terça-feira, 1 de setembro de 2015

BEATRIZ HAUSNER | El otro rostro de Ludwig Zeller


Conocer a Ludwig Zeller es tocar constantemente un universo mágico en el que el tiempo fluye de otra manera y cualquier cosa es posible. El absoluto se hace realidad. Las incontables horas que Ludwig ha charlado conmigo a lo largo de los años me han permitido tocar esa imagen a veces dolida, a veces pícara, siempre maravillada del mundo. Tal vez la mejor manera de presentar esta antología de ensayos sobre Ludwig para alguien quien como yo creció bajo su cuidado paternal y ha trabajado tan cercanamente  a él durante todos estos años, será tocar aunque sea superficialmente algunos de los temas que hasta ahora han poblado nuestros diálogos.Las raíces de las que proviene, la experiencia de lo vivido componen esa imagen que proyecta Ludwig y que muchos ven como algo “raro’, o como lo califica José Miguel Oviedo, de una “extrañeza radical”. La vida que le ha tocado es inusual. Nació y pasó su infancia en el desierto de Atacama y este hecho marca completamente su concepción del mundo. Los rasgos que caracterizan su obra se dieron allí, en el origen, en Río Loa, una comunidad apartada en que la mayor parte de la gente que lo rodeaba, sus compañeros de juego y lo seres que pueblan la verdadera mitología que es su infancia, eran de origen indígena boliviano. Cuando éramos niños Ludwig nos contaba sus aventuras increíbles vividas en el desierto. En ese entonces parecíame que ese debía ser un lugar muy distinto a otros sobre la tierra, una especie de continente por descubrir como en los cuentos de Jules Verne. Sus padres, sus hermanos y hermanas, la gente del poblado de Río Loa formaron en mi mente infantil una novela en que todos los personajes eran reales, tan vívida era su relato de esa niñez norteña. Edouard Jaguer en su introducción a 50 Collages comprendió bien que en esa infancia en el desierto está el germen de su fuerza creadora.
Su condición de poeta, su sensibilidad y capacidad de transformar el mundo no surgen de la nada. Su padre, un ingeniero alemán casado con Rosa Ocampo, chilena de antigua extirpe extremeña, ya había osado romper, a principios de siglo, con muchos de los moldes impuestos por la sociedad europea. Es necesario entender el salto que Wilhelm Zeller hizo en ese entonces al dejar atrás toda una añeja tradición de eruditos en Alemania, par asentarse en un poblado remoto y pequeño como era Río Loa. El elemento de marginalidad que esto significa se da así desde un principio y se repetirá en cada etapa de la vida de Ludwig. Si bien esto implica una sensación de soledad, conlleva una enorme libertad de espíritu que le permitirá enfrentar cada etapa de su vida con total independencia. No es difícil comprender dentro de este marco su vínculo con el surrealismo, su insistencia en llevar la experiencia cotidiana hasta sus límites y ver lo que yace al otro lado del espejo…
Los años formativos de Zeller como artista visual y como poeta coinciden con una gran efervescencia en la vida cultural de Chile, donde se da como fenómeno el surgimiento de tres generaciones de poetas verdaderamente excepcionales. Sus primeras contribuciones a la literatura y a las artes plásticas en cierta forma permanecieron marginadas. Es después, en el medio santiaguino de los años cincuenta y sesenta que Zeller actúa como catalizador de tendencias que cambian radicalmente las formas de expresión tanto en la literatura como en la plástica. Asume ese papel en sus años como director de la sala de exposiciones del Ministerio de Educación donde trabajó más de 15 años. Ese despliegue de energía creativa dentro del medio cultural chileno culmina cuando funda, junto con Susana Wald, Casa de la Luna. En retrospectiva, Casa de la Luna resultó un hito para muchas personas que participaron colectivamente en las exposiciones, conferencias, muestras de cine y actos que allí se llevaron a cabo.  
Esos años coinciden con varias tendencias importantes dentro del arte de Ludwig. En primer lugar están los experimentos con el uso del lenguaje en su poesía, hasta dar con el estilo personalísimo que caracteriza su obra a partir de un poema clave: “Paloma que se sueña”. Su interés por los procesos que llevan a la desintegración del lenguaje en los enfermos mentales, por ejemplo, data del comienzo de la década del 60. De sus largas visitas al manicomio de Santiago, donde pudo entrevistar y grabar las voces turbulentas de los esquizofrénicos, Ludwig saca conclusiones distintas a aquellas expresadas por Breton en su legendaria novela Nadja. No creo que haya ningún otro texto que como A Aloyse exprese con tal elocuencia y profundo humanismo el universo al que está sujeta la mente en tales casos. A una rápida concentración de imágenes yuxtapuestas se suma un ritmo interno con el que logra concretar aquel mundo alucinante, veloz, poblado de significados que le son propios a la mente libre de barreras.
Conoce en esa época a la doctora Helena Hoffmann con quien emprende una exploración del inconsciente a través de la técnica de “sueño vigil dirigido”. En su texto “The Surrealist Optic of Ludwig Zeller”, Anna Balakian analiza la visión del mundo onírico de Zeller  y concluye que ésta va más allá de la que promovieran los surrealistas en las años veinte y treinta. En el mundo de Zeller los límites entre la vigilia y el sueño cesan de existir. “Vivir los sueños”, sin embargo, requiere una alta dosis de valentía, ya que el sueño, como la vida toda, no siempre es plácido y ameno. Ludwig siempre ha dicho que la parte más importante de su obra está en la anotación de sueños. La “prima materia” de su poesía y de sus collages está allí. El no hace diferencia entre el sueño y las formas en que éste se manifiesta. De hecho, existen en su obra muchas instancias de ese verterse del sueño en la realidad. El ejemplo más específico es un texto en el libro Cuando el animal de fondo sube, la cabeza estalla, “¿Un sueño repetido, es solo un sueño?” Se trata de la anotación del sueño, de un poema basado en dicho sueño y de un collage, todos simultáneos…
El amor como fuerza creativa y dinámica, “Ella”, lo femenino, emerge en todas sus formas como una constelación nueva en poema tras poema de Ludwig Zeller. Es un impulso a menudo marcado de sufrimiento, e incluso violencia, es algo “extremo”, una palabra que Ludwig siempre usa. Paralelamente, se da una constante ensoñación, un vivir sorprendido por lo maravilloso, como si el conjurar la imagen de lo femenino le ofreciera una posibilidad de solaz. Ese maravillarse ante la imagen de la mujer proviene en parte de lecturas de su niñez, como Ella de H. Rider Haggard. Cuando en algún momento le pregunté qué significa para él lo amoroso, su respuesta fue llana: “A lo largo de mi obra es una constante, un enigma que no he logrado descifrar, pero que a través de cientos de imágenes trata de darnos ese collage convulsivo que es la presencia del amor”…
Con respecto a su relación para con el surrealismo, Ludwig es claro: “Vivir en este siglo e ignorar el cambio absoluto que significa el surrealismo en la literatura, es como estar en una tormenta y no darse cuenta de lo que está pasando. Yo creo en un surrealismo que es contrario a lo académico, creo en el elan que ha dado para una nueva visión del mundo, proporcionando herramientas que siempre estuvieron excluidas del quehacer literario, como el psicoanálisis, la escritura automática, el azar objetivo…”
“El mundo invisible está lleno de cucharas”. La certeza de Ludwig de que en lo invisible  llevamos a cabo otras vidas, me sugiere que convivimos en todo momento con nuestros fantasmas. De ser así, el retrato que yo aquí esbozo, será el verdadero rostro de Ludwig Zeller? Para mí lo es. Pero no es el único. La selección de ensayos que aquí presentamos pueden servir para descifrar las otras facetas de ese espejo múltiple, porque como dice el mismo “¿Qué es lo real? ¿Qué es lo imaginario? La mitad de nuestra vida está en los sueños.”


NOTA
[Presento aquí extractos de un texto que sirvió de introducción al libro de Focus on Ludwig Zeller / Enfoque sobre Ludwig Zeller (Oakville, Ontario: Mosaic Press en 1991).]

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Beatriz Hausner ha publicado varios libros de poesía: Enter the Raccoon (2012), Sew Him Up (2010), The Wardrobe Mistress (2004), así como varias plaquettes y ediciones limitadas. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. En 2012 Mantis Editores / El Colegio de Puebla publicaron la antología La costurera y el muñeco viviente (traducción española de Julio César Aguilar).







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