Antecedentes vanguardistas
A mediados del siglo XX, a
fines de la década de los años sesentas, el cansancio de los postulados vanguardistas
comenzaba a hacerse sentir en gran parte de la poesía hispanoamericana. Tal cansancio
generaría una crítica que, años más tarde abriría un compás para valorar el influjo
real que estas vanguardias habían ejercido en la lírica de nuestro continente. Tal
valoración sería emprendida con una pausa similar a la de otras modulaciones y tendencias
que –como el romanticismo o el modernismo– tendrían un eco decisivo en la voz poética
de América. La historia de estos cansancios y reacciones se escribe aún, se lleva
a cabo a través de los sistemas críticos contemporáneos surgidos en países europeos
o americanos que percibieron en el castellano de América una renovación literaria
como nunca antes había acaecido, quizá, desde el Siglo de Oro en España.
La
poesía de la llamada Generación del 27 español (Guillén, Lorca, Aleixandre, Alberti
o Cernuda) le otorga al idioma nuevas latencias, le imprime una consistencia que
será definitiva para el devenir de nuestra la lengua poética en diferentes latitudes,
la cual fue desde entonces leída con propiedad en el ámbito intelectual de occidente,
como no había ocurrido desde el Modernismo.
La presencia de Huidobro
Una de las figuras que hizo
posible este cambio de la noción poética fue Vicente Huidobro. Nutrido de las fuentes
más radicales de la vanguardia, Huidobro reacciona contra las tendencias neorrománticas
y modernistas, y aún más, contra la poesía de una intimidad superflua, o de tintes
autobiográficos. Lo primero que hace Huidobro es evitar los condicionamientos del
yo tradicional y estereotipado, para remontar vuelo en uno de los viajes más ambiciosos
que cualquier poeta de América haya podido jamás emprender.
Tal
proyecto poético fue complementado, a la par, con un ejercicio teórico de poderoso
impulso imaginativo, el Creacionismo. De tal modo, observamos una poética que desea
independizarse de la hegemonía europea, ejercida a través del surrealismo y de otros
“ismos” (Ultraísmo, Futurismo, Cubismo) que, aun cuando influyeron en los postulados
huidobrianos, permitieron al Creacionismo expandirse más allá de los ámbitos poéticos
convencionales. La visión de Huidobro constituye uno de los capítulos esenciales
de la poesía de nuestro tiempo. La palabra aventura podría aplicársele a
su empresa poética más que a ninguna otra, en el sentido de ese ir hacia el mundo
a través del cual se manifiesta lo más resaltante de su obra.4 Su voluntad esencial
parece ser la del desasimiento, la de evadir cualquier canon, la de una libertad
pura. Me refiero a una libertad íntimamente cósmica, pues a menudo utilizamos este
vocablo para referirnos a una libertad social. En cambio, la libertad huidobriana
se manifiesta de un modo esencial, a través de una forma excéntrica que desea librarse
de las ataduras formales que habían asfixiado por tanto tiempo los modos expresivos
de la poesía, sometida a toda clase de moldes. El verso libre de Huidobro tiene
una raíz whitmaniana, Huidobro
se alimentó de las principales corrientes plásticas y literarias de su tiempo, como
cl cubismo, el futurismo y el surrealismo, para luego disentir de todas ellas. En
un artículo sobre el futurismo, acusa a Marinetti de falta de originalidad, y discrepa
de éste en casi todo. Llega a decir: “En lo único en que estoy de acuerdo con Marinetti
es en la proclamación del verso libre”; o de responder en una entrevista cuando
se le pregunta sobre el futurismo: “No quiero hablar de esa imbecilidad”. Por su
parte, Pablo Neruda anota que “Vicente Huidobro se saturó de la elegancia cubista
y alcanzó a divisar, dentro de su humanismo interplanetario, la cabellera surrealista
que iba a flotar hasta ahora sobre el océano Atlántico”. Huidobro discrepa también
del automatismo surrealista; rompe lazos de afinidad estética con el gran
poeta Pierre Reverdy, con quien había fundado la revista Nord–Sud. Tales rupturas,
en verdad, sirven más para explicar su psicología personal que para trazar un dibujo
teórico preciso del Creacionismo, que históricamente no tuvo mayores efectos en
la estética subsiguiente.
El lenguaje huidobriano
A primera vista, el lenguaje
de Huidobro se nos presenta como un lenguaje despojado de cualquier referencia histórica
o de un espacio físico determinado. Advertimos que su espectro verbal es universal,
que no necesita arraigarse a un paisaje o a un tiempo inmediato para nombrar las
cosas. Despega y se despeja a un tiempo, necesita recuperar los sentidos prístinos,
los nombres y los seres y situarlos en ejes mayores. Este nivel, esta altura, no
está referida a una categoría conceptual, aunque el mismo Huidobro, a través del
Creacionismo, haya querido explicar estos alcances en su famosa teoría. Depositario
de su propia naturaleza, Huidobro no pudo evitar la tentación de crear un sistema
poético paralelo con el cual justificar los objetivos de su búsqueda. A medida que
se revisan sus postulados y se cotejan con su poesía, deteniéndose en los detalles
de su vida y personalidad, se encuentra que algunos de sus enunciados creacionistas
no habrían podido sostenerse de no haber sido en sí mismos penetrados del lenguaje
poético. Dispensará, pues, el lector, que me exima de hacer comentarios a la teoría
creacionista. [1]
Otro estudio titulado “Teoría del Creacionismo”, firmado
por el chileno Antonio de Undurraga, contrasta con los trabajos de Navarrete por
su estructura confusa y por su innecesaria obsesión historiográfica, que antes de
aclarar, deja muchos aspectos ensombrecidos. Por si fuera, poco, Undurraga incluye
en esta antología de poesía y prosa una absurda selección de fragmentos de Altazor
numerada en XI partes. Se trata de Poesía y Prosa. Antología, Vicente Huidobro,
Madrid, Aguilar, 1967.
En
los libros primeros del poeta (Ecos del alma, 1911; La gruta del silencio,
1913) se perciben esbozos y ecos del romanticismo o el modernismo. Luego advertimos
que el surrealismo, ultraísmo o futurismo y movimientos plásticos como el cubismo,
anuncian las que serían principales líneas de su poesía, presentes en Horizón
carré (1917), Poemas árticos (1918) o Ecuatorial (1918). En todos
estos se da primacía a la imagen sobre cualquier otro elemento. Así, es posible
asociar los orígenes del creacionismo con la estética cubista expresada por Guillaume
Apollinaire en sus Meditaciones estéticas, que a su vez tenían raíz en el
simbolismo. Esta preeminencia de la imagen será sustancial para entender cabalmente
la autonomía del lenguaje en relación a elementos formales como la rima, pues la
imagen superaría el campo puramente verbal, para alcanzar el terreno de lo visual.
Y es a partir de este terreno de la visibilidad plástica de las imágenes desde donde
es necesario reconocer uno de los rasgos esenciales de la percepción poética de
Huidobro. Los símiles, las metáforas, las figuras retóricas, todo pertenece a este
dominio. Es un dominio previo a la historia, que no surge meras comparaciones sino
de las analogías intrínsecas de realidades que parecieran estar alejadas. La imagen
funda (y funde) esas realidades con el rigor de las correspondencias que, tal como
las describe Baudelaire, cristalizan con el Simbolismo.
A
tal punto, la imagen alberga en ella todo: palabras tradicionalmente empleadas en
el símil o en la metáfora para lograr el “enlace” comparativo, tal el “como” son
utilizadas ex profeso para anular el efecto al que tradicionalmente estaban asociadas.
Y esto ocurre con mayor énfasis en un fragmento de Altazor. Se diría que
esta imagen visual conforma un mundo o spiritus phantasticus, como diría
Giordano Bruno, “un mundo nunca saturable de formas y de imágenes” que está siempre
a la disposición de la fantasía, y ésta a su vez se encarga de hacer todas las combinaciones
posibles. Un mundo distinto al de “lo imaginario indirecto, es decir, el de las
imágenes que nos proporciona la cultura”, como dice Ítalo Calvino. [2]
La concepción creacionista del poema
Poetas y críticos han destacado
y desarrollado el carácter aéreo de la concepción poética huidobriana. “El poema
no es un objeto acabado, hecho, sino por rehacer tampoco traduce ni interpreta nada
que sea anterior a él (…) No desarrolla, como suele decirse, un tema; éste, si lo
hay, es más bien atmosférico”.
También,
el arte de la combinatoria de pocos materiales, antes que la variedad de temas,
se encuentra cercano a su búsqueda. El pájaro, ejecutor del vuelo por antonomasia,
es objeto de variadas metamorfosis. Así lo observa Eduardo Mitre. “Parecidas transmutaciones
se efectúan en la imagen del aeroplano, uno de los leit motiv asociados a la imagen
del pájaro: “Oiseaux de l’horizon” escribe Huidobro en el poema “Tam”. Y en Ecuatorial
el aeroplano se manifiesta, sucesivamente, como un pájaro que no pliega sus
alas, que ronda alrededor de los faros, y se posa sobre los pararrayos “Una metamorfosis
que permite la aparición de golondrinas, biplanos, nidos, ángeles. La condición
angélica, más que un símbolo, actúa como la de un personaje, que siempre abstrae.
Saúl Yurkievich nos dice que Huidobro “tiende a desgravar, a aligerar y disolver
la concreción material, como si aspirara a la materia angélica”9. Por su parte Eduardo
Mitre observa que “lo inmaterial y etéreo se presenta como substancia espesa, grávida,
y tangible” y halla una correspondencia con el propósito de los alquimistas, quienes
describen la meta de su trabajo como “una volatilización de lo sólido y solidificación
de lo volátil, o como una espiritualización de lo corpóreo y una corporización del
espíritu”, según lo anota Titus Busckhardten en su libro Alquimia (1974).
Este proceso de alquimia verbal no se debe a un afán especulativo, si Mallarmé y
su discípulo Valéry buscaban el “peso” de cada palabra, y Juan Ramón Jiménez pedía
“Inteligencia, dame el justo nombre de las cosas”, la alquimia de Huidobro aspira
a algo similar, pero volatilizando la estructura misma del lenguaje: “Los frutos
que caen son ovalados / Y las horas también.”
Entre
los recursos formales más conocidos en Huidobro citamos el valor de los blancos
en la página, la supresión de la puntuación y el valor cenital que el poeta le otorga
al adjetivo. “El adjetivo, cuando no da vida, mata”, afirma. El aire de la página
se traduce en respiración espacial, un espacio explorado por primera vez a conciencia
en la poesía moderna de occidente por Guillaume Apollinaire, cuyos Caligramas
influirían tanto en la poesía concreta del Brasil en los años 70; recurso empleado
por Octavio Paz en sus libros Renga o Pasado en claro. Paz es también
uno de los deudores de la primera vanguardia y de los logros surrealistas que vieron
cristalización en uno de los poemas centrales de la poesía en América: Piedra
de sol (1957).
Altazor Rey se prepara, entre el ecuador y el horizonte
Esta relación sumaria de recursos –en la que no pueden faltar la yuxtaposición de elementos y la interpolación visual– atiende a conceptos de la constructividad cubista, de la morfología misma del Caligrama, y ese “Horizonte cuadrado” contentivo de algunos de los mejores logros del cubismo poético, tendrían que apuntar en esencia a lo que Eduardo Mitre llama “hambre de espacio y sed de cielo”.
La
publicación de Ecuatorial (1918) marca un momento de significativa avanzada
en la obra de Huidobro. El drama de la guerra se nos ofrece ya anunciando el naufragio
de Altazor, como bien advierte Mitre, pero también un signo autobiográfico notable.
Desde esta perspectiva donde, “el poeta es un pequeño Dios”, se permite una creación
de donde queda desterrada toda imitación, y, por tanto, todo sometimiento a la realidad:
“el poeta no describe objetos, ya dados en el mundo exterior”, tal anota Sucre10.
La espacialidad huidobriana se impone sobre el tiempo, sobre la historia y sobre
la conciencia. Y aquí, el concepto de imaginación en su estado prístino, es pertinente
para dar una mirada global al mundo de Huidobro, donde la sensibilidad e inteligencia
quedan supeditadas al reino de la imagen pura.
El
Yo poético de Huidobro parece ubicarse en el centro de todo cuanto acaece; pero
sólo ocurre al contacto con la palabra de alto vuelo, en una aventura que
va a conducir a Altazor a ser el poema “total” de Huidobro. Casi toda la
crítica coincide en que la perspectiva huidobriana sufre aquí una modificación radical.
No será mi objeto desglosar dónde radican esos cambios de trasfondo o de concepción,
sino delimitar algunas diferencias.
Metamorfosis de Altazor
En primer término, estamos
frente a un personaje: un Rey llamado Altazor, alguien creado para desarrollar una
acción. No es un actor en el sentido teatral del término, de mise en scéne;
es más bien un destino ironizado por las fuerzas contrarias de la poesía. No es
un rey al modo de los monarcas europeos, sentados en tronos solitarios pensando
en los designios de sus dominios. Altazor es un personaje que está realizando un
viaje, en este caso un viaje en paracaídas, la imagen que nos traslada a
este viaje no nos habla sólo de una aventura, sino también de una caída. Podemos
buscar entonces, en este poema de Huidobro, implicaciones de mayor rango reflexivo,
y advertir elementos que lo unen a una imagen visual de la modernidad, como lo es
la imagen del paracaídas. Los paracaídas fueron inventados para la guerra, o bien
para invadir secretamente una zona determinada, o bien para salvar la vida una vez
que el avión sufre una avería y está por caer. No es fácil imaginar a un rey tradicional
“cayendo” en paracaídas; sin embargo, el rey huidobriano está salvándose en la caída.
Un viaje en paracaídas implica siempre una acción urgente, una premura. Esta caída
del personaje Altazor ha sido identificada con la imagen misma del poeta o, en todo
caso, con la parte culminante de su empresa espiritual. Ello significa que el poeta
ha encarnado a un personaje para expresar una imagen total de cuanto ha realizado
hasta ese momento: la obra. Huidobro no pudo hallar una imagen más exacta para desarrollar
esta parte de su viaje.
Esencialmente
se lanza; pero, ¿de dónde? La imagen automática nos dice que, desde una nave aérea,
avión, aeroplano, helicóptero. Esto es lo que imaginamos, pero bien pudiera salar
desde el vacío, desde el cielo:
Altazor
¿por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué
ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
con
la espada en la mano?
¿Quién
sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como
el
adorno de un Dios? (…)
¿Por
qué un día de repente sentiste el terror de ser?
Lo
cual implicaría una terrible duda interior, y luego:
Se
rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor.
La
capacidad de soñar es interferida por la dura conciencia de la vida. Y aquí empieza
el viaje, uno de los viajes más sinuosos de la poesía escrita en castellano, en
un siglo que pregona la muerte de las religiones y las ideologías. Un fin de siglo
que es ahora un fin de milenio [3] en
el cual se anuncian catástrofes y apocalipsis, un siglo de incertidumbre, pleno
de preguntas que no podrían ser contestadas sino desde un ámbito cósmico, pues la
poesía no tiene la misión de responder a preguntas explícitas.
Tal
ámbito debe tener, pues, diversidad de formas; una diversidad que implica un azar.
Pero este es un azar objetivo, como quería André Breton, un azar que “lo conduce
al mundo mismo, a la historia” –como lo apunta Sucre– a la guerra, a una experiencia
extrema donde los valores se derrumban. Y ante esta caída (“no hay bien no hay
mal ni verdad ni orden ni belleza”) se opone, o bien una revolución social,
o la asunción de una aventura de cambios radicales en la que se ven involucrados
el poema y el poeta.
Hay
otros aspectos remarcados por Sucre: la dualidad excluyente entre magia y poesía,
o entre poesía y realidad; el reiterado juego del “como” con el objeto de ironizar
el empleo convencional del símil o la metáfora (Canto III) hasta el punto de colocar
tres etcéteras al final de este Canto para hacer ver cuán automático puede ser el
juego de la imaginación y cuan peligrosa la “poetización” de los vocablos, del valor
poético per se de ciertas palabras, o la fusión o sustitución fonética de ciertas
palabras para lograr cambios de sentido (Canto IV) a partir, por ejemplo, de la
palabra golondrina, o de nombres propios (Matías, Marcelo, Angélica, Gabriela;
hasta el propio Altazor y Vicente “antipoeta y mago”) para hacernos sentir ese vértigo
de la caída. O bien, se apodera de ciertas técnicas para lograr “un cataclismo de
la gramática” u otros órdenes basados en el juego, con el fin de ir permutando una
frase común (“Molino de viento”) para otorgarle otras connotaciones visuales, cognitivas.
En
adelante, intentaré observar estos y otros elementos utilizando un método de captación
similar al de Huidobro: el de vuelo rasante sobre las palabras, como si éstas fueran
seres vivos y de varias caras. No sería ocioso señalar, antes de iniciar este vuelo,
una característica: la discontinuidad del discurso. Sería difícil hacer una lectura
del poema en secuencias unitarias, ya que éste se halla asumido desde diferentes
personas poéticas, lo cual implicaría disparidades de entonación, y aún de contenido,
pues el poema fue escrito en diferentes épocas. Así, el texto puede ser captado
como un gran canto metafísico del fracaso, donde las contradicciones del ser ontológico
se convierten en un valor. Su primera visión de totalidad es fragmentada continuamente,
de tal modo que el lenguaje se convierte en una especie de instrumento que expresa
el movimiento vital de la aventura poética de Huidobro: su carácter azaroso, de
riesgo permanente.
Ensayo de vuelo sobre Altazor
En su Prefacio a Altazor
nos dice el poeta: “Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo;
nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor”–33 años es
la edad de la muerte de Cristo, máxima figura de la religión occidental. Nuestro
poeta “nace” a esa edad, descubre el universo y quiere ser a la poesía lo que Cristo
a la religión. La religiosidad ínsita de la poesía, la metáfora y la imagen van
en dirección de entender el mundo. Los “aeroplanos del calor” nos sitúan en el trópico
y desde aquí se abre este viaje: “Una tarde cogí a mi paracaídas y dije: Entre una
estrella y dos golondrinas. He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo
que cae.”
Todo
el Prefacio es el preparativo del viaje, un lanzarse a diversas atmósferas: suspiros,
estrellas, planetas, de cosas impalpables donde cada situación daría origen a una
suerte de especulación metafísica acerca de un sueño, de un suspiro, de un Dios
con muchas caras, de un poeta proteico que sabe y no sabe, que afirma y niega, que
se contradice porque ello es preciso, porque “la vida es un viaje en paracaídas
y no lo que tú quieres creer”. Una fuga interminable, quizá. En el Prefacio
está dibujada esta variedad de fines, este concierto de los sentidos se asume en
su estructura como un gran poema polifónico en Cantos perfectamente guiados a causar
efectos estéticos, filosóficos, cuyas implicaciones socio-históricas son hoy uno
de los mayores retos para la crítica especializada.
Canto I. La caída sin vértigo
Podría decirse que el Canto
I de Altazor es el de los contrastes, donde lo heterogéneo posee un valor.
Escrito con la técnica del collage –uno de los procedimientos del Cubismo– aquí
el juego convive con el amor, la imaginación con el desamor, el escepticismo con
la pasión y la filosofía con el desdén hacia las cosas. En pocos momentos de la
poesía moderna hay tal flujo de imágenes y de metáforas que intentan acogerse a
una especie de sentido de lo innombrable, como si de la carencia pudiese construirse
el esplendor. En verdad, este Canto vendría a expresa el destino humano disuelto
en imágenes, el tiempo en el espacio. Cualquier intento de trascendencia religiosa
se torna juego: “La palabra electrizada de sangre y corazón / Es el gran paracaídas
y pararrayos de Dios”. Habitante o Pasajero de su destino –como se titula uno de
sus poemas– el poeta, sin embargo, tiene la voluntad de ser también el habitante
de su destino hace una pausa para abrir “la mano de su espíritu”, el canto del canario
y el pulso del mundo, donde “la tierra acaba de alumbrar un árbol.”
Canto II. El eterno femenino
La intensidad del lenguaje de Huidobro se mantiene casi la misma a lo largo del discurso, y por lo tanto es poco procedente citar versos o fragmentos más “importantes” o “bellos”, dada la organicidad del tono en el gran diapasón expresivo. En este Canto el núcleo es la Mujer –el Eterno Femenino– punto de partida para fundar la poética creacionista en el complemento sensorial de lo humano, de lo masculino en su diálogo con lo femenino:
Sin
embargo te advierto que estamos cosidos
A
la misma estrella.
Estamos
cosidos por la misma música tendida
De
uno a otro (…)
Y
son los ojos de la mujer la clave de este Canto. Mientras los observa, el poeta
es observado por los ojos de la mujer; la mirada dirige su convergencia a un centro
ocular que se revela a cada paso. Unos pocos ejemplos son elocuentes:
Mujer
al mundo está amueblado por tus ojos
(…)
Sólo
viven tus ojos en el mundo
(…)
Con
tus ojos que evocan un piano de olores
(…)
Mi
alegría es mirarte cuando escuchas
(…)
Nacida
en todos los sitios donde pongo los ojos
(…)
Y
esos párpados donde vienen a vararse las centellas del éter
(…)
O
en este fragmento donde leemos:
Mi
gloria está en tus ojos
Vestida
del lujo de tus ojos y de tu brillo interno
Estoy
sentado en el rincón más sensible de tu mirada
Bajo
el silencio estático de inmóviles pestañas
Viene
saliendo un augurio del fondo de tus ojos
Y
un viento de océano ondula tus pupilas
Pero
quizá todo éste complot ocular no es sino otro de los rasgos de esa fiesta de los
sentidos donde se impone una percepción sensorial de olores, tacto, sabores y música,
e favor de la mujer:
Si
tú murieras
Las
estrellas a pesar de su lámpara encendida
Perderían
el camino
¿Qué
sería del universo?
En
esta concepción de la mujer como totalidad confluye el poder de la mirada, es decir,
del actuante que se extasía con lo bello, observa con serenidad la totalidad de
lo hermoso, su parte sublime, tal lo expresa el artista prerrafaelista Sir Edward
Burne-Jones en su pintura King Copethua and the Beggar Maid (1884) donde
un rey contempla extasiado la mirada de una doncella humilde, cuyos ojos parecen
reflejar toda la dulzura y la melancolía. Tuve ocasión de mirar esta obra en la
Tate Gallery de Londres, y de traerme una copia que aún me acompaña.
Asimismo, el rey Altazor se prosterna
ante la mirada insondable de la mujer total. Para mí, el rey Cophetua de Burne-Jones,
ataviado con una hermosa armadura negra, sosteniendo humildemente su corona entre
las piernas, es una de las imágenes que podrían haberse metamorfoseado en este Altazor
Rey de Huidobro del Canto II.
Canto III. La palabra busca a la palabra
Este Canto está unificado en
torno a la palabra como leit motiv, e incluso podría ser tomado en su totalidad
como una suerte de Arte Poética. Digo “una suerte” porque esta meditación funciona
como un Arte poética al revés, ya que es una meditación sobre lo que debe ser
la poesía, realizada a través de una operación de símiles. Aquí el como,
la semejanza, debe producirse por medio de sutiles analogías, por una sucesión
de comparaciones que a su vez indican la posibilidad gracias a la cual cada palabra
podría multiplicarse en la imaginación sensible. A manera de preámbulo a esta ilación
de “comos” tenemos los versos del Canto acoplados en pares –exactamente 20 pares,
lo cual no es casual–: dualidad, bipolaridad, anverso y reverso, luz y sombra o
cualquier otra combinación binaria podría llevarse a cabo, incluso de índole metafísico,
numerológico o filosófico. Estos pares de versos breves traen consigo la idea de
la ruptura, de librarse de ataduras, amarras.
Para
que duerma el día cansado como avión
Y
el árbol se posará sobre la fórmula
Mientras
las nubes se hacen roca
Con
este verso último finaliza la forma binaria. Luego sigue un “terceto”, después de
un “septeto” y entonces:
Matemos
al poeta que nos tiene saturados
Esta
ironía hacia la saturación que nos produce el poeta tradicional, y contra la convención
almibarada de un mundo poético por se reitera en varios momentos:
Demasiada
poesía
(…)
Basta
Señora poesía
(…)
Basta
señora arpa de las bellas imágenes
De
los furtivos comos iluminados
Otra
cosa otra cosa buscamos
Sigue
aquí una cadena de símiles, encabalgados sobre sí mismos, que intentan conducirnos
a una suerte de exasperación, hacia un estado donde se produzca “el entierro de
la poesía” o se produzca el “cataclismo de la gramática” donde “una bella locura
en la vida de la palabra” nos vaya despejando el camino hacia una especie de desnudez
lingüística; allí la palabra querría sufrir un desasimiento, ser “pura”
Total
desprendimiento al fin de voz de carne
Eco
de luz que sangra aire sobre el aire
Después
nada nada
Rumor
aliento de frase sin palabra
Esta
liberación, esta ruptura con todas las funciones externas de la poesía, examina
y pone al día una de las voluntades del arte moderno: la utopía del lenguaje. Esto
es, el lenguaje encarna en una tierra que está más allá de la palabra pero no puede
desasirse de ésta; se halla presa en los vocablos y en la página, y sin embargo
puede sugerirnos un universo de posibilidades humanas.
Esta
paradoja del lenguaje, del cansancio verbal, genera su crítica y el antídoto de
esa crítica, para contener en si misma el valor de un Ars Poética: “Que el
verso sea como una llave / Que abra mil puertas / Una hoja cae, algo pasa volando:
/ Y el alma del oyente quede temblando. / Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
/ El adjetivo, cuando no da vida, mata (…) Por qué cantas la rosa, oh Poetas! /
Hacedla florecer en el poema; / Sólo para vosotros / Viven todas las cosas bajo
el sol. / El poeta es un pequeño dios” (Arte Poética)
Canto IV. No hay tiempo que perder
En Huidobro no hay nunca desplazamientos
homogéneos de la estructura verbal: todo en él es diversidad y libertad. Los Cantos
de Altazor pueden obedecer a un principio poético o a una estructura previa de desenvolvimiento,
pero los planos de estructura son flexibles en su desarrollo. En el Canto IV ello
puede percibirse más que en ningún otro Canto del poema.
El
núcleo temático del Canto es el tiempo. “No hay tiempo qué perder”, comienza el
poeta, y parece tener delante de sí un paisaje marino que vuelve a imponerle la
presencia de lo visible: entonces, vuelve el ojo a desafiar al Yo del poeta:
El
mar quiere vencer
Y
por lo tanto no hay tiempo que perder
Entonces
Ah
entonces
Más
allá del último horizonte
Se
verá lo que hay que ver
Por
eso hay que cuidar el ojo precioso regalo del cerebro
El
ojo, los ojos, inician una azarosa alianza con el mundo, una combustión donde puede
metamorfosearse cualquier elemento: un barco sigue su travesía hacia el polo, hacia
el ojo o hacia el gesto. Periscopios o párpados: todo adminículo humano o tecnológico
sirve aquí para atravesarla densa madeja del tiempo.
Pudiéramos
decir que en el Canto IV se produce un contrapunto entre el azaroso transcurso del
tiempo y la contemplación de este fenómeno. El hombre, testigo planetario, observa
su propia caída desde una atalaya marina:
Como
la letra que cae al medio del ojo
(…)
En
la lejanía del cielo besada por los ojos
En
medio de la vastedad marina, sale a la vista del poeta una imagen aérea: la golondrina.
Un símbolo que trasmutará –a través de un ejercicio fónico– en las más diversas
formas: en el viento puede galopar, hacerse parábola o día, brisa, niña, risa, lira.
Pero ya sabemos:
No
hay tiempo que perder
El
buque tiene los días contados
Y
la noche o la selva, como presencias o como alegorías, aguardan los momentos de
ese viaje rápido, de esa prisa que sólo servirá para detenerse –con suficiente tiempo–
en lo fundamental.
Se
produce aquí un cambio de tono en el Canto, introducido gracias a la técnica del
collage, de los nombres propios que “yacen” con Altazor (“Azor fulminado por la
altura” y con “Vicente anti-poeta y mago”) para cerrar el fragmento, e iniciar otros
donde los elementos aéreos comienzan la nueva fiesta: meteoro, aviador, aeronáutica,
estrellas errantes, planetas, pájaros, mariposas; es decir una “emboscada nocturna
de los astros”, y de nuevo el esplendor en la caída, donde “la eternidad quiere
vencer y el pájaro tralalí canta en las ramas de mi cerebro”. Nada, ni siquiera
la eternidad, puede ganar la partida al implacable tiempo.
Canto V. La búsqueda de la Flor Alquímica
Este Canto es el más extenso
del poema después del Canto I, y es quizá también el más complejo. A primera vista
el impulso cósmico, unido a cierto anhelo místico, domina la búsqueda alegórica
central del Canto. La búsqueda de la flor, una alegoría de la perfección y la Unidad,
pues
Ningún
navegante ha encontrado la rosa de los mares
Pero
Yo
sé dónde se esconde la flor que nace del sexo de las sirenas
Hasta
que
Entonces
vi la rosa que se esconde
Y
que nadie ha encontrado cara a cara
Y
alimentamos los milagros de la soledad
Con
nuestra propia carne
Entonces
en el cementerio sellado
Y
hermoso como un eclipse
La
rosa rompe sus lazos y florece al reverso de la muerte
(…)
Esto
es, una poética donde
Todo
es variable en el mirar sencillo
Es
en este Canto el Molino de Viento juega con la percepción del lector a través de
190 variantes sucesivas. Más adelante continúan otros ludismos fónicos, donde los
sustantivos pueden ocupar el lugar de los verbos (“la noche se cama a descansar
/ la luna que almohada al cielo”) o vuelve el mar a ocupar un sitio importante en
la lengua huidobriana: el mar es vocablo, es concepto, es imagen que polariza los
desplazamientos aéreos en este vuelo donde el Rey Altazor tiene dominios claros:
es el azul líquido que domina el planeta. La cigüeña o el Martín Pescador viven
allí, pero también el arco iris y el pirata divisados por el ojo, y también el secreto
último, el tesoro: “Y la flor montada como un reloj / Con el engranaje perfecto
de sus pétalos”, con un paisaje de fondo donde “el cielo está esperando un
aeroplano”
En
ningún otro Canto aparece la idea tan reiterada de Altazor afirmarse como Rey, de
buscar en el mar y el viento, en el cielo y la tierra, la fuerzas que le ayuden
primero a atenuar, y luego a reconciliarse con la idea de la muerte. El molino del
Ser gira sin detenerse, y el poeta busca una respuesta en el símbolo de la Flor.
Bajo la Tierra o debajo del Mar están los muertos que le hablan.
Canto VI. La gema de más allá
Los dos últimos Cantos de Altazor
son los más escuetos del libro, tanto en forma como en extensión. El proyecto
del poema parece haber contemplado una reducción en cuanto a vocablos, desde la
prosa del Prefacio, el abigarramiento metafórico de las primeras partes, el esplendor
verbal o la explosión de imágenes en estado genésico, hasta estos dos últimos Cantos
de respiración entrecortada, la cual se va encabalgando con extremo ceñimiento para
ir en busca de una suerte de gema, de joya cristalina, nácar o perla donde quizá
se concentre otro símbolo alquimista. Si la Rosa es símbolo místico, la Joya pertenece
a un universo más palpable, menos efímero (“A diamond is forever”). Se trata de
un símbolo cristalino (lágrima, lámpara o bujía del ojo) que atrapa con su magnetismo,
con su magia (Ala ola ole ala Aladino) en cualquier ámbito conocido: en el mar (miramares),
en el aire (la seda cristal nube), en la oscuridad (Va viajando Nudo Noche Me daría
cristaleras), en el cielo (Señor cielo cristal cielo), en el viaje o en la muerte.
Tal
cristal podría indicar también la trascendencia en la muerte como un estado superior.
Para Huidobro, que duró más de veinte años trabajando en el poema, el transcurso
de su viaje podría resumirse en la búsqueda de un erial, y los vericuetos del viaje
bien valieron la pena, para al fin conocer la verdad. Estamos casi al final del
viaje, y la aventura tuvo su recompensa: hallar la diafanidad de la vida en la muerte
(no olvidemos la lápida del poeta: “Al fondo de la tumba se ve el mar”) y al final
quizá sólo quedarán los sonidos para recomponer las imágenes de la trascendencia,
sin ser expresamente trascendentalistas.
Canto
VII. Los sonidos puros
En este Canto la voz poética
se fragmenta en los puros sonidos, en fonemas espaciados o en bloque van tejiendo
una canción abstracta (a este punto recuerdo los experimentos en la música concreta
y electrónica, desde Arnold Schoënberg y Alban Berg hasta los músicos del concretismo
percusivo, o la música aleatoria de John Cage), un texto que tiene el objeto de
ir hilando una melodía: el sonido por el sonido, el canto primigenio y postrero,
la música de las sílabas que va desmembrándose hasta producir los sonidos primarios,
las vocales : a, i, o. Por cierto, en el Canto IV advertimos una correspondencia
de ese juego sonoro con las notas musicales, donde se intenta descomponer la imagen
estática del ruiseñor, con el fragmento que sigue (hemos destacado las notas en
mayúsculas):
Pero
el cielo prefiere el roDOñol
Su
niño querido el roREñol
Su
flor de alegría el roMIñol
Su
piel de lágrima el roFAñol
El
roLAñol
El
roSIñol
El
último verso de Altazor es Ai a i aí a i i i i o ia, esto es, el Alfa que
es el comienzo de todo y no tiene fin: la misma Alfa que concluye y no concluye,
es ella misma el Omega y el sonido fundador.
Existe
otra interpretación para este último Canto, y es aquella que se refiere a la destrucción
del lenguaje, a su ruptura y desarticulación, como lo sostiene George Yúdice [4] cuando habla del “lenguaje antipoético
y autorreferencial del último Canto, lenguaje nuevo nacido de las cenizas del lenguaje
destruido”. Y va más allá cuando dice que “el contexto de la literatura de ruptura
no deja de tener significancia para la lectura de la obra; en efecto, Altazor pretende
resumir toda esa literatura y superarla llevando el proceso de ruptura a su máxima
conclusión”.
Coincidimos
en parte con Yúdice cuando al principio de estas notas afirmábamos que una lectura
de Altazor podría hacerse bajo la óptica de un campo metafísico del fracaso,
un fracaso que implica a la vez su contraparte: el triunfo de la creación. Esta
caída lenta, que involucra necesariamente un conocimiento, cobra un brillo de cierto
esplendor. En este sentido el libro de Huidobro podría emparentarse a la obra de
Apollinaire, de Tristán Tzara y de los vanguardistas que trabajaron en la idea de
cierto nihilismo, de una actitud agónica que atenta contra la forma tradicional
de mirar a la poesía y al poeta, lo cual se venía anunciado desde el Canto I:
Poesía
Demasiada
poesía
Desde
el arco iris hasta el culo pianista de la vecina
Basta
señora bambina (…)
En
el trasfondo de esta actitud nihilista hay un juego, un ingrediente humorístico
que sugiere la risa como un producto del desdoblamiento, de un sujeto que cae y
observa su caída: va hacia su destrucción, pero la reconstruye y crea a través del
lenguaje.
Coda
Este vuelo rasante sobre Altazor
sólo tendría el objeto de subrayar algunas constantes e ideas centrales de una
lectura muy personal. No se trata de un análisis (un término tomado de las ciencias
exactas imposible de ser aplicado a una disciplina humanística), ni siquiera de
una teoría. Haría falta, en todo caso, un acercamiento que realizara la concatenación
de los siete cantos de Altazor a través de ejes comunes de conceptualización.
Cualesquiera que fuesen estas teorías o acercamientos podrían tener en cuenta, creo,
algunos de los aspectos antes señalados, aunque sólo fuese para actuar como métodos
de antagonismo crítico.
Breve collage biográfico
Huidobro nace el 10 de enero de 1893 en Santiago de Chile. Sus padres fueron Vicente García Huidobro y María Luisa Fernández Bascuñán. Ambas familias, la paterna y la materna, pertenecían a la aristocracia chilena, ligada a seculares apellidos productores y propietarios de viñedos, y de alto rango político-social. Así, la infancia y adolescencia de Vicente transcurren en colegios especiales de jesuitas; en la familia existe un ambiente de cultura, artes, literatura. El joven Huidobro tiene acceso a buenas bibliotecas, a libros en diferentes idiomas, revistas y publicaciones de varias partes del mundo.
Comenzando
el siglo XX, Chile ingresa a éste en medio de problemas de toda índole, los cuales
van a incidir decididamente en la vida social y artística del país. Mientras los
problemas nacionales recrudecen, surgen como reacción a éstos las tendencias revolucionarias
y democráticas, los partidos políticos progresistas, de tinte socialista o comunista.
En
el terreno del pensamiento estético surgen también movimientos de avanzada, y muchos
historiadores –entre ellos José Vicente Vicuña– señalan un período literario conocido
con el nombre de Florecimiento en el fango, que va desde los años 1884 hasta
1920, donde a su juicio “surgen de pronto generaciones se seres pensantes, de pensamiento
original y profundo.” Entre estos hombres se cuentan los hermanos Luis, Jorge y
Juan Enrique Lagaguirre y Paulino Alfonso. Luego, en la llamada Generación del 900,
son ya señalados Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro.
Una
antología poética de esos años, Selva lírica (1917) realizada por Juan Agustín
Araya, se asume como una obra con rasgos de originalidad, que reacciona contra
las tendencias anquilosadas de la versificación mecánica, en donde se deslindan
con valentía las nuevas voces de la poesía chilena. Parte de la iconoclastia derivada
de Selva lírica impresionó a Huidobro, quien pronto se identifica con movimientos
socialistas y antifascistas, agregándoles un ingrediente de desplante, de cierto
esnobismo petulante, lapidario, que va a seguir cultivando a lo largo de su posición
estética, el cual se advierte claramente en las crónicas y comentarios de su libro
Pasando y pasando (1914). De aquí en adelante, Huidobro no abandonará su
personalidad egocéntrica que apuntaba –más que a un superficial artificio exhibicionista–
a un hedonismo a través del cual realizaba la crítica del pasado literario “sufriente”
o demasiado lírico. Comienza a ejercer también las apuestas personalistas –propias
de su edad por demás– de pluralidad social e ideológica o contra-oligárquicas, merced
a las cuales expresa todo un proceso crítico a los cánones sociales, en franca disidencia
con el adormecimiento intelectual de la época, yendo contra cualquier dogma religioso,
moral o familiar que entrabe la percepción del mundo. Se inicia asimismo un proceso
que se afincará más en el orbe estético que en los procesos de orden político o
económico.
Esta
voluntad de renovación a ultranza sería la raíz de su Teoría del Creacionismo, gracias
a la cual esperaba identificarse con una visión cósmica, total y clara del mundo,
en franca pugna con las tendencias del autoctonismo o el apego a los contenidos
telúricos, o ideológicos.
Accediendo
a un plano más anecdótico o biográfico, vemos a Huidobro viviendo parte de su infancia
en París, con sus padres, o estudiando en el Colegio Jesuita de San Ignacio, en
Chile; enamorándose a los trece años, a los veinte publicando su primer libro (Ecos
del alma), a los veintiuno dirigiendo una revista literaria (Musa Joven)
y a los veintidós casándose con una muchacha de la aristocracia (Manuela Portales
Bello). En esta época d efervescencia publica su segundo libro (La gruta del
silencio) y sus primeros artículos polémicos en la revista “Azul” [5] que él mismo ha fundado, donde se nota
el posterior tono de sus manifiestos creacionistas (Non Serviam). En 1916
Huidobro viaja a Europa pasando por Buenos Aires, visita Francia y España, [6] donde impresiona al público y se le espera
como a un “meteoro fabuloso” (según Gerardo Diego). En 1917 conoce a Jean Arp y
a Tristán Tzara, y publica en revistas parisinas al lado de Apollinaire, Juan Gris,
Pablo Picasso, Jacques Lipchitz, [7]
funda la revista Nord-Sud con Pierre Reverdy. De ahí regresa a España y se pone
en contacto con Gerardo Diego, Juan Larrea, Guillomo de Torre, y Rafael Cansinos-Assens.
Publica el Primer Manifiesto Ultraísta (1919). Según el propio Huidobro, Altazor
se halla “borroneado desde 1919”, año en que el poeta se plantea el proyecto
del poema total, lo cual justificó ediciones en Chile en ocasión de los 60 años
del poema 17.
De
aquí en adelante comienza su vuelo ascendente, sus viajes sucesivos a Chile, Madrid,
Paris, y ejerce una intensa actividad intelectual, entreverada de nuevos manifiestos,
conferencias, polémicas y rupturas (con Pierre Reverdy, con Gómez Carrillo), funda
en Madrid la revista Creación (1921) que continuará en París, ahora toda
en francés (Création), hasta 1924. Dos de las piezas teóricas fundamentales
de estos años son un “panfleto contra el colonialismo inglés”, Finis Britannia
(1923) –que le valió cárcel por tres días– y el texto La poesía (1921),
el cual sirve de prólogo a uno de sus libros (Temblor de cielo), sin duda
alguna uno de sus más firmes alegatos, que puede leerse si la coerción expresa de
los Manifiestos.
A
Chile regresa por segunda vez en 1925, y al año siguiente publica en Santiago Vientos
contrarios (1926), colección de apuntes biográficos, ensayos y aforismos. Entre
1927 y 1933 regresa por tercera vez a Chile, viaja a Estados Unidos, Paris, Madrid,
y publica la novela Mío Cid Campeador (1929), los poemarios Temblor de
cielo (1928), Altazor, (1931), y el Manifiesto Total (1932). En
1936 estalla la Guerra Civil Española. Huidobro se une a la causa Republicana y
empieza a escribir artículos anti-fascistas. (Valencia, 1937).
Vuelve a Chile a participar
de las luchas políticas de su país y de nuevas polémicas; funda revistas y continúa
publicando. En 1941 se marcha a la Segunda Guerra Mundial como corresponsal de un
periódico uruguayo, y toma parte en la caía de la Batalla de Berlín (1941). Contrae
matrimonio con la compañera de toda su vida, Raquel Senoret, en 1945, en un rito
no-católico efectuado en una capilla europea. El 2 de enero de 1948 muere Huidobro
de un derrame cerebral en una hacienda cercana a Valparaíso. En su lápida se lee:
Abrid
la tumba
al
fondo
de
esta tumba
se
ve el mar
Estaba
por cumplir los 55 años. En enero de 1993, el año de escribir el presente prólogo
a su obra, Huidobro tendría cien. El domingo 10 de enero de este mismo año [8] se celebró una fiesta en el Balneario
Popular de Cartagena, situado a 115 kilómetros del suroeste de Santiago, en una
zona llamada Litoral de los Poetas, una costa donde existen varios balnearios situados
entre Cartagena e Isla Negra, y está ubicada también la casa y la tumba de Pablo
Neruda. Ambos poetas vuelven a encontrarse en su propia tierra y en su propio mar.
Años después la vida me brindaría la oportunidad de visitar estos lugares maravillosos
donde yacen y nacen los espíritus de estos poetas, y de rendir un tributo de efusión
a estos grandes hacedores de palabra y pensamiento.
Dos fines de siglo se juntan: los poetas fingen que han muerto
Se ha dicho que la mejor biografía de un poeta es su propia obra, en el sentido de que la visión de mundo obtenida por el poeta sobrepasa los apremios circunstanciales del individuo, para acercarse a los de una comunión social. Y por ello Huidobro nos dice: “La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra recién nacida. Ella se desarrolla en el alba primera del mundo. Su precisión no consiste en denominar las cosas, sino en no alejarse del alba (…) La poesía es el lenguaje de la Creación. Por eso sólo los que llevan el recuerdo de aquel tiempo, sólo los que no han olvidado los vagidos del parto universal ni los acentos del mundo en su formación, son poetas (…) El poeta representa el drama angustioso que se realiza entre el mundo y el cerebro humano, entre el mundo y su representación. El que no haya sentido el drama que se juega entre la cosa y la palabra, no podrá comprenderme.” (La poesía).
Esta
comunión dramática entre el hombre y el mundo puede tomar varios nombres o trasmutar
entre sí como una fiesta de vocablos, como una suerte de sensibilidad que atraviesa
el tiempo; lo cierto es que el poeta, en su papel de artista, de forjador de ideas
y sensaciones, debe expresar mediante un lenguaje elaborado –y despojado a su vez–
esa comunión a través de su palabra. En este sentido, el poeta es la voz de todos;
se ha desasido de las limitaciones del individuo y ha ingresado en otro lenguaje,
para pertenecerle a una tradición que no está solamente en el tiempo histórico-lineal,
sino en las extramuros de la conciencia antropológica, en el inconsciente colectivo,
en los meandros ocultos del ser.
En
otro sentido, la persona poética pudiera ser el ente de las máscaras por excelencia,
que puede proteizar su rostro u ocultarse detrás de una nueva cara para hablarnos
con varias voces. Tanto la individualidad como la personalidad poética son ilusorias,
hasta un punto en que pueden extrapolar los valores de la realidad.
Un
escritor será siempre un visionario, alguien que puede ver más allá de la costra
del tiempo; puede elevarse, como lo hizo Huidobro, por encima del espacio físico
para volar sobre los seres y las cosas del mundo, y luego descender a la esencia
de ellos. Lentamente lo hace, con el esplendor del lenguaje que lleva guardado en
el pecho y la cabeza.
Pero
los poetas son hombres mortales, o más bien “fingen que han muerto”, como dijo alguna
vez Henri Michaux, con un peculiar humor. Nacen en una fecha que no han escogido,
pero viven o intentan vivir en varias dimensiones paralelas. Después mueren, y sus
muertes suelen crecer y despertarlos en próximos siglos. Como fue y seguirá siendo
el caso de Vicente Huidobro.
NOTAS
1. Un estudio claro y detallado de los aspectos de
la teoría creacionista los lleva a cabo Luis Navarrete Orta en su libro Poesía
y poética en Vicente Huidobro, Caracas, Universidad Central de Venezuela, Fondo
Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación, 1988, 215 págs. Navarrete Orta
es además responsable del bien cuidado volumen antológico de Huidobro Obra selecta,
Selección, prólogo, notas, cronología y bibliografía Luis Navarrete Orta, Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1989, 642 págs.
2. Ítalo Calvino, Seis propuestas para el próximo
milenio, capítulo “Visibilidad”, pág. 106, Madrid, Ediciones Siruela, 1989,
140 págs.
3. La primera versión de este prólogo fue escrita
en 1993. De ahí la referencia al fin del milenio.
4. George Yúdice, Vicente Huidobro y la motivación
del lenguaje, Editorial Galerna, Buenos Aires, Argentina, 1978, págs. 184-186.
5. El título de esta revista proviene de la admiración
de Huidobro hacia Rubén Darío; admiración que profesaba desde su adolescencia. Escribe
el joven Huidobro: “Por eso cuando supe que iba a ver a Rubén Darío, que iba a mirarle
de cerca, apenas lo podía creer. Me parecía que ese ser no podía existir, y que
si existía viviría en otra región más alta, por encima de las nubes, y no bajaría
nunca hasta nosotros.”, citado por Jorge Schwartz en su trabajo “Vicente Huidobro
o la Cosmópolis textualizada”. Dice Schwartz: “Son notorias las influencias de Darío
sobre Huidobro y la admiración de éste por aquel. Esta influencia se manifiesta
no sólo a través de la temática que aquel incorpora en su poesía inicial, sino en
el respeto que siente por el maestro nicaragüense. Como se sabe, Darío había publicado
su primer libro Azul (1888) en Valparaíso (…) Huidobro tiene 19 años cuando
describe esta visión celestial de Darío y no sabe aún el papel que le correspondería
en las letras hispanoamericanas, en relación a los movimientos de vanguardia, sería
análogo al de Darío en el Modernismo”. En: Eco, Revista de la Cultura de Occidente,
Bogotá, Colombia, agosto de 1978.
6. Este paso de Huidobro por París y Madrid tiene
consecuencias de una verdadera data d fundación para la vanguardia en nuestro idioma,
y es descrita por Octavio Paz en los siguientes términos: “Pero la alternativa extrema
fue la aparición de un nuevo cosmopolitismo, ya no emparentado con el simbolismo,
sino con la vanguardia francesa de Apollinaire y Reverdy. Como en 1885, el iniciador
fue un hispanoamericano: a fines de 1916, el joven poeta chileno Vicente Huidobro
llega a París y poco después, en 1918 y en Madrid, publica Ecuatorial y Poemas
árticos. Con esos libros comienza la vanguardia en castellano.” En. Octavio
Paz, Los hijos del limo, Seix Barral, 1974, p.184.
7. Gris, Picasso y Lipchitz serían los artistas plásticos
que más influirían en el universo afectivo e intelectual de Huidobro, quien escribió
buena parte de sus libros en francés, su segunda lengua. Poemas árticos está
dedicado a Lipchitz; Ecuatorial a Pablo Picasso. A su vez Picasso realizó
retratos de Huidobro para Saisons Choisies (1921) y Altazor o El viaje
en paracaídas. Juan Gris ilustra Horizón carré (1917) en París. Otros
artistas como Robert Delaunay, Hans Arp y Joseph Sima ilustraron libros o poemas
suyos en Francia.
8. Huidobro, Vicente, Altazor o el viaje en paracaídas, Prólogo de Gabriel Jiménez Emán, Monte Ávila Editores, Colección Altazor, Caracas, 1994. El Prólogo original ha sufrido numerosas enmiendas y correcciones y cambiado de título, cuyo resultado es el texto presente.
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 164 | janeiro de 2021
Artista convidado: Cal Schenkel (Estados Unidos, 1947)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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maravilloso ensayo y todavia ese mirar o viajar en paracaidas nos revitaliza o niega en el juego ef[imero del vivir. Vicente poeta orejas calientes me abre las pieles.
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