LOS NUEVOS 1925-1945 | En la primera década de los años veinte, en todos los países
los Ismos respondieron, con una creciente perspectiva continental, a la iconoclasia
de sus pares europeos negando radicalmente el realismo y la razón, la lógica, la
estrofa, el metro, la rima y la sintaxis, y adoptando nuevos motivos surgidos de
la vida citadina: la velocidad, las fábricas, los obreros y el cinematógrafo. El
mundo del contrato social rousseauniano, optimista y liberal, y la visión romántica
de la naturaleza como un ser benigno y divino habían sido transformados por una
centuria de desarrollo, la aparición de las grandes urbes, la vida hecha masificación
y la evaporación de las viejas certidumbres cristianas.
Cuando Ezra Pound pidió
la creación de un arte nuevo —Make It New—, apenas certificaba los cambios que habían
sucedido desde finales del siglo pasado. Para Pound, las artes de este siglo tenían
la obligación de adelantarse a su época, transformándose y transformando su propia
naturaleza. Era necesario encontrar nuevos caminos, a través de la propia experimentación,
descubriendo y disintiendo, a fin de liberarse de las estructuras del pasado. Había
que abandonar el miedo a lo nuevo, a pronunciar nuevos nombres para las cosas, porque
el mundo y sus cosas no eran más las mismas de ayer. Los artistas, «antenas de la
especie», tenían que crear una nueva cultura rebelándose contra la existente, ser
la vanguardia.
Mientras tanto, en América
Latina los intelectuales buscaban una salida teórica honrosa a tantas agresiones
como habían vivido en los últimos años. La Revolución Mexicana, la Primera Guerra
Mundial y el Movimiento Estudiantil de Córdoba habían hecho que las ya centenarias
repúblicas estuvieran menos inclinadas a aceptar la supuesta superioridad cultural
de la civilización europea.
El modernismo agonizaba.
Los seguidores del más impersonal Darío habían convertido la poesía en algo hueco,
con reminiscencias del simbolismo, el sentimentalismo lunar y la exaltación del
paisaje y de tipos castellanos. Por esas razones, las varias reacciones antimodernistas
—fueran hacia la sencillez lírica, la tradición clásica, el romanticismo, el prosaísmo
sentimental o la ironía— aboliendo los asuntos modernistas enfatizaron en la metáfora,
que sería el arma de fuego de los ultraístas. Greguerías como La luna es un barco
de metáforas arruinado, o El arco iris es la bufanda del cielo, fueron el resultado
lógico de las reacciones contra el modernismo rubendaríaco.
En Colombia se había
vivido no solo un ramplón sometimiento a los conservadurismos peninsulares, sino
un obcecado servilismo a las pretendidas superioridades de las culturas llamadas
clásicas. Los presidentes filólogos y los reaccionarios de derechas fueron quienes
impusieron esos proyectos culturales. Luego de firmada la paz de Wisconsin, que
puso término a la Guerra de los Mil Días, Colombia era un país de cinco millones
de habitantes y uno de los más atrasados del planeta. Los primeros intentos por
modernizarlo fueron propuestos por el general Rafael Reyes, una suerte de déspota
a medio ilustrar, que fue expulsado luego de cinco años de dificultades, que se
verían agravadas por los gobiernos posteriores, todos de carácter marcadamente pro
imperial y reaccionario.
Pero si bien algunos
sectores de los artistas latinoamericanos decidieron mirar hacia sí mismos, buscando
el rostro en los campos y las tradiciones, en otros lugares como Buenos Aires, Río
de Janeiro o México los avances de las ciencias, la tecnología, el proletariado
y las artes apostaban al futuro. En Colombia lo hicieron quienes se agruparon bajo
el nombre de Los Nuevos, cuyos mayores representantes nacieron y crecieron en la
región más progresiva de entonces, Medellín, la de los arrieros y las nuevas industrias.
De allí vinieron a la capital periodistas como Luis Tejada, sindicalistas como María
Cano o poetas como León de Greiff, Ciro Mendía y aun cuando Luis Vidales había nacido
en Calarcá, un pueblito del departamento de Caldas, su familia también era antioqueña.
Vidales, como los anteriores, hace una poesía de verso libre, plena de humor, que
lo separa de sus otros congeneracionales como Rafael Maya, Alberto Ángel Montoya
o Umaña Bernal, autores de una poesía que si bien abandona los mitos y las lágrimas,
seguirá inscrita a marcha marchamo en la tradición españolizante.
La revista Los Nuevos
apareció en Bogotá el 6 de junio de 1925. Pero como grupo, deben su nombre a una
publicación en El Tiempo, del sábado 22 de agosto de ese mismo año, titulada Una
página de los nuevos, donde figuraban, con implacable acierto, Germán Arciniegas,
Luis Vidales, León de Greiff y Jorge Zalamea. El grupo original estuvo integrado,
además, por Alberto Lleras Camargo, que sería luego presidente de Colombia en dos
ocasiones, gestor del fracaso de la Revolución en marcha de Alfonso López Pumarejo
y creador del Frente Nacional, la más funesta de las invenciones políticas de nuestra
historia; Felipe Lleras Camargo, Gregorio Castañeda Aragón, Rafael Maya, Jorge Eliécer
Gaitán, Eliseo Arango, Hernando Téllez y José Mar. Un grupo heterogéneo de escritores
e ideólogos, que participaron en la redacción de los únicos cinco números que tuvo
la revista que les dio nombre, en un país que apenas vislumbraba las desgracias
de la industrialización y el urbanismo capitalistas. Año 1925 que dio también a
la imprenta la primera edición De sobremesa, la novela de Silva, Tergiversaciones
de De Greiff, Luna de enfrente e Inquisiciones de Jorge Luis Borges, Civilización
manual y otros ensayos de Baldomero Sanín Cano y Residencia en la tierra de Neruda.
Los Nuevos no fueron
ni una generación ni un grupo, sino más bien individualidades que desde la derecha
y la izquierda participaron activamente, como políticos y como periodistas, en el
intento de ingresar el país en las corrientes modernizadores del siglo XX, ya fuera
militando al lado de las internacionales obreras o tomando partido por las tesis
del estado fuerte del fascismo italiano o los monarquistas franceses, como era el
caso de Silvio Villegas, Eliseo Arango o José Camacho Carreño.
El colectivo se reunía
casi cotidianamente en dos cafés del centro de Bogotá, congestionado ya con sus
trescientos automóviles, el Windsor y el Riviére, que ofrecían, aparte de licores
y comidas, música en vivo por las tardes, cuando los tradicionales negociantes de
ganados y tierras iban abandonando los cafés y llegaban los poetas, no solo para
hablar de los sucesos recientes en el parlamento, sino para discutir sobre la última
película estrenada, o los viajeros que llegaban por avión y los acontecimientos
de la farándula criolla, que paseaba los domingos —a pie o en coche de caballos—
por el Camellón de las Nieves, luego de ir a misa ataviadas, ellas, con sombreros
de pluma y guantes de piel, y ellos, de chaqué, sombrero de copa y pantalón a rayas.
Una sociedad minoritaria que oía Bohemia y Carmen, bebía champagne a un peso con
cincuenta, vestía en Londres y hasta se afeitaban en París, porque había dinero
en abundancia, el café se vendía a buen precio y el capitalismo asomaba su horrenda
nariz. «El oro salía de Colombia — escribió Joaquín Tamayo en 1941— como la sangre
de una vena rota.»
Los Nuevos fueron uno
de los más notables colectivos de intelectuales colombianos del siglo pasado y el
más preclaro antecedente, como generación, de la tragedia que viviría otro sector
de la intelectualidad nacional casi treinta años después, los de Mito, así les hubiese
interesado, tanto o menos que aquellos, la extendida discusión sobre los seres de
la «lírica moderna» y su destino en un mundo que ya presentía la rotura que trajeron
las guerras más atroces del siglo. «Pusieron en tela de juicio la sociedad que no
pudieron demoler», dijo de ellos Rafael Gutiérrez Girardot. «Fueron conformistas
y tardos ante la súbita llamarada que encendían sus compañeros latinoamericanos.
A la herejía y la insolencia opusieron un tono asordinado», sostuvo Charry Lara.
LEÓN DE GREIFF 1895-1976 | Francisco de Asís León Bogislao de Greiff Häeusler [Medellín,
18951976] descendía de un bisabuelo sueco y de un abuelo alemán, pero era absolutamente
antioqueño [una de sus bisabuelas era hermana o prima de José María Córdoba], esa
estirpe de hombres y mujeres que crearon un país mediante la lucha y la derrota
contra las adversidades y la maldad humanas. Y nadie, más que él, recibió en vida,
el afecto y admiración que una nación puede ofrecer a sus poetas. León de Greiff
fue sin duda el artista e intelectual colombiano más adorado del siglo, amado por
su rebeldía, admirado por su inteligencia y humildad, reverenciado como amigo y
como poeta.
Sus antepasados europeos
fueron camareros ducales, mariscales, coroneles, prelados y aristócratas de corte.
El primero en llegar a tierras colombianas, en los años veinte del siglo XIX, atraído
por la fiebre del oro que había propiciado la publicación en Londres de un libro
sobre el país, de Francisco Antonio Zea, fue Carl Sigismund Fromholt von Greiff
y su esposa Lovisa Petronela Faxe, ingeniero y matemático, que recorrió Antioquia
en muchas direcciones, tantas como para publicar en Europa el primer mapa de la
provincia que se conoce y un diario minucioso que acopia numerosas costumbres de
las gentes de su tiempo. Este personaje de novela tuvo numerosa descendencia y vivió
en Medellín, Amalfi, Rionegro, Anorí, Dabeiba, etc. Pero fue quizás su padre, Luis
de Greiff Bravo, la personalidad que más influyó en su carácter. Luis de Greiff
fue escritor en su juventud y colaboró en Medellín, gracias a su vastísima cultura,
en importantes revistas de entonces, junto a otros intelectuales como Francisco
de Paula Rendón o Abel Farina. Luego se interesaría en asuntos públicos y al lado
de un grupo de liberales radicales publicó el periódico La Organización, que gozó
de gran prestigio e imitaba ideológicamente al Manchester Guardian o el Corriere
della Sera. El padre del poeta fue miembro de la dirección liberal que presidía
Rafael Uribe Uribe y senador por Antioquia en varios periodos. Juan Lozano y Lozano
sostiene que León de Greiff era, en su carácter y aficiones, un vivo trasunto de
su padre:
Un estoico que ha aprendido a mantener la mente en absoluta
independencia de toda circunstancia externa: un hombre que vive de la savia de sí
mismo y no obedece ni teme sino la censura que le dicte su propio corazón. León
ama el arte por el arte, ciertos principios morales por sí mismos, la amistad de
sus amigos por sí misma, sin esperar nada de nadie. Mira con igual indiferencia
elogios y diatribas, miserias y holganzas, honores y silencios o desvíos. Pero es
meticuloso en los principios de la dignidad, de la lealtad, de la hombría a carta
cabal. Como la de su padre, la probidad de León es un axioma y su sinceridad lo
mismo de valerosa y cortante. Nunca ha hablado mal de ningún amigo, nunca se ha
quejado de nada, nunca ha atribuido a nadie la culpa de sus propias desventuras
o congojas.
Musicólogo, ajedrecista,
estadígrafo y auditor de cuentas, experto en crucigramas, algebrista y mago de los
números, alto, hercúleo, rojizo, barbado, con sus trajes deshilachados y los bolsillos
repletos de papeles, en la Escuela de Minas de la Universidad de Antioquia hizo
tres años de carrera para ingeniero y luego estudió derecho en la Universidad Libre
de Bogotá, pero había sido, a los 18 años, secretario privado de Rafael Uribe Uribe.
En Medellín, tras el asesinato del héroe, creó un grupo y una revista fugaz: Los
Pánidas. Ya desde esos tiempos se aficionó al uso de seudónimos como Gaspar de la
Nuit, encarnando a un personaje vago, demente y enemigo del comportamiento de la
gente corriente. Fue luego cajero de un banco y administrador de una empresa que
construía un ferrocarril cerca del río Cauca, en Bolombolo, donde estuvo tres años
y donde parece haber creado un mundo poético que compartía con Matías Aldecoa, Erik
Fjordson, Ramón Antigua, Leo Le Gris, Sergio Stepansky, etc. Luego de su matrimonio
con Matilde Bernal Nichols ocupó diversos cargos en el ministerio de educación y
hasta fue profesor de la Universidad Nacional, donde enseñó literatura y música.
En 1958 Alberto Lleras Camargo lo nombró secretario de la embajada de Colombia en
Suecia, cargo en el cual duró poco tiempo. A pesar de su rechazo a reconocimientos
recibió varias distinciones oficiales y viajó por varios países. Según propias declaraciones,
otras de sus condecoraciones fueron «La Cruz del Sur», el «Dragón Enfermo», el «Grifo
Desolado», el «Gato que pelotea», etc.
Cuando publicó Tergiversaciones
[1925], su primer libro de poemas, hacía una década habían aparecido los textos
definitivos del vanguardismo latinoamericano. Tergiversaciones es un volumen que
puede calificarse de modernista, pero allí está, en su origen, la voz que habría
de identificarlo en el concierto de la poesía continental. Burla e ironía, olvidadas
sintaxis, palabras envejecidas, neologismos y arcaísmos, juegos de palabras y antipoemas,
galicismos, germanías, atado todo ello a un deslumbrante ejercicio de habilidades
verbales con un rigor musical muy suyo. El tema recurrente será el yo y su imposible
comunicación con los otros. Porque la poesía fue para él la invención del otro mundo,
verbal y mágico, que le sirviera de asidero para poder vivir las mezquinas realidades
de una sociedad como la colombiana de los años de entreguerras. De Greiff se verá
siempre como miembro de una élite de apartados, los poetas y los locos, que no pueden
ser entendidos a causa de su refinada personalidad. Y a esta demencia, que le separa
del resto de los hombres, va unido Eros a través de la noche lunática, la soledad,
la abulia y el tedio, símbolos todos de su escepticismo. El reino del poeta será
el amor y la muerte.
Yo vengo de un imperio fantástico, ilusorio,
de un abolido imperio lunario, ultra real,
donde todos los meses son uno; floreal,
y uno sólo el color: azul, bajo el cimborio
inmóvil de su cielo. Fantasma aleatorio,
fúnebre, disonaba mi ser en el coral
multisonoro de armonía ideal
y franca..., y me he venido con mi gesto mortuorio...
Inepto a la alegría yo soy. De la tristeza
uncido a la carroza, vago, por vaticinio
inapelable de la suerte dictadora:
ni el espejismo de la trivial naturaleza
[descaecida
hétera afeitada de nimio...]
nada!... que va a curarme! ni tú, Muerte Señora!...
[Yo vengo de un imperio]
En sus libros posteriores:
Libro de los signos [1930], Variaciones alrededor de la nada [1936] y Prosas de
Gaspar [1937], De Greiff se apropiará de todas las conquistas de los Ismos pero
sin tomar partido por ninguno de ellos. Será unas veces dadaísta, otras surrealista,
otras anarquista y la mayor de las veces un creacionista, que desdeñando la realidad,
o lo que por ello entendemos, prefiere crear otra realidad que interprete a aquella
o nos aparte definitivamente del presente —¿Modernista?— que tanto repudia el poeta.
De esa manera y por miles de vericuetos, De Greiff, escéptico y sensual, levantó
un mundo de fantásticos personajes, con su flora y su fauna, y un lenguaje irrepetible
para celebrar las cosas y los seres de ese mundo ilusorio.
Pudoroso y profundo como
poeta elegiaco; —escribió Jorge Zalamea en el prólogo a sus Obras Completas— proteico
y salaz e impertinente en la poesía erótica; zanjante y pungente en la dramática;
terso, veraz y voluptuoso en la bucólica; convincente en sus variaciones didácticas;
raudo en la sorpresa y moroso en la delectación lírica; avisado piloto y avizor
cofanero en un género especial suyo: la poesía náutica; insuperado aún la poesíamúsica
castellana, León de Greiff ha sido y es, por adehala, uno de los más grandes poetas
satíricos de nuestra lengua.
***
HAROLD ALVARADO TENORIO (Colombia, 1945). Poeta, ensaísta e tradutor,
um dos mais antigos e presentes colaboradores da Agulha Revista de Cultura.
Sequência do livro Ajuste de Cuentas – La poesía Colombiana del Siglo XX,
que publicaremos na íntegra. Página ilustrada com obras de Wolfgang Paalen (Suíça,
1905-1959), artista convidado desta edição de ARC.
ÍNDICE
# 102
EDITORIAL
| O amor pelas palavras
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2017/09/agulha-revista-de-cultura-102-setembro.html
ALFONSO PEÑA | Cali Rivera & el arte para ser libres
HAROLD ALVARADO TENORIO | Los Nuevos y León de Greiff
JACOB KLINTOWITZ | Click – a arte da inclusão
JACOB KLINTOWITZ | Marcos Coelho Benjamim
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Eduardo García Aguilar, extranjero y
sin banderas, el mundo es la raíz
MANUEL MORA SERRANO | Tres
fabulillas
MARIA
LÚCIA DAL FARRA | Da bike ao helicóptero: Vergílio Ferreira e Herberto Helder
MARIA LÚCIA DAL FARRA |
Vergílio Ferreira e a nostalgia da aura
RAFAEL RUILOBA | Rogelio Sinán
y sus voces mágicas
ARTISTA CONVIDADO |
WOLFGANG PAALEN, por Aldo Pellegrini
***
Agulha Revista de Cultura
Número 102 | Setembro de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO
MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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