Recuerdo la salida de la
adolescencia, a los 17 años, como la edad más dolorosa de esa muchacha que fui.
Tenía muchas ganas de todo, una conciencia bastante despierta y un duelo
personal e íntimo conmigo misma y con lo que me rodeaba.
BLANCA VARELA
Con estas palabras Blanca Varela anuncia lo que sería su poética,
construida con avaricia y maestría verbal a lo largo de cuatro décadas: un
duelo personal y un ajuste de cuentas consigo misma y con la realidad. Escribir
poesía: casi una enfermedad irremediable, declaró en marzo de 2001 al recibir
el premio de poesía Octavio Paz en Ciudad de México.
Dice Hugo Friedrich, en su consultadísimo libro sobre la estructura de
la lírica moderna, que para definir un poema moderno es preciso detenerse más
en el estudio de su técnica expresiva que en sus contenidos, y que lo único que
se debe aconsejar al neófito es que intente acostumbrar sus ojos a la
oscuridad o a un inevitable shock, producto de la tensión
disonante del ir y venir de la gran realidad a la gran abstracción. La
poesía contemporánea parece carecer de lógica, no describe sentimientos o
vivencias -como lo hicieron los poetas románticos hace más de doscientos años-,
y mucho menos sensaciones familiares, aunque también exista este tipo de
poesía, y otras que, con un estilo post pop, hacen versos a las
hamburguesas del Mc Donald’s. Quizá la tesis de Friedrich sólo podría aplicarse
ya a la producción poética de la primera mitad del siglo XX.
Blanca Varela (Lima, 1926) ingresó a la Universidad de San Marcos en una
época difícil para una mujer, casi una niña:
en un mundo de jóvenes bárbaros que se preparaban para ser hombres con
mayúscula. Como a cualquier jovencita, me gustaban la música, el baile, y los muchachos
muy guapos; pero, al mismo tiempo, tenía una vida secreta, bastante
terrible, que era una suerte de conciencia insomne que no me daba tregua y que,
mezclada con un obsesivo delirio interpretativo, me hacía la vida imposible, a
menos que no lo colocara sobre papelitos, servilletas de papel, cajetillas
rotas apresuradamente y convertidas en minúsculas páginas, en donde depositaba
ciertas palabras, frases desordenadas y hasta alguna ilegible obscenidad (Blanca Varela. Encuesta, 1981).
Ella asegura que fue el poeta Sebastián Salazar Bondy quien poco a poco
le hizo ver que lo que intentaba escribir era poesía.
A fines de los años cincuenta, Varela publica Ese puerto existe (1959)
y durante muchos años se mantuvo en un aislamiento voluntario. Sabemos que de
muy joven leyó a Quevedo, García Lorca, Rilke, Martín Adán, Nerval, Góngora,
Cernuda, Mallarmé y Eliot, autores que le fueron "regalados" por sus
amigos escritores cuando estudiaba en la Universidad de San Marcos, en Lima.
Con Sebastián Salazar Bondy, Sologuren, Eielson y Bendezú, la joven Blanca
descubre la Lima bohemia de antes de los años cincuenta, una juventud que se
reunía en la peña Pancho Fierro, un lugar extrañísimo, recuerda: "Era algo
así como una tienda vieja, con un portón estrecho, bajo y cerrado que sólo
abría a medias para dejarnos pasar a las siete de la noche" (ibíd.).
Ahí, a media luz se reunían las hermanas Bustamante, José María
Arguedas, Westphalen, Moro, Julia Codesido, Sérvulo, Sabogal, Grau, poetas,
novelistas y artistas plásticos que platicaban sobre el Perú y a quienes la
joven Blanca escuchaba con respeto. Por la peña también pasaron importantes
personalidades del mundo literario como Pedro Salinas y Dámaso Alonso.
Pero la peña no fue solamente un lugar donde
compartimos bailes e ingeniosos pasatiempos. Creo firmemente que allí escuché y
aprendí cosas muy importantes sobre el Perú y a sentirlo como una verdad muy
oscura, honda, dolorosa y casi impronunciable. Eso es lo que fue, un asedio
apasionado, trágico y no exento de esperanza, a este horrible y amado país
nuestro (ibíd.)
Esta bohemia formativa se encuentra en la base de su talento poético que
se descubrirá más tarde en París bajo el influjo y estímulo de Octavio Paz. Es
él incluso quien dará título a su primer libro que prologó tan magníficamente.
En París se viven los años del existencialismo, la época del café Flore
al que asisten regularmente Cortázar, Paz, Varela y Sziszlo, su esposo. Esta bohemia
no afecta su aislamiento posterior. Durante muchos años Varela se negó a
otorgar entrevistas y a dar recitales públicos.
Al referirse a esa época, Paz dice en Destiempos:
No eran tiempos felices aquellos. Habíamos salido de los años de guerra
pero ninguna puerta se abrió ante nosotros: sólo un túnel largo (el mismo de
ahora, aunque más pobre y desnudo, el mismo túnel sin salida) (...) Rechazados,
buscábamos otra salida, no hacia afuera sino hacia adentro. Tampoco adentro
había nadie: sólo la mirada, sólo el desierto de la mirada. Nos íbamos a las
calles, a los cafés, a los bares, al gas neón - y también por un instinto que
no hay más remedio que llamra electivo- a veces reconocíamos en un desconocido
a uno de los nuestros. Se formaban así, lentamente, pequeños grupos abiertos.
Nada nos unía, excepto la búsqueda, el tedio, la desesperación, el deseo. En el
Hotel des Etats-Unis oíamos jazz, bebíamos vino blanco y ron, bailábamos (...)
No creíamos en el arte. Pero creíamos en la eficacia de la palabra, en el poder
del signo. El poema o el cuadro eran exorcismos, conjuros contra el desierto,
conjuros contra el ruido, la nada, el bostezo, el klaxon, la bomba. Escribir
era defenderse, defender la vida. La poesía era un acto de legítima defensa.
(...) En aquellos tiempos todos cantamos. Y entre estos cantos, el canto
solitario de una muchacha peruana: Blanca Varela. El más secreto y tímido, el
más natural. Diez años después, un poco contra su voluntad, casi empujada por
sus amigos, Blanca Varela se decide a publicar un pequeño libro. Esta colección
reúne poemas de aquella época y otros más recientes, todos ellos unidos por el
mismo admirable rigor (Paz, 1966).
Blanca Varela es una poeta que no se complace en sus hallazgos ni se
embriaga con su canto, escribe Octavio Paz, y añade que su poesía no explica ni
razona pero tampoco es una confidencia, es una piedra negra tatuada por el
fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad. también una exploración de la
propia conciencia.
Para Blanca Varela, la ironía es una máscara. Pero no sólo la ironía,
también el humor negro y el escepticismo. Esto se observa en Jorge Eduardo
Eielson. Ambos poetas develan la necesidad de la compostura, de no perder los
papeles.
El límite es exigente, irreversible, no tolera la desmesura en la mujer.
Pocas veces se lee un texto lacerante como Del orden de las
cosas, lacerante en sentido inverso a la pasión, si es posible sentir
pasión cuando dejamos de creer en la desesperación, o cuando la desesperación
se codifica, se transforma en cifra, en postura, en compostura. La realidad es
orden, es matemática o es desorden, vacío en el orden, como anota bien Brecht:
"donde en el sitio adecuado no hay nada, allí hay orden".
Y es lacerante porque no hay cabida para la desesperación y existe temor
al grito, o lo que es más arriesgado: existe temor a que en el lenguaje poético
este grito sea panfletario, huachafo, parodia de un grito. Por lo tanto, la
poeta se ironiza a sí misma y es implacable con sus debilidades, con la
angustia y el vacío.
La pasión de la no desesperación se nos muestra mediante el humor negro
y la descreencia. Queda la herida, pero no una que excluye el sufrimiento, que
es manar, que es dialéctico:
Hasta la desesperación requiere un cierto orden. Si pongo un número
contra un muro y lo ametrallo soy un individuo responsable. Le he quitado un
elemento peligroso a la realidad. No me queda entonces sino asumir lo que
queda: el mundo con un número menos (Varela, 1966).
La poesía que habla de la poesía, el arte que se nombra a sí mismo a
través de la tensión creadora es habitual a la lírica de final del siglo XX:
El orden en materia de creación no es diferente. Hay diversas posturas
para encarar este problema, pero todas a la larga se equivalen. Me acuesto en
una cama o en el campo, al aire libre. Miro hacia arriba y ya está la máquina
funcionando. Un gran ideal o una pequeña intuición van pendiente abajo. Su
única misión es conseguir llenar el cielo natural o falso.
Hay que saber perder con orden. Ese es el primer paso. El abc. Se habrá
logrado una postura sólida. Piernas arriba o piernas abajo, lo importante,
repito, es que sea sólida, permanente.
Volviendo a la desesperación: una desesperación auténtica no se consigue
de la noche a la mañana. Hay quienes necesitan toda una vida para obtenerla. No
hablemos de esa pequeña desesperación que se enciende y se apaga como una
luciérnaga. basta una luz más fuerte, un ruido, un golpe de viento, para que
retroceda y se desvanezca.
Y ya con esto hemos avanzado algo. Hemos aprendido a no perder
conservando una postura sólida y creemos en la eficacia de una desesperación
permanente.
La aventura se deja pasar al privilegiar la creación:
Llaman a la puerta. No importa. No perdamos las esperanzas. Es cierto
que se borró el primer grupo, se apagó la luz de arriba. Pero se debe
contestar, desesperadamente, conservando la posición correcta (bocarriba, etc.)
y llenos de fe ¿quién es?
Con seguridad el intruso se habrá marchado sin esperar nuestra voz. Así
es siempre. No nos queda sino volver a empezar en el orden señalado.
Crear es la única pasión que se reconoce en el poema. Lo de fuera debe
permanecer en el exterior esperando o desapareciendo para siempre. Este texto
es, quizá, el que mejor habla de la vida retirada y recelosa de la poeta, en
los años sesenta, y de su venganza contra la realidad circundante, así como de
su vida mesurada que reproduce una desesperación alcanzada paso a paso.
En otros poetas de la misma generación el tema vuelve obsesivamente,
como en Eielson: "De nada sirve escribir siempre sobre sí mismo / o de lo
que no se tiene / o se recuerda".
Sin embargo, esa mirada introspectiva se logra sin tanto orden en otros
poemas de Blanca Varela. Hay que destacar también que, a partir de los años
ochenta, la poeta concede entrevistas, asiste a recitales y tiene una actitud
distinta frente a la realidad exterior. Entonces la realidad se confunde con el
mundo de los intrusos y el verso elegante da la mano a la prosa siempre
democrática.
Valses y otras falsas confesiones es su tercer libro, publicado luego de
un paréntesis de nueve años.
En el poema que abre el volumen, la autora combina seductoramente la
poesía y la prosa en dos primeros planos: Lima - Nueva York; en dos referentes:
el mundo de los negros y el jazz -el mundo sudamericano y los valses; el
cosmopolitismo y el provincianismo; la vida cotidiana- y la tragedia; el mundo
subjetivo y la realidad objetiva; la metrópolis, que es Lima, con la
megalópolis que es Nueva York; las torres de Wall Street con las enredaderas de
Barranco. Es una especie de montaje en el que el orden se fragmenta mediante
evocaciones repentinas y diálogos fugaces. El poema termina con una imprecación
a su ciudad natal, como bien observa José Miguel Oviedo: "la sordidez de
la vasta urbe sugiere a la memoria algo irreal que asocia con un decorado de
teatro".
Lima se ve como una mendiga desdentada, a la que se odia y aborrece.
En Valses y otras falsas confesiones también se
confronta otra realidad no por desconocida menos dura e inflexible:
Yo estaba en Bleeker Street, con un pan italiano bajo el brazo. Primero
escuché sirenas, luego cerraron la calle que dejé atrás. Alguien se había
arrojado por una ventana.
Seguí caminando. No pude evitarlo. Iba cantando. "Mi noche ya no es
noche por lo oscura".
A unos cuantos pasos de esa esquina, de esa casa, bajo esa misma ventana
alta y negra, la noche anterior había comprado salchichas y cebollas.
Blanca Varela recurre a la distensión. Mezcla términos vulgares y
acontecimientos trágicos: un suicidio y un paquete de salchichas. Su poesía
también es un reconocimiento del erotismo, pero al igual que Eielson lo hace
con un amor desencantado que aprende la soledad y el desarraigo desde el cuerpo
mismo. En la obra de Varela este desarraigo gira en torno a un sentimiento de
culpa que se expresa a su vez como un canto fúnebre. La ironía anterior se
convierte en elegía. Y es cruel, lapidaria:
Ve lo que has hecho de mí, la
santa más pobre del museo,
la de la última sala, junto a las letrinas, la de la herida negra
como un ojo bajo el seno izquierdo.
la de la última sala, junto a las letrinas, la de la herida negra
como un ojo bajo el seno izquierdo.
Ve lo que has hecho de mí, la
madre que devora a sus crías,
la que se traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar
en cada luna, la que sangra todos los días del año.
la que se traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar
en cada luna, la que sangra todos los días del año.
Según el crítico Ricardo González Vigil, Varela "despliega un
universo asfixiante y amargo, obsesivamente lacerado por el dolor, la muerte,
la frustración y la náusea de existir sin vivir cabalmente". Su Canto
Villano, editado en 1978, es "un cantar de ciego", de apestado,
de inválido: "Cuál es la luz / cuál es la sombra". Con estos versos
se inicia de una manera vaga, imprecisa, monocorde en la que se instala una
gran duda ante el silencio.
En "Camino a Babel" y "Monsieur Monod no sabe
cantar", abraza la duda con desesperación, golpea, ama, se revuelca en una
risa sorda, irónica.
"Monsieur Monod no sabe cantar" alude a la ciencia que es
"exacta", que no sabe cantar y se aleja de la poesía. Pero como la
poesía, el azar objetivo y la ciencia están impulsados por la manifestación de
la necesidad. El poema termina parodiando a Quevedo ("polvo seremos más
polvo enamorado") en el lenguaje del biólogo Jacques Monod, autor de El
azar y la necesidad, y a modo de síntesis recoge la poesía y la ciencia, la
libertad humana y la necesidad: "porque ácido ribonucleico somos / pero
ácido ribonucleico enamorado siempre".
Es, además, una respuesta al amado, a quien reclama con acritud:
querido mío
adoro todo lo que no es mío
tú por ejemplo
con tu piel de asno sobre el alma
y esas alas de cera que te regalé
y que jamás te atreviste a usar
no sabes cómo me arrepiento de mis virtudes
adoro todo lo que no es mío
tú por ejemplo
con tu piel de asno sobre el alma
y esas alas de cera que te regalé
y que jamás te atreviste a usar
no sabes cómo me arrepiento de mis virtudes
En 1996 se publica bajo el mismo título de Canto Villano,
lleno de reminiscencias goliardas, la obra completa de Blanca Varela. Se
incluyen Ejercicios materiales y El libro de barro,
publicados en 1993. La poesía de Varela goza de buena salud. A fines del
milenio nos hizo llegar Concierto animal, su última entrega poética
inspirada en el fallecimiento de su hijo Lorenzo.
Canto
Villano reúne su producción poética
de 1949 a 1994. Villano el canto de los estudiantes mendigos de la Edad Media
que iban de taberna en taberna celebrando los goces de la carne y los sentidos;
villano François Villon, poeta de los arrabales de París, de prostitutas y
truhanes... villanos, pícaros, rebeldes como la voz del ángel ciego o dormido
que recorre el libro, por su autorretrato de escarnio y porque en todos los
poemas de Varela, igual que en la poesía goliarda, hay también un fondo
perverso, de reflexión y reserva.
Desde la aparición de Ese puerto existe, su primer poemario,
concebido cuando en el Perú nadie conocía la televisión, hasta El libro de
barro, en una Lima invadida de teléfonos celulares y de secuestros al paso, ha
transcurrido casi medio siglo, y aquel ángel ciego o dormido, personaje a veces
goyesco, a veces kafkiano, ha caminado de lo claro a lo oscuro, de un yo lírico
masculino a un sujeto neutro, configurando un universo heterogéneo, pero
sólido, con un estilo único y ejemplar.
Valses
y otras confesiones (1964 - 1971) es el
libro que marca el tránsito de una poética simbólica a una más sincrética
-aunque no más accesible ni fácil de definir-, donde se dan cita
fragmentos de valses criollos, un poco de jazz y blues, algunas frases
folletinescas, murmuraciones color rosa, lo coloquial y lo puramente lírico.
Es a partir de Canto Villano que percibimos una
oscuridad deliberada, distinta a la de sus primeros versos más elípticos y
donde la realidad objetiva se criba cuidadosamente. El sarcasmo y el dolor de
"Monsieur Monod no sabe cantar", "Crucificción" y
"Camino a Babel" Fragmentan la realidad siempre con gran rigor
estético.
William Rowe habla de la semántica del sufrimiento cuando se refiere al
dolor como signo cultural: estado de ánimo más percepción física.
Sus versos son como un gran bisturí que hurga en un cuerpo doloroso, en
una superficie árida y seca.
En "Ternera acosada por tábanos" de Ejercicios materiales, la
impresión que nos causa es más desorientadora aún. Se percibe la mezcla de múltiples
factores: la extrañeza ante la vida, el absurdo, la plasticidad expresionista,
el instante revelador invadido de mística. La poeta persigue ahora el objeto
poético y o atrapa con un solo movimiento, de un solo zarpazo. No sabemos si
aquella ternera llevando a cuestas un halo de sucia luz y coronada de moscas es
una niña, un animal o la vida. Lo que importa es que más allá de todo
simbolismo se nos impone su visión en un intolerable mediodía, lo tangible y
concreto de su visión:
podría describirla
¿tenía nariz ojos boca oídos?
¿tenía pies, cabeza?
¿tenía extremidades?
¿tenía nariz ojos boca oídos?
¿tenía pies, cabeza?
¿tenía extremidades?
sólo recuerdo al animal más
tierno
llevando a cuestas
como otra piel
aquel halo de sucia luz
llevando a cuestas
como otra piel
aquel halo de sucia luz
voraces aladas
sedientas bestezuelas
infamantes ángeles zumbadores
la perseguían
sedientas bestezuelas
infamantes ángeles zumbadores
la perseguían
era la tierra ajena y la carne
de nadie
tras la legaña
me deslumbró el milagro mortecino
la víspera el instinto la mirada
el sol nonato
me deslumbró el milagro mortecino
la víspera el instinto la mirada
el sol nonato
¿era una niña un animal una
idea?
ah señor
qué horrible dolor en los ojos
qué agua amarga en la boca
de aquel intolerable mediodía
en que más rápida más lenta
más antigua y oscura que la muerte
a mi lado
coronada de moscas
pasó la vida
qué horrible dolor en los ojos
qué agua amarga en la boca
de aquel intolerable mediodía
en que más rápida más lenta
más antigua y oscura que la muerte
a mi lado
coronada de moscas
pasó la vida
"La muerte viste a la novia" es también un hermoso poema
enigmático, cuyo título nos remite, a través de una figura inversa, a la no
menos misteriosa novia desnudada por sus solteros de Marcel Duchamp. Quizá a
ambos los una sólo su recalcitrante hermetismo; en todo caso, la poesía de
Blanca Varela tiene una relación estrecha con la plástica, no para imitarla ni
para describirla, sino para sugerirnos una vibración, un segundo de
escalofriante revelación que proviene únicamente de esta genial combinación de
gran realidad y gran abstracción.
..... Esta notable colección se cierra de manera impecable con "Basta de anécdotas, viandante", el último poema de El libro de barro, en el que hace una invocación al viandante para que se detenga y calle. Con este término finisecular, de estirpe baudeleriana, Blanca Varela nos acerca a la historia literaria, a los grandes caminantes como Basho, a los simples viajeros y navegantes, y también a sí misma, pues para llegar a ser joven -dice la poeta- se necesitan muchos años.
..... Esta notable colección se cierra de manera impecable con "Basta de anécdotas, viandante", el último poema de El libro de barro, en el que hace una invocación al viandante para que se detenga y calle. Con este término finisecular, de estirpe baudeleriana, Blanca Varela nos acerca a la historia literaria, a los grandes caminantes como Basho, a los simples viajeros y navegantes, y también a sí misma, pues para llegar a ser joven -dice la poeta- se necesitan muchos años.
Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Fernando de Szyszlo (Peru,
1925)
Agradecimentos: Hildebrando Perez Grande
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha
Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a
coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido
hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu
ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a
coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto
original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio
Simões.
Visite a nossa loja
Nenhum comentário:
Postar um comentário