quinta-feira, 18 de outubro de 2018

OMAR CASTILLO | Signo indescifrado, los poemas de Alberto Escobar Ángel


Aun con sus manifiestos y polémicas, el Nadaísmo no fue un movimiento fundado en un programa literario. El Nadaísmo fue la experiencia de un grupo que se atrevió a confrontar lo abrupto y solapado de su época, la cual sigue siendo también la nuestra. Por ello la obra escrita por los Nadaístas debe analizarse de manera individual, siguiendo el itinerario de cada uno de ellos.
En 1963 Hernando Salazar edita 13 Poetas nadaístas, antología preparada por Gonzalo Arango y donde es perceptible, en tres de los incluidos, el establecimiento de un hacer poético. Estos tres poetas son: Jaime Jaramillo Escobar (1932), Amílcar Osorio (1940-1985) y Alberto Escobar Ángel (1940-2007). El itinerario de Jaramillo Escobar se puede seguir en Los poemas de la ofensa (1968), Sombrero de ahogado (1984) y Poemas de tierra caliente (1985). El de Amílcar Osorio en Vana Stanza, Diván selecto 1962-1984 (1984), volumen que antologa sus libros inéditos de poesía. Y el de Alberto Escobar Ángel quien, después de publicar los Sinónimos de la angustia en la mencionada antología, permaneció casi inédito hasta 1989, cuando publica La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos y Tres cantos a la manera elegíaca.
En este ensayo busco esclarecer el itinerario del decir poético de Alberto Escobar Ángel, iniciemos.
En un lenguaje preciso, ajustado y sin artificios, Alberto Escobar Ángel aporta a la poesía colombiana una variedad de ritmo obstinado. Su poesía sucede como quien describe con un vocabulario minuciosamente inédito, detalle tras detalle, la acuidad de un cuerpo. No es poesía ocasional solventada por anécdotas imprevistas, resultado del mero azar al uso.
Tanto Los sinónimos de la angustia, poema en XII fragmentos con el que se le incluyera en los 13 Poetas nadaístas, como La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos y Tres cantos a la manera elegíaca son la puesta en el poema de los interrogantes de un hombre suspendido en su siglo, siglo de descubrimientos audaces y de una desaforada esterilidad. Es evidente que el poeta ha asimilado la moderna poesía occidental, utilizando de sus recursos en la elaboración de sus poemas, estableciendo así aproximaciones con otro poeta con quien compartió una rotunda amistad y el arduo regocijo de la poesía: Amílcar Osorio.
El poeta inicia desde el cuerpo, voz plural caminando hacia lo inerte de la ciudad que despierta: Los sinónimos de la angustia, o se regodea desde el singular del cuerpo mismo cuando se descompone­: La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos, para enunciar la vida desde la periferia de los objetos que la informan, Tres cantos a la manera elegíaca. Estos movimientos y sus consecuencias, consiguen ser eficientes por el ejercer programático con el cual el poeta produce sus imágenes, y si en ellas exhibe arcaísmos y una dosis retórica que toda lengua promueve o arrastra como un lastre, es justamente porque en el caso de su escritura, estos contribuyen para la fundación y ubicuidad de su poesía.
“Como los potros el sol se ha levantado”, verso que abre el primer fragmento de Los sinónimos de la angustia, es también el inicial de la experiencia de éste programa poético de Escobar­ Ángel: sinónimos cortantes como vidrios clavados sobre un muro, bardas estériles impidiendo el paso, la transgresión de un linde: “este día tiene la piel enferma y yo amo demasiado / el agua, los circos, las llantas neumáticas / los profetas muecos y sus hongos”. Sin embargo, al otro lado “una fruta ha saltado de su asidero” contra­diciendo la rabiosa estatura del muro que crece desde el tope. Anotación o fábula Los sinónimos conjugan, adhieren diversos planos de tiempo, sarta de sucesos, objetos, utensilios de amor dese­chados, oficios, parafernalia con la cual el poeta elabora e informa su espectro.
Reclamados más tarde por menesteres varios, / nuestros labios padecieron otros tormentos, / emigraron a un alfabeto de anémonas o algas, / ortofónicas sílabas de una palabra blanda / que se desguindaba en la lengua” Estos versos del V fragmento de Los sinónimos y nombrado: “(El término habla de su presencia)” nos hacen descender a la presencia donde se gesta “el más / oscuro yacimiento de palabras”, y adentrándonos en este oscuro, guiados por “la begonia de la infamia” alcanzamos el “agua podrida” y la “cóncava placenta de los vicios”. En este descenso, por donde yace la trama que alimenta la costra de la ciudad, ya nos habíamos topado con “Convictos de martirios e imágenes”, ahora sólo nos resta el tramo que concluye este encono.
En Los sinónimos la voz plural es la que describe el paso a lo inerte. Desde un ámbito apilado pronuncia, imprime, irradia. Un coro recrea la impotencia del signo, indescifrado y suspendido:

Entonces a la fragua de un astillero colocaron su lengua,
con gases castigaron los ojos del cantante,
en su garganta consignaron un huevo huero,
con un cubo de petróleo lavaron su sexo,
lo obligaron a recitar una oda
en la nevera del anfiteatro

Los sinónimos de la angustia concluyen antes de iniciarse la descomposición, los precisos para que en La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos se acometa desde el cuerpo que ya la inicia. A partir de su instauración intimidante, nos habla, nos conduce: “(…un rito debería celebrarse hoy en mi carne, antes que la oda pueda ser cantada, / pero estoy corrompido de la piel a las entrañas, como un plato de sopa en el estómago de quien quiera haya muerto ayer.)”. En Los sinónimos el cantante es obligado “a recitar una oda”, en La canción este destino es aceptado por el odaísta y es cuando da inicio a su interpretación, al silencio que la colma. Conciencia de ser signo indescifrado “conducto” al nacimiento o a la descomposición.
La descomposición en La canción no es la de un cuerpo entero, absoluto. Es la de un cuerpo escindido a la espera de su interpretación en la voz del odaísta, vale agregar que el autor nos ofrece un distingo, como lo dice el texto con que nombra, entre cantar y odaizar. En este punto se tensa el argumento y se da inicio a la realización del rito. No es ya la voz plural de Los sinónimos en su sarta, informando al inerte su calidad de conducto. Es él: “Monologo mi salmo en un pequeño cuarto de una calle gris / solitario buceador, botella en un rincón—, / en la tarde en que el ángel de la tempestad y el deseo ha venido a visitarme”.
¿Cómo escuchar la palabra “deseo” cuando es pronunciada por quien yace en su estampida final? Este deseo hace parte del silencio acumulado en quien monologa. Canción del cantante editando su silencio después de hurtarle el templo doméstico a la creación, a “las inserciones del símbolo”. Atmósfera, tensión alcanzada con palabras que no distan de los objetos dispuestos por un sacerdote cuando ejecuta su rito. Enhebración de imágenes encarnando instintos de convento, de celda húmeda y sombreada, o de reconditeces de placenta fresca, mediante las que, no descifrado su contenido y dirección, se oficia un sacrificio solitario en un pasadizo de desvelos, encubierto por la “membrana del sueño” donde el cuerpo es fisurado en extrema lentitud, en estéril misticismo: “…narrado he el canto del que no se levanta”.
En Los sinónimos de la angustia el mundo se inicia tan pronto se levanta el sol, en un día que “tiene la piel enferma”. En La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos el mundo se realiza bajo “el sol, una glándula que enferma a la atmósfera”. En Tres cantos a la manera elegíaca, para dar inicio y realización a la presencia de la muerte, se deniega el mundo con un “no el muro, no el sol escanciando luz”.
Como en la oquedad de una caracola a la cual se funde una roca, el poeta habilita un espacio donde aloja los Tres cantos. Es en este donde se oye una voz que, por no poder provenir de ninguno otro, viene de los objetos:

No podía ser el ojo en la mañana.
El cesto es un cesto.
La bicicleta tiene una rueda como una flor
y, la otra, amputada por el óxido.
En el muro, sólo la luz
—pero ha muerto.

Acto de reconocimiento, impronta del yacente ahíto en los escombros, varias sílabas varían el asunto y, ahora amputadas, “restan” lo que no podrá cubrirse con un concierto de espíritus. Diáspora del descompuesto “como una historia larga” contada a deshoras. Ya no es el cuerpo “suspendido” el auscultado. Es el tiempo que “ya no sabe de sus labios” el que se informa en lugares, en objetos: “Aquí se levanta sobre el piso desnudo un taburete / y, como el espejo que pende de un clavo contra el      muro, / las cosas que son la estancia nos devuelven su imagen”.
Tres cantos a la manera elegíaca no son ni “término” ni “pregunta”, tampoco elegías para el núcleo social de la memoria funeraria. Son un ceñir los objetos en los ritmos que la muerte no resta, no amputa. Cuando la muerte arrebata la vida, a los objetos del yacente les imprime un perfil antes no visto, es como si el “suspendido” pernoctara en ellos. De las Tres elegías la dedicada a Jean Cocteau y nombrada “Primero” no es un himno que siembra la descomposición, es palabra instaurándose en el presente que no cesa. “Segundo (In memoriam Amílcar Osorio)” es una elegía fundada con palabras que contienen la existencia del amigo y el silencio allanado por su ausencia: “Cuando supe de tu muerte, me informé de la vida. / Cuando ignoré tu muerte, hice que en este canto nacieras: / Estás vivo aquí porque nada de ti en mí ha muerto”. “Tercero” es una elegía cuyos claroscuros y silencios memoriosos, logran comunicarnos la intimidad que el tema de la muerte de la madre significa, manejado con el rigor característico en la escritura de Escobar Ángel:

De las murmuraciones y diálogos en el vestíbulo,
a la hora que sucedía a la cena,
apenas quedan la inmemoria y el trunco recuento,
una cenicera al lado derecho de la silla
y los claros cristales de la ventana
que alguien limpia por la mañana.

La inubicuidad admitida por el “Cantante” con un simple “Estuve aquí” se hace ubicuidad al concluir: “No me busquen donde moro”. El espacio-tiempo en la poesía de Escobar Ángel, se da en el rigor de lo cantado, sin ceder a esquemas prenominales. No se entienda este canto como un elogio a ruinas, a museos de caretas de cera que en su penumbra contienen el hueco de su mueca fatigada, propensa a seguir en línea paralela, la del declive por donde se vacía la vida. La insistente presencia del cuerpo infecto y escindido en el itinerario por el cual nos arrastra esta poesía, debe entenderse como un enconado reclamo hecho verbo, silabeado. No crónica. Sí deseo. La vida expuesta en las entrañas de la muerte.
De las lecturas propuestas por la poesía de Alberto Escobar Ángel, una de ellas nos revela el escozor que se experimenta al hallar un abecedario dormido durante años en múltiples formas del habla y a través de sus poemas, verlo recobrado en la magnitud de sus acepciones. Abecedario en versos que pronuncian ubicuos y precisos perfiles con palabras que transparentan el súbito misterio y el esclarecimiento de lo nombrado y lo no nombrado en el poema.
Y llegamos a El archicanto de la lábil labia, poema que en la obra poética de Escobar Ángel podemos considerar como una bisagra que se adentra por los sentidos memoriosos del poeta, explorando zonas silenciadas en los ecos verbales de su escritura. Al mismo tiempo El archicanto nos avienta a una sarta por la que viajamos siempre al borde de perdernos en sus decires y en su denso ritmo: “Intérprete de criptogramas oscuros, / constructor de logogrifos aberrantes, / parafraste de enigmas ignotos, / exegeta de glosas menores y acotaciones inefables, / elucidador de señales y signos abscónditos”.
¿Qué entraña al narrador que implora esta sarta? Es posible suponerlo como un sembrador arrojando palabras-semillas para su cultivo, empero cada una de las estrofas de El archicanto de la lábil labia racionaliza los trozos de existencia que registra. En esta enumeración el poeta nos entrega su visión sobre los contenidos que hemos construido y sus efectos.
¿El poeta busca renovar la imagen de la realidad que nombra? En el caso del archicanto cada estrofa en su instantánea integra la visión del poeta, las atmósferas de los paisajes aprehendidos para el poema: “testigo anónimo de ritos siniestros y acontecimientos varios, / estafeta de mensajes tibios de tibias palabras de amor de amores desatendidos”.
¿Es el cantante, implicado en una de las estrofas del archicanto: “cantante mélico de canciones­ olvidadas de aedos idos y de cantos caducos de bardos supérstites”, el mismo que viene movilizándose en la escritura de Alberto Escobar Ángel desde Los sinónimos de la angustia? Lo cierto es que El archicanto de la lábil labia podría ser interminable, igual la rutina de cada trozo narrado: “et sequentia”. Empero, “…un murmullo se escucha en el jardín de al lado” siendo el pretexto para interrumpir los sentires memoriosos de esta saga ahíta.
En la poesía de Occidente son muchos los momentos en los cuales los poetas asumen lo amoroso como uno de sus temas, tanto para nombrar la presencia y el gozo del ser amado, como para narrar el ardor de su ausencia. Lo vemos como llama amorosa que incendia la pasión mística. También originando iconos, señalando fronteras. Próximo, siniestro o divino, sus tramas se funden y renacen en la historia de Occidente, en todo cuanto nos hace para la existencia y para la muerte. Así, inserto en esta tradición, Alberto Escobar Ángel, en los VIII fragmentos que componen su poema Las honras del lecho, nos presenta una noción del amor, traída como una cifra que el olvido aprisionaba y que el memorar del viento suelta y deja vagar:

…el viento que en otras partes ya ha cantado sus himnos de exterminio
                   o ha sembrado de oro los eriales.
…un recuerdo viene en el viento
—tal vez en ese mismo viento que vaga, desnudo,
desde hace tiempo, por el mundo,
o en el viento que, a veces, riza la piel del estanque.

Versos, suma de acechanzas vertidas por el poeta en su penumbra cotidiana y cuyo drama no es nombrar o narrar la ausencia traída por el memorar, sino aprehender el espacioso silencio que dice la transparencia del insistente grabado: “¿Dónde, entonces, se inscribe ese nombre / de presencia arcaica que, /como el del pedestal de la estatua, / tuve grabado en caracteres claros sobre el pecho?”.
En Las honras del lecho“…un signo aciago” configura el exterior donde acontece el “recuerdo” y se recita “el olvidado canto del cantante mudo”. Lo amoroso posible, ¿permanece contenido por murallas, por fuerzas siniestras, tamizado por un desvelo místico? ¿Está contenido en “el rescoldo del corazón” dónde no se permite nombrarlo? Y es justo en ese no nombrar cuando el poema entrega la tensión de la trama aconteciendo en la memoria de quien permanece sentado en ese banco del parque, donde el viento le ha hecho presa y memoria: “De las ruinas de la memoria / emerge el anacrónico discurso / y es tu cuerpo, otra vez, / la visión alucinada y la elucidación del canto”. La significación del poema alcanza su “elucidación” y nos conduce al sentido de la honra que, como el título del poema y el fragmento VII lo dicen, “es el lecho”.
En el fragmento VIII, quien barrunta sus recuerdos mientras el parque es barrido por el viento en la tarde que empieza a ser absorbida por la noche, índica sobre lo nombrado y aquello otro que aun no nombra. Se podría argumentar que este poema le agrega al tema su obstinada manera de negarse a nombrarlo, dejando la persistencia de un pedazo de cuerpo en la memoria ahíta por la caza: “—excita el cuerno lo cazado, y presa es”. ¿El otro, un enigma? ¿El laberinto del amor en el altar del sacrificio no realizado? En fin, con Las honras del lecho Alberto Escobar Ángel nos da una muestra de las características como concibe al ser humano y nos prepara para la relectura de su poesía y para la de su siguiente Poema.
Poema, puesto así el título podría parecer una redundancia para nombrar un poema, también la actitud escueta de quien sabe su ser estricto, al tiempo que descubierto, desembarazado. Lo segundo es lo aplicable para este Poema compuesto por IX fragmentos y fechado en Medellín y Rionegro en 1992, el primer fragmento nos mete de lleno en su trama:

Ojo enfermo aventado por sordos ábregos a los abisos
                   del porvenir, ávidos de presa caída desde lo alto.
[…]
Efímera fulguración de novas o ripio de cuerpos
                   celestes, soplo superfluo esquiva el ser.
¿Dónde, en qué momento hubo de acaecer el extravío?
Dioses ahítos no abandonan aun la mesa.

“¿En qué momento hubo de acaecer el extravío?”. La totalidad toda del ser se abre con este interrogante y nos deja a la intemperie de una respuesta, pasado el fragor nos es posible asumir las ascuas de la estirpe y ver con el “ojo enfermo” para guiarnos por los meandros que “esquiva el ser”, bien dicen que en casa de ciegos el tuerto es rey, máxime cuando: "el pasado es una infinible estantigua opaca, los vados mismos del insomnio por los que un jinete desnudo, sobre un potro blanco, en la alta noche del ser cabalga”. Y saturarnos hasta ya epotos sentirnos parte del delirio del universo, “ripio” adobado de su entraña en la cual se nutren “dioses ahítos”, e instintos que nos sobrecogen y nos imponen el insomnio: “Más alcohol, ya epoto, ordena el vecino. / ¿Será que no se halla, que no se debe a sí mismo?”
La celebración, los banquetes y la gala, el jolgorio ruin y el instruido son una constante, llámense guerras, peste, usura o desastres naturales y enmarcan la estampida que la muerte impone. El carnaval y la ceniza hacen que en el fragmento III se exclame: “¡Qué bien —de veras— se vería la mesa aparejada con jugosos jamones y rebanadas de panes ázimos, los recados de plata enmarañados entre oleosas lechugas y rodajas de jaudos nabos…!”. Empero, “de este lado han caído los dados” y los puntos de sus caras alojan multiplicidad de cifras, distintos resultados. ¿Y si la lectura de este Poema y el asunto de su trama fuera otro, por ejemplo la estampa de una íntima dejadez, “ese hollín que nos carcome desde la piel, por las tardes”? Continuemos, el singular y el plural de no hallarse a sí mismo, se hacen trama en Poema y es cuando asistimos al denodado ímpetu del canto que nos dice de “los establos de la galaxia” donde “piafará la bestia” y “ese hollín” viajando “en otro convoy” con “los últimos mutilados, los nuevos tuertos, los recién cuadripléxicos”, con todo lo que de la vida es vuelto “brizna de indiferencia de los dioses” que “ahítos no abandonan aun la mesa”. Arduo frente nos han entregado esta vez los dados.
El fragmento VIII ¿es una respuesta al interrogante que nos ofrece este Poema? O ¿una de las caras de los dados que nos deja ver los versos como una inestable constelación?, miremos: “¿Dónde, en qué momento hubo de acaecer el extravío? […] Onusto de soledad —astro huérfano cuya trayectoria en el vacío yerra—, no fue de noche como ésta (noche andrógina, noche que con endrina manta entalama la pradera), de la que el ser fue expulsado”. Y no estamos ante el espectáculo de la expulsión del “paraíso” cuyo argumento nos domestica y hace presa, estamos ante el extravío del ser, no ante el pecado y su consecuente culpa. Asistimos al onusto laberinto del ser que, en medio de la paradoja, es dueño para adentrarse en su propio destino: “Rosa estropeada por los dioses, el corazón del hombre surte fabro único de su propio destino sobre la tierra.”
La de Alberto Escobar Ángel es una obra estricta, no mínima, lo mínimo es atributo de la cicatería, lo estricto es atributo de la disciplina y responde a una realidad entregada en la escritura. En ella el poeta nos da una visión ardua del mundo, pues sus poemas auscultan las costuras de los imaginarios de una humanidad que forcejea entre la domesticidad y el esclarecimiento. La contención en esta obra y los silencios que la pronuncian, conectan al lector con la formulación de una pregunta más que con una respuesta. Establecer el síntoma es iniciarse en la pregunta, parece susurrarnos el poeta.
En 2008, Ediciones otras palabras edita el libro Estro estéril, donde se reúnen los poemas aquí tratados, más el apartado Otros poemas, compuesto por los inéditos de Alberto Escobar Ángel, escritos entre 1957 y 2004, en edición con prólogo y notas de Omar Castillo.


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OMAR CASTILLO (Colombia, 1958). Poeta, ensaísta e narrador. Edição preparada por Floriano Martins. Agradecimentos a Omar Castillo, Óscar Jairo González Hernández e José Ángel Leyva. Página ilustrada com obras de Jacques Callot (França, 1592-1635), artista convidado da presente edição.


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Agulha Revista de Cultura
Número 121 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES




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