Hay escritores que se ponen en boga a pesar de sí mismos. Invaden un momento determinado, se imponen y no hay cómo evitarlos. Son comentados y a menudo leídos superficialmente, llevados por un forzado sentimiento de actualidad. Lo que ocurrió con Emile Cioran en los años 80 del siglo XX fue quizá un poco lo que ocurrió con Nietzsche a principios del mismo siglo, o con Georg Christoph Lichtenberg o Jules Renard en su época, que escribieron diarios y aforismos con una dedicación particularmente intensa. De modo que si alguien se dedica a leer todo Cioran de un solo jalón probablemente se convierta en un pequeño Cioran, tal es la influencia que puede ejercer, sobre todo si eres joven o te encuentras sumergido en una pugna generacional, dilema religioso o controversia estética. Cioran puede servir para demoler la filosofía tradicional, para enfrentar a los cientistas de la literatura o a los lingüistas, para convertirse en un rebelde escéptico incurable, e incluso para burlarte de ti mismo cuando llegue el caso, lo cual puede resultar algo saludable si te entregas a su guía.
No hay manera de leer Silogismos de la amargura o el Breviario de podredumbre y permanecer indiferente; libros que se inscriben en la tradición de grandes pesimistas como Montaigne, Sartre, Kafka, Kierkegaard, Nietzsche o Camus, quienes de algún modo realizan una crítica permanente del estatus filosófico tradicional, de la noción de progreso y del positivismo occidentales.
Nace Cioran en 1911 en Rasinari, Rumania (donde cumple la secundaria en Sibiu y estudia filosofía en Bucarest), luego radica en París desde 1937 hasta su muerte, en 1995. Se resiste a cursar estudios formales en La Sorbona, a donde asiste solamente a los cursos de inglés, y el resto del tiempo se ocupa de recorrer Francia en bicicleta, a leer y escribir sin publicar. No es sino hasta 1949 que decide entregar a publicación Breviario de podredumbre, su primer libro escrito en francés, el cual obtiene verdadera resonancia en Francia. Su obra comienza a ser objeto de controversia y su presencia motivo de culto por buena parte de la intelectualidad europea; sus obras comienzan a traducirse al francés y Cioran cambia su lengua original rumana por el idioma galo.
El solo título Breviario de podredumbre anuncia ya las que serán sus líneas maestras: laconismo y contundencia en la expresión; la naturaleza transitoria de la existencia; el carácter fugaz, falible, del existir y la inexorable marcha del cuerpo a la descomposición; esta vez no solamente física, sino también moral o espiritual. El resto de su meditación sobre el hombre, vertida en libros como La tentación de existir, Del inconveniente de haber nacido o Desgarradura también gravitan sobre temas similares: la derrota esencial del ser, la existencia acechada por innúmeros convencionalismos familiares o religiosos, prejuicios filosóficos y culturales, estereotipos sociales y vicios arraigados en la conciencia, así como los numerosos lugares comunes que suele aceptar la estética formalista de Europa, en una crítica que se lleva a cabo con las herramientas más punzantes del pensamiento, a saber: una implacable ironía y una meditación demoledora acerca de cualquier simplificación del conocimiento, atreviéndose en todo momento a jugarse el todo por el todo para ir al encuentro de su propia personalidad filosófica, y su posición imperturbable acerca del lugar del hombre en el mundo.
Es posible que Cioran sea uno de esos filósofos aguafiestas, incómodos, que siempre están operando al margen de los acontecimientos grandiosos y de los sistemas seculares de pensamiento, cuestionando los dogmas y los pareceres convencionales. Mucha tinta ha corrido para intentar develar críticamente su pensamiento, a la par de las numerosas conversaciones y entrevistas que ha concedido, y que conforman una parte sustancial de su obra, pues él le otorga a la conversación un valor sustantivo; todo ello ha contribuido a confirmar sus aportes al pensamiento del siglo XX.
No hago en este escrito referencia a sus obras principales. Apenas deseo reseñar la revelación que ha sido para mí encontrarme con un libro suyo de ensayos donde aborda varios autores de su tiempo, algunos de ellos amigos suyos, recogidos bajo el título de Ensayo sobre el pensamiento reaccionario y otros textos(Montesinos, Barcelona, España, 2000, Traducción de Rafael Panizo). El impacto que este libro ha causado en mí ha sido tan fuerte, que me atrevo a considerarlo uno de los libros capitales del ensayo en nuestro tiempo (entendiendo aquí como “nuestro tiempo” al siglo XX, pues el XXI aún no existe para mi, culturalmente hablando), y lo sitúo, en personal y arbitraria apreciación, al lado de libros tan dispares como Estructura de la lírica moderna de Hugo Friedrich, El alma romántica y el sueño, de Albert Beguin; Discusión, de Jorge Luis Borges; Viaje al amanecer de Mariano Picón Salas; El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino; Fundadores de la poesía hispanoamericana, de Saul Yurkievich; El ocultismo y la creación poética de Eduardo Azcuy; La máscara, la transparencia, de Guillermo Sucre; Genios, de Harold Bloom; La tumba sin sosiego, de Cyrill Connolly; los Diarios, de Jules Renard o los Aforismos de Lichtenberg.
Evidentemente, Cioran no se ha propuesto escribir un libro capital ni mucho menos (se trata de una compilación), pero en sus juicios y consideraciones me han sido reveladas algunas claves, no sólo para entender mejor la personalidad intelectual o vital de Cioran o de los autores que aborda, sino también para entender mejor el espíritu que mueve a la literatura cuando se la entiende como a un fenómeno central en la vida de un escritor, a través de una mirada muy suya, que no hace concesiones a los estereotipos al uso, ni a la crítica literaria profesional. Cioran emplea aquí toda su capacidad escrutadora para convertirse en un verdadero escritor. Subrayo escritor por encima de filósofo colocándolo, por qué no, en una dimensión poética del hecho interpretativo (con la cual él quizá estaría en desacuerdo), pero yo insisto en señalar en él a una poética renovadora, que se cumple dentro de un espíritu desenfadado, libre cualquier atadura.
Más allá de la óptica muy personal que Cioran posee en estos ensayos sobre los escritores que trata, se detectan posiciones precisas suyas sobre la poesía, la existencia, la literatura, la vejez o el tiempo. Cuando se refiere a Paul Valéry, comienza diciendo que el poeta francés cometió la imprudencia de dar demasiadas precisiones, tanto sobre sí mismo como de su obra, “en lugar de dejar para los demás el trabajo de descubrirlo”. Ahí ya nos revela su primera observación crítica acerca del autor de El cementerio marino, colocándolo en un terreno bastante desventajoso frente a sus comentaristas, llegando a decir que las obras de Valéry son una “autobiografía disimulada, un atentado contra todo lo que podía haber en él de irreflexión”, pasando de inmediato a resaltar una serie de aspectos de exacerbación de la propia conciencia de Valéry acerca de su obra, y oponiéndolo, por ejemplo, a Mallarmé, de quien admira “su lado insensato” y reclamando de nuevo a Valéry no haber sabido ver siquiera la empresa de Mallarmé en tanto “un acto de demencia”. Continúa Cioran desmontando la tendencia autoexplicativa de la literatura de Valéry, que insiste --en obras como la Introducción el método de Leonardo (1894), cuya madurez, nos dice, se halla enteramente construida-- en otorgar unos superpoderes especiales a Da Vinci, y a compararlos con la megalomanía de Napoleón Bonaparte; la leyenda del poeta matemático; el despotismo de la palabra y una larga serie de tics que permiten ver a Valéry de modo enteramente distinto del que nos muestra la historia literaria oficial. Al hacerlo, Cioran advierte varios de los vicios a que se enfrentan las disciplinas históricas cuando desean construir sus héroes.
Son muchísimas las ideas nuevas que aporta el escritor rumano para aclarar una serie de falsas obsesiones, que han empañado una visión más clara del fenómeno poético, asociado al pensamiento. Cito algunos ejemplos del tono empleado en el texto Valery frente a sus ídolos: “No puede haber pensamiento vivo, fecundo, que traduzca lo real, si la palabra sustituye brutalmente a la idea, si el vehículo cuenta más que la carga que transporta, si el instrumento del pensamiento es asimilado al propio pensamiento (…) Mallarmé y Valéry coronan una tradición y prefiguran un agotamiento, ambos son síntomas del final de una nación obsesionada por la gramática.”
En un ensayo posterior, Valéry y los estragos de la perfección, vuelve Cioran por sus fueros, hablando de “la perfección vacía, el gusto desastroso de la perfección a causa del cual perecerá”, tanto en obras como El cementerio marino o La joven parca. Nos recalca que las teorías del escritor francés sobre poesía son un crimen contra la poesía. En las seis páginas siguientes del ensayo, Cioran se dedica a argumentar qué es para él la poesía, y la verdad es que asistimos a una de las más lúcidas reflexiones acerca de este fenómeno, que recomiendo ampliamente leer. “La poesía es inacabamiento, explosión, presentimiento, catástrofe. No esa geometría cargante ni esa sucesión de adjetivos exangües. (…) Para la poesía se necesita un desequilibrio especial (…) Hoy no se cree ya en el verbo sino en la conciencia del verbo (…) A la pasión por el lenguaje ha sucedido la lingüística, nueva prueba, si falta hiciera, de nuestra decadencia espiritual.” La verdad es que Cioran piensa a veces como poeta y escribe con el riesgo de un poeta.
De seguidas nos hallamos con Algunos encuentros con Beckett, donde nos ofrece un retrato meticuloso del escritor irlandés, uno de los más difíciles y herméticos de la literatura, cuya personalidad humana parece confundirse con su personalidad literaria. Opera Cioran aquí con similar lucidez, cuando dice de Beckett: “Nunca le he oído vituperar a nadie, amigo o enemigo. Es esa una forma de superioridad por la que le compadezco, o a causa de la cual debe inconscientemente sufrir (…) No vive en el tiempo sino paralelamente al tiempo. Por eso no se me ha ocurrido preguntarle lo que pensaba de algún acontecimiento particular. Es uno de esos seres que permiten concebir la historia como una dimensión de la cual el hombre hubiera podido prescindir (…) Si no fuese como sus personajes, sino hubiese conocido el menor éxito, sería exactamente el mismo (…) En el caso improbable de que no escondiese ningún secreto, seguiría pareciéndome impenetrable.”
No sé de alguien que haya escrito algo tan hermoso y preciso acerca del autor de El innombrable, alguien incluso al que Cioran debería parecerse debido a la visión que quizá compartan, de sus encuentros en París cuando ambos eran presas del cansancio de las palabras, y Beckett le decía que no podía sacarse ya nada de las palabras. Tiempo después Cioran andaba en un estado similar y Beckett le habló con cierta alegría: “A las palabras, sin embargo, ¿quien las ha amado tanto como él? Ellas son su sola compañía, su único soporte. A Beckett, que no se autoriza ninguna certeza, se le nota sólido en medio de ellas.”
Después de hilvanar varios párrafos sobre la peculiaridad de Beckett y su mundo, --de su obsesión por las palabras-- pasa Cioran a poner en evidencia una serie de futilidades sociales que rodean a los escritores: los ambientes tediosos, las conversaciones banales, las cenas aburridas o las evaluaciones sobre escritores para la posteridad, Cioran nos dice: “Con los escritores que no tienen nada qué decir, que no poseen un mundo propio, sólo se habla de literatura- con él, raramente, de hecho casi nunca.” Hay un pasaje delicioso, de cuando Beckett y Cioran comparten conversaciones y paseos por los cementerios y hablan de Proust, Swift o Joyce. Después se dedica a hablar de la naturaleza de los seres de Beckett, “esos seres que ignoran si aún están vivos, víctimas de una inmensa fatiga, una fatiga que no es de este mundo.” Comenta también el extremo en Beckett, la situación-límite, el impasse, el punto de partida, para terminar luego comparándolo, en su inescrutabilidad, con Wittgenstein como personaje. Anota: “En los dos, la misma distancia respecto a los seres y las cosas, la misma inflexibilidad, la misma tentación del silencio, de la repudiación final del verbo, la misma voluntad de toparse con fronteras jamás presentidas.”
Aprovecha Cioran de hacer unas consideraciones sobre lo inglés y los ingleses, de la experiencia de un irlandés en Francia, y la imposibilidad de considerarlo en “típico anglosajón”. Aquí cabe preguntarse cómo se siente o percibe a Cioran dentro de Francia e incluso dentro de la literatura europea. Un rumano hijo de campesinos que no fue a Francia precisamente a educarse mejor, sino a hacer un poco de aguafiestas de la literatura y la filosofía europeas, un escritor ciertamente incómodo para las letras europeas del siglo XX, que ha tenido la sinceridad y la valentía de expresar las cosas directamente, como las siente.
En otro ensayo complementario de 1970, Un infierno milagroso, Cioran despliega una nueva interpretación de Beckett, esta vez sobre los personajes de sus novelas y relatos: Vladimir, Estragon, Hann o Clov, a los cuales identifica en una sola voluntad de extermino existencial, y hubieran podido proferir todos la frase: “Lamento haber nacido”. Seres que se extrañan de estar vivos, que ignoran lo que se llama una vida.” Luego Cioran afirma que “cuando nos hemos convencido del desastre que representa el nacimiento, toda espera es una espera sin objeto.” Frase que concatena perfectamente con el título del su libro Del inconveniente de haber nacido.
El texto Michaux o la pasión de lo exhaustivo es otro de los escritos que remarcan una experiencia estética en el siglo XX. Entre otras cosas, Cioran ve en Michaux una “toma de conciencia exhaustiva”, una especie de ultimátum que no cesa de darse a sí mismo, a una incursión devastadora en las zonas más oscuras del ser”, o mejor, al fetichismo de lo ínfimo, donde resalta una pasión de Michaux por lo blanco, hasta el punto de que parece haberlo agotado, aniquilado: su insurrección contra los sueños, contra el vacío de los sueños en clara posición al surrealismo y el psicoanálisis, su contagiosa violencia interior, su sensibilidad para las diversas modalidades de desequilibrio; la política vista como maldición megalómana; la pasión de Michaux por los místicos, lo vuelven a él también un místico (“un místico irrealizado”) y otros tantos desasosiegos metafísicos de Michaux, señalados por Cioran convierten este texto en un verdadero clásico del ensayo.
No se queda rezagada la carta que Cioran dirige a Fernando Savater a propósito de Jorge Luis Borges, cuando el pensador español lo invita a participar en un homenaje al escritor argentino, que no por escueta deja de poseer brillantez. Hago sólo una referencia puntual: “Creo haberle dicho un día que si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja de un sedentario sin patria intelectual, de un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado.” (…) me puse a reflexionar seriamente sobre la condición de Borges, destinado, forzado a la universalidad, obligado a ejercitar su espíritu en todas las direcciones, aunque no fuese más que para escapar de la asfixia argentina. Es la nada sudamericana lo que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis. Puesto que le interesa saber qué es lo que más aprecio en Borges, le responderé sin vacilar que su facilidad para abordar las materias más diversas, la capacidad que posee para hablar con igual sutileza del Eterno Retorno y del Tango.”
Sería excesivo hacer sinopsis de los ensayos en este libro, los cuales se salen de la óptica convencional, como aquellos que dedica a Saint-John Perse, Gabriel Marcel, Mircea Eliade, María Zambrano, Roger Caillois, Benjamin Fondane, Francis Scott Fitzgerald, Joseph de Maistre, y las cartas que sirven de preámbulos a obras de Guido Ceronetti o Weinninger, y al final del libro dos textos excepcionales: uno sobre una mujer (Ella no era de aquí), el cual pudiera funcionar como un poema en prosa de alto vuelo:”En el mismo instante en que la vi por primera vez, me enamoré de su timidez, una timidez única, inolvidable, que le daba la apariencia de una vestal agotada al servicio de un dios clandestino o de una mística devastada por la nostalgia o el abuso del éxtasis, definitivamente incapaz de reintegrar las evidencias.”
Sigue un texto confesional sobre su oficio de escritor (probablemente suscitado ante la pregunta de algún periodista), importante en el momento de entender el estilo escritural de Cioran: “Sólo tengo ganas de escribir en estado explosivo, en la fiebre o la crispación, en un estupor metamorfoseado en frenesí, en un clima de ajuste de cuentas en que las invectivas sustituyen a las bofetadas y a los golpes. De ordinario, la cosa comienza con un ligero temblor que se hace cada vez más fuerte, como tras un insulto que se ha soportado sin responder.”
Finalmente encontramos una relectura que el mismo Cioran hace de Breviario de podredumbre treinta años después de su primera edición (traducido al alemán por Paul Celan), donde anota: “Prefiero ahora la concisión, el rigor, la frialdad voluntaria. Mi visión de las cosas no ha cambiado fundamentalmente; lo que con toda seguridad ha cambiado es el tono. Es raro que el fondo del pensamiento se modifique realmente; lo que por el contrario experimenta una metamorfosis es la manera de escribir, la apariencia, el ritmo. Envejeciendo, me he dado cuenta de que la poesía me era cada vez menos necesaria: ¿estaría el gusto que por ella se tiene vinculado a un excedente de vitalidad?”, se pregunta. En este texto es demoledor cuando habla de sí mismo, cuando dice que uno de los capítulos de este libro es “la quintaesencia de lo intolerable”
Por supuesto, no es posible obviar el largo estudio dedicado a Joseph de Maistre, que funciona como introducción a una antología de textos de este escritor francés nacido en el siglo XVIII, con quien Cioran comparte algunas visiones sobre Dios o los dioses, del Mal, de la Creación, el Pecado, la Providencia, esto es, sobre el fenómeno religioso, y por supuesto su disposición “a llegar hasta los confines de toda idea”. Para justificar el epíteto de reaccionario aplicado a de Maistre del siguiente modo: “Con frecuencia, el reaccionario no es más que un sabio interesado que, explotando políticamente las grandes verdades metafísicas, escruta sin indulgencia ni piedad lo más recóndito del fenómeno humano para proclamar su horror.” Este texto parece aparece estructurado en fragmentos separados por asteriscos, indagan en la teocracia, ideal del pensamiento reaccionario y es importante porque desentraña ideas relacionadas con el pensamiento europeo de los siglos dieciocho y diecinueve, y permiten también relacionar a de Maistre con el resto de los escritores franceses y europeos que Cioran aborda en el volumen.
Me llamaron la atención entre estos ensayos especialmente el dedicado a Francis Scott Fitzgerald y su libro El hundimiento (The Crack-up) y otro sobre María Zambrano. El primero porque revela una faceta desconocida del autor de El gran Gatsby que, a la luz de las apreciaciones de Cioran, el escritor norteamericano realiza “una experiencia pascaliana sin espíritu pascaliano”. Como todos los frívolos, tiembla ante la idea de ir más lejos dentro de si mismo. Una fatalidad sin embargo lo obliga a ello. A pesar de que se resiste a extender su ser hasta sus límites, debe hacerlo. El extremo al que accede, lejos de ser el resultado de una plenitud, es la expresión de un espíritu roto: es lo ilimitado de la fisura, la experiencia negativa de lo infinito. Sobre ello se explicará en un texto que nos da la clave sus trastornos”. Texto capital, nos señala Cioran, “texto de enfermo”. Creo que este texto aporta una nueva línea de interpretación sobre la valoración espiritual del gran novelista estadounidense.
En el brevísimo ensayo (apenas dos páginas) dedicado a María Zambrano, escribe esta joya apreciativa: “María Zambrano no ha vendido su alma a la idea, ha protegido su esencia única colocando la experiencia de lo insoluble por encima de la reflexión sobre él, ha dado en suma un paso más allá de la filosofía…Para ella, sólo es verdad lo que precede o lo que sigue a lo formulado, únicamente el verbo que se hurta a las trabas de la expresión o, como ella misma ha dicho magníficamente: “la palabra liberada del lenguaje”.
También son muy estimables los textos dedicados a Gabriel Marcel y a Mircea Eliade. Sobre Marcel anota: “Solicitado por la existencia de los demás, él se interesaba en el ser de cada uno, por lo que de único e irremplazable hay en la criatura, por la dimensión metafísica del yo.” Mientras que acerca de su amigo Mircea Eliade confiesa: “Por aquella época, Eliade comenzó a dar clases en la Facultad de Letras de Bucarest, a las que yo iba siempre que podía. El fervor que prodigaba en sus artículos se hallaba afortunadamente en sus lecciones, las más animadas y vibrantes que jamás he oído. Sin notas, sin nada, llevado por un vértigo de erudición lírica, lanzaba palabras convulsas y sin embargo coherentes, subrayadas por el movimiento crispado de sus manos. Una hora de tensión tras la cual, por una especie de milagro, no parecía agotado y quizás, en efecto, no lo estaba. Era como si poseyera el arte de retardar indefinidamente la fatiga.”
En fin, Cioran nos transmite sus crispaciones, su pensamiento al desnudo, en un notable ejercicio meditativo que surtió buen efecto en el seno del pensamiento posmoderno, si es que así puede llamársele sin que Cioran se revuelva en la tumba. En todo caso, estamos frente a unos ensayos decisivos sobre la literatura y la filosofía del siglo XX, frente a unos escritores que para el ojo escrutador de Cioran no son sólo autores, meros libros o curiosidades intelectuales, sino escritores movidos por preocupaciones auténticas: buscó en ellos siempre el lado humano, el lado veraz, palpable (incluso falible) de su cercanía, sin usar para ello de agotadores artilugios académicos, ni disfrazar un ápice sus observaciones, con seguridad algunas de las más concisas que puedan apreciarse desde los años 60 a los años 80 del siglo veinte.
No es difícil, pues, pues cerciorarse de que no se trata de un libro unitario, pensado como tal, sino un volumen donde el tiempo fue colocando textos independientes de distintas épocas, para presentárnoslos en forma de una propuesta que no vacilaríamos en tildar de provocadora, tal es el talante intelectual de este hombre para quien la literatura fue una suerte de arma filosa, peligrosa incluso, un modo acaso doloroso de acercarse a la existencia.
Pero no se puede hablar de Cioran hablando sólo de sus ensayos literarios. Aunque fue reacio a entrevistas, habrá que referiré al conjunto de varias que cedió a escritores y periodistas, editadas bajo el nombre de Conversaciones (Fábula Tusquets Editores, Biblioteca E.M. Cioran. Traducción de Carlos Manzano, México, 2012.), quienes logran agrupar un conjunto de respuestas tan estimulantes, que ayudan no sólo a esclarecer varios puntos ensombrecidos de su pensamiento, sino también el de los sentidos de la filosofía hoy. Aunque maneja una concepción radical en cuanto a posiciones, podemos apreciar varios puntos invariables en él, como los del suicidio, el insomnio y el tedio como estados propiciadores de ideas.
Primero estaría su apreciación de que la filosofía hoy está disociada; se ha vuelto una actividad en sí misma; la filosofía hecha en el seno de centros universitarios se aleja de las cosas, se mira a sí misma.
Luego estaría su pasión por los géneros llamados “menores” o marginales: fragmentos, aforismos, diarios íntimos, cartas y memorias donde se hallan, a su modo de ver, cosas más reveladoras que en las obras literarias reconocidas como tales, pues desde su mirada crítica son cosas que tienen que ver directamente con la vida.
También está su visión de la ciencia como disciplina que escamotea la sabiduría, en vez de complementarla. Es decir, la capacidad de conocer no puede estar primera que el deseo de saber. Cioran se inclinaría más hacia una literatura sapiencial que hacia obras filosóficas basadas en grandes sistemas, en constructos teóricos, lo cual dice mucho de su admiración hacia Nietzche.
En su vida de viajero, su curiosidad innata por visitar lugares (que una vez visitados parecen agotarse y son punto de partida para dirigirse a otros) deriva en parte su temperamento nómada y su disposición a hacer amigos en todas partes: vecinos, mendigos, borrachos, lisiados, potenciales suicidas que acuden a Cioran a solicitarle consejos acerca de si deben quitarse o no la vida, y éste siempre tiene razones precisas para cada uno. En este sentido, la obra de Cioran puede operar como catarsis, y él como una suerte de psicólogo o psiquiatra, de terapeuta a través de su propia filosofía. Para el mismo el filósofo rumano la escritura es una terapéutica. Con personajes como un vasco manco, o un mendigo filósofo en París que no ha escrito siquiera una línea, Cioran es capaz de establecer una conexión para comprender el mundo, mejor que con cualquier obra filosófica consagrada. Por ejemplo, Cioran cree que para conocer la naturaleza no se necesita ser culto. Al vindicar a los borrachos, Cioran dice: “La vertiente trágica de la vida es a la vez cómica y si tenemos presente sobre todo esa vertiente cómica…Piense en los borrachos, que son totalmente sinceros: su comportamiento es siempre un comentario de esa cuestión. Yo reacciono ante la vida como un borracho sin alcohol. Lo que me salvó, para decirlo vulgarmente, fue mi sed de vivir, una sed que me ha mantenido y me ha permitido vencer todo mi desánimo.” Habría que escudriñar en esa sed de Cioran para explorar en que consiste en él la esperanza.
“En todos los sitios que he visitado, he sentido un entusiasmo inmenso, y después, al día siguiente, el tedio. Esta experiencia romántica del tedio ha terminado por alcanzar en Cioran un rango de enfermedad, de obsesión, “Aún no me he curado del tedio romántico, del weltzchmerz”, dice.
Dentro de esta actitud iconoclasta, Cioran se considera a sí mismo alguien que ha renunciado a ser un filósofo, a hacer una obra, teniéndose por un privat tenker, un pensador privado que opta por la metafísica, siguiendo la idea de Carnap de que los metafísicos “son músicos sin dotes musicales” tomándose como el fruto de un azar. Ni siquiera se considera un escritor. “No soy nada”, afirma. Habría que citar aquí la glosa suya sobre un pensamiento del novelista catalán Josep Plá: “Estoy de acuerdo con Josep Plá: “No somos nada. Pero cuesta admitirlo.”
Es de hacer notar la diferencia que Cioran advierte entre santidad y mística. “Los santos tienen una faceta positiva, quieren actuar, se desviven por los demás. La pasividad no les favorece. En cambio el místico ocupa una posición opuesta: puede ser totalmente inactivo, un obseso, un egoísta sublime. El mayor infortunio para él es la sensación de abandono, de sequedad, de desierto interior; es decir, la imposibilidad de recuperar la plenitud del éxtasis.”
También se le aprecia cercano a cierto primitivismo, a aquella arcadia tan anhelada por los poetas: “En lo esencial la cultura, la civilización, no es necesaria. Para comprender la naturaleza y la vida, no se necesita ser culto (…) cuando voy a lugares totalmente primitivos –a España o Italia—y hablo con gente sencilla, tengo siempre la impresión de que en esta gente se encuentra la verdad.”, dice. Llega al extremo de afirmar que “un animal puede ser incluso más profundo que un filósofo, quiero decir, tener un sentido de la vida más profundo.”
Especialmente interesantes son las opiniones políticas e históricas de Cioran, y ver cómo compara las diversas culturas de Europa: la alemana, la rusa, la francesa, la italiana, la española, los rumanos, los norteamericanos, y a veces las confronta. Algunas de ellas son tan tajantes y lúcidas que le erizarían la piel a cualquier nacionalista.
“Los estadounidenses no están preparados para dirigir la política mundial. Los estadounidenses hacen política con profesores.”
“Los alemanes no tienen el menor sentido de los matices, esa es su tragedia.”
“Francia es la que más se ha desvivido en Europa. Si bien es el país más civilizado, es también el más vulnerable, el más gastado.”
En sus conversaciones son escasas las alusiones a América Latina o sus escritores. De entrada, Cioran nos habla de la decadencia y el desgaste de Europa, nos dice que se trata de una civilización vieja y carente de vida, y en una de sus respuestas a Benjamin Ivry, nos sorprende diciendo: “Creo más en el futuro de América Latina que en el de Europa. Esos pueblos no están gastados. Aquí Europa se ha autodestruido.”
También nos refresca al confesarnos su afición por el tango argentino: “Es una auténtica debilidad”, confiesa. “Mi única, mi última pasión, era el tango argentino”, remata.
Su reconocimiento del insomnio nocturno y de la idea de suicidio queda complementado por las ideas de la tristeza y la irresponsabilidad. Reconoce una cosa muy distinta entre la melancolía y el abatimiento, y su inclinación a la primera. “Entre el horror y el éxtasis, practico una tristeza activa”, y también se considera pasivo e irresponsable.”La sola idea de responsabilidad me pone enfermo”, dice. Y al mismo tiempo, reconoce a la risa como única forma defensiva del hombre, y una suerte de antídoto contra el suicidio. “Reír es la única excusa de la vida, ¡la gran excusa de la vida! y debo decir que incluso en los momentos de profunda depresión he tenido fuerzas para reír. Esa es la ventaja de los hombres sobre los animales. Reír es una manifestación nihilista, igual que la alegría puede ser un estado fúnebre.” (…) “Alguien me pidió como una autorización para suicidarse- le respondí: Si aún puedes reír no lo hagas, pero, si no, puedes, entonces sí.”
Por otro lado están las preferencias literarias de Cioran, vale decir, los escritores que admira, además de los ya abordados en sus ensayos. “La literatura tiene dos grandes genios: en poesía Shakespeare y como visionario Dostoievski”. Asimismo, se declara un “venerador” de Emily Dickinson.
Nos dice que acepta mejor el calificativo de escéptico que el de nihilista. También alude a su pasión por la música. “Sin Bach, Dios quedaría disminuido. Sin Bach, Dios sería un tipo de tercer orden. Bach es la única cosa que te da la impresión de que el universo no es un fracaso. Todo en él es profundo, real, sin teatro. Sin Bach yo sería un nihilista absoluto”.
Hay un ecologista en Cioran cuando nos dice que “el hombre ensucia y degrada todo lo que le rodea, y en los próximos cincuenta años se verá afectado él mismo muy duramente.” Esta idea entronca con otra: todo lo que el hombre hace se vuelve contra él, inexorablemente. Esto es tan cierto, que una vez que se examina termina por convertirse en una realidad casi paralizante. Apeguémonos a otra idea suya por alentadora. Todo aquel que tiene un proyecto en el que cree, proyecta un sentido en él. A esto lo podríamos llamar el sentido en el sinsentido, con lo cual quizá pudiéramos ver aquí a un Cioran menos pesimista, y por tanto más cercano a los pueblos de América Latina.
GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | (Caracas, 1950). Narrador, poeta y ensayista. Ha publicado, entre inúmeros otros, Una fiesta memorable (1991), Balada del bohemio místico. Obra poética 1973-2006 (2010), y Impreso en la retina. Crónicas de un adicto fílmico (2010). Es traductor de poesía de lengua inglesa y editor independiente. Es director de Imaginaria Ediciones y Director editor de Imagen Revista Latinoamericana de Cultura en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Contacto: gjimenezemen@gmail.com. Página ilustrada con obras de Leonardo da Vinci, artista invitado de esta edición de ARC.
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