Es
un lugar común oír asegurar que la poesía es el género literario más difícil de
traducir. Sin embargo casi no hay
persona culta que no asegura conocer la obra de Homero o del Dante, aunque no
entienda nada del griego clásico ni del antiguo italiano. Son cientos los traductores que han trabajado
durante muchos años vertiendo textos de un idioma al otro, y para quien no
conoce ni el griego ni el italiano, la obra de tales escritores empieza a
existir, a obtener resonancia, a ser en el momento en que puede ser leída en el
idioma al que es traducida.
En la medida que tales
obras (y son en verdad miles de miles continuamente aumentando), la obra
original crece, se expande, obtiene nuevas resonancias.
¿Pero qué impresión
tendrían autores como Homero o Dante al oírse en idiomas tan distintos y
desconocidos para ellos como el inglés, el alemán, el ruso, el castellano o el
esperanto? ¿Lograrían captar algo de su
obra original? ¿Les sería posible
reconocer la armonía y resonancia de algunos de sus versos?
Lo dudo. Más bien creo que la sorpresa les daría la
sensación de un rumor lejano, un río invisible cuyas aguas y rumores es
imposible asir.
Mi amigo el poeta y
ensayista Héctor Murena, pensaba que la vida toda era tan sólo una
traducción. Lo cito:
¿A
qué traducción nos referimos? ¿A la que
se cumple al verter las palabras de una lengua a otra? Sin embargo, cuando saludo, repruebo,
acaricio, rezo, también traduzco estados de ánimo. Si comercio, traduzco unos bienes en
otros. Si enfermo, traduzco en síntomas
psico-físicos un desorden hasta entonces no notado.
Quizás en su
apasionamiento exageraba, pero si se lee cuidadosamente su ensayo La metáfora y lo sagrado hay muchos puntos de coincidencia de alguien
que ha meditado profundamente sobre esta misma acción de traducir.
Traducir: trans-ducere, llevar más allá. Llevar algo más allá de sí. Convertir una cosa en otra. Pero convertirla a fin de que sea más
plenamente lo que era, lo que es.
Durante muchos años me ha
tocado alternar a diario con traductores literarios, desglosando problemas,
tratando de crear en otra lengua una obra de arte que pueda salvarse por su
propio valor en sí. No es un trabajo
fácil y suelen darse problemas que a lo largo de los años se repiten. Por ejemplo excite una excelente traducción
de Tierra baldía de T. S. Eliot realizada al final de los años
treinta; corresponde a una época y es
acertada en sus símiles en el castellano.
Pero existen derechos de traducción y hay entretanto por lo menos diez
nuevas traducciones del mismo poema. En
tales casos casi siempre el nuevo traductor trata de cambiar o mejorar una
traducción. Y el siguiente traductor
hace lo mismo, hasta el punto que las posibilidades de variantes escasean y el
texto se torna obtuso. Menciono a T. S.
Eliot porque es algo evidente y al alcance de cualquiera que quiera revisar sus
traducciones.
Cuando tales
traducciones van acompañadas de un estudio introductorio el problema se hace
más y más complejo. Recuerdo que la curiosidad
me llevó a ver los estudios existentes sobre este poeta americano-inglés en la
Biblioteca de Referencias de Toronto, Canadá.
Uno se enfrenta a dos largas filas de estantería que desde luego son
incompletas. Es un autor cuya obra es
analizada en los cursos de literatura contemporánea y es posible, ahora, sin
problemas, separar las correcciones que hizo Ezra Pound sobre el manuscrito del
poeta que aceptó la mayor parte de ellas.
(Me refiero a la edición facsimilar hecha por Valerie Eliot, secretaria
y viuda del poeta).
Pero el estudio y la
traducción de un poeta puede llegar a veces a convertirse en una pesadilla a
efecto de la moda y del entusiasmo de quienes la promueven la obra. Así he oído quejarse al poeta Robin Skelton,
por ejemplo, "Pueda ser que este año no me toque analizar por décima vez a
los cuatro Cuartetos de T. S. Eliot."
Puede existir también la
traducción y la sobretraducción.
Otra experiencia
personal, empero bastante curiosa fue la traducción de uno de mis poemas El faisán blanco a cincuenta idiomas. Yo siempre me sentía solitario en Toronto,
durante más de veinte años y me significó una sorpresa que fueran bastante más
de cien los artistas y traductores que coincidieron para que este pequeño libro
—bizarro e inusual— llegara a imprimirse.
Lo increíble es que un
poeta indonesio, mi amigo Jan Schlechter Duval, que también es pintor, estaba
tan convencido que el poema debería haber estado escrito en indonesio, que
junto con la traducción me hizo llegar una cinta magnetofónica en que lee él
mismo el poema. Me resultó una sorpresa
escucharlo, ya que al parecer en aquel idioma el plural no existe y si son dos
dedos simplemente son "dedos dedos", algo que contribuye a que los
versos resulten larguísimos.
Pero en la ceremonia
misma en que se presentó el libro y los originales de las ilustraciones, Kamala
Bahtia nos explicó que en India el faisán el por tradición el ave del amor y en
su lectura de un idioma que sólo cuatro o cinco personas conocía se dió que las
inflexiones de la voz, los susurros, los silencios, etc. comunicaban a los
presentes una sensación que tenía que ver con el tema aunque muy pocos sabían
el idioma indostaní. Otro elemento
esclarecedor para mí fue que el poema crecía, se transformaba, alcanzaba a
vibrar en otros horizontes donde hombres y mujeres hablaban otro idioma y
tenían costumbres diferentes a las nuestras.
Por otra parte si la
fábula, o para algunos la historia verídica, de quienes construían la Torre de
Babel, no se pudo llevar a su término, es simplemente por la falta de
traductores, de intérpretes, de seres capaces de llevar más allá
—trans-ducere—, una obra que si tiene valores permanentes para el ser humano,
en sus diversas versiones no hace sino crecer y florecer en nuevas imágenes.
Un autor aprende de una
traducción. De alguna forma las
dificultades que se encuentran le hacen considerar desde un punto más vasto su
propia obra, decantarla y ver si al paso de esos tamices que son las diferentes
lenguas, su proposición alcanza o no a trascender en el tiempo.
Hay zonas enteras del
desarrollo humano que se descubren en una traducción de los jeroglíficos como
la que hizo Champolion o lo que gran cantidad de especialistas en maya
descubren ahora. Es como si de improviso
se pudiese crear la historia con todos sus detalles, sus alegrías, sus
fracasos. Una acotación final:
Cuando uno viaja por
España (una de las mayores productores de libros) descubre hasta qué punto se
desconoce la literatura latinoamericana, excluido el "boom". Pero también en México, el mayor país
hablante del castellano, muchas veces se ignoran las literaturas del Caribe,
Colombia, Venezuela, Perú, Chile, Argentina, y tantos otros países que se
escapan. Tenemos con ellos un legado, un
idioma común que podría hacernos soñar de nuevo que la Torre de Babel no es una
utopía, sino una forma de abrir los ojos y la mente para llegar a nuestros
semejantes.
AGUA - AMOR - MADRE -
SUEÑOS, son en todos nuestros países palabras semejantes. Pongamos el granito de arena y buena
voluntad, ha llegado el momento para que todos por fin podamos entendernos,
cantar unidos.
Foto: Ludwig Zeller y
Edouard Jaguer © 1986
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