Los Susurros de la memoria de Eduardo Mosches es una
composición en dos tiempos: uno, el de su propia experiencia, que incluye la
infancia, la adolescencia y el momento de desarraigo, cuando abandona su país y
se convierte en nómada, que concluye con un poema del regreso, después de
treinta años, donde admite que sólo pudo reconocerse “sentado entre los
sentados/ bebiendo entre bebedores”. La segunda parte se titula la
memoria entre memorias y es una entremezcla de hechos vividos con
otras personas o recuerdos surgidos a través de otros: especie de fotografías
que despliegan la imaginación o llaman a nostalgia. Lo que persiste en estos
poemas es un tono reconciliatorio, en el que el autor parece decirnos que está
en paz con su pasado, no en la tristeza de la resignación, sino en el sentido
nietzscheano de aceptación plena de la vida tal como es.
Esta organización del pasado y su asentimiento
en un presente asumido, gozoso a pesar de las pérdidas, más allá de los
rencores y el dolor, le dan la posibilidad a los recuerdos de Eduardo Mosches
de hacerse cromáticos, así ciertos colores rojizos acompañan ese final
de infancia, o bien los sueños dejan rastros húmedos en
la angustia azul del deseo adolescente. Así también la construcción de la
memoria: rastros, fugacidades, olores, nimios objetos que devienen en la
estructura de una vida, la elección de nuestras pasiones o su olvido. Pues las
cosas no son tan simples como parecen, llegar a crear un universo de palabras
que sostengan el corpus de la memoria elegida implica
numerosas renuncias, falsas o ciertas proyecciones, andamiajes y pegotes que
luego no sabemos cómo quitar, pues el que escribe siempre está en la cuerda
floja: cada palabra lo va inventando, en un juego de acumulación y sustracción
que ni el mismo escritor reconoce, tal vez porque, como sabe bien Deleuze:
“Escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los
sueños y las fantasías propios. Sucede lo mismo cuando se peca por exceso de
realidad, o de imaginación: en ambos casos, el eterno papá y mamá, estructura
edípica, se proyecta en lo real o se introyecta en lo imaginario” (Gilles
Deleuze, Crítica y clínica, Anagrama). Por eso no es casual que
Eduardo Mosches escriba:
la que se va armando instante con instante como
una enredadera (p.
54)
Pues cada vez que se escribe, se actualiza y
combate nuestra “pulsión de muerte”, así, al recordar (tales hechos y no otros,
o como dice Mosches, cuando elegimos una memoria entre memorias) lo
que hacemos es darle un orden simbólico a nuestro yo autobiográfico. Elegimos
que lo que nos perturba del exterior nos engendre nuevamente, escribir es
regresar a “la noche del mundo” (en el sentido hegeliano) y encontrarnos con
nosotros mismos para crear lo que seremos después de cada nueva experiencia.
Eso es lo que hace Eduardo al saldar cuentas con su historia en cada uno de los
poemas que integran este libro: apela al grado cero de su subjetividad para
renacer en la construcción personal del que quiere ser recordado. Lo único que
posibilita este renacer es el lenguaje: nombrar lo que somos, lo que hemos
sido, lo que aspiramos a ser. En ese nombramiento también hay un ejercicio de
resistencia, contra lo que nos anula e indigna, contra las formas dadas que se
nos imponen, pero en las que no nos reconocemos. Tal vez por eso una de las
constantes en este libro sea nombrar lo suave, lo sutil, lo más cotidiano
y próximo: la presencia simple de la madre con sus olores que serán para
siempre la fuente aromática de la infancia, o el momento en
que el hijo descubre en una fotografía la niñez del padre, o los primeros
escarceos amorosos del adolescente. Aún cuando la memoria se remite a lo cruel,
a lo incomprensible, elige recordar, junto a los desaparecidos, las
… azucenas olorosas
el ondular de cierta cadera dando forma a una
esquina
alguna pasión abrazando la otra espalda
un eucalipto que respira en la flama del beso
charlas nadando en brebaje tibio y verde
también una calavera con residuo de bala en plena
frente. (p. 50)
Ese retorno a la noche del mundo, que obliga a
repensar lo que hemos sido, es –supongo- lo que tuvo que hacer Eduardo Mosches
al escribir este libro: ¿qué susurros escuchar, qué cantos, qué gritos, qué
conjuros? ¿Cómo traducir la vida a versos? ¿Reducirla, amplificarla, inventarla
de nuevo? ¿Qué mandatos o sueños de la madre y el padre olvidar y cuáles
sostener? Restitución de la nostalgia, invocar, a fuerza del asedio, con
absoluta fidelidad, a los demonios y a los dioses y ser uno mismo, sin ser
enteramente el que fuimos, porque esa piel ya fue habitada por el lenguaje, y éste
–de algún modo– introdujo sus visiones y oyó decir, por ejemplo: tengo
mi casa, allá lejos, donde nacen los lobos. La nostalgia implica
un regreso, aunque sepamos de antemano que en ese regreso podemos perder cierto
hálito que sostuvo nuestro pasado, o para seguir con la metáfora de Eduardo,
podemos ser mordidos por los lobos; se necesita, por ello, coraje, valentía,
riesgo. Sin duda, este libro debe ser una celebración para su autor, pues si
bien no salió ileso en el viaje de retorno, sus mordeduras, sus tatuajes no
fueron de olvido, ni de odio, sino de las huellas que otros le dejaron y de
vida.
*****
Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC
Edições
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Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries
especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
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Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011
restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha
Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012
retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano
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