En nuestro tiempo, la poesía y el teatro son
géneros literarios para minorías —personas o grupos aislados— que por alguna
remota razón, o sentimiento personal, esperan del poeta una expresión depurada
de la vida, tal vez unas cuantas imágenes optimistas que él haya encontrado en
su aventura de viajero por la tierra.
Omar Castillo sabe esto muy bien. El poeta
antioqueño (no importa, en su caso, el lugar donde nació, sino la intención
implícita en su oficio) demuestra una fidelidad excesiva a su conciencia creativa.
La evolución lenta de su obra nos anticipa esta afirmación.
Recuerdo los primeros trabajos de Omar, dos
o tres folletos que él mismo editó, ilustrados con dibujos de Raúl Restrepo y
de Raúl Toro: aparecía allí la obsesión de trascendencia, la inquietud
persistente de atravesar los límites escabrosos del lenguaje. Se descubrían
fácilmente, en aquellos textos, las influencias de los poetas simbolistas
franceses, y “algo” del tono surrealista de Artaud.
El poeta no extendió sus raíces donde había
recogido la semilla. Levantó el vuelo, pesadamente en un principio, y observó
el paisaje promisorio de la vida. A la curiosidad siguió el asombro; después el
bosquejo de las situaciones en rápidos apuntes; finalmente, el retrato, a su
manera, de los personajes y de los acontecimientos que se sucedían en la
perspectiva exterior, frente a sus ojos.
Omar Castillo encontrará el objetivo de su
búsqueda. Encontrará el sentido “personal” de la existencia.
Lejos de los truhanes, de los sofistas, de
los imitadores, alcanzará la definición adecuada a sus propósitos de artista:
el momento feliz cuando el poeta descubre la belleza mientras la guillotina de
la realidad cae vertiginosamente sobre su cuello desnudo.
[En márgenes, de Diario de la
frontera, Cúcuta, 11 de julio de 1982.]
2. JAMES J. ALSTRUM
Omar Castillo nació en Medellín en 1958 y
dirige actualmente la revista literaria Otras Palabras editada en
su ciudad natal.
Según la solapa del libro de este joven
poeta antioqueño, tenemos aquí la segunda edición “con modificaciones” de un
poemario que apareció por primera vez en 1983. Desconozco la edición inicial
del libro y por lo tanto no puedo determinar cómo han evolucionado estos textos
ni tampoco hasta qué punto han sido acertados los cambios. No obstante,
partiendo de la premisa de que ya tengo entre las manos la versión definitiva
del libro, ofrezco algunas observaciones acerca de Limaduras del sol, el
segundo libro de poesía editado por Castillo, además de Garra de gorrión
(1980), Fundación y rupturas (1985), y Relatos del mundo o la
mariposa incendiada (1985)
El título del libro proviene del último
poema (en prosa) que funciona dentro del contexto global de la obra como suerte
de epílogo y ars poética. Los versos siguientes del poema titular captan
a mi juicio el tono general y el defecto principal que encuentro entre los
poemas incluidos en el libro:
“Son esos
poemas oscuridad a los ojos. Insuficiente es el secreto del fuego para decir el poema.
Se puede
horadar el verso. Obstaculizar la imagen. Dislocarla. Aflojar la cuerda de sus
palabras. Y aún así no llegar al poema.”
“¿Verificar
el poema? ¿Estandarizar el poema?
¿Arrinconar
el poema? ¿Saturación?”
Es discutible que los versos escuetos que
predominan a través del libro sean limaduras o el producto destilado de un
intento de pulir variantes originales. Sin embargo, no cabe la menor duda de
que los efectos de estos versos son deslumbrantes para este lector o como lo ha
expresado el sobredicho poema: “son esos poemas oscuridad a los ojos”.
Limaduras del sol es un libro desigual por sus altibajos
estéticos con titubeos formales y balbuceos que revelan un lenguaje no muy bien
consolidado todavía. Se destacan varios ejemplos de brillo aislado junto con un
impresionante virtuosismo surrealista en que el poeta juega con el espacio, los
colores y emblemas simbólicos, los sonidos (ie, onomatopeya), lo grotesco, y la
alusión, más distintas formas como el poema en prosa, sin que (sino en contados
poemas tales como su homenaje a Mallarmé llamado “El nenúfar blanco” o en
“Fábula” y quizás “Paredón y sentido”) logre equilibrar, de una manera
satisfactoria, la forma y el fondo del poema. A pesar de lo que acabo de decir,
percibo un talento indiscutible que puede plasmar en el futuro poemas e
inclusive libros de mayor calidad y una hechura más cuidadosa.
[En Estudios Colombianos, No 4, Bogotá, 1987.]
En su libro Limaduras del sol, el
poeta se muestra más fiel a sí mismo, a su propio espacio poético. Piedras,
manos y lejanías son sus imágenes recurrentes. A partir de ellas, concibe la
poesía como una labor artesanal, no tanto porque así lo aprecie el lector en el
cuidado o la finura de las composiciones, como porque el poeta lo dice
explícitamente: “soy orfebre del vacío / tallador de piedras aéreas
incandescentes / es en las cuencas de lo fugaz donde ejecuto mis vaciados”.
Expresiones de este tipo no llaman tanto la
atención sobre las “piedras aéreas” o “las cuencas de lo fugaz”, como en la
ostentación del yo que las propone. Se le podría atribuir una gastada estirpe
vanguardista, pero quizá esto sea menos importante que la simple constatación
de que el mundo que nos presenta no transcurre en el sosiego sino en el
deslumbramiento. El título mismo del libro puede darnos una idea: la poesía de
Omar Castillo es una poesía exclamativa.
Paradójicamente, la homogeneidad de esta
poesía se caracteriza por su insistencia en la desarticulación del yo poético y
del mundo, tal y como lo muestran los versos siguientes: “Dislocado / atrapada
mi cabeza por redes de vientos”, “embriaguez del espejo dislocado / en sus
lenguas”. A partir de aquí surge una contradicción insoluble: ¿cómo introducir
la desarticulación del yo y del mundo en el espacio de por sí articulado del
lenguaje?, ¿cómo descoyuntar completamente la imagen para rozar al menos un
espacio que subsiste un palmo más allá del orden que establecen las
palabras? En la composición que da
título al libro se expresa claramente esta problemática:
“Se puede
horadar el verso. Obstaculizar la imagen. Dislocarla. Aflojar la cuerda de sus
palabras. Y aún así no llegar al poema”.
Poéticas de otros autores se han ocupado en
esta problemática. En la obra de Álvaro Mutis el poema se produce un instante
antes de disolverse en el caos o en la nada. En la de Jorge Luis Borges, el
poema es escrito por muchos hombres y constituye una inconcebible unidad. Entre
la homogeneidad y la desarticulación en el caso de Omar Castillo.
[En Boletín Cultural y
Bibliográfico Banco de la República, Bogotá, volumen XXIV, número 10, 1987.]
4. LUIS IVÁN BEDOYA
Podría intentarse una descripción de la
experiencia de una lectura de todos estos textos con frases como “en la
expandida y convincente oscuridad las palabras llegan a ser palpables como una
pastilla que es demasiado venenosa para tragársela”, “son gotas que caen de una
pesadilla y destellan en su caída al capturar las chispas de espejos
evanescentes”, “se trata de articulaciones desnudas en las que se mata casi
toda convención “, “suenan en ellos voces como hojas que buscaran su perdido
libro”, “después de leerlos se regresa a la soledad en medio del caos, mientras
el silencio de la espera se atreve a conjeturar que nadie lo sabe, que
nunca se sabe.
EL INFORME de Omar Castillo se desliza
fríamente sobre la superficie de las cosas. La obstinación de su mirada extraña
enteramente, la ilusión de referencias más allá o más acá de las cosas
“primarias” que violentan una existencia suspendida en el abismo de la ciudad.
La condición de estos textos se transmite
al lector directa y desnudamente, como una estrategia de expansión o
realización en varias formas del puro y simple título: Informe.
Todo el libro está construido como un
sólido reporte en el cual cada parte es una cuidada pieza de una “máquina”
polifónica en la que se ignoran o se borran irónicamente, todas las señales de
la repetida e insoportable cacofonía de la interioridad.
[En Informe, primera edición, Otras
Palabras, Medellín, septiembre de 1987.]
5. JOSÉ LÓPEZ RUEDA
Es paradójico que quienes se proponían
romper con el pasado, hayan constituido ya, sin poder remediarlo, una tradición
que tiene por lo menos sesenta años. Me refiero al movimiento surrealista que
iniciaba oficialmente su andadura revolucionaria en 1924 con el Primer Manifiesto
de André Bretón. Es bien sabido que el surrealismo repercutió ampliamente en
los países de habla hispana y, desde luego, en contra de lo que suelen decir
algunos críticos, el Lorca de Poeta en Nueva York, el Aleixandre de Pasión
de la tierra, el Alberti de Sobre los ángeles y tantos otros, son
surrealistas. Y digo que lo son porque el surrealismo no es solamente el
automatismo en la escritura. Se puede ser surrealista utilizando materiales del
inconsciente manipulados y construidos por la conciencia artística. Si esto no
fuera así, no existiría la pintura surrealista, que evidentemente pesca sus
temas en el inconsciente de los sueños, pero los somete a cuidadosa
elaboración. Pensemos en Salvador Dalí. Pues bien, en este sentido creo yo que Relatos
de Axofalas se inscribe dentro de la corriente mencionada y boga en ese
gran río de poesía subterránea, ya navegado por Rimbaud, Nerval —“Le
Ténebreux”, “Le Veuf”—, y Lautréamont. La plaqueta de Omar Castillo se abre con
un poema titulado “Relato que signa”, en que el hablante lírico es un
misterioso rey llamado Axofalas que se siente feliz en medio de la
pesadilla que es su vida.
“Soy un rey” / nos dice / “¿Acaso Axofalas?
/ Antiguo / Tan antiguo como el hombre / Tras mis vestiduras se esconde una
piel casposa / Que hiere en la caricia / Aunque también soy tierno así me falte
el falo / ¿Lo perdí en una riña? / Si mal no recuerdo / En los bajos fondos de
un país por aquellas épocas recién penetrado por mí / En su lugar han crecido
víboras / Con su veneno han sido engendrados mis hijos / Mírenlos / Cómo se
arrastran / Qué bellos / Y mis mujeres son las más felices / Cuando
les clavo las uñas en sus senos...”. Como puede verse, nos hallamos ante la
estética de la crueldad, tan cara al Conde de Lautréamont en sus célebres Cantos.
Detrás de Axofalas está Maldoror y, por supuesto, el divino
Marqués. Por cierto, que en este gusto por lo terrible, situado en un tiempo
indeterminado y legendario, tiene Omar Castillo un precedente en los poemas en
prosa de José Antonio Ramos Sucre, el poeta venezolano que se suicidó en
Ginebra en 1930. Sin embargo, hay algo más en estos poemas-relatos: me refiero
a cierta atmósfera de misterio, vaguedad y pesadilla que transmiten al lector
el miedo y la angustia del narrador. Las historias y los personajes están
siempre difuminados, borrosos, como vistos a través de la niebla. En algún
caso, como en “Relato en la estructura incisiva”, no encontramos una narración,
sino una especie de letanía obsesionante que nos describe de forma abstracta el
paisaje de la desolación y el vacío. Leyendo estos textos, nos preguntamos si
no serán una expresión inconsciente de la terrible violencia que azota
cotidianamente la vida de la sociedad colombiana hace ya varias décadas. Y más
si el libro está publicado en Medellín.
[En Valoración de la palabra,
No 27, Madrid, junio de 1992.]
La única ética del
ser es la intensidad
Roberto Juarroz
En el poema descansa un destino de
revelación, en su particular manera de decir, el mundo asume la máscara de la
palabra y la traduce en imagen, es en esta en la que se ha depositado la
función del descubrir, del hacer visible. Pero, ¿qué es lo que nos ofrece como
visión el poeta?, ¿cuál es su verdad y por qué merece ser comunicada?
La poesía como ejercicio creador nada puede
contener como afirmación irrefutable de una totalidad, es ella puro devenir,
fervor, celebración y duelo, paciencia y duda. Su verdad no está en la
habilidad de exponer unas premisas, sino quizás en todo lo contrario, en el
hallazgo de una intensidad, en la certeza de sabernos huérfanos del mundo,
desamparados ante tantos absolutos (los de la ciencia, los del poder... los
ofrecidos por las instituciones).
La obra de Omar Castillo es quizás un buen
camino para conducirnos a ese lugar que más que patria es abandono, espacio
vértigo “Donde la conciencia articula el enigma”.
El poeta ha hecho de su vida la señal de su
búsqueda, el que hace del lenguaje una pregunta se reconoce en su humanidad, se
arriesga a forzar la comprensión aunque sea sólo para lograr decirse por un
instante.
Pero, ¿cómo forzar el sentido de una
palabra que es pura fisura? Precisamente es en esta especial manera de darle
cuerpo a su universo poético como es posible hallar la consistencia de su
preguntar, reconciliarnos con eso que no es salvación... El poema no puede
servir para nada en el sentido en que nos son útiles las cosas del mundo; el
poema no es un manual para sacarnos de apuros, sin embargo, el poeta “no se
puede resignar al silencio”.
Omar Castillo sabe que su espacio es el del
lenguaje; una conciencia aquí que opera como razón le ha hecho asumir con el
rigor que se requiere el oficio de escribir. En tiempos en que la palabra se
manosea y el pudor no es sino una existencia en sus inventarios, el poeta se la
ha jugado por la mesura y la pulcritud; escribir sin someter la palabra a su
sinsentido es la exigencia que se hace el creador, pero esta decisión tiene sus
costos, la escritura es inclemente: “Una palabra más y arde mi cabeza para
siempre”.
Con la soledad que encuentra aquel que es
capaz de callar, Omar Castillo ha hecho su obra. Como un guerrero, el fracaso
lo lleva a la vida y es quizás en esta paradoja donde es posible intuir la
verdad del poema. El fragmento y la escritura que lo hace posible contienen el
estremecimiento, lo demás es la anécdota, tan lejana de todo hacer artístico.
Pero no podemos conformarnos con reconocer
en el espacio de esta escritura un pudor y una mesura; no, si bien estas son
características que dan cuenta de la manera que tiene el poeta de encontrarse
con el lenguaje; el resultado de esta relación es vigoroso, en sus textos el
fulgor es un encuentro, metáfora de lo hallado, experiencia íntima que en su
comunicación comparte la otredad.
Aquí también la escritura fragmentaria es
la visualización del momento soberano batalliano en el que una verdad nos
arroja al mundo para dejarnos allí al amparo de su única posibilidad, la
experiencia, el instante como totalidad, lo demás es tránsito. Su voluntad ha
sido la de la eternidad del ahora, de ahí que la afirmación de lo que deviene
se convierta en obsesión; recordamos entonces algunos fragmentos de su
escritura: “Insuficiente es el secreto del fuego para decir el poema”,
“Carcajada de un dios en agonía finita”, “Soy el holgazán del mundo, al cruce
de todos los tiempos” o “Que a nuestro paso el mundo se estremezca”.
El trabajo de Omar Castillo con el poema es
su manera de responder al enigma del mundo; la develación está cargada de un
furor que estremece el vacío, su voz ampara un saber del mundo, la vida que es
aquí puro gasto —ya lo habíamos afirmado— se corresponde con su obra; el poema
no es inocente, se ha decantado en la lectura, en la discusión, a su escritura
la antecede una terca relación con el mundo, el riesgo ineludible de entregarse
a la intensidad.
[En Babel
No 6, Medellín, septiembre de 2005.]
7. ÓSCAR CASTRO GARCÍA
Omar Castillo ha dedicado gran parte de su vida a la poesía.
Puede afirmarse que ésta es su documento de identidad.
Es la suya una poesía de la oquedad, de
las cavernas, de las ciudades, y de los orígenes de la humanidad, del fuego y
de la palabra misma. Es el canto que busca el momento inicial, cósmico, mítico.
Otros asuntos también recorren la
poesía de Omar Castillo: la ciudad con su tráfago, sus especies, sus delirios,
sus encantos. El hombre en ella, como un extraño, títere en un laberinto de
puentes, calles, edificios y soledades, anonimatos y encuentros fugaces. La
soledad es el precio de la ciudad. El viaje, el modo de ser. El comercio, el
mayor delito. El caos, el hábitat. Y, por encima, hay quienes algún lucro sacan
del desorden, de la violencia, del consumo y de la miseria. Quedan algunos
refugios: el mundo interior, el encuentro erótico, la infancia, el bar, la
poesía, y la eterna lucha entre la permanencia y la fugacidad, la rutina y la
eternidad, lo efímero y el recuerdo, el enigma y su desciframiento.
Y en el recuerdo cobran vida también
estos poemas entrañables, las pocas grandes obras de quienes ya partieron, los
amores sencillos y esplendorosos con que los dioses nos premiaron en la tierra,
la compañía de los amigos, los paisajes de nuestra geografía, los rostros de la
gente anónima, algunas calles, ciertos momentos en parques o tabernas, los
amaneceres, los atardeceres lluviosos o calurosos... Y, de nuevo, esta poesía
de Omar Castillo, que acentúa siempre el sabor agridulce de la vida, el mismo
que advertimos con inquietud cada que despertamos, o en nuestro más profundo
sueño.
[En Babel No 6, Medellín, septiembre de 2005.]
Buscamos algo
que nos ha encontrado
Jim Morrison
Y es en Poema de New York en donde un furtivo
inmigrante llega en invierno, unos meses, 16 semanas, 16 instantes de memoria
que construyen este texto directo, lacónico, hecho en un círculo de silencio en
medio de la algarabía de hablas extrañas, tratando de “hacer sonar la memoria
de Babel” que es esta City.
De
la mano de este caminante asistimos a los íconos de una ciudad que lee y
escribe sus propósitos en las vallas de Times Square como tablas de ley que
rigen “El cómo y el cuándo de cada acto / De cada representación en el arsenal
cotidiano”. En la calle, multitud tumultuosa vomitada desde el subway;
algarabía seductora, pero también frontera de lenguaje para el poeta que
escucha sonidos como música incidental de una locación que provoca el poema:
“Olores a comidas
Avisos fijados en las
paredes
Buzones de correo
Señales de tráfico
Bolsas de basura
Escombros todos hacen señas e indican
Un sentido o su
ausencia”
En
este momento de la lectura es cuando la intuición se vuelve certeza. Esta City
narrada dialoga con aquél iconográfico libro Informe, escrito por Omar Castillo en 1987 y que es sedimento,
soporte, “pasadizo” para hurgar en las rutas descritas que nos anuncia su obra
hoy. Y gracias a este ir y venir entre Informe y Poema
de New York es que podemos dimensionar una escritura que pasa del balbuceo
al abismo, de la cámara subjetiva y el traveling al lento caminar, del zoom in
del rostro arrugado de billete al zoom out de un paisaje de Hopper:
“De súbito
Una parada de bus
recuerda un paisaje
Que no pudo pintar
Hopper los trajes
Haciendo fila
Cubriéndose del frío”
En
Informe son las 11:30 am, en Poema de New York son las 11:30 pm y,
juego, “no es insinuación”. Allí, se deja el “Café a medio consumir en la prisa
/ por llegar puntual”. Aquí, la velocidad es el afuera y el poema es magma que
abrasa, que petrifica el momento. Allí, el poema es revelación de mundos y
rebelación contra el mundo que no admite miradas interiores. Aquí, es una toma
conciente de abismos y riesgos que despojan al poeta de su torre para dejarlo a
ras nuestro confesando que está allí “Porque necesitaba el tejido / Para el
recuerdo / De un olvido”. Así el poeta, el poema y sus ciudades, New York,
Medellín. Él, cargado con su historia y con la histeria que le recuerda que el
azar lo lleva a la orilla de un mar oscuro, un mar que esculpe a New York como
su poema esculpe su ser, dejándole a la deriva para una evocación:
“Y en el tráfico que
hace esta City
Suceden versos que el
inmigrante
Hubiera escrito de haber
Con el dolor y
revelación que los implican
Vivido
He
Ahora memorizo que
No estás
O que estás
Fuertemente
Lejos
De
mí tu cabeza
De piedra
Tus
Dientes para el agua
Aquel puñado de hierba negra
Que te barre la frente
Mi querido León Pizano
Todo invasor resulta
invadido
En tanto
El mar regresa con lo
esculpido”
Ahí,
la New York de Omar Castillo, en silencio, esculpida con sus restos, tal como
la poesía esculpe el “nido de avispas” que es el mundo interior del poeta
descrito en el numeral VII de su libro inédito Romance de la ciudad, y publicado en el número 11 de la revista Interregno en septiembre de 1997.
Él,
reacio aún a la mueca para la posteridad, él que dejó que sus dados se hicieran
añicos para recibir el asombro.
Así,
Poema de New York, piel
excavada, cruz de la moneda cuya cara es
Informe.
[En diverCiudad, Ateneo Porfirio Barba
Jacob, Medellín, mayo de 2007.]
Organização
a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista
convidado | Guillermo Wiedemann (Colômbia, 1905-1969)
Imagens
© Acervo Resto do Mundo
Esta
edição integra o projeto de séries especiais da Agulha
Revista de Cultura, assim estruturado:
1
PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2
VIAGENS DO SURREALISMO, I
3
O RIO DA MEMÓRIA, I
4
VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5
VOZES POÉTICAS
6
PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7
VIAGENS DO SURREALISMO, II
8
O RIO DA MEMÓRIA, II
9
SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
A Agulha
Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial
de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de
Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua
espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas
de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a
coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.
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