Cómo nombrar lo que seremos
J. A. L.
Seis libros comprenden la reciente antología Carne de imagen (Caracas, Monte Ávila
Editores Latinoamericana, 2011), del poeta mexicano José Ángel Leyva. Todos entrelazados por temas y motivos que
marcan la presencia de una memoria que se proyecta entre el tiempo pasado y el
presente. Un presente en continua perspectiva frente a la realidad del mundo
moderno, pero inseparable del yo lírico y de las experiencias que han quedado
atrás. De estas experiencias parte el poeta, es decir, de un plano concreto
donde la infancia se convierte en una imagen que adquiere el matiz mítico y
abstracto de esa misma realidad. Pero también esta poesía surge de una
conciencia que reconoce el vacío y la muerte, el amor y el desamor, el dolor y la
soledad como experiencias de la vida. A medida que entramos en los textos
notamos cómo estas imágenes se consolidan hasta poner al descubierto una particular
visión de la vida frente al inalterable paso del tiempo.
Desde el punto de vista formal esta
poesía no responde a un esquema específico de estrofas o métrica de versos. Hay
poemas breves como los que hallamos en Catulo
en el destierro (1993), y extensos o más abarcadores como los de Duranguraños (1998-2007) y Entresueños (1990), agrupados en los
últimos apartados del libro. Los temas y matices de cada texto se corresponden
y justifican, ya sea inconscientemente o de un modo premeditado, con la idea
que sugiere el título de esta antología: la “imagen” como un referente visual
de una realidad encarnada en la palabra poética. En cierto modo, pienso que
esto es lo que se propone el sujeto lírico al comunicarnos la experiencia de su
intimidad. Una experiencia que nos revela la naturaleza y plenitud del ser en
el marco de sus circunstancias humanas y en el horizonte de su historicidad. Esto
ya lo ha comprobado el poeta colombiano Juan Manuel Roca al hablar del
contenido del libro y hacer el siguiente señalamiento: “Podría decirse que hay
dos temas fundamentales en sus poemas. Uno es el de la fuga de los días, el
otro el de las ausencias. Desde estas dos instancias tan vecinas establece un
diálogo entre un tiempo mítico casi siempre adosado a un tema de la infancia, y
un tiempo cotidiano anclado en un presente despojado de grandezas”. [Juan Manuel Roca, “El cielo y el
alacrán, La poesía de José Ángel Leyva”] Esta observación es útil para
conocer, en parte, los motivos y diversos planos de esta poesía. Pero también podríamos
enfatizar la correspondencia de esos temas con el sentido y la visión poética que
traspasa estos textos. Sin lugar a dudas, hay en algunos de ellos un tono irónico
que singulariza la angustia de quien habla, destacando así su condición humana
con “una burla inteligente más dirigida hacia sí mismo que a los demás” como ha
señalado Manuel Roca.Tomando en cuenta estas claves nos acercamos para intuir el
sentimiento que subyace en estos textos. En “Aguja”, por ejemplo, se expresa el
concepto del tiempo en imágenes reveladoras de una realidad que se transforma y
persiste en la perspectiva dolorosa de un pasado que confluye con un futuro
desesperanzador: “No hay vuelta atrás La vida es una cuenta regresiva / El
futuro es esta luz perdida en las cenizas” (p. 3), dice el yo lírico como si no
hubiera una sola realidad. Pero la realidad es continua y múltiple como nos
advierten los textos que destacan el trasfondo común de la palabra “nagual”: el
paso del ser por la vida, el sentido de su historia y su actitud ante lo
desconocido. Es decir, un sentido fragmentado en la imagen misma del entorno
por donde se desplaza la vida del hablante poético: “Tu rostro no es el de
antes / no es el tuyo / es la geometría del agua en su caída / en pleno vuelo
hacia la sal / donde te ves multiplicado” (p. 11). Sobre esta imagen del tiempo
se funda la fragilidad del ser frente a la conciencia de lo que somos. Todo lo
contemplado entra en esa imagen que le permite al hablante mirarse en su propio
espejo. Mirar un pasado visto ya sin atractivos frente a un destino común y un
futuro despojado de toda grandeza: “Vengo también del big bang / en incontables
partículas de duda / de polen en muros de apariencia / Uno nace del querer
aunque no quiera” (p. 18). Reflexionar el sentido de la existencia es una
manera de cuestionarse esa relación con el mundo. Esto lo sitúa frente a un
escenario conflictivo y desgarrador: el grafiti, el confort, la TV, el cine, el
internet, el ordenador, el alambrado eléctrico, la desigualdad y los conflictos
sociales entran como signos expresivos de un ambiente cuya realidad le resulta cada
vez más asfixiante: “Si mañana a la hora del café no estoy / quizás encuentres
mi nombre en la nota roja / o descubras la imagen anónima de un ciudadano / que
nunca creyó en la justicia de dios ni de los hombres / “Un inconforme más se
resistió al atraco y al terror” / dirán los diarios” (p. 44). La inseguridad,
la incertidumbre, las dolorosas experiencias que rodean el diario vivir son el
centro de esta visión: “La confusión inicia al aspirar a bocanadas los
segundos. / Olores del miedo, el accidente, incertidumbre. / Nos gana la
ilusión, el coraje, la ceguera del confort. / No somos más la carne doliente y
el sentido capaz de conmoverse” (p. 29). Lo que aquí se proyecta es el
sentimiento perdido de esa grandeza humana incapaz de solidarizarse con el
dolor ajeno. El sujeto lírico no puede ser indiferente ante una realidad que lo
aflige moralmente. Por eso la realidad adquiere a veces un sentido que no deja
de ser irónico y doloroso a la vez: “No soy lo que aparento ni lo que dicen de
mí los detractores / Soy la fortuna en este cuerpo desastroso / Soy el genio de
la lámpara votiva en la repisa / Los infelices me observan con vehemencia /
Descubren el lugar donde extraviaron los signos de la angustia” (p.47). Pero esta
forma irónica de aludirse a sí mismo es una consecuencia de las situaciones
reales que entran a su vida. De este modo lo que recoge su mirada se convierte en
el fondo ineludible de esa visión. En los poemas de “La eternidad no es tiempo”
(2009), se profundiza esta relación del ser en un mundo en el que los intereses
políticos y económicos, la ambición y el engaño, el culto al poder y la
corrupción, la explotación y violación de los derechos humanos son conductas
que reflejan la profunda crisis que enfrentan las sociedades modernas. Estos
poemas son un testimonio doloroso de la percepción de ese mundo: “En el futuro
estuve aquí / tenaz como el pasado” (p. 55) dice, invirtiendo irónicamente el sentido
del tiempo para luego pasar al poema titulado “El poeta lleva un tiro en la
cabeza” (p. 57), en el que se proyecta una imagen desgarradora de un hombre que
ofrece sus servicios como guardaespaldas. El poema contiene una realidad nada
extraña en la época en que vivimos. Ante esta realidad conflictiva y dolorosa reacciona
el poeta buscando un asidero en el lenguaje. Un lenguaje cuyas referencias enmarcan
un ambiente sometido a la voluntad de la muerte. En el poema se invierten los
planos y el protagonista comparte un destino común con el yo lírico: “¿En dónde
sobrevivo? se pregunta / ese hombre cuando escribe / y le pesan los versos como
plomo / y le vuelven los nombres de la muerte / ¿En qué país en qué país? / repite la bala estacionada en
la cabeza” (p. 58). En esta misma línea discursiva, y desde otra perspectiva, la
imagen de la muerte se une a la infancia como una presencia reveladora de la
noción del tiempo: “Pasaban los árboles veloces de mi infancia / El autobús me
arrancaba de los ojos / uno a uno los pinos y las nubes / Devoraba el asfalto
tembloroso de la sierra / Yo dije la palabra inútil / y vi la mirada de la
muerte / Su tieso semblante y la rigidez / del aire que no pesa y no camina / ¿De
qué están sembrados los sepulcros / que no echan hacia fuera gusanos sino
flores?” (p. 61). Esta particular visión
revela en los ojos del niño otro sentido de la vida. De este modo se invierten
otra vez los planos de una visión que refleja las grandezas y miserias humanas.
En esta misma dimensión el poeta evoca las nefastas y estremecedoras
consecuencias de la guerra de Irak: el horror de una guerra llevada a cabo con engaños
y la manipulación de la prensa y medios televisivos. La lectura del poema “Su nombre
es Bagdad” nos lleva y trae por los oscuros pasadizos de una realidad que sigue
siendo tan dolorosa como la primera noche que el cielo de Irak se iluminó de
ojivas de la muerte: “— ¿Las bombas apagan el color del Sol / o le quitan la
sombra a las personas? / —Me pregunta el niño con su voz de sabio” (p. 62). La voz del niño también es una presencia en
este lenguaje que nos acerca a las dolorosas implicaciones de un pasado que
está aquí tan presente como si fuera el instante mismo en que el poeta escribe.
Por eso el tiempo se convierte en una fuerza que reta la transitoriedad del yo
lírico ante el sentido de la vida. Pero de pasado y de presente está hecha toda
naturaleza humana. De ahí que en el proceso de esta visión la piedra sea un símbolo y un detalle más que
revela el sentido de las cosas en el tiempo. Sin embargo, la piedra no solo es materia
relacionada con el paso del tiempo, sino también una presencia que deja algo
más que una pasajera huella del ser sobre la tierra. “Fósiles” es el poema que
abre esta reflexión. En él la piedra traza las líneas del pasado como
referentes de un momento histórico: “¿En qué momento la piedra se abrazó / a la
forma del oído y no del odio?” (p. 65), dice en este verso cuestionando el
misterio y el significado mismo de la creación. ¿Qué es lo que perdura? ¿Qué es
lo que desaparece de ese ámbito donde la plenitud de la vida se topa con la
presencia de la muerte? El poema “Ámbar” cristaliza otra imagen trascendente de
esa dimensión imborrable del tiempo: “Trozos de luz debajo de la tierra / Sudor
y lágrimas de tiempo” (p. 66); y en el poema “Toniná” reaparece otra vez la piedra proyectando una visión de la
cultura maya a través de los siglos. Un viaje hacia el centro de una memoria que
se extiende como una línea horizontal sobre un pasado glorioso pero siempre
visto desde la angustiosa cercanía de la muerte: “Un camino de hormigas abre el
rastro / allana la maleza hasta la piedra / Aún se escuchan los pasos olvidados
/ de los indios que erigieron monumentos a la luz / Perduran las estelas mayas
con todo y sus pirámides / También el zumbido de las flechas lanzadas a los cuerpos estelares / ¿ En dónde comenzó la
muerte a ser agricultura de los vivos?” (p. 67), dice resaltando esa visión que
trasciende en el tiempo. Y “Acrotiri” (p. 69) evoca la imagen de una ciudad que
parece persistir en la luz. Una luz que le añade al poema una especie de dimensión
real como si sustituyera el pasado con una imagen del presente:
[…]
Ondulantes
figuras emergen de la sombra
con sartas de
pescado en mano
la novedad del
sol que nunca cambia
la piel intacta
y la humedad del aire
barcas y
cuerpos flotando
en ese
instante. (p. 69)
“Tropel de sombras” contiene diez y
nueve poemas inéditos escritos entre las fechas de 2004 y 2009. El texto que
abre la selección, “En la escultura de Louise Bourgoise”, destaca el centro de
esa visión. Irradia un pensamiento que parece abarcar el sentido particular de
estos poemas. Pienso que la obra de la escultora francesa Louise Bourgoise recoge
una visión integradora de mundos que de algún modo ponen en perspectiva la obra
del poeta: abren otra apreciación del cuerpo y del destino humano. La mirada del
yo lírico se desplaza sobre uno y otro mundo hasta concretar una visión
angustiosa de la vida. De ahí deriva, en parte, la fusión de planos que sitúan
al lector frente a la realidad física del ser: el cuerpo y la fugacidad de la
vida, el sentido del tiempo, el dolor y la existencia. Pero es sobre la piedra
donde se desplaza la imagen de nuestra transitoriedad. Por eso también puede
decir el hablante poético: “Mujeres giran sobre su propio ojo / Voluptuosas
ensamblan geometrías de piedra / de metal
de carne de
redes lanzadas al vacío / donde los gestos se congelan / levitan en el paisaje
mural de las ciudades” (p. 93). La piedra anula el sentido de la distancia y le
permite al hablante fundir el pasado con la visión del presente. Este
pensamiento se destaca más expresivamente en “Escultura en piedra”, y en los
poemas “Tropel de sombras”, “Figuraciones” y “Bosques”. Recordemos que en este
libro el poeta parte de una experiencia visual en donde la escultura de
Bourgoise establece una relación entre el cuerpo y el sentido del ser dentro de
esa perspectiva estética. Y además alude a pintores como Durero, Leonardo,
Doré, Shitao y Paul Klee cuyas obras tan
distintas entre sí, y distantes en realidad y espacio, también proyectan otra
visión en el imaginario de este lenguaje poético. Es por eso que las
posibilidades interpretativas que sugieren estos textos son múltiples y distintas.
Por ejemplo, en “Tropel de sombras” una atmósfera misteriosa parece
posesionarse de todo el texto: “El sigilo difuminado del artista / afantasma el
lienzo de los ojos / Un espacio exterior mancha la imagen / de ruidos muertos
que se avivan en la mente / Crujen pies sobre la duela del recuerdo”,
manifiesta el poeta en estos versos (p. 91). Otro poema (“Bosques”), parece
recrear el ambiente de la obra Los montes
Jinting en otoño, del pintor chino Yuanji Shih T’ao (1642-1707). Nos hace
sentir el rumor de la brisa, las hojas y los caminos como si se tratara de la
contextura del cuerpo humano. Rara sensación ésta que abarca otro nivel de la
realidad de esta poesía impregnada de esa particular visión del tiempo:
Caen las hojas
encienden las
sombras de los ojos
Un rumor de sol
crepita y mueve
los párpados
naranjas del otoño
Caen lanzas
doradas sobre el cuerpo
de un árbol
vencido a la mitad del bosque (“Bosque”,
pp. 96-97)
Uno de los poemas más extensos y ambiciosos de esta antología es sin
duda el que incorpora como protagonista al poeta latino Gayo Valerio Catulo
(87-54 a. c.). En Catulo en el destierro
(1993), hay varios planos que se superponen para destacar esa visión poemática.
Por un lado, la distancia del tiempo histórico en que se proyecta esa
experiencia erótica; y por otro, la correspondencia de imágenes que oscilan entre
el pasado y el presente, marcando así el origen y el asunto del poema. Al
comienzo del texto las citas del reconocido poeta y traductor mexicano Rubén
Bonifaz Nuño y el epígrafe del dramaturgo y novelista norteamericano Thornton
Wilder (1897-1975), establecen una relación silenciosa con los elementos de un
lenguaje que legitima el placer y la soledad del acto erótico. En este sentido,
la luz como una forma de conocimiento justifica esa pasión, descubre en el
cuerpo amado su propia condición amorosa. Por ello, la luz que marca ese primer
instante amoroso crea el sentido erótico del poema: “La cerbatana de la luz
dispara / encaja su dardo / el veneno / el mal irremediable de la aurora” (p.
109). En ese amanecer, en esa semioscuridad, en ese “incienso quemado en
la mañana” el amor traspasa como una
ráfaga luminosa los cuerpos: “Catulo titubea / endereza el cuerpo / lo yergue
en la planicie de las sábanas / Palpa un ayer endurecido…” (p. 113). He aquí a Catulo en la plenitud de una pasión
que choca contra el vacío existencial que lo asedia. He aquí la primera imagen
que hace volar su cuerpo en los desvaríos del amor. En esa escena de éxtasis
amoroso descubre también la soledad en la pasajera luz de la mañana:
son horas tiradas en el lecho
cadáveres que meten frío a los huesos
Sus bostezos emanan
incienso quemado en la mañana. (p. 113)
En ese ámbito del amanecer va
creciendo su imagen como reflejada en un espejo donde el placer no se sacia,
pero deja la huella de un sentimiento angustioso. El cuerpo cede ante la plenitud
de un erotismo que lo entrega todo aun sabiendo que en esa entrega solo hay
soledad y vacío. Y es que en esa relación amorosa siempre hay algo que se
escapa, algo que refleja la certeza de que nada es eterno. Pero Catulo en el destierro es mucho más que
un poema que encarna una imagen erótica del cuerpo y del placer, de la brevedad
del amor y la angustia del desamor, del poseer y saberse poseído. Hay también
en el libro un sentimiento profundo sobre el destino humano, sobre el concepto
del tiempo, sobre la adolescencia que se quiebra frente a la angustia
existencial de quien busca desesperadamente el verdadero sentido del amor.
Copio el siguiente poema porque en cierto modo revela lo que quiero expresar:
Pero de qué
podrá servir mañana
si te mueres
y la vida
amanece sin palabras
Para qué un
lenguaje calcinado
entre fórmulas
exactas
Para qué
repetir la realidad
sin tu
presencia
como ventana
donde el alba
es un cadáver
Para qué salvar
la ciencia del sepulcro
si con ella
salvamos los gusanos
Para qué
morirte tú
si hay tanto
muerto que sigue asesinando
¿De qué
hablarán los viejos
si no sienten
ya la vida?
No no puedes
morir
antes me muero
o nos morimos juntos
con la voz en
alto
como raza
indómita
como parvada
nómada en el aire
rebelde de los gritos
del pulmón que
se vacía
en el pulmón
amado
de la palabra
viva
de ti misma (p. 148)
Este pensamiento cuestionable quizás
pero insustituible, contiene la esencia misma de lo que el poeta siente. Pero
parece no haber serenidad para quien busca en un cuerpo que no le pertenece la dicha
de la pasión que lo consume. Terrible realidad para quien ha hecho del amor el
único dueño de su voluntad: “La piel es una y necesaria / fundida en dos / el
mismo hechizo”, había señalado anteriormente. De ahí la incertidumbre de ese acto amoroso que se transforma en una
metáfora de la soledad. Porque el amor exige su pago y en consecuencia el acto mismo
del amor se convierte en “ese mal irremediable de la aurora”, como un paisaje sombrío que lo llena todo:
Catulo deshoja pájaros de agüero
clarividencias cristalinas
gotas que humedecen el paisaje
Su mirada
aletea agónica a lo lejos (p. 136)
La imagen de Catulo representa un
mundo apasionante y doloroso. Un ser que arrastra a través del tiempo la pasión
que lo consume. Esto es, en cierto modo, lo que constituye su imagen: ese
desierto de luces y sombras cortado por el recuerdo de un cuerpo del cual no
posee nada. Por eso, quizás no sorprenda que Catulo busque inútilmente otro
cuerpo que escapa de sus manos: “Algo busco entre este montón de eternidades”,
dice dolorosamente (p.149). Así la
palabra “buscar” se convierte en el leitmotiv
de esa angustia (pp. 151, 152, 153) porque Catulo no sabe olvidar. Su mirada no
se aparta del pasado buscando una imagen idílica del amor en la plenitud del
universo:
Antes del parto vegetal
desnudos
el día y la noche
copulaban sobre una espiral inexistente
Nacía el uno con el otro
el otro nacía sobre el uno
sin aritmética
(p. 154)
o, por ejemplo:
La vida era una
célula
un ir y venir
sin estaciones
un punto
rodante
en las arterias
del olvido. (p. 156)
De ahí la identificación de su yo con
esa imagen cósmica. De ahí también su dolorosa visión de la vida. La vida que le
obliga a mirarse en un cuerpo que está siempre lejos de su inmediata realidad. Por
esta razón su mirada viaja del pasado a un presente continuo y desolado: “Hoy
casi es mañana” dice, sumergiéndose en la soledad, mientras el viento le
recuerda la dureza del mundo (pp. 210-214):
El viento cesa
y en su lugar
un hueco queda
La muchedumbre
se amontona
más lo ahonda
Catulo está
despierto
No teme
confundirse
La multitud lo
aísla (p. 214)
El día amanece. Y Catulo llevado por
ese recuerdo imborrable “rompe la ciudad / y la atraviesa / Los subterráneos del Metro / no se hunden
ni despegan / no zarpan / son un vicio de viajar al mismo punto”. Ciertamente regresa “al mismo punto” donde su
cuerpo se desvanece en la “ciudad que se inflama / con la niebla ascendente del
pasado”. Así va su alma en la desolación del paisaje citadino, así su mirada,
así el estremecimiento de un cuerpo que “abre todas las puertas / que dan hacia
ningún lado” porque, en fin, Catulo en el
destierro es ciertamente eso: un cuerpo consumido en la nostalgia de un
erotismo que choca con la soledad y el vacío de la existencia.
“Duranguraños” (1998-2007) contiene voces y
escenas del ambiente familiar, imágenes de la geografía del Estado de Durango,
recuerdos evocadores de un pasado que como un conjuro mágico resplandece contra el
olvido. Estos poemas son el resultado,
en parte, de esas imágenes de la niñez. Evocaciones, recuerdos transfigurados
en el devenir de la historia misma del poeta. En ese plano horizontal el
hablante poético sitúa su memoria. Pero aunque gran parte de estos poemas
recobran y enriquecen esa memoria, hay otros que establecen lazos con situaciones que responden a otras circunstancias
de la vida. Ciertamente, en los primeros poemas de esta selección se presenta
el universo de la infancia. El espacio familiar recreado en la profunda ternura
de un paisaje iluminado por el amoroso recuerdo: “Mi origen es la suma de los
dóndes / la tierra adentro adonde vaya / El polvo al polvo en mis recuerdos /
de arena que guardan una lluvia interminable / estrellas sobre zonas de
silencio” (p. 251), dice en estos versos. Y en otra evocación vemos asomarse el
perfil de los abuelos con toda la ternura de cuanto el poeta recobra en el
conmovedor lenguaje de estos versos: “Ese adulto supone que despierta / de la
mano de un recuerdo / Soy yo junto a mi abuela / Dejaré de ser él / cuando se
apague el proyector / y caminemos resignados al extraño EXIT” (p. 254). He aquí
el recuerdo como la total plenitud de una infancia cargada de luminosas
resonancias: “Alrededor del fuego canta el agua / Ebullición de olores me
despierta / El paisaje cotidiano abierto / La mañana un árbol / el monte donde
vago / Mi padre evoca un tren que nunca llega” (p. 255). En este plano el poeta sitúa su historia igual
que un cielo abierto para la añoranza. Todo se convierte en la profunda evocación
de un pasado revivido ahora desde la experiencia de la adultez. Pero hay
también en Duranguraños textos que tratan
otros temas. Por ejemplo, el poema “El alacrán” contiene un doble sentido. La
imagen del alacrán, emblemática de esta región de México, puede ser aceptada
como una realidad común pero en el plano connotativo de la palabra queda implícita
otra intención. Es decir, podemos comparar la naturaleza del alacrán con la de algunos
seres humanos: “El alacrán pide tributo / más que amigos / Un apetito ancestral
/ cava en la especie / Si pudiera digerirse él mismo / demostraría que nadie es
digno de confianza”, subraya el hablante poético (p. 249). De este texto el
lector puede sacar sus propias conclusiones pero no arriesgaría mucho si emplea
el punto de vista señalado. Otros poemas se distinguen porque se distancian del
entorno familiar y de la geografía del Estado de Durango. Tratan realidades
distintas. Trascienden el ámbito local para solidarizarse con otras causas. Estos
poemas nos recuerdan que también la escritura conlleva un compromiso social y
de solidaridad humana. “Café La Mansión” expresa este sentido. De ahí que la
estructura fragmentaria del poema resalte la dolorosa y desgarradora imagen de El grito del pintor Eduard Munch
(1863-1944): “Éramos la mancha de Eduard Munch / en la penumbra / hundidos
/ en un grito inacabado”, dice. Luego
pasa a enfocar las luchas del pueblo irlandés contra la dominación y represión
del gobierno británico, como si ambas imágenes se fundieran en una sola
realidad: “El Batallón de San Patricio desfilaba anónimo / En las noches volvía
a la carga con sus ruidos / de muertos que hunden las puntas de sus alas / en
la carne que aún duele y el deseo deshace” (p. 262) reitera en estos versos. No
hay duda que el poema denuncia el derecho de un pueblo a la libertad y justicia
social. ¿Quién puede objetar este derecho? En el centro de esas luchas se ubica
la persona y la vida de Bobby Sands (1954-1981), un ser que lo ofrece todo por
un ideal.
[…]
Bob Sands se
muere solo
no hay nadie
que pueda ser su mano
o muerda con
sus dientes el dolor
la lengua en
una arcada
No hay amigo
del alma ni hay amantes
no hay padres
ni hermanos que compartan
la frialdad de
la amnesia
el sabor de la
última vez
cuando se bebe
en la úlcera gástrica
el recuerdo del
pan y el vino
que sólo él sin
gusto apura y sabe
Bob Sands se va
sin Movimiento
sin hambre sin
país sin leyes
Él solo puede
no estar solo
la soledad
acaba donde empieza (pp. 265-266)
El poema presenta un sentido de justicia social en el sacrificio personal y doloroso de la muerte de Bobby Sands; y proyecta, a su vez, la imagen de Margaret Thatcher como una fuerza siniestra en la que encarna el imperio del mal.
Paso a otro
poema cuyos elementos se corresponden con el concepto del tiempo y del paisaje.
Me refiero al que lleva por título “Guerra florida” (pp. 267-273), pues en él confluyen
imágenes representativas de la brevedad de la vida. La imagen del colibrí refleja
este sentido. Su presencia encarna el rumor de un instante, semeja una chispa
de luz que desaparece en el momento mismo de la contemplación: “El colibrí no
existe / es un presentimiento / sordo aleteo / donde nadie es mañana / donde
otra vez se nace”, dice el hablante poético (p. 267). La noción del tiempo en
la imagen del colibrí se asocia también a la “flor”. Son símbolos representativos
de la brevedad del destino humano: “¿Por qué las cosas fuera de mí / están en
la distancia? / Lo que me nace se desprende / se convierte en
voz / en otro sueño” (p. 273), subraya el hablante. Entendemos que lo que revelan estos versos es una
conciencia de la brevedad de la vida, una imagen que reitera el sentido del
tiempo y la muerte.
“El gladiador de las esquinas” también nos
comunican este concepto del tiempo: “Soy el gladiador de las esquinas / donde
el tiempo pasa / con el labio roto / ante la misericordia baldía” (p. 279).
Pero este poema, y lo mismo ocurre con el que le antecede (“En los escombros
del alba”), refleja además la actitud de quien se enfrenta a la maldad y las fuerzas
destructoras del mundo. Copio el poema en su totalidad:
Me han seguido los buitres
en noches de calor
como si fueran moscos
agotados de pelear contra mis huesos
Soy el gladiador de las esquinas
Camino entre las brasas de asfalto
Los pies sobre la tierra
Yo soy el estandarte furibundo
del guerrero que escupe
el ojo meridiano
Soy el semáforo tuerto
con la mano vacía
con el puño en vilo
dulcificado por la ira
Soy el gladiador de las esquinas
donde el tiempo pasa
con el labio roto
ante
la misericordia baldía (p.279)
El libro “Entresueños (1990), que conforma
el último apartado de esta antología, alude al concepto del sueño no como una
realidad física sino como una indagación del ser, como una búsqueda que revele
los grandes misterios que nos relacionan con el universo. El título parece expresar
un sentido de lo que se vislumbra más allá de la misma realidad. Una especie de
estado mental donde el yo lírico trata de reproducir las imágenes que se asocian
a esa visión. Por eso las imágenes se corresponden con el concepto del tiempo para
crear una realidad presente y lejana. Por otro lado, el poema “Cuando despierte
y la luz no haya llegado” dedicado al físico inglés Stephen Hawking, autor de A Brief History of Time, contiene una
preocupación filosófica sobre la esencia de la vida. En ese contexto el tiempo unido
a la dimensión de la luz relaciona no solo al sentido de transitoriedad que
domina la vida de la humanidad sobre la tierra, sino también una conciencia más
profunda e indagadora del ser: “Ahora cuando sé que la luz / no es mayor que la
noche / que las estrellas mandan / sus mensajes luminosos / hacia una oscuridad
/ que nadie sabe si termina / descubro que somos emigrantes / de esa plenitud
ausente de colores” (p. 283). Aquí el yo poético se plantea el sentido de la vida
en el tiempo y el espacio: “¿Será que los humanos nos vamos / apagando aquí /
mientras nos vamos encendiendo / en otros lados?”, dice en estos versos (p.
284). Sin embargo, no se trata de sustituir
una realidad por otra ya que de algún modo el espacio mismo es un referente que
le permite al poeta rescatar esa imagen cósmica del ser como una expresión de
sí mismo, como una vida que coincide con la realidad de los demás. Esto es lo
que en cierta forma ocurre en el poema “Un hombre condenado al sueño” (p. 285).
No es casualidad que el epígrafe de Fernando Pessoa (“Y entonces, en plena
vida, / es cuando el sueño tiene grandes
/ funciones de cine”) establezca una profunda
relación entre lo que se narra y la figura del poeta portugués desdoblada en la
del hablante poético.
[…]
Y es
aunque no el
mismo
sino él ante su
imagen
un poeta
ciempiés
que pisa
de cien maneras
diferentes
que se rasca
con quinientas uñas
y con
quinientos dedos camina
por sus
posibles existencias
Pessoa me hace
sentir el roce de la nada
pero eso es ya
sentir el roce de algo
No podría ser
de alguien
de nadie
sólo de un
Pessoa que nace de mil formas
Este hombre
condenado al sueño
no me deja
despertar y el viaje
se alarga a una
estación desconocida
donde somos
fantasmas que se asustan
de sí mismos (p. 286)
La imagen de Pessoa se corresponde
con la del yo lírico fundiendo una vivencia compartida, pero una vivencia que nos
hace sentir la soledad de quien transita imaginariamente por el pasado: “Lo
siento gemir por las rúas del puerto / Aquí / entre mis manos / gemelo de mi
otro / espanto que causa el abandono / de un hombre impecablemente solo” (p.
285). Esta intuición está condicionada por la luz que traspasa la atmósfera de estos poemas. El mundo de
Pessoa penetra la vida del poeta mexicano en esas zonas donde la soledad es
parte de un mismo sentimiento, y donde los sueños constituyen también un
elemento unificador del vasto universo de esta poesía: “Escribo la luz /
pensando en la nada”, dice el verso que abre el poema titulado “El sueño es un
cuchillo, una verdadera puñalada” (pp. 287-2293). Y es que la luz equivale aquí a un modo de intuir la realidad proyectando en la
escritura otra percepción de la vida: “Cada noche invento palabras / que me
devuelven el tiempo perdido / pero no me dicen nadad de volver mañana” (p. 288).
Y luego: “Soy parto luz y germen / de mi muerte” (p. 289). Pero uno de los
poemas más inquietantes de este libro es “El porvenir habla de noche” (pp.
96-301). En él se proyecta una imagen estremecedora de la vida y un doloroso
sentimiento de incomunicación que
hace reflexionar al lector sobre el sentido de la existencia, la soledad y la incertidumbre
del mundo. Para crear esta imagen desoladora el poeta se vale del “teléfono”
como un hilo conductor que sostiene la estructura del texto:
[…]
¿No hay quien pueda contestar ese teléfono?
¿Qué debe responderse a un ruido
que anuncia una pregunta?
¿Quién puede saber si es necesario
despertar para salir de dudas?
¿Por qué atender a una señal de nadie
que puede romper el cordón de la ausencia
y comenzarlo todo? (p. 297)
El tema de la incomunicación, el
desamparo y la angustia de vida penetran esta visión poética estableciendo las
coordenadas de ese mundo confuso. La presencia del yo poético trasciende el
sentido del tiempo para establecer los nexos entre un ayer y un hoy que configuran
la visión desoladora del poema. En la primera estrofa notamos esta realidad:
Suena un teléfono público
en la calle de mi casa
desde antes de ser lo que soy
y lo que es hoy
El lenguaje que configura la
estructura del texto reitera una “llamada” que nadie responde. Esa llamada que se hace eco sobre si misma igual
que un sonido que se quiebra como una interrogante en el vacío. Queda sólo la
presencia del yo poético estremecida en un escenario donde la luz no llega, donde
la soledad triunfa sobre la soledad, la incomunicación sobre la incomunicación,
la oscuridad del mundo sobre la oscuridad:
Hablo
y en vez de hablar me escucho
Pronuncio en silencio otro saludo
y un saludo en silencio me contesta
Elevo el tono inaudible de mi enojo
¿Qué desea? Usted es quien llama
Quien llama es usted ¿Qué desea?
¿Quién desea qué? llama es usted
Quien llama desea ¿Qué es usted? (p. 298)
En ese ambiente de la ciudad el ser,
paradójicamente, se ve reducido al silencio de las cosas que lo rodean. En su
mirada parece buscar un destello que le augure un porvenir más humano; vislumbrar
algo mucho más prometedor que la desolación del lugar donde se pierde su voz.
Por eso este poema está escrito desde una experiencia que refleja la realidad
de la vida frente a la soledad y la incomunicación. Un poema que pone en
perspectiva la realidad de todos los que le exigimos al futuro una vida más
plena donde vivamos en armonía con las fuerzas que nos unen y no frente a la
indiferencia de lo que nos distancia.
Carne de imagen es una
antología que trata diversos aspectos y temas que requieren de mucho más tiempo
y espacio para ser interpretados en esta reseña como exige la particular
realidad de cada poema. El lector que entre en contacto con este libro se dará
cuenta de lo variado y profundo de los temas que lo componen, de los elementos y
del lenguaje que conforma esta visión de mundo. Y así mismo comprenderá que
este imaginario poético no excluye de su centro la secreta realidad de nuestras
vidas igual que la profunda visión de un sueño del que a veces se hace difícil
despertar.
Página ilustrada con obras
del artista José Luis Ramírez (México,
1981).
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