Miguel Márquez es un hombre encantador y un
admirable poeta. Es raro encontrar en una persona estos dones juntos, una simpatía
arrebatadora y un talento excepcional para la poesía. Pero Miguel nació así y es
lo mejor que podría ocurrirle, aunque no dejo de pensar en el peligro que representa,
para nosotros los lectores, esta extraña y feliz combinación de atributos maravillosos,
cada uno en sí un reto y una hazaña. Pero Miguel es, además, como si esta otra cualidad
fuese una conquista del espíritu, un hombre de acción: siempre se le ve comprometido
en empresas relacionadas con los libros y la literatura, sus dos grandes pasiones.
Y en los breves lapsos que le permiten sus intensas actividades empresariales, pone
en ejercicio sus aptitudes, escribe poesía, es decir, se deja habitar por ella o
la convoca con el don de su poder personal.
Entonces nos ofrece el fruto de ese gesto
que él llama sus "inútiles desvelos", poemas llenos de gracia, de inteligencia,
de sensibilidad, de sabiduría, de belleza en los que vislumbramos la luz esclarecedora
de su ingenio. Como los de este libro delgado, breve, cuyo título, A salvo en la penumbra (1998), es ya un atisbo
de su clarividencia, de su necesidad de buscar refugio como si previera bajo su
desamparo de poeta algunas oscuras desgracias, en la "penumbra" protectora
de la poesía. Libro recién salido de las imprentas de Mucuglifo, en la luminosa
ciudad de Mérida, donde Miguel vivió algunos años y donde, creo, escribió estos
poemas. Se perciben allí reflejos del paisaje andino que le sirvió de inspiración:
"La flora abierta de los frailejones junto a tu pie dormido", "La
vajilla de peltre recibiendo/como si de ofrenda se tratase/al aguamiel, al café/y
otras sustanciosas infusiones", que establecen un camino cierto hacia la nostalgia.
Ya veremos que son muchas las fuentes de las que se nutren los poemas de Miguel,
entre ellas, los afectos, sus amigos, la memoria, la añoranza, la realidad ordinaria
y cotidiana, esas inquietas visiones que pueblan su mundo interior. A salvo en la penumbra está integrado por
18 poemas de muy diversa extensión y muy hábil factura, unidos por una libertad
de lenguaje y la búsqueda de un orden verbal que sea a la vez su propio sistema
imaginativo, o un intento por integrar en ellos su propia respiración, su toque
personal.
Dándole la espalda a otras voces que no sean
la suya, y abandonando por inoperante cualquier estilo alterno coloquial o político,
Miguel va diseñando, poema tras poema, su propio modo de expresión poética, que
constituye a la vez cierta transgresión y un adentrarse, a través del lenguaje,
en las obsesiones y perplejidades de un hombre de nuestra época. Una tarea en la
que están comprometidas la inteligencia y la sensibilidad que el poeta lleva a cabo
en este libro con suficiente honestidad y convicción. Leo una y otra vez los poemas
y encuentro en ellos a cada paso el color y el brillo de una voluntad que solo quiere
expresar la claridad del mundo que lo rodea, "estaba claro en la claridad...",
dice Miguel, "la luminosa transparencia de las bienvenidas", o que aspira
a ese derecho puramente fenomenológico "donde el tiempo se incuba para dar
paso a la radiante, jovencísima piel de la aurora". No es la apariencia de
una desnudez, de una naturalidad en el desenvolvimiento verbal, sino el magnetismo
de estas cualidades cargadas de contenidos interiores, lo más lejos posible de toda
retórica. Atrapa y recoge sentimientos con el mayor desenfado y los entrega al lector
con absoluta generosidad, como si solo le importara cumplir con la misión de toda
poesía, hacer visible lo invisible y darlo envuelto en luz.
Los poemas de A salvo en la penumbra podrían leerse bajo este enfoque que es también
el de su juego del lenguaje, el ritmo de su respiración y el esplendor de su revelación
más íntima. Un ejercicio del reconocimiento de su logro y de la búsqueda de su origen.
Dice Miguel: "El poema me evade como un preso. Escondido en algún pabellón
del alma, su gemido me despierta". O, como señala más adelante: "Surgen
los poemas en voz baja, cuando nadie los piensa y nadie tampoco los merece".
Pero más que leerse, releerse, dejarse arrastrar por su hechizo, reiterar su claridad,
descifrar su enigma, o intentarlo al menos (???). Pues a cada nueva lectura una
puerta se abre, vemos una ventana inédita, un sendero que antes parecía oculto en
la "penumbra" nos acoge. Entonces los poemas despliegan sus innumerables
facetas como un prisma, mejor, como un trozo de cristal de roca en continuo movimiento
de rotación. La imagen de ese fulgor está allí como una ganancia o una conquista,
como la visión de la transparencia, de la claridad que siempre buscábamos en medio
de la "penumbra". Algo que el poeta confía al poder de su lenguaje y a
la simplicidad de su hallazgo. El poema suscita su recreación, su necesidad de nombrarse
a sí mismo, de ser esencial, porque es solitario y "el canto atraviesa soledades
inhóspitas". Se recrea y se reconstruye a cada instante sobre frescos niveles,
en una operación dinámica, condicionada interiormente por su luminosidad que es
la pureza por otro camino.
Me gusta hablar de Miguel, es un placer que
comparto con sus amigos más íntimos, y me gusta hablar de este libro suyo porque
advierto en él una afinidad, y porque explora y rescata una realidad que pareciera
ser y quizá no es tan desconocida y secreta, que tal vez, a fin de cuentas, forma
parte de la dinámica interior de toda poesía que se precie de serlo. No es difícil,
por tanto, dejarse atrapar por su vórtice, por su torbellino, que desde el comienzo
se manifiesta bajo el ropaje de una rara elocuencia, y por su sencillez que desarma
cualquier intento de severidad, de seriedad o rigor. Y dejarse atrapar sería algo
así como vivir su intensidad, gozar de su fluidez y contemplarla con la naturalidad
que se contempla la corriente suelta y vertiginosa de un río, que no solo es visual
sino también sonora.
Aunque el poema siempre es un continuum de
sencillas metáforas, aquí esta secuencia se hace obligatoria, es quizá la fuerza
que lo sostiene para crear esa transparencia de la movilidad que hace que el lenguaje
se convierta en atmósfera, en ámbito, en esplendor, en una proyección de la conciencia
lúcida del poeta. Y no resulta gratuito utilizar la imagen del agua en relación
con los poemas de Miguel, porque ella se construye a sí misma como un elemento poético
dentro del flujo verbal –agua y lenguaje fluyen– y aparece aquí y allá como la claridad
casi deslumbradora que los habita o los anima en su doble aspecto, interior y exterior,
porque ambas situaciones establecen el juego a través del cual se ilumina el poema:
"y este barco siga solo, como desapercibido, /por el monólogo infinito del
océano".
Página ilustrada com obras de
Benito
Mieses (Venezuela, 1958), artista convidado desta edição.
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Agulha Revista de Cultura
Número 110 | Abril de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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