No supe de la existencia de Ángeles Santos Torroella y de su obra hasta hace
poco. Un día, consultando el volumen VIII de la “Historia de l’Art Catala: L’epoca
de les avantguardes 1917-70” ‘vi una reproducción del cuadro que, en su dia, la
hizo famosa: “Un mundo”, un óleo sobre tela de grandes dimensiones -300 x 290 cms.-
que la artista había pintado en 1929, cuando tenía solamente 18 años. Quede sorprendida
al ver la composición. Se trata de una de las obras más importantes del surrealismo
catalán, que al ser expuesta en el IXº Salon de Otoño de Madrid del mismo año, provoco
grandes polémicas.
Cuando, en el mes de
abril, hablé por primera vez con ella por teléfono y le cornuniqué mi deseo de entrevistarla
para DUODA, me dijo con su voz de niña:
¿Sabe?, yo ya soy muy mayor, estoy al final de mi vida y no
creo que interese ya a nadie nada sobre mí. Soy muy mayor, pero afortunadamente
me encuentro muy bien y esto es una suerte, creo.
Si para mí era envidiable
su tranquilidad y entereza con las que me comunicaba el haber recorrido ya gran
parte de su camino, su humildad o modestia me recuerdo la de muchas otras mujeres
artistas y escritoras.
Acordamos vernos al principio
del verano en Sitges donde ella pasaría un mes que coincidiría con una exposición
de su obra más reciente en la galería Ágora-3 y con la presentación del libro que
Vinyet Panyella había escrito sobre ella y su obra en 1992 * y que, debido a una
pequeña indisposición suya, no había podido ser presentado todavía.
Ángeles Santos Torroella
nació el 7 de noviembre de 1911 en Port-Bou, pero su vida ha transcurrido entre
diferentes ciudades y pueblos de España y de Francia, con traslados constantes.
Por ello se expresa normalmente en español y en español intentamos comunicarnos.
Percibo pronto que la
entrevista no será fácil. Me dice que sobre ella ya está todo escrito. No le gusta
hablar de sí misma, de sus vivencias, de sus deseos, de sus pasiones. De su infancia
cuenta que fue con su hermano Rafael con quien más se relacionó. Ella era la mayor
de 8 hermanos, de los que sobrevivieron 6, Rafael le seguía y el tercero murió.
Los otros llegaron más tarde.
Vinyet Panyella, en su
libro, se refiere en algún momento al padre, un funcionario de Hacienda, Julián
Santos Estevez, que se trasladaba frecuentemente de residencia para mejorar la situación
económica de la familia. Le pido que me hable de la madre, de los recuerdos que
guarda de ella, de 10 determinantes que fue en su vida…
Mi mama hacia las labores
de la casa. ¿Qué voy a decir? Los dos fueron determinantes para mí. La superiora
del Colegio de las Esclavas Concepcionistas del Divino Corazón -fundado por la hermana
del Cardenal Espinola- le aconsejó a mi padre que me dedicara a la pintura, porque
yo, según ella, había nacido para pintar, que dejara el piano, el francés, las clases
de “adorno” - que antes se aprendían para nada, solo para ser una persona educada-.
Mi padre me puso un profesor italiano de pintura, Cellini Perroti. Cada día venía
a mi casa de 8 a 9 de la mañana y me daba clases de pintura y de dibujo. Después
iba al colegio de las Dominicas francesas de Valladolid…
Ella solo cuenta de sí
misma aquello que -cree- está directamente relacionado con sus obras o con su pintura.
Quizas sea este el motivo por el cua1 dedica tan poc0 espacio a la figura materna.
Su infancia transcurrió
entre Port-Bou, La Jonquera, Le Portús y otras poblaciones del entorno. En 1921
la familia se trasladó a un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca y, después,
a Valladolid. Cuando, en 1924, se fueron a Ayamonte, ella estuvo interna en un colegio
de Sevilla, donde se inició en el dibujo y la pintura. Poco después regresaron a
Valladolid.
A Ángeles le gusta recordar
los tapices que pinto en su aprendizaje copiados de estampas italianas y francesas:
Uno era muy bonito, pero
se perdió cuando la guerra. Se quedó en el piso de Barcelona, donde estaba mi hermano
Rafael y no sé dónde lo guardaría… A mí me encantaba pintar, lo hacía muy rápido,
deprisa, deprisa. El profesor quedaba siempre extrañado con mi rapidez.
Y me sigue describiendo
sus primeras obras mientras sus ojos azules y cristalinos, llenos de vida y de ilusión,
recorren las paredes de la sala donde estamos como si en ellas viese colgados aquellos
tapices con sus grecas, sus barcos de pescadores vascos, sus labradores,…
En aquellos años la familia
veraneaba en Port-Bou donde la joven aprendiza de pintora retrataba a las personas
de su entorno inmediato, aquellas con las que vivía y se relacionaba. Además de
los retratos de su hermano’ Rafael, de su tío Pepet, de sus padres y de otras obras,
pinto también su ‘Autorretrato”y a la ‘Tia Marieta” (o “Mujer haciendo media”).
Esta obra la expuso en 1928 en el “Salón de Artistas Vallisoletanos”. Representa
a su tia-abuela sentada y haciendo punto en el centro de la composición con un realismo
muy personal. La figura de la mujer llena el espacio. Un espacio que resulta luminoso
a pesar de su monocromía y del predominio de las tonalidades oscuras. Discretamente
vestida de negro, la figura transmite pulcritud, tranquilidad y esa sabiduría que
proporciona el largo vivir de manera consciente. Mientras sus manos telen, su rostro
delata una mente ocupada en otros menesteres, sin angustias, sin prisas, con orden
y sosiego; los mismos que se aprecian en su cuerpo, en los pliegues de su vestido,
en el brillo de sus sapatos.
Con la ‘Tia Marieta”,
‘El vaso de vino” - con el cigarrillo olvidado consumiéndose lentamente- y ‘El retrato
de Anita con vestido de cuadros” se iniciaba la exposición de Sitges.
Son de la misma época.
Los críticos valoran como pinte el cigarrillo encendido -me dice Ángeles Santos
Torroella a quien acabo de conocer, mientras los ojos de una pequeña Anita, medio
arrebujada alrededor del brazo de la silla, parecen reclamar nuestra atención. Éste
fue el primer cuadro que expuse, “Mi tia Marieta”; lo pinte un verano del natural.
También es del natural “El vaso de vino” y unos platos de porcelana que perdí y
algunos más. Yo perdía mis cuadros porque una vez pintados me desentendía de ellos
-se ríe divertida y constato que suele hacerlo cuando delata algún rasgo de sí misma-,
se quedaban por ahí y los recogían. El cuadro llamó la atención, pero era una exposición
de artistas locales y, aunque les gusto, no me lo premiaron porque yo no era de
Valladolid. Fue entonces cuando ya deje de ir al colegio para dedicarme solamente
a la pintura. Tendría unos 17 años.
Al fondo de la primera
sala observo ‘La calle de Valladolid I “, aquella calle de la ciudad que contemplaba
desde la ventana de su habitación, desde su soledad adolescente.
Siempre he sido una persona
muy solitaria. Mis primeros paisajes los pintaba sin salir de casa, sin ver a nadie.
Poco después pintó “Un
mundo”.
Lo pinté en Valladolid.
Yo le dije a mi papa: “Quiero pintar el mundo. Todo lo que yo he visto”. EI encargó
una pieza entera de lienzo a Madrid, a la casa “Macarrón”. Cuando lo recibimos lo
clavamos con chinchetas en la pared de mi habitación. Era una tela muy grande y
cuadrada. Al principio no sabía cómo llenarla, pero iba a pintar algo en ella. Luego
ya inventé. En lugar de representar la tierra redonda la hice cuadrada, en planos,
porque yo había leído sobre el cubismo y así me resultaba más fácil ir colocando
las cosas. Entonces leía mucha poesía de Juan Ramón Jiménez, de Baudelaire, -hace
esfuerzos por recordar- y a todos ellos me los imaginaba como unos seres espirituales.
Después, cuando conocí a algunos, me decepcione.
Desde muy joven, Ángeles
Santos Torroella frecuento las tertulias literarias, culturales y artísticas que
se celebraban en Valladolid y en las que se leían y comentaban la Revista de Occidente, los “Cahiers d’Art”,
los poemas de J. R. Jiménez y de los escritores de la Generación del 27…
Ella continúa hablando
de “Un mundo” o de “El mundo”:
Yo no ponía los títulos
a mis obras. Éste lo pondrían en Madrid, cuando lo mande. “Un mundo”… no se… Yo
leía las poesías de J.R. Jiménez, por eso, en lugar de poner: “Ángeles malvas //
apagaban las verdes estrellas. // Una cinta tranquila // de suaves violetas (…)”
- recita de forma excesivamente rápida estos versos de la “Segunda Antología”-,
yo puse en el lienzo que las encendían. Me sirvió la imagen para pintar unos espíritus
que encienden unas teas en el sol, bajan la escalera de cristal y allí encienden
las estrellas. Entonces se hablaba de ir al planeta Marte. Yo imaginaba que allí
existirían unos seres extraños y así me invente los que hay en la parte inferior
del cuadro: las madres de los espíritus que realizan el milagro del sol. Ellas no
tienen oídos, están con los ojos cerrados y en lugar de esquelet0 tienen un armazón
de alambre, ya se ve… como una especie de hierro oscuro, y unas manos puntiagudas.
Me lo invente así, sin pensar. Después pinte “La Tierra”, un cuadro pequeñito que
hoy está en el Museo de Figueres.
- ¿Por qué fue primer0
“Un mundo” y después “La Tierra”?
Los pinte prácticamente
al mismo tiempo. “La Tierra” porque es una parte pequeña. En ella me imagino unas
bolas de piedra que representan un poblado primitivo. Hay unas figuras rojas que
son las mujeres y unas verdes que son los hombres. Unos se lavan en un rio, otros
pasean; uno entra en la bola donde está la mujer,… en otra bola hay una mujer muerta.
Quería representar todo lo que pasa en el mundo, la muerte, el nacimiento,… la gente
cuando come…
Y vuelve a referirse
a “Un mundo”:
Me inventé habitaciones
sin techo para que desde arriba pudiera verse lo que se hacia dentro: unos duermen,
otros ven cine, en otro lugar hay una exposición de pintura… y luego las almas que
salen hacia el cielo o se van hacía otro mundo.
- ¿Por qué hay tantas
mujeres en la parte derecha inferior de la obra: las madres de los espíritus, las
que encienden las teas…? Es como si hubieras jugado con la “1uz”y las “mujeres”.
Ellas son las que “dan a luz” y cuidan de sus criaturas. También son mujeres las
que iluminan “el mundo” con sus teas.
Son seres extraterrestres.
Pueden ser mujeres u hombres, yo no me imagino que se casaran allá. Igual da que
sean hombres o mujeres; pero, si, es verdad, parecen mujeres. -habla como si tuviera
delante la obra y parece arrepentirse de haber dado más importancia a la presencia
femenina- Pero hay de todo, en la parte superior pasean hombres y mujeres.
Rápidamente cambia y
se refiere al eco que tuvo “Un mundo”:
A mi casa de Valladolid
vinieron postas, escritores,… En la ciudad había un grupo de intelectuales que,
después de conocer la obra, pasaban por la casa a ver mis otros cuadros. Una vez
les acompaño Federico García Lorca. “Parecen Picassos”, dijo al ver algunas de mis
composiciones. Le encantaron. Al cabo de unos años, lo volví a ver en San Sebastián.
¡Era tan simpático y agradable!… Entablaba conversación enseguida y, sin proponérselo,
se convertía siempre en el centro del grupo. Vino con Jorge Guillen, con Cossio,
con un abogado muy conocido, con un escultor,… Jorge Guillen me dedico su libro
“Cantico”, pero se ha perdido y García Lorca su primer “Romancero Gitano”
- Esta obra abrió so
pintura a un nuevo lenguaje plástico en el que, de forma simultánea, convergían
diversas tendencias artísticas del momento: el Surrealismo, el Expresionismo y la
Nueva Objetividad. i Era consciente de el10 la joven Ángeles Santos Torroella?
Sí, todo esto es verdad,
pero no sé, yo no me inspiraba en nadie. La pintura salía así de mí. Las pinturas
de mi primera época no sé si son tan innovadoras; son realistas, ¿no? Yo siempre
he dibujado antes y luego lo pinto. Así hice también “El mundo”; pero sin mirar
nada, sin ningún modelo, porque todo lo tenía en la cabeza. Solo me serví de alguna
idea de la poesía y de las noticias del planeta Marte. Me invente unos seres allí,
quizás existan algunos parecidos, nunca se sabe -bromea sonriendo-.
Ángeles tiene razón,
todo surgía de sí misma, de su mundo interior, de su desasosiego todavía adolescente.
Después pinte “la Tertulia”,
un lienzo también de tamaño considerable.
En “La Tertulia” destacan
los escorzos forzados y la distorsión de las formas. Los cuerpos de cuatro jóvenes
modernas llenan la composición, de manera que el espacio parece reducirse al mínimo.
No hay ningún tipo de comunicación entre ellas y el titulo se convierte así en una
paradoja irónica. La soledad y la incomunicación humanas quedan reflejadas a través
de estas cuatro jóvenes mujeres.
En esta época Ángeles
entro en una crisis que coincidid con la que sufría el país de entonces, después
de la retirada de Primo de Rivera y la implantación de la semi-dictadura del general
Berenguer; era un momento de gran agitación social. Pero Ángeles Santos Torroella,
a sus casi 87 años, se refiere solo a ella misma:
Me transtorné un poc0
y me llevaron a descansar a un sanatori0 durante un mes y medio. Estaba nerviosa
y solo me apetecía llorar. No sabía lo que quería.
Su crisis, de la que
se hicieron eco algunos medios de comunicación, quedó también manifiesta, de forma
más o menos clara, en algunas de sus obras. “Alma que huye de un sueño”ref1eja el
desdoblamiento de personalidad, la ruptura interior a través de una figura etérea
que surge de la abertura en canal de un cuerpo desnudo. Las formas se han simplificado
y pueden resultar infantiles y, a la vez, enigmáticas.
A través de este nuevo
ser sin sombra, como las anima, que asciende hacia el alto donde unos seres le están
invitando a entrar, la artista parece haber querido reflejar 10 importante que era
la parte espiritual de la personalidad.
Angelita, como la llamaban
y la siguen llamando las personas más cercanas, inicio una profunda revisión de
su vida. Hubo temporadas en que dejo de pintar -entre 193 1 y 1932- para dedicarse
simplemente a pasear, a vivir de manera diferente; otras en que pinto unas obras
cargadas de expresividad: “La Habitación”, “La niña muerta”, “Lilas y I calavera”,
“El gato”… No la recuerda su angustia:
Se sufría al pintar,
por eso lo borraba muchas veces. Al final de esta época pintaba esqueletos en un
campo de calaveras sobre un fondo negro con estrellas brillantes. Todo lo borré
o pinté algo encima, no lo recuerdo. Era un bonito cuadro, de formato muy alargado.
Conservo alguna foto, creo. He hecho cuadros muy raros que posteriormente he destrozado.
Las obras de estos años
se inscriben también en la órbita de las grandes tendencias del momento: el expresionismo,
el surrealismo y la nueva objetividad. Unas formas de expresión que, aplicadas a
escenas cotidianas, ella utilizaba para descubrir su tensión interior. Eran años
de soledad para la artista, de encierro en sí misma y de total dedicación a su pintura.
Sólo con sus obras mediaba con el mundo. Un mundo cuya visión se veía tamizada por
sus lecturas y los recuerdos de la educación religiosa que había recibido.
“Alma que huye de un
sueño” se me ocurrió pensando en las horas del colegio. Siempre nos hablaban del
alma… Hasta que finalmente no hacía más que pensar en otra vida, en aquell0 que
no se ve, en la importancia de lo que no se dice, de lo que no es ni económico ni
material. Después de pintar con estas ideas me costaba vivir la realidad. No sabía
hacer otra cosa más que pintar… vivía de una manera irreal...”
Mientras, la familia
se había trasladado a San Sebastián, donde acudieron a ver sus obras Ernesto Giménez
Caballero, Federico García Lorca y Vicente Huidobro; y después, a Barcelona. La
crítica valoró sus obras muy positivamente, situándolas entre el surrealismo y el
expresionismo.
Así vivió, encerrada
en su mundo, los primeros años de la República. Expuso en distintas ciudades españolas,
en Paris, en Oslo, en EEUU,… consagrándose internacionalmente. En 1935 expuso en
las recién inauguradas Galerias Syra de Barcelona, una ciudad que bullía artísticamente
después del largo letargo de la dictadura. Allí conoció al pintor Emilio Grau Sala,
con el que se casaría al año siguiente. Fue también por entonces cuando dio por
terminada la revisión de su vida y cambió su manera de pintar. Ella lo cuenta así,
rotundamente:
Ahora no pintaría así.
No tengo necesidad de ello. Yo siempre pinté porque significaba para mí lo mismo
que el cantar para otras personas. Me gustaba mucho pintar, pero también sufrí mucho
al hacerlo. Ya no quise pintar más esos cuadros y me dediqué a las cosas sencillas:
el mar -se ríe un poc0 nerviosa, alguna marina, el jardín,… ya no me imaginaba nada.
Su lenguaje artístico
cambió. Su pintura se suavizó, los colores se aclararon y los temas se convirtieron
en más ligeros y menos trascendentes. Sus obras pasaron a ser más complacientes,
más decorativas. Su pintura dejó de ser su vínculo existencial con el mundo, a través
del cual mostraba sus dudas, sus lamentos, sus angustias, para convertirse en reflejo
de pequeños retazos de aquella Naturaleza que ella contemplaba de lejos.
A mí me interesa saber
por qué se produjo este gran cambio en su obra, si, como dicen algunos críticos,
influyó su relación personal con Emilio Grau Sala o respondía a la nueva actitud
tomada ante la vida y la pintura, fruto de su profunda reflexión personal. Ella
me dice:
Los cuadros de Emilio
Grau Sala me gustaban más que l0s míos.
Tenía mucho talento,
pero él jamás me dijo como tenía que pintar. Seguramente también cambiaría mi pintura
con el nacimiento de mi hijo Julián. Ya no tuve imaginaciones. Pintaba figuras,
retratos, sobre todo de niñas y de mi hijo, y algún retrato de señora, pero también
hacía flores, bodegones y paisajes.
Aparece su poca autoestima
frente a la gran admiración que siente por la obra de Emilio Grau Sala y la de su
hijo Julián Grau Santos:
Cuando expuse “Un mundo”
en Madrid recuerdo que un pintor conocido dijo: “Esto lo firmaría Dalí bien a gusto”.
Yo no conocía a Dalí. Miento. Sí lo conocí. Pero cuando yo ya no pintaba más. Fue
durante una estancia en Port-Bou con unos primos que tenían un yate. El mar estaba
precioso, como un mar de leche en el que solo navegábamos nosotros. Mi hermano Rafael
conocía a Dalí y le había pedido permiso para ir a visitarle. Nos recibió muy amablemente;
nos enseñó su estudio, la casa, sus cuadros, el que estaba pintando… Yo iba con
Julián y Dalí le dijo: ‘‘¡Hola Grauet!, su padre era un gran artista”. Le conocía
de su época parisina. A mí me saludó, pero de mí no debía saber nada, no debía saber
nada. Julián era muy inteligente. Empezó a dibujar siendo muy jovencito. En el colegio
me dijeron que podía estudiar lo que quisiera, arquitectura, ingeniería, música,
Bellas Artes… siempre fue un artista muy completo. Yo siempre he pintado a mi aire.
Aquellos intelectuales de Valladolid aconsejaron a mi padre que no me llevara a
estudiar Bellas Artes a Madrid, donde habíamos estado ya buscándome una pensión.
Le dijeron que era mejor que me dejara pintar todo lo que pasara por mi imaginación.
Y no aprendí dibujo clásico. A mí me habría gustado.
En su nueva obra confluyen
su gran admiración por la obra de Grau Sala, su relación personal con él, el nacimiento
de su hijo en el primer año de guerra civil y la revisión que llevó a cabo de su
propia vida: todo ello en el marco del final de la república y el inicio de la guerra.
Un hecho del que también rehúye hablar. Me dice que ya me ha contado muchas cosas,
que sobre ella ya está todo escrito. Insisto.
Yo no vi nada de la guerra
porque, al principio vivía con mi marido en un pueblecito -Mazanet-sur-Tarn- y,
cuando llegó el invierno, él se fue a probar suerte a Paris y yo preferí reunirme
con mis padres en Canfranc. Allí nació mi hijo al año siguiente. Después me dedique
a él y a la pintura. -se queda un rato pensativa- Nos fuimos a Sangüesa. Allí hacíamos
punto para los que estaban en el frente: jerseis, calcetines,… y algún dibujo que
me pidieron. Me establecí también en un pequeño y precioso pueblo de pescadores,
Orio, donde me encontré con Mercedes Llimona, la ilustradora de cuentos infantiles.
Nos reuníamos a menudo. Ella dibujaba y mi prima y yo pintábamos botones para ganarnos
unos cuantos duros con los que pagar el alquiler, la comida y todavía podíamos comprarnos
algunas cosillas.
Le pregunto qué otras
pintoras o artistas ha conocido y que tipo de relación mantuvo con ellas.
Hace muchos años, hice
amistad con Norah Borges. Vivía en Madrid, en una casa repleta de libros, ¡hasta
en el recibidor tenían libros! Estando en su casa me hizo un dibujo, un retrato
que lo he llevado a restaurar porque ya estaba muy estropeado. También estuve con
ella en Barcelona, en casa de mi hermano Rafael. En Madrid conocí a Rosario de Velasco,
me invito a una reunión de artistas que había organizado. Ella estuvo comprometida
políticamente desde muy joven con los falangistas -era “camisa vieja-, yo no. Pero
incluso pasó, después, unos días en Huesca con nosotros, antes de la guerra. Al
poc0 tiempo se casó con un médico de Barcelona. Pero yo nunca he sido una persona
de muchas relaciones… Además de eso hace ya muchos años; no recuerdo exactamente
cuántos; en los años treinta seria… Terminada la guerra me reuní nuevamente con
mis padres. Pero la casa de Port-Bou había sido destruida cuando la retirada, por
un comunista, dijeron. En realidad, esto no tiene nada que ver con mi obra. -Intenta
levantarse como queriendo dar por terminada la entrevista pero sigue-. No pinte
nada sobre esta destrucción.
Porque la relación con
su pintura ya había cambiado. La guerra, de la cual ella nada pintó, no supuso ninguna
ruptura en el desarrollo artístic0 español, sino que, por el contrario, en la zona
republicana, fue un período de una gran actividad artística especialmente centrada
en el arte informativo y en la agitación política. Posteriormente, con el triunfo
de los sublevados y la represión instaurada en todas las esferas del poder, se produjo
en España algo que ya había ocurrido en otros países europeos -Alemania, Italia
y la URSS- caracterizados por su totalitarismo: las nuevas propuestas pictóricas
oficiales no solamente se olvidaban de las vanguardias, sino que se oponían totalmente
a ellas. Éste es un recurso que, como dice la historiadora del arte Estrella de
Diego, se suele repetir en la historia:
“Frente a los cambios
radicales, a las evoluciones poderosas, se suelen producir reacciones de “vuelta
al orden” (...) pues la vanguardia, sea del tipo que sea, siempre implica o desvela
transformaciones que no se limitan al terreno formal; cambios en el modo de entender
la vida, de plantearse las estructuras sociales que son percibidos como peligrosos”.
En este contexto cambió
también la pintura de Ángeles Santos Torroella. Durante estos años y hasta la década
de los 50 pintaba retratos de las personas de su entorno y sobre todo de su hijo
Julián que iba creciendo e interesándose por la pintura. Son retratos de rostros
dulces y sin melancolía, pero en las miradas se trasmite el aislamiento y la soledad
que siempre han estado presentes en las obras de la artista.
Siempre ha mantenido
una especial relación con su hijo Julián. Juntos vivieron durante su infancia y
con él se trasladó a Barcelona cuando empezó a estudiar Bellas Artes. Hubo reencuentro
con Emilio Grau Sala?
No fue hasta después
de diez años, o siete, quizás; no, a los diez y me quede en Paris. Después nos fuimos
a Honfleur, en Normandia. ¡Era tan bonito! Pero yo pintaba poc0 entonces. Prefería
mirar, pasear,… Solo hice algunos dibujos, unas notas y algunas acuarelas que aún
conservo. La acuarela me gusta mucho. Con ella me llevo siempre recuerdos de donde
voy.
Y me comenta que le gusta
mucho viajar, que son muchos los lugares que todavía no ha visitado. Recuerda la
primera vez que estuvo en Paris con su padre para exponer algunas de sus obras en
una galería que habían alquilado,… su visita a las tumbas de Baudelaire y de Lamartin
para llevarles unas flores… Me habla de Mérida, de su hermoso museo, de la admiración
que siempre ha tenido por la cultura romana y de su deseo de viajar a Ciudad Rodrigo
y a Florencia para ver más obras de los renacentistas italianos, entre los cuales
a quien más admira es a Leonardo.
Retomó con fuerza la
pintura a partir de 1960 y, desde entonces, pinta paisajes de los lugares donde
vive o que visita, jardines, retratos, bodegones y flores. Sus paisajes y jardines
son delicados y sutiles, de colores cálidos y formas poco definidas que dan sensación
de fugacidad, de transitoriedad, como la propia vida. Son siempre paisajes contemplados
desde una ventana o un balcón, siempre desde una distancia prudencial; paisajes
en los que ella no interviene, no participa.
Nuevamente se inquieta,
se levanta, cree que Julián ya la estará esperando. Nos despedimos. La Veo salir
de la galería del brazo de su hermana, siempre locuaz, siempre dispuesta con ella,
cruzándose con ‘Tia Marieta” y con “Anita con un vestido de cuadros”. Seguirá pensando
que sobre ella ya está todo escrito, que ya no interesa a nadie. Percibo la gran
distancia que la separa de aquella Ángeles Santos Torroella a la que yo me acerque
a través de su ‘Tia Marieta”, de su ‘Autorretrato”, de “Un mundo”, “La Tierra”,
‘La Tertulia”, “La Habitación”,… Una distancia que siempre existe entre una artista
y su obra con la cua1 nos relacionamos y que se acrecienta con el paso de los años
y con los avatares de toda una larga vida.
Me quedo con el recuerdo
de sus ojos azules, todavía tan vivos, tan imprevistos como este mar que las acompaña
al fondo.
*****
EDIÇÃO COMEMORATIVA | CENTENÁRIO
DO SURREALISMO 1919-2019
Artista convidada: Francesca Woodman (Estados Unidos, 1958-1981)
Agulha Revista de Cultura
20 ANOS O MUNDO CONOSCO
Número 146 | Novembro de 2019
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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