Resulta casi imposible intentar comprender
la intensa vida y la formidable obra de Caupolicán Ovalles, al margen de lo que
significó la vida cultural y política de la Venezuela de los años sesenta del siglo
veinte. Toda su producción literaria, así como la mayoría de los eventos en los
cuales estuvo intensamente involucrado en ese particular y controversial periodo, sólo se explica a partir
de las singulares circunstacias sociales, las asombrosas revelaciones anímicas,
las atrevidas e impulsivas convulsiones del espíritu y, desde luego, aquellas provocadoras
rebeliones estéticas nacidas, en su justo derecho, al calor de un ciclo histórico
profundamente contracultural. Quiero decir, por supuesto, que Caupolicán Ovalles
integró un amplio grupo de creadores cuyas obras respiraban a través de los poros
vanguardistas de entonces. ¿De qué vanguardia cultural se trataba? Sobre este particular
existe una abundante bibliografía que ha explorado, incluso de manera excesiva y
a veces errada, el impacto cultural de la misma. No pretendo abordarlas en estas
líneas pero, no obstante, es oportuno señalar que la obra poética de Caupolican
Ovalles, así como su participación muy activa en proyectos relacionados con revistas,
grupos y demás intervenciones frontales dentro del marco variopinto de la vida cultural
de aquella década prodigiosa, se inserta, obviamente, en un espacio singular caracterizado
por osados gestos, lenguajes experimentales, herramientas estéticas desconocidas,
argumentos descarados, formas concretas e innumerables desparpajos propios de las
vanguardias literarias latinoamericanas.
Esta
década prodigiosa y a la vez terrible jamás volvió a repetirse. Así como las célebres
vanguardias artísticas europeas de los años veinte, que abrieron el camino de la
creación hacia derroteros inéditos transformando las viejas estructuras formales
e inventando nuevos códigos estéticos, del mismo modo las vanguardias latinoamericanas
hicieron lo propio, cuarenta años después, en un contexto distinto pero con la misma
intensión subversiva. A pesar de todo, el propósito de las vanguardias artísticas
siempre fue destruir lo convencionalmente aceptado, para proponer, en consecuencia,
una visión distinta en los modos de mirar, comprender y hacer las cosas. Una visión, desde luego, inquisitiva,
asesina, soberbiamente arriesgada cuyos efectos causaron un gigantesco malestar
en las buenas conciencias. La poesía, al menos, jugó, en esa mordaz vanguardia,
un papel absolutamente devastador y leyendo la obra poética de Caupolicán Ovalles,
constatamos esta persuasiva intención, esta demoledora capacidad para aniquilar
los lenguajes y los vocablos ceñidos a una cultura aburguesada y represiva. Quizá
por ello se explica el hecho extraordinario de haber formado parte de un equipo
de lúcidos impertinentes que decidieron, en momentos complejos y retando al orden
constitucional establecido, emprender proyectos tales como
la revista Sardio y, posteriormente, el inigualable Techo de la ballena. Entre 1961 y 1965, los miembros del Techo de la ballena se dedicaron, alevosamente, a “deconstruir” el discurso oficial de la cultura nacional. En compañía de escritores y artistas plásticos tales como Adriano González León, Carlos Contramaestre, Daniel González, Edmundo Aray, Salvador Garmendia, Efraín Hurtado, Rodolfo Izaguirre y Dámaso Ogaz, entre otros, sacudieron las aburridas y académicas estructuras sobre las cuales se habían edificado los iconos clásicos de las letras y las artes venezolanas. En tal sentido, todos ellos y en particular Caupolicán Ovalles, fueron unos denodados “iconoclastas”, creadores empeñados en generar una visión distinta de la realidad y a contracorriente de los factores estéticos y éticos que por entonces caracterizaban al país. Me gustaría apuntar que después de semejantes experiencias, no ocurrió nada igual. Las décadas siguientes retomaron el letargo y los convencionalismos previos a la insurgencia ballenera. El riesgo se institucionalizó, la capacidad para apostar en travesías incómodas halló su lugar en los cómodos espacios de las instituciones culturales creadas por el Estado, la insolencia fue desmantelada y, por supuesto, comprada. Ni siquiera en la década del ochenta, un grupo literario como Tráfico, del cual me siento responsable de su génesis, pudo alcanzar el poder de subversión literaria que tuvo en su momento El techo de la ballena. No podía ser de otro modo. La lucha armada en los sesenta, independientemente de su validez o torpeza, le agregó suficiente dinamita a una distinta expresión cultural como para que la misma consiguiera todo el poder simbólico que necesitaba. De no ser así sería inexplicable el poema de Caupolicán Ovalles ¿Duerme usted señor presidente?, cuya publicación le costó el exilio al poeta y enconchó a buena parte de la pandilla alebrestadora. Pero es que los escándalos armados por el Techo de la ballena y los tres manifiestos que publicaron consecutivamente en la revista “Rayado sobre el techo”, hicieron al grupo “no grato” para los burócratas acciondemocratistas y el resto de los esnobistas que trasegaban plácidamente en los patios y conventos de la República. Habría que agregar, en esta aventura desarrollada en alta mar, las exposiciones “Para restituir el magma” y la más famosa de todas, “Homenaje a la necrofilia”, la cual fue clausurada por el Ministerio de Sanidad siguiendo órdenes del ministro del interior. El canto del cisne de esta larga aventura literaria y artística se materializó en la llamada República del este, un episodio hedonista e intrascendente ocurrido, noche tras noche, en varias tascas cercanas a Sabana Grande. El país ya había cambiado, la heterodoxia se hizo cargo de los discursos y de los poemarios, la literatura se institucionalizó en su enseñanza, la república de las letras emerge triunfante más allá del alcohol, la marihuana y la bohemia. El barco ebrio se ancló en las costas de la mesura, el posestructuralismo y la deconstrucción. Los sentidos, por último, volvieron a arreglarse y más allá de la distancia, comenzando el siglo XXI, nacería una nueva temporada en el infierno.
la revista Sardio y, posteriormente, el inigualable Techo de la ballena. Entre 1961 y 1965, los miembros del Techo de la ballena se dedicaron, alevosamente, a “deconstruir” el discurso oficial de la cultura nacional. En compañía de escritores y artistas plásticos tales como Adriano González León, Carlos Contramaestre, Daniel González, Edmundo Aray, Salvador Garmendia, Efraín Hurtado, Rodolfo Izaguirre y Dámaso Ogaz, entre otros, sacudieron las aburridas y académicas estructuras sobre las cuales se habían edificado los iconos clásicos de las letras y las artes venezolanas. En tal sentido, todos ellos y en particular Caupolicán Ovalles, fueron unos denodados “iconoclastas”, creadores empeñados en generar una visión distinta de la realidad y a contracorriente de los factores estéticos y éticos que por entonces caracterizaban al país. Me gustaría apuntar que después de semejantes experiencias, no ocurrió nada igual. Las décadas siguientes retomaron el letargo y los convencionalismos previos a la insurgencia ballenera. El riesgo se institucionalizó, la capacidad para apostar en travesías incómodas halló su lugar en los cómodos espacios de las instituciones culturales creadas por el Estado, la insolencia fue desmantelada y, por supuesto, comprada. Ni siquiera en la década del ochenta, un grupo literario como Tráfico, del cual me siento responsable de su génesis, pudo alcanzar el poder de subversión literaria que tuvo en su momento El techo de la ballena. No podía ser de otro modo. La lucha armada en los sesenta, independientemente de su validez o torpeza, le agregó suficiente dinamita a una distinta expresión cultural como para que la misma consiguiera todo el poder simbólico que necesitaba. De no ser así sería inexplicable el poema de Caupolicán Ovalles ¿Duerme usted señor presidente?, cuya publicación le costó el exilio al poeta y enconchó a buena parte de la pandilla alebrestadora. Pero es que los escándalos armados por el Techo de la ballena y los tres manifiestos que publicaron consecutivamente en la revista “Rayado sobre el techo”, hicieron al grupo “no grato” para los burócratas acciondemocratistas y el resto de los esnobistas que trasegaban plácidamente en los patios y conventos de la República. Habría que agregar, en esta aventura desarrollada en alta mar, las exposiciones “Para restituir el magma” y la más famosa de todas, “Homenaje a la necrofilia”, la cual fue clausurada por el Ministerio de Sanidad siguiendo órdenes del ministro del interior. El canto del cisne de esta larga aventura literaria y artística se materializó en la llamada República del este, un episodio hedonista e intrascendente ocurrido, noche tras noche, en varias tascas cercanas a Sabana Grande. El país ya había cambiado, la heterodoxia se hizo cargo de los discursos y de los poemarios, la literatura se institucionalizó en su enseñanza, la república de las letras emerge triunfante más allá del alcohol, la marihuana y la bohemia. El barco ebrio se ancló en las costas de la mesura, el posestructuralismo y la deconstrucción. Los sentidos, por último, volvieron a arreglarse y más allá de la distancia, comenzando el siglo XXI, nacería una nueva temporada en el infierno.
Agradecimentos especiais a Manuel
Ovalles, filho do poeta, que generosamente nos encaminhou todos os textos. Página
ilustrada com obras de Nicolau Saião (Portugal), artista convidado
desta edição.
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Agulha Revista de Cultura
Número 108 | Março de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO
SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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todos os direitos reservados © triunfo produções ltda.
CNPJ 02.081.443/0001-80
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• ÍNDICE DESTA EDIÇÃO
ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN |Investigación a las basuras.
Prólogo de ¿Duerme usted, señor presidente?
DAVID TORTOSA | La posibilidad fulminante de escribir
de Caupolicán Ovalles
ESTHER
COVIELLA Y NELSON DÁVILA | Entrevista a Caupolicán Ovalles
FRANCISCO ARDILES | Caupolicán y la gente del Techo de la Ballena
GABRIEL
JIMÉNEZ EMÁN | Vanguardia y exaltación vital en Caupolicán Ovalles
J.
J. ARMAS MARCELO |¡Qué grande eres, Caupolicán!
JUAN CARLOS SANTAELLA | Caupolican Ovalles
y la rebelión silenciosa
LUIS LAYA | Rayar los muebles en (des) uso de razón
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2018/03/luis-laya-rayar-los-muebles-en-des-uso.html
MANUEL
OVALLES | Mi padre, Caupolicán Ovalles
MIYO
VESTRINI | El acertijo de las dos máscaras
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