César Moro es un gran poeta, para mí uno de
los mejores del mundo de habla castellana en este siglo, y un gran pintor
poco difundido y mal conocido: de ahí la importancia de la excelente muestra
de su obra pictórica presentada por el Centro Cultural de España que ha
tenido la buena idea de atar en un solo homenaje la obra plástica y la obra
poética de Moro: las dos en efecto nacen de un solo movimiento del alma del
poeta hacia una poesía total expresada en palabras y en formas y colores.
Antes de entrar de lleno en la consideración de la poesía moresca me parece
necesario situar a este poeta-pintor en las coordenadas artísticas en las que
se dan la literatura y la poesía en el Perú y América y también en España en
el primer cuarto del siglo XX. Lo primero que habría que considerar es el
marasmo de la poesía española e hispanoamericana en el siglo anterior. Para
España, el poeta español José Ángel Valente, fallecido hace poco, ha dicho
(yo lo he citado más de una vez) que toda la poesía española del siglo XIX ,
con excepción de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro, es como una
enorme guía de teléfonos interceptados cuyos abonados se llamasen todos
Fernández, por ejemplo. Creo que podríamos decir lo mismo de nuestra América,
por lo menos hasta la eclosión del modernismo, “esa gran libertad —dice Jorge
Luis Borges— que renovó las muchas literaturas cuyo instrumento común es el
castellano”;y en especial de los últimos modernistas, sobre todo el uruguayo
Julio Herrera y Reissig, quien escribió una poesía alucinada, llena de
imágenes extrañas, expresionista antes del expresionismo. Herrera muere en
Montevideo con cuarenta años en 1911 cuando Alfredo Quíspez Asín, quien más
tarde se rebautizó con el nombre de César Moro, tenía 8 años (nació en Lima
el 9 de agosto de 1903) y crearía también él una poesía alucinada y
alucinante paralelamente a la que forjaban los surrealistas en Europa. Hay
que decir que ya en el Perú, desde el decenio de los 10, José María Eguren,
nacido en 1875, estaba creando un mundo poético nocturno y extraño, iluminado
por verdaderas ráfagas de imágenes oníricas, una exploración de los parajes
desconocidos del sueño y la aventura con la divisa: “Siempre a lo
desconocido. César Moro tuvo siempre la más honda admiración a la persona y
la obra de José María Eguren, uno de sus maestros sin duda incluso antes de
que se vinculara con los surrealistas de París.
Podemos observar por
lo demás que en el Perú y en toda Hispanoamérica, así como en España, desde
el último cuarto del siglo XIX hasta el primero del XX llegan al mundo toda
una hilera de futuros poetas que van a borrar el farragoso listín de los
Fernández; entre otros y sólo para el Perú, además de Moro y el ya mencionado
Eguren, César Vallejo, Enrique Peña Barrenechea, Xavier Abril, Martín Adán,
Carlos Oquendo de Amat, Emilo Adolfo Westphalen, Vicente Azar, Manuel Moreno
Jimeno (todos nacidos entre 1903 y 1913), y entre los nacidos en la década de
los 20: Javier Sologuren, Raúl Deustua, Jorge Eduardo Eielson, Sebastián
Salazar Bondy, Blanca Varela, Carlos Germán Belli, Wáshington Delgado,
Leopoldo Chariarse entre otros. Podríamos hablr de auténticas pléyades, pero
hay una diferencia entre Moro y los otros, no tanto por la obra en sí, sino
en cuanto a la relación entre el autor y el lector donde se realiza
materialmente el efecto del poema, lo que se suele llamar la recepción, y es
que los otros han escrito toda su obra poética en castellano, lengua natural
de los autores y de trescientos treinta millones de lectores potenciales;
Moro, en cambio, optó por el francés desde 1928 cuando llevaba sólo tres años
de residencia en París y visiblemente motivado por la admiración y el afecto
que suscitaron en él la poesía y los poetas del grupo surrealista, todos
franceses y todos de lengua natural francesa, que es la única que sabían
muchos de ellos. La consecuencia desde el punto de vista de la recepción de
la obra poética es que, por una parte, los posibles lectores hispanos que en
su mayoría no saben francés se ven obligados a leer a Moro en traducciones casi
imposibles, ya que una buena parte de esta obra ha sido escrita en un francés
casi imposible y lleno de extraños juegos de palabras propiamente
intraducibles a otra lengua, por lo menos conservando su carga poética; y por
otra parte los lectores potenciales de lengua francesa, salvo reducidos
núcleos de lectores de literatura surrealista, ignoran por lo general hasta
la existencia de ese extranjero a quien le dio por ponerse a inventar textos
extraños en lo que ellos llaman la lengua de Molière: no entenderían, si los
leyeran, ciertos juegos de sonidos que el poeta ha querido hacer en francés
pero que por la fonética le han salido espontáneamente en castellano. Se
puede conjeturar que el poeta adoptó la otra lengua precisamente por
extranjera y por extraña y porque él era un poeta extrañado y en cierto modo
extranjero de nacimiento, si se puede decir: y yo he dicho en un breve ensayo
que Moro hallaba su patria en sus amigos, —igual Lima, París o México— tierra
móvil y sin fronteras que él llevaba en el alma como otros llevan en una
bolsita un puñado de tierra del país natal. Mencionemos entre los poetas
hispánicos, para terminar con estas consideraciones previas sobre el
bilingüismo de Moro, a otros tres autores más o menos coetáneos que
escribieron parte de su obra poética en francés: el chileno Vicente Huidobro
que compuso un par de libritos de poesía en un francés tan elemental que se
puede trasladar al español casi palabra por palabra; el español Juan Larrea,
que escribió casi toda su poesía en un francés salpicado de hispanismos, y
que españoles e hispanoamericanos solemos leer en ediciones que llevan una
traducción española al lado, mientras que los franceses sencillamente no lo
leen; y el ecuatoriano Alfredo Gangotena, casi exactamente coetáneo de Moro
(nació en 1904), quien también se estableció en París, buen poeta en
excelente francés pero poco menos que inabordable por lo poco difundido
editorialmente en español y, como los demás, desconocido en Francia. Moro es
el otro y, por la cronología, el último poeta hispano francoescribiente en
aquella época; y este poeta dice en francés en uno de sus poemarios, Le
château de grisou: “…lengua extranjera / Esta lengua colgante que habla
por encima de mi cabeza”.
Después de este
preámbulo-paréntesis sobre la difícil recepción de la poesía de Moro, vamos a
abordar ahora esta poesía sin ocuparnos ya para nada de quien la lee o no.
Cada lector que la lee puede decir: la leo yo, y basta. Su obra poética
abarca un cuarto de siglo de escritura en Lima, París, México y finalmente de
nuevo Lima: un periplo. Vale la pena empezar por los primeros poemas escritos
en Lima y en castellano desde 1924 hasta 1928 según la clasificación que ha
hecho André Coyné para una edición crítica del poeta en la colección
Archivos, que él coordina actualmente en colaboración con otro destacado
morista, el crítico y poeta peruano Julio Ortega. Recordemos que en 1924, año
del que parecen datar los primeros poemas que se conocen de él, Moro tenía 21
años y vivía en Lima, que a mediados de 1925 se fue a París donde perfeccionó
el francés aprendido en el colegio de la Inmaculada de Lima, que en 1928
adhirió al grupo surrealista en París y desde entonces compuso en francés la
mayor parte de su obra poética, con excepción de uno de sus más notables
poemarios, La tortuga ecuestre, que creó en México y en español.
Volveremos a este libro, pero empecemos por el principio.
Tenemos ante todo 27
poemas en español, de los cuales 15 fueron escritos en el Perú entre
1923-1924 y setiembre de 1925 (el último escrito y fechado en Puerto Chicama
en una escala del barco que lo llevaba a Europa), y los otros 12 ya en
Francia, entre setiembre de 1925 y setiembre de 1928. Dos de los poemas de
Francia, se publicaron en el n° 14 de la revista Amauta,
“Oráculo” y “Abajo el trabajo” (este último en Amauta con el
título “Following you around”: Te sigo a todas partes), en abril
de 1928, junto con otro escrito en Lima, “Infancia” fechado en 1924: “Como el
viento en su canción desesperada / como los pájaros del viento / de agudos
picos, / salvaje alegre ingenua / mi alma galopa / sobre la cuerda tensa del
pensamiento mío”. (…) “como la muerte, sorda, muerta, cobra / como los búhos
de la muerte / en el plafond del cielo / cínica astuta muerta / mi alma se
sube a los retablos / para la mítica renovación del pensamiento mío”. Es
necesario tener presentes estos primeros poemas en castellano porque muestran
en el lapso de cuatro años una evolución en la forma y en los temas y en
algún caso creo notar como una influencia de Trilce de
Vallejo (libro publicado en 1922), por ejemplo en el poema “Viking”: “Las 3 –
3 tiempos / Acaso neblinoso interpóngase / me oculte tú // Las lonas
palpitantes / sobre lo que no veo / es mío! // (…) Ahora MANDO: tiempo / las
3 – 3 tiempos – / espero…” Otros textos en cambio parecen a veces letras de
valsecitos criollos o de boleros, como en el poema “Despacio”: “Tú bien sabes
que te quiero de verdad / Estoy enfermo por ti / pobre de mí / pobre de mí
(…) La cruz de mi calvario / son tus brazos / El tormento de mis noches / tus
ojazos / Y tú a mí / no me quieres / porque no quieres / llorar no tengo
llanto / sufrir ya no puedo más.” Con todos todos sus altibajos estos
primeros textos revelan una innegable sensibilidad poética que busca su forma
tensándose continuamente entre el amor y el dolor, entre el amor y la muerte,
como dice el título de uno de sus poemarios: “Amor a muerte”: la suerte los
engendró hermanos, había dicho ya Giacomo Leopardi un siglo antes. Entre el
amor y la y el dolor. Pienso que esta sensibilidad marca toda la obra en
francés y en castellano.
En castellano Moro
escribió unos 70 poemas, incluidos los de La tortuga ecuestre con
unas cartas-poemas a su inspirador, contra más de 300 composiciones en
francés. Mientras vivió no publicó sino dos poemarios Le château de
grisou (México, 1943), Trafalgar Square (Lima,
1954) y un poema largo, Lettre d’amour (México, 1944)
magistralmente traducido al castellano por Emilio Adolfo Westphalen. Todo el
resto es póstumo: Amour à mort, Paris (1957 y 1990), La
tortuga ecuestre y otros poemas (Lima, 1958) y La tortuga
ecuestre y otros textos, (Caracas, 1976), Derniers poèmes /
Últimos poemas ( Lima, 1976), Obra poética (Lima,
1980), Ces poèmes…/Estos poemas.. (Madrid, 1987); y
finalmente está en prensa en Madrid la ya mencionada edición crítica de la
obra poética completa.
Y retomamos ahora el
hilo de la poesía de Moro desde 1928, año, como ya hemos dicho, de su
integración en el grupo surrealista de París y de su conversión al idioma
francés. André Coyné (Ces poémes…1987: 78) ha manifestado su extrañeza
al comprobar que después de esta integración y esta conversión no existen
sino dos poemas de Moro en francés fechados en marzo de 1930, mientras que no
se conoce nada o casi nada de los años 1928, 29, 31 hasta la segunda mitad de
1932. A este respecto Coyné aduce el propio testimonio de Moro quien le dijo
que su “primer libro” de poemas se había perdido: “había confiado la única
copia que tenía a Paul Eluard y éste nunca se la devolvió porque la extravió
durante un viaje”. Coyné encontró entre los papeles de Moro una carta que le
dirigió a éste Paul Eluard, fechada en el verano de 1932, donde le decía: “Mi
querido Moro, estas líneas solamente para manifestarle con qué placer estoy
leyendo los admirables poemas —abril de 1932— del primer cuaderno que usted
me ha confiado (Breton se ha quedado con el otro). Son la poesía que me gusta
por encima de todo. Diversos y siempre sorprendentes. Pocas cosas pueden
unirme tanto con lo que conservo de mi juventud. Me daría la mayor alegría si
(en caso de tenerlos) me mandara más”… (Coyné, 1987: 78). Resulta que el otro
cuadernillo de poemas con el que se quedó Breton se perdió también. En cambio
el mismo Coyné halló entre los papeles de Moro dos cuadernos de cuando el
poeta ya había regresado a su tierra: Couleur de Bas – Rêves Tête de
de Nègre (1934) / “Color de medias — Sueños castaño oscuro” y otro
más grueso, sin título que contiene 36 poemas en francés (1930-1936) editados
en Madrid en 1987 en edición bilingüe (traducción de Armando Rojas) con el
título Ces poémes…/ Estos poemas… (Madrid, Libros de Maina,
1987), con posfacios de André Coyné y Armando Rojas. El poemario lleva la
siguiente dedicatoria en francés: “Estos poemas y su sombra / consecuente y
su luz / consecuente están dedicados / a André Breton / a Paul Eluard / con
la admiración de / CÉSAR MORO”. El poeta dedica “estos poemas” a los dos
amigos que le perdieron “aquellos poemas”… los primeros que escribió en
francés y en surrealista en París.
Estos poemas… es la primera
colección de textos poéticos en que el poeta peruano realiza a lo largo de
todo el libro una obra poética dirigida e inspirada por la manera surrealista
o mejor por la visión surrealista de la realidad y la poesía. Y esto en dos
aspectos: en primer lugar, por la técnica de la escritura poética, sobre todo
la escritura más o menos automática que en el grupo surrealista practicaron
sobre todo Breton, Soupault y Péret y, menos, Paul Eluard, apegado por lo general
a un tratamiento más tradicional del poema; y, segundo, por lo que
tentativamente podríamos llamar los temas: el amor “loco” (l’amour fou) en
primer lugar, estrechamente vinculado a la busca de un más allá en esta
tierra y a la importancia que el surrealismo concedía a los sueños y las
imágenes oníricas como material fundamental de la poesía (hay la anécdota del
poeta Saint-Pol Roux, reconocido por Breton y sus amigos como un precursor
del surrealismo, quien , al acostarse en la noche para dormir, ponía un
cartelito a la puerta de su dormitorio que decía: “El poeta trabaja: no
molestar”). Dos ejemplos (en la traducción de Armando Rojas) de la escritura
surrealista de Moro hacia 1930 extraídos de dos poemas titulados
sucesivamente “Homenaje a Paul Eluard” y “Homenaje a André Breton” . El
primero: “Rayada platabanda de mis instalados sueños / Clavel perpetuo el
sembrador de discordias / El rompe-platos el fuego fatuo devorador / Oh pena
mía con pies de trigo apta para adornar plazas desiertas y sombreros estivales
en Trafalgar Square (…) Oh lechuga mía oh mi hoja con aspecto de cuchara /
Excelente capuchón rústico de hábitos tan tranquilos / Devorando el armiño el
capullo y los pañuelos de la atmósfera” (Traducción de Armando Rojas;
recordemos que Trafalgar Square en el centro de Londres inspira también un
poemario posterior de César Moro editado en Lima en 1954 que lleva por título
“Trafalgar Square”. Moro tenía el lugar en la cabeza antes de tenerlo delante
de los ojos, pues el Homenaje a Eluard está fechado en París, o sea antes de
que el poeta viajara a Londres para tomar un barco para el Callao en 1933.
Del segundo, “Homenaje a André Breton”: “Llevad mi sombra hasta el final /
Hasta el confín del río de octubre / Donde la mala yerba asfixia al recién nacido
/ Donde los bellos racimos del frío / Se derriten bajo el calor de flama del
mar picado/ Donde los estimulantes forman haces de ramilletes de venas /
Donde las enredaderas degüellan el saludo / Donde las palabras tórrido
y café / Beben las lágrimas y la corriente deshace la vida”
(Traducción de Armando Rojas)..
Hay que subrayar
finalmente la importancia que tiene ya el tema (o la tema, en el sentido de
“cada loco con su tema”), la obsesión del amor en estos poemas, un amor
vivido , sufrido y confesado, musitado o proclamado en cada poema, en sus
aspectos de dicha y de luz como en los más sombríos y fatales y desdichados o
trenzándose en ambos inseparablemente. Dos poemas de los escritos entre 1932
y 1937, el primero en verso libre publicado en Paris en una revista
surrealista en 1933 (Le surréalisme au service de la révolution) en
1933, y el segundo también de 1933, en prosa, dedicado de nuevo a André
Breton y a Paul Eluard: “Yo he buscado el amor como un loco furioso….Yo he
visto el humo del amor invadir todas las cosas… Yo he visto las calles vacías
del amor… Yo he esperado con paciencia el paso furtivo de los olores del
amor”, etcétera. La forma de las letanías remacha y evidencia el carácter
obsesivo de la peregrinación erótica. Y en un poema de 1934: “Aspectos hablo
sólo de vosotros / Reflejos sublimes del amor (… ) El amor regresa más herido
que nunca (….) Más sombrío que la noche / Pues qué me importa más que tú /
Amor amor labios de rayo”; podemos confrontar este poema con otro de 1930
escrito en París: “Había que destruir el amor abominable que todavía nos
arrastra, habría que destruir todo hasta las cenizas, hasta la sombra, para
nunca volver a comenzar, para hacer desaparecer esta vergüenza que significa
existir” (Traducciones de Armando Rojas). Amor y muerte, creación y
destrucción indisolublemente vinculados en esta poesía como en la poesía
romántica alemana y en el italiano Giacomo Leopardi: y la intuición
permanente, recalcada a través de toda la obra de que la vida de uno está
siempre en el otro y en lo otro, yo / tú/, amante / amado, sin lo cual la
vida en esta poesía es sólo tiempo muerto y duración yerta: para el poeta
Moro, como para Rimbaud, yo es otro pero, sobre todo, yo está en otro o más
bien en el deseo de consubstanciarse con el otro, con lo otro, de hacerse
otro e incluso, yendo más allá de la pareja amante/amado identificarse en la
naturaleza con el mundo animal, vegetal y mineral: “yo quisiera ser un árbol,
un grito, una piedra”, y este es uno de los versos más bellos e impactantes
que me ha sido dado leer teniendo presente la sed de otredad que atormentaba
al poeta y que ha comentado excelentemente el poetista venezolano Guillermo
Sucre en su libro La máscara y la transparencia. .
Moro residió cinco
años en Francia y en 1938 volvió al Perú donde junto con su amigo entrañable
Emilo Adolfo Westphalen trató de difundir la pintura y la poesía surrealista
hasta 1938; después volvió a emigrar, esta vez a México donde se quedó 10
años y donde prosiguió su búsqueda y su aventura poética en el doble plano
del poema y la pintura, de nuevo rodeado de amigos poetas y pintores: Leonora
Carrington, Wolfgang Paalen, Benjamin Péret, Remedios Varo, Xavier
Villaurrutia y otros. Observemos de paso, como ya he sugerido al principio,
que al lado del amor la amistad es para el poeta un valor esencial no
solamente vivido en la vida sino también expresado en la poesía: “Hablo a mis
amigos lejanos cuya imagen turbia / Detrás de una cortina de rumorosas
cataratas / Me es cara como una esperanza inaccesible / Bajo la campana de un
buzo / Simplemente en el claro de un bosque”. Son versos de Le
château de grisou / El castillo de grisú que Moro publicó en México
en 1943, bellísimos poemas plasmados en una escritura que yo no llamaría
automática sino simplemente libre: esto es, desatada de toda sujeción formal
ya establecida: una escritura o, mejor dicho, un escribir que incesantemente
se busca a sí mismo, y por consiguiente se renueva sin cesar; simple,
personal y transparente como un cristal diáfano que transparentara toda la
oscuridad y las tinieblas del ser. Una sucesión vertiginosa de imágenes, de
visiones que mantienen y corresponden entre sí sólo porque las ata la mirada
y la palabra del poeta. Este castillo de grisú es una “vasta morada abierta
al viento”, castillo de fuego, castillo de naipes, castillo en el aire:
“castillo desenfrenado del alba”, dice finalmente un verso que está dentro
de El castillo de grisú: un castillo abierto en suma a todos los
vientos para entrar y, si nos da la gana, vivir en él como se entra en poesía
para vivir en ella: “Se entra en poesía como se entra en religión”, ha
escrito el amigo de Moro, André Breton. Cuando uno tiene vocación, se podría
añadir. He aquí. de El castillo de grisú, el poema “Piedra
madre”:
Tú como yo tenemos
el ojo apagado piedra / Igual que yo tú sueñas con un cataclismo / Entre la
humedad la sequedad y el tiempo indiferente / La misma sed nos agobia / Igual
destino: la tierra el hastío // De haberte mirado tanto oh piedra / Acá me
tienes en el exilio / Hablando un lenguaje de piedra / A los oídos del viento
// En el tiempo infinito / Se han secado las lágrimas / Pero qué llaga /
Entraña nuestro mundo // Sólo la noche nos ama / En su frescor descansas /
Este es el momento en que puedo unirme / A ti y abandonar mi vida y lo que de
ella queda / A todas las condenaciones eternas.
Y para salir del
castillo, un fragmento de “Los movimientos del hombre” de la última sección
del libro , “Eternidad de la noche”:
En un delirio de
éxtasis el sueño afligido chorrea bajo la lámpara apagada
De una armadura de
nieve un caballo de hierro surge con los párpados
abiertos / Cara a
cara el sueño y el arco iris desgarran el habla palabra por palabra (…) Para
vivir a sus expensas el aire se embriaga de sí mismo / Oh Noche / Sé piadosa al
viajero cuya pena mella las montañas (Traducción de Ricardo Silva
Santisteban).
Le château de grisou es una obra
admirable pero la expresión más impresionante, más pura y más fuerte del
estro de César Moro está sin duda alguna, para mí, en el poemario escrito
íntegramente en castellano, La tortuga ecuestre (1938-1939), y
coincido en esto con el juicio de Ricardo Silva Santisteban, para
quien este poemario es la obra maestra del poeta; y también en el poema en
francés, inspirado en la misma dolorosa experiencia de la mor, Lettre
d’amour / Carta de amor. En realidad, como ha observado André Coyné,
ya el poemario La tortuga ecuestre en sí constituye una sola
carta de amor, y en algunas ediciones los poemas llevan como apéndice siete
cartas de amor dirigidas por el poeta a Antonio, el amante mexicano que
inspira todo este ciclo. Quiero recalcar aquí que muchos de los poemas de
amor de Moro, incluso fuera del ciclo de La tortuga ecuestre, han
de entenderse como cartas, sólo que por lo general el destinatario de estas
cartas es un anónimo, un personaje oculto, pero que de todos modos aparece
como destinatario de la carta-poema. La experiencia del amor expresada en el
poema es igual, dice el poeta, que la experiencia de una idea, un hecho
personal e íntimo, como subraya el propio Moro en unas cartas dirigidas a su
amigo Emilio Adolfo Westphalen. Refiriéndose al poema Carta de amor,
dice: “Para sentirlo bien habría que leerlo en un solo sollozo. Es demasiado
íntimo. Piensa que es una carta con destinatario”. Por consiguiente el
poema-carta no es referible a ninguna literatura, sino sólo al encuentro
entre yo y el otro, y en ese otro encarna la idea que gobierna una vida; el
poeta da testimonio de ello en el poema o carta: “La mayoría de mis cartas
son testimonios” , dice Moro. Hay que pensar que la mayoría de sus poemas
también. Ya en los textos de 1928- 34 a los que me referí al principio está
bastante marcado este aspecto de interpelación íntima del yo amante al tú
amado. “Todas mis noches vacías se han llenado poco a poco de de tu nombre,
de tu sombra, de tu olor…”
La tortuga ecuestre es un drama
poemático representado por tres personajes: un oficial mexicano llamado
Antonio, un poeta peruano llamado César y una tortuga también peruana llamada
Cretina: el primero y la última adquieren en los poemas una dimensión cósmica
y nos encontramos de pronto en unas moradas de dioses o semidioses. Hay dos
textos anexos, para empezar, que no pertenecen propiamente al libro tal como
lo armó el poeta, pero que el coordinador de la ya citada edición crítica en
preparación ha puesto como puertas de entrada y de salida; el primero son
unas letanías eróticas donde la persona-personaje que inspira todos los
poemas aparece directa y mágicamente como un dios, como Dios: “Antonio es
Dios / Antonio es el Sol / Antonio puede destruir el mundo en un instante /
Antonio hace caer la lluvia / Antonio puede haer oscuro el día luminosa la
noche / Antonio es el origen de la Vía Láctea”, etcétera, etcétera. El
segundo, titulado “Libertad-Igualdad” nos sitúa de nuevo en una atmósfera
mítica donde irrumpe “la presencia insólita del tigre / Acoplado a la divina
tortuga ecuestre”. La tortuga en la obra de Moro tiene un historial. El poeta
había quedado muy impresionado una vez que presenció una cópula entre dos
tortugas en un parque de Lima. Después él mismo adoptó una tortuga que
bautizó con el nombre de Cretina: “un caballero moribundo de las Islas del
Pacífico que navega en una tortuga musical divina y cretina”, dice el poema
”Visión de pianos apolillados cayendo en ruinas”, el primer texto de La
tortuga ecuestre”.
La escena de la
cópula en el parque aparece transformada en el poema “Libertad-Igualdad” que
acabo de citar: ahora la cópula de la pareja de tortugas de Lima se ha
trasformado en la cópula mítica de un tigre que monta a una tortuga: “La
divina tortuga asciende al cielo de la selva / Seguida por el tigre alado (…)
“En vano los ojos se cansan de mirar / La divina pareja embarcada en la
cópula / Boga interminable entre las ramas de la noche / De tiempo en tiempo
un volcán estalla / Con cada gemido de la diosa / Bajo el tigre real”.. Se
puede imaginar que el tigre, que aparece en otros poemas del libro igual que
la tortuga en medio de un fabuloso bestiario donde se mueve toda una fauna
natural o fantástica pero siempre poética, que el tigre, digo, sea una de las
numerosas metamorfosis del dios Antonio enumeradas como una letanía en el
poema “Antonio es Dios”. La diosa es la tortuga divina: Cretina. En efecto,
en el bestiario de la poesia de Moro, entre todos los animales que aparecen,
destacan estos dos: el tigre y la tortuga, seres sagrados recurrentes en los
poemas y que parecen tener, en el teatro de amor montado por el poeta, una
función de representación dramática y de alegoría erótica. En otro poema Moro
se refiere a los dioses que visitan el poema y a antiguos reyes y
emperadores:
esta enumeración
culmina en tres personajes que se destacan ocupando todo un verso: “En lo
recóndito de una montaña mágica / Cubierta de zapatos de muñeca y de tarjetas
de visita de los dioses / Armodio Nerón Calígula, Agripina, Luis II de
Baviera / Antonio Cretina César”: Antonio César de Roma / Antonio César de
México-Lima y finalmente Agripina / Cretina, dos tortugas en las que la
atracción o la fusión fonética es evidente. Y el tigre, que forma con la
tortuga ecuestre la pareja divina. Y así como hay a través del libro una
especie de identificación entre César-poeta terrestre y Cretina-tortuga
divina, hay también una identificación análoga entre Antonio y el tigre que
“en las mañanas escupe para hacer el día” el “hermoso demonio de la noche,
tigre implacable de testículos de estrella, gran tigre negro de semen
inagotable…”; en el mito del poema, consubstancializado con Antonio, demonio
nocturno y dios de obsidiana, el tigre divino en una nueva Génesis ha
escupido a las tinieblas diciendo: sea el día: Y el día fue. A todo lo
largo de La tortuga ecuestre crece y se agiganta la visión
cósmica-mítica del amor y de esa especie de dios erótico que es Antonio y que
estaba prefigurada en las letanías ya ciitadas : Antonio es Dios (..) Antonio
tiene pies de constelaciones (…) Antonio es el origen de la Vía Láctea”.
Representación que culmina en una de las cartas-poemas a Antonio, que los
editores suelen incluir como apéndice al poemario: “Abrásame en tus llamas,
poderoso demonio; consúmeme en tu aliento de tromba marina, poderoso Pegaso
celeste, gran caballo apocalípticio de patas de lluvia, de cabeza de meteoro
(…) Gran vendaval, dispérsame en la lluvia y en la ausencia celeste,
dispérsame en el huracán de celajes que arremolina tu paso de centellas por
la avenida de los dioses donde termina la vía láctea que nace de tu pene”. Y
ahora, para rizar el rizo, hay en el universo dos vías lácteas paralelas: la
primera nació del pecho mordidio de una diosa helena, y la segunda del sexo
erecto de un dios mexicano. “: “Antonio es el origen de la Vía Láctea”, decía
el ya citado poema anexo a La tortuga ecuestre.
El ciclo de la
tortuga ecuestre abarca los años 1939-1940; pero la influencia de aquel amor
en la vida y la poesía de Moro, fue perdurable, quizás indeleble, como lo
prueban las cartas a Westphalen hasta 1948 y la publicación en México en 1944
de Lettre d’amour / Carta de amor , uno de los poemas de más
alta intensidad lírica que se hayan escrito en este siglo: “Pienso en las
holoturias silenciosas / que a menudo nos rodeaban al acercarse el alba /
cuando tus pies más cálidos que nidos / ardían en la noche / con una luz azul
y centelleante / Pienso en tu cuerpo que hacía del lecho el cielo y las
montañas supremas de la única realidad…. “ (Traducción de Emilio Adolfo
Westphalen). Una surrealidad o súperrealidad; y pienso que el súper-realismo
de Moro, la visión de la realidad por encima de lo real y de todo realismo,
es mucho más directa, honda, turbadora y cegadora y vivida a las orillas de
la muerte que la de André Breton y otros poetas del grupo surrealista , del
que Moro por lo demás se apartó en los años de México para acercarse
fervientemente más bien al universo poético de Marcel Proust.
Moro escribirá aún
en México otro poemario, esta vez en francés, Pierre des soleils /
Piedra de los soles, sobre el cual se extiende aún la sombra o la luz del
amor que inspiró las composiciones de la Tortuga ecuestre.
Volvemos a encontrar en estos poemas rasgos de la escritura de los poemas de
París y de Le château de grisou, con numerosas asociaciones
libres de palabras y de sonidos, como en el poema a Baudelaire: “Beau de
l’air de la nuit / (…) Beau de l’eau de l’air (…) Bel oiseau de l’air” : Bello
del aire de la noche / (…) Bello del agua del aire (…) / Bella ave del aire”.
La presencia del amado ausente se difunde por muchos de estos textos, de una
rara densidad poética, impregnados de soledad y de musical silencio.
En todo caso el
poeta seguirá siguiendo al amor y a la poesía y al amor de la poesía por las
orillas de la muerte y por las orillas del mar de Lima: Amour à mort / Amor
a muerte es el título de su otro libro de poemas, escrito y
publicado ya en Lima, adonde Moro regresó en 1948 y donde murió en enero de
1956. ”Muriendo de pies / Está dicho que ganaremos / Aquel rincón de yerbas
locas / Donde empieza la soledad”, son los cuatro versos que encabezan este
poemario todo impregnado de un vivo sentido de la soledad e,
inseparablemente, de la busca tenaz de la presencia del otro, de otros
cuerpos en unos parajes siempre otros, siempre extraños para este poeta
extrañado y familiarizado con lo extraño. Aparecen en estos poemas unas
presencias señaladas, los Dioscuros, que fueron en la mitología hijos gemelos
de Zeus y de Leda y que en los parajes míticos de la costa del Perú, en las
playas de Lima que frecuentaba el poeta parecen haber encarnado en esos
dioses oscuros que probablemenrte habitaban los cuerpos de jóvenes bañistas
de la playa de Agua Dulce y otras de esa costa. El erotismo se funde en estos
poemas con una especie de adoración o de culto de ciertos lugares que brillan
como lugares sagrados. He dicho alguna vez y ya lo he repetido aquí que Moro
era un extranjero nato, habiendo adoptado parcialmente otra lengua que la que
le fue dada, otro nombre que el que le fue dado y, en cierto modo, otra
patria; pero esa patria, si no es exactamente el Perú, tampoco es Francia ni
México ni ningún lugar que se pueda localizar en un mapa geográfico ni en un
mapa social; es siempre una patria de otra parte, “d’ailleurs” diría Moro en
francés, cambiante y móvil como las nubes, familiar y extraña para este poeta
siempre extrañado y familiarizado con lo extraño; pero desde todo ese
extrañamiento, decía, el lugar natal emite señales y se revela en el poema no
propiamente como la ciudad natal del poeta, Lima, sino en la presencia difusa
de ciertos lugares, (cito a Moro): “claros, solitarios al pie de las
montañas, y otros de la costa (…) fortalezas del mundo moral, estético,
metafísico que tan largo tiempo los impregnó (…) lugares (…) vínculos, sin
ningún deseo de adaptación, bajo el sol o cubiertos de neblina tras la cual
se vislumbra la presencia inmanente del sol. No en vano he nacido, cuando
miles y miles de peruanos están todavía por nacer, en el país consagrado al
sol y tan cerca del valle de Pachacámac, en la costa fértil en culturas
mágicas, bajo el vuelo majestuoso del divino pelícano tutelar” . Es ése el
lugar y el centro al que el poeta sin cesar retorna: poblada de mitos y
motivos de las antiguas civilizaciones del Perú una extensión de arena batida
interminablemente por el mar.
La poesía de César
Moro está impregnada de una rara musicalidad y de sorprendentes juegos
sonoros con las palabras; pero es una música traspasada de silencio, de ese
silencio que resulta, dice el poeta, “del gran grito del nacimiento”; el
silencio acecha y tienta al poeta desde el fondo de las palabras: “Apenas un
grito/ Y todo vuelve a ser ese gran silencio / Cadencioso y voraz / Marcado
por heridas profundas”.
Por esa música, como
por un río, fluyen incesantes las visiones y las imágenes eidéticas: imágenes
para ver, como en la poesía de su gran amigo, Emilio Adolfo Westphalen: “Huyo
de los ciegos porque no podrán comprenderme / Todo sucede en el ojo y lejos
del cerebro”, dice el poeta. Fluyen las visiones en la música callada
/ la soledad sonora, como en San Juan de la Cruz a quien Moro tanto
admiraba. De ahí la importancia de la conexión estrecha entre entre la poesía
y la pintura de César Moro: su pintura es poética, como decía Baudelaire de
la pintura de Delacroix; y su poesía es plástica, visual, remolinos
incesantes de formas y colores. Poesía para ver. Moro me contó una vez que,
cuando era niño, tenía un solo juguete que se había inventado y fabricado él
mismo: una botella de cristal transparente donde metía plumas de diversos
colores, agitaba el frasco y contemplaba absorto el remolino de las formas y
los colores en movimiento. Creo que podríamos ver prefigurado en ese juego el
afán de contemplación y la ley de movimiento que gobiernan seguramente en
gran parte la obra pictórica y la obra poética de César Moro.
Américo Ferrari (Peru, 1929). Poeta,
ensaísta e tradutor. Autor de livros como Los Sonidos del Silencio. Poetas peruanos
en el siglo XX (1990), La Fiesta de los Locos (1991)
e El bosque y sus caminos (1993). Notável estudioso da obra de César Vallejo e
José María Eguren. Contato:americoferrari@hotmail.com. Página ilustrada com obras da artista
Isabel Ruiz (Guatemala).
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segunda-feira, 4 de janeiro de 2016
AMÉRICO FERRARI | César Moro y su obra poética
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