Primero, quiero hacer patente mi agradecimiento por haber sido invitado a estar de nuevo aquí, en Monterrey, una de las más bellas e industriosas ciudades de un país que ahora se debate entre la esperanza y el miedo, la vergüenza y la fe, la violencia y la calma. Gracias al azar he llegado aquí luego de visitar, en fechas muy recientes, Bogotá y Caracas, investigando sobre poesía.
Bogotá, Caracas, Monterrey. Las tres ciudades tienen o han tenido fama de violentas y peligrosas pero son también lugares de poesía, focos culturales y casa de artistas notables. Hago este recuento de destinos porque en los tres sitios he sido interrogado (allí por taxistas, vendedores y hasta bibliotecarios, aquí en un congreso mucho más formal) acerca de la función práctica de la poesía.
¿Ud. qué hace, en qué trabaja? ¿Para qué sirve la poesía? Son preguntas que escucho constantemente, en contextos tan distintos como la familia o la universidad, y que llevan consigo una tercera pregunta que acaso por pudor nadie formula como en realidad es: Poeta, ¿para qué sirve usted? No me queda más remedio que tomar el asunto personalmente y responder sabiendo de ante mano que, independientemente de lo que se conteste, y del poco aprecio que cierto público suele tenerle, la poesía seguirá existiendo.
Empiezo mi respuesta señalando primero que no soy, y no seré, un poeta social. Soy, sin embargo, un poeta y un ciudadano consciente de su entorno al que no le extraña que en ciudades como las que he visitado en el último mes, y en otras más pacíficas, la gente de a pie tanto como los intelectuales, se pregunte acerca del asunto que ahora nos convoca.
Quiero referirme al cuestionamiento sobre la función práctica de la poesía diciendo que el cuestionamiento mismo me parece tramposo: al preguntar para qué sirve la poesía — que ha aparecido siempre y no desaparecerá jamás, que es necesaria—, el problema no está en la poesía sino en el uso que, al preguntar, se hace del verbo servir, asumiendo que las cosas solamente sirven si crean o producen algo vendible o comprable, o bien si pueden ser usadas como herramienta. Por supuesto, la poesía no es útil, no sirve como un martillo, una pistola o un desarmador. Tampoco vende nada ni lo compra y es por ello, quizá, que tiene una franca, pero falsa, apariencia de inutilidad.
Frente a esta trampa algún poeta se ha visto en problemas y ha llegado a admitir, sin que sea necesario y a veces con alguna vanidad, la inutilidad de la poesía. Nada más erróneo. La poesía es útil en un orden de ideas distinto, no sé si más alto, pero existente: la poesía llena, o cuando menos señala y explora, los vacíos de nuestras vidas sociales, y de nuestras conciencias individuales. Así efectivamente sirve, no para contar cosas ni para producir dinero ni para adelantar en la tecnología, sino para revelarnos nuestra naturaleza de un modo distinto al cotidiano. Tal es su utilidad, y en nada es ideal ni figurada. Es una utilidad práctica. No considerarlo así debe ser advertencia no de una “carencia” de sentido en la poesía, sino de una mecanización evidente de nuestra vida social e individual.
La poesía es (entre muchas otras cosas) desde el inicio del tiempo una manera de comunicarnos con nosotros mismos y con la trascendencia, y no ha variado sino sus formas. No dudo que la idea de que la poesía es inútil también sea antigua pero ahora y aquí, como en otras en épocas de desesperanza, se menciona con más insistencia y hasta con algo de mala fe, siendo resultado, en verdad, de pedirle a la poesía cosas que no tiene por qué ofrecer, aunque a veces lo hace: la poesía no está hecha frenar las guerras, solucionar el hambre, acabar la pobreza, ni tiene porqué hacerlo. No hay porqué exigirle que solucione cosas que ella no provocó y, sin embargo, precisamente en tiempos como estos la poesía, toda la poesía y no solamente la social, es completamente necesaria.
Pero me calmo y regreso, de nuevo, a la cuestión sobre la utilidad de la poesía, relatando una anécdota reciente. En Bogotá, mientras una señora que me vendía unas empanadas me preguntaba, hablando sobre poesía de modo muy casual, y eso para qué sirve, una jovencita a su lado, que le ayudaba a vender, le contestó, como disculpándose conmigo, que el muchacho hace poemas, que son para hablar de amor, de cosas bonitas. Esta es una respuesta llena de buenas intenciones, que agradezco y aprecio. Creo que la belleza es fundamental en la poesía y personalmente no puedo entender nada sin ella. Empero, decir que el poeta es útil porque hace cosas bellas es poco menos que hacerlo un creador de objetos decorativos, y la función del poema es infinitamente más profunda, si bien parte de la necesidad de añadir un objeto hermoso a la realidad. Así, nos enfrentamos no solamente a una pregunta tramposa (para qué sirve la poesía) sino a una respuesta igualmente trucada (para decir cosas bonitas). Ambas la invalidan y hacen parecer un lujo innecesario, un par de mancuernillas. El poeta, creo, debe tener cuidado de no caer en ninguna de estas dinámicas.
Escuchada la bondadosa respuesta de la ayudante de la señora que me vendía empanadas, discuto ahora la de algunos poetas jóvenes que dicen (yo los he escuchado) que en medio de tanta tristeza y violencia la poesía es una especie de oasis, una suerte de locus amoenus en el cual refugiarse de lo que está pasando. Para tener completo el cliché, no tardará alguien en llamarlos “escapistas” y no tardarán ellos en hablar del simbolismo, la poesía pura, y todas esas cosas dichas y redichas.
Todo es un malentendido, no porque su poesía sea efectivamente un escape, sino porque no ha sido (espero) escrita para escapar, para distraer al lector de la realidad que lo rodea. El poema ha surgido y está allí, en el mundo, cumpliendo su función, que es la de ligar a los hombres con su naturaleza misma, como si se encontraran con ella por primera vez.
Pero, ¿quién ha llamado escapista a los poetas que menciono? Pues los otros, los poetas “conscientes” y “responsables”, los que toman el estrado y hacen que la poesía deje de ser canto para ser un arma cargada de futuro, humana y real. Aquí, compañeros, como poeta, la trampa me parece acaso mayor: creo que la poesía no tiene que dedicarse a hablar de los males humanos, aunque puede hacerlo. Digo ahora que estoy en completo desacuerdo con aquellos que sostienen que la poesía debe hablar de tal o cual cosa. La poesía debe, solamente, ser poesía y nada más. Hablar de lo que tenga que hablar, sea un tema social o no.
El poema, aún el poema social, acontece como un acto íntimo, sucede en solitario. Así, el poeta debe ser sincero, honesto y responsable, con la poesía. Lo otro puede o no aparecer. Lo digo porque no debemos olvidar que el poeta, en tanto ser social, es también un ciudadano. Lo que el poeta dice o no dice no debe afectar lo que el ciudadano hace. Es decir que el hecho de que no aparezca la protesta en el poema no significa que no aparezca en las calles. El poeta es un ciudadano como todos y desde allí, también, debe asumir su responsabilidad social.
La utilidad práctica del poema es iluminar rincones de nuestra naturaleza ignorados u obscurecidos, es señalarnos que no todo tiene que servir como sirve un automóvil, porque nos muestra otra posibilidad (tan antigua como la primera y acaso más necesaria) de lo útil. La utilidad del poema es, también, tan extensa como sus posibilidades: es capaz de hablar de lo que sea, de expresar descontento lo mismo que odio, amor o deseo. La utilidad del poema —y lo repito, es una utilidad práctica— es servir como instrumento y encarnación de una idea/emoción que no puede ser dicha de otro modo.
La poesía, toda la poesía, es necesaria. El arte es necesario, imprescindible. Su justificación, sin embargo, se encuentra en otro orden de ideas, en tanto arte. Es decir, amigos, que los poetas como los equilibristas, los panaderos y los arquitectos, servimos de algo. Tenemos ganado el derecho a existir.
Manuel Iris (México, 1983). Poeta y ensayista. Autor de Versos robados y otros juegos (2004 y 2006), y Cuaderno de los sueños (2009). El presente texto fue leído como parte de una mesa de ponencias con el tema “Función práctica de la poesía”, en el marco del III Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes, Monterrey, Nuevo León, México, en agosto del 2011. Contacto: manueliris65@gmail.com. Página ilustrada con obras de Kurt Seligmann (Suiza), artista invitado de esta edición de ARC.
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