sexta-feira, 21 de novembro de 2014

JOVINO SANTOS NETO | Tocando el timbre, en la casa de Hermeto Pascoal





 Hermeto Pascoal

Era un soleado domingo de noviembre en 1977. Mi amigo de infancia Jacinto y yo miramos al portón cerrado frente a nosotros, allí en la calle Vitor Guisard, en el Barrio Jabour, cerca de Senador Camará, Zona Oeste de Rio de Janeiro. Yo le pregunté:
-¿Será que toco el timbre? Él me garantizó que allí mismo, en aquella casa por detrás del muro alto, vivía Hermeto Pascoal. Él había llegado de Sao Paulo hacía un año. Sin más titubear, apreté el botón.
Estaba allí por pura curiosidad. Recién llegado hacía dos semanas de Montreal, en Canadá, donde había pasado 3 años estudiando biología y tocando música, me encontraba de vuelta a mi barrio de nacimiento, Realengo, allí cerquita de Jabour, camino a un curso de posgrado en la Amazonia. Mi curiosidad era grande. En 1967, a los 13 años, yo vibré con Edu Lobo y su linda composición “Ponteio” que ganó en el Festival de la Record, sin darme cuenta que aquella flauta que parecía un pájaro cantando por detrás de las voces era tocada por un albino bajito sin cuello, escondido detrás de los otros instrumentos. Yo había leído un reportaje de la revista O Bondinho de 1972, antes de ir a estudiar afuera, con un artículo sobre aquella figura exótica y quijotesca incluso antes de oír su música, lo que solo vino a pasar en 1973, en el Teatro Fonte da Saudade, en Lagoa. Asistí a otro show de Hermeto en el Museu de Arte Moderna de Rio en 1975, mientras pasaba vacaciones y más de una vez, salí de allá maravillado con el sonido, pero confundido por no saber colocar lo que había oído dentro de ninguna categoría conocida. De vuelta a Canadá, conocí otras facetas del trabajo de Hermeto en las grabaciones que él hizo con Airto Moreira y Flora Purim. Por eso, de vuelta a Brasil, en 1977, yo me encontraba allí, listo a tocar el timbre de su casa, y medio nervioso, sin saber lo que iba a decirle.
Junté valor y apreté el botón. Doña Ilza Pascoal, esposa de Hermeto y madre de sus 6 hijos, abrió la puerta:
-Diga… Y yo tartamudeé:
Unica Zürn-E e e Hermeto está? Soy músico y me gustaría conocerlo. Ella me condujo hasta la sala, y de repente me vi solo allí, sentado en el sofá, mientas Hermeto Pascoal, de short y sin camisa, estaba tocando en un piano eléctrico con audífonos, de ojitos cerrados. Todo lo que oía era el golpetear de las teclas. Unos 20 minutos pasaron, lo que me pareció una eternidad. Yo ya estaba pensando cómo iba a salir sin que él lo notase, cuando él abrió los ojos, sonrió y me saludó:
-Hola. Comencé a presentarme. Todo lo que yo quería era decirle sobre mi admiración por su trabajo. Hablé del grupo con quien había tocado piano en Canadá, Mélange, y dije que estaba allí en Rio de pasada, camino a un curso de posgrado en Amazonia. ¿Será que Hermeto conocería un lugar para tocar un poco, donde sonaba un jam session? Yo le mostré un cassette de Mélange, y él me mostró una de su nuevo disco, “Missa dos Escravos”. Tocó el surco-título, con el sonido de los cerdos y aquellos acordes tan extraños para mí. Entonces me preguntó:
-¿Sabes leer partituras? Yo le mentí:
-Ah, sí, claro…
-Mira, yo tengo un Grupo, y estoy queriendo tocar más flauta y saxofón, necesitaba de un pianista para este viernes para un show en Morro da Urca, ¿te animas?
Eso no era lo que realmente esperaba, pues nunca pensé que él fuese a invitarme para tocar. Yo contesté que no podría asumir ningún compromiso, debido a mi curso, tenía una prueba para la beca de estudios en 2 semanas, etc.…Él me dijo:
-Escucha, si quieres tocar, puede ser sin ningún compromiso, me avisas cuando tengas que ir a la escuela y queda todo bien. Entonces sacó una hoja de papel con unos acordes escritos. Recuerdo claramente el tema, “campinas”, una linda balada que él había compuesto hacía poco tiempo. Me pidió sentarme al piano eléctrico y tocar los acordes. Y allí mismo, sin saber formar ni la mitad de ellos, ambos comprobamos que yo realmente no sabía leer nada. Mi experiencia musical incluía unas clases de piano que tuve con Doña Jupyra cuando tenía 12 años, pero desde entonces, todo lo que tocaba era de oído, músicas copiadas de la radio o de discos, y mis composiciones, que tocaba de memoria. Hermeto dio una sonrisa pícara y dijo:
-Yo creo que necesitas ensayar un poco… ¿puedes venir acá mañana en la tarde? Los chicos del Grupo vienen a ensayar, y puedes aprender con ellos. Y fui entonces a casa, sin saber siquiera donde tenía amarrado mi burro. Claro que no podría entrar de nuevo en un conjunto musical, tenía otros planes trazados, una vida dedicada a la investigación científica dentro de la biología, donde la música figuraba solo como un hobby, una distracción. Yo había probado un poco la vida de músico en Canadá, y no creía que mi camino era vivir dentro de los ambientes llenos de humo de los clubes, tocando para gente que no estaba allá para oír música.
Y ahora estaba dividido, porque dentro de mí, algo quería realmente tocar, aprender y compartir aquel sonido.
Unica ZürnLunes, 14h, allá estaba de vuelta en Jabour. Conocí a Itibere Zwarg, bajista y Peninha, baterista. Hermeto me presentó a ellos y comenzamos a ensayar, una variedad de temas: un “baiano”, un “frevo”, aquella balada que no conseguía tocar. Al medio de la tarde apareció un percusionista que se llamaba Pelé. Él había conocido a Hermeto durante la grabación del disco “Orós” de Fagner, y fue invitado para estar en el ensayo. Hermeto le dijo:
-Campeón, esa cosa de ser Pelé no va, te vas a llamar Pernambuco. Pelé/Pernambuco había traído un “berimbau” y unas tumbadoras, pero Hermeto, que siempre llamaba a todos “Campeón”, dijo:
-Mira, vende esas cosas, porque vas a ser un percusionista diferente. Nada de tumbadora o “berimbau”, ya hay mucha gente tocando eso. Mañana vas al Mercado de Mudureira y compras unos cencerros, unos cucharones y unas ollas. Vamos a crear instrumentos nuevos.
Y así la semana pasó, el Grupo ensayando, tocando el mismo tema 20, 30 veces. Yo, medio precipitado, creía que estaba bien, que podíamos ensayar otros temas, o entonces improvisar, que era lo que yo en el fondo quería, pero Hermeto insistía que todavía había mucho que mejorar. Al segundo día de ensayo apareció Cacau, saxofonista y flautista que tocaba con el Grupo hacía algún tiempo. Yo nunca había tocado en un grupo así antes, en que las partes eran definidas y ensayadas muchas veces, mientras el Campeón (nosotros lo tratábamos por el mismo nombre que él nos trataba) cambiaba una nota aquí, una batida allá, y todos reescribían sus partes en el momento. Muchas veces solo la “cocina” (piano, bajo y batería) ensayaba el tema entero, sin los vientos. Yo, que me había acostumbrado a tocar siempre con otros músicos cubriendo mis errores, de repente pasé a sentirme muy vulnerable. En esta nueva situación musical, el baterista nunca marcaba el tiempo; él tocaba de una forma más libre, coloreando las frases, lo que me dejaba medio inseguro, sin entender cómo hacer con todas esas voces coexistiendo. Hermeto asumía el piano y tocaba, a veces improvisando durante 15 o 20 minutos con la banda, lo que me dejaba loco de ganas de imitarlo.
Un día le pregunté:
-¿Me podrías enseñar técnica, ejercicios para tocar así de rápido y limpio? Él sonrió:
-No, la técnica no existe separada de la música. Esos temas que ustedes están ensayando exigen de técnica, y por eso tenemos que repetir muchas veces, para que la mente y las manos puedan aprender naturalmente. Pero si quieres estudiar solo la técnica, te vas a convertir en robot, tocando un montón de escalas y frases hechas de forma automática.
Por fin llegó el famoso viernes. El show era en Concha Verde, que era un anfiteatro al aire libre en lo alto del Morro da Urca. Para llegar allá era necesario tomar un bus de Pao de Acucar, la postal más conocida de Rio de Janeiro. Llegué temprano, muy feliz de ver el local lleno de gente, con personas encaramadas encima de árboles para quedar más cerca del escenario. Nunca había participado como músico de un evento así, estaba ansioso de mostrar todo aquello que habíamos ensayado durante la semana.
Le pregunté a Hermeto cuál sería la primera música de la noche, y él respondió:
-No sé, vamos a entrar en el escenario y crear un ambiente. Yo quedé confundido:
-¿Cómo? ¿Y los temas que la banda ensayó todos estos días?
-Hoy y ahora no es un buen momento para esos temas. Vamos a tocar otros. Y de repente estábamos en el escenario, creando, haciendo improvisaciones y solos que nunca se habían dado antes. Otros músicos aparecieron: Mauro Senise, José Carlos Bigorna, Márcio Montarroyos, de repente había un naipe de vientos en el escenario tocando cosas que nunca había oído. En una cierta hora Hermeto me manda a hacer un solo de “clavinete”, un teclado con cuerdas. Y yo le pregunté:
-¿Qué tipo de solo quieres que haga? ¿Medio soul, funk, rock?
-Nada de eso- quiebra todo, toca lo que sientas en el momento. Yo fui sin saber realmente lo que era “quebrar todo” y cuando comencé a tocar, él paró la banda entera y todos salieron del escenario, dejándome solo con centenares de personas oyendo. Fue allí en aquel momento que me di cuenta que una transformación estaba pasando, una cosa medio misteriosa que no conseguía entender, pero que era una delicia.
Claro que tener personas aplaudiendo era bueno, pero la satisfacción mayor era la de encontrar en aquel momento una respuesta intuitiva en mí para un desafío que envolvía la mente, el cuerpo y el corazón, todo junto. Toqué sin pensar en frases pre-construidas, de una forma tal que los espacios entre las notas se volvían tan o más importantes que las notas.
Al final del concierto, todos estábamos exhaustos y felices, y Hermeto me preguntó:
-Y entonces, ¿te gustó?
-Claro, me encantó…
-Pana, si quieres, el sábado que viene tenemos otro show en Sao Paulo. ¿Quieres ir? Y yo, ya imaginando lo que podría suceder, respondí:
-Sí me gustaría Campeón, pero ese día tengo que hacer una prueba para mi beca de estudios aquí en Rio, dura todo el día…
Unica Zürn-¿A qué horas es la prueba?
-desde las 7 hasta las 16h.
-¡Listo! Nuestro show es a las 21h en S. Paulo. Haces tu prueba, tomas el avión y llegas allá en el Ginásio da Portuguesa a tiempo, te vamos a esperar…tienes un pasaje esperándote en el aeropuerto.
Y como debía ser, yo hice la prueba en Rio, y tomé el avión para Sampa y un taxi para el local del show.
Llegué a Portuguesa y estaba un festival, la Clementina de Jesús y Xangó da Mangueira estaban cantando, y allá detrás del escenario, Hermeto y el resto de la banda. Estaba feliz de volver a ver al grupo, y Hermeto me saludó:
-¿Estás listo?
-Sí, Campeón.
-Entonces vamos a darle. El concierto fue totalmente diferente de lo que pasó en Rio, el público en Sao Paulo oía de una forma muy diferente. Fue la primera vez en mi vida que percibí que cada nota que tocaba resonaba en alguien de la platea, y se devolvía con una vibración. Todo lo que la banda tocaba era amplificado no por los alto-parlantes, sino por la gente que estaba allí tomando aquel sonido. Y yo vi como Hermeto se alimentaba de aquella vibración. En aquella época él tocaba una flauta con captador y una caja de efectos que podía manipular, encontrando sonidos de feedback y distorsiones, que antes solo con Jimi Hendrix había escuchado. Allí, en aquel momento, yo entendí el por qué del sobrenombre de “Brujo” que Hermeto tenía. La flauta era una varita mágica, y él la usaba de una forma natural, sin manierismos, tocando y apuntando para el amplificador, usando el feedback como una melodía. Oí en aquel concierto otros temas que nunca había conocido, inclusive la linda “Aquela valsa”, que Mauro Senice tocó en saxo soprano. Yo no toqué el piano todo el tiempo; varias veces Hermeto corría y me quitaba del teclado, diciendo:
-Viene una percusión, quédate allí al lado de Pernambuco, pero siempre mirándome. Yo iba, y mientras tocaba un triángulo o “caxixis”, observaba como él era capaz de tomar cierto ritmo o estilo y darle una cosa nueva, una nueva tonalidad, hasta que la marea se estabilizaba otra vez, y él me daba una señal para retomar:
-Ahora quédate tocando así, ¡pero no dejes caer la pelota de nuevo!
Yo, que ni sabía que la pelota había caído, creía que estaba todo bien, pero él estaba oyendo todo, y con firmeza y cariño, corregía mis errores y comentaba después:
-Mira, a veces grito y parezco medio grosero en el escenario, pero la música está sonando, y la música es sagrada. No creas que estoy con rabia, estoy cuidando la música.
La manera cariñosa con la que trataba a todos en el Grupo dejaba eso bien claro, pero él nunca dejaba pasar un segundo en que las piezas de aquel rompecabezas complejo estuviesen fuera de lugar, sin que él interviniese para ajustar uno u otro detalle.
En Sao Paulo, pasé a conocer el lado pícaro de Hermeto. En su casa de Jabour, él nunca salía, se quedaba en casa viendo futbol y tocando, pero en los viajes se volvía ese personaje que los indios americanos llaman “coyote”, el bromista astuto, el comodín multicolor que desafía, desacata y desafía todo lo que estuviese en frente de la Música. En la mañana siguiente al show de Portuguesa, fui a su cuarto de hotel y me dijo:
-Oye este “choro” lindo que escribí: y tocó sentado en la cama un “choro” breve de 3 partes en el saxo soprano mientras pensaba: ¿Cómo nunca oí ese “choro” antes? Al final, él dijo:
-No lo escribí, lo inventé ahora mismo, improvisé toda la música. Eso para mí pasó a definir la esencia Hermética. Lo improvisado tan estructurado que parece escrito, y la escritura tan fluida que parece fluir de la llama del improvisado free.
Otra cosa que me atrajo mucho de Hermeto era la fibra nordestina. Como nieto de un abuelo del estado de Sergipe, crecí oyendo la lenguarada y la manera nordestina, hablar y actuar, y Hermeto representaba el arquetipo del “cabra de peste”, el vaquero del campo que burla el clima, la distancia, las limitaciones físicas y todo aquello que venga al encuentro de su ruta trazada por el destino. Hermeto me recordaba un peón montado en un caballo salvaje, corriendo en el medio de la vegetación espinosa atrás de la res desagarrada del mediodía, usando la red de la armonía y el tropel de la “zabumba” para alcanzar su objetivo.
Unica ZürnCon el fin del año 1977, todo sucedió al mismo tiempo para mí: el descubrimiento de universo musical de cuya existencia yo ni sospechaba, junto con la aprobación para el curso de maestría en ecología en el Instituto de Investigaciones de la Amazonia. Debía elegir, y pronto.
Un camino que se bifurca en la selva, sin señales o flechas apuntando el camino cierto. ¿Debería seguir los estudios iniciados, explorando con la mente las diversas conexiones entre la naturaleza y los seres vivos, o saltar de cabeza en esta aventura de músico, aprendiz de hechicero con varita mágica de plata, y muchos trucos escondidos en el sombrero de copa blando de su cabellera? Fueron unas semanas de mucha reflexión y de inseguridad. En breve me di cuenta que en aquel momento yo era un pasajero en la estación ferroviaria, viendo dos trenes pasando, aparentemente yendo en direcciones contrarias. Y allí en aquel instante, pude vislumbrar el espacio entre los vagones, como una ventana entreabierta. Ese era mi chance de saltar, confiar en la intuición y encarar el desafío de la música, sobre la que yo sabía nada o casi nada, dejando la línea recta de la ciencia, una calle asfaltada donde yo sabía cómo avanzar, por la corriente del río de la música, llena de sorpresas, con sus crecidas y sus sequías. Nadar o profundizar…
Tuve el apoyo fundamental de mis padres, que nunca se opusieron a mi decisión. Recuerdo claramente cuando le dije a mi padre que iría a rechazar la beca del INPA para quedarme viviendo en Realengo, ensayando todos los días con una tropa saltimbanqui. Él me dijo calmadamente:
La vida es suya, tome su decisión y siga hacia adelante. Solo no me venga a decir de aquí a 6 meses que quiere ser biólogo otra vez, ¿está claro?
Y ese fue el comienzo de un nuevo capítulo, un aprendizaje que me pidió 15 años de mi vida, y que me dio a cambio la llave del Universo de la Música.

Jovino Santos Neto (Brasil, 1954). Músico, compositor, arreglista y productor. Durante 15 años, trabajaba a tiempo completo, con Hermeto Pascoal, como pianista, flautista, co-productor de siete discos y giras internacionales responsables del grupo. Creó un archivo para documentar y preservar miles de composiciones de Hermeto. En 1993, Jovino se mudó a Seattle en los Estados Unidos a estudiar dirección de orquesta y desarrollar su carrera como compositor pianista y arreglista. Entre 95 y 97 ha tocado con Airto Moreira y Flora Purim con quien hizo giras por todo el mundo. Ha editado discos como Alma do Nordeste (2007), See the sound (2010), y Current (2011). Ha publicado el libro Todo es sonido, con 32 músicas de Hermeto Pascoal. Es profesor de piano y composición en el Cornisa College of the Arts en Seattle. Aquí publicamos el capítulo inicial de un libro suyo en curso. Traducción: Gladis Mendía. Contacto: jovino@jovisan.net. Página ilustrada con obras de Unica Zürn (Alemania), artista invitada de este número de ARC.




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