Hace tiempo que Evelio acumula premios y
reconocimientos nacionales e internacionales, la novela que lo impulsó a la
fama más de allá de las fronteras colombianas fue Los Ejércitos, una obra espléndida que expone una radiografía la
composición militar de su país hasta hace no muchos años: la guerrilla, los
paramilitares, el narco y el ejército regular. Algo ha cambiado en esa nación,
pero no tanto. La carroza de Bolívar
le mereció el Premio Nacional de Novela en el 2014. Pero ya antes había sentado
precedentes con títulos como Juliana los
mira, Los almuerzos, En el Lejero, entre otras. La violencia
suele ser en su caso el aglutinante narrativo, pero no es el motor de su prosa,
que se funda esencialmente en la fuerza y la belleza del lenguaje. A diferencia
de otros narradores de su generación, la realidad violenta que marca el
sentimiento de esta época confusa, no emplea los efectos sangrientos, la
descripción detallada de la crueldad o situaciones aberrantes de tortura y
escenas dantescas. Lo suyo es la potencia del discurso narrativo, manifiesto
también en sus relatos breves y no tan breves. Esta conversación tuvo lugar en
la ciudad de Durango, en el Encuentro de Escritores José Revueltas, cuyo eje
temático fue “Literatura de la violencia”. Sin duda un terreno que el propio
Revueltas vivió y recreó como ningún otro, sin abandonar una carga lírica en su
pluma. Punto y aparte, damos paso a la charla.
JAL | Desde mi punto de vista Los Ejércitos es una obra cumbre en tu producción
literaria, una novela que trata la violencia sin la exigencia de efectos con
mucha sangre, mucha muerte, mucho sadismo. Nos colocas ante un cuadro humano
desgarrador, trágico, pero sin estridencias. Es la literatura la que marca las
condiciones y no el mercado editorial ni la complacencia narcisista. Es, sobre
todo, una mirada cruda sobre la realidad política y social de Colombia. ¿Cómo
nació esta obra?
ER | Pueblo San José es la conjunción de los pueblos de Nariño que yo conocí
en mi niñez. Han ido también espacios donde la guerrilla, el narcotráfico, el
paramilitarismo y el ejército regular han peleado por su dominio. Lo mismo
Putumayo. En estos momentos no se puede viajar por carretera de Pasto a Tumaco,
a la costa del Pacífico, porque no es difícil ser víctima de una pesca
milagrosa, o sea el secuestro. Fue la indiferencia de los colombianos hacia el
dolor, la pobreza, el crimen, la ignorancia, lo que me empujo a buscar noticias
insólitas como el secuestro de un perro, los disparos de un soldado del
ejército contra un loco porque le pareció su conducta semejante a la de un
guerrillero, o contra civiles en una plaza por razones similares. San José
representa a todos los pueblos de Colombia que padecen el conflicto.
JAL | Existe una iniciativa para llegar a acuerdos de paz. Nos enteramos de las
reuniones en La Habana entre el gobierno del presidente Santos y las FARC.
Ahora la delincuencia organizada, derivada de la extinción de las grandes
mafias y de los grupos paramilitares se aglutinan en la llamadas bacrim (bandas
criminales). ¿Cómo se mueven esas fuerzas representativas de la violencia
actual en tu país?
ER | Hay la idea de que los paramilitares han depuesto las armas, que se han
desintegrado los carteles del narco, pero la realidad es que detrás de éstos
han aparecido otros grupos criminales. Hay alianzas y componendas entre, por
ejemplo, los narcotraficantes y la guerrilla para guardar el dinero,
repartírselo, invertirlo, blanquearlo, comprar armas. Me gustaría ser optimista
con respecto a las reuniones en La Habana, pero desafortunadamente no lo soy.
Me parece que los negociadores representan posiciones intransigentes con su
verdad, cada uno es poseedor de la razón por encima de la del resto de los
colombianos. Pero mientras haya diálogo hay esperanza.
JAL | El horror, la crueldad, La Vorágine, siguiendo a José Eustasio Rivera
para nombrar la violencia irracional, han producido, en nuestras sociedades
dominadas por el miedo, numerosos eufemismos. Tú mencionaste unos: pesca
milagrosa, o desplazados para llamar al despojo, el destierro. ¿Será una forma
de borrar significados en la memoria?
ER | Esos términos no han tenido lugar en mis novelas. Me parecen aberrantes.
Por ejemplo, los periodistas y los políticos hablan de actores del conflicto.
¿Cómo puede hablarse de actores cuando nos referimos a asesinos que despedazan
cuerpos con motosierra, cuando son individuos que torturan, cometen los actos
más despreciables contra sus semejantes, o quizás no tan semejantes? Llamarles
actores es darles una condición de humanidad, otorgarles un toque de delicadeza
a las masacres, a crímenes de lesa humanidad. No, no pueden ser actores de la
guerra, no pueden emplearse eufemismos para nombrar una realidad
desnaturalizada, no puede ocultarse la atrocidad humana que nos hace tocar
fondo.
JAL | Es una novela que ha sido reconocida con
importantes premios en Europa y Estados Unidos ¿Cómo crees que esos lectores de
países desarrollados han interpretado la historia que nos cuentas en Los
Ejércitos?
ER | El pueblo, Los personajes, ciertas situaciones
son producto de mi invención, pero no la realidad en la que se mueven ni los
acontecimientos violentos. No hay ficción en el drama. Ilustro mi respuesta con
una anécdota en Francia. Me pidieron que leyera un fragmento de mi obra para un
público de personas de la tercera edad. También me solicitaron que excluyera
fragmentos que eran ininteligibles para el auditorio, que escucharía en francés
mi lectura en español. Los organizadores habían preparado una traducción
apropiada y habían excluido esos fragmentos, me habían censurado, porque,
argumentaban, la obra tenía recodos y pasajes que agredían la moral, que eran
inadmisibles para una conciencia ciudadana. El hecho me pareció absurdo
tratándose de un país como Francia, escolarizado, politizado, democrático, con
una historia literaria como la suya. El actor leyó su versión, pero yo,
consciente de que en el público había gente que entendía el español, leí
íntegro mi fragmento.
JAL | Algunos de tus lectores mexicanos y
colombianos han comentado que más que a García Márquez o a Fernando Vallejo tu
narrativa tiene ecos de Juan Rulfo. Sobre todo en una obra como En el
lejero. No se trata de una influencia
sino de un espíritu atmosférico que resuena en tu obra. ¿Qué opinas?
ER | Ante todo quiero manifestar que Rulfo es uno de
los escritores que más admiro, no solo por encima de los escritores mexicanos
sino en una perspectiva universal. Para mí es un genio narrativo. Fue un autor
que leí de niño y sus paisajes me trasladan a la geografía de Nariño, donde
viví mi infancia. Pueblos alrededor de Pasto, comunidades indígenas de los
Andes que sugieren mucho las atmósferas rulfeanas. Si me dicen que hay
resonancias literarias de Rulfo, o existe un parentesco con algunas de mis
obras, me siento muy honrado que así sea. Es un privilegio.
JAL | No es poca cosa que se te compare con Rulfo,
que se te asocie con un autor de esa magnitud. Pero no toda tu obra tiene esa
posible resonancia. Como es el caso, por ejemplo, de La Carroza de Bolívar o tu novela más reciente, Plegaria por
un papa envenenado, que hace eco de algún
modo con tu novela anterior Los almuerzos, y no me refiero al tema de la pederastia y los intríngulis del poder
en el Vaticano, sino por la institución.
ER | Sí, la
temática de la religión. En Los almuerzos
hablo de la relación de un párroco con ciertos sectores de la mafia en Bogotá.
Estudié en colegios religiosos, jesuitas y agustinos principalmente, desde mi
infancia hasta casi terminar el bachillerato. Seguramente esos ámbitos en mi
memoria colaboraron para que yo, al comenzar mi carrera como escritor, hiciera
presente estos temas. Sin duda mi novela Plegaria
por un papa envenenado es la que toca con mayor claridad la relaciones de
poder de la Iglesia. Abordo sin tapujos el asesinato de Albino Luciani, envestido
como el papa Juan Pablo I, quien fue envenenado por la mafia en complicidad con
la curia romana. Él pretendía hacer cambios profundos en la Iglesia, acabar por
ejemplo con la corrupción de la banca del Vaticano que dirigía el cardenal
estadounidense Paul Marcincus. Se trataba de un personaje muy humanista, de un escritor y un intelectual que pretendía
una transformación de su institución. Después de una ardua lectura de sus
briznas de catequesis deduzco su intención de enjuiciar la pederastia, que ha
asolado desde hace años, desde tiempos
inmemoriales, a la iglesia católica. Él se proponía pues remediar ese lastre,
pero estaba completamente solo. Tiene una obra de cartas, Ilustrísimus, dirigidas a grandes personajes de la literatura e
intelectuales, que evidencian la sensibilidad literaria del papa, además de
revelar sus ideas con respecto a temas como la participación de las mujeres en
los rituales y la posibilidad de ser ordenadas sacerdotes. En síntesis, hay una
vocación de modernización de la Iglesia Católica, despojándola de los
anquilosamientos que la exhiben hoy con sus graves problemas.
JAL | Las
escenas del crimen de Juan Pablo I a manos de la mafia italiana son exhibidas,
por cierto, en el filme El Padrino,
en su parte III, lo mismo que el escándalo de la banca. ¿Cuáles fueron tus
fuentes para la escritura de esta novela?
ER | Vi la
película cuando llevaba avanzada mi historia. Algunos amigos me hablaron de esa
coincidencia. Es un tratamiento fílmico del asesinato, cierto, pero no ahonda en
el asunto. Yo seguí las pistas reveladas por el periodista inglés David Yallop.
Él realizó una investigación muy seria, muy enjundiosa, sobre el misterio de la
muerte de Albino Luciani y la publicó con el título en español de En nombre de dios. La curia romana dijo
que había muerto de un infarto de miocardio, pero no permitió que se practicara
la autopsia al cadáver. Era un hombre muy sano y no se sabía que tuviese
afecciones cardiacas.
JAL |¿Conoces
el Vaticano, has estado en sus instalaciones? Porque das pormenores de la
arquitectura de esa ciudad-estado y uno supondría que tuviste acceso a algunos
de sus rincones.
ER | No, no pude
viajar, no conozco el Vaticano. Todo se basa en la investigación que realicé.
De manera particular me enfoqué en la relación que tenía él como religioso en
su comunidad. Se le consideraba el patriarca de Venecia y tenía una relación
muy estrecha, muy comprometida con su grey. Era en realidad un cura párroco, su
lema como papa fue Humilditas, y así se desempeñaba en Venecia, donde además de
ser un siervo de la fe era también un gran hombre, un estudioso que tenía una
visión muy rica e interesante de la humanidad. Leí mucho acerca de la biografía
de Luciani y de la arquitectura del Vaticano, de las calles que lo rodean, de
su ubicación y sus relaciones con el estado Italiano, con Roma. Además de los
libros que revisé, Internet fue una herramienta fundamental para conocer el
terreno y recabar más información.
JAL |¿Asocias
la figura de Juan Pablo I, Albino Luciani, con Francisco I, el papa argentino?
¿Y Juan Pablo II, ahora canonizado, cómo aparece en comparación con su
antecesor?
ER | Karol Wojtyla sólo tomó el nombre del Papa Juan Pablo, pero ratificó en
sus puestos a los mismos que aparecían ligados a su muerte, como es el caso de Marcincus
en la Banca y evadió el tema de la pederastia ejercida por los sacerdotes.
Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, no corre peligro alguno porque sus
reformas son pálidas acciones comparadas
con lo que se proponía hacer Luciani, por ejemplo, expulsar a la mafia italiana
de las arcas del Vaticano, donde evidentemente se lavaba dinero.
JAL | ¿La consideras una novela histórica o la concebiste más como un thriller?
ER | La veo más como una novela histórica, porque se sustenta en una
investigación exhaustiva, como lo hice también con La Carroza de Bolívar.
Detrás de cada una de mis aseveraciones hay argumentos bien documentados, yo no
invento en ese sentido. Por supuesto, hay ficción, sobre todo cuando narro el
descenso de Luciani a los infiernos, su encuentro con escritores como
Christopher Marlowe, con Shakespeare, la presencia de las prostitutas como un
coro griego, es parte de una recreación de espacios donde participa de manera
clara la imaginación. Las prostitutas de Venecia no son un capricho narrativo o
dramático, son parte de la historia. Es bien sabido que Albino Luciani pensionó
a las prostitutas viejas, a las que ya no podían ejercer su oficio por edad o
por mala salud. Él también acudió a las cárceles para brindar apoyo espiritual
a los reclusos.
JAL | No sólo por la presencia de esos dos grandes dramaturgos en el infierno,
sino por su propia atmósfera y su estructura, o el empleo de la segunda
persona; uno podría pensar también que la hiciste con cierta intención teatral.
ER | No lo había pensado así, pero ahora que lo dices, sí, creo que bien
podría ser recogida desde esa perspectiva escénica. Las voces se interrumpen,
se increpan, se cuestionan, aparecen y desaparecen entreveradas con ese coro de
prostitutas.
JAL | ¿Hay una continuidad narrativa entre Los almuerzos y Plegaria por un papa
envenenado? Pienso en esa perspectiva de los vínculos entre la Iglesia y los
pobres de Bogotá, con el crimen organizado, con la calle.
ER | Ayer, cuando leía en este encuentro de Durango un fragmento de Los
almuerzos me venía a la cabeza la sensación de que el cura borrachito de los
almuerzos, el Padre Matamoros, tenía una relación de personalidad con Luciani.
Mi propia experiencia en los colegios dirigidos por sacerdotes aportan mucho en
la creación de atmósferas, situaciones y tramas de mis novelas. Por ejemplo, en
Juliana los mira narro cuando unas niñas acuden al confesionario y el cura es
nada menos que un libidinoso que les hace preguntas encaminadas a alimentar su
placer como inquisidor. Esas mismas preguntas que nos hacían a nosotros cuando
éramos niños y adolescentes, esos mismos discursos represores y atemorizantes
acerca del deseo y de la atracción natural que comienza a darse entre chicos y
chicas, amenazándolos con castigos terribles de orden divino. Mi experiencia en
los colegios religiosos está consignada en Los incendiados. Aclaro que no soy
anticlerical, fui un niño muy religioso, rodeado de un ambiente místico y
espiritual. Tengo muy presentes los aromas de las iglesias, sus cantos, sus
rezos, su fe. Pienso que trasladé ese misticismo a mi oficio como escritor, sin
juicios de ninguna índole, sólo dejando ser a la escritura literaria; con fidelidad
y disciplina como autor.
JAL | De la Iglesia pasemos al narcotráfico. En la novela breve Juliana los
mira, desde mi punto de vista una de tus
mejores obras en tu producción literaria, dejas ver ese mundo criminal a través
de la mirada ingenua de una niña. Es un medio que pareces conocer bien, pues lo
retomas en tu novela Plutón. ¿Cómo te metiste en ese mundo?
ER | No es que yo me haya metido en ese mundo, ese mundo se metió en mi vida y
en la de todos los colombianos. Desde que tenía 25 años esa parte oscura de la
realidad se hizo patente en la vida cotidiana de mi país. Un enriquecimiento que
alimentó la fuerza de los ejércitos confrontados en territorio colombiano, los
paramilitares, la guerrilla, el crimen organizado, el ejército nacional. Los
millones generados por el narco iban y van a parar a la compra de armas de uno
y otro bando. Millones de dólares no destinados a escuelas, a hospitales, a
servicios públicos, sino a causar la miseria, el hambre, la desolación, el dolor. Pienso que todas las
personas que tienen un oficio intelectual, más espiritual, como el de los
escritores, manifiestan aunque sea de manera velada o de manera abierta esa
realidad. En mi caso ha sido inevitable la presencia del narco en mi obra.
JAL | Recibiste el Premio Nacional de Novela 2014 por La Carroza de Bolívar,
una obra polémica, que incluso te ha acarreado situaciones desagradables con
sectores muy intolerantes y custodios de la buena imagen histórica de Bolívar.
ER | Es un premio en el que participaron tres jurados nacionales y dos
extranjeros. No fue una decisión unánime y tengo la impresión que pesó más el
voto de los no colombianos. Lo más importante del premio radica en el
compromiso del Ministerio de Cultura para llevar la obra a todas las
bibliotecas del país, de acercarla a las escuelas, a públicos amplios. Ello
cumple mi principal objetivo, dar a conocer la otra cara de Bolívar basada en
la investigación de un autor nariñense, José Rafael Sañudo. Aclaro, y espero
que los lectores lo entiendan, no soy antibolivariano, no pretendo destruir un
mito, que ha sido construido por los historiadores durante 200 años. Ese mito
ya es indestructible y nos muestra a un gran estratega y un adalid, que no fue,
pero se le reconoce como tal.
JAL | ¿Qué diferencias señalarías entre tu novela y El general en su laberinto,
de Gabriel García Márquez, más allá, por supuesto, de sus estilos y sus
características literarias, me refiero al enfoque que les otorga su condición
de novelas históricas y desacralizadoras de una figura que encarna el
sentimiento de unidad latinoamericana?
ER | La de Gabriel García Márquez es una gran novela en la que hace alarde
como estilista de la palabra, pero en su contenido, en sus ideas, pienso que
estuvo mal informado. Los historiadores colombianos que lo asesoraron o estaban
mal informándolo o repetían lo mismo que se ha dicho siempre alrededor de la
figura del caudillo. No estoy de acuerdo con la imagen de guerrero que nos
propone García Márquez. Por su lado, Sañudo, en quien yo me baso, hurgó en los
testimonios de sobrevivientes que combatieron al lado de Bolívar, en documentos
objetivos, en cartas del personaje. La novela de García Márquez prolonga las
mentiras históricas. Bolívar no fue un héroe. Se habla de triunfos que fueron
derrotas y de que era un hombre que no le temía a las balas. Es conocido el
episodio en que sale huyendo y abandona a su ejército, pero horas después, en
la madrugada, llegan sus tenientes a buscarlo para decirle, no se preocupe
Libertador, la victoria fue nuestra. Bolívar siempre estuvo en la retaguardia
de sus hombres. Admiraba mucho a Napoleón y quería ser como éste, incluso pedía
que las más bellas chicas de los pueblos liberados fueran dispuestas para tirar
de su carroza, y para otros menesteres. Llegó a pensar en ser monarca de Los
Andes. Sólo pensaba en sí mismo, era el paradigma de todos los dictadores que
lo sucedieron, que no estaban, como él, dispuestos a escuchar sino a imponerse
mediante el crimen, usando la fuerza para matar. Descreo pues de la
interpretación de la historia de García Márquez, pero reconozco en ella una
obra literaria de grandes virtudes.
JAL | Algunos críticos y lectores opinan que tu versión de la historia sólo
podía ser escrita por un autor de pasto. Me entero que tu familia es de ese
departamento y tú viviste allí tu infancia. ¿Qué opinas al respecto?
ER | Seguramente te lo dijeron porque Bolívar fue especialmente cruel con la
zona de Nariño, en el sur de Colombia. Él quería terminar con la población de
Pasto y ordenó una masacre conocida como la Navidad Negra, en 1922. Le ordenó a
Sucre que no dejara rastro ni vestigio de ese pueblo maldito. Los milicianos de
Pasto, armados solo de lanzas, no tenían fusiles, se replegaron en las
montañas, y dejaron en el pueblo a mujeres, niños y ancianos. Pasto amaneció
poblado de cadáveres. No quedó nadie con vida, los pasaron a cuchillo o a sable
a todos. En mi infancia, un tío mío me contó varios episodios de crueldad de
Bolívar hacia el pueblo de Nariño. Así que es verdad, sólo un autor de ese
departamento podía enfrentar el riesgo de contar otra versión del personaje
como yo lo hice.
JAL | Este año es el centenario de José Revueltas y tú has participado en un
encuentro, en su tierra, que lleva su
nombre. ¿Los has leído? ¿Qué impresiones te deja su escritura y su biografía?
ER | Lo he leído poco. No es un autor muy reconocido fuera de México. Acabo
también de comprar algunos libros que me llevo para Colombia. Grosso modo puedo
decir que es un autor que tiene grandes momentos líricos sin forzar su discurso
narrativo. Es un aspecto que me identifica mucho con él porque yo también
recurro mucho a la imagen poética. Estuve en la Feria del Libro de Guadalajara
el año pasado y en la mesa con compartí con otros narradores mexicanos y
colombianos nos preguntaron si leíamos poesía. Yo respondí que sí, incluso mis
grandes amigos colombianos son poetas. Me asombró que todos los demás
respondieran que no leían poesía. Para mí la poesía es un alimento fundamental
para mi escritura y para mi espíritu. Eso mismo advierto en la narrativa de José
Revueltas, mucha poesía en sus entramados violentos.
***
Página ilustrada con obras
del artista José Luis Ramírez (México,
1981).
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