Conocer a Ludwig Zeller es tocar constantemente un
universo mágico en el que el tiempo fluye de otra manera y cualquier cosa es
posible. El absoluto se hace realidad. Las incontables horas que Ludwig ha
charlado conmigo a lo largo de los años me han permitido tocar esa imagen a
veces dolida, a veces pícara, siempre maravillada del mundo. Tal vez la mejor
manera de presentar esta antología de ensayos sobre Ludwig para alguien quien
como yo creció bajo su cuidado paternal y ha trabajado
tan cercanamente a él durante todos
estos años, será tocar aunque sea superficialmente algunos de los temas que
hasta ahora han poblado nuestros diálogos.Las raíces de las que proviene, la
experiencia de lo vivido componen esa imagen que proyecta Ludwig y que muchos
ven como algo “raro’, o como lo califica José Miguel Oviedo, de una “extrañeza
radical”. La vida que le ha tocado es inusual. Nació y pasó su infancia en el
desierto de Atacama y este hecho marca completamente su concepción del mundo. Los
rasgos que caracterizan su obra se dieron allí, en el origen, en Río Loa, una
comunidad apartada en que la mayor parte de la gente que lo rodeaba, sus
compañeros de juego y lo seres que pueblan la verdadera mitología que es su
infancia, eran de origen indígena boliviano. Cuando éramos niños Ludwig nos
contaba sus aventuras increíbles vividas en el desierto. En ese entonces
parecíame que ese debía ser un lugar muy distinto a otros sobre la tierra, una
especie de continente por descubrir como en los cuentos de Jules Verne. Sus
padres, sus hermanos y hermanas, la gente del poblado de Río Loa formaron en mi
mente infantil una novela en que todos los personajes eran reales, tan vívida
era su relato de esa niñez norteña. Edouard Jaguer en su introducción a 50 Collages comprendió bien que en esa
infancia en el desierto está el germen de su fuerza creadora.
Su
condición de poeta, su sensibilidad y capacidad de transformar el mundo no
surgen de la nada. Su padre, un ingeniero alemán casado con Rosa Ocampo,
chilena de antigua extirpe extremeña, ya había osado romper, a principios de
siglo, con muchos de los moldes impuestos por la sociedad europea. Es necesario
entender el salto que Wilhelm Zeller hizo en ese entonces al dejar atrás toda
una añeja tradición de eruditos en Alemania, par asentarse en un poblado remoto
y pequeño como era Río Loa. El elemento de marginalidad que esto significa se
da así desde un principio y se repetirá en cada etapa de la vida de Ludwig. Si
bien esto implica una sensación de soledad, conlleva una enorme libertad de
espíritu que le permitirá enfrentar cada etapa de su vida con total
independencia. No es difícil comprender dentro de este marco su vínculo con el
surrealismo, su insistencia en llevar la experiencia cotidiana hasta sus
límites y ver lo que yace al otro lado del espejo…
Los
años formativos de Zeller como artista visual y como poeta coinciden con una
gran efervescencia en la vida cultural de Chile, donde se da como fenómeno el
surgimiento de tres generaciones de poetas verdaderamente excepcionales. Sus
primeras contribuciones a la literatura y a las artes plásticas en cierta forma
permanecieron marginadas. Es después, en el medio santiaguino de los años
cincuenta y sesenta que Zeller actúa como catalizador de tendencias que cambian
radicalmente las formas de expresión tanto en la literatura como en la
plástica. Asume ese papel en sus años como director de la sala de exposiciones
del Ministerio de Educación donde trabajó más de 15 años. Ese despliegue de
energía creativa dentro del medio cultural chileno culmina cuando funda, junto
con Susana Wald, Casa de la Luna. En retrospectiva, Casa de la Luna resultó un
hito para muchas personas que participaron colectivamente en las exposiciones,
conferencias, muestras de cine y actos que allí se llevaron a cabo.
Esos
años coinciden con varias tendencias importantes dentro del arte de Ludwig. En
primer lugar están los experimentos con el uso del lenguaje en su poesía, hasta
dar con el estilo personalísimo que caracteriza su obra a partir de un poema
clave: “Paloma que se sueña”. Su interés por los procesos que llevan a la
desintegración del lenguaje en los enfermos mentales, por ejemplo, data del
comienzo de la década del 60. De sus largas visitas al manicomio de Santiago,
donde pudo entrevistar y grabar las voces turbulentas de los esquizofrénicos,
Ludwig saca conclusiones distintas a aquellas expresadas por Breton en su legendaria
novela Nadja. No creo que haya ningún
otro texto que como A Aloyse exprese
con tal elocuencia y profundo humanismo el universo al que está sujeta la mente
en tales casos. A una rápida concentración de imágenes yuxtapuestas se suma un
ritmo interno con el que logra concretar aquel mundo alucinante, veloz, poblado
de significados que le son propios a la mente libre de barreras.
Conoce
en esa época a la doctora Helena Hoffmann con quien emprende una exploración
del inconsciente a través de la técnica de “sueño vigil dirigido”. En su texto
“The Surrealist Optic of Ludwig Zeller”, Anna Balakian analiza la visión del
mundo onírico de Zeller y concluye que
ésta va más allá de la que promovieran los surrealistas en las años veinte y
treinta. En el mundo de Zeller los límites entre la vigilia y el sueño cesan de
existir. “Vivir los sueños”, sin embargo, requiere una alta dosis de valentía,
ya que el sueño, como la vida toda, no siempre es plácido y ameno. Ludwig
siempre ha dicho que la parte más importante de su obra está en la anotación de
sueños. La “prima materia” de su poesía y de sus collages está allí. El no hace
diferencia entre el sueño y las formas en que éste se manifiesta. De hecho,
existen en su obra muchas instancias de ese verterse del sueño en la realidad.
El ejemplo más específico es un texto en el libro Cuando el animal de fondo sube, la cabeza estalla, “¿Un sueño
repetido, es solo un sueño?” Se trata de la anotación del sueño, de un poema
basado en dicho sueño y de un collage, todos simultáneos…
El
amor como fuerza creativa y dinámica, “Ella”, lo femenino, emerge en todas sus
formas como una constelación nueva en poema tras poema de Ludwig Zeller. Es un
impulso a menudo marcado de sufrimiento, e incluso violencia, es algo
“extremo”, una palabra que Ludwig siempre usa. Paralelamente, se da una
constante ensoñación, un vivir sorprendido por lo maravilloso, como si el
conjurar la imagen de lo femenino le ofreciera una posibilidad de solaz. Ese
maravillarse ante la imagen de la mujer proviene en parte de lecturas de su
niñez, como Ella de H. Rider Haggard.
Cuando en algún momento le pregunté qué significa para él lo amoroso, su
respuesta fue llana: “A lo largo de mi obra es una constante, un enigma que no
he logrado descifrar, pero que a través de cientos de imágenes trata de darnos
ese collage convulsivo que es la presencia del amor”…
Con
respecto a su relación para con el surrealismo, Ludwig es claro: “Vivir en este
siglo e ignorar el cambio absoluto que significa el surrealismo en la
literatura, es como estar en una tormenta y no darse cuenta de lo que está
pasando. Yo creo en un surrealismo que es contrario a lo académico, creo en el elan que ha dado para una nueva visión
del mundo, proporcionando herramientas que siempre estuvieron excluidas del
quehacer literario, como el psicoanálisis, la escritura automática, el azar
objetivo…”
“El
mundo invisible está lleno de cucharas”. La certeza de Ludwig de que en lo
invisible llevamos a cabo otras vidas, me
sugiere que convivimos en todo momento con nuestros fantasmas. De ser así, el retrato
que yo aquí esbozo, será el verdadero rostro de Ludwig Zeller? Para mí lo es.
Pero no es el único. La selección de ensayos que aquí presentamos pueden servir
para descifrar las otras facetas de ese espejo múltiple, porque como dice el
mismo “¿Qué es lo real? ¿Qué es lo imaginario? La mitad de nuestra vida está en
los sueños.”
NOTA
[Presento aquí extractos de un texto que sirvió de introducción al libro de Focus on Ludwig Zeller / Enfoque sobre Ludwig Zeller (Oakville, Ontario: Mosaic Press en 1991).]***
Beatriz Hausner ha publicado varios libros de poesía: Enter the Raccoon (2012), Sew
Him Up (2010), The Wardrobe Mistress
(2004), así como varias plaquettes y ediciones limitadas. Su obra ha sido
traducida a varios idiomas. En 2012 Mantis Editores / El Colegio de Puebla
publicaron la antología La costurera y el
muñeco viviente (traducción española de Julio César Aguilar).
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