El exorcismo
es algo sano. Cauterizar, quemar con el objetivo de sanar. Es como cortar las ramas
de los árboles. He aquí mi talento.
Louise Bourgeois
He leído el libro
Los oficios en clave de Atenea varias veces sin que me canse, y lo que es más importante
aún, siempre que hago una nueva lectura es como si fuese la primera vez. Eso es
lo que sucede con la buena literatura, no se agota, sino que sorprende una y otra
vez; siempre hay nuevos descubrimientos, metáforas que pasaron desapercibidas porque
estábamos ensimismados en otras que nos habían colmado el intelecto y la emoción,
pero todas igualmente hermosas y llenas de sentido. Y con cada lectura me convenzo
más que se trata de un libro excelente; máxime que, en poesía, al menos en la poesía
colombiana, no se ha tocado ese tema que sólo nos llena de oprobio, como es el holocausto
judío, pero también podría ser la imagen de muchos otros holocaustos, incluyendo
al colombiano, así nadie lo haya llamado con ese nombre.
Al analizar el libro hice dos lecturas,
pero hay muchas otras, eso es lo que hace de este libro una obra universal. Hay
múltiples miradas, es inagotable, es una eterna caja de Pandora. Los candados no
son tan herméticos como la poeta creyó haberlos concebido, y eso se lo agradezco;
ya que de otra forma no hubiese podido hacer el viaje al centro del huracán que
hoy comparto con ustedes.
Clara Schoenborn me
escribió una vez, aludiendo a una alusión que yo había hecho sobre la Schoah en
su libro, que la literatura navega por océanos insondables y la mayoría de las veces
desconocidos por el autor, a lo que yo agrego: he ahí la magia de la lectura. Un
libro nunca está terminado, siempre es una obra inconclusa, ya que cada lector,
y con cada lectura que hace de un mismo libro, realiza su propio viaje y saca sus
propias conclusiones. La literatura no tiene verdades reveladas, ni esa es su misión;
al menos en lo que se refiere a la gran literatura, a la literatura que sobrevivirá
en el tiempo, más allá de todas nuestras expectativas como seres terrenales y finitos.
Es ella la que puede otorgarnos la inmortalidad, pero también puede negárnosla.
Y digo inmortalidad más allá de escribir nuestros nombres en las nubes que habrán
de recorrer las centurias que le esperan a la especie humana.
Es de anotar que es
muy raro que un libro de poemas me produzca un impacto tan absoluto y brutal. Los
poemas de Clara Schoenborn me sumergieron en un mundo doloroso, oscuro, turbio;
fue el descenso a las tinieblas de un pasado agobiante y lacerante. No en vano la
autora es descendiente de un sobreviviente de la Shoah, y gran parte de su familia
pereció en los campos de concentración nazis. Supongo que yo no soy la única lectora
en confesar su confusión. Al escribir este ensayo no pude dejar de pensar en una
de las frases de Louise Bourgeois: Mis obras
son una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero
al mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo,
para revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido. O bien: Todos los días uno tiene que abandonar su pasado
o aceptarlo, y entonces, si no puede aceptarlo, se hace escultor. A lo que yo
le replicaría: o escritora; y en el caso preciso de Clara Schoenborn, POETA, así
con mayúscula sostenida.
El libro Los oficios
en clave de Atenea es un parto permanente, que no termina, un parto agónico, doloroso,
pero que se niega a dejar la existencia. ¿Por qué que es la vida si no un eterno
alumbramiento?
Al leer la poesía de
Clara Schoenborn siempre hay una doble, triple o cuádruple lectura. Podemos leer
cada poema separadamente, pero también podemos leerlos armando un inteligente rompecabezas,
o bien es una nueva cábala que nos invita a descifrar sus más recónditos secretos.
En Los oficios en clave de Atenea encontramos poemas esparcidos en versos a todo
lo largo del libro. Es el caso del tema recurrente de la muerte, pero también podría
decir lo mismo de los espejos.
En el poema que abre
el libro, Preámbulo – Regreso de Atenea,
encontramos a la eterna Eva transformada en Atenea o en Loba, elementos que veremos
a lo largo de la exposición. Pero sobre todo la lectura nos sumerge en la recuperación
de la memoria:
he regresado / con mis números de fuego, / a borrar
el tiempo / que olvidó la sal.
La sal que todo lo
carcome no pudo hacer nada contra el tiempo, el tiempo de la diosa virgen y guerrera,
la diosa que nació de la cabeza de Zeus, su hija preferida, su bien amada. La diosa
que no bajó la cabeza ante ningún hombre, que no se arrodilló ni pidió perdón. Por
eso somos sus hijas, nos hemos caído millones de veces, pero siempre nos volvemos
a levantar. Si hemos sido prostitutas o reas, despertamos como ingenieras o poetas.
Nos levantamos seduciendo los candados,
rompiendo grilletes, gritando hasta el delirio para luego recuperar la cordura.
Los versos a los que
acabo de hacer alusión, he regresado / con
mis números de fuego, / a borrar el tiempo / que olvidó la sal, tienen también
otra connotación, otra lectura, nos remontan a La Biblia, más exactamente al Antiguo Testamento; me refiero a la esposa
de Lot, la que no tiene nombre, ¿para qué –se preguntarán algunos– si de todas formas pertenece a su marido?
Es la mujer olvidada al ser convertida en estatua de sal, por haber querido saber
y ver lo prohibido. Una clara alusión al conocimiento que desde siempre nos ha sido
negado. No obstante, a pesar de la sal que todo lo carcome, seguimos ¡Firme(s) como
semilla / florezco (florecemos) en las municiones, porque ni la guerra puede borrarnos
de la faz de la tierra. Por eso dice: Búscame
justo ahí / en tu costado izquierdo, somos eternas Evas condenadas a errar por
siempre lejos del paraíso, en un espejismo
con las manos estirándose / para revivir los
muertos… donde no cesan los faros. El libro es una permanente hoguera, fuego
que consume todo, pero también purifica e ilumina. Y luego dice: He regresado / Mírame / Estoy / detrás de todos
los espejos / refractada entre infinitos, / ven / que juntas como serpientes / somos
mucho más / que una mitad. Ya no somos el costado de Adán, existimos por nosotras
mismas, y gracias al espejo nuestra imagen se vuelve infinita, imperecedera. En
otras palabras, este libro recoge la historia del pueblo judío, pero sobre todo
es la historia de la humanidad –todos
los pueblos, y en todos los tiempos– o
bien ha sido migrante o ha sido desplazada; siempre ha estado en pos de la tierra
prometida, buscando un lugar donde cultivar, echar raíces, criar una familia en
situación digna, una tierra que aleje el hambre y el miedo.
I | OFICIOS EN CAÍDA
LIBRE
Las mujeres somos dadoras de vida,
pero además de poseer un útero podemos parir palabras, somos doblemente escritoras,
damos a luz otras vidas y damos a luz la historia y la poesía.
En el poema Escritora, que abre el primer capítulo de
Oficios en caída libre, somos testigos
del regreso de Atenea la virgen, la guerrera, vestida de escritora. No en vano en
griego se le dice grafiti, del vocablo grafito, ya que su voz imprime los vuelos entre abecedarios y las alas se empapan en los partos, y luego salen
convertidas en barcos hacia la luz, hacia la libertad, hacia la independencia que
rompe los candados y las cadenas que la sociedad patriarcal ha sembrado a todo lo
largo de nuestra eterna errancia, sin saber que siempre encontraremos una desembocadura.
En Adolescente habla de la niña que todas llevamos
dentro: desempaco mis maletas / todos los
días / todos; recordándonos que somos migrantes perpetuas, que no poseemos nada
porque nada nos han dado. Poseemos lo que nos hemos ganado con nuestras propias
manos; por eso en Hechicera vemos la fascinación / por hundir mis dedos / en la abotonadura
de la realidad. Y nuevamente en Adolescente
ante cada una / de mis sucesivas muertes
y luego en el centro de mi tierra / crece
un herbolario, desarrolla los dos temas que son el eje de su creación poética:
el alumbramiento y la muerte. Este eje es, en realidad, una serpiente que se muerde
la cola, es el mito del eterno retorno. Con esos versos Clara Schoenborn nos remite
al herbolario secreto de nuestros úteros y ovarios.
Y en Revolucionaria vemos a la mujer que pare
la muerte: Tanto puño contenido / en tu cementerio
de embriones. La muerte nos pone trabas, edifica murallas, pone cerraduras,
cierra candados: ¡Pero mira esa sangre en
las puertas! / ¡Esos vuelos tan inútiles! Y nos remite nuevamente a la loba
que nombraba en su primer poema: son placenta
de colmillos / que gritan por ácido.
En Hechicera encontramos a la escritora transmutada
en este nuevo oficio. Entre las dos abotonan
la realidad. Entre las dos construyen el mundo, el cosmos, el universo; nada
existiría sin ellas, sin ELLA, escritora-hechicera, hechicera-escritora, inventora
de palabras, inventora de potajes mágicos. Por eso dice: No estaré ahí / cuando mires / pero sí / cuando creas.
E inmediatamente, en
Lesbiana, Al fin he decidido / la libertad de las fisuras, puesto que los dedos
que desabotonan la realidad también abren las fisuras; así la grieta amenace el
cosmos; no importa, ella sabe cómo repararlo. De ahí que en Bruja leamos: Voy a recolectar / todos los ojos con grietas y en los techos / se reconstruyen / mis vísceras.
La escritora-hechicera-bruja, conocida también como la saga, de sage, la sabia.
No en vano la partera se llama en francés sage-femme: Ninguna hoguera logrará nunca / apartar el diagnóstico del fuego / –tan
justo en su ley. La mujer alumbra la verdad en el universo, gracias a ella la
tierra sigue girando y los astros no se consumen y siguen alumbrando. Y en Sacerdotisa: Comprendes que el incienso / alcanza siempre la claridad.
En Amante, internaré mi ombligo / un mapa de saliva, nos recuerda al cosmos atado
con un hilo invisible, un enorme cordón umbilical convertido en senda sagrada, en
guía. Luego: Todo aquí es principio / y también
retorno, / en los jugos de esta muerte / voy a revivir: Vemos a Grethel retornando
a la casa paterna, en este caso al hogar materno, no en vano en francés se dice
foyer, de feu, fuego, y el foyer es también la chimenea, lugar sagrado que nos calienta
en las frías y largas noches hibernales; no hay que olvidar que anteriormente era
también el lugar donde se preparaban los alimentos y en ninguna otra parte de la
casa había fuego ni calefacción. En las regiones campesinas e indígenas sigue siendo
la habitación donde se reúne la familia, al menos en las regiones de clima frío.
Es la casa que cada una de nosotras ha construido, así haya vendavales que de cuando
en cuando la derriben. Pero también puede ser un refugio al revés, una trampa ladina
que nos engulle. No en vano Louise Bourgeois decía: Cuando se experimenta el dolor, uno se puede enclaustrar con el fin de protegerse.
Pero la seguridad de la guarida puede también ser una trampa. Y Primo Levi,
en su libro Si esto es un hombre, dice: En
esta Ka-Be,
paréntesis de relativa paz, hemos aprendido que nuestra personalidad es frágil,
que está mucho más en peligro que nuestra vida; y que los sabios antiguos, en
lugar de advertirnos acordaos de que tenéis
que morir mejor habrían hecho en recordarnos este peligro mayor que nos amenaza.
Y luego, en el poema
Adúltera, Clara Schoenborn nos recuerda:
1. Cuánto duele el lodo / cuando lo retiene una
cadena; haciendo alusión al peso del pasado, que nos hace eternas exiliadas
en nosotras mismas.
2. Al buscar en mi destierro / con las lágrimas
de un arenal. Al igual que las mujeres-casa de Louise Bourgeois llevamos nuestra
casa a cuestas; así transitemos por senderos áridos, desolados, sombríos, ajados,
llenos de ranuras, estériles; y luego, en un acertado verso, Esta sed / que ansía reflejar inundaciones.
La lectura de estos poemas nos enfrenta a un mundo sensible del cual no se habla,
pero que está allí: el hogar. Dicho en otras palabras, el territorio que cualquier
especie animal protege y defiende. En él se abriga, en él ama y en él sufre. La
casa puede ser vista, o vivida, como un remanso o como una prisión. Recuérdese que
durante milenios la mujer estuvo aislada de la sociedad, recluida en un gineceo,
sin permitírsele espacios para la expresión estética.
3. Para finalmente
tirar amarras en un nido verde, donde
podemos volver a alumbrarnos a nosotras mismas. Lo que me lleva nuevamente a pensar
en Louise Bourgeois y en sus arañas. La araña teje y teje incansablemente, si su
tela se rompe, ella vuelve y la teje. Eso es lo que hace Clara Schoenborn con su
poesía, teje y teje la historia de su pueblo, de su familia; pero también la historia
reciente de Colombia. La historia de los más de tres millones de desplazados que
van con su casa a cuestas, reparando y olvidando, reparando y recordando, reparando
para no morir, reparando para sobrevivir. Todos necesitamos de nuestros recuerdos,
como decía Louise Bourgeois: ellos son nuestros
documentos. Y si traigo a colación esta frase es porque Clara Schoenborn hurga
en el pasado. Un pasado desconocido para ella. Es un libro que trata de buscar respuestas
a las pesadillas y a los miedos que acecharon las noches de millones de judíos encerrados
en oscuras barracas. Bucea en los recuerdos de su pueblo, se interroga y busca respuestas;
aunque sepa que ellas apenas si existen. Es como si se penetrara en terrenos pantanosos,
en arenas movedizas, y se temiera a cada instante que la tierra termine por tragarnos.
El pasado regresa una y otra vez, como
una pesadilla que nos impide respirar. Tal vez por eso Primo Levi decía: Cuando se está trabajando se sufre y no queda tiempo para pensar: nuestros hogares son menos que un recuerdo. Pero aquí (aludiendo a los campos de concentración) tenemos todo el tiempo para nosotros: de litera a litera, a pesar de la prohibición, nos visitamos, y hablamos y hablamos. El barracón de madera, cargado de humanidad doliente, está lleno de palabras, de recuerdos y de otro dolor. Heimweh, se llama en alemán este dolor, es una bella palabra y quiere decir dolor de hogar.
una pesadilla que nos impide respirar. Tal vez por eso Primo Levi decía: Cuando se está trabajando se sufre y no queda tiempo para pensar: nuestros hogares son menos que un recuerdo. Pero aquí (aludiendo a los campos de concentración) tenemos todo el tiempo para nosotros: de litera a litera, a pesar de la prohibición, nos visitamos, y hablamos y hablamos. El barracón de madera, cargado de humanidad doliente, está lleno de palabras, de recuerdos y de otro dolor. Heimweh, se llama en alemán este dolor, es una bella palabra y quiere decir dolor de hogar.
En Menopáusica, la edad dorada, temida e incomprendida,
nos damos cuenta que el espejo tenía fronteras
y que, si bien ya no parimos otros seres, si nos damos a luz a nosotras mismas:
Tendré que cuidar a esta recién nacida / y
la inventaré grande, / ahora que soy diosa. Una nueva alusión a Atenea, pero
también a la Dama del Lago, diosas dormidas y acurrucadas en el fondo de nuestros
úteros; por lo que sentimos como sus dátiles desgranan uno a uno los óvulos infecundos,
hasta agotarlos, con lo que nos otorgan la libertad.
Y en los versos me zambullí en otros tejidos / … / y me hice
a su imagen y semejanza / aún cuando ignoraba / el motivo de las migraciones.
Es la capacidad que tenemos las mujeres de reinventarnos a nosotras mismas, somos
una y todas, un espejo y mil espejos; una galería de lunas donde se refleja la misma
figura y al mismo tiempo muta en otras miles y nos hace eternas, por lo que nos
sorprendemos ante nosotras mismas una vez hemos logrado la libertad, en estas mañanas fugadas de ciclos.
En Inmigrante leemos: Ha sido este silencio / la sustancia de mi viaje.
Por eso en el poema
que lleva ese título, Guerrera, leo algunos
apartes que me permiten construir otro poema con versos ya leídos. Es el rompecabezas
del que hablaba al principio; es el libro que da lugar a muchos otros libros, a
muchas otras lecturas. Es como si Los oficios en clave de Atenea fueran un infinito
patchwork que nos permite crear, crear y recrear; donde no hay nada terminado. Leamos
el poema que he recreado teniendo en cuenta únicamente los versos de Clara Schoenborn:
Sólo yo conozco
esa antigua fundición de cadáveres (poema Guerrera)
Es mi arco un prisionero
obligado a ser verdugo
a esparcir su metalurgia
entre golpes de muerte (poema Cazadora)
Tanto puño contenido
en tu cementerio de embriones (poema Revolucionaria)
En los jugos de esta muerte voy a revivir (poema Amante)
Para exorcizar en ellos (ellas)
mi propia muerte (poema Guerrera)
y por ello se hace más denso
el silencio del mundo (poema Cazadora)
Recreando este poema
pienso, inevitablemente, en Los Esclavos de Miguel Ángel, las soberbias esculturas
en las que el artista se sumió por espacio de cuarenta años, y que habían sido encargadas
para el mausoleo de Julio II. Miguel Ángel imprimió una de las características de
su estilo, al menos del estilo que adoptó en su etapa de madurez, el estilo de non
finito; lo que les da un aura de terribilità, que nace de la desmesura
física, descomunal, de esos hombres que están emergiendo de la piedra, pero que
ya poseen una fuerza emocional que avasalla a cualquier espectador, lo que ha llevado
a muchos críticos del arte a hablar de la
tragedia de la escultura”. Por lo que yo retomo esas palabras y hablo de la
tragedia de la poesía de Clara Schoenborn.
Por eso estoy convencida
que aunque Clara aún no había nacido cuando en los campos de exterminio nazi murieron
alrededor de siete millones de judíos, sin contar los tres millones de zíngaros
y los varios miles de homosexuales, su libro, Los oficios en clave de Atenea, bien
podría formar parte de la compilación de recuerdos de muchos de los sobrevivientes
de Auschwitz, me refiero a Excavaciones: supervivientes-recuerdos-transformaciones,
el libro que hace poco fue publicado bajo la dirección de Susanne Urban y que recoge
las respuestas que muchos de los sobrevivientes dejaron inscritas en un formulario
que debieron llenar a comienzos de la década de los cincuenta; lo que demuestra
que a pesar del horror recién vivido las víctimas ya habían comenzado a bucear en
los recuerdos para no perder la memoria ni caer en el abismo de la locura. Este
libro y El oficio en Clave de Atenea tienen en común el rescate de la memoria colectiva;
al mismo tiempo que es una forma de contar la historia de otro modo, la historia
personal, pero también colectiva, a los nietos y bisnietos; pero también al resto
de la humanidad. Primo Levi lo resumió así: Sabemos
de dónde venimos: los recuerdos del mundo pueblan nuestros sueños y nuestra vigilia,
nos damos cuenta con estupor de que no hemos olvidado nada, cada recuerdo evocado
surge ante nosotros dolorosamente nítido.
II | OFICIOS EN EL LIBRO DEL AGUA
En el poema Esposa, la fundición de los cadáveres se
convierte en el holocausto del tiempo.
¿Por qué otro elemento, o idea abstracta, desapareció en los hornos crematorios
que no fuera el tiempo de todo un pueblo, de una cultura, de una historia, de un
pasado, de una tradición? Por eso los balcones
se caen del silencio y la caricia
de la esposa humedece cicatrices. No las
borra, al contrario, las humecta para recordar, per sécula seculórum, a esa enorme cicatriz que lleva la especie humana
grabada en su piel: la Shoah judía. El holocausto que ni el silencio ha logrado
borrar.
Los oficios en clave
de Atenea es la historia del pueblo judío, de eso no me cabe la menor duda; al menos
de una parte de su historia. En este caso preciso la diáspora, el desarraigo, el
exilio permanente, la huída en la oscuridad, el miedo ancorado en la memoria colectiva,
ya que no se sabe que habrá al final del túnel; a lo mejor la antigua fundición de cadáveres o el verdugo obligado a esparcir su
metalurgia / entre golpes de muerte; o bien encerrados en el vértice exacto / donde los alambres / organizan
una luna en traslación, / gesto de raíces / en el holocausto del tiempo. Y Levi
decía: hemos viajado hasta aquí en vagones
sellados; hemos visto partir hacia la nada a nuestras mujeres y a nuestros hijos;
convertidos en esclavos hemos desfilado cien veces ida y vuelta al trabajo mudo,
extinguida el alma antes de la muerte anónima. No volveremos. Nadie puede salir
de aquí para llevar al mundo, junto con la señal impresa en su carne, las malas
noticias de cuanto en Auschwitz ha sido el hombre capaz de hacer con el hombre.
Y es que la historia
es una mujer con cara de fuego que se pierde en las colinas o detrás de los árboles,
es esquiva, a veces amante, pero en general violenta. Es una trashumante en un paisaje
sedentario. Cree partir cuando en realidad es el camino el que avanza. La historia
que podría describir el techo de la casa como una tumba, un sepulcro, una laja,
un hueco
olvidado y enterrado por la luz. Tal vez por eso Levi decía que sucumbir es lo más sencillo… su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos (ella, la historia), los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo, ellos (ella, la historia), la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos (pienso en los miles de desaparecidos de las dictaduras del Cono Sur): se duda en llamar a muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla.
olvidado y enterrado por la luz. Tal vez por eso Levi decía que sucumbir es lo más sencillo… su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos (ella, la historia), los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo, ellos (ella, la historia), la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos (pienso en los miles de desaparecidos de las dictaduras del Cono Sur): se duda en llamar a muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla.
Luego el poema Campesina nos remite a nuestros orígenes,
nos recuerda a la saga a la que hacía referencia anteriormente, a la que con sus
sabias manos hace parir la tierra y deja su eco
en la semilla. O bien a la Pastora que canta toda yo soy una casa, y que como un caracol lleva su hogar a cuestas,
refugiándose de la sombra de los lobos.
En Madre y sus ligaduras de cuarzo, orfebre de
nanas y ríos, hada de embriones, donde
las aguas de su útero son inmortales,
remite inmediatamente a los versos de Gobernante:
sabiduría de tu hogar / acostumbrado a los
partos.
Este poema nos muestra
la otra cara de la mujer sabia, que pare en la intimidad de su hogar. Es la mujer
que toca el arsenal y se pierde en los cantos
de niebla. Sólo tiene ases para jugar la partida, al menos eso es lo que cree.
Porque ¿Qué riqueza cree que hay en los hornos crematorios, desolladores del llanto? Pero ella sabe que
la corriente la espera para seguir las migraciones de los pájaros. Tal vez por eso
en Estudiante no olvida su secreto, su nuevo
combate / contra los fosos.
Y en el poema Obrera, como en una obra de teatro, explora el sueño / tras los telones profundos
de sus pupilas maltrechas. Ella, y las
otras sombras que la acompañan, son espectros
que se acoplan / en el olvido y las cadenas.
No hay peor olvido que las cadenas que atan los tobillos.
La Amiga, léase madre, hermana, vecina, prima,
hija, nieta, limpia los cuerpos ennegrecidos por el horno, desdibuja el hollín, los saca de
las ruinas del campo de concentración. Pero sobre todo limpia el aire, lo vuelve
transparente; por eso descubrimos las ruinas ocultas en el tizne. Por eso pienso
nuevamente en Primo Levi cuando leo: Pero Lorenzo (léase Ana) era un hombre (mujer); su humanidad era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este
mundo de negación. Gracias a Lorenzo (y a las mujeres que han tejido redes) no me olvidé de que era un hombre (no me he olvidado que soy mujer
y que pertenezco a la especie humana).
Luego reencontramos
al pueblo nómade, itinerante, que vaga de desierto en desierto; reencarnado en la
abuela que colecciona lapislázulis. En esa eterna errancia, escuchamos los acordes
de un viejo violín que nos narra la travesía. Y en Pastora leemos la continuación
del poema de la abuela: Toda yo soy una casa,
/ una consigna del sol / contra la sombra de los lobos. Ellas representan a
todo un pueblo que busca la sombra, el refugio, la cueva donde ocultar el miedo
que atenaza su garganta.
La Abuela transformada
en Feminista recupera la esencia, se mira en un espejo, y ve su imagen dislocada por las mil batallas en
las que dejó su cabellera y por las que se cortó un seno, como las Amazonas, y luego
renace liberada de las tumbas, para encontrar
que aún tiene un largo sendero por recorrer.
La Campesina no olvida
que su hermana, mordaza milenaria, aún
vive en la cárcel del silencio y que su
cadalso… no admite ruptura. Pero su hermana
es nuestra hermana, la hermana de todas; pienso en las hermanas ocultas en una burka
o encerradas en el silencio o humilladas y violadas por sus propios padres.
La Ingeniera nos recuerda
que en las ruinas siempre hay piedras para levantar otro hogar; pero aún si no las
hubiese la mujer primigenia, que habita en nuestras entrañas, nos cosería de nuevo
el útero para engendrar artilugios / acorazados
y recopilar en él las memorias que deambulan en las calles.
En los versos Soy su aliada, / desde el momento / en que aprendí
/ a multiplicar la sal / en las venas, del poema Médica, vemos una nueva alusión
a la mujer de Lot, convertida en estatua de sal por haberse atrevido a indagar lo
oculto, por haberse atrevido a desentrañar el conocimiento guardado en arcanos secretos.
III | OFICIOS DE LUCIÉRNAGA
Oficios
de luciérnaga, tercera parte, es un oasis entre tanta tragedia, es el sol que sale
en cada amanecer o cuando termina la tormenta. Es un sándalo que hace huir el hedor
de los hornos crematorios y que le permite a esa voz colectiva respirar y seguir
perpetuándose sin ser ahogada en el lodo del olvido.
En Gitana
reaparece nuevamente la viajera que somos, allí todos los caminos rezan / en la longitud de su falda. En ella lleva
oculto el libro de agua (donde) tiemblan los
paisajes y en él escribe uno a uno los secretos de su pueblo milenario, y en
él imprime letras en la sombra y su lengua
llama al génesis. Tal vez por eso en Hada, Clara Schoenborn dice: qué fácil es descifrar / el reflejo de un horizonte.
Y en el de Artista, su idioma está hecho / de caleidoscopios.
Y la Maestra anula el vacío de los interrogantes
/ y transforma esos vidrios en ventanas. Y luego se transmuta en Poeta, sé que el horizonte / también es enigma, / pero
quiero / –irremediablemente– / mirar / y mirar. Por eso tal vez en Bella
la poeta nos habla nuevamente de las ventanas
/ las que miran por tus ojos, y su atuendo
/ es un coro de tulipanes. Y la Pintora
se enfrentó a la noche y ni la niebla / (pudo)ganarle al puntal de los
reflejos.
En Musa:
De todas las mujeres estoy hecha, / como las
capas de la tierra / de donde brota el milagro. // Nada
más búscame en tu memoria / –en ese punto
de fosforescencia– y yo te prestaré mi
canto de fertilidad / … // … en mí cantan en voz alta / todas las hembras / centrifugando
los sentidos, / entretejiendo corales, / que luego acomodo en tu cuello, / una
/ y otra vez.
La voz colectiva, a la que hacía alusión anteriormente,
se convierte en una sola voz, la voz de todas, la voz de la memoria, el canto de la fertilidad.
IV | OFICIOS BAJO EL ÁRBOL DE INVIERNO
Oficios
bajo el árbol de invierno, es el capítulo del exilio, del desarraigo, de la pérdida
de identidad, es la brújula extraviada para siempre, el camino sin norte y sin sur,
el deambular perpetuo, sin rumbo fijo, ni meta determinada.
La Mendiga
nos recuerda que No hay hambre / más hambrienta
/ que el silencio, y yo añadiría, más hambrienta que la indiferencia. La incomprensión
es otra forma de hambruna, la incomprensión que nace de la indiferencia y de la
ignorancia.
La hambruna es vista en el poema Vieja como una profunda cicatriz, símbolo
de la debacle humana, de la aridez de la tierra que hemos sembrado como especie
que todo devora. Este poema es un enorme espejo de aumento que nos muestra esa cicatriz que cuelga / de su última arruga
y hace metástasis en Lapidada:
¡Silencio! / Silencio en el silencio /
Silencio antes del silencio / Silencio después del silencio / ¡silencio! // para
ella el silencio, con su silencio de piedra, / antes de la muerte, / antes de la
vida / // Mujer, / piedra, / muerte / y silencio
/ //
Silenciamiento // Silenciada / Silencio.
Este poema bien podría acompañar a la Adúltera. Recordemos como en La Biblia se
condena la infidelidad femenina con la lapidación, práctica que aún se lleva a cabo
en algunos países del África de confesión musulmana; sin que el hombre sea nunca
castigado. Para los musulmanes incluso la violación a una mujer es considerada adulterio,
por lo que la condena oscila entre la cárcel o su vida; eso depende del país donde
la víctima resida.
La Prostituta
se conduele en el sótano donde atrapó la niebla.
En Mutilada
la diáspora es vista como una mutilación. ¿Qué es sino la migración obligada una
mutilación de nosotras mismas? Cuando se cercenan los orígenes, se cercena lo que
más amamos, o sea la esencia que nos hace seres humanos:
En dónde queda / la huella del esqueleto
/ si ni siquiera hay cenizas / en esta demolición?
Otra diáspora humana, pero invisible, como todas
las diásporas la escondemos detrás de los espejos para no contemplar nuestras propias
cicatrices. Y si hablo de mutilación es porque pienso en la pérdida de la identidad,
de la lengua, de la cultura, en el alejamiento obligado de nuestros orígenes, familia,
poblado, casa; es decir, todos los aspectos que nos hacen seres humanos.
Es el caso de Divorciada, otra forma de exilio,
de exclusión, del dolor de ser y no ser, la negación del espejo que rechaza nuestra
propia imagen para devolvernos la máscara que no tiene astrolabio, ni bitácora;
por eso leemos:
No sé como desaprender / el retroceso de
los labios / … // … siempre supe / que la suerte no tiene identidad.
Por eso, en Fea, apela a la oscilación del
reloj / la misma que carcome / las campanillas en los espejos. Y en Discriminada
levanta la cara y dice: Camina entre ese mal
olor omnipotente / … // … Confía en los párpados abiertos / y en el giro de la mareas.
Pero es tal vez en los dos últimos poemas, Ciega
y Esclava, donde vemos la condenación eterna que le fue imputada a Eva:
Ciega:
En esta caja me he vuelto compañera / de
mis monólogos: / Con ellos descifro / el vuelo del águila, le arrebato / sus tatuajes
negros. No tenemos a nadie,
apenas si somos compañeras de nosotras mismas.
Y en Esclava:
¿Que vives de la sed / y que no tienes
espejos?
El espejo que antes deformaba se torna en este
poema en una sed ancestral, y la carencia del agua impide el reflejo del rostro
que desea mirarse a sí mismo, evita por lo tanto el reconocimiento como especie
y nos condena al ostracismo perpetuo:
No vigiles más / a esos soles siempre esquivos,
/ recuerda el collar de ágatas que te arrebataron. // El futuro
está hecho / de mucho más que tiempo / y es por algo que tu roca / suda hoy el estaño.
Estos versos, de contenido altamente metafísico,
nos recuerdan que como especie que hemos creado Leonardos y Miguel Ángeles o Sor
Teresas o Yourcenares, también hemos creado el horno crematorio, la Shoah, pozo
oscuro que nos aniquila como especie.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 155 | Julho de 2020
Artista convidado: Isabel Ruiz (Guatemala, 1945-2019)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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