que se deja poseer por él, como soñando, le resulta casi un sueño.  Pero como en casi todos los cuentos de Cuauhtémoc Peña Vásquez, el final esconde siempre una sorpresa.  En medio del goce, y a pesar de su agilidad felina, don Beto siente que de improviso la vulva de la mujer ha apresado su miembro y sus testículos, como si fuera una inmensa boca dentada.  El placer se torna en horror de verse mutilado para siempre.  El autor trata esto con gran finura y siempre en él predomina la parte poética ajena al realismo directo.  Así don Beto obtiene la libertad tras fervientes rezos a Santa María o a Santa Mariana que perdona los pecados y los sueños de la libido.  Su miembro se contrae y puede librarse de esa atroz pesadilla.  Pero el cuento bien podría corresponder a una aldea griega o del dentro de Africa; es decir a todos los seres humanos nos preocupan los fantasmas y a veces uno no entiende por qué son necesarios.
Resulta misteriosa la Mixteca Alta, como la Baja y la de la Costa y se dan todos los climas, desde el árido entre los matorrales y los montes donde es tan difícil el oficio de vivir, hasta el de la Costa, habitada por quienes muchas veces no se dan cuenta que aún no han salido del Paraíso.

Cuauhtémoc Peña Vásquez nació en Ixcapa y como maestro de primaria le tocó vivir en Huajuapan de León.  Ahora él mismo es maestro de maestros (es asesor de la Universidad Pedagógica Nacional y de la Escuela Normal de Huajuapan).  Aún no tiene treinta años y ha publicado anteriormente un libro:  "Sueños y realidades" en 1991, editado por la Casa de la Cultura Oaxaqueña.  Resulta un narrador sin pretensiones, pero que coge desde las primeras frases, y hay en él un sentido poético que le permite elaborar cuidadosamente estas historias que él ha titulado "Olor de memorias", perfume, diríamos nosotros, ya que es un regalo para quien se adentra en las páginas de este libro.
Tenía razón Elena Poniatowska que sintió entusiasmo al revisar estos textos, ya que, según ella misma dice en el prólogo, "nos entregan visiones estremecedoras de la mixteca, ancestralmente inmersa, por desgracia, en el olvido".  Agrega también, el ápice de la esperanza que está en la frase de uno de los personajes de este libro: 

De todos modos, no hay noche que sea eterna.


Espero que gocen de estos cuentos de la Costa, escritos por este nuevo narrador que representa una de los mejores logros de lo que se está escribiendo en el Estado de Oaxaca.  Con ustedes nuestro amigo, Cuauhtémoc Peña Vásquez.








Um comentário:

  1. Es un agrado leer a Ludwig en una especialidad que no le conocía (al menos por mí). ¿Cómo se valora la calidad de un comentario literario? En que es creado en el lector el inmediato deseo de leer dicha obra. Saludo, pues, cordialmente a Cuauhtémoc y a mi amigo.

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