Caspar David Friedrich es un leño seco, es un
material orgánico hecho del lecho de los montes y de las carcomidas piedras. Su
rostro nos da la imagen de algo sugestivo tenebroso y dramático. Es el lugar de
lo oscuro, la profunda mirada del alma que se convierte en abono, la podredumbre
como belleza exaltada de un mundo que se quiere mirar desde adentro. Carl
Gustav Carus, es el rostro de la semilla, apacible y serena que se entromete en
el mundo oscuro con la lámpara de los nacimientos, luz del crecimiento, viaje
con la certeza de ir a escarbar una tierra propicia para tocar la claridad
conciente de los dioses.
En esos dos seres se podría encontrar una serie de dualidades propias
del romanticismo alemán. Más no sólo eso, aquí se encuentra un dialogo secreto,
una perpetuidad incesante, entre la armonía y el caos.
Friedrich da la idea del solitario en medio de ventiscas y huracanes,
sensación nocturna y parda de la tierra que se hunde, logros espectrales de una
sensación de integración cósmica con la naturaleza potencializada en piedad y
horror, una fuerza atractiva del devenir desapareciendo como individuo heroico.
Es la huida de sí, la desaparición del hombre en las brumas de la noche, “la
tragedia del paisaje” como se diría desde un romanticismo radical. Sombra y
crepúsculo, en una manera obscena de exponerse al grano o la semilla que le
permita engendrar un dios. “Cierra tus ojos para que veas primero el cuadro con
los ojos del espíritu. Luego haz que aparezca en el día lo que has
visto en tu noche, para que la acción a su vez sobre otros seres, del
exterior hacia el exterior” escribe Friedrich en sus pocos escritos
filosóficos.
Parece ser esa experiencia de lo oscuro y de la tierra exaltada un
receptáculo inconsciente, un vaso de elección, una matriz femenina elegida por
la semilla redentora de la conciencia. En Carus el paisaje sin dejar de ser
deslumbrante no es sobrecogedor, es más una invitación a buscar en lo espectral
las formas secretas de las cosas. Parece dotar este pintor a sus cuadros de una
filosofía de la indagación, ya no bajo el efecto trágico sino bajo en deseo de
encontrar la divinidad secreta de las cosas. Más parecido a un devenir, a una
construcción que busca someter todos su postulados a una unidad invisible e
imperiosa, más cercano al Fausto de Goethe. Sabiduría para apaciguar lo
indómito, capacidad para explorar lo desconocido, pacto con el demonio para
conocer desde el abismo la fuente de un dios posible para inventar. En este
caso la búsqueda del recipiente propicio para sembrar en el inconsciente de las
cosas, contando los humanos entre ellas, la semilla de la presencia de un Dios.
Una visión muy goetheana de la unidad cósmica, las formas perfectas del mundo.
Tanto Goethe y en particular Carus, abandonan la magia, el sentido misterioso
del mundo, por un mundo que se construye al modo de los alquimistas límpidos,
lo hermoso logrado bajo la armonía silenciosa, el código invisible de la
presencia divina, desdeñando lo demoníaco a cambio de un pacto favorable a la
consciencia lúcida del mundo. Nada de lo caótico que haga temblar un proyecto
de afinamiento sobre los confines del mundo, colonización extrema del
inconsciente.
En esas formas orgánicas de la materia viva, bajo la presencia herida de
la roca y de la tierra, se postula a un dios, se le hace enterrar desde la
filosofía como un concepto sembrado desde adentro, el crecimiento orgánico que
es el todo en sus partes. En ese sentido el pensamiento de Goethe y su
contemporáneo Carus estaría en un balancín incómodo entre el racionalismo y el
romanticismo. Más las leyes de esas estructuras de semilla creativa no están
dadas por las especulaciones panmatemáticas del racionalismo. Pensando un poco
en Humboldt otro de los grandes pensadores de esa época brillante
donde se buscaba el sueño de dios entre la naturaleza arrolladora. Uno podría
descubrir en Carus, un deje panteísta parecido a los naturalistas románticos cuando
dice: “En ninguna estructura orgánica encontramos una forma geométrica pura, en
ninguno de los ritmos de su vida una periodicidad exactamente calculable.
Parece como si la Idea tuviera que sacrificar algo de su pureza y de su
divinidad esenciales cada vez que quiere encarnarse en la naturaleza”.
La idea del sembrador supremo en la tierra abonada por el demonio de lo
informe y de lo substancial caótico, hace sacudir el pensamiento alemán. La
póstula es la herida, postular a Dios es convertirlo en la sangre de la herida.
Es introducirlo en la naturaleza para redimirla del inconsciente de la
inmediatez y hacer aparecer la conciencia de la sabiduría lúcida. Hay muy en el
fondo de estas pústulas la idea de redimir con la sangre, deidades construidas
sobre el horror y sobre una violencia convulsa, viéndola aparecer en cada una
de las cosas. Sembrar una cuota de lucidez en medio de la oscuridad, no es otra
cosa que fabricar dioses que exploren los submundos con el propósito de buscar
el diamante en el carbón. Vulcano vuelve a revisitar el infierno, ahora vestido
de semilla, dispuesto a sembrar una cultura a golpe de martillo, rastrillo y
hoz. El dios del romanticismo se trifulca, ya no es el dios enigmático que en
medio del misticismo nos acompaña por la azarosa senda de lo imprevisto, ni es
el dios ciego que amenaza en convertirse en borrachín y en suicida para
encontrar el amor como una salida más allá de todo precipicio, es también un
dios inventado como el desvelador operario del hombre que es inducido a
trabajar para la consciencia, un dios que puede ser sostenido con la mano
temblorosa del sabio y que puede viajar a las profundas entrañas de las cosas.
¿El hombre tiranizando a Dios? ¿El hombre haciendo del Dios, una herramienta o
un método, que permita hurgar las pústulas del mundo para luego postular una
teoría armónica?
La Idea nacida de la consciencia y la Idea dotada de consciencia es el
alma, el pensamiento espiritual que distingue al hombre entre todos los seres.
Una manera de representar el exterior y el interior del mundo, trasciende el
mundo pero está supeditado a estar en él como consciencia total del mundo. He
aquí una buena justificación del ejercicio mundo de occidente. Seres del
desorden, las subdesarrolladas almas, las silvestres criaturas que son el cieno
de lo subconsciente, no alcanzarán a ser deificadas por la consciencia mientras
no adquieran la templanza de buscar en la serenidad del pensamiento, el lugar
de su alma, la elevada expresión de lo espiritual.
Goethe y su mundo intelectual no se ven arrojados a las altas
temperaturas de los hornos de Vulcano. Tratan de asomarse como unos testigos de
ese devenir de la Eternidad con el privilegio de la consciencia conquistada y
ya desarrollada en espiritualidad humanizada. Pero el inconsciente en sí mismo
sigue siendo indefinible, no es un estado inferior ni superior a la
consciencia, tiene su ritmo y su belleza, su escalofrío y su fascinación. Es al
desarrollo de la poesía lo que es al desafío de le existencia: un depósito
polifónico de sensaciones, nacidas no desde lo primigenio y lo innato sin desde
una multiplicidad de entramados de existencia, juegos y contraluces,
simbologías y magmas culturales que yacen en los pantanos oscuros de un pensar
que se traduce en sueños, en aguas de un saber antiguo, y que la consciencia
burguesa del XIX no podía traducir más que en un bello y extraño recipiente
para sembrar las plantas de algún dios pragmático. También pudo ser traducido
como el depósito de las energías, la sombra que rejuvenece periódicamente el
alma, que entre zambullidas al pozo oscuro de su propia noche y la salida
placida al sol de los amaneceres fuertes, se rehace el ritmo de la vida y de la
muerte. La búsqueda del pensamiento latente que en forma de germen vegetal
dormido que bajo el efecto y el afecto de la Idea se reencuentra con su ser
semilla.
Con lo anterior no se quiere decir que las fuerzas del inconsciente y
las relaciones con lo consciente sean antípodas, puede ser todo lo contrario.
Más en el pensamiento occidental la aparición de lo que se ha llamado
inconsciente, ese otro ser entrañable de las cosas, se ha visto como lo que hay
que domesticar y controlar. Más que antípodas son versiones construidas por la
cultura sobre el mundo de los sueños, sobre la exploración fascinante de la
noche, conjurada por un sentido apolíneo del deber ser estéticamente placentero
y reconocible desde los patrones de la armonía y el esteticismo reverente. Como
tampoco se trata de volver a una falsificada capa de misterios y de
encantamientos, cubiertos entre lo sombrío y la duda, para convertir las
preguntas por la existencia en una serie de acrobacias simbólicas donde se
especula sobre lo incognoscible y sobre lo inabordable del mundo.
Es más encontrar desde lo poético formas de participar de la energía
mundo. Una sensación que si no anula la racionalidad tampoco puede desdeñar los
profundos y convulsos vericuetos del deseo, el erotismo y la muerte.
Cuando se habla del inconsciente en nuestra cultura nos encontramos con
una manera de hacer un pacto con lo oscuro, con lo insondable. El Fausto de
Goethe hace un pacto para buscar la luz en las tinieblas, busca semilla en mano
donde depositar los ojos de un dios, el dios de la inteligencia en un cultivo
selvático, en el aparente desorden cósmico para sacar la ventaja del pensador
de las tormentas o el viajero entre los bosques vírgenes. Ventaja que es la
conquista normatizada del deseo, el viaje psíquico que permita salir ileso de
las oquedades. Herencia que de alguna forma retomaría Freud en sus viajes por
el psicoanálisis. Una idea parecida nos la daría Ulises amarrado a un mástil de
un barco para soportar la visión de las sirenas y con los oídos tapados para no
dejarse seducir por sus cantos tenebrosos. Es enfrentar lo desconocido con una
fórmula segura para el escape posible.
Por eso se puede decir que Goethe, es un románico de la mesura o un
racionalista de las pasiones. Un ser que se atreve a la indagación ferviente,
casi mística del mundo, pero a la vez se la juega con un candil de
abstracciones, la Idea misma de mundo, para evitar dar falsos pasos por los
terrenos resbalosos de la incertidumbre.
Es toda una marca en el siglo XIX alemán, un lugar si se pudiera decir
prominente del pensamiento de su época, pero un lugar que es husmeado,
conjurado y también supeditado al temblor de otras voces más apasionadas como
un Novalis, un Jean Paul, y otros románticos que se introducían en la noche con
la luces titilantes de un pensamiento sin advertencias previas. Aventura
mística y desolación de existencia, un dejarse llevar por las borrascas del
pensar, un pedazo de mundo que se interroga así mismo y despierto ante la
pesadilla de las yeguas desbocadas del sueño. Es la otra cara del romanticismo
alemán, la visita permanente de la luz piadosa y serena y la oscura lumbre de
una pregunta existencial que no se resuelve con la razón de las ecuaciones del
universo.
2. Actos
de desmesura, embriaguez, genialidad y locura
Voluptuosas formas, arrebatados instintos,
desorden pandemonio del mundo, creación permanente, volcánicas manifestaciones
del ser, la genialidad muchas veces está relacionada con fuerzas compulsivas
y estados excéntricos de una manera maravillosa y ratos agreste condición
humana.
Se dice que un genio manifiesta ciertos estados de locura, más en una
sociedad neurótica y en estados autodestructivos del alma, no todo enajenado
es un genio. Esas manifestaciones son fuerzas de una gran energía creativa,
estados anímicos que conllevan a actos destructivos y creativos, a una
devastación tortuosa y sombría, melancólica o festiva, producto de la
incomprensión de sus medio, de grandes faltantes de pares con los cuales
puedan compartir sus sueños. Es el origen del numen imaginativo, presencia de
una originalidad que junta lo artístico y lo científico, abriendo caminos
nuevos y trasformando su realidad en preguntas siempre inéditas.
Juego deslizante de insatisfacciones, de acrobacias espirituales, de
búsquedas incesantes, del sentido del movimiento y del color, hay en esos
seres una duda gigantesca, la enorme soledad de un diálogo con el Universo,
en pleno sentido de lo Diverso y lo expansivo, la lucidez y la oscuridad, el
encantamiento y la esperanza al lado de impenetrables socavones de
desesperanza y desaliento. De ahí que los genios sean propensos también a
actos desaforados, a tratamientos con la droga y el licor, medidas extremas
para saciar la sed de sus permanentes búsquedas.
El cuadro de Durero, La Melancolía, muestra a ese ser
filósofo que cae en ese estado ensimismado, la pregunta no por las pérdidas
sino por los faltantes, por lo que aún no ha hecho, por esas variables de la
vida sostenidas en mundos abigarrados de obstáculos donde su
pensamiento y su obra es torturada y agredida por las realidades del
los estados planos de existencia, en una ruda realidad que mata y agota
la creación. Una imagen nacida posteriormente, en el artista y el genio
creador del romanticismo lo muestra como un ser sumido en complejas imágenes,
en desafueros profundos, en largas noches de insomnios, extravagantes,
solitarias, individuales, libertarias, trashumantes, entregado a sus actos
con una pasión inédita, buscador de sí mismo en el pozo de la humanidad
entera. Asimilado a un neurótico, o a un ser que alivia su neurosis en el
arte y en la ciencia como bálsamo de invenciones y de propuestas casi Prometeícas,
buscadores del fuego en medio de las oscuridades más aciagas. Más esas
fuerzas pueden caer en estados de pesimismo y abandono, en un tóxico
sentimiento de desaparición y dejadez, mientras que su condición no se pueda
manifestar en su esplendor, y sus obras tengan eco posible, la soledad
se hace un tormento y sus delirios fantasmas que lo acometen como un
irredento en medio de una sociedad que trafica, burla y excluye a la
genialidad mientras esta no sea dócil y amaestrable en un cerrojos, vigilancias
y ordenamientos que desgastan y arruinan la libre expresión de sus talentos.
La embriaguez, el delirante estado de fluidez que tiembla, la queja,
la congoja, una irascibilidad proverbial, conjuntamente con estados de
ternura y de belleza sublimada y contemplación mística. Esos estados de
desmesura han sido frecuentes en artistas, escritores, músicos, algunos
científicos que aún en medio del racionalismo y sus ecuaciones medibles y sus
teorías plausibles, no abandonan la condición humana del miedo, el amor
inaudito, la espectacularidad, el arrobamiento o el suicidio.
No sólo, las enfermedades que desgastan el cuerpo de cualquier ser
humano, las dolencias del cáncer, la anorexia compulsa, le vértigo, el
Parkison, la epilepsia, la hidropesía, el asma, sino también una sensación
devastadora del sentir, el oprobio por desilusión, por olvido, por rechazo.
La angustia de ser traicionado, copiado, maltratado, vilipendiado por sus
ideas y muchas veces perseguido y sentenciado a muerte.
Beethoven y esa paulatina sordera que le dejaba ratos de furia y
tormentosos dolores de cabeza, La locura de Nietzsche entre la Sífilis y la
incomprensión social, la psicosis maniaco depresiva de allan Poe, que nos
dejó grandes relatos entre la bruma de la soledad y los misterios más
abismales de un ser humano, sediento de ebriedad y de poemas. El gran
borracho de la literatura, no sólo es el personaje del Cónsul en la novela
Bajo el Volcán, Geoffery Firnin, sino su creador Malcom Lowry, un autor que
tenía como ideal de vida la taberna y como condición humana la bebida,
insondable ser de las botellas, otra forma de genialidad muy diferente a la
de Aladino. Van Gogh, alucinado del amarillo y de las fuerza de la luz,
termina en un manicomio, tal como lo escribe otro loco genial, Artaud, en
“Vangh, el suicidado por la sociedad”, nos deja una vida extraña, caótica,
profundamente sincera y consecuente con su estética. Hemingway,
un hombre de grades extremos y pasiones, desde el boxeo y la caza mayor, el
toreo y la fuerza casi arrasadora, junto con una sempiterna embriaguez
que lo llevo hasta la experiencia de cazarse así mismo con su escopeta
preferida, deja una obra sobria, precisa, hecha de una método de contar donde
parece no haber botella alguna, pero si una deseo de aventura y una búsqueda
por relatar lo diferente, la relación entre masa e individuo , cercano
a la idea romántica de arte total, donde cuerpo y mente se encuentran para
vivir el acto con todos los sentidos y en todos los sentidos.
Mozart descabellado, irónico, audaz para su época, también fue
melancólico y depresivo en sus momentos álgidos. Nerval delirante, Sorel
Kierkegard desgarrador, se atreve a dejarnos dos extraños y bellos
libros, “El concepto de angustia” y “ El tratado de la desesperación”, Pascal
deja sus aforismos, dentelladas escépticas sobre el mundo, Isadore Duchase,
con sus cantos terribles, donde lo hórrido y lo cruento, la orfandad y el
miedo, la desolación y la angustia se convierten en hechos poéticos sin
precedentes, son las palabras de un desquiciamiento donde se desnuda el alma
de la humanidad, sus truculencias y sus extrañas formas de amar.
No es extraño que un personaje de novela como Roskolnikov, se sintiera
predestinado y genial y se comparara con Napolén, apareciendo uno de los
tantos arquetipos de locura de la Modernidad, más era su creador, Dostoievski
un gran atormentado, entre la dipsomanía y la angustia, bebedor incesante,
escritor compulsivo. Nos deja una obra profunda de los estudios de la
psicología de los seres humanos, como si él retomara las voces de los que
nunca hablan, de los miles de seres anónimos que luchan, aman y se expresan
en delirios y fantasmas, convirtiendo su existencia en algo singular aún en
medio de la soledad y el exilio.
Baudelaire se acerca a los paraísos artificiales y entre el vino y el
haschisch, palpita un poeta que apura abismos y observa con una lujo estético
profundo los cambios de su época, convirtiéndose en el príncipe de los poetas
de su tiempo. Holderin, pasó en su encierro de la Torre, un poeta de manicomio
y pluma esbelta. Nerval, Fijman, Varlaine, Rimbaud, Dylan Thomas, visitaron
los infiernos entre la demencia y el alcohol, sus obras son ricas en ese
urticante fiesta de los sentidos, en esa corrosiva manera de descomponer las
normas, en ese sensibilidad de apostarle a la vida abierta y vestida de
una estética contundente, algo cercano a la idea de poesía que tenía Dylan
Thomas, poesía como orgiástica y orgánica, unificadora y disolvente, de
las anónimos y de los individuos, del mundo y de los solitarios.
Scout Fitzgerld, un gran borracho que perteneció a una generación
desencantada de escritores, perseguidos o desterrados voluntarios de Estado
Unidos, va a Europa, escribe obras de gran audacia y sensibilidad, pero
ahogado en sus botellas vive y muere de una manera errática y
desequilibrada. No podemos olvidar, de nuevo a Malcon Lowry y sus
mística por la bebida, más su obra de una inmensidad sobre el sentido de los
pasos de los seres sobre el Planeta Tierra. Richard Ford, Raymond Carver y el
genial Charles Bukowski, en una forma de vagabundeo citadino y anímico,
bebieron ríos de alcoholes y conocieron los bajos fondos de todas las cloacas
de ciudad. Bukowski se convierte en un héroe legendario que pone el dedo en
la llaga de la cultura decadente de una Norteamérica descreída y opaca. Él
con una fina ironía corre la piel mezquina de su época y desnuda hasta el
tuétano las condiciones sociales de desigualdad y segregación, la hipocresía
de las dobles morales y la fustiga contra los convencionalismos morales
haciendo de su obra y de su biografía toda una leyenda contestataria y
libertaria.
En esa misma línea están todos los grandes malditos de la literatura
norteamericana la famosa generación Beat, escritores como Ginsberg, poeta y
experimentador con todo tipo de alucinantes psicodélicas, Jack Korouac,
William Burroughs, toda una generación de vagabundos, de rebeldes contra la
guerra, de amorosos suicidadas y eróticos libertarios, probaron el
ácido lisérgico, las bebidas y cócteles más inverosímiles, mas su poesía y su
narrativa perdura como una muestra de una posición juvenil arrolladora, algo
que marco una época de irreverente, la gran sacudida de el famoso “modo de
vida americano” de posguerra, la cremosa idea benigna de la familia Lassie y
el gelatinosos mundo blanco del granjero limpio y del KukusKlan de antorchas.
Poetas que denunciaron la segregación, que se internaron por filosofías
orientales, por la mística de los chamanes, por el conocimiento del mescal
como ebriedad “santa”. Ebrios como un gran pintor de Norteamérica
Jackson Pollock, que mueve los conceptos anquilosados del arte en Estados
Unidos y se convierte en una vanguardia reconocida a nivel mundial.
En nuestro medio Latinoamericano el gran escritor Mexicano Juan Rulfo,
con “ Pedro Parámo” , “El llano en llamas”, nos deja un retrato profundo de
un paisaje devastado, cruento y fantasmal, las notas musicales de las
canciones de los muertos y el tono alcohólico de su desarraigada vida.
Onetti, un profundo solitario, gran escritor de las pasiones humanas,
alcoholizado como un nadador en el río de la memoria, flota sobre la
literatura de América del Sur como un habitante espectral, profundo y
melancólico, pero de una mordacidad tremenda y de una honestidad con su
oficio como pocos en nuestro medio. Raúl Gómez Jattin, el poeta de la costa,
escribió poemas desiguales, algunos de una gran profundidad, muchos de ellos,
tal vez los mejores, eran producidos en medio del delirio, en esos viajes a
los laberintos del alma, con una ternura sin igual y con una furia similar a
la canícula de las tierras calentanas. Barba Jacob, poeta por todos
celebrado, probó el alcohol y algunas plantas del espíritu, él la llamaba “
la mujer de los cabellos ardientes” , fue proscrito en su país y más
celebrado en centro América y México que en su propio terruño hasta antes de
su muerte. Julio Florez, el oscuro y a la vez festivo poeta colombiano,
también tiene una biografía de chicherías y cervezas, entre sus tristes
poemas y las coplas y las copas. Ni se diga de Manuel Mejía Vellejo y el
mismo Estanislao Zuleta y sus proverbiales vasos de aguardiente, ambos con
una obra reconocida y admirada.
De los más anteriores poetas, casi proféticos y míticos estaría
Francois Villon, poeta del siglo XV, nacido en el año 1431, toda una leyenda
anticlerical, ladrón, amigo prostibulario, bufonesco, satírico, perseguido y
varias veces condenado a la muerte de donde se escapaba casi por milagro,
bebedor y andariego, es la prefigura de una arquetipo de insolente y
desarraigado personaje de la poética del malditismo. Una de los grandes
poetas de su tiempo que aún hoy en día retumbas sus canciones y sus versos.
El otro gran impertinente es un poeta latino nacido en Verona en el año 62
después de Cristo, cayo Valerio Catulo, de un desabrochado erotismo,
crea una poesía subjetiva, personal e intimista, no exenta de crítica y
cargada de mordacidad. Li Po, el poeta que exalta a la luna y al vino, muere
arrojándose a una laguna en medio de su fiesta etílica buscando el reflejo de
su amada Selene. Ni que decir de el gran matemático y astrólogo, poeta y
festivo amoroso del vino, Omar Khayyam, una celebridad del
pensamiento y una fiesta creativa, lujuria y filosofía, alegría creadora y
sensación de explorar la vastedad del mundo.
Que sea un motivo para beber de dichas fuentes, conocer
sus obras y sus vidas y acercarse a ese errático e intenso mundo creativo.
|
Luis Fernando Cuartas (Colombia, 1959). Escritor y ensayista. Cofundador de la Revista Punto Seguido (Medellín, Colombia). Contacto: lfcuarta@gmail.com. Página ilustrada com obras de Luis Caballero (Colombia), artista convidado desta edição de ARC. Respectivamente: [1] Agulha Revista de Cultura # 54. Novembro de 2006, e [2] Agulha Revista de Cultura # 70. Agosto de 2009. |
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