El arte ideal, arte universal o arte por el arte fue la consigna de Darío y los
modernistas para sacar del pantano colectivizante los sentimientos y miradas de
un individuo, refinado y subjetivo, que se expresaría con vigor cosmopolita gracias
a las idealizaciones, el exotismo, la artificialidad y el preciosismo con que huía
de la realidad positivista y tiránica de nuestras sociedades. El modernismo, como
el parnasianismo y el simbolismo al otro lado del océano, procuró en lo exquisito
y lo raro, en las islas de Grecia y Japón, en los pabellones de Versalles y las
pagodas chinas, un alejamiento de la vulgaridad del mundo real que los acercara,
en la carne y el amor, lo ignorado y lo fatal, a un sentido moderno de la vida y
de la muerte, pero sustancialmente de la belleza, como no se había percibido antes.
El modernismo —que se
inició en 1888 con la publicación de Azul..., un libro en prosa y verso de Rubén
Darío— tuvo como escenario mundial la belle époque, crisis espiritual del fin-de
siècle, y coincide con la incorporación de América Latina al sistema económico internacional,
cuando las élites comenzaron a importar materias primas a cambio de objetos de lujo,
y una emergente clase media buscaba con afán su lugar político y de expresión cultural.
Su epicentro fue Buenos Aires y es contemporáneo al simbolismo y el parnasianismo
como un proceso de transformación nacido de
la insatisfacción y necesidad de renovación de formas y asuntos agobiados por arquetipos románticos. En el territorio colombiano los únicos poetas propiamente modernistas fueron Silva y Valencia, si aceptamos por tal toda aquella poesía que renunció a la divulgación en verso de los avances de las ciencias y poetizó, «anteponiendo el sentido de lo bello a toda otra clase de consideraciones docentes», los sentimientos que surgían del comercio con la mal llamada civilización moderna y el desprecio por la vida burguesa que crecía en las ciudades finiseculares.
la insatisfacción y necesidad de renovación de formas y asuntos agobiados por arquetipos románticos. En el territorio colombiano los únicos poetas propiamente modernistas fueron Silva y Valencia, si aceptamos por tal toda aquella poesía que renunció a la divulgación en verso de los avances de las ciencias y poetizó, «anteponiendo el sentido de lo bello a toda otra clase de consideraciones docentes», los sentimientos que surgían del comercio con la mal llamada civilización moderna y el desprecio por la vida burguesa que crecía en las ciudades finiseculares.
El XIX fue en Colombia
otro siglo de crueldad y violencia. Comenzó con las Guerras de Independencia, a
las que siguieron nueve guerras civiles, catorce guerras locales, dos con el Ecuador,
tres golpes militares, una conspiración fracasada y la Guerra de los Mil Días, que
anunciaba las atrocidades de las dos guerras mundiales, que si bien fueron vividas
de lejos por los colombianos, no dejaron de causarles tantos males y producir tantas
miserias apenas comparables a las padecidas por los franceses, los rusos, los japoneses,
los españoles y los mismos alemanes. Colombia no ha tenido paz en toda su existencia.
Todo comenzó con los episodios sangrientos de la conquista española.
La Guerra de los Mil
Días fue la más cruenta de todas. Los caudillos y generales liberales Rafael Uribe
Uribe y Benjamín Herrera se levantaron en armas contra la traición ideológica de
Rafael Núñez y el gobierno reaccionario y confesional de Manuel Antonio Sanclemente
y José Manuel Marroquín, pero en la batalla final de Palonegro, donde durante quince
días ocho mil liberales se enfrentaron a dieciocho mil conservadores, perdieron
la guerra luego de haber dejado más de cien mil muertos en los campos y ciudades
de Colombia, que quedaron devastados y en la miseria. El país que leyó a Silva y
oyó declamar a Valencia y Barba era, por causa de esta y las otras disputas, analfabeto,
y quienes podían medianamente leer y escribir, debieron repetir y obedecer los dictados
de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a quien Núñez había canjeado la república
por una licencia matrimonial a su favor con el Concordato de 1888.
La ciudad más afectada
por la guerra fue la capital, que había logrado salir a medias de su modorra colonial
con los gustos y comodidades que la burguesía mundial iba prodigándose con hipódromos,
teatros, deportes, velódromos, los anuncios luminosos y las llamadas Ciudades de
Hierro con sus maravillosas Montañas Rusas. Para la década los ochenta del siglo
XIX, Bogotá ya tenía Teatro Colón, una plaza de Toros, hoteles Tequendama, Sucre,
La Reina, Rosa Blanca, Victoria y cafés como el Madrid, Florián y Petit Fornos,
donde se bebían los vinos más caros del mundo y las cervezas nacionales Pale Ale,
Excelsior, Sayer y las Bavarias Pilsener, Salvator, Bock y Doppel Stout. La Santa
Fe que desaparecería bien entrado el siglo, en medio de una danza de millones y
los fuegos fatuos y vicios de una clase decadente, al fin de la contienda había
regresado a sus orígenes, con sus casas de adobe, las calles estrechas cubiertas
de piedras hirientes en cuyos andenes de losas a medio tallar se sentaban sus cientos
de mendigos malolientes, o deambulaban por la Calle Real tras el tranvía de mulas
o en las fuentes públicas llamadas «chorros» del Fiscal, el Rodadero o las Múcuras.
La Guerra de los Mil Días puso fin al siglo XIX en Colombia. La destrucción de la riqueza pública fue del orden de los veinticinco millones de pesos oro. La vida, en ese país controlado por los Históricos, se había convertido en una pesadilla donde miles de esposas, amantes, hermanas y madres preguntaban, en las cárceles y comisarías, por sus esposos, amantes, hermanos e hijos. Solo los ricos que habitaban las doscientas veintisiete casas quintas de Chapinero eran felices.
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Bibliografía sobre el Modernismo Eduardo
Camacho Guizado: Estética del Modernismo en Colombia, en Manual de literatura colombiana,
Bogotá, 1988. Enrique Anderson Imbert: Spanish American Literature. A
History, Detroit, 1963. Gerard Aching: The Politics of Spanish American Modernismo,
Cambridge, 1997. Homero Castillo, ed. Estudios Críticos sobre el modernismo,
Madrid, 1968. Jorge Holguín: Desde cerca, asuntos colombianos, Bogotá, 1908. Mario
J. Valdés: Social History of the Latin American Writer, en Literary Cultures of
Latin America: A Comparative History, Oxford University Press, 2004. Max Henríquez Ureña: Breve historia del modernismo,
México, 1954. Ricardo Santamaría Ordoñez: Sábado, Bogotá, agosto de 1943.
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HAROLD ALVARADO TENORIO (Colombia, 1945). Poeta,
ensaísta e tradutor, um dos mais antigos e presentes colaboradores da Agulha
Revista de Cultura. Sequência do livro Ajuste de Cuentas – La poesía Colombiana
del Siglo XX, que publicaremos na íntegra. Página ilustrada com obras de Francisco
Maringelli (Brasil), artista convidado
desta edição de ARC.
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ÍNDICE # 101
EDITORIAL | A persistência do mistério
AARÓN ALMEIDA HOLMQUIST | Paisaje y exilio en David Cortés Cabán
ALFONSO PEÑA | Bob Danco y la historia del mono azul
ESTER FRIDMAN | Liberdades, prisões, ilusões
HAROLD ALVARADO TENORIO 1882-1915 El Modernismo en Colombia
HILDEBRANDO PÉREZ GRANDE | Cien años de soledad y moi
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Jordi Virallonga, el alma de los cinco sentidos
LEDA RITA CINTRA | Brasil ilustrado
MARIA LÚCIA DAL FARRA | Cartas para quem? Leitura de Cartas a Sandra, de Vergílio Ferreira
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2017/08/maria-lucia-dal-farra-cartas-para-quem.html
OMAR CASTILLO | Mallarmeanas al timbal
SUSANA WALD | Reencuentro con Edouard Jaguer, impulsor del movimiento Phases
ARTISTA CONVIDADO | FRANCISCO MARINGELLI | Por ele mesmo
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Agulha Revista de Cultura
Número 101 | Agosto de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO
MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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o pensamento da revista
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todos os direitos reservados © triunfo produções ltda.
CNPJ 02.081.443/0001-80
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