quinta-feira, 29 de outubro de 2015

FLORIANO MARTINS | Otro nombre del misterio: la poesía de José Santiago Naud


José Santiago Naud es tal vez el poeta de mejor convivencia con el espectro cósmico y mítico en los meandros de una lírica brasileña. Su poesía es intensamente religiosa y une lo sagrado al espíritu humano, asimilando diferencias, puliendo confluencias, convocando los elementos visibles e invisibles, nostálgicos y visionarios, dispares y consensuados a una fiesta de sentidos mucho más allá de la simplificación esquemática de nuestra tradición, que se satisface, en ciertos casos, en oponer Drummond a Cabral, para en seguida descartar al primero. Santiago Naud, al contrario, sabe bien del poder de la suma y también en esto nos da una gran lección. Su poesía hace surgir entre nosotros todos los nombres de La Musa, sus trucos de lenguaje, máscaras rituales y vestes íntimas del espíritu. No se le escapa nada  de nuestra memoria de testimonios poéticos. Recurre a todos los elementos a su disposición, sumergiéndose y trayendo a la superficie figuras inquietas de sueños y visiones. No como señal de conquista, sino guiado por la generosidad, por un rigor expansivo. 
Como él mismo dice en un poema del libro Oficio humano (1966), “Querer tener es avaricia”. Se trata de una poesía que elude los vicios de la posesión. Su excelencia está en la convivencia. Pero esa convivencia se fortalece justamente al mezclar ciclos, al poblar el poema de silencio y vocerío, ascetismo y sensualidad, dudas y  claridades. Incluso cuando dice de Jorge de Lima “probablemente, con Carlos Drummond de Andrade, es el poeta brasileño más presente en mis inquietudes poéticas”, incluso ahí, sabemos la fuerza del abarcamiento, por la propia profundidad del acto poético dado a la luz de nuestra lírica por ambos poetas. Y esa mención cumple además con la notable tarea de llamar la atención hacia la importancia de la obra de Jorge de Lima, una de las voces fundamentales de la poesía en lengua portuguesa, no sin violenta injusticia casi del todo olvidado por las nuevas generaciones brasileñas.
Esta carencia de influencia orquestada por un silencio que une el descuido a lo intencional es algo que también se verifica en relación con la propia circulación de la obra de Santiago Naud. Escasa en gran parte por la falta de distribución fuera de Brasilia, ciudad donde sus libros vienen siendo editados en los últimos 30 años. Y agravada porque la mayor parte de esos libros están agotados y porque en el medio editorial brasileño  no se hallan algunos de sus títulos publicados en el exterior: Conhecimento a Oeste (Portugal, 1974), Dos nomes (Argentina, 1977), HB Promontorio milenario (Panamá, 1983) y Piedra Azteca (México, 1985). Este último, uno de esos ejemplos engrandecedores de cualquier tradición lírica y, sin embargo, totalmente desconocido por los lectores brasileños, sin olvidar que entre esos lectores se encuentran también nuestros poetas.
Piedra Azteca, con su arquitectura de cinco cantos o capítulos, su trébol de cinco hojas, encierra en sus nervaduras un interesante diálogo con Drummond, sucediéndolo en su convocación de los  mitos urgentes.
Diálogo ampliado en sorprendente dirección con otro poeta, el mejicano José Gorostiza, puertas abiertas a la altura y a la síntesis de dos poéticas entrañables, medulares y trascendentes, configurando un particular rito de convivencia entre dos culturas, afirmado por la residencia de Santiago Naud en México. 
El extenso poema que compone el libro –cuya superficie apunta en la dirección de una visita al mito o celebración del milagro de Guadalupe– refleja un dominio alquímico donde la Piedra de Roseta se transfigura en obsidiana, a la vez transmutándose, a cada canto, en navaja, puñal, hilo, lengua, mariposa, sin perder el espíritu mineral, pero adentrándose en círculos y profundidades en busca de nuevos contrarios que pueda rescatar unificándolos. Viaje pleno de las formas que se descubren y quedaron de esa intimidad. Viaje insolente de la resurrección tras cada sitio extraviado, “así como alguien pasa / después de perdido todo / y lleva el nombre cambiado”. La propia construcción del poema, al recurrir a una práctica de espirales en el tallado de palabras y sentidos, modula un instigador desafío entre el repetir y el reflejar, desdoblándose en múltiples sentidos alcanzados a partir de la acción de  un verbo en otro.
Piedra Azteca confirma la condición visionaria de la poética de Santiago Naud, enlazándose en el esplendor de sus imágenes con un libro que le es vecino en el tiempo, HB Promontorio milenario, luminoso coloquio con una pintura homónima del panameño  Adriano Herrerabarría. Acierta Mario Augusto Rodríguez, al decir que se trata de “una obra de alucinantes sensaciones interiores, que parece desafiar la interpretación del espectador, con el denso contenido de un pasado transido de valores culturales, en permanente rumbo al futuro”. [1] También aquí el tema definido y evocado se transfigura y genera nuevos matices. La densidad selvática de la pintura de Herrerabarría fructifica en la palabra de Santiago Naud, en la forma de una vegetación espiritual: “ese eterno secreto/ de los dobleces del tiempo, / la madera podrida goteando en convulsión / el semen despreciado, los odios resentidos // y el ritual engañando / a los libres, que no somos.” Una vez más se encuentra plenamente postulado el vértigo creativo señalado en Piedra Azteca, el episodio barroco del viaje de “un ojo dentro del ojo / de otro ojo / en el otro, original”.
Tuve la oportunidad de conocer parte de la obra del panameño que, de alguna manera, esconde y descubre sustanciosa franja de la poética de Santiago Naud. Con todo, al destacar estos dos libros, lo hice menos movido por la intención de diferenciarlos de los demás que por la simple razón de que hasta ahora no han sido publicados en el Brasil.
Estoy de acuerdo con el poeta cuando afirma que no hay en su poesía reorientaciones o rupturas de sus inquietudes en términos esenciales. Sus transformaciones internas se conducen por el mito de las metamorfosis y no por la pérdida de guía, norte o solidez. Él mismo confirma: “Las lecturas posteriores, las experiencias vitales, la lectura de otros poetas y, principalmente, el estudio de la mitología universal me fueron revelando los símbolos que yo había fijado inconscientemente en versos y que pertenecen no a mi inconsciente, pues venían de algo más grande –¿un inconsciente colectivo? ¿quién sabe?” [2] En preciosa complementación, agrega: “La forma, la sintaxis y la lógica que busqué, al par que se comprometen con la línea histórica, con la poesía escrita en lengua portuguesa, enraízan en el primer libro y tratan, en los subsiguientes, de esclarecer la emoción que, subjetivamente, me justifica como conciencia individual o miembro específico del grupo al que pertenezco. Sería una actividad solar, busca de la luz que hace uno lo diverso o viceversa”. 
La obra de José Santiago Naud fue tejida en forma visionaria, obsesiva y profética. Toda ella transcurre siempre en busca de aquel que hasta hoy se configura como su libro esencial y misterioso, que jamás se mostró íntegramente, sabiendo guardarse parcialmente en misterio, idéntico misterio que el poeta volvió elemento ardiente e inestimable de su poética.  Me refiero a Cara de cão, en cuyas partes publicadas hasta ahora – Dos nomes(1977), Vez de Eros (1987), Memórias de signos (1994) y Os avessos do espelho (1996) – resuena la  intensa relación entre memoria y antevisión del mundo. Relación referida como un viaje incansable, donde un poeta se siente “Traspasado por el Verbo / y escupido por seres extraños”. De una orilla a otra del tiempo, hay toda una cosecha de imágenes que son residuos que se fueron acumulando a lo largo de la vida del propio poeta, lo que naturalmente incluye antecedentes y utopías, ancestralidades del ser humano y potencialidad de su errancia sobre la tierra.
Esos residuos se multiplican y se repiten, configurando el estilo, pero esencialmente aclarando un fundamento que no se limita al juego semántico, cuya advertencia caprichosa encontramos en un verso que dice: “toqué de nuevo el nombre / en el que todo otra vez se puede repetir”. Esta es la auténtica vibración alquímica de la poesía de Santiado Naud. No en vano el poeta aclara:

Para mí la poesía corporiza un acto supremo de ocio y trabajo. Es como dejarse llevar por la corriente de la vida, con todo su misterio de maravillas y horror, o labrar como el oro en las profundidades de la tierra, precipitación mineral de pureza máxima e inmune al tiempo, a las polillas o a la herrumbre. [3]

Las asociaciones capturadas en esa profusión mineral de sonidos, imágenes, sentidos, entretejiéndose sin rechazar contradicciones, disonancias, desvaríos, encuentran en este poeta una rara expresión de grandeza que es, al mismo tiempo, el retrato más terrible de la condición humana.  Lo erótico entreverado con el vocerío encubierto de las calles y callejones, lo coloquial expuesto de forma ostensible, provocativo en su lujuria, pero jamás percibido como una vulgaridad. Disponerse al peligro magnífico de recordar a lo angelical su alcance terreno. Interconectar los contrarios por analogías arriesgadas. No limitarse a lo lírico. Sin dejar al mismo tiempo de ser profundamente lírico. Poesía compleja en la mecánica sinfónica en que está tejida, pero fluyente en la opción de su entrega. Sus códigos no son cerrados, indescifrables. La sucesión de misterios que la destaca no la vuelve incomunicable. Al contrario: alimenta el hambre del lector por impulsos de participación, aprendizaje, convivencia con este campo insondable que es tan tangible e intangible como la vida de cada uno de nosotros.
Al mezclar mundo prosaico y atmósfera fantástica (el mundo prodigioso de la imaginación),  Drummond alcanzó más que nadie en la poesía brasileña un grado de sensibilidad que nos permitió rever nuestras ideas acerca de lo real y su sospechoso estado contrario. Santiago Naud recogió bien la lección y le dio,  entremezclando secuencia y consecuencia, un sabor singular,  al borrar otra frontera, la que separa lo lírico de lo épico.  En Vez de Eros, libro que recuerda a un laberinto, uno de sus pasajes se inicia: “Pongo un dragón en tu vestido / Bajo la tela tu piel se eriza / y / se endurece, estremecida, / y va abriendo un poco / los abismos de la infancia”. En la forma de un  dragón allí está puesto lo real, lo imaginario, lo lírico y lo épico. La infancia provocada es la de la propia especie humana. La subjetividad es una fuente inestimable de acceso a lo colectivo. Todo este libro, por ejemplo, nos enseña que es totalmente posible romper las barreras entre los géneros sin necesidad de contestar ninguna tradición, y sin promover esa actitud a la condición de una vanguardia, ocasional como cualquier otra. El propio poeta gusta siempre de recordar que la improvisación de los repentistas fue el primer impulso que lo llevó a la escritura. Por allí sintió las primeras esencias de los huertos de la lengua, el portugués de una y otra margen del Atlántico. Muy pocos poetas, en el Brasil,  se entregan a este sumergirse en dos aguas con la intensidad con que lo hace Santiago Naud. No hay retórica en su diálogo con nuestra contradicción lingüística. La defino así, porque en la lengua es donde se encuentran las raíces de nuestras ambigüedades. En el fondo, tal vez no sea la cultura portuguesa que rechazamos sino la lengua. El rechazo aisladamente no construye una realidad.  La improvisación en Santiago Naud alcanza un particular sentido de entrega al misterio. Ella misma, con su organización nerviosa o su energía organizada, reconoce las estaciones rítmicas, semánticas, los planos de reconocimiento de lechos o estrategias de transposición de cursos, inquietudes, decepciones. Se trata de una poética caudalosa, pero consciente de su voluptuosidad, y con un enorme aprovechamiento estético de ese espíritu irrefrenable.
Recuerdo esto movido por una carta que en 1963 le envió Drummond. Allí decía: “Su poesía tiene ese don de extensibilidad; prolonga los temas y las visiones, no se satisface con el misterio captado.” La extensión del verso en Santiago Naud refleja la intensidad con que incorpora dominios y demonios del lenguaje. Es un refinamiento, no un descuido. El verso largo, por alguna inadvertencia, fue excomulgado en el Brasil como una herejía. En parte viene de allí el rechazo irreflexivo que nuestros poetas cultivan casi en sigilo hacia la poesía que se hace en la América hispana. No se puede oponer Celan a Rilke tomando como punto de comparación la extensión del verso. La síntesis, cuando es pregonada con un metro en las manos, puede expresar simplemente una falta de qué decir. El lenguaje, la forma de expresión, legítima o afectada, es independiente del metro.
Es un hecho que la poesía de Santiago Naud “prolonga los temas y las visiones”. De alguna manera recurre a una fuente barroca que es la misma que animaba la poesía de Drummond. O de Jorge de Lima. O de Murilo Mendes. No obstante le da tratamiento distinto a la fuente. Ya no le cabe ser deliberado o irrevocable en una instancia mítica o social, lúcida o delirante. No se siente cómodo con una sola estructura vigente. Quiere romper con la propia naturaleza humana y no solo con una parte de sus caprichos. He ahí la franca osadía de esta poesía. Por eso es que no importa –sinceramente no importa– oponer sus méritos o errores a los rumbos trazados por sus pares generacionales. Los poetas brasileños nacidos en la década del 30 constituyen –a mi entender– el más alto grado de nuestra perspectiva de entrada en un ambiente internacional insultado por el conocido ciclo de las vanguardias. Algunos de esos poetas corrigen con naturalidad los errores de nuestro Modernismo, y lo hacen con una propiedad aún hoy no considerada, cuya raíz es la misma de todas nuestras volubilidades.
La poesía de Santiago Naud nos dice que somos parte de algo. Que no avanzamos mientras no identificamos el origen. Que las mil cabezas del mito, cualquiera este sea, no pueden reflejar pura y simplemente una sujeción a la historia. Que tenemos que percibirla, recibirla de la manera como se presenta, pero con el espíritu  preparado para que salten dentro de nosotros, que se descubran en nosotros, que formen parte de nosotros nuestras mil cabezas, las nuestras. El verbo se lanza desnudo al espacio, expuesto a las variaciones y disidencias. Estamos todos en un gran salón. Hasta las ilusiones semánticas confidencian su fragilidad y siguen en la fiesta.  Estamos sin disfraz. Todos somos hijos de la misma urgencia. Los símbolos ganan un nuevo diapasón. Pero que nadie se engañe: el misterio tiene otro nombre. Siempre.

NOTAS
1. “Un cuadro y un poema”, de Mario Augusto Rodríguez. Artículo publicado en el diario La RepúblicaPanamá, 25/11/1983.
2. "A organicidade da poesia brasileira não encontra correspondência na crítica literária”, entrevista concedida a Danilo Gomes. Suplemento Literário Minas Gerais. Belo Horizonte, 10/06/1978.
3. “Preâmbulo”, Antologia pessoal. Thesaurus Editora. Brasília, 2001. 



Página ilustrada com obras de Luis Caballero (Colombia), artista convidado desta edição de ARC. Agulha Revista de Cultura # 65. Setembro de 2008.






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