sábado, 28 de abril de 2018

RAFAEL ÁNGEL HERRA | La palabra Amighetti se dice de muchas maneras



1. CIEGO HACIA LA NADA

Viaje hacia la noche
El tríptico Viaje hacia la noche, de Francisco Amighetti, evoca su poema de tres líneas escrito muchos años antes:

Hay un camino, y lo andaré yo solo,
el último trayecto, sin lazarillo,
ciego hacia la nada.

La autorreferencia, el trabajo del yo, sobre todo el autorretrato como se ve en estas dos obras independientes y con años de distancia entre sí–, retorna una y otra vez, en todas las técnicas que practicó Amighetti y en cada época. Poeta lírico y artista plástico, Amighetti mismo es material de su arte, recurrente. El último trayecto es breve, sin pretensión, queja radical frente a la infinitud. Viaje hacia la noche es la gran summa de temas y obsesiones. En uno y otro habla la misma voz, vive y protesta el mismo Francisco, siempre redivivo y siempre renovado. Observemos, sin embargo, un detalle: ni el tríptico es una ilustración del poema aparte de la desproporción entre ambos, ni el texto lírico es un pie de grabado. Son complementarios. Visto desde el final de la jornada, el poema, que parece premonitorio, esboza un tema destinado a perdurar, a volver, a mortificar y reproducirse en los tres grabados, y con la misma angustia.
El artista no cesa de reivindicarse. La construcción trinitaria es otra coincidencia. El poema ocupa tres versos; las cromoxilografías son tres: la triada es mágica, tal vez espontánea. Hubiera podido escribir un dístico o grabar una imagen, o varias. Pero se impuso el mero tres: como en las trilogías antiguas o en la trinidad cristiana que lleva impreso el sello de la muerte.
A este fantasma del número se suman los temas comunes: el camino, la soledad del caminante reiterada en el lazarillo ausente y en la ceguera de la nochey, como culminación, la nada al final. Solo un exceso creativo: en la terceraxilograf ía no hacía falta el dibujo de la calavera. Todo está dicho sin ella. Quizá el fuego de vivir necesitaba asumir la muerte, tematizándola más acá de las metáforas tranquilizadoras.
En todas sus vías de expresión, incluso en su palabra viva, Amighetti o, más bien, Francisco, fue artista siempre. Necesitó del arte para sobrevivir a sus pasiones.

2. DE PURO VIEJO ME HE VUELTO SANTO

La belleza de la vejez  
El día en que me decidí a conversar con el artista pensé en un título: Amighetti o la belleza de la vejez; pero sus palabras cobraron tal fuerza en el diálogo que casi me sentí obligado a callar quién sabe bajo el influjo de qué geniopara que solo se escucharan su voz y sus fantasmas.
Conversación  franca,  llena  de  humor,  optimista  por la vida y el trabajo. Los lectores permitirán que me limite a facilitar un encuentro íntimo con la persona en su más pura soledad. He cambiado el título inicial del texto, porque Amighetti, con su entusiasmo, con su contagiosa vitalidad, me dio una clave de la existencia cuando me dijo que un hombre de puro viejo se vuelve santo, una clave que se debe buscar más allá de la belleza.
Lo que pretendía ser el reportaje de una conversación íntima se ha convertido en un retrato de la vida. Lo interrogo sobre su trabajo reciente, pues sabemos que a sus 86 años sigue siendo artista:

Ha bajado la energía para trabajar, para pensar, para leer, el entusiasmo no ha disminuido sino la capacidad de trabajo. Lo de la creatividad tendrían que verlo las personas que están fuera; ya trabajo menos y puede ser por ese mismo cansancio que originan los años. Por más que me rebelo no puedo desafiar las leyes biológicas. La vejez es una edad muy rica mientras uno pueda aprovechar el caudal de la memoria y la memoria creadora, sobre todo; pero uno tampoco tiene el entusiasmo, la capacidad de trabajo, que están muy relacionados, así como ya no camino igual, ni subo las gradas de dos en dos; veo que la capacidad motora ha disminuido en , han aparecido ciertas cosas que me obligan a ver a los médicos. Puedo hablar de mi propia edad y de la vejez que he visto en los otros. He visto gente que camina arrastrando los pies... si sigo cumpliendo años aprendo instintivamente a arrastrar los pies.

La soledad creativa
A pesar de todo, a pesar de que es difícil vivir solo, este artista y poeta, que tan bien ha sabido relacionarse con los demás, reivindica la soledad:

Las cosas familiares tienen su sentido, aunque antes de- cía: yo no me dedico a abuelo, eso me ha pasado; sin embargo, respondo a veces yendo de visita, pero es una lata un hombre que ande detrás de la familia.

Esta soledad tiene el gusto de la nostalgia, de los temores. Los pequeños gritos del pasado se pegan en la memoria:

La vida interior se acrecienta mucho como añoranza, porque yo estoy más tiempo callado, leo menos, pero los recuerdos se acentúan mucho, sobre todo hay recuerdos que yo no quisiera tener y vienen con fuerza a perturbarme en la noche, en la tarde. El amanecer le infunde a uno alegría, la misma con que yo pintaba mis acuarelas.

Una de las preguntas que se le plantea al creador cuando llega a la etapa madura de su producción, cuando puede mirar el pasado con cierto desprendimiento y sin pasiones, se refiere a las tareas cumplidas, a lo que va quedando en la vida como una huella. Esta pregunta desemboca en la radicalidad del presente:

Asumo mi obra ya con cierta duda porque estoy en un cruce de caminos después de una crisis que tuve, tal vez no espiritual sino física. Para estar vivo yo necesito estar haciendo algo, me siento obligado, pero tampoco que se me vuelva una obligación estarme moviendo como un animal, continuamente, o estar caminando porque sí; tengo que sacar eso como una necesidad vital pero también con cierto agrado y no como una obligación penosa.

Siempre hay que ser optimista, ¿por qué no?

Me agrada haber hecho 24 años de grabado en madera en color; tengo una vista panorámica de la acuarela. Veo que retrospectivamente estoy vivo, pero no sé en el futuro… depende de los años que viva; por lo pronto me da frío; pero hasta cierto punto porque con más años llega un momento en que uno se enfría, quiere decir se muere.

Optimismo puro, aunque sea solitario, aunque sea una paradójica nostalgia del presente:

Yo quiero vivir en este piso de madera, asomarme a esta ventana, caminar por aquí, estar solo, aunque me pese la soledad en las noches, en determinado momento, porque no puedo encontrar la compañía; pero sí prefiero vivir solo en esta casa de madera y conservar mi independencia.

Su  soledad  es  voluntaria;  con  los  os  Amighetti  ha aprendido a protegerse, a tender un pequeño cerco:

Hay una compañía que es muy grata, me animo hablando con la gente, pero cuando me vienen a acompañar por acompañarme descubro que es mejor defender la soledad. Yo prefiero pasar por mis tristezas, como se decía en la época de los románicos. Me encanta vivir esa tristeza. Por ejemplo, la lluvia. El día del homenaje que me hizo la Universidad me encantó esa tempestad. Me encantó que la naturaleza me hiciera un homenaje y que las gentes atravesaran ríos que se inundan, cataratas del cielo, toda esa épica de la ecología me encantó que coincidiera con el homenaje. Siempre amo la lluvia aunque me moje. El sol me agobia los ojos, es estupendo en las horas dulces al amanecer, al anochecer, pero hay una hora meridiana en que veo el sol con cara hosca. Es cuando me pongo mis anteojos polarizados y parezco astronauta.

Razones para vivir
El artista asume con gusto la experiencia de vivir, y con cierta valentía, porque siempre me andan cuidando para que no esté solo. No me dejan hacer los viejos paseos, pero todavía es un placer físico desplazarme, subir gradas. Siempre me gusta abrir la puerta como te la acabo de abrir a vos, porque todavía es un placer físico sentir que me desplazo. Hay cosas que van desapareciendo y uno comprende que ya no puede hacer. Estoy comprendiendo a los viejos pues yo... me sentía joven y hacía cosas de joven, pero ya estoy com- prendiendo la vejez”.
La enfermedad, los médicos, la violencia de la curación destino casi inevitable de los seres vivos, como en el drama de los trágicos–:
He pasado cosas de la Inquisición con los médicos que probablemente me han salvado la vida la tortura de los aparatos modernos y la experiencia que pueden ellos tener para manejarlos: le tengo horror, pero es necesario”.
A veces la gravidez del pasado lo ata:
Renuncié en mi juventud a muchas cosas: mientras mis amigos iban a los bailes con las novias, yo me pasaba leyendo la Crítica de la razón pura, me estrujaba el cerebro. Me gustaba la belleza, el amor, pero también andaba buscando la luz entre los libros. Leí mucho en mi juventud. Ahora vivo del pasado, no tengo tiempo y la vista se me cansa mucho.
En cierta forma no dependo de mí, antes atravesaba las calles e iba a las librerías. Ahora estoy un poquito encarcelado por mis propios años”.
También lo ata el presente:
Me he ido adaptando a la vejez y no sabe uno cómo va a parar; uno dice, bueno, pues ahí llega la muerte tan callando... No le tengo tanto pavor a la vejez como las divas. Puedo ser un símbolo cultural todavía, pero no soy un símbolo sexual. Siempre hay razones, aún viejo, para seguir viviendo. Tal vez no las mismas razones que tenía antes, pero siempre, si uno pierde eso no le queda nada, solo el hastío”.
Y lo ata la fuerza de la cosas, como a casi todos los artistas cuando no se ha valorado a tiempo su obra: “No me desagrada. Así pasa también con otros artistas: si uno empieza a deteriorarse y a morirse, la obra empieza a valer un poco s. Es fácil ganarse la vida para el pintor, pero después de muerto, como dice Degas. Si no hubiera vivido 86 años nunca habría podido vender como para utilizar ese dinero y hacer un viaje”.
Descubrió muy temprano el grabado y lo ha cultivado durante un cuarto de siglo. Hizo el último dos años antes.
Le pregunto si no le haría bien buscarse un colaborador que le ayude a imprimir o a ejecutar ciertas obras bajo su dirección.
Yo ya no quiero meterme con ayudantes, no quiero forzar las cosas; lo que se acaba se acaba y ya le digo adiós; y si paso a otras cosas, paso; siempre es una incógnita la actividad creadora de uno, si es creadora y si sucede de alguna manera”.

Siempre joven
De pronto me siente muy serio, pues estoy embebido en la conversación y se entabla este pequeño diálogo:
Ya no preguntás cosas capciosas.
Ilústreme eso.
Bueno, cosas que me puedan comprometer.
–¿Quiere que lo comprometa con una pregunta capciosa?
Voy a cumplir cien años y vos siempre echándome a perder”.
Pienso otra vez en su frase: de puro viejo me he vuelto santo. Sí: santo de eterna juventud. Con las pasiones del joven se defiende contra la imagen de los viejos adocenados, solemnes.
Me defiendo en mi casa, con mi soledad, frente a una ventana donde veo la lluvia, donde veo abrirse las mañanas como flores lindas”.
La niñez fue feliz. La vida fue difícil a partir de la adolescencia. “Se murió mi padre, se quemó mi casa, nos quedamos pobrísimos. Hablo del hambre. He padecido tanta hambre”. Y a pesar de esta hambre, a pesar de otras angustias, Amighetti se siente contento con la vida.
A veces descubro que hago cosas que no debí haber hecho. Desgraciadamente hay ciertas evocaciones que me llegan a media noche, como una acusación, a perturbarme, sobre el trabajo, sobre mi vida, tal vez no he hecho maldades sino que me he equivocado –por temor, por cobardía, por error–. Llegan así de golpe, no es que tenga un poder espiritista de invocarlas, es que llegan y se filtran en la noche”.
El insomnio existencial ayuda a la invención.
Cuando uno camina solo, se asoma a las ventanas y la esposa te dice: vení a acostarte, qué andás haciendo ahí como un fantasma; se le hunden a uno las órbitas. Con la edad se siente uno más culpable; hay una visión de lo pasado muy viva: muchas cosas sepultadas de repente van apareciendo, cosas que uno ya ni sabía y vuelve a saber”.
Amighetti hace una pausa larga.
No puedo dejar de hacerle una última pregunta: ¿con la edad se pueden trabajar mejor las fantasías?
Tengo que vivir más para contestarte”.
Una de sus últimas cromolitografías se llama Amor en la U: dos jóvenes reposan en una banca, iluminados. El escenario es una naturaleza rica y poderosa, las plantas hincan sus raíces color ocre en la tierra. Amighetti, poeta, artista plástico, seductor en la conversación, casado cuatro veces, ya inmortal, de puro viejo se ha vuelto santo porque sigue siendo joven.

3. LA PALABRA DEL ARTISTA TOTAL

Fue algo inesperado.
Oscurecía, pero quedaban llamas de incendio entre los cipreses. Una mano infinita trazaba surcos de buril en la madera del cielo jaspeado por las últimas nubes. La idea de escribir El desorden del espíritu nació una tarde, a principios de abril, mientras el sol descendía en silencio por la ventana de Amighetti, meses antes de encender la grabadora y afilar el lápiz. Conversábamos sobre las cosas de este mundo, sobre Dios y las mujeres, contra todos y contra nadie, cuando, en una pausa, advertí que aún no se había escrito un texto que recogiera la palabra viva de uno de los pocos artistas totales de nuestro continente. En ese instante se me agolpó todo en la cabeza: Amighetti hace arte sin cesar: con el pincel, con las tintas y el lápiz, cuando escribe los poemas de la intimidad o los relatos de su memoria vagabunda; pero también cuando habla y conversa, cuando transmuta el más banal de los relatos en el oro de su voz. Este poder de la palabra es el timbre, la metáfora, la poesía del diario vivir, la agudeza conceptual y el ingenio de sus observaciones. Evoco, lleno de nostalgia, los encuentros al atardecer, junto al resplandor de la ventana, cuando incubábamos la idea de aquel libro que tendría que escribir iluminado por una voz mítica. Su amistad tendía una mano a quienes llegaban hambrientos de palabras. Su vida fue también el goce del diálogo. Su palabra siguió encantando. Por eso el proyecto nació de milagro.
Desde el principio quise grabar la imagen del artista en un libro que aún no se había escrito. Se lo propuse y, con su beneplácito, iniciamos la marcha. Desde el principio la técnica rudimentaria consistió en hablar frente a una graba dora, transcribir, corregir y editar. Muy sencillo.
Pero no fue así.
Sin esperarlo, nos perturbó el espacio de trabajo. La empresa se hizo más difícil cuando caímos en la cuenta de que el texto de la transcripción era el menos acertado del mundo.
Nos reunimos en mi casa, al amparo de la Facultad de Letras o en el comedor del artista, con una montaña de grabados extendidos sobre la mesa para ayudarnos a dirigir nuestras observaciones. No encontrábamos el lugar de la creación, los testigos nos perturbaban, era como si nos sintiéramos vigilados. Y trabajamos como filósofos peripatéticos y pueblos trashumantes, en constante fuga. Aunque desde el principio quise dividir el material en temas, el libro no parecía tomar forma. La transcripción de las grabaciones, gracias al trabajo paciente de tres buenas amigas, no hizo más que ponernos en las manos un manuscrito vertiginoso y caótico.
La seducción parecía una parodia. Sobre el papel hubo que rehacer el texto, línea por línea, para crear la impresión, tal y como yo soñaba, de un diálogo fluido y dinámico. La corrección estimuló nuevas preguntas y respuestas, nuevos cortes, interrupciones, titubeos, pero ahora sobre el papel, pluma en mano, a fin de reorganizar el diálogo y materializar la idea inicial del libro. Como en la escritura de la poesía lírica, lo que parece espontáneo es producto del trabajo crítico, minucioso.
Al acabar sentimos un gran vacío, pero dimos gracias a los cielos. Tal vez (lo digo con ingenuidad) había logrado reproducir un poco, tal vez un poco, la presencia del artista, sus sortilegios para encantar como un pequeño ángel lleno de guiños que ama la vida, el arte y la pólvora de las cosas. Si lo logré, ya el lector lo habrá puesto a prueba. Lo importante es que los dos quedamos satisfechos con la tarea y con el esfuerzo.
Después lo pensé: habíamos escrito una especie de novela dialogada en la que el héroe, Francisco Amighetti, vive para siempre en las palabras, mientras estas vivan. Su voz reinó desde el principio y ahí queda. Junto a su obra plástica.


4. RÍTMICO AMIGHETTI

Sin conflictos no hay Amighetti.
Dicho así, queda por explicarlo. Para ello me referiré aquí a la coreografía de Sandra Torrijano, inspirada en el artista.
Un sobrevuelo por la mayoría de las xilografías de Francisco Amighetti, así como el examen detallado de ellas, cuadro por cuadro, revela la sustancia de este artista único en las artes latinoamericanas. Los temas de sus maderas viven de exponer conflictos, historias dramáticas que bien habrían podido contarse en novelas o llevarse al teatro, pero que aquí han tomado forma pictórica. En tales dramas no hay nada apacible, ni que se pueda comparar con sus acuarelas, tan llenas de sol, excepciones dichosas en el azar de estar vivo, joie de vivre, como decía el artista mismo. Nada mejor que volver los ojos a unos ejemplos para explicarme. Obsérvense otra vez los grabados de culto, bien conocidos en todas partes: La niña y el viento y, más compleja en su composición, La gran ventana. La visión de los lazos humanos captada en estas obras se organiza a partir de fuerzas contradictorias y sin solución: en un caso, la niña se enfrenta a la violación del viento bestia; y, en el otro, un niño emerge de las sombras, donde los hombres se entrematan y se entregan al vicio, e ingresa de medio cuerpo al lugar sacro del pueblo, al cual el artista idealiza en la procesión, enmarcada con colores luminosos.
El espectáculo de Danza Universitaria se alimenta, en cierta forma, de las tensiones dramáticas que marcan la xilografía amighettiana. Podemos ver lo que ha ocurrido.
Pero antes, para situarnos en perspectiva, quisiera recordar cierta constante de la historia cultural, llena de ejemplos, por la cual las bellas artes se influyen entre sí, sin importar el género o el material con que trabajen: la música se inspira en las letras (Strauss, en Nietzsche); la literatura, en la plástica (Valle Inclán, en Goya); el grabado, en las letras (Doré, en Dante y en Cervantes). Así las cosas, podemos reconocer al menos dos vías por las cuales la danza apela a las artes gráficas, con el propósito de construir nuevos objetos: una de esas vías es realista y consiste en recrear sobre el escenario las figuras inmóviles del cuadro, reproduciendo composiciones, cuerpos, conflictos, gestos, incluso colores y vestuario, y agregándoles el movimiento. Es como si se invirtiera el orden del tiempo y los bailarines hubieran posado ante el dibujante. De esta forma la composición escénica procura igualarse a la imagen estática.
A diferencia de esto, la coreografía de Sandra Torrijano inspirada en los grabados de Francisco Amighetti no hace una transliteración de las imágenes al escenario, sino que opta por una vía diferente, como podrá verse en la interpretación libre, simbólica y estilizada tanto de las xilografías como del espíritu amighettiano para decirlo de alguna manera, incluida la poesía. El método seguido en esta coreografía, sin usar la referencia de imágenes realistas, consiste en construir los movimientos del espectáculo a partir de percepciones complejas. Estas percepciones son lecturas de los dramas grabados en la madera e impresos en colores que refuerzan la tensión. Si se exceptúan dos episodios efímeros, reconocibles en su momento por reproducir escenas, el conjunto del montaje es exploración subjetiva, lenguaje corporal, cuerpos en crisis permanente, expresiones que hablan por derecho propio, aunque al mismo tiempo sabemos que los acontecimientos en la escena se alumbran con el fuego vivo que arde en las xilografías. La danza se organiza gracias a los conflictos y los representa transformados en movimiento, porque también aquí el arte convierte lo horrible, las pasiones malvadas, en belleza. Desde el punto de vista subjetivo, los bailarines emiten sensaciones que el espectador percibe y asocia al autor de La gran ventana. Amighetti inspira sin que haya que copiarlo. También sus textos líricos –algunos de los cuales se integran al juego coreográficocontribuyen a producir sensaciones y fueron, como lo ha dicho la coreógrafa, su fuente de inspiración inicial.
Refuerzo importante, la escenografía, utilizando el gran formato y copias fragmentarias, da vida a un radical entorno amighettiano. La música de Eddie Mora forma parte esencial de esa visión: dramatiza, golpea, aprieta el ritmo, se torna melancólica.
Sin drama no hay Amighetti, es cierto, y la puesta en escena de Danza Universitaria vive de este principio.

5. FRANCISCO

Amighetti nació en 1907. Empezó a exponer en 1931. Publicó su primer libro en 1936. Artista plástico y poeta, contribuyó a la formación de la cultura costarricense.
Cultiva el dibujo en grafito y en tinta china, el óleo, la acuarela, el mural y se consolida en la xilografía en blanco y negro y a color. Quedan en pie cinco murales al fresco (según la técnica renacentista, aprendida en México). Como ilustrador, sus grabados están en muchos libros así como en la revista Repertorio Americano, que por décadas dirigió, imprimió y distribuyó por todo el Continente el escritor costarricense Joaquín García Monge. Poeta de estilo intimista, descriptivo e imágenes precisas, en sus libros (uno de poemas y dos en prosa) se encuentran algunas de las páginas más bellas de la literatura costarricense. Personalidad seductora, generosa, conversación amena y sabia, Amighetti conoce el humor y la profundidad.
Una vasta cultura, renovada sin descanso, contribuyó a enriquecer su trabajo por veinte años como profesor de Historia del arte en la Universidad de Costa Rica, la cual le otorgó en 1993 el Doctorado honoris causa en homenaje al artista que más ha contribuido a construir un arte nacional de motivos y alcances universales.
Sus grabados son dramáticos: personajes en conflicto, como el gato y el niño de miradas hostiles; o la niña expuesta a la violación del viento que arroja contra ella una tormenta dibujada por las ondulaciones de la madera impresas en el papel. Abundan los temas sacros, pero vinculados a las tradiciones o al espíritu de la gente, como el grabado de tres viejas con velos negros que se cuentan chismes frente a la iglesia. Este arte nostálgico, fuerte, a veces sombrío y de colores fuertes acusa reminiscencias expresionistas.
Su vejez no le hizo perder la fuerza creativa ni la pasión. Una vez me dijo: Yo quiero vivir en este piso de madera, asomarme a esta ventana, caminar por aquí, estar solo, aunque me pese la soledad en las noches. Siempre hay razones, n viejo, para seguir viviendo. Tal vez no las mismas que tenía antes, pero si uno pierde eso no le queda nada, solo el hastío”.
El artista que nació en 1907 no puede morir.

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RAFAEL ÁNGEL HERRA (Costa Rica), es autor de una veintena de libros (novela, cuento, poesía, ensayo), miembro de la Academia Costarricense de la Lengua. Doctorado en filosofía en Maguncia. También estudió literatura comparada y filología. Fue profesor de filosofía en la Universidad de Costa Rica, cuya Revista de Filosofía dirigió. Exembajador en Alemania y en la Unesco.


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Agulha Revista de Cultura
Número 112 | Abril de 2018
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