porque
las explote. Más bien
frente
a éstas actúa con miedo y pudor,
celoso
y confiado en que las palabras harán el resto,
sabiendo
que más allá del limitado poder del lenguaje
querer
abarcar lo imposible conlleva
derrota
y humillación.
Juan Canzadilla
No es de extrañar para los que se acerquen a la poesía
de Juan Calzadilla (1931), enfrentar un lenguaje que transgrede el sentido de lo
nombrado para conducirnos a una expresión que va más allá de lo que implica el acto
creativo. No ya en el sentido absoluto de las cosas, sino en el del doble sentido
o el sentido que podríamos atribuirle a las cosas que se ven a la luz del humor
y la ironía, elementos de una visión de mundo que parece cuestionar nuestro modo
de acercarnos a la lectura de este autor. Su libro más reciente, Poesía por mandato,
Antología personal (1978-2012) [1]
recoge composiciones inéditas y poemas de libros publicados entre 1962 y 2013. Más
de cincuenta años de infatigable e ininterrumpida creación de un imaginario que
genera siempre una postura novedosa y un modo muy particular de escribir y sentir
la poesía.
Dividida en cinco apartados, y con
textos que provienen de veintidós libros, esta antología nos ofrece un panorama
total de la magnífica obra que ha elaborado Juan Calzadilla a través de los años.
Refleja la lucidez y profundidad de un poeta que nos hace reflexionar sobre el sentido
de la realidad y de la poesía misma, incluso de los valores que condicionan nuestra
actitud ante el mundo. Es decir, lo que sentimos y responde a nuestra relación con
el entorno, lo que germina en nuestro interior. La percepción de una realidad que
se multiplica en infinitas y sorprendentes posibilidades interpretativas. Y es que
la obra de Juan Calzadilla nunca nos deja al margen, sino al centro de una visión
de mundo cuyos valores éticos y estéticos implican otra mirada, otra actitud ante
el lenguaje y las cosas que sostienen el mundo del poeta. Y su mundo nos conmueve
porque en cierta forma nos sentimos íntimamente ligados a lo que proclama sin regodeos
su palabra. La dimensión de una escritura que se resiste a aceptar las apariencias
de lo que vemos descartando todo hermetismo para proyectar la condición del escritor
y su obra. Por eso, muchas de las referencias de esta escritura las hallamos en
el ámbito de la cotidianidad y en los contrastes del espacio que las refleja. Esto
es lo que demarca los límites entre lo que siente el poeta y lo que sucede en esta
visión sujeta al sentido de las palabras. La imagen que nace de la mirada acabará
siempre por hacernos reflexionar sobre lo que ocurre en el diario vivir y adquiere
su particular expresión en el lenguaje. Creo que para Juan Calzadilla ─alma
noble consagrada a la pintura y la escritura─ la poesía
parece una esfera de múltiples
referencias en las que se cuestionan todos los aspectos de la vida comenzando, sin
duda, por la suya como paradigma de su propia realidad.
Hay en la obra de Juan Calzadilla
toda una dimensión que nos indica un movimiento, una concepción del acto poético
que parece esperar del yo lírico mucho más de lo que implica su mirada. Algo que
aunque se dice en un tono bastante directo, proyecta una voz que impacta como un
boomerang al sujeto que la formula. En otras palabras, una mirada que refleja la
identidad del yo como reflexión, pero también como continuidad e incertidumbre:
[…]
Mi
movilidad es lo que hace que viva.
Es,
así pues, mi carta de triunfo.
Pero
¿por qué tengo yo que ir más de prisa
y
dar cuenta de los frutos de mi rápida incursión
en
esta vida, de las ganancias y las pérdidas
que
en el trayecto hice?
La movilidad es, en cierto modo, la
revelación de esa continuidad que nos transmite la intimidad del yo lírico,
y lo que nace como exteriorización de esa experiencia: las ganancias y las pérdidas
─en
el sentido estético
y espiritual de la palabra─. Todo acontece bajo el ímpetu creativo de la imaginación
del poeta: “Deberíamos atrevernos a narrar con lujo / de detalles todo lo que nos
pasa por la mente / en una especie de diario donde nada real sucede” (7). Pero ciertamente,
no todo lo que pasa por la mente del poeta culmina en un hecho poético asociado
a la cotidianidad lo refleje. Por eso hallamos textos en esta escritura marcados
por la angustia, también por una ironía y un humor que otorgan al poeta una salida
que le permite proyectar su propia insatisfacción de la realidad (entendemos por
realidad todo aquello que lo rodea):
Yo
tenía como ocupación habitual pasar de largo.
Dejaba
atrás las ciudades, las multitudes,
las
plazas, la campiña y la recta que conduce
al
horizonte y su curvatura plana.
Lo
cierto es que dejaba bien atrás al tiempo
como
si ya no me perteneciera.
Y
además, el presente, el porvenir, los buenos
y
malos augurios, los muertos en sus parcelas,
las
máscaras, los trajes, el exilio,
los
huesos frotados por el timbre de las lluvias,
el
temor, el éxito y las calamidades,
los
claros entre la maleza y la muralla,
quién
duda de que eran un recuerdo bien lejano.
Memoria,
te nombraré de última,
ah
viejo reloj estropeado.
Quién
mejor que yo sabía que mi programa
era
pasar de largo
y
que si algo llevaba conmigo
era
mi deseo de pasar de largo.
El sentir de ese “pasar de largo”
apunta hacia un sentimiento que sitúa al sujeto dentro de una visión recelosa de
la vida. ¿Qué es lo que retiene ese pasar de largo en la dimensión del tiempo? Una
imagen, un recuerdo, un paisaje que hace tangible lo que perece. La visión inconfundible
de un yo que depende de las palabras para precisar su presencia en el mundo.
Por lo demás, la memoria ha sentido la vastedad del tiempo. Lo nombrado transcurre
como algo que pasa de largo como si evitara ser objeto de atención. Pero ese modo
de “pasar” responde a una referencia de quien contempla y proyecta la imagen que
existe más allá de las apariencias de la realidad. De modo que lo que existe, lo
que se desprende de esa visión y se fragmenta en el lenguaje es también lo que constituye
su presencia. Una realidad mucho más compleja de la que percibimos. Por eso el poeta
no busca asumir una actitud que transforme el sentido de la vida o su cotidianidad:
El
horizonte solo es accesible
a
las lejanías.
Pone
siempre entre él y nosotros
las
distancias.
De
nada vale que te precipites
a
darle alcance.
Cuando
llegues, ya se habrá
mudado
a otro horizonte
que
como tú es también voluble y errático.
Tú
que celebras, ¿has notado alguna diferencia
de
ayer a hoy? ¿Por qué tanto alboroto?
Asómate,
observa la calle y dime
si
en este día de año nuevo todo no continúa igual.
Tu
mirada y las cosas que ves permanecen
a
la misma distancia de ayer, unidas por una línea recta
a
través de la cual tus ojos dan por conocido
todo
lo que encuentran en esa dirección.
El
cielo sigue siendo de un austero azul neutral.
No
hay nada nuevo en la forma en que
el
sol lame la pared de enfrente. De eso mismo
se
ocupaba ayer. ¿Y acaso ha adelantado en su tarea?
¿Qué
te hace pensar
que
flota en el ambiente un matiz especial
de
cuya condición efímera se desprenda
un
estado de ánimo más optimista y diferente
al
de ayer? ¿Qué es eso de salir a dar gritos
por
la calle? Esta mañana los acontecimientos
sin
presentarse duermen a pierna suelta.
El
azar mantiene en secreto su próximo paso.
Dependemos
mucho más de él que de nosotros.
Voltea
y observa en tu cuarto la pared
donde
el almanaque cuelga en su sitio, sin moverse,
a
la par del tiempo que con su ir y venir
hace
que las cosas, inmóviles también,
se
resistan a cambiar, cubriéndolas
con
su manto polvoriento.
El
espacio que habitas es el mismo.
Tú
también.
¿Qué es lo que notamos en este poema
en el que el tiempo toma dominio absoluto de lo que vemos como si lo nombrado negara
el sentido de la realidad? ¿Quién está en esa habitación y quién es el que mira
a través de esa ventana? ¿Qué sugiere esa mirada que parece aceptar lo permanente
como una consecuencia del azar?: “Asómate, observa la calle y dime / si en este
día del año nuevo todo no continúa igual”. Lo que el hablante recoge al mirar por
la ventana es un paisaje retenido en la mirada: el ruido, la celebración del nuevo
año, el cielo azul, la mañana, los mismos acontecimientos. Toda esa realidad exterior
es un espacio en el que las cosas proyectan su condición intransferible. El pasado
y el presente fundidos en una misma imagen que se desliza en un tiempo indiferentemente
y lineal. Esto es precisamente lo que sugiere el poema. Una condición donde
la materia parece resistirse al tiempo. Un tiempo ordenado por un azar insoslayable
como si lo desconocido alternara con nuestro paso por el mundo y como si lo inanimado
fuera parte de ese caminar por el mundo: “El azar mantiene en secreto su próximo
paso. / Dependemos mucho más de él que de nosotros”. El azar representa el territorio
desconocido del acontecer humano. Un modo de reflexionar sobre el tiempo y las consecuencias
de su negación. La vida es representada aquí como incertidumbre y cuestionamiento
de una realidad en donde la certeza de lo visto se ha convertido en algo lejano,
como si no existiera un antes ni un después y todo permaneciera estático en un mismo
lugar:
Voltea
y observa en tu cuarto la pared
donde
el almanaque cuelga en su sitio, sin moverse,
a
la par del tiempo que con su ir y venir
hace
que las cosas, inmóviles también,
se
resistan a cambiar, cubriéndolas
con
su manto polvoriento.
El
espacio que habitas es el mismo.
Tú
también.
Este sentimiento revela la realidad
del sujeto poético, su vida frente al tiempo. Esto no constituye, por supuesto,
la negación de su temporalidad. Hay más de una perspectiva que caracteriza la relación
y la atmósfera de estos poemas. En ellos el conocimiento de lo que vemos refleja
un sentido impersonal que paradójicamente alude al vivir del poeta y a su
escritura. El lenguaje es lo que sostiene su presencia dentro de esa visión de mundo,
la imagen que conlleva esta escritura: “Desconfía de lo que brota repentinamente
/ pero también, y aún más, de lo que necesita / mucho tiempo para madurar”, dicen
estos versos (p. 76). Y más adelante: “No escribo sobre aquello que pasa por mi
cabeza. / Más bien escribo sobre aquello / por lo que mi cabeza pasa. / Vivo solo
encerrado en mi cuerpo. / Yo soy mi universo y mi solo firmamento”. (p. 85) Ese
pasar sobre las cosas es precisamente lo que manifiesta el poema como una respuesta
a lo permanente. Una idea que también rechaza el concepto de perfección que se expone
de un modo irónico. La misma experiencia y conocimiento de la realidad nos sitúa
frente a una imagen poética que se adelanta a la razón que la sostiene y admite
más de un modo de interpretarla. De un lado está la distancia: la mirada objetiva
que retiene lo contemplado; y, del otro, la imagen que proyecta la aceptación o
negación de esa experiencia. No es que exista una contradicción entre la imagen
y lo observado, lo que importa es lo que arroja esa mirada como referencia de esa
realidad:
Cuando
salgo de casa llevo conmigo a las palabras.
Entonces
comienzo a descubrir las cosas,
veo
esto y aquello con asombro de neófito en una ventana.
O
quizás no veo ni descubro nada nuevo y asombroso
sino
que nombro y nombro.
Por
eso fue bueno traer conmigo a las palabras.
Fue
útil tenerlas a mano, conmigo, en alguna parte
de
mi mente
para
comprobar
que
todo lo que descubro se reduce a ellas.
II
Muy
hermoso debe ser el paisaje
que
elogias tomándote el trabajo de señalármelo
con
la mano para que lo vea. Pero
yo
sólo estoy viendo
aquello
en lo cual pienso.
Bastante
ocupado me tiene mi propio paisaje.
No
un paisaje propiamente
sino
un lugar en mi mente.
El asunto del poema configura otra
perspectiva, demanda mayor atención por la intensidad de la imagen que incorpora.
No de la imagen que nace de la voluntad del poeta, sino de la mirada que como un
espejismo impregna de otro sentido la percepción:
¿Es que volaron antes de que nos diéramos
cuenta
de que podían hacerlo sin necesidad
de tener alas?
¿O fue que nuestras miradas se las
prestaron?
Así el poema.
El juego intuitivo entre el vuelo
del pájaro y el poema despliega una imagen que representa el proceso poético. El
cuestionamiento que orienta el trasfondo del poema refleja su estremecida realidad.
Lo que aspira poseer el hablante en el plano estético del lenguaje se funde en la
fugacidad de ese “vuelo” cuya naturaleza sintetiza el acto poético. El sentido de
la escritura se desdibuja hasta trazar la ilusión de otro paisaje como sugieren
los siguientes versos: “Que se oponga pero que deje ver / Como la verja, no como
la pared.” (“La realidad”), y también el próximo: “Que refleje pero
que deje ver / Como el cristal, no como el espejo.” (“El poema”). Precisamente este reflejar retiene el sentido que presenta la realidad:
las cosas que vemos o imaginamos a nuestro alrededor, lo que pasa por nuestros ojos
ante la sostenida contemplación de un paisaje que busca plasmar la esencia de lo
contemplado, pero contiene solo las apariencias:
Sentados
en el barranco vemos la cascada
cayendo
como sílabas blancas
fija
sobre las grandes lajas
tal
si una lengua oscura recobrara en el chorro
el
uso de la palabra.
Y
si enmudecemos nosotros es sólo para percibir mejor
cómo
en la columna de agua una voz sin descanso
repite
nuestros nombres,
insistentemente.
¿O será que la naturaleza, acaso oscuramente,
sin
obtener respuesta, nos habla?
La
poesía solicita de mí mucho más
espacio
del que puedo dispensarle,
y
también mucho tiempo de mi vida.
Mucho
más del que me queda.
Y
yo no hallo qué acordarle.
Ni
qué primero y qué después.
No
sé si tiene sentido preguntárselo.
O
si está bien que sepa
que
no tener qué darle
es
ya darle.
La demanda de ese espacio creativo
refleja un examen de conciencia. Una conciencia que no oculta la profunda generosidad
de la palabra. Por eso la poesía impondrá sus propias exigencias para presentar
la condición humana del hablante ante el mundo:
Un
día te encontraré en la escritura.
Y
ya no será un camino torcido
sino
sencillamente el que conduce a ti.
Yo
confío en que por ese sendero
llegue
a rozar un día la posteridad.
Sé
que no será un viaje corto
que
garantizará después de todo
que
el prodigio que me negó esta vida
será
recompensado en la otra.
Puesto
que como ya se ha dicho
sólo
se es poeta después de morir.
La poesía es la más honda expresión
del ser en su transitoriedad. En el proceso de la escritura el poeta dejará ver
sus circunstancias en afanoso diálogo con las cosas que lo rodean, con la realidad
que personaliza su paso por el mundo. En un mundo donde la vanidad parece triunfar
sobre los verdaderos valores de la vida, el poeta permanecerá fiel a la palabra.
La intensidad de su palabra será un encuentro conmovedor consigo mismo, reflexión
y reconocimiento de su aventura poética: “Yo confío en que por ese sendero / llegue
a rozar un día la posteridad”. La ironía de este verso responde a la percepción
de la imagen que sostiene el acontecer del poeta allí donde el silencio lo habita
y lo retiene:
No
puedo imaginar el tiempo,
ni
el tuyo ni el mío.
Mucho
menos podría definirlo
para
adecuarlo a una situación
que
entretanto ya habrá pasado.
Basta
de pedirme que dé la cara
a
fin de que la gente sepa a qué atenerse
respecto
a lo que soy o no soy.
Basta
de corporizarme
en
cuanta ocasión se presenta
con
la consabida frase:
“Soy
fulanito de tal”
para
que obviamente el otro
pueda
formarse su opinión:
“Sí,
es un bípedo, vale decir, un animal”.
Solo
si trato de definirme
creo
poder encerrar el tiempo
en
mi idea de la medida del tiempo.
Vana
ilusión. Con eso únicamente
estaré
construyendo una frase.
Pero
si ensayo vivir a tiempo
entonces
¿qué sentido tiene
ocuparme
de la definición?
El tiempo, “la medida del tiempo”
como un acto de reflexión actuará cada vez sobre el hablante como una exploración
del yo. Esto caracterizará su presencia y su ironía de la vida. Pero en este caso
el poema no está escrito para enfatizar la noción del tiempo, sino para burlarse
de cómo definirlo. Tampoco busca despojarlo de su significado, sino más bien contradecir
la ironía de esa mirada que cree reconocer lo recóndito del ser: “Solo si trato
de definirme / creo poder encerrar el tiempo / en mi idea de la medida del tiempo”.
Esta reflexión no intenta personalizar cada acto de la vida (“Vana ilusión”) ni
distraerse con la inutilidad de un pensamiento que se reconoce inmerso en el tiempo.
De ahí que el presente y el pasado encierren una continuidad: la idea de una palabra
que garantice no sólo el deseo de decir lo que el yo siente, sino también un modo
para manifestarse tal como es:
Tengo
que suministrarme un origen. Un origen
que
no sea aquel del cual provengo y al que aspiro.
Ni
siquiera el que merezco. Un origen que como el futuro
esté
adelante, silencioso y desconocido.
Un
origen no consagrado por las leyes ni condicionado
por
los dioses. Un origen que no mire hacia atrás.
Que
no sea la fachada de un templo ni un agujero negro.
Un
origen que me garantice que por fin admito
que
he llegado a ser lo que soy.
En la poesía el poeta encontrará una
visión de mundo que será una forma, un método de interrogar su propia existencia:
la conducta humana, las acciones de sus semejantes, la historia y la memoria, las
relaciones sociales, el sentimiento y las circunstancias que dominan los actos de
la vida. Su origen nacerá del centro y continuidad de esa palabra que reflejará
la hondura de su voz en el tiempo. Por ello recurrirá una y otra vez a la palabra
para formular una poética del mundo que lo habita. Pero en el ámbito de esa
intimidad siempre habrá un misterio interior, algo que traspasa los límites de la
razón y persiste como un sueño inconcluso. Por eso estos poemas proporcionan una
óptica que se adhieren a las situaciones personales de cada ser, y a las formas
y valores del lenguaje como una crítica de la condición humana. En cierto modo,
esto lo había expresado el poeta: “…la poesía no puede quedarse exclusivamente en
el plano de las imágenes, la metáfora, o el deslumbramiento por la palabra, sino
que debía realizar un movimiento al interior de ella para hacer una crítica. Crítica
doble: una al lenguaje y sus mecanismos y, otra, a la poesía misma.” [3] Y es que la poesía exige una entrega
total y debe ofrecer mucho más de lo que aparentemente revela sobre su superficie.
No basta, para el lector, con detenerse aquí o allá buscando escudriñar sus valores
formales o lo que media entre lo que pensamos y incorpora la visión del poeta. Siempre
hay un sentido más profundo que nos sitúa frente a otra realidad. La que mediante
la ironía o el humor se convertiste en una especie de crítica y cuestionamiento
de los temas y motivos que la sostienen:
¡Ah,
si me hubiese hecho alguna ilusión
hoy
me sentiría defraudado!
Pero
a la ilusión, como a un tercero,
la
traté cortésmente,
sin
tomarle confianza
ni
rendirle pleitesía.
Jamás
de tú a tú,
sino
como a la bella desconocida
que,
habiéndonos sido presentada un día,
nunca
más vimos.
¿A qué se parece la ilusión
que el poema presenta? ¿Qué es lo que queda en el poema como una forma inaprensible?
La vida pasa igual que la realidad que gira hacia la muerte. A solas con esa ilusión
el poeta comprende que la historia de todo ser se deshace en el tiempo.
No puede idealizar lo que ocurre en el ámbito de su cotidianidad, ni aferrarse a
la vanagloria de ese mundo que contiene las máscaras de un futuro irrisorio y desconocido.
Por eso el hablante poético ha asumido una actitud recelosa distanciándose de aquello
que provocaría su ruina y relación con la poesía. Ha desarrollado una conciencia
poética que no permite confundir lo que verdaderamente vale de la vida con la nefasta
visión de la realidad. Ya desde el comienzo del poema ha expresado: (“¡Ah, si me
hubiese hecho alguna ilusión / hoy me sentiría defraudado!”). Comprende que hubiera
sido un error sugestionarse con lo que acabaría colocándolo frente al engaño. De
ahí su reacción con el lenguaje y su cuidadosa percepción del mundo. De ahí también
su actitud ante las cosas que estimulan su mirada. Si las cosas contienen un sentido
de desconfianza es porque la poesía misma repudia las vanas conquistas que el lenguaje
pudiera proponerle, pues el hablante reconoce que tampoco está exonerado de la ironía
que marca las experiencias de su vida:
Solían
decirme
Con
esa fachada no vas a ninguna parte
Vístete
bien, arréglate
el
nudo de la corbata
camina
derecho,
domínate
¡ten
compostura!
Y
nada de sentarte a la mesa y sacar
un
palillo de dientes antes de sentare a comer
cuando
escuches permanece de pie
y
cuando hables también
Con
los zapatos sucios y como un mandril
con
esa fachada no vas a ninguna parte
Ni
siquiera a un burdel.
Otro será el sentido que hallamos
en poemas que rasgan la piel de la palabra hasta hallar una presencia iluminadora.
La mirada de Juan Calzadilla busca lo auténtico de la vida en el vasto universo
de la poesía: “Piensa en una poesía que, aun estando escrita, / no necesitara de
palabras”, dice en este verso, y, en otro: “La tragedia del poeta consiste en que
estuvo / siempre demasiado consciente de sí”. Esta paradoja es parte del juego irónico
con que el poeta intuye su mundo: ironía y humor de una experiencia creativa que
desemboca en una poesía siempre distinta, transformadora del sentido de la realidad.
Lo que pasa sobre el corazón como el vuelo de un ave nocturna, y al alejarse olvida
que “todo arte verdadero lo es porque habita en los límites extremos de lo real
y lo irreal”, como justamente ha señalado el poeta Gustavo Pereira. [4]
Mi
obra (si pudiera considerarse poesía)
puede
entenderse en última instancia
como
un ejercicio de emborronamiento reactivo.
Y
no porque me empeñe en borrarla
una
vez que la escribo, buscando proporcionarle
con
esto patente de invisibilidad, sino porque al
reescribir
lo ya escrito
me
he dado cuenta de que lo que
he
hecho con ella
es
engendrar un nuevo borrón.
He aquí el esfuerzo de esa experiencia
creadora cuya burla se vierte sobre sí misma no para mofarse de lo que ennoblece,
sino de la imagen que acusa su ironía de la realidad. Poesía de angustia existencial
que busca fijar los diversos planos de esa realidad volátil. Por un lado, la que
el texto particulariza y refiere y, por otro, la que reviste de humor el lenguaje:
Nunca
tuvo bastante amor propio para pensar que su
suerte
pudiera llegar a ser la escritura. Por el contrario,
fue
la duda lo que alimentó en todo momento las
expectativas
que, respecto a su posibilidad de triunfo, se
hacía.
Y así fue siempre. A tal punto que se aplicó a su
tarea
con demasiado realismo, sin ninguna esperanza,
y
alcanzó a ser lo que esperaba de sí: un desconocido.
La poesía no oculta lo que el poeta
conoce por experiencia: la imagen agobiante del mundo impregnada de un humor punzante
que se burla de todo. Humor que nos coloca ante la percepción de una realidad llena
de paradojas y conflictos. Por eso: “Es difícil apreciar las cosas sin que nos reflejemos
en lo que pensamos de ellas. / ¡Cómo que ellas también nos sirven de espejo! Igual
que la capa de aire interpuesta cuando miramos por el vidrio de una ventana!”.
[5] Pero al poeta no le es dado aceptar
su destino tal como es y reclama otro sentido del mundo, allí donde posa su mirada,
“allí donde el tiempo no ha podido vencer”. [6]
NOTAS
1. Juan Calzadilla. Poesía por
mandato, Antología personal, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana,
C. A., 2014. En esta antología hallamos también tres poemas, cuyas estructuras fueron
modificadas y poemas que permanecían inéditos hasta el momento de esta publicación.
2. Vela
de armas, para navegar en el viento. Juan-calzadilla.blogspot.com/search/label/Luis%20Alberto%20Crespo
3. Véase, David Lara Ramos, “Juan
Calzadilla: La poesía habita en el individuo antes de que empiece a escribirla”.
[Entrevista: David Lara Ramos]. http://escribedavid.blogspot.com/2007/10/juan-calzdilla-la-poesia-habita-en-el.htm1#!
4. Véase, La poesía es un caballo
luminoso, Caracas, Fundación Editorial El perro y la rana, 1913.
5. Juan Calzadilla, Editor de crepúsculos,
Caracas, Fundación Editorial El perro y la rana, 2014.
6. Ramón Palomares, Antología poética,
Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A., 2004.
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 170 | maio de 2021
artista convidado: Friedrich Schröder-Sonnenstern (Prússia, 1892-1982)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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