I | Freddy Gatón Arce (1920-1994) –gran poeta dominicano de todos los tiempos, cuya labor conjunta constituye una de las obras capitales de nuestras letras y paradigma de la literatura hispanoamericana contemporánea– fue un escritor comprometido con su quehacer literario a lo largo de medio siglo de actividad, desde la publicación de Vlía, en 1944, hasta su deceso en 1994. Incluso en etapas de silencio, cuando se dedicó al periodismo (1966-1974), con la fiereza y la integridad que le caracterizaran, la poesía fue para él nutriente indispensable, un río subterráneo que irrigaba su imaginación y lo mantenía actualizado de cuanto se escribía aquí y en el resto del mundo, preparándolo para la reanudación tan esperada, acontecimiento que ocurrió en 1980 con la publicación de Son guerras y amores, libro galardonado con el Premio Anual de Poesía.
Así volvió Freddy a lo que había sido su razón de ser desde muy joven: la poesía, para ya no abandonarla más sino en vísperas de su propio final, cuando un infarto lo fulminó, privándonos súbitamente de su compañía. Nunca antes en la literatura dominicana un poeta había sido tan prolífico un período tan breve, aunque él mismo fuese consciente del riesgo que corría de repetirse y deslucir su vigorosa obra precedente. Estaba poseído de una febril creatividad ante la aproximación de su partida final, la cual tardó tres lustros en llegar. En ese lapso publicó numerosos títulos, a veces dos en un mismo año, además de varios poemas sueltos que salieron en el suplemento “Isla Abierta” en los meses de junio y julio de 1992.
Hace sólo un mes, el 27 de marzo para ser exactos, hubiera cumplido Freddy noventa años de edad. En estos dieciséis años transcurridos después de su partida, su figura ha ido perfilándose como poeta esencial y modelo literario para las nuevas generaciones; como ciudadano ejemplar en un presente signado por la orfandad ciudadana y la degradación moral; como periodista valiente e incorruptible desde las páginas editoriales de El Nacional de ¡Ahora! (del 11 de septiembre de 1966 hasta el 26 de julio de 1974), y creador de un suplemento literario que hizo época. En su condición de director del leído vespertino, Freddy supo luchar con el instrumento de su palabra por una sociedad libre y sin violencia que garantizara los derechos humanos; y como hombre celoso de su intimidad y su familia, a la que prodigó su amor y protección desde que en 1947 contrajera matrimonio con Luz Díaz Gil, aquella muchacha que parecía salida de uno de sus poemas, esa hermosa chica de diáfana mirada azul y fácil sonrisa, depositaria de sus secretos y su recto su accionar, junto a Ivelisse, la hija bienamada.
II | Freddy fue, en los inicios de los años cuarenta del siglo pasado, uno de los fundadores de la Poesía Sorprendida, movimiento que integró a tres generaciones, siendo sus voces representativas, entre otras, las de Franklin Mieses Burgos –su máxima figura–, Rafael Américo Henríquez, Manuel Llanes, el español Eugenio Fernández Granell, el poeta y diplomático chileno Alberto Baeza Flores, Aída Cartagena Portalatín, Freddy Gatón Arce, Manuel Valerio, Manuel Rueda, Antonio Fernández Spencer, Mariano Lebrón Saviñón, J. M. Glass Mejía, Ambrosio Malagón, Héctor Ramírez Pereyra.
Franklin Mieses Burgos, en una conversación sostenida el 3 de junio de 1976 –cuando me hallaba inmerso en la escritura de la obra Estudios de poesía dominicana–, me dijo que el término “Poesía Sorprendida” fue elaborado por Baeza Flores, de muy grata recordación entre nosotros por su bondad y su apertura, habiéndolo tomado de una revista cubana de entonces: El que parecía, título de un poema de San Juan de la Cruz, mientras que el lema de “Poesía con el hombre universal” fue aportado por el propio Franklin.
Es mucho lo que se ha escrito sobre aquel memorable período de la poesía dominicana, siendo Baeza Flores el que ha documentado con mayor profundidad y extensión la aventura creadora que representó la labor de los poetas sorprendidos en el panorama literario continental de entonces. Fue una poesía de máxima libertad formal, rigor creativo y exigencia estética, que vino a revolucionar las concepciones y prácticas poéticas de aquel período, convirtiéndose en un paradigma literario inimitable, cuyo legado ha contribuido a enriquecer como ningún otro la literatura nacional.
El veinteañero Gatón Arce, bajo el influjo del surrealismo, publicó su poema Vlía en el año del centenario de la República –cuando el ardor nacionalista de la dictadura alcanzaba su cenit–, siendo el primer texto de escritura automática nacional y continental, un poema maldito que bucea en los pozos del subconsciente, un torrente irrefrenable creado “entre el sueño y la vigilia”, [1] según Baeza Flores, hecho de “desconexiones o discontinuidades”, en el que “prevalece la emoción por encima de la técnica”, [2] a juicio de José Enrique García; un texto subversivo que elude las interpretaciones fáciles. De ahí que Manuel Rueda, en un prólogo iluminador, afirmara que Vlía “se resiste a la tiranía de los significados concluyentes. “Vlía” no significa: es. O cuando más, debemos aceptar que su significado es consecuencia de su existir como puro artefacto verbal”. [3] Pero esa obra de Freddy, única en su género, por el propio carácter aleatorio del texto, tiene una resonancia particular casi siete decenios después, como puede advertirse en este fragmento:
No podemos más. La vida pesa demasiado. Es una tristeza doblada en las cavernas que avanzan. La noche no se puede detener en una esquina cualquiera. Debe ser que a nosotros nada nos une, ni siquiera los pensamientos. Debiera irme como perro a la sombra de las casas, hurgando en los zafacones. Es imposible quedarse bajo lo azul y tenerte presente o estar triste. Trataré de darte otra silueta para imaginarte mejor. [4]
III | A pesar de su coherencia conceptual y su continuidad formal, en la que no hay rupturas sino un desarrollo sostenido que alcanza nuevas cotas de perfección en cada estadio, la obra de Freddy presenta momentos claramente diferenciables a lo largo de su trayectoria. A la primera fase, de carácter surrealista y experimental, dominada por la escritura automática y la espontaneidad verbal, sigue otra de gran serenidad lírica, un conjunto de poemas que aparecerá también en Retiro hacia la Luz (1944-1979), ese sugerente título que reúne elementos divinos y humanos, materiales e intangibles: Dios, los frutos, la luz, el tiempo, el polvo, la tierra, el recuerdo, la soledad, todos ellos traspasados por el amor, como podemos constatar en el “Poema de los amantes”:
Oh esposa mía, amada mía, lejana mía,
Amiga de la tierra embriagante y las estrellas,
Hermana de los frutos, de Dios y de la tarde,
Halla en mi recuerdo al varón que redime
Una multitud de nombres y de muertes;
Considera que soy el despierto y áspero mundo
Necesario al tuyo,
Necesario a tu vida y a tu muerte, necesaria a la última hermosura.
Porque yo soy la sombra si eres la luz, y juntos informamos el día,
Diverso, irreconciliable, hasta la caída de la tarde. [5]
Esa mesura expresiva, esa musicalidad que emana de las entrañas de su poesía y que tanto atrajo a la crítica literaria María del Carmen Prosdocimi cuando leyó su obra por primera vez, [6] sirvió a nuestro autor para estructurar los poemas de su segunda fase creadora, la cual se extiende desde fines de los cuarenta hasta principios de los sesenta. Entonces Freddy escribió textos que perdurarían como prueba de un oficio que ejerció a conciencia, con el lenguaje como centro de su preocupación estética, la justa medida y el vocablo exacto convertidos en realidad textual, más allá de toda aventura formal. Su lectura de la Biblia –libro de cabecera al igual que el diccionario–, dejó en su poesía huellas indelebles que podemos identificar en algunos de sus mejores textos, en los que se constata el ritmo pausado, el tono solemne, la intensidad, las reiteraciones propias de la oración. Pero no lo hacía con intención de abonar el terreno de la ortodoxia religiosa y la fe convencional del creyente sin criterio, sino para exponer sus dudas e interrogantes, para protestar o reclamar al Creador por las imperfecciones de su obra, en un ansia de justicia inextinguible, como rezan algunos versos de su conocida “Letanía”:
De aquí en adelante
Maldice un poco,
Apoca un tanto tu majestad y tu orgulloso poderío;
Rebájate, ven, sé como cualquier hijo de vecino;
No interpongas tu grandeza
Entre nuestro apetito y tu infalibilidad;
Humíllate, ten algo del humilde y del sabio,
Tan indigno de ti el uno como el otro;
Llega, acércate, no te arrimes más a la Eternidad y el desengaño,
No nos imposibilites,
No imposibilites a los que vendrán después
Por un anhelo de perfección. [7]
Esa inagotable búsqueda metafísica, ese anhelo permanente de redención, permiten al poeta formular una serie de antinomias ontológicas, sus ya estudiadas oposiciones entre lo finito y lo infinito (Dios y hombre, vida y muerte), ser y conciencia (memoria y olvido, amor y desamor), tiempo y espacio (luz y sombra, pasado y presente), sociedad y relaciones de poder (poderosos y humildes, rebeldía y sumisión). El mundo de los humildes sería, en esa nueva fase de principios de los años sesenta, la inagotable fuente a la que acudió una y otra vez en busca de elementos para estructurar un universo de incalculable belleza cimentado en la palabra. Creo que, sin proponérselo siquiera, la vertiente social de su poesía perdurará porque apelaba a su exigente concepción literaria, que no hacía concesiones a la improvisación, ni la estridencia, ni el facilismo, aunque a ratos esté poblada, como sabemos, de arcaísmos y cultismos. En “Además, son”, acaso su poema más citado, convence la sinceridad de sus palabras:
Además, son muchos los humildes de mi pueblo.
Yo escribí sus nombres sobre los muros, pero no los recuerdo.
Yo rescaté su corazón de la carcoma y el olvido, pero no sé dónde
Quedó la sangre coagulada, ni si vino familiar alguno
A limpiar la mancha que había sobre el duro tapiz de la noche.
Yo los besé, y mi ósculo fue como tilde sonora impar
Sobre su frente. Porque aun después del amor
Ellos estaban solos sobre la tierra. [8]
La de mil novecientos sesenta fue una década de enormes conflictos sociales y políticos, de batallas contra la discriminación y la igualdad étnica en territorio norteamericano; asesinatos de presidentes; caída de dictadores; la ominosa guerra de Vietnam; y ocupaciones militares estadounidenses en América Latina que dejaron una estela de dolor, sangre y muerte por todos lados. Fue un decenio que podemos considerar revolucionario en más de un sentido (la emancipación de la mujer, la revolución sexual y un largo etcétera), un tiempo de utopías políticas que luego se vieron frustradas con la aparición de regímenes militares de derecha, dictadores ilustrados, seudo-democracias que preservaron el abismo entre opulencia y miseria, con toda su secuela de resentimiento y malestar social.
En esa etapa a que me refiero (y en la década siguiente) publicó Freddy algunos de sus textos capitales: Casi elegía y Adoración de la Virgen (1961), La leyenda de la muchacha (1962), Además, son(1964), Poblana (1965), Magino Quezada (1966), Estela Fuentes, tiquicia (1970), Trece veces el Sur (1970),Tránsito y gloria de Bernardina Recarez (1975).
Esos títulos proclaman las nuevas orientaciones del poeta: su identificación con los humildes, los explotados, los desconocidos, solitarios y olvidados pobladores de esta tierra (Además, son); su indignación ante la patria lacerada por una guerra civil (Poblana); la desmitificación de la imagen del campesino, tradicionalmente visto como embaucador, haragán y apático (Magino Quezada); las condiciones de vida de aquella gente desheredada, víctima del despojo (Trece veces el Sur). Freddy legó a la posteridad una galería de retratos y personajes representativos de nuestro pueblo, extraídos de sus andanzas y vivencias por los más apartados rincones del país que conoció y amó (Magino Quezada, Estela Fuentes, Bernardina Recarez, entre otros). Todos esos poemas, en los que palpita una fuerza telúrica estremecedora, perdurarán por su belleza inmanente y solidez estructural:
Magino Quezada me pidió la camisa.
“Y por favor, apúnteme su nombre, porque yo sólo recuerdo
El de ella”. Eso dijo, y tú no lo sabrás. Tampoco él podría decir
Quién soy, ni cuánto hizo por todos un hombre
Que sólo sabía leer, en las nubes y las estrellas,
Los signos de la sequía y de la lluvia.
Ahora, ya no voy a la aldea,
Pero sé que Magino me espera. Querría que supiera de letras
Para que descifrara estos versos como si fueran nubes y estrellas girantes
Sobre su conuco junto al Yaque del Sur. Pero no,
Mejor que no aprenda. Alguien moriría de vergüenza. [9]
IV | Freddy ejerció el periodismo durante ocho años de forzado silencio poético. Fue el primer director de El Nacional de ¡Ahora!, desde su fundación, el once de septiembre de 1966, hasta su último editorial el 26 de julio de 1974. Pero mucho antes, en 1962, había sido designado para dirigir y reorganizar la Escuela de Ciencias de la Información Pública de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y en 1966, allí mismo, desempeñó el cargo de Vicedecano de la Facultad de Humanidades. En el año 2005, en una entrevista concedida a la periodista Ángela Peña a propósito de haber designado una calle de Arroyo Hondo con el nombre del poeta, su viuda, doña Luz, refiriéndose a ese período le confesó: “Fue una época de mucha incertidumbre, estuvo preso en dos ocasiones, percibía la situación de peligro imperante pero fue siempre combativo, nunca se amedrentó, los amigos vivían haciéndole advertencias, fueron tiempos muy difíciles”. [10] Bien visto el punto, ese mutismo de ocho años entre 1966 y 1974 a que me he referido fue sólo aparente, pues muchos de sus editoriales, publicados en dos volúmenes por la Fundación Corripio, gracias a la cuidadosa recopilación realizada por Andrés Blanco Díaz para la Colección Prisma, [11] amén de su vigor y su poder de comunicación, fueron escritos en una prosa tallada en bronce, más para estremecer la conciencia nacional que para persuadir a los lectores.
El maestro Jacinto Gimbernard, [12] a propósito de la aparición de los dos volúmenes que contienen los escritos de Freddy en El Nacional, puso varios ejemplos del coraje de nuestro poeta al exponer claramente sus opiniones en la página editorial del legendario vespertino, como aquella escueta observación en la que decía: “Es hora que todos los dominicanos comprendan que la conducta es lo importante, no la ley. Aunque el texto legal de que se trate sea la Constitución de la República. En ningún momento durante la dictadura de Trujillo dejaron de existir artículos de la Carta Fundamental que consagran los derechos individuales. Pero en ningún momento, también, esos atributos inalienables de la persona fueron respetados. Ahora está ocurriendo lo mismo. Esta situación llegó a su clímax ayer, en pleno seno de la Asamblea Revisora, cuando los constituyentes perredeístas se retiraron de la sala de sesiones cuando se iba a discutir el artículo que se refiere a los derechos humanos y sociales”.
A veces, cuando un acontecimiento estremecía al pueblo, el editorial que salía de su pluma era un poema, un alarido de rabia e impotencia, como aquel que escribió [13] cuando en los predios de la Universidad Autónoma de Santo Domingo fue asesinada por agentes de la policía la joven estudiante Sagrario Ercira Díaz:
Sagrario, Sagrario Díaz:
ahora que esplendeces junto a las estrellas
Y disputas a las raíces la ternura de la tierra,
vuelve y di a los policías y los guardias
que el miedo contra los jóvenes
que les enseñan en los cuarteles
es un criminal,
y trata de que Dios los rectifique
y haga justicia
al Gobierno del Presidente Balaguer.
Aunque su intrepidez dejó una honda huella en la conciencia nacional, su magisterio es el que ha cosechado más frutos en una legión de discípulos y compañeros, periodistas hoy en su madurez, que reconocen la valía de su ejemplo. Juan José Ayuso lo ha dicho hace poco con palabras inmejorables:
Fue maestro, compañero de trabajo, amigo.
De él, por la constancia de su prédica y de su práctica, aprendimos la lectura crítica y el idioma preciso. Quiso enseñarnos a escribir con belleza sin necesitar para ello de muchas palabras.
Fue fácil ser su compañero de trabajo y su amigo. No lo fue ser su discípulo. No por difícil maestro sino por tan difíciles alumnos. [14]
V | Fue en los años finales de la década de 1970 cuando quien les habla entró en contacto personal con Freddy. Ya conocía su obra e intenté, sin éxito, leerle el ensayo que había preparado para el libro Estudios de poesía dominicana (1979). Después, cuando ingresé como jurado de ensayo a los Premios Siboney, en sustitución del brillante poeta y dramaturgo Héctor Incháustegui Cabral, fallecido en los días del Ciclón David, me sentí privilegiado con las enseñanzas y la amistad de Freddy, y de todo aquel selecto grupo protegido por el mecenazgo de Vicenzo Mastrolilli, que integraban: Manuel Rueda, Virgilio Díaz Grullón, Máximo Avilés Blonda, Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Francisco, Antonio Zaglul, Hugo Tolentino Dipp y Pedro Troncoso Sánchez. Fueron muchas las lecciones que aprendí de aquellos maestros en cinco años que duraron los premios, pero quedaron fuertes vínculos de amistad.
De Freddy –dije en una semblanza escrita poco después de su muerte– conservaré siempre el recuerdo de su mirada limpia, casi transparente, en la que centelleaba la bondad de un hombre que conocía su país a fondo y a quien la experiencia le había dejado un arsenal de referencias que su proverbial memoria convertía, a través del acto creador, en poemas llenos de misterio, cerrados ala fácil lectura, o sea, en auténticos objetos verbales hechos con rigor y paciencia durante medio siglo.
Guardo un vivo recuerdo de sus manos poderosas, de largos y gruesos dedos que manejaban los libros con morosidad y ternura, como un escultor talla un trozo de madera preciosa para transformarlo en arte. A veces lo imagino meditar ante la página en blanco, o frente a su máquina de escribir, dispuesto a pasar en limpio, en hojas de papel periódico que encajaban con su sentido de la austeridad, los versos que tantos desvelos le habían costado y que él guardaba en secreto hasta el día del alumbramiento, con la misma alegría que un niño se entretiene con un juguete que nadie posee.
Pero el recuerdo más poderoso es el de su voz, que parecía salir de las profundidades de sus entrañas para proyectarse con fuerza singular hacia sus interlocutores, imponiéndose más por su consistencia que por su vigor. Era una voz grave, rotunda, inconfundible, que le resultaba tan útil en la discusión como persuasiva cuando deseaba conquistar la atención de un oyente. Esa reciedumbre del timbre de su voz adquiría niveles insospechados a causa del tono solemne y el ritmo pausado que matizaban su conversación, produciendo un discurso de aliento magisterial en el que confluían la palabra del veterano editorialista de tantas jornadas valientes en los tiempos difíciles de El Nacional de ¡Ahora!, y la del hombre práctico, previsor, consciente de su realidad y atento a las mutaciones de su entorno. [15]
VI | El último tramo de vida lo pasó Freddy entregado en cuerpo y alma a su obra poética. Se iniciaba la década de 1980, justo cuando cumplió sesenta años, y venía ya de regreso de todos los aprendizajes, experiencias y desengaños. Paralelamente, a partir de entonces recorrió el país de un extremo a otro, llegando a los más apartados rincones, siempre en compañía de fieles amigos como Manuel Mora Serrano –que ha confesado su admiración y sus nexos de amistad–, [16] y quien anduvo con él por tantos pueblos y ciudades en los que Freddy iba recogiendo materiales para su labor poética. Otra faceta de indudable trascendencia fue el magisterio que ejerció entre algunos jóvenes poetas de entonces, dándoles orientaciones y estímulos, siendo José Enrique García y Cayo Claudio Espinal los que ahora recuerdo como más altos exponentes de una poesía renovadora que Freddy apadrinó y siguió de cerca.
La salida de Son guerras y amores en 1980 fue un momento de renovación integral para Freddy. Todavía está viva en mi memoria la sesión de lectura en casa de Manuel Rueda, cuando fue a leernos el poema que había escrito y que marcaría la reanudación de su labor creadora. Estaba feliz como un niño con su juguete nuevo, pero era consciente del valor de un texto que le había costado varios años de trabajo. Borges dijo en alguna ocasión que un escritor escribe siempre el mismo libro, y esa nueva faceta de Freddy prueba la exactitud de ese aserto. En Son guerras y amores emergen de nuevo los enigmas de la poesía, las claves de la vida y la muerte, la preocupación por los humildes, el descubrimiento e invención de la aldea, su esplendor y decadencia, el éxodo de campesinos, Pimentel como pueblo referencial. Un sustrato épico sostiene la crónica de lo nacional a través de la aldea, proyectándose hasta alcanzar dimensiones universales.
Freddy fue, en cierto modo, un poeta trashumante. Nació en San Pedro de Macorís, pero vivió diez años en Pimental, y diez años en Santiago de los Caballeros, hasta que, en 1938, se asentó en la capital de la República. Había dejado su corazón enclavado en los pueblos y a ellos retornó una y otra vez, en busca de motivos y personajes que pudiera poetizar. El libro Y con auer tanto tiempo (1981) recoge la historia de la región este del país, es una búsqueda de los orígenes a través de viejas crónicas escritas en tiempos de la colonia, de ahí el regodeo en lo antiguo por medio de un léxico y unos giros arcaizantes.
En El poniente (1982) retorna a la Historia, el amor, la muerte, lo religioso, el país. Este libro toma la zona noroeste del país (La Línea) como punto de partida para elaborar una crónica subjetiva y poner en movimiento a un heterogéneo conjunto de seres humanos y acontecimientos. En 1983, nuestro poeta, en Cantos comunes, dejó un documento único que recoge la génesis de su vocación de escritor, sus primeros pasos en el mundo literario dominicano, su participación en la fundación de la Poesía Sorprendida, las fuentes que nutren su poesía y su estilo de trabajo, hasta desembocar en las etapas que había atravesado su obra en cuarenta años de trabajo. La memoria, que jugó un papel fundamental en su labor poética, sirvió aquí para hilvanar los momentos capitales de su quehacer. En lo que respecta al aporte poético, dejaba atrás la crónica, la historia y la geografía insulares para tomar el camino del intimismo y la subjetividad metafísica, a través de un viaje al interior de sí mismo, sin olvidar ni un instante su sempiterna obsesión por los humildes, dejando un testimonio que parece haber sido escrito ayer mismo:
Desde entonces padezco las carencias de los humildes
y las propias miserias con creciente acento
y tumoración,
Desde entonces sé por qué los crímenes enormes
permanecen ocultos para la mayoría,
Para la carne blanda de la industria y la guerra
de los ambiciosos,
Desde entonces me hiere más el valor del dinero
con que en mi país se paga a corruptos y asesinos,
E igualmente me sangran los robos de los bienes
de todos.
Cantos comunes (Canto XIII)
Freddy siguió su camino con ánimo imperturbable, siempre laborioso y madrugador, en pos del término huidizo e insustituible. Así se sucedieron otros libros en los que pueden hallarse algunas de sus últimas perlas: Estos días de tíbar (1983), en el que retorna al recurso del diario íntimo; De paso y otros poemas (1984), Mirando al lagarto verde (1985), Los ríos hacen voca (1986), Era como entonces (1988), Celebraciones de cuatro vientos (1987), Andanzas y memorias (1990), La guerrillera Sila Cuásar (1991), La canción de la hetera (1992), y La moneda del príncipe (1993).
“Después que la salud lo obligó a permanecer casi recluido en su casa, Freddy salía muy poco, pero el teléfono lo mantenía comunicado con los amigos y el mundo exterior. […] En los meses que siguieron a su último quebranto, lo vi un par de veces y hablé muy poco con él por teléfono. Su silencio me indicaba un cambio radical en sus hábitos de vida, el preludio tal vez de un silencio definitivo. En una corta visita a su casa, pude comprobar los estragos de su caída: aquel hundimiento del cráneo al que había sobrevivido milagrosamente. Él sabía que todo era distinto y comenzó a prepararse para la partida. […] Una noche, en el Teatro Nacional, Ida y yo nos encontramos con Luz y ella nos dijo que Freddy parecía transformado, que hacía cosas que nunca había hecho (como pasarse horas delante del televisor) y que tenía el ánimo sereno, como quien no espera nada nuevo de la vida. Ida y yo habíamos prometido una visita para entregarles su libro, que ella les tenía dedicado a Freddy y Luz, pero esa visita nunca se materializó y el encuentro lamentablemente quedó pospuesto. Como siempre, quizás en el fondo confiáramos en la fortaleza de roble de nuestro amigo”. [17]
En las páginas de “Isla Abierta”, Freddy había mantenido con Manuel Rueda un diálogo a través del intercambio de poemas. Como siempre, con esa pasmosa lucidez de que hacía gala en momentos críticos, Rueda prefiguró el final de ambos con estos versos, publicados el sábado 18 de julio de 1992:
Y esa será la ciencia de estos días: lo imposible.
Esa será la página: verdad de ese imposible
por el que no dejaremos de estar juntos
a la hora de las olvidanzas.
Omnímoda libertad de encontrar la orilla justa
en el río que no existe
donde un niño juega a colorear palabras.
Allí estaremos ambos. Allí cuando ellas sean
el único amparo de que podamos disponer.
¿Qué más asombro
que el haber escrito lo que al fin queríamos escribir
o lo que acaso no supimos escribir nunca?
Vivir es el asombro.
Amigo: el asombro es la muerte cuando nos llega por la espalda. [18]
VII | Freddy partió hacia la eternidad el 22 de julio de 1994, Manuel lo haría el 20 de diciembre de 1999, poco más de cinco años después. Hoy viven para siempre en la poesía, la admiración y el recuerdo de todos nosotros.
NOTAS
José Ancántara Almánzar (República Dominicana, 1946). Sociólogo, narrador, profesor y uno de los principales críticos de la literatura dominicana. Ha sido profesor en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) y en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Autor de libros como Estudios de poesía dominicana (1979), Las máscaras de la seducción (1983), Los escritores dominicanos y la cultura (1990), El sabor de lo prohibido. Antología personal de cuentos (1993), y Panorama sociocultural de la República Dominicana (1996). Contacto: j.alcantara@bancentral.gov.do. Página ilustrada con obras de Enrique Santiago (Chile), artista invitado de esta edición de ARC.
Agulha Revista de Cultura
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FLORIANO MARTINS GLADYS MENDÍA | LUIZ LEITÃO | MÁRCIO SIMÕES
os artigos assinados não refletem necessariamente o pensamento da revista
os editores não se responsabilizam pela devolução de material não solicitado todos os direitos reservados © triunfo produções ltda. CNPJ 02.081.443/0001-80
|
|
Nenhum comentário:
Postar um comentário