Este
árbol tan cerca
es
aquél del infinito.
Luis Alberto Crespo
El poeta
elabora su mundo con palabras, conceptos y emociones que forman en la página en
blanco una estructura poética autónoma que contiene los rasgos y elementos que distinguen
un poema de otro. Cada poema representa una unidad en la que cristalizan situaciones
reales o imaginarias que reflejan la visión de mundo del poeta. Llevado por el
interés de conocer algunos de estos elementos me he acercado a Ninguno como la espina: Antología y otros
poemas, del poeta Luis Alberto Crespo [1]
para mirar cómo se proyecta y qué efecto tiene la presencia de los árboles en este
libro. Sé, por demás, que todo poema guarda una tácita correlación con otros poemas.
En este caso prefiero limitarme a aquéllos donde los árboles son un motivo que
tiene que ver no sólo con la naturaleza real sino con la que el poeta crea en
la elaboración de sus textos. ¿Qué significan los árboles y qué representan desde
el punto de vista creativo? ¿Cuál es el propósito de su reiterada presencia en
esta poesía? ¿Qué muestran u ocultan sus ramas en la transparencia del aire?
Son varios
los ejemplos que podrían mostrar los árboles como elementos simbólicos en la
poesía de Alberto Crespo. Los vemos aquí no como un ornato del paisaje, sino
como una presencia adherida al acto creativo. Sustancia viva, transformándose
siempre en la confección de un lenguaje que sugiere otras imágenes y otras variantes
para acercarnos al pensamiento del poeta. En esta poesía los árboles, las
ramas, las hojas, la espina, la acacia, la ortiga, y aun los arbustos y la
hierba adquieren un sentido diferente. La presencia de los árboles y la
frecuencia con que aparecen nombrados proveen al paisaje, como mencioné
anteriormente, no de una cualidad de belleza o cualquier cualidad digna de
grata admiración, sino de un referente simbólico que sirve para descifrar la
actitud del poeta hacia la vida y la poesía: “Como la hoja caída / sé que hay
otra oscuridad / en la sombra” (p.16), nos dice. Esa “hoja caída” funde el
sentido del paisaje y de la vida en una experiencia que está fuera de nuestra
realidad y que sólo es posible en la imaginación del lector. Aquí los árboles,
las ramas y las hojas reflejan una red de
correspondencias cuyo valor no reside en el mundo exterior, es decir, en la imagen
visual de esa naturaleza, sino en lo que sugieren como presencias evocadoras de
una realidad más cambiante y profunda. El siguiente poema cristaliza una imagen
afín con esta interpretación:
ESTE ÁRBOL
TAN CERCA
es aquél del infinito
El que me da sombra
es el que abandono
El que no se ve
es donde amarro mi caballo
El que está por nacer
es el que he derribado
o es ninguno
como la selva entera
La relación
entre el árbol y el tiempo, en el sentido abstracto de las cosas, se convierte
en una proyección de imágenes
que pierden el contacto con la realidad y con el entorno mismo del paisaje,
para dejarnos con las posibilidades de objetivar una visión cuyo
significado es distinto en la memoria. En otras palabras, no es lo que el árbol
representa en sí mismo como elemento de la naturaleza que el poeta evoca y ve diariamente,
sino como un símbolo poético que sugiere una pluralidad de imágenes. Al fin del
poema el árbol termina convirtiéndose en la imagen de la selva: árbol,
infinito, sombra, ninguno, selva entera. Ha pasado por varias transformaciones
y sucesivamente ha ido adquiriendo otras características físicas hasta transformarse
en la presencia de un paisaje más extenso y abarcador. El árbol ahora es una
“selva entera”, es decir,
una metáfora de grandes proporciones.
Las ramas y
las hojas son también parte de esta visión poética que extiende el sentido de
las cosas proyectándolas en otras imágenes, adquiriendo así otra
connotación.
Se liberan de sus atributos físicos para adherirse a una visión impregnada de una
actitud existencialista de la vida. Una visión que se va modificando en lo que
respecta a la experiencia, el contenido y la esencia misma de lo que se refleja
en la superficie del poema. Veamos, por
ejemplo, cómo se van generando estas imágenes y creando a su vez otro sentido
de la realidad:
DESAPARECES
DEL NOMBRE
Con que vuelas
pequeño cuerpo
como te llamabas
y cantabas
Poco de ti
Brevemente tú
casi nada
pájaro reinita
destello
de palabra trunca
cuando mueres
por irte
de esa rama por dentro en la ventana (p.24)
Aunque el
tema de este poema recae sobre el canto y la fugaz impresión que deja el pájaro
en la rama, es la “rama” en sí la que sostiene su frágil presencia y donde momentáneamente
perdura su imagen pasajera: “cuando mueres / por irte / de esa rama por dentro
en la ventana”. Si la naturaleza
poetizada aquí parte de una realidad concreta: “rama”, “pájaro”, “ventana”, es
sólo para dar una impresión de lo que el poeta ve y siente en ese preciso momento.
De ahí que los elementos de esa naturaleza estén vinculados al sentido intrínseco
de una imagen que copia e intensifica lo que el hablante nombra. Y son
elementos que se convierten también en símbolos referenciales de un lenguaje
que nos sugiere siempre otra visión del entorno. Por eso son tan significativas
las palabras que el poeta utiliza: árbol, tronco, ramas, hojas, ramaje,
pastizales, bosque, roble, yabos, cují negro, roble, tártago, tuna, ortiga,
acacias y espinas, todas integradas al contexto de una poesía que encarna una
visión diferente del mismo paisaje que proyecta: “¿Qué alma tuve / cuando se
estremecía la noche / en la rama / y el ser / demoraba / entre los ojos?” Otra
vez la “rama” aparece aquí como sostén
que transparenta el sentir y la hondura de ese pensamiento poético:
LA RAMA
Lo que tú dices
La reja
Alguien no regresa
Canta la chuchuba
El camino se tuerce
La ladera en el rostro
Tanta vida nuestra ensimismada (p.32)
La “rama”
desprendida de su contexto designa otra realidad;
una
voz que alterna con la memoria, una imagen visual del pasado y de una reflexión
de la vida evocada a través
de
la naturaleza. De este modo, las palabras
adquieren otro significado en el contexto de lo que ha de revelarse y por la evocación
misma de esa contemplación, o como bien ha señalado el crítico Gonzalo Ramírez
“…lo más inmediato acaba tornándose en un misterio. Lo próximo y lo lejano
acaban por fundirse”. En el siguiente
poema notamos esta distinción en la imagen del árbol:
ÁRBOL DEL CAUDERO
haz que yo mire lo verdadero
haz que yo sea
lo que yo miro
sin saberme
como lo breve en lo inerte
Y que mi dicho sea
el lugar que pierde la hoja (p.37)
Sentimos el
árbol y la hoja no como presencias inexpresivas, sino como presencias en íntima
comunión con una escritura en la
que se funden realidades que están más allá de nuestra comprensión. Para
entenderlas, hay que dejarse guiar por la intuición pues la imagen del árbol
aparece aquí no como un ente más de la naturaleza, sino como una presencia que busca
manifestar la profundidad reveladora de la poesía. Trascribo el siguiente
poema:
ÁRBOL
Señor,
que lo que acabo de escribir
se parezca a un yabo.
La misma alma blanca
de morir en la emoción,
el mismo aliento
en el
ramaje escueto
y algo de Paul Celán
-la hoja encariñada con la estaca-
sobre este valle de arcilla
en medio de lo que nunca diré (p.55)
Sin
pensar en las
correspondencias que pudieran establecerse entre la poesía de Paul Celán y
nuestro poeta, detengámonos por un momento en la imagen que nos transmite el
árbol de yabo. El árbol de yabo
parece contener aquí una imagen
que, más que mostrarnos el fondo concreto de las cosas, proyecta otro sentido. La
técnica está no en que lo que
se nombra o
presenta,
sino en lo que se oculta. Por
eso, lo que nos concierne al leer el poema no es el árbol de yabo en sí, sino
la imagen que sugiere en el
poema. Una imagen que proyecta no el
significado
real de las cosas, sino lo que éstas sugieren en
la mente del
lector. Creo como Gonzalo Ramírez
que “en un poeta tan poderosamente visual, no deja de llamar la atención que
sus imágenes por exceso de familiaridad nos terminan resultando desconocidas”. Ésta
es una realidad con la que se enfrenta el lector al leer la poesía
de Luis Alberto Crespo. El estilo mismo de sus composiciones es de por sí
provocador por lo que encierra de fragmentaria plenitud, y por su elaboración y
capacidad de síntesis. La economía y rigurosa asociación de los elementos
fundamentales de su poesía parten de una experiencia creadora que resulta a
veces mucho más profunda y compleja de lo que parece.
Vuelvo sobre
otro ejemplo significativo. Al comienzo del poema “Igual”, leemos: “Estoy
seguro que oigo un mirlo / en los yabos / Que nevó anoche / porque sus ramas
desnudas / muestran una blancura vacía”; y, más adelante, en otro poema: “Las
palabras de Efraín Hurtado / ya no mueven los árboles”. La atmósfera y el tono de estas composiciones nos
transfieren un pensamiento que trasciende las circunstancias que presenta cada
texto. Podemos sentir que
del
árbol de yabo surge el trino que preludia una sensación de vacío y de misterio,
mientras que en el poema “Efraín” los árboles son un lenguaje que anuncia el
sentimiento desolador por el
fallecido
poeta Efraín Hurtado (1934-1978). En ambos textos el asunto y la visión de lo
que en ellos acontece es distinto, pero el marco de referencias sigue siendo
los árboles:
EFRAÍN
Las palabras de Efraín Hurtado
ya no mueven los árboles.
El viento insiste
para que no olvidemos su camisa
con el último latido adentro.
Aquel destello en el quemado
fue su manera de mirarnos.
Su escritura
son estos pastizales de Guardatinajas.
Y éstas son sus manos
con las que se limpiaba el sudor
y describía,
como un tordo parado en el alambre,
el desasosiego. (p.61)
Los árboles
al igual que las ramas producen también un efecto de arraigada unidad, son una
su presencia que amplía la perspectiva de lo que dice el poeta o lo que expresan
sus imágenes: “Acerco mi rostro / a la rama más remota” (p.62), dice en este
verso, o “Ando con unos árboles / por la ciudad”, (p.73) o, por ejemplo: “Los
árboles se secan / a esta hora”, (p.76). En estos versos subyace un sentido más humano
del que habitualmente descubre la mirada al contemplar la naturaleza. Por otro
lado, la personificación misma de los elementos de esa naturaleza nos transmite
cierta animosidad que va sumiéndonos en un paisaje árido, lejano
y transparente. Lo que en un principio creíamos que eran los
árboles, como sucede en el poema “Pasante” (p.73), ha ido convirtiéndose en una
imagen múltiple: árboles=amigos, búho=misterio, busque= interioridad:
PASANTE
Ando con unos árboles
por la ciudad.
Llevo dinero que nunca tuve
pero deseo.
Oprimo sus papeles en mi bolsillo
aunque mi alma prefiere
que pise las hojas secas.
Son de roble.
Yo voy con ellos.
A ratos se detienen a ventear
en la esquina
y este sendero.
Después seguimos.
Tengo hambre. No sé ellos.
Escucho un búho
en el fondo del bosque
y en mi vientre. (p.73)
Los árboles
encarnan la imagen de los amigos, y se transforman en presencias sigilosas moviéndose
al lado del hablante poético: “Son de roble. / Yo voy con ellos. / A ratos se
detienen a ventear / en la esquina / y este sendero.” Se camina por una ciudad,
un espacio cuyo entorno va dejando su marca en el alma del hablante, una
sensación de vacío parece prevalecer en su interior: “…mi alma prefiere / que
pise las hojas secas”, dice en este verso, mientras en el sendero un búho añade
un toque de asombro y de misterio al paisaje. Al final del poema, el árbol se ha transformado
en un bosque que transmite un sentimiento de soledad. Una imagen que nos hace
reflexionar sobre lo que busca el poeta en esa naturaleza, qué añora su
espíritu o qué recobra su mirada al contemplar el paisaje: “En esa palabra /
había otro árbol. / Yo callaba lo que escribía / bajo su sombra.” (p.80) nos
dice en estos versos. Y su palabra cae como una estrella
relampagueante entre los árboles que guardan su
paso igual que presencias sigilosas. Caminemos al lado del poeta, oigamos su
voz: “Duermo / bajo un árbol que arde / hasta el amanecer.” (p.90). El poeta lleva
dentro de sí el paisaje por el que va su vida, no la de Luis Alberto Crespo,
sino del otro, el yo lírico
que
revela en el fulgor de estos versos otra imagen del mundo. Bien ha observado el
crítico Guiseppe Gatti al decir que “Crespo se sirve de la poesía para crear un
espacio, porque su escritura es un paisaje y en la escritura está su paisaje…”.
En este poema la apariencia del árbol, su materia es remplazada por una luz
intensa, pero ¿qué relación tiene un “árbol que arde” con el hablante poético?:
“Duermo / y despierto / bajo un árbol que no ha nacido todavía”. ¿Es real este
árbol cuyo esplendor contrasta con la oscuridad del “árbol de cedro”? ¿No
sugiere la oscuridad acaso otra forma de conocimiento, lo que ignoramos de ese
paisaje de extraña plenitud? Estos árboles fijan la imagen fundacional de un
mundo cuyo sentido poético varía de acuerdo a la mirada y, podríamos añadir, de
los sentimientos y pensamientos del poeta. Veamos los versos del siguiente
poema en prosa:
CASA VIEJA
No preguntes quiénes son ellas.
Han guardado las llaves en el fondo donde
callan. Visten el luto de la ropa colgada.
Tampoco adivines sus nombres, como si
limpiaras una lámpara cuya luz se ve allá
entre los
árboles. Ha llovido mucho sobre la
espina con que avivan su casa. Y no le
sostengas la mirada. Son las cinco. El sol está
por concluir. Detrás de sus anteojos alguien
se desespera por volver.
Ya sabes cuánto enceguece salir de sí. (p.105)
Lo revelador aquí
no es sólo el marco o el espacio real al que se circunscribe esta memoria, sino
la profunda y angustiosa visión de la vida y del tiempo. Hay que buscar, en el
significado de estos versos, una metafísica de la vida arraigada a la visión de
la naturaleza. Pienso que esto es lo que habría que preguntarse al leer la
poesía de Luis Alberto Crespo. Es decir, cómo surge en este poeta la relación entre
el lenguaje y la naturaleza. Sabemos que las imágenes de su poesía no
llegan por el azar, sino
por la rigurosa elaboración de un lenguaje que nace no sólo de
la naturaleza, sino de su
propia interioridad: “Cruzo la alambrada, / ando por el vacío, / no se ve una
sola palabra de árbol, / un mínimo decir que vuele”. Un decir que busca reafirmar esa visión de mundo. Una visión que no se
limita solamente al paisaje de Carora, sino a otros territorios donde la
presencia de los árboles y de la naturaleza misma sugiere matices y percepciones
diferentes. Quizás por eso la mirada intenta recuperar el paisaje otorgándole aquí un
sentido distinto y más profundo. Una palabra cuyo significado trasciende nuestra
propia realidad para acercarnos con otra visión del mundo, “una
palabra que se adelgaza hasta la transparencia” (Castillo Zapata, 9), o como el
mismo poeta ha señalado en estos significativos versos: “Dime si te ves en lo
que escribo, / si es sin después esto quieto y partido, que se sostiene apenas,
/ que se agarra al polvo que lo nombra, / o si todo sigue contrito y aterido
cuando leas / y se atraviesa un borde, como una coma, una espina.”. Lector,
¿sientes la lucidez? ¿La transparencia? ¿Escuchas al “árbol que arde / hasta el
amanecer”?
NOTA
1.
Luis Alberto Crespo. Ninguno como la
espina: Antología y otros poemas (Valencia, Venezuela, Ediciones Poesía,
2000). Este libro ha sido publicado bajo el sello editorial de la revista Poesía, del Departamento de Literatura
de la Universidad de Carabobo. La revista Poesía
es dirigida por los poetas Adhely Rivero y Carlos Osorio.
Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista
convidada | Olga Albizu (Puerto Rico, 1924-2005)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries
especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
A Agulha Revista de Cultura teve
em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio
Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011
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