José Santiago Naud es tal vez el poeta de mejor
convivencia con el espectro cósmico y mítico en los meandros de una lírica
brasileña. Su poesía es intensamente religiosa y une lo sagrado al espíritu
humano, asimilando diferencias, puliendo confluencias, convocando los elementos
visibles e invisibles, nostálgicos y visionarios, dispares y consensuados a una
fiesta de sentidos mucho más allá de la simplificación esquemática de nuestra
tradición, que se satisface, en ciertos casos, en oponer Drummond a Cabral,
para en seguida descartar al primero. Santiago Naud, al contrario, sabe bien
del poder de la suma y también en esto nos da una gran lección. Su poesía hace
surgir entre nosotros todos los nombres de La Musa, sus trucos de lenguaje,
máscaras rituales y vestes íntimas del espíritu. No se le escapa nada de
nuestra memoria de testimonios poéticos. Recurre a todos los elementos a su
disposición, sumergiéndose y trayendo a la superficie figuras inquietas de
sueños y visiones. No como señal de conquista, sino guiado por la generosidad,
por un rigor expansivo.
Como él mismo dice en un poema del libro Oficio humano (1966),
“Querer tener es avaricia”. Se trata de una poesía que elude los vicios de la
posesión. Su excelencia está en la convivencia. Pero esa convivencia se
fortalece justamente al mezclar ciclos, al poblar el poema de silencio y
vocerío, ascetismo y sensualidad, dudas y claridades. Incluso cuando dice
de Jorge de Lima “probablemente, con Carlos Drummond de Andrade, es el poeta
brasileño más presente en mis inquietudes poéticas”, incluso ahí, sabemos la
fuerza del abarcamiento, por la propia profundidad del acto poético dado a la
luz de nuestra lírica por ambos poetas. Y esa mención cumple además con la
notable tarea de llamar la atención hacia la importancia de la obra de Jorge de
Lima, una de las voces fundamentales de la poesía en lengua portuguesa, no sin
violenta injusticia casi del todo olvidado por las nuevas generaciones
brasileñas.
Esta carencia de influencia orquestada por un silencio que une el
descuido a lo intencional es algo que también se verifica en relación con la
propia circulación de la obra de Santiago Naud. Escasa en gran parte por la
falta de distribución fuera de Brasilia, ciudad donde sus libros vienen siendo
editados en los últimos 30 años. Y agravada porque la mayor parte de esos
libros están agotados y porque en el medio editorial brasileño no se
hallan algunos de sus títulos publicados en el exterior: Conhecimento a
Oeste (Portugal, 1974), Dos nomes (Argentina,
1977), HB Promontorio milenario (Panamá, 1983) y Piedra
Azteca (México, 1985). Este último, uno de esos ejemplos
engrandecedores de cualquier tradición lírica y, sin embargo, totalmente
desconocido por los lectores brasileños, sin olvidar que entre esos lectores se
encuentran también nuestros poetas.
Piedra Azteca, con su arquitectura de cinco cantos o
capítulos, su trébol de cinco hojas, encierra en sus nervaduras un interesante
diálogo con Drummond, sucediéndolo en su convocación de los mitos
urgentes.
Diálogo ampliado en sorprendente dirección con otro poeta, el mejicano
José Gorostiza, puertas abiertas a la altura y a la síntesis de dos poéticas
entrañables, medulares y trascendentes, configurando un particular rito de
convivencia entre dos culturas, afirmado por la residencia de Santiago Naud en
México.
El extenso poema que compone el libro –cuya superficie apunta en la
dirección de una visita al mito o celebración del milagro de Guadalupe– refleja
un dominio alquímico donde la Piedra de Roseta se transfigura en obsidiana, a
la vez transmutándose, a cada canto, en navaja, puñal, hilo, lengua, mariposa,
sin perder el espíritu mineral, pero adentrándose en círculos y profundidades
en busca de nuevos contrarios que pueda rescatar unificándolos. Viaje pleno de
las formas que se descubren y quedaron de esa intimidad. Viaje insolente de la
resurrección tras cada sitio extraviado, “así como alguien pasa / después de
perdido todo / y lleva el nombre cambiado”. La propia construcción del poema,
al recurrir a una práctica de espirales en el tallado de palabras y sentidos,
modula un instigador desafío entre el repetir y el reflejar, desdoblándose en
múltiples sentidos alcanzados a partir de la acción de un verbo en otro.
Piedra Azteca confirma la condición visionaria de la
poética de Santiago Naud, enlazándose en el esplendor de sus imágenes con un
libro que le es vecino en el tiempo, HB Promontorio milenario,
luminoso coloquio con una pintura homónima del panameño Adriano
Herrerabarría. Acierta Mario Augusto Rodríguez, al decir que se trata de “una
obra de alucinantes sensaciones interiores, que parece desafiar la
interpretación del espectador, con el denso contenido de un pasado transido de
valores culturales, en permanente rumbo al futuro”. [1]
También aquí el tema definido y evocado se transfigura y genera nuevos matices.
La densidad selvática de la pintura de Herrerabarría fructifica en la palabra
de Santiago Naud, en la forma de una vegetación espiritual: “ese eterno
secreto/ de los dobleces del tiempo, / la madera podrida goteando en convulsión
/ el semen despreciado, los odios resentidos // y el ritual engañando / a los
libres, que no somos.” Una vez más se encuentra plenamente postulado el vértigo
creativo señalado en Piedra Azteca, el episodio barroco del
viaje de “un ojo dentro del ojo / de otro ojo / en el otro, original”.
Tuve la oportunidad de conocer parte de la obra del panameño que, de
alguna manera, esconde y descubre sustanciosa franja de la poética de Santiago
Naud. Con todo, al destacar estos dos libros, lo hice menos movido por la
intención de diferenciarlos de los demás que por la simple razón de que hasta
ahora no han sido publicados en el Brasil.
Estoy de acuerdo con el poeta cuando afirma que no hay en su poesía
reorientaciones o rupturas de sus inquietudes en términos esenciales. Sus
transformaciones internas se conducen por el mito de las metamorfosis y no por
la pérdida de guía, norte o solidez. Él mismo confirma: “Las lecturas
posteriores, las experiencias vitales, la lectura de otros poetas y,
principalmente, el estudio de la mitología universal me fueron revelando los
símbolos que yo había fijado inconscientemente en versos y que pertenecen no a
mi inconsciente, pues venían de algo más grande –¿un inconsciente colectivo?
¿quién sabe?” [2] En preciosa complementación, agrega: “La
forma, la sintaxis y la lógica que busqué, al par que se comprometen con la
línea histórica, con la poesía escrita en lengua portuguesa, enraízan en el
primer libro y tratan, en los subsiguientes, de esclarecer la emoción que,
subjetivamente, me justifica como conciencia individual o miembro específico
del grupo al que pertenezco. Sería una actividad solar, busca de la luz que
hace uno lo diverso o viceversa”.
La obra de José Santiago Naud fue tejida en forma visionaria, obsesiva y
profética. Toda ella transcurre siempre en busca de aquel que hasta hoy se
configura como su libro esencial y misterioso, que jamás se mostró
íntegramente, sabiendo guardarse parcialmente en misterio, idéntico misterio
que el poeta volvió elemento ardiente e inestimable de su poética. Me
refiero a Cara de cão, en cuyas partes publicadas hasta ahora
– Dos nomes(1977), Vez de Eros (1987), Memórias
de signos (1994) y Os avessos do espelho (1996) –
resuena la intensa relación entre memoria y antevisión del mundo.
Relación referida como un viaje incansable, donde un poeta se siente
“Traspasado por el Verbo / y escupido por seres extraños”. De una orilla a otra
del tiempo, hay toda una cosecha de imágenes que son residuos que se fueron
acumulando a lo largo de la vida del propio poeta, lo que naturalmente incluye
antecedentes y utopías, ancestralidades del ser humano y potencialidad de su
errancia sobre la tierra.
Esos residuos se multiplican y se repiten, configurando el estilo, pero
esencialmente aclarando un fundamento que no se limita al juego semántico, cuya
advertencia caprichosa encontramos en un verso que dice: “toqué de nuevo el
nombre / en el que todo otra vez se puede repetir”. Esta es la auténtica
vibración alquímica de la poesía de Santiado Naud. No en vano el poeta aclara:
Para mí la poesía corporiza un acto supremo de
ocio y trabajo. Es como dejarse llevar por la corriente de la vida, con todo su
misterio de maravillas y horror, o labrar como el oro en las profundidades de
la tierra, precipitación mineral de pureza máxima e inmune al tiempo, a las
polillas o a la herrumbre. [3]
Las asociaciones capturadas en esa profusión mineral de sonidos,
imágenes, sentidos, entretejiéndose sin rechazar contradicciones, disonancias,
desvaríos, encuentran en este poeta una rara expresión de grandeza que es, al
mismo tiempo, el retrato más terrible de la condición humana. Lo erótico
entreverado con el vocerío encubierto de las calles y callejones, lo coloquial
expuesto de forma ostensible, provocativo en su lujuria, pero jamás percibido
como una vulgaridad. Disponerse al peligro magnífico de recordar a lo angelical
su alcance terreno. Interconectar los contrarios por analogías arriesgadas. No
limitarse a lo lírico. Sin dejar al mismo tiempo de ser profundamente lírico.
Poesía compleja en la mecánica sinfónica en que está tejida, pero fluyente en
la opción de su entrega. Sus códigos no son cerrados, indescifrables. La
sucesión de misterios que la destaca no la vuelve incomunicable. Al contrario:
alimenta el hambre del lector por impulsos de participación, aprendizaje,
convivencia con este campo insondable que es tan tangible e intangible como la
vida de cada uno de nosotros.
Al mezclar mundo prosaico y atmósfera fantástica (el mundo prodigioso de
la imaginación), Drummond alcanzó más que nadie en la poesía brasileña un
grado de sensibilidad que nos permitió rever nuestras ideas acerca de lo real y
su sospechoso estado contrario. Santiago Naud recogió bien la lección y le dio,
entremezclando secuencia y consecuencia, un sabor singular, al
borrar otra frontera, la que separa lo lírico de lo épico. En Vez
de Eros, libro que recuerda a un laberinto, uno de sus pasajes se inicia:
“Pongo un dragón en tu vestido / Bajo la tela tu piel se eriza / y / se
endurece, estremecida, / y va abriendo un poco / los abismos de la infancia”.
En la forma de un dragón allí está puesto lo real, lo imaginario, lo
lírico y lo épico. La infancia provocada es la de la propia especie humana. La
subjetividad es una fuente inestimable de acceso a lo colectivo. Todo este
libro, por ejemplo, nos enseña que es totalmente posible romper las barreras
entre los géneros sin necesidad de contestar ninguna tradición, y sin promover
esa actitud a la condición de una vanguardia, ocasional como cualquier otra. El
propio poeta gusta siempre de recordar que la improvisación de los repentistas
fue el primer impulso que lo llevó a la escritura. Por allí sintió las primeras
esencias de los huertos de la lengua, el portugués de una y otra margen del
Atlántico. Muy pocos poetas, en el Brasil, se entregan a este sumergirse
en dos aguas con la intensidad con que lo hace Santiago Naud. No hay retórica
en su diálogo con nuestra contradicción lingüística. La defino así, porque en
la lengua es donde se encuentran las raíces de nuestras ambigüedades. En el
fondo, tal vez no sea la cultura portuguesa que rechazamos sino la lengua. El
rechazo aisladamente no construye una realidad. La improvisación en
Santiago Naud alcanza un particular sentido de entrega al misterio. Ella misma,
con su organización nerviosa o su energía organizada, reconoce las estaciones
rítmicas, semánticas, los planos de reconocimiento de lechos o estrategias de
transposición de cursos, inquietudes, decepciones. Se trata de una poética
caudalosa, pero consciente de su voluptuosidad, y con un enorme aprovechamiento
estético de ese espíritu irrefrenable.
Recuerdo esto movido por una carta que en 1963 le envió Drummond. Allí
decía: “Su poesía tiene ese don de extensibilidad; prolonga los temas y las
visiones, no se satisface con el misterio captado.” La extensión del verso en
Santiago Naud refleja la intensidad con que incorpora dominios y demonios del
lenguaje. Es un refinamiento, no un descuido. El verso largo, por alguna
inadvertencia, fue excomulgado en el Brasil como una herejía. En parte viene de
allí el rechazo irreflexivo que nuestros poetas cultivan casi en sigilo hacia
la poesía que se hace en la América hispana. No se puede oponer Celan a Rilke
tomando como punto de comparación la extensión del verso. La síntesis, cuando
es pregonada con un metro en las manos, puede expresar simplemente una falta de
qué decir. El lenguaje, la forma de expresión, legítima o afectada, es
independiente del metro.
Es un hecho que la poesía de Santiago Naud “prolonga los temas y las
visiones”. De alguna manera recurre a una fuente barroca que es la misma que
animaba la poesía de Drummond. O de Jorge de Lima. O de Murilo Mendes. No
obstante le da tratamiento distinto a la fuente. Ya no le cabe ser deliberado o
irrevocable en una instancia mítica o social, lúcida o delirante. No se siente
cómodo con una sola estructura vigente. Quiere romper con la propia naturaleza
humana y no solo con una parte de sus caprichos. He ahí la franca osadía de
esta poesía. Por eso es que no importa –sinceramente no importa– oponer sus
méritos o errores a los rumbos trazados por sus pares generacionales. Los
poetas brasileños nacidos en la década del 30 constituyen –a mi entender– el
más alto grado de nuestra perspectiva de entrada en un ambiente internacional
insultado por el conocido ciclo de las vanguardias. Algunos de esos poetas
corrigen con naturalidad los errores de nuestro Modernismo, y lo hacen con una
propiedad aún hoy no considerada, cuya raíz es la misma de todas nuestras
volubilidades.
La poesía de Santiago Naud nos dice que somos parte de algo. Que no
avanzamos mientras no identificamos el origen. Que las mil cabezas del mito,
cualquiera este sea, no pueden reflejar pura y simplemente una sujeción a la
historia. Que tenemos que percibirla, recibirla de la manera como se presenta,
pero con el espíritu preparado para que salten dentro de nosotros, que se
descubran en nosotros, que formen parte de nosotros nuestras mil cabezas, las
nuestras. El verbo se lanza desnudo al espacio, expuesto a las variaciones y
disidencias. Estamos todos en un gran salón. Hasta las ilusiones semánticas confidencian
su fragilidad y siguen en la fiesta. Estamos sin disfraz. Todos somos
hijos de la misma urgencia. Los símbolos ganan un nuevo diapasón. Pero que
nadie se engañe: el misterio tiene otro nombre. Siempre.
NOTAS
1. “Un cuadro y un poema”, de Mario Augusto
Rodríguez. Artículo publicado en el diario La República. Panamá, 25/11/1983.
2. "A organicidade da poesia brasileira não encontra
correspondência na crítica literária”, entrevista concedida a Danilo
Gomes. Suplemento Literário Minas Gerais. Belo Horizonte,
10/06/1978.
3. “Preâmbulo”, Antologia pessoal. Thesaurus Editora.
Brasília, 2001.
Página ilustrada com obras de Luis Caballero (Colombia), artista convidado desta edição de ARC. Agulha Revista de Cultura # 65. Setembro de 2008.
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