quinta-feira, 3 de agosto de 2017

ISABEL BARRAGÁN DE TURNER | La isla mágica de Rogelio Sinán


Cuando en tranquilas olas de reflexión arribamos al onírico paisaje de La isla mágica, descubrimos que los distintos planos de su embrujadora realidad se nutren o se vivifican gracias a un manantial que fluye desde el epicentro de la cosmovisión de ese hacedor de mundos y de vidas que es su autor. El surtidor que alimenta la magia creadora de Rogelio Sinán, y con el cual hace mil arabescos y filigranas narrativas, no es otro que la sabia amalgama del aliento del alma nacional con el soplo del espíritu universal; la fusión de la pujante y espontánea tradición popular con el paradigma literario que se ha decantado a través de la historia y con la contribución de todos los pueblos. Esta atinada mezcla de elementos se cuaja y arraiga en los mutables materiales de la lengua con cuyo material sonoro, Sinán construye un puente cultural que enlaza a las distintas generaciones que tejen nuestra historia nacional.
Desde la apertura de este panameño Decamerón, notamos la fuerte corriente de lo mítico empujando, eslabonando, rotando los distintos ejes de la ficción, los que se engarzan a través de varios engranajes narrativos que giran en torno a la celebración de la Semana Santa, celebración que adquiere significados que rebasan su filiación cristiana. En la proyección de esta conmemoración católica del drama del calvario, la escrutadora y audaz pupila del narrador-poeta que es Sinán, advierte matices y perspectivas que muchos panameños nos hemos negado a mirar o simplemente no hemos advertido nunca. Serafín del Carmen, otra de las máscaras de Bernardo Domínguez Alba, que aparece como personaje en la obra aclara:

Según mi pánica cosmovisión erótica, la tragedia del Gólgota se ha conservado en la isla no en su prístina pureza mística sino en una mágica amalgama de cristianismo y paganismo. Para la Iglesia el Amor o es sagrado o es profano, pero aquí se entretejen amores en una báquica rapsodia más apta a un aquelarre de brujas que a una evangélica pasión sacramental.

Desde esta perspectiva veremos que, por un lado, la Semana Santa se nos presenta como una rutilante y cromática exposición de cuadros primitivistas o de escenas de un teatro originario donde se capturan las creencias, las costumbres y el folclor de todo un pueblo que expresa su postura vital a través de las proverbiales manifestaciones con las que se conmemora la Semana Santa, manifestaciones cuyo objetivo sacro se diluye en las ingenuas re-presentaciones histriónicas o en prácticas nada católicas, que más bien resultan dionisiacas.
De allí que la función de este plano narrativo es lograr que el narratario rememore sus experiencias cuaresmales y se deleite al recorrer la isla mágica en las procesiones del Domingo de Ramos con el pollino engalanado con cintas y espejitos, sobre el cual cabalga a veces la estatua de un Nazareno de lujosa vestidura morada, a veces un niño o mozalbete que encarna al hijo de David, o en la procesión del Viernes Santo con sus penitentes, su Magdalena y su Verónica ataviadas de tafetanes y relumbrón de oropeles, con su Cirineo, sus centuriones y sus pasos del Santo Sepulcro y de la Dolorosa.
También se nutren estos cuadros primigenios con las anécdotas que en cada pueblo hacen rosario de chistes que se cuentan, con los inevitables añadidos, año tras año, los que pronto llegan a formar parte de la tradición popular. Son lances patrimoniales de nuestros pueblos mestizos los acostumbrados lamparazos de los cargadores de andas, lamparazos, latigazos o en penitencias, gracias a los cuales los costaleros resisten con entusiasmo y bríos el peso de la pasión de Cristo, la cual llevan sobre sus hombres con la ayuda del Cirineo etílico.
Igualmente, se tejen con las palmas del Domingo de Ramos y con los Cirios pascuales irreverentes historias donde un personaje importante o muy conocido del pueblo se convierte en actor o víctima de un suceso que desvirtúa la solemnidad religiosa de la Semana Mayor. Las bufonadas de Cariote vestido de centurión, la estrepitosa caída de Betín en su papel de Nazareno, gracias a los cohetes de Pipe y al terror de la escarmentada jumenta, serán chascarrillos habituales para los lugareños que pierden las religiosas perspectivas de la celebración santa y actúan llenos de vitalidad ante la muerte, aunque ésta sea la de su Dios.
En un rasgo complementario de la anterior visión de la Semana Santa, se encuentra la mixtura pagano-cristiana que se observa en la base de esta celebración. La creación literaria saquea la realidad referencial y las aúna estrechándolas a veces en una carcajada, a veces en una herida lacerante. Así, en la Semana Santa que funciona como pivote en La isla mágica no sólo está presente la tradición popular que transmite a cada generación los pormenores escénicos de la representación teatral de la aflicción del Mesías, sino que el mito poético y la magia de la superstición se levantan con un vigor lírico que subyuga por la energía de la creencia irracional que pone embrujo y magia en los hechos cotidianos.
Esto es así porque en la realidad mágica que vivimos cada día, a pesar del logos y de la racionalidad de la cultura occidental, tal como lo expresa uno de los corifeos de La Isla Mágica, que representa el logos local, don Plácido Ladera:

Creemos en fantasmas, en hechizos, en brujas, en tesoros ocultos, en prodigios marinos, en milagros y hasta en sueños premonitorios. Desde que nacen, nuestros niños llevan al cuello escapularios contra el mal de ojo y otras raras creencias como la Tulivieja y la Silampa.

Cuando un día Viernes Santo muere Juanito Salerno se corrobora esta opinión, puesto que en torno a la Semana Santa se ha urdido una sinfónica poetización del mito pagano de la metamorfosis:

- Es pecado zambullirse en el mar el Viernes Santo.
- Pudo volverse peje,
- Las mujeres dizque se truecan sirenas.
Los hombres, en tritones, pensó don Plácido.

Frente al sentimiento trágico de la vida que debía impregnar, según Unamuno, el cristianismo hispánico, encontramos la vitalidad pagana de la América tropical, síntesis de etnias. A esta pujanza se suma la candidez ignara, la que promueve cucos que se mezclan en forma profundamente lírica con los mitos de la antigüedad greco-latina, los que se expresan en las actitudes irreverentes que genera la muerte de un Dios en estos pueblos cuya memoria atávica atrapa, aun sin quererlo, la presencia de dioses olímpicos, precolombinos y africanos. Volverse sirena o pez si uno intenta disfrutar de la frescura de los mares y los ríos en la calurosa atmósfera tropical, o volverse mono si uno desea, subiéndose a un árbol, apoderarse de una fruta apetitosa, conjurará al gran Proteo, el artífice de las mutaciones, quien es capaz de dar vida a lo inanimado y de cambiar las formas esenciales de la existencia.
Como un verdadero intérprete del alma popular, Rogelio Sinán repasa y revalora nuestros mitos y en su Decamerón mágico lo legendario se explica a través de concreciones irracionales con las que el pueblo logra huir de la espantosa realidad de su desamparo y de su explotación. Así se percibe a través de la etérea y a la vez lúgubre atmósfera del paso de las ánimas, el que, según reza el texto, es “fomento de mil leyendas de desaparecidos, un perro negro, un cura sin cabeza, cierto ahorcado que ardía.” Estas manifestaciones presentes en las creencias de nuestros pueblos, se desmitifican cuando leemos en los anales de la realidad la perpetración de la injusticia. La leyenda de la iniquidad nos pare-ce hiperbólica porque borra de un zarpazo los cánones de la tolerancia y del respeto a la vida. El ahorcado que arde nos hará arder de indignación cuando deshagamos la urdimbre de esta espectral leyenda.
Con la misma función ficcional, encontramos en el mismo plano narrativo una serie de mosaicos que, aunque responden al planteamiento total de la concepción del plenilunio de la pasión del Cordero, pueden desarticularse de la coherente totalidad de esta obra de secuencia compleja, porque poseen la autónoma redondez de su propio universo.
Este es el caso de algunos cuentos que están entretejidos en los distintos decálogos con los cuales Sinán recrea o configura una nueva versión de conocidos cuentos folclóricos o tradicionales, los que, gracias al arte panameño y universal de Rogelio Sinán, cobran novedosa y fresca vigencia. Tal es el caso de los episodios titulados Lázaro, surge et ambula, rivalidad entre Felipe y un macho cabrío, El tesoro escondido, las coproforas y algunas más. Estas historias son patrimonio colectivo y poseen vigencia funcional, ya que se transforman según la ocasión y el intérprete, el lector advertirá, sin embargo, que las fronteras entre la realidad y la ficción resulta muchas veces un tenue papel de seda que las repetidas humoradas de la vida se gozan en romper una y otra vez.
A quien no le es familiar la historia del muerto llorado y rezado que se levanta en el mismo borde de la fosa, entre el espanto y la risa provocados por el asombro. Así le ocurre al Lázaro de la Isla, encarnado en Pipe Durgel, postrado de muerte etílica, quien se salva del anticipado deceso, gracias al instinto irreflexivo de su virilidad, la única parte de su cuerpo que no quedo en trance cataléptico.
En otros episodios se novelan los numerosos chascarrillos y chistes soeces que se han generado de las costumbres zoofílicas de nuestros muchachos campesinos y también urbanos, durante la etapa del despertar del sexo. Otras aluden a tétricas narraciones de aparecidos y sueños reveladores de entierros de tesoros, también las hay que recuerdan las peripecias de nuestros abuelos para deshacerse de los desechos biológicos.
En esta latitud del mundo narrado encontramos también la intención de subrayar algunos aspectos de la identidad nacional, de allí que La isla mágica emerja desde lo profundo del vasto mar de nuestras esencias panameñas que se enriquecen con corrientes cosmopolitas y universales, gracias a la rica cultura del autor, quien no sólo maneja con absoluta propiedad nuestra mitología criolla, sino que se mueve con erudita seguridad dentro de las órbitas del mito bíblico y la tradición judeo-cristiana, lo mismo que en los circuitos mitológicos de la antigüedad clásica y de los cultos gnósticos y esotéricos.
Es por ello por lo que esta obra presenta, dentro de los márgenes de lo local, la más asombrosa colección de costumbres y tradiciones que van desde la presentación de los platos y recetas de una auténtica cocina panameña, que ha huido de nuestros fogones con el advenimiento de la cultura invasora y tecnificada del norte, hasta la feliz utilización de toda suerte de locuciones y vocablos regionales pertenecientes al habla popular más desenfadada y espontánea: brujulear, garrulilla, corrinchar, descuajaringarse, embolatarse y mil más, los que, con la adición de tantos refranes populares y de palabrotas soeces del más alto calibre, servirían para editar un diccionario de panameñismo que reuniría, además, todas las posibilidades de los nombres del culto fálico.
El segundo gozne sobresaliente de La isla mágica es la ficcionalización de algunos retazos poco tratados de la historia de Panamá y muy particularmente la de la isla de Taboga. La isla mágica es una novela totalizadora y polifuncional, ideada para presentar la cosmovisión del autor y para crear fórmulas narrativas que contemplan la posibilidad de varias lecturas y de varios lectores.
La escritura del plano antes examinado está destinada al lector común, su acceso no necesita de muchas herramientas culturales. El plano que expone los episodios históricos de la Guerra de los Mil Días, de la Fiebre del Oro y la construcción del ferrocarril, el Incidente de la Tajada de Sandía, de la construcción del canal, primero por los franceses y luego por los estadounidenses, la Guerra de Coto y algunos datos marginales de la historia del país hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, está organizado con múltiples formas de anacronía.
No hay sucesión continua, sino que es frecuente la retrospección o analepsis que se generan a partir de un enlace por asociación, enlace que no nos resuelve el conocimiento total del episodio, por ejemplo, la aparición del fantasma de un ahorcado ardiendo, compele a realizar una sesión espiritista, el espectro da cuenta de un fragmento de su historia, pero entre los presentes hay una mujer que fue testigo ocular de lo que ocurrió en la isla a raíz del incidente de la Tajada de Sandía y el lector, con el hilo de Adriana que le brinda a ratos un narrador omnisciente, logra salir del laberinto y reconstruir el episodio.
Lo mismo ocurre con las resonancias que la Guerra de Coto deja rebullir en la isla y en la urdimbre del argumento de toda la narración. La historia panameña es pretexto y contexto para organizar la historia de la familia Durgel, cuyas raíces haitianas e inglesas producen una sucesión de mestizajes signada por la herencia irrestricta de unos ojos garzos iluminando una piel mulata. El hilo narrativo de la historia colectiva se empareja con la madeja personal de la historia de cuatro generaciones de Durgel. Este plano narrativo exige un lector participativo, con conocimientos previos de la historia patria, ya que algunos datos referenciales sólo se insinúan o se abordan marginalmente.
Como se ha dicho, la Semana Santa funciona como una especie de cigüeñal trascendental para exponer la cosmovisión del creador, cigüeñal sobre el que se engarzan bisagras narrativas con distinta funcionalidad y profundidad, uno de los goznes más importantes e interesantes, y también uno de los más difíciles de descifrar, es el que sustenta la creación y construcción literaria de los personajes protagonista y antagonista: Juan Felipe Durgel y Danilo Hipólito Salerno. Con la biografía de estos dos personajes, Sinán nos descubre cuan cuidadosamente urdida y planeada está La isla mágica, novela que no es producto de un acto repentista, o de una simple hilvanadura de recuerdos o vivencias de la infancia y juventud.
La novela de Sinán está construida sobre la base de la interpretación freudiana del mito de Edipo, interpretación que se conjuga certeramente con la leyenda del don Juan, por un lado, y con el mito de Hipólito, el hijastro de Fedra, por el otro, tales elementos se amalgaman dramáticamente con el ritual de la Semana Santa, ritual que acaba por celebrarse con un trastorno diabólico y aparentemente irreverente.
Para Freud, los seres humanos nos afirmamos sexualmente en una etapa temprana de la infancia, etapa en la que la figura de la madre y del padre juegan un papel primordial. Para los niños varones, la madre es la protectora, la fuente de seguridad, de satisfacción de todas las necesidades y también de placer, placer que aunque no es efectivamente sexual, sí es efectivo en el plano sentimental y hasta en un estrato de iniciación sensual. Asimismo, el padre debe representar para los varoncitos un paradigma, un modelo al que hay que imitar; una fórmula para afirmar su virilidad. A esta etapa de la vida, el insigne vienés la bautizo como Complejo de Edipo. La sana resolución de este periodo de la infancia promoverá un desarrollo saludable de la personalidad y de la sexualidad; lo contrario conllevará un morboso desenvolvimiento de la personalidad y de la sexualidad, una sicopatología.
En La Isla Mágica nos encontramos con dos resoluciones distintas de un trauma vivido en la etapa edípica. Por una parte, hallamos un lujurioso burlador de mujeres, un Don Juan tropicalizado y montaraz, por otra, un culto y esclarecido Hipólito, un europeo con un exagerado deseo de perfección y pureza, además con una latente homosexualidad. Ambos personajes son producto de apareamientos premaritales o extramaritales. Ambos son abandonados por sus madres. Ambas madres fueron promiscuas y libertinas.
La diferencia de ambas resoluciones frente a parecidos vínculos maternales, la establecen varios elementos clave: Chompipe Durgel, es un mulato de ojos azulinos, heredero de la exacerbada lujuria característica de su progenie y de una bien dotada fuerza viril; vive de forma silvestre, libérrimo, sin inhibiciones, ni tabúes religiosos. Además, afirma su masculinidad, no con la figura de su padre Goyo Gancho a quien juzga débil y desorientado; pero sí con la figura de su abuelo Juan Durgel, o Gancho Hermoso, marino hábil y andariego aventurero, osado cazador y arponero a más de enamorador y mujeriego. Hipólito, en oposición, es un joven italiano, blanco y rubio de clásica belleza renacentista, educado en escuelas católicas con la consiguiente conciencia de la culpa, del pecado y del arrepentimiento; con inclinaciones artísticas y artesanales, con una inculcada vocación religiosa y un culto hiperbólico a la pureza, la pulcritud y la cortesía.
No se siente identificado con ninguna figura paterna, porque ni siquiera conoció a su padre y su abuelo es un represor odioso que insulta constantemente a su madre ausente. En cambio, rinde un culto extremo a la Virgen María y un anticulto a Eva, a ambas las relaciona con su madre corrupta y prostituida. A la primera, por la belleza de su rostro parecido al de la madona y porque es el ideal de madre que desea lograr mediante el arrepentimiento de la pecadora y a la segunda porque, según la Biblia fue la causa del castigo de Adán, y él, como el primer hombre, se siente castigado por la culpa de su madre.
Todos estos ingredientes mezclados en una licuadora de sueños, como bien indica Serafín del Carmen, van a converger en un complicado proceso diegésico que barrunta, como se ha visto, varios planos y varias encarnaciones. La caracterización de Juan Felipe Durgel no se agota con la máscara de Don Juan, aunque nos demuestre que el ley motiv de su comportamiento es su deseo irrefrenable de burlar a cuanta mujer, virgen preferiblemente, se ponga a su paso; aunque cene con convidados de piedra; aunque suspire por una Doña Inés muy sui generis.
Detrás de la máscara del Tenorio está el complejo edípico que lo impulsa desde el fondo de su subconsciente a castigar a su madre descastada y renegada, a castigar su abandono en todas las mujeres que estén a disposición de su libido. Para lograr este objetivo, Pipe tiene conjuntamente adyuvantes y oponentes.
Entre los primeros, la constante actividad de sus glándulas, el aire yodado del mar, la exuberante vegetación tropical, el contacto con la naturaleza y la visión continua del apareamiento de los animales domésticos y silvestres, la dieta de mariscos rica en fósforo y en legendarios afrodisíacos. Entre los segundos, las enseñanzas sexofóbicas de la iglesia que anatematizaban el natural impulso de supervivencia de la especie para revestirlo con toda suerte de morbosidades, impudicias y maliciosas chocarrerías para detrás de la puerta.
Aprendizajes bien asimilados por una clase patriarcal, tradicional y santurrona, pero por demás fariseista, que se encarga de reprimir y desvirtuar el anhelo de la vida por perpetuarse. Su donjuanismo no es pues, como el de la tesis de Gregorio Marañón, un deseo de probar constantemente una indecisa virilidad, sino todo lo contrario, un impulso genésico irreprimible, empujado por el mandato punitivo de su subconsciente herido por la traición de su madre.
Su antagonista, Danilo Hipólito Salerno, por contraste, creció al margen de su propia esencia, reprimido, inhibido, aislado del trato de otros jóvenes por miedo a contaminarse de su frivolidad, obscenidad y desenfreno. Su historia personal transcurre sin estridencias entre el estudio y la oración. Según declara en un largo monólogo, había sabido mantenerse puro y era paradigma de lo que debe ser un buen cristiano. Ya era diácono, le faltaba sólo un año para recibir la orden sacerdotal, cuando se aficionó al vino de consagrar y estimulado por sus libaciones, el calor, la desnudez de su cuerpo y el recuerdo de su madre, reaccionó de forma viril, por lo cual se sintió impuro e impíamente tentado por los demonios.
Para Hipólito, el natural despertar de la sexualidad debía re-frenarse, expulsarse del cuerpo por cualquier medio, porque tan normal evolución genital le hacían sentir terror y oprobio de sí mismo. Sus sueños eran fantasías eróticas tejidas con la Virgen y con la madre, fantasías incestuosas que a veces lograba sublimar en la misma zona onírica, escuchando la voz de Dios que pronunciaba la palabra perdón para su madre, entonces se regocijaba. Pero la voz del diablo jugaba con el lenguaje repitiéndole que Rosina, su madre, va al Paraíso, Val Paraíso, Valparaíso, localidad chilena donde su madre era una conocida y rica meretriz.
Al igual que Chompipe, Hipólito también tiene adyuvantes y oponentes en el proceso actancial de lograr la virtud. Sin embargo, para Pipe los adyuvantes eran más y mejores para lograr su objetivo de burlar y poseer a todas las mujeres posibles; para Hipólito, los oponentes son tantos y tan fuertes que su virtud peligra a cada momento. Sus máximos oponentes son el ángel de Sodoma y Fedra.
Para exorcizar al ángel de Sodoma, Hipólito prefiere recurrir al homicidio, acción que le parece menos degradante que caer en la práctica de la homosexualidad, por dos veces no dudo en cumplir la profecía de que sería capaz de asesinar por la pureza. Asimismo, Fedra se opone a que Hipólito logre la redención de su madre, ya que Rosina, tal cual lo hiciera la esposa de Teseo con su hijastro Hipólito, quien era un joven y hermoso guerrero que rendía culto a Artemisa y despreciaba los placeres que Afrodita dispensaba a los mortales, fue violentamente inducida por la diosa del amor para que se prendara de Hipólito y se le ofreciera con loco apasionamiento. El joven hijastro montó en cólera y la desprecio. Rosina, sin ningún prurito moral, se le ofrece impúdicamente a su hijo, quien horrorizado comprende que su misión salvífica ha fracasado. Este acto constituye una inversión del Complejo de Edipo, puesto que ya no es el hijo el que siente atracción sexual por la madre, sino es ésta la que seduce al hijo, provocando en él un consumado e íntegro rechazo por la coyunda con las mujeres.
Ya dibujado el mapa vital de estos dos personajes, sabiamente, Sinán los enfrenta mediante la disputa por una isleña Doña Inés, la maestra Cándida. Para entonces Felipe e Hipólito habían establecido una relación paterno-fraternal a través de su relación como maestro y aprendiz en el arte de armar barcos. Cándida, por el fatal incidente ocurrido a su hermana, odiaba a Pipe y se inclinaba sentimentalmente por Hipólito, con quien se casa después de comprobar su estado grávido, producto de una violación cuyo autor pensaba ella era el Don Juan isleño, pero cuyo responsable resultó ser Hipólito, en un único e irrepetible acto heterosexual.
Como después del lance de la poza, Hipólito no volvió a funcionar virilmente, Cándida comenzó a desear ser poseída por Felipe el Hermoso y engañar al padre de su hijo Juanito. Para consumar el adulterio, Sinán se vale de su conocimiento y gusto por la dramaturgia e instala un escenario de varias puertas y frascos equívocos. El telón de fondo es el sermón de las siete palabras y la procesión del Viernes Santo.
Los actores: Cándida que espera anhelante que Hipólito, que funge como diácono y va a participar como un alcoholizado penitente, vestido de Nazareno, en la procesión, se tome un fortísimo somnífero mezclado con licor que facilitará su encuentro clandestino con el amante mulato. Pero, como en el mejor teatro renacentista, es Pipe quien se bebe el somnífero puesto en el aguardiente y por ello, al descubrir Hipólito la infidelidad de la pareja, se desencadena la tragedia.
Para vengarse, el resentido esposo se dispone a sustituir la imagen de Cristo por el cuerpo desnudo de Felipe, para exponerlo a la vindicta pública en la mañana de la Resurrección. Al manipular el cuerpo desnudo del mulato, el ángel de Sodoma se presenta con una fuerza irrefrenable, y en un irreverente ritual, Hipólito sucumbe a su naturaleza homosexual, rezando:

Señor, ya que lo quieres me entrego al sacrificio como inocente víctima propiciatoria… y decidió inmolarse, se entregó a los dictados del ángel de Sodoma.

Después de los anteriores lances, la acción toma un giro inesperado, se convierte en una parodia del ritual católico, Juan Felipe Durgel, quien para muchos era el mismo demonio encarnado va a ser crucificado y su sangre será alimento de vampiros hematófagos, dándole así al desenlace un toque aparentemente satánico porque al sacrificar al hombre pagano, impúdico y rijoso, al que represen-taba el triunfo de la lujuria frente a la pureza, en lugar de la figura del manso y puro Cordero que es Cristo, se ha invertido el rito del triunfo de la virtud sobre la corrupción.
Pero este toque satánico es sólo aparente porque en la cosmovisión del autor pregonada por Don Plácido y Serafín del Carmen y otros corifeos, como Sant’Elmo, quien decía que la función sexual era un misterio gozoso impuesto por Dios y consignado en el Génesis, por tanto el disfrute normal de los placeres del sexo no puede constituir pecado, no puede ser demoníaco porque es un impulso natural de las especies.
Por tal razón, Pipe Durgel no puede ser un representante del demonio, su muerte a manos de Hipólito, es símbolo del triunfo de la inhibición del instinto vital, de la privación sobre la espontaneidad de la misma vida. El que el representante de la Iglesia Católica haya aniquilado a Pipe, al instinto en su germinal vigor, para después suicidarse, resulta una alegoría de lo que expresan los personajes de la obra, que la sexofobia de la Iglesia y el haber preferido el celibato, la llevará a su propia destrucción.
La Isla Mágica fue una novela anatematizada por lectores que se quedaron en las arandelas y no penetrando en las profundas convicciones éticas del autor, para quien las comunes prácticas sexuales no constituyen una auténtica violación del sexto mandamiento, la piedra angular de su moral es la erradicación de la injusticia y, por tanto, darle categoría de pecado a una conducta que es el resultado de unas sanas glándulas, de una alimentación estimulante y de un contacto voluptuoso con la naturaleza, es buscar la fiebre en las sábanas y pecar de gazmoño y pudibundo. Sinán nos ofrece su concepción de la divinidad cuando expresa que su Dios es “justiciero y bondadoso, pero se opone a la injusticia, a la impiedad y al crimen; se opone a la riqueza que esclaviza al obrero y al campesino; se opone a los inmundos traficantes de armas y drogas; se opone al fraude y a los grandes negociados…; se opone a la crueldad, al genocidio, a la discriminación, a cualquier tipo de prepotencia y a toda falta de ecuanimidad… Para quienes cometen esas culpas, definitivamente, ¡ no hay perdón!”
En el Centenario del nacimiento de Rogelio Sinán comprendemos que siempre hay hombres que vencen la muerte, los creadores son de esa egregia estirpe; los méritos que iluminan su obras trascendentes les ganan la contienda a la mortaja y a la tumba..
Rogelio Sinán es uno de esos insignes inmortales, vencedor de la muerte por el mágico manejo de la palabra, de la palabra hecha de cilicios, de aromas y erotismo; del paisaje marino y tropical de la patria pequeña y de los dilatados panoramas de su andar cosmopolita.
Rogelio Sinán está en el cielo de los bienaventurados, porque más allá de su vida, de sus peripecias, de las pequeñas debilidades del humanus sumus, queda su profunda huella de creador de mundos, de hacedor de hombres, de inventor de mujeres seductoras que se generan y se descubren en las páginas de una literatura substancial y profundamente humana. Bienaventurado seas Rogelio, seguirás viviendo con el esplendor de tus palabras.


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ISABEL BARRAGÁN DE TURNER (Panamá, 1944). Ensayista. Página ilustrada com obras de Felícia Leirner (Brasil), artista convidada desta edição.

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ÍNDICE # 100

EDITORIAL | 100 números e a dinâmica imóvel do cotidiano

AGACÍ DIMITRUCA | Tiempos griego-españoles

ALFONSO PEÑA | Conversa con Claudio Willer

ANDREA OBERHUBER | O livro surrealista como espaço transfronteiriço: Lise Deharme e Gisèle Prassinos

ANTONIO CABALLERO | Harold Alvarado Tenorio y un libro a cuchilladas

DANIEL VERGINELLI GALANTIN | Eliane Robert Moraes: perversos, amantes e outros trágicos

ELVA PENICHE MONTFORT | Fotografía y surrealismo: fetiches de Kati Horna

ESTELLE IRIZARRY | Eugene Granell: correspondencias entre creación pictórica y literaria

ESTER FRIDMAN | A linguagem simbólica no Zaratustra de Nietzsche

FLORIANO MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 1

FLORIANO MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 2

FLORIANO MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 3

HAROLD ALVARADO TENORIO | 100 años de poesía en Colombia

ISABEL BARRAGÁN DE TURNER | La isla mágica de Rogelio Sinán

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Víctor Gaviria: El poeta y el cine

LUIS FERNANDO CUARTAS | La ilusión siniestra de los cuerpos y los engaños de la metamorfosis

MARIA LÚCIA DAL FARRA | Herberto Helder, sigilosamente Herberto

NICOLAU SAIÃO | Recordando uma comunicação de Mário Cesariny

RICARDO ECHÁVARRI | El poeta Arthur Cravan em México

SUSANA WALD | En el espejo retrovisor

ULISES VARSOVIA Esencia y excedencia de la poesía contemporánea

ARTISTA CONVIDADA | FELÍCIA LEIRNER | GISELDA LEIRNER | Felícia Leirner, minha mãe


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Agulha Revista de Cultura
Número 100 | Julho de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
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