Antes de entrar a conversar de Catulo en el destierro, libro escrito
por el poeta mexicano José Ángel Leyva, es preciso aclarar dilucidar lo que es
la emoción creadora, es decir, aquella que culmina en la producción de una
escritura creativa. A tal fin me he valido de diversos estudios que pueden dar
luces sobre el fenómeno creador, pues bien lo afirma Edgar Morin “el
pensamiento complejo rechaza las consecuencias mutilantes, reduccionistas” como
lo haría la sicología en el caso de la creación poética. Y no es que se deban
negar las conclusiones a las que ha llegado el sicoanálisis, sino que debido a
las limitantes de su discurso se queda corto al momento de abarcar el fenómeno
de la creación poética. En tal sentido Sartre: “El sicólogo se propone analizar
tan solo dos clases de experiencias perfectamente definidas: la que proporciona
la experiencia espacio-temporal de los cuerpos organizados y la que suministra
ese conocimiento intuitivo de nosotros mismos llamado experiencia reflexiva”
Mejor dicho, lo que
quiero explicar es que no importa dónde
se pare el poeta, lo trascendental para la poesía es cómo lo hace, de qué
manera se sienta a ver si lo que observa es todo un espectáculo o algo baladí
que carece de importancia, pero lo que sí es cierto es que cada objeto, cada
instante bajo cualquiera de las luces de las horas asciende a la categoría de
lo estético si se pude entablar una relación directa de lo real imaginario [01] con lo poético. El Catulo de la
sencillez y la naturalidad no es el mismo si lo ve el ojo común a si es
observado por el poeta. El ojo común solo puede tantear lo cotidiano, lo que le
pasa de mañana a tarde, pero el poeta ve más allá: en ese gesto, en esa
sustancia que muta bajo el cielo, ocurren fenómenos que sólo la destreza del
verso puede desentrañar, como bien lo hace José Ángel Leyva, quien sabe que las
apariencias no son simples sonajas que no determinan el curso de la historia,
por tal motivo no las deja de lado, el poeta las toma y las hace trascender a
tal punto, que el lector siente que son absolutamente novedosas, pues trabaja
el espacio vacío como lo fragua un músico, en esos silencios se abre el
lenguaje de lo supuesto, de lo sugerido: “La cerbatana de la luz dispara /
encaja su dardo / el veneno”. Lo que nos demuestra que uno se conoce muy bien
es gracias a la poesía, especialmente por ella, pues es la que dota de imágenes
a toda la literatura, pues no hay un símbolo que exprese claramente cómo se
subió el creador a la cornisa. Nada dicen los anales o las bibliotecas sobre el
asunto del asombro, esa faceta que corresponde al lector luego del viaje
entrañable que hizo por las lindes de un poema. Porque es el lector quien
elabora su propio universo gracias a la lectura de cada uno de los versos, y
así arma el puente que comunica sus episodios con realidades mucho más amplias,
con imágenes, que cuando son sencillas, lo convocan —siempre— a recrear su
cotidianidad como valor poético implícito. Mientras esto ocurre en un espacio
que cada uno ha determinado para la lectura, José Ángel se ha ubicado en una
acción que puede ocurrir más allá de la memoria. , quizá trepó por la cornisa para
gritar “Eureka”: he descubierto el mundo de Catulo como ningún otro. Pero este
evento sólo acontece cuando el artista se sorprende del universo que lo
circunda. A propósito, dice Charles Baudelaire en El pintor de la vida moderna: “Para el niño todo es novedad;
siempre está embriagado. No hay nada más parecido a lo que llamamos inspiración
que el alborozo con que el niño absorbe la forma y el color. La inspiración tiene algo que ver con
la congestión…] Todo
pensamiento sublime se presenta acompañado de una sacudida nerviosa, más o
menos fuerte, que repercute hasta el cerebro. El genio no es más que la
infancia recobrada a voluntad, la infancia dotada ahora, para expresarse,
de órganos vitales y del espíritu analítico que le permite ordenar el agregado
de materiales involuntariamente acopiado.
Entonces ese “eureka”
nos dice que lo que “Vio” el autor en mayúsculas nadie lo sabe, ni siquiera el
poema lo exprese totalmente. Acaso las palabras que bailan en cada uno de los
versos apenas alcancen a intuirlo. Ni siquiera el ambiente se percata del
fenómeno. Sólo algunos trazos diluyen fragmentariamente lo que el ojo no vio en
minúsculas. Tal vez lo pudo haber visto el papel antes que el ojo. A eso denomino
herencia cognitiva: todos aquellos fragmentos que permiten que en determinado
momento se establezcan conexiones que nos hablan de la creación poética. Voces
calladas que vienen de otros universos. Por eso, como dice Eliot: “Ningún
poeta, ningún artista, posee la totalidad de su propio significado. Su
significado, su apreciación, es la apreciación de su relación con los poetas
muertos. No se le puede valorar por sí solo; se le debe ubicar, con fines de
contraste y comparación, entre los muertos”.
Gracias
a la lectura de “Catulo en el destierro”, descubro el papel pudo ver antes que
el ojo, el corazón antes que el dedo, la memoria antigua antes que el recuerdo.
Porque también a través de la lectura es como se aprenden las categorías con
las que se adquiere la emoción. Por lo que se puede afirmar que jamás quien
trepa al acontecimiento sin asombro puede, en un acto súbito, determinar cuáles
elementos son poetizables. Y entonces empieza a funcionar la ilógica, que como
se halla cerca de lo irracional, abre nuevas instancias. Pongo como ejemplo el
siguiente poema:
Las imágenes del sueño
se interponen
a la densa claridad del
tacto
revolotean porfiadas en
torno a las ventanas
desaparecen entre la
timidez reverberante de los vidrios
buscan sedientas la
memoria
Aletean lo párpados
incrédulos
como aves nocturnas
atrapadas en su nido.
Así como en los cuadros
uno aprende a oír lo que está pintado, José Ángel nos enseña a ver lo que hay
escrito:
La
realidad se ciñe a los sentidos
se
ofrece descaradamente
escita
el pulso y lo acelera
Es en los contornos de
las realidades que propone José Ángel donde se hallan las metáforas y los instintos
que invitan a la sensación de lo visual y de lo novedoso. Sobre las balizas que
delimitan lo real, Leyva subvierte el orden establecido para burlarse de lo
cotidiano y de las cosas que no ve la mayoría. Tomemos como ejemplo el
siguiente poema:
Sobre
el espejo matutino, la ansiedad se extiende
como
llaga nebulosa que estrangula al cielo
El
pecho es un túnel con su fantasmal locomotora
que
no puede atravesar sus costillas carcelarias.
El Yo que se desborda es
una de las cornisas que Leyva eligió. Allí es donde ocurre el fenómeno
creativo, el fenómeno poético. A través de sus poemas nos enseña que la poesía
no nace de un hobby, sino de un
trabajo arduo y transparente que invoca y convoca a las imágenes. Con estas levanta
la mirada hacia la vida para mostrarnos que hay otra realidad más profunda. Una
realidad que lo circunda y habla de la otra que lo habita:
Algo
busco entre este montón de eternidades
alguna
brizna inmortal en mi cerebro
el
filo de unos labios que corten
la
soga de mi cuello
mi
asfixia
mi
ponzoña.
Bien lo afirma Pavese: “La
poesía no nace de our life´s work, de
la normalidad de nuestras ocupaciones, sino de los instantes en que alzamos la
cabeza y descubrimos con estupor la vida. (También la normalidad se convierte
en poesía cuando se hace contemplación, es decir deja de ser normalidad y se
convierte en prodigio)”. También en “Catulo en el destierro” hallamos que
trabaja la ironía con los elementos más sutiles que se pueden hallar en el
mercado ambulante de los días:
El
tiempo inventó su relojero
lo
puso de pie
le
abrió los poros
colocó
en sus manos el pulso
y
el cambio de las cosas
lanzó
su mirada hacia el futuro
y
lo invisible se llenó de sueños.
Pero para llegar a dicho
prodigio es preciso sintonizar el ánimo y los diez sentidos. Es decir, al crear
la metáfora, pasó de lo cotidiano al asombro, y de allí a la emoción Así, el tiempo
no fue un enemigo, sino un aliado que lo impulsó a que se alejara de la parsimonia
y creara lo insólito. Término de fácil deducción a la que puede llegar todo
lector tras recorrer los poemas de “Catulo en el destierro”. En ellos José
Ángel le da vuelta a la realidad para dejarnos ver su asombro, el del nuevo
universo que funda al jugar con el instante.
Mediante la observación
crítica de los fenómenos, tanto oníricos como cotidianos, Leyva los sublima con
el uso de un lenguaje sencillo, sin ampulosidades ni rebusques en las hojas de
las bibliotecas o diccionarios, bien lo dice Lomonósov, citado por Tiniánov en
el libro “El problema de la lengua poética: “… Notemos de paso, para interés
del poeta, cuánta fuerza adquieren las palabras más comunes cuando están
ubicadas en su lugar”.
Tan cercano al budismo Zen. “Catulo en el
destierro” sugiere la vacuidad que se logra desde lo silencioso. Hay poema en
donde se percibe el movimiento que se exalta con lo primigenio. Luego de varias
lecturas pienso también en el Hayn Teni de Madagascar y en el Patum de Malasia.
Al equilibrar el punto de vacío, como uno de los factores sobre los que se
sostiene el poemario, Leyva consigue desarrollar un grado especial de emoción, pues
según Sartre “toda aprehensión emocional de un objeto que causa temor, ira,
tristeza, etc., no puede realizarse sino sobre el fondo de una total alteración
del mundo”.
La emoción en “Catulo en el destierro proviene
de un “conectarse” con la experiencia. De esa forma accede al saber que orienta
los sentidos en una dirección determinada con el fin de producir el poema. Y,
recalco, nos enseña que no es lo mismo el ver común y corriente de cualquier
persona al producido por la experiencia que desemboca en el vacío. Es como si
nos dijera que hay una fuerza más profunda que permite que esa visión se aleje
de lo cotidiano y funde algo nuevo, como ocurrió con el origen del romanticismo
en Alemania. Y no es que solo piense en Goethe y el “Sturm und Drang”. La
fuerza que genera y da vida, la fuerza motriz que desencadena en el verso, no
solo va ligada al ímpetu creador.
Otra de las temáticas que sorprende en
“Catulo en el destierro” es que en los poemas se trabaja el tema del amor
tangencialmente, como si estuviese de acuerdo con Sebald: “La literatura de la
era burguesa se ocupa de los enredos del amor más que de cualquier otro tema. Parece
como si la fantasía literaria no pudiera encontrar otra escapatoria que las
permutaciones de los ideales del amor así desarrolladas”.
Además, la emoción en “Catulo en el
destierro” extiende las nubes proveyendo al lector de múltiples experiencias
vitales que lo conducen mucho más allá de todo lo explícito que le pueda
ofrecer la vida, y así lo torna materia nueva, nueva voz y elemento que puede
transmutar en otro devenir.
Pero cabe agregar que en el corpus es posible
hallar la alegría que siente cuando se trae a colación la vivencia. Es que José
Ángel rememora con tal vitalidad lo que ha experimentado Catulo en el pasado,
que se le facilita al lector transportarse a episodios únicos que por tales se
tornan entrañables. Tal es la fuerza evocativa que se percibe, como si los actos
hubiesen sido consumados en el presente inmediato. Esto me lleva a pensar que
en su poesía hay dos clases de emoción, dependiendo del lugar desde donde
surja. Primero la interna, producida por factores afectivos. La segunda, la
externa, suscitada por elementos extraños a la volición del artista. La
primera, la que atañe a los afectos, es la que posiblemente la condujo a la
ejecución de tan formidable libro.
Los versos de “Catulo en el destierro” indican
el camino a seguir para cualquier creador, ya que es en ese decurso donde
ocurre la fuerza sugestiva del poema para no caer en la mentira en literatura.
Textos donde las vías de acceso se ven forzadas por formas carentes de significado,
de experiencia vital, textos que se parecen más a malos comunicados de prensa
que a versos donde se trasciende hacia lo estético.
Es Sobre las bases de su imaginación, como
producto de la emoción, donde se yerguen los cimientos de sus poemas. Es en el
imaginario, producto de la relación con el mundo donde surgen sus mitos, sus juegos,
sus cantos. Sobre todo sus juegos, que son la base para la construcción de
imágenes. Ahora traigo a Glisant desde su Martinica: “La escritura, que nos
conduce a intuiciones imprevisibles, nos revela las constantes ocultas de la
diversidad del mundo, y notamos con bienaventurada dicha, que esos invariantes
nos hablan a su vez”
La poesía era polen
signos-llaves
aliento objetivo
entre lo real e imaginario
Los sonidos humedecían sus raíces
en las cavidades del átomo
para contar secretos sin lengua
para cruzar puertas cerradas.
Y así observamos cómo desdobla la realidad,
le pone nuevos límites. Cada uno de los nuevos espacios que ha creado propone
un imaginario renovado en el cual la experiencia de lo ordinario, cotidiano y
habitual de la vida del hombre rinden tributo al pensamiento, ya que de la
realidad Catulo extracta elementos sutiles con los que elabora lo poético. Y
lleva del ojo al lector por la senda con una lente que redescubra la
existencia, su vida, sus vivencias. Y es
que Leyva se permitió el toque. Al no
haber ido para donde va Vicente, nos demuestra que las posibilidades son
infinitas, como infinitas las formas de expresar en verso momentos que se
tornan especiales al ser contemplados por la palabra del poeta. Es un sistema
en el que importa más lo que se sugiere, lo que subyace detrás del texto. Ese
sistema se ha convertido, en “Catulo en el destierro” en un trazo que por sus virtudes
exalta la experiencia de lo intangible, se ha tornado una emoción que va más
allá de la simple y diáfana formulación. Pues es que la emoción es un modo de
psicoreacción a los estímulos externos, que en pocas personas produce el efecto
que conduce a la creatividad. Y aunque a muchos se les afecte la atención y la
memoria, no por ello llegan a configurar la realidad nueva, lo aparentemente
irrelevante que se hace poiesis, que
justamente en griego significa creación.
Obvio que no me detendré en hablar de conductismo porque, como dice el
refrán intelectual, “el ratón ya nos demostró que cada vez que desea comer
simplemente recorre el laberinto”. En ese sentido prefiero quedarme con el
término en latín emotio que le da
origen y que significa movimiento, impulso; lo que se mueve hacia. Y aunque
puede que la emoción sea subjetiva, siempre conduce al artista a un plano
superior de comprensión, es decir, al conocimiento OBJETIVO en mayúsculas que
nada tiene que ver con el conocimiento objetivo en minúsculas. El primero
descubre, funda, vivifica y genera fuerza creativa, el segundo solo analiza y
comprende, es decir deduce sin establecer el puente de unión con la realidad
primera. Es decir, no ata cabos sino rellena. O como lo afirma Abel Martín en
“De un cancionero apócrifo” al hablar del ser, de la creación y del
conocimiento que produce la poesía en contraposición con el que brinda la
ciencia: […la x constante del conocimiento
objetivo de la ciencia, descolorido y descualificado de la ciencia, mundo de puras
relaciones cuantitativas...].
Las emociones, por su origen, pueden catalogarse en externas e internas.
Las primeras son aquellas que no han sido motivadas por factores intimistas,
sino por el contacto directo con una realidad ficcional. No es el caso de “Catulo
en el destierro”, pues siempre se puede hallar una referencia a la experiencia
habitual. Los elementos variables que allí se fundan conducen a realizar un
redescubrimiento sobre su estar en el mundo. Y como se ha permitido la permeabilidad,
se ha dejado influir por el ambiente.
La emoción interna, en “Catulo en el destierro” se produjo por los
términos que dejaron los hechos del tiempo, los elementos que proceden desde
las vivencias recientes o perdidas, y que por un azar de la vida, vuelven con
una fuerza inusitada y se manifiestan en poemas. Y ahora una misiva que viene
desde el otro lado de la muerte y trae ausencias o presencias, me brinda esos
fragmentos que tantos logran pensar pero que pocos logran repetir, porque no se
dejan emocionar.
Un solo pedazo de incoherencia
eran
los hombres
Feroces diosecillos
Tumulto de dibujos animados
Así cierro el recorrido de la emoción por los poemas de “Catulo en el
destierro”, obra en la que se expresa el sentido oculto de la magia poética, ya
que junta realidades opuestas para configurar la imagen, como “malecón de
algas”. Imágenes que sorprenden por la vitalidad, por la fuerza evocativa y por
la medida justa como están trazadas. Nada ha quedado al azar, todos los poemas
están muy bien pensados para que produzcan el efecto irónico y erótico. En su poética se ve que su primer esfuerzo,
como lo afirmaría Eliot, es aclararse las cosas. Afirma lo que se debe hacer al
momento de escribir, qué elementos no se deben trasmutar: El crepúsculo será una menstruación de nubes.
NOTA
01. Utilizo el término lo real
imaginario para decir que detrás de lo tangible hay mundos paralelos que solo
puede ver la literatura y en especial la poesía.
***
Página ilustrada con obras
del artista José Luis Ramírez (México,
1981).
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