terça-feira, 1 de dezembro de 2015

FLORIANO MARTINS | Diálogo con José Ángel Leyva



FM Estaba leyendo un poema de Armando Romero que pregunta, al final: “¿Dónde está el poema, entonces, /la mirada hacia adentro?”, y recuerdo que en una entrevista con él conversamos sobre la distinción entre acción y objeto, o sea, ese abismo que en muchos casos existe entre la poesía y el poema. No sé cómo ves el tema, y no quiero aquí limitarlo a una única pregunta, pero ésta es inevitable: ¿Qué buscas a través de la poesía?

JAL Es una interrogante que me hago a menudo. El poema como producto escritural, como artefacto, se limita a la aplicación de diversas técnicas y a ciertos convencionalismos que acotan sus posibilidades expresivas. Octavio Paz reflexionó sobre el tema en el libro La otra voz, específicamente en su ensayo “Poesía y fin de siglo”, siendo ya un hombre de más de ochenta años con una gran curiosidad, con la misma inquietud de un joven que se inicia en un arte y en un oficio. La presencia de las nuevas herramientas electrónicas motivaba la sospecha de que algo nuevo estaba por ocurrir en los terrenos de la poesía. Yo he trabajado también este tema en mis ensayos sobre la realidad virtual y la poesía, el sueño y la sobrevivencia. Más allá de una retórica, de una disposición específica de las palabras, la poesía busca además su reconocimiento y significancia en otros signos y otros discursos.
La palabra es la materia prima con que elaboramos los versos y los textos, pero no podemos desdeñar las búsquedas de los poetas en diversos lenguajes, en diversos planos de la realidad. Así tenemos la poesía visual, la prosa poética, y me atrevería a incluir los poemas que encierran obras plásticas, cinematográficas, musicales, dramáticas. Tarkovsky, Jim Jarmusch, Bergman, Buñuel, Herzog, Wenders, comparten con Hermann Broch (La muerte de Virgilio), en más de un sentido, el encuentro con la poesía en sus respectivos lenguajes. Cada día me convenzo más de que la poesía nos revela el sentido del tiempo, el significado individual de la historia, de las comunidades que nos pueblan, de lo imposible. Si busco mi voz a través de la poesía y del poema, de la escritura, es porque en realidad pretendo significar la nada, esa nada que soy yo, que somos. Resumiendo a través de los versos finales de mi Catulo en el destierro: “Un manojo de llaves /para abrir todas las puertas /que dan hacia ningún lado”, o mejor aún en versos previos: “Voy a lo inaudito /con el corazón arponeado por la duda.”

FM Ahora es un verso tuyo el que me socorre, que dice: “Hay días feroces / en que nadie reconoce mis banderas”. Claro que el contexto al que se aplica en el poema (“Viento fuerte”, de El espinazo del diablo, 1998) tiene su enfoque particular. Lo que me interesa aquí es la expectativa creada en torno al reconocimiento. Uno de los conflictos más agudos que debe enfrentar hoy un artista -no sólo un poeta- es el de la convivencia con el reconocimiento de sus pares más inexpresivos, aquellos dispuestos a la cooptación a cualquier precio. ¿Con qué intensidad se verifica esa vorágine en México, y de qué manera has sobrevivido a ella?

JAL Tengo una biografía que me hace sentir una existencia epigonal y un cierto escepticismo hacia las filiaciones ideológicas, las incondicionalidades políticas, las admiraciones lucrativas, los matrimonios resignados. Fui militante comunista en mi juventud, excesivamente liberal, según los camaradas de entonces, en los años terminales del Partido Comunista Mexicano; estuve en la Unión Soviética cuando se dio la invasión a Afganistán como anuncio del desmoronamiento imperial del realismo socialista; soy tránsfuga de la medicina y de la psiquiatría por no tener la capacidad de vacunarme contra el dolor y por una morbosa afición por recrearlo en la literatura; me reconozco con graves conflictos con la autoridad, con la simulación y la irracionalidad afectiva. No puedo contener mis juicios a cambio del bienestar y el confort, del sosiego. No me interesa comprar un espejo que me brinde una imagen en la que no me reconozco. Ser poeta no me hace mejor persona, ni superior a otros, no me garantiza la verdad ni me otorga un sitio en la historia. Creo ser poeta porque soy un animal de preguntas, un animal que se conmueve al despertar de mundos soñados que parecen imposibles, pero en su revelación manifiestan ya la posibilidad de ser. De este modo mis banderas cambian, se contradicen, se afirman y se niegan, combaten sin pertenecer a nadie, salvo a la misma causa que las sostiene en el tiempo.
La enfermedad de los poetas no es la soberbia y la envidia que caracteriza al gremio, sino la conciencia del prestigio y las prestaciones que brinda el título con sus consecuentes cuotas de conformismo y sumisión. Nadie con este padecimiento banal puede reconocer la obra del compañero, está incapacitado para ver y sentir el pulso y la fuerza en el otro. En México, como en el resto de los países de América Latina, no estamos exentos de pandillas y predadores solitarios. Uno sobrevive entonces gracias al trabajo, a la determinación de resistir el desaliento, de reconocerse en esa indiferencia o ninguneo, con el propio entusiasmo de quien se ve nacer en la voluntad de llamar a las cosas por su nombre.

FM Dice Evodio Escalante en un ensayo sobre tu poesía que “todo poeta tiene una forma de caer que es la suya y no puede ser copiada por nadie”. Lo que naturalmente me llamó la atención fue esa aplicación inusual del verbo “caer”. De alguna manera implica que toda afirmación del ser es una caída. ¿Estás de acuerdo con eso?

JAL Absolutamente. Pienso en Cioran y en su Caída en el tiempo, que es de algún modo el descreimiento de lo que uno supone o suele ser. La duda es el principio de esa caída y de ese exilio que nos marca un destino, la lucidez del final. Alfredo Fressia también alude en un ensayo sobre mi poesía a la condición de escucha, del hombre que más que hablar está atento a los sonidos, a los efectos sonoros y emocionales, racionales, de las palabras. Esa connotación existencialista que da Evodio a mis poemas radica a mi parecer en la memoria, en la noción de los hechos acaecidos, en lo irrepetible y en la gravedad del tiempo. Caer es advertir la fuerza de atracción sobre el cuerpo, su inevitable decadencia. Al nombrar caemos en el conjuro, somos víctimas del vacío que representa y genera la muerte, lo pasado, lo futuro. Caer en la cuenta, tomar conciencia de lo que somos porque fuimos o porque no hemos sido. Caer de lleno o de plano en la novedad de lo que estamos siendo, diciendo, haciendo, escribiendo, de lo que no somos.

FM Estableces una distinción entre el “desorden” en que fue concebido un libro como Botellas de sed (1988) y la “auténtica disciplina” que habría propiciado la creación de Catulo en el destierro (1993). Me gustaría conocer un poco más tu opinión respecto a estas dos circunstancias que aparentemente consideras como antípodas.

JAL En Botellas de sed los poemas brotaron bajo una ausencia de convicción de la caída, del vacío, sin sumergirse en la oscuridad, hasta el fondo. Versos que aparecen por el impulso y la casualidad. Catulo en el destierro fue concluido en 1988, y después de casi cinco años a través de un accidentado camino editorial poblado de anécdotas, fue publicado en la Universidad Nacional Autónoma de México en la colección el Ala del tigre, que dirigía Vicente Quirarte, quien es apenas cuatro años mayor que yo, pero en ese momento daba la impresión de aventajarme un decenio por su vertiginosa carrera literaria y laboral. Catulo surge en la ruptura con la medicina y el compromiso con la escritura, bajo un sentimiento de orfandad y crisis de identidad, en medio de una megaurbe donde la ansiedad y el miedo torturaban mis sueños, mi timidez ante los deseos, ante las mujeres amadas. La inseguridad campeaba en mi universo, no podía aprehender algo sin asfixiarlo. Thornton Wilder con sus Idus de Marzo, Rubén Bonifaz Nuño con El amor y la cólera y sus traducciones de Carmenes del poeta romano, me empujaron a visualizarlo en la megalópolis, en ese tiempo de anuncios fatales que predicaban no sólo el fin del milenio, sino de las utopías, de la historia, de la poesía, de los libros. El poeta Catulo encarnaba en una de mis lecturas fundamentales, Palinuro de México de Fernando del Paso, sin dejar de lado el pesimismo y el escepticismo de Cioran. Un viejo amigo, Miguel Rubio Candela, que contaba ya con 70 años, leyó mis primeros intentos y alguna vez enojado los rayoneó y rompió en mis narices. “Esto no es lo que deseas y puedes escribir. Asume tu responsabilidad. Quieres hacer poesía, entonces reconócete poeta, responde a ese designio.” Me dijo con el ceño fruncido pero con enorme generosidad. Catulo no era un conjunto de versos, sino un poema extenso, un proyecto que exigía concentración y muchas lecturas, la disposición de mucha energía para construir los escenarios donde cobraba vida ese Catulo capaz de recorrer las entrañas de la ciudad y de remontarse hasta los orígenes del verbo, de abrirse el pecho y preguntar a la brújula de su corazón por las razones del cerebro, por las coordenadas de la incertidumbre. El amor como enfermedad del ser, urgencia del deseo, rabia, impotencia, insumisión e inconformidad son ingredientes de este personaje que se fue apoderando de mí. Yo, autor, estaba poseído por esa criatura virtual que me empujaba al delirio y el resentimiento con el mundo real, con mi cotidianidad. La disciplina, pues, la imponía Catulo, no José Ángel Leyva. Años más tarde el poema fue puesto en escena por Bernardo Galindo. Hasta la fecha, el actor que representó al protagonista está convencido de que él es Catulo. Nunca más ha vuelto a actuar.

FM Al escribir sobre tu novela La noche del Jabalí (2002), Antonio Coronado evoca lo que él llama una técnica aparentemente simple: el desdoblamiento provocado de relatos comunes por parte de los integrantes de una comunidad. Dice él que “parece ser que la clave de nuestra existencia civilizada no está en el acto creativo como sugieren y aun afirman algunos, sino en el recuerdo y la memoria”. Al comentar justamente la relación entre memoria y acto creativo, Armando Romero observa: “La diferencia que yo establezco con García Márquez es que yo quiero ir hasta el final de la historia, mientras que él les pone a sus personajes alas o los llena de mariposas amarillas”. Dice además Romero: “Para mí lo fantástico está en la realidad imaginativa del personaje, para él en la realidad imaginativa del escritor”. ¿Qué me dices tú?

JAL Coincido con Armando Romero, lo fantástico ocurre en la realidad imaginativa del personaje. Los autores solemos ser muy sosos, precarios en nuestra dimensión protagónica. Por eso el narrador, como el poeta, abrevan en la tradición oral, en la memoria y en la fabulación colectivas. Cuando se descubre a un personaje real o cuando se le escucha verter su caudal imaginativo, el escritor se lo apropia, o lo expropia, y le otorga la naturalización literaria. Sigo convencido de que la fuente principal de la narrativa es la tradición oral, el ojo de agua donde abrevamos la sed de contar y de escribir motivados por la realidad y el mito. Los personajes propios, que aparecen en el acto escritural, también exigen sus derechos y sus iniciativas, no obstante que el autor está obligado a conducirlos y a determinarlos, es inevitable el diálogo con ellos, la interacción con sus propias posibilidades de ficcionar. Ese maravilloso ejemplo que nos otorga Miguel de Unamuno en su famosa Niebla (la nivola) devela la condición rebelde del personaje que polemiza con el escritor sobre su destino y de algún modo le exige que se transforme en personaje para estar al nivel de la interlocución. Unamuno, como Borges, asumieron el riesgo de trasladarse a la escena donde el tiempo no se renueva sino que se repite en su realidad fantástica, mitológica. Dante lo hizo antes que ellos en La Divina Comedia.

FM ¿Vamos a hablar un poco de tu genealogía?

JAL Ahora descubro, tras la muerte reciente de mi padre, que fui en gran medida un terreno fértil para sus sueños. Lo demás es parte de ese magisterio donde los grandes poetas, los grandes escritores e intelectuales, los artistas, los revolucionarios, los personajes, las conversaciones nos hacen parte de su ADN o nosotros los incorporamos al nuestro.

FM ¿Pero se puede pensar en algunas particularidades (nombres, circunstancias, inclusive fuera del ambiente literario), inclusive algo que funcione como una obsesión o un fantasma, algo que persigues, o algo de lo que no te consigues librar, etc.?

JAL Sí, por supuesto, Floriano. Pienso que tiene mucho peso la presencia del ambiente familiar. Soy nieto e hijo de profesores de primaria. Mi padre por otro lado fue un activista en favor de los derechos de los campesinos y los trabajadores de la madera. Yo viví con él mi infancia, en medio de bosques y las montañas, de fiestas escolares y celebraciones populares que él organizaba para los habitantes de un pequeño poblado que se llama Los Bancos, en las inmediaciones de El Espinazo del Diablo. Desde muy niño tuve que memorizar poemas de los poetas románticos y modernistas mexicanos y algunos que no son de aquí, pero la costumbre nos hacía reconocerlos como mexicanos, como es el caso de José Santos Chocano, de origen peruano. Así pues mis lecturas escolares giraron en torno a Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Ramón López Velarde, Juan de Dios Peza, Salvador Díaz Mirón, y por supuesto, Sor Juana Inés de la Cruz. Nunca faltó José Martí para alimentar el nacionalismo paterno. No había muchas lecturas en casa, pero las pocas que había sirvieron para estimular mi curiosidad y gusto por la declamación. En particular recuerdo un disco de Manuel Bernal, que se autonombraba en la portada como “El declamador de América”, que mi madre ponía a menudo para derramar lágrimas al escuchar esos versos cargados de excesivo dramatismo. Fui quizás por ello y por el orgullo que le provocaba a mi padre, director de la escuela donde estudié mi primaria, un declamador con trofeos.
Antes que de la poesía fui lector de narrativa, pues mi hermano mayor comenzaba a leer a los escritores rusos y a Hermann Hesse. Fui recogiendo cada uno de los libros que él compraba y los leí con avidez. Tenía entonces unos 12 o 13 años y estudiaba la secundaria en Durango con mi abuela paterna, quien fue también un ser muy importante en mi formación. Ella sobre todo era una cinéfila incurable. Había quedado viuda muy joven y cada tarde sin falta asistía a las salas de cine para ver funciones de tres películas. Con frecuencia lograba adivinar a qué cine iba a entrar y la esperaba, junto con un primo hermano, en la taquilla; no tenía más remedio que invitarnos a acompañarla. A lo largo de mi vida el cine ha sido una presencia ligada a mis sueños y a mi vigilia. Me leí casi todo Hermann Hesse en esa época de adolescencia, conocí a Tolstoi, Dostoievsky, Máximo Gorky, Flaubert, Balzac, Zola. Luego, junto a los libros de marxismo leninismo, y la infaltable influencia de Reportaje al pie de la horca, del checo Julius Fuzik, descubrí a Pablo Neruda, César Vallejo, Octavio Paz y Dylan Thomas. Quiero reconocer que en esa época leí por obligación en la escuela, no recuerdo si en partes o completas, las obras El Quijote de la Mancha y La Divina Comedia. Ambas vinieron más tarde, cuando la poesía comenzaba a ser parte de la incertidumbre y de mis inquietudes estéticas y no ideológicas. Ya era estudiante de medicina cuando me encontré por accidente con un ejemplar de La Divina Comedia. Me llamó la atención el objeto, sus ilustraciones y luego el prólogo de Borges y enseguida esas líneas inmortales con que Dante abre el camino del Infierno. Hasta ese momento ningún autor había sacudido mi ser con tanta fuerza como Dante. Luego vino Cervantes, Borges, Hermann Broch, Juan Rulfo, Juan José Arreola, los Contemporáneos mexicanos, Fernando del Paso, Fernando Pessoa, los simbolistas franceses, el boom latinoamericano. En fin, un descubrimiento intelectual y literario que me facilitaron dos amigos en Durango, la escritora Beatriz Quiñones y el historiador y pintor Carlos Maciel. Lo demás vino a consecuencia de este impulso adquirido en la adolescencia y los años previos a mis veinte de edad. Por cierto, en esa etapa estuvieron Guimarães Rosa y Jorge Amado. Soy tributario de cada una de las lecturas que sembraron mi horizonte local para exigirme reinventar mi árbol genealógico.

FM Conversando con José Vicente Anaya, tu compañero en la consistente aventura editorial de Alforja, él me dijo que había tomado El Corno Emplumado como un referente esencial en relación con el proyecto de ustedes. ¿Qué viene a ser, exactamente, la “Fraternidad Universal de los Poetas”, y de qué manera se siente ligada a aquella fraternidad de los años 60 -de que son ejemplos no solamente El Corno sino también grupos desparramados por todo el continente, entre ellos el argentino Eco Contemporáneo- y a la idea de una insurrección invisible defendida en aquel momento?

JAL Más que una realidad, la Fraternidad Universal de los Poetas es un sentimiento o un anhelo que puede confundirse con un eslogan. Aunque difícil, uno puede hallar gente como tú, mi querido Floriano, a quien se puede querer como un verdadero hermano, como un compañero a quien se le reconoce en su amorosa labor divulgativa, en su resuelta lucha por ser y por hacer. No es común la fraternidad entre los poetas, y si la hay es del tipo de Caín y Abel. Pero estamos obligados a convocar a esa fraternidad para que inicie la revuelta de otros mundos posibles.

FM Este es un aspecto que siempre me preocupó. ¿Habrá quizá una dosis acentuada de orgullo en los poetas, junto a la frivolidad que en buena medida nos caracteriza a todos, que nos hace creernos, a cada uno, el elegido? Fíjate que hay ahí un plano ambivalente, pues los malos poetas se organizan en torno a sus quejumbres, fundan cooperativas, “talleres”, periódicos de barrio, etc. Son aduladores de oficio, oportunistas disciplinados, asumen cargos políticos o académicos, coleccionan premios, en fin. ¿Y los buenos poetas? ¿Son felices así, buenos para sí, desconocidos, ajenos a todo, fieles a un reconocimiento post mortem? Es un escenario curioso. ¿Cómo se reacciona en México -sobre todo entre los poetas- ante el trabajo editorial que ustedes vienen realizando?

JAL Supongo que de una manera con mínimas diferencias a como se hace en otros países. La fraternidad entre José Vicente Anaya y yo no está libre de desavenencias y pleitos. Pero la realidad es que hemos mantenido una relación amistosa y editorial durante los diez años que Alforja ha permanecido. Nos salva con certeza una dosis de ética que aún impide caer en manos de la complacencia y el amiguismo, que nos obliga a responder a ciertos principios donde la calidad, la exigencia, la apertura, el respeto y el deseo de promover la lectura de poesía van en primer término. No hemos pretendido hacer la gran revista, la publicación concéntrica que gire sobre un grupo de poder ni alrededor de éste. Hemos sí trabajado de manera ardua y desinteresada. Hasta hoy ha dominado la gratuidad. Incluyo otro actor en este afán, María Luisa Martínez Passarge. Su presencia ha sido determinante para definir la personalidad y el diseño de la revista y de los libros que hemos venido publicando, además de ser un punto de equilibrio entre José Vicente y yo, pues su inteligencia y convicción por la poesía, aunque ella no sea poeta, fungen como árbitros y como animadores del proyecto. Esto nos obliga a salirnos de nosotros, a sacar los ojos del ombligo y a ponderar un trabajo editorial que nos exige profesionalismo y generosidad.
Por otro lado, el camino de Alforja, como el de cada uno de nosotros como poetas, intelectuales y promotores culturales, editores no es fácil. México tiene una larga tradición donde las políticas de Estado consideran un maridaje entre sus críticos potenciales y sus burócratas, sus representantes populares. Los gobiernos priístas diseñaron políticas clientelares y corporativas no sólo hacia los obreros y los campesinos, también las elaboraron para los intelectuales y artistas. Octavio Paz describió muy bien este fenómeno en su Ogro Filantrópico, y él mismo fungió como un cacique intelectual amparado no sólo por el Estado sino además por el gigante mediático, por el monopolio, que fue y es la empresa TELEVISA. Hay pues una élite que puede autodenominarse por lo regular de izquierda que no hace gestos de repugnancia a los beneficios que el Estado le brinda. Sus críticas tienen cálculo. Nunca se exceden si ello les representa un riesgo para su bienestar, menos si la izquierda está en el poder. Sólo pegan cuando esperan recompensa y por lo general obtienen dádivas. La autocrítica está ausente en esa línea, la autocrítica no existe para la izquierda. México es de los escasísimos países en vías de desarrollo que otorga becas vitalicias a sus creadores, que tiene premios a la trayectoria, con tintes y criterios evidentemente más políticos que estéticos, y un Sistema Nacional de Creadores donde unos becan a los otros, es decir, los becarios en algún año que no gozan del apoyo pueden ser jurados y designar las becas a sus amigos, conocidos, alumnos. Son becas nada despreciables, durante tres años reciben aproximadamente dos mil dólares mensuales. Muchos por supuesto repiten una y otra vez. Hay el otro nivel, becas para Jóvenes Creadores, que comienzan una vida becaria desde pequeños, y continúan elaborando obras apegadas al designio de los apoyos, los numerosos concursos, premios de diversa índole, sin dejar de lado organizaciones y fundaciones para formar escritores y artistas. En fin, no quiero decir que está mal, lo que está mal son los mecanismos y los propósitos de estas políticas que buscan domesticar el espíritu creador, que abaten el ánimo crítico de los artistas y escritores, el mercadeo de los beneficios que representa ser escritor, en nuestro caso. Por supuesto, eso acarrea un ambiente carroñero que impide ver algo más que no sea el cadáver del compañero y no su obra ni sus capacidades. Sólo se vuela con los de la misma parvada.

FM Aquí tenemos que tocar el asunto de cierta retórica del desconocimiento mutuo entre nuestros países. Es evidente que México conoce mucho más la cultura brasileña que al contrario. En primer lugar, en términos cuantitativos. Brasil conoce más el estereotipo mejicano, o incluso su falsificación vía Estados Unidos. Como no tenemos una política cultural que nos aproxime, nos reconocemos más en los folletos de las agencias de turismo y en distorsiones presentadas por las telenovelas de un lado y del otro. Además, he observado un aspecto referente a la falta de actualización de lo que pasa con la cultura brasileña, y esto no solamente en relación con México. Es bastante común la evocación de ciertos íconos de nuestra cultura que hoy tienen una lectura distinta en el Brasil. Un ejemplo clásico es el desconocimiento de los desdoblamientos de la música popular, donde muchos de los nombres antes tenidos por sagrados hoy son cuestionados aquí por el carácter decrépito y la dilución estética. Me gusta cuando sugieres en una entrevista que deberíamos cuestionarnos más sobre este nuestro desconocimiento mutuo. Pero, ¿qué hemos hecho en ese sentido? Claro que no hablo de nosotros dos. La falta de una alianza entre nuestros países -y no me refiero al ámbito comercial- ¿qué raíz tiene?

JAL En México hay una tradición y un gusto muy fuerte por lo de fuera. El trauma de la Conquista nos dejó una secuela seguramente más profunda que en la mayoría de los países latinoamericanos. La fuerza cultural que emana de nuestro pasado y presente indígenas es enorme, pero lo es también la curiosidad por lo extraño, por lo externo. Digerimos con facilidad lo distinto, lo novedoso, sin perder el encantamiento por lo propio. Frida Kahlo seduce al mundo por su mexicanidad y por sus símbolos cosmopolitas, por su carga surrealista, su anticonvencionalismo, su imagen mestiza y por la tradición que rezuma su obra de apariencia agreste. Ambos países y sociedades perdemos mucho al no conocernos y reconocernos en esa energía creadora que nos deslumbra y nos cautiva como culturas vitales, bullentes, innovadoras, sorprendentes. Ya desde hace tiempo Alforja y Agulha hablan-falam el mismo idioma, son, sin pretenderlo, eslabones de esa fraternidad universal de los poetas destinada a cuestionar la validez y eficacia de las políticas culturales de nuestros respectivos países. Desde Alforja ya iniciamos el esfuerzo por dar a conocer entre los lectores mexicanos a los poetas brasileños a través de nuestra colección de libros Azor. Esperamos que ocurra algo semejante en Brasil con respecto a la poesía mexicana, que tiene mucho que dar a los lectores de tu país.

FM Las diferencias son innumerables, Leyva. En primer lugar, no se puede hablar, en Brasil, de política cultural, sobre todo si lo comparamos con México. Claro que entiendo lo que dices sobre la carga de exotismo que internacionaliza la cultura mejicana, y también en el Brasil vivimos esto, en rigor, algo más afecto a lo turístico que a lo propiamente cultural. Se trata más de una política de mercado. Ahora, como la apariencia es todo -esta es la gran ilusión de nuestro tiempo-, todos los planes de construcción de una cultura están programados para mostrar las más vistosas y espectaculares evidencias, y nada más. Si comparamos la colección “Azor” de Ediciones Alforja, por ejemplo, con la colección “Ponte Velha”, de Escrituras Editora, brasileña, en seguida vemos una diferencia que interesa aquí comentar. En el caso mejicano, la creación de un sello editorial para divulgación de autores extranjeros en México se lleva a cabo gracias al apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En el caso brasileño, la creación de un sello editorial para divulgación de autores portugueses en el Brasil, se lleva a cabo gracias al apoyo del Instituto Portugués del Libro y de las Bibliotecas, de Portugal. En un caso, es el gobierno mejicano apoyando la entrada de escritores extranjeros en su país. En el otro, es una expansión del gobierno portugués, una nueva carta de navegación, otra conquista. No hay correspondencias. Lo que esperas del Brasil en términos de diálogo es una utopía, querido. Yo declaradamente me avergüenzo de todo esto. Y no creo que esta situación se modifique con los esfuerzos comunes de Alforja y Agulha.

JAL En nuestro caso estamos aprendiendo a desprendernos de la imagen paternalista del Estado y darle cauce a nuestras iniciativas culturales. Pero ojo, es utópico pensar que vamos a lograrlo sin apoyos institucionales, no al menos en la inmediatez histórica. No somos empresarios, pero sí tenemos un carácter emprendedor. La diferencia es notable, el empresario busca la ganancia, nosotros como poetas y promotores culturales pretendemos un efecto sustantivo en el público al que nos dirigimos. Aclaro, no satanizo a la empresa como generadora de plusvalía, pero reconozco que nuestras acciones se mueven por motivaciones más espirituales y ello nos obliga a pensar en escenarios diferentes donde lo determinante es la cultura. Cuando señalo el diseño de las políticas culturales del Estado no critico sus beneficios, sino sus orientaciones, la manera como selecciona y aloja a sus beneficiarios, los criterios que establece para generar una élite que al final será la misma que imponga reglas y normas para beneficio de unos cuantos privilegiados. Yo estoy porque se amplíen esos beneficios, porque los intelectuales asuman que es una responsabilidad, una obligación, no un acto de caridad, del gobierno, otorgar partidas suficientes para el fomento y desarrollo de la cultura, pero no a costa de la sumisión y el silencio. En países como México y Brasil el potencial económico que representan sus culturas es enorme, tenemos una historia rica, una diversidad biológica y humana extraordinaria, un bagaje literario y artístico de grandes proporciones, sin dejar de lado sus manifestaciones populares, artesanías y folclore. En fin, yo pienso que Alforja y Agulha son consecuencia de esa energía que nos reclama y empuja. En Alforja buscamos la complicidad con la Universidad Autónoma Metropolitana para sobrevivir y continuar con nuestra labor editorial, fue una iniciativa que cuajó, por lo menos hasta hoy. Tenemos además una colección de libros, “Poesía en el andén”, que son pequeñas antologías temáticas cuyo propósito es hacer lectores entre los pasajeros del Metro de la Ciudad de México. Esta alianza la hemos hecho con una empresaria, una librera, Nelly Achar, que apuesta por una iniciativa en la que de entrada sabe que las ganancias no son jugosas ni inmediatas, pero piensa en un mercado potencial de cuatro millones de pasajeros diarios que podrían en algún porcentaje, y en algún momento, convertirse en lectores de poesía, lectores que saldrían de los andenes del metro buscando en las librerías a los autores, a sus libros. Es utópico, sí, lo es, pero tiene ya un dedo del pie en la realidad. Eso anima. Agulha, por cierto, ha puesto también un granito de arena en ese terreno. Agulha es un referente no sólo de Ceará sino de Brasil y del mundo hispanoamericano. Creo que el reto y nuestra mentalidad como productos de estas culturas y estas sociedades abiertas es justamente trascender los límites de lo nacional, del patrioterismo ramplón, del regionalismo chabacano y provincial. Alforja y Agulha, como muchas otras publicaciones en Latinoamérica, debemos ser catalizadoras de inquietudes y propuestas, de corrientes de pensamiento, de posibilidades creativas más allá de las limitaciones que impone el medio y las políticas locales.

FM En una entrevista que hiciste al poeta Juan Manuel Roca (1946) te refieres a la “emergencia tardía de ese movimiento de vanguardia colombiano que fue el nadaísmo”. ¿Tardía en relación con qué? ¿No hay ahí un error de interpretación? Si pensamos en varios focos de renovación de un ambiente poético -y político, en su espectro más amplio-, todos surgidos en los años 60, en países como Colombia, México, Argentina, Brasil, ¿no sería más acertado identificarlos como el nacimiento de una nueva vanguardia?

JAL Sí, si lo quieres ver desde esa perspectiva. Pero al reconocerla como una nueva vanguardia se advierte como una nueva propuesta que surge 50 años después del creacionismo, el ultraísmo, el estridentismo mexicano, la Semana de Arte Moderno en Brasil (modernismo), la poesía de Oliverio Girondo, de Trilce, etcétera. Cuando digo tardío no lo califico como desfasado, sino pensando en estos otros acontecimientos tempranos que corrieron paralelamente a la agitación estética europea. He leído gracias al nadaísta Jotamario Arbeláez, el libro de reciente aparición, Cartas a Aguirre. Contiene la correspondencia del fundador del nadaísmo Gonzalo Arango con su amigo más cercano. Allí están las reflexiones más íntimas y la gestación misma de la plataforma de principios de ese movimiento o de esa propuesta estética-ideológica. Coincide más, por cierto, con el movimiento beatnick, cuya agitación estuvo más enfocada a lo social-cultural que a lo estético, sin negar el papel que éste tenga en lo primero y a la inversa. Me refiero al hecho como movimiento, no como técnica ni como bandera, mucho menos como actitud renovadora. Por principio me parece que el arte está obligado a buscar la experimentación y la vanguardia o resignarse a morir.

FM En la misma entrevista a Manuel Roca señalas también, en el Surrealismo, “recurso retórico” y “sentimiento de vanguardia”. ¿No estaría allí expresada una condición refractaria de la lírica mejicana al Surrealismo, mucho más que una lectura crítica de su transposición a un ambiente latinoamericano? A ejemplo del poeta colombiano, ¿crees que la escritura automática no fue más que una “tontería”?

JAL No, la escritura automática fue y sigue siendo una técnica útil para escribir poesía, las tonterías son responsabilidad de sus autores. Recuerda que el Surrealismo estuvo tan presente en México que fue uno de las grandes asentamientos del exilio, como lo atestiguó la exposición en el Museo Reina Sofía, en España, en 1999: Surrealistas en el exilio y los inicios de la Escuela de Nueva York. Entre ellos Benjamin Peret, como pareja de Remedios Varo, Luis Buñuel, Leonora Carrington, Wolfgang Paalen, también debemos considerar al extraordinario Gunther Gerszo; allí estuvieron en momentos cercanos también artistas plásticos como Isamu Noguchi, Jackson Pollock, de quien se dice tomó algunas técnicas de David Alfaro Siqueiros, el mismo André Bretón y Antonin Artaud.

FM Insisto en esta cuestión del Surrealismo, sólo como una referencia para que podamos entender los desdoblamientos de la lírica en tu país. Por ejemplo, Marco Antonio Montes de Oca (1932) dice en una entrevista a Andréa Fuentes Silva: “Yo hice, en 1953, una escritura automática, mientras que Paz en 1951 hizo una escritura automática pero en la masa del Surrealismo, junto a Breton, junto al ambiente intelectual europeo. Lo mío fue simplemente una disponibilidad de sacar fuera lo onírico, el sueño, lo automático.” Montes de Oca se declara, por ascendencia, un romántico, y no exactamente un surrealista. Caramba, pero todos los surrealistas son, por ascendencia, románticos. Sin contar que es reduccionista concluir que el Surrealismo de define únicamente por el uso de la escritura automática. O hacer como los modernistas brasileños: adoptar un desvairismo y evitar a toda costa referirse al Surrealismo. Dame tu interpretación, Leyva, tu lectura de este momento.

JAL No sólo Marco Antonio Montes de Oca, también los poetas Eduardo Lizalde y Vicente González Rojo tomaron en sus inicios ciertas tendencias surrealistas en algo que denominaron “poeticismo”. Los contemporáneos, en particular Villaurrrutia en varios de sus poemas más representativos, Gilberto Owen y José Gorostiza dejan al descubierto ciertas vetas surrealistas. Pero es cierto, ninguno de ellos se suscribió como surrealista o como vanguardista. Un ejemplo contrario fue German List Arzubide, quien hasta el final de su vida, a sus 99 años de edad, se proclamó estridentista, aun cuando su forma de vida nada tenía que ver ya con los manifiestos y la mitología que crearon en 1921 él y sus compañeros para una urbe llamada Estridentópolis. La presencia del Surrealismo en México fue tan representativa, tan contundente, que no dejó seguidores o militantes. Como prueba de lo que digo está la construcción que un millonario y surrealista inglés, Eduard James, hizo en un lugar llamado Xilitla. Absolutamente delirante, caprichosa, onírica, producto de esa dinámica cultural que se vivió en México, y ante la cual, quizás, los artistas y escritores locales fueron no refractarios, sino escépticos. Una agitación que los hizo volver la mirada a la tradición. Pero luego vendrían los infrarrealistas en los años sesenta y setenta, en donde estuvo José Vicente Anaya y de donde brotó la obra del chileno Roberto Bolaño, hoy tan reconocida.

FM Recuerdo haberle preguntado al guatemalteco Otto-Raúl González, en una entrevista, acerca de su renuencia a reconocer a Octavio Paz, y entonces me respondió en seco: “Él era un hombre de derecha y yo siempre fui y seré de izquierda. Muy simple, ¿no?” ¿De qué manera se evidencia en México, sobre todo entre las generaciones más recientes, esa disensión entre lo político y lo poético que tan bien se aplica a Octavio Paz?

JAL No es que Octavio Paz como persona sea santo de mi devoción, pero debo decir en su beneficio que si bien terminó siendo un hombre de derecha, también lo fue de izquierda. Lo que no se le puede negar a Paz es que fue un hombre valiente que se enfrentó a sus contrincantes sin pelos en la lengua. Tampoco que fue un hombre de poder. Al margen de esas posiciones y calificaciones que parten de lo ideológico, la obra de Paz es deslumbrante. Las generaciones recientes de escritores me parece que no tienen muy claro ese esquema de izquierda y de derecha, la mayoría atiende más a la geometría de sus intereses personales y al momento que viven. Quisiera estar equivocado. Por cierto, la posición política de Fernando Pessoa y de Jorge Luis Borges no resta admiración a sus talentos en escritores de una izquierda radical, como lo fueron en su momento Juan Gelman y Ferreira Gullar. Ambos declaran un profundo reconocimiento a sus obras. En México, me parece, también hay una tendencia a poner cada cosa en su sitio.




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Página ilustrada con obras del artista José Luis Ramírez (México, 1981).







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