¿Qué es un colectivo poético? ¿Por qué es una práctica extendida que poetas jóvenes se agrupen y se identifiquen con un nombre especial? En un sentido más inmediato pareciera que deseen lograr visibilidad. Estaríamos así ante una estrategia de legitimación en la competencia por sobresalir en el mundillo artístico, en el “campo literario”. Al menos eso nos diría una perspectiva sociológica de la literatura. El problema con esta aproximación es que pasa por alto lo fundamental: el objeto poético, una escritura y una manera en cómo esa escritura interviene en el mundo.
El colectivo poético adquiere así un nuevo significado. Como nos lo hace ver Octavio Paz, en Los hijos del limo, los colectivos poéticos son una manera de operar de “la tradición de la ruptura”, esa necesidad insaciable del arte poético moderno de renovarse, de romper con lo que le antecede, y de esa forma aparecer como la verdadera cifra del enigma de un tiempo inasible, el perpetuo desgaste y renovación de los sentidos de la era moderna[2]. En consecuencia, un colectivo poético se conecta con la promesa de la literatura desde el romanticismo: la refundación utópica del mundo. La poesía se ofrece así como un atisbo de nuevas formas de ser persona y de ser social, en las cuales la naturaleza humana se realiza en su plenitud, donde se integran, a través de un lenguaje especial, el poético, sus facultades sensibles y de pensamiento, escindidas en un mundo desgastado por la universalización del principio de la utilidad.
Esta breve reflexión inicial, me permite presentar este esbozo de la historia del colectivo poético de Piedra y Siglo en dos pasos. En un primer momento, reconstruyo el surgimiento y evolución de este grupo en la escena literaria de El Salvador. Posteriormente, esbozo claves para entender su aporte literario como expresión de la promesa de redención propia de la literatura.
Historia de Piedra y Siglo | Piedra y Siglo se constituye en San Salvador en 1966 por iniciativa de un grupo de jóvenes poetas que se congregan la Universidad de El Salvador. Sus primeros manifiestos llevan nueve firmas: Ricardo Castro Rivas (que luego firmará Castrorrivas), Jorge Campos, Jonathán Alvarado Saracay, Ovidio Villafuerte, José María Cuéllar, Julio Iraheta Santos, Uriel Valencia, Luis Melgar Brizuela y Rafael Mendoza[3]. Aunque de esta lista, son siete los que posteriormente se consideran sus miembros principales: Castrorrivas, Villafuerte, Cuéllar, Iraheta Santos, Valencia, Melgar y Mendoza[4]. Hay otros dos poetas identificados con otros colectivos anteriores, Ricardo Bogrand y Alfonso Quijada Urías, con los que mantienen una relación cercana[5].
La mayor parte de los integrantes de Piedra y Siglo son estudiantes, los que no lo son acuden al campus universitario atraídos porque este se ha convertido en un auténtico oasis de cultura libre y pensamiento crítico en un país donde la esfera pública se encuentra enrarecida por la política de silencios y adulaciones propias de los regímenes militares. Es cierto que un movimiento de jóvenes oficiales creó expectativas de apertura y renovación en los sectores democráticos cuando en 1948 derrocaron al General Castaneda Castro y, con ello, pretendieron erradicar los vestigios de la prolongada dictadura del General Hernández Martínez. Sin embargo, estas esperanzas se vieron paulatinamente disipadas a medida que se entronizó un régimen autoritario de nuevo tipo que legitimaba su férreo control de las libertades con algunas medidas sociales progresivas y la apertura de limitados espacios de tolerancia al debate y la disidencia[6].
Una de esas válvulas de escape a las crecientes tensiones que se iban acumulando de las demandas sociales insatisfechas era la universidad pública, la Universidad de El Salvador. Las políticas de modernización de los regímenes militares reformistas la habían dotado de importantes aumentos de presupuesto. Esto le había permitido aumentar exponencialmente la población estudiantil en pocos años, mejorar considerablemente la planta docente y construir un amplio campus universitario en el norte de la capital, que ostentaba incluso varios edificios diseñados en el mejor estilo moderno. De hecho, la zona norponiente de la capital donde se edificó el nuevo campus era una buena muestra de la euforia modernizadora de los militares. En las proximidades se construían hospitales, edificios para albergar oficinas públicas, así como proyectos residenciales unifamiliares y multifamiliares destinados a alojar la creciente clase media. Para hacer esto posible el estado había facilitado una red de instituciones técnicas y de financiamiento que acogían nuevas generaciones de profesionales. El conjunto se completaba con edificaciones privadas que buscaban poner la planta de la ciudad capital en sintonía con los nuevos tiempos[7].
En este nuevo campus universitario, se congrega entonces una población estudiantil muchos más heterogénea que la que había sido la norma hasta ese entonces. Converge una proporción cada vez más grande de jóvenes (de hecho, entre estos cada vez hay más mujeres) provenientes de los segmentos medios y medios-bajos de la capital y del interior. Es una juventud más educada, pero también más inconforme con el incumplimiento de promesas de apertura política y disgustada por el carácter cada vez más visiblemente excluyente del modelo de desarrollo implementado, que a la par de manifestaciones de próspera modernidad genera la pobreza cada vez más visible de los tugurios y cinturones de pobreza. Estos jóvenes le dan cauce a su inconformidad a través de un movimiento estudiantil que cada vez es más activo y beligerante. Todo esto atrae la suspicacia oficial, que pronto da muestra de los límites de su tolerancia al activar una estructura político-policial de control y persecución de la disidencia.
También esta conmoción afecta al claustro académico. Los sucesivos gobiernos han posibilitado la llegada de académicos extranjeros y la especialización de algunos de los nacionales en universidades del exterior. Muchos de estos nuevos profesionales encuentran cabida en la implementación de un aparato estatal que se diversifica y expande, pero otros, que o bien no tienen las conexiones familiares o bien no están dispuestos a someterse a los ritos de pasaje del régimen, quedan a la deriva. El ambiente más abierto de la Universidad permite que algunos de ellos se integren al claustro académico y desarrollen un actividad intelectual crítica. Es importante notar que al interior de la Universidad opera de manera más o menos abierta el Partido Comunista Salvadoreño, organización política legalmente proscrita pero que en la práctica ha logrado reclutar a una parte importante de la intelectualidad y el estudiantado así como el sector obrero organizado. El campus universitario es un escenario importante de activismo político pero también de una actividad artística y científica intensa y de mucha calidad.
En resumen, el campus universitario no es sólo una institución de enseñanza superior de buen nivel sino también un centro de efervescencia cultural dinámico y estimulante. Es a la vez, un espacio político que se sustrae de la norma de censura y del control político-policial que impera en el resto de la sociedad. No es de sorprender entonces que la vida universitaria exceda con mucho los “estudios profesionales” propiamente hablando y se convierta en una suerte de contra-esfera pública.
Piedra y Siglo nace en este mundo universitario amplio y en medio de esa amalgama de activismo político y mundo literario[8]. El cultivo de la poesía seguía siendo entonces una actividad apreciada y de mucho prestigio porque se la vinculaba la palabra a la autoridad del saber y era además un espacio de manifestación de un “genio nacional” que abarcaba a todo los jóvenes con intereses artísticos independientemente de su origen social. Apropiarse de la palabra literaria, posesionarse de la voz poética era un gesto simbólico de gran valor para que los jóvenes estudiantes se autorizaran social y culturalmente, especialmente para aquellos de origen social modesto[9].
Los fundadores de Piedra y Siglo reflejaban el perfil social heterogéneo de la nueva población que accedía a la educación superior. Algunos eran estudiantes universitarios ligados a carreras humanísticas como Derecho y Letras, por lo que su vinculación con la palabra poética resultaba bastante lógica. Sin embargo, otros de sus miembros se habían ligado al mundo literario por otras vías más inusuales. Ricardo Castrorrivas, de hecho, había trabajado de linotipista en la Dirección de Publicaciones, un oficio obrero, pero que le abría la posibilidad de encontrarse con el mundo de la literatura; también había ampliado su horizonte de lecturas gracias a su militancia en el Partido Comunista. La militancia política de ese entonces, implica apropiarse de un mundo de ideas y de palabra escrita[10]. Se puede afirmar que para estos jóvenes estudiantes o militantes, reclamar el privilegio de la palabra poética, erigirse en los voceros de su Generación, implicaba una forma de reivindicación social. Convertirse en poeta era una forma de reclamo de igualdad en nombre de los excluidos del país. Esto no era, por cierto, un gesto enteramente novedoso. Unos años antes lo había protagonizado el Círculo Universitario, dentro de lo que después se conoció como Generación Comprometida, que tenía un perfil social bastante similar.
Piedra y Siglo repite en su fundación la dramaturgia propia de los colectivos literarios de vanguardia. Redacta manifiestos, hace su declaratoria polémica en contra de la generación inmediatamente anterior y reivindica una figura tutelar relativamente ignorada en el canon poético nacional. Publica dos manifiestos que fueron redactados colectivamente, que hacen una declaración de propósitos y expresan de pasada algún malestar frente a una “Generación Comprometida” que habría “copado todos los espacios”. La figura tutelar que eligen es Vicente Rosales y Rosales. Según Rafael Mendoza, la admiración hacia Rosales era porque reunía el rigor en la construcción poética, pero también porque expresaba a una sensibilidad que conectaba con la experiencia popular, y lo distinguía de poetas como Hugo Lindo y Raúl Contreras, a quienes respetaban por su solvencia constructiva, pero los consideraban removidos de las grandes pasiones sociales[11]. De la admiración a Rosales quedan como testimonio una serie de cartas que los distintos miembros de Piedra y Siglo publicaron a lo largo de 1967, en una de ellas, José María Cuéllar lo caracteriza así: “Y tú, VIEJO MAESTRO. Silencioso. Ausente de la vieja diatriba burocrática y de los largos manteles. Ausente porque te deja el tiempo su palabra como una piedra dura”[12].
Los poetas de Piedra y Siglo viven también por esos años una intensa vida bohemia que los lleva a frecuentar distintos bares y cafés principalmente del centro capitalino. Allí se combina lo lúdico con la discusión apasionada de temas literarios y políticos[13]. La vida bohemia más que una extravagancia es una forma de experimentar una vida donde ocio y trabajo, placer y producción no se excluyan. Es también una forma de rebelarse contra la disciplina social dominante pero también contra cierta rigidez de las organizaciones políticas progresistas.
Las primeras publicaciones del colectivo poético se hacen en 1967 en el suplemento literario Sábados de El Diario Latino. Dicho suplemento lo elaboraba Juan Felipe Toruño, escritor de origen nicaragüense que siempre se había mostrado dispuesto a promover a los escritores jóvenes. Un logro importante del grupo literario es la publicación en 1968 de una sección especial de la revista La Universidad titulada “Piedra y siglo: 9 poetas jóvenes de El Salvador”, que también se difundió como sobretiro[14]. Allí se recogían sus dos manifiestos y se presentaba una breve antología de nueve de sus integrantes originales. La sección venía encabezada por una introducción de Italo López Vallecillos, director de la Editorial Universitaria, quien era además uno de los principales nombres asociados a la llamada “Generación Comprometida”[15]. Este primer reconocimiento era importante ya que significaba posicionarse ante el círculo literario de izquierdas que gravitaba alrededor de la universidad.
A partir de allí el grupo se mantiene activo, reuniéndose con frecuencia para intercambiar lecturas e intercambiar impresiones sobre su propio trabajo poético. Publican con frecuencia en la revista literaria La pájara pinta, que depende también de la Editorial Universitaria y en la revista La universidad. Dentro de sus publicaciones podemos encontrar obra poética, algunas narraciones, pero también intervenciones críticas. De hecho, Luis Melgar Brizuela se comienza a posicionar como estudioso de literatura con fundamentación académica, muy marcado por las tendencias por entonces novedosas de la lingüística estructural y la semiótica. José María Cuéllar quien ya trabajaba en la Imprenta Universitaria pasa a ser parte del equipo redactor de La pájara pinta.
Para 1970, algunos integrantes de Piedra y Siglo hacen un viaje a Guatemala para establecer una especie de hermandad con Nuevo Signo, colectivo poético afín de la Universidad de San Carlos de aquel país. Una nota fechada el 19 de junio de El Gráfico reporta la visita y menciona que ambos grupos realizaron un recital conjunto en el Salón Mayor de Facultad de Derecho[16].
En 1971, tiene lugar un incidente que afianza el lugar de Piedra y Siglo en la escena literaria nacional. El incidente ocurre en el Auditorio de Derecho de la Universidad de El Salvador, donde José Roberto Cea, autor de la generación comprometida, presentaba su Antología de la poesía salvadoreña. En su intervención, Cea trata de restar méritos a los escritores más jóvenes y se ensaña en particular con Rafael Mendoza, quien por su poemario Los muertos y otras confesionesacababa de recibir un primer premio de manos de la Asociación de Estudiantes de Derecho. Se trataba de un certamen bastante prestigioso que en ediciones anteriores había escogido a Roque Dalton y David Escobar Galindo. Mendoza responde a la provocación y declama algunos de los poemas laureados que reciben la ovación del público y palabras elogiosas de Claudia Lars, quien formaba parte de la mesa de honor. Claudia Lars ofrece publicarle esos poemas en la revista Cultura, por entonces bajo su dirección. Posteriormente, Los muertos y otras confesiones[17] se publica en la colección Nueva Palabra que estaba formando David Escobar Galindo. De hecho, tres títulos de autores de Piedra y Siglo van formar parte de los primeros títulos de esta colección. Aparte del ya mencionado, el libro de narraciones Teoría para lograr la inmortalidad y otras teorías, de Castro Rivas y el poemario Crónicas de infancia, de José María Cuéllar. Es de notar que la primera parte de este último, “El espejo a lo largo del camino”, había recibido ese mismo año el Primer Premio del Certamen Latinoamericano de Poesía de la revista Imagen de Caracas, Venezuela.
La publicación de obras de los miembros de Piedra y Siglo en la editorial estatal, con el aval de dos figuras escritores importantes, mejor vistos por la oficialidad, como Claudia Lars y David Escobar Galindo, así como el premio internacional de Cuéllar significaron la consagración del colectivo poético en el mundo literario nacional. Ya no era uno de tantos grupos de existencia efímera, que expresan las veleidades de jóvenes inconformes que después se integran a la sociedad convencional, sino un grupo de creadores literarios con logros palpables y reconocidos más allá de los circuitos contestatarios habituales.
Los años que siguen, con los cierres de la universidad y la agudización de la violencia política, forzaron la dispersión del grupo. Uriel Valencia se radica en México donde hace carrera como lingüista y se especializa en el estudio de las culturas precolombinas. Muere en 2006. Mendoza pasa los años más difíciles de la guerra en Panamá, pero regresa al país y animará en todo este período otras iniciativas de difusión culturales como algunas páginas literarias del diario El Mundo, como La Cebolla Púrpura o Cinco Negritos en plena guerra civil. Melgar Brizuela realiza estudios de doctorado en el Colegio de México con una investigación sobre la poesía de Roque Dalton. Regresa al país al término de la guerra y sigue su actividad de investigador combinada con el cultivo de la poesía. José María Cuéllar muere en 1983 en circunstancias todavía confusas, existen serias sospechas que pudo tratarse de un asesinato político. Julio Iraheta Santos sigue escribiendo poesía pero manteniéndose a distancia del mundo literario. Ovidio Villafuerte también siguió escribiendo hasta su muerte en 2008.
Pese a las circunstancias difíciles y las pérdidas, los sobrevivientes de Piedra y Siglo siguen activos literariamente y se conservan su relación de amistad y de intercambio artístico e intelectual. En 2006, celebraron el aniversario 40 de la fundación del grupo. En 2008, se les dedicó un número especial de la revistaCultura[18]. A partir de entonces Mendoza, Castro Rivas y Melgar Brizuela han dado algunos recitales donde se presentan como Piedra y Siglo. En 2009, los sobrevivientes del colectivo redactan otro documento donde reafirman su opción por el compromiso social desde la peculiaridad creativa de cada uno de los integrantes[19]. En 2010, la editorial La Cabuda Cartonera publicó poemarios de estos poetas en una colección que denominó Piedra y Siglo.
La poética de Piedra y Siglo | Hemos visto que Piedra y Siglo nace con el gesto vanguardista del manifiesto. Según lo confirma Mendoza, estos manifiestos fueron resultados de un trabajo de redacción conjunta, muy en el espíritu vanguardista de los colectivos artísticos. Este ideal utópico de constituir como grupo un sujeto poético que exprese la promesa de una nueva forma de vida social estará presente en el imaginario de Piedra y Siglo. Esto se evidencia en la entrevista que da Mendoza a la revista Abra, en 1976, donde relata sus experiencias de viaje por Cuba[20]. La isla como avanzada utópica, donde el tiempo y el espacio de la redención social ya se habrían instalado tiene una decidida fuerza. Precisamente al referirse al fenómeno de los talleres literarios:
“En los talleres literarios que yo he observado en otras partes, siempre se percibe una especie como de ‘paternalismo’ (cuando menos) o, más claramente, cierto ‘liderazgo’ ejercido por ciertos motores que se auto-consideran ‘maestros’ […] Me parece que eso es un lastre impuesto por el provincialismo secular que nos caracteriza […] allá [en Cuba] la cuestión es más franca; no hay posibilidad de que alguien se quiera constituir en ‘campeón’ de las letras u otro género artístico […] Allá se trabaja conscientemente o se truena […] Un taller literario cubano es como una auténtica mesa de trabajo común, sobre la cual se debe abrir la conciencia […] En aquellos talleres literarios, las cuestiones técnicas o científicas dentro de lo literario, son discutidas abiertamente como se discutiría en un taller de textiles la conveniencia de utilizar o no una fibra novedosa, o determinada textura en un tejido […] En Cuba no es importante que surja un ‘gran poeta’, sino una poesía de calidad…” (III)
En esta larga cita, se transparentan dos temas que van a definir a Piedra y Siglo: el colectivo estético y la poesía como trabajo. El principio de constituir un colectivo estético democrático, donde rige la horizontalidad entre sus miembros lo expresan ya desde el Segundo Manifiesto: “Sustentamos el principio de la creación a través del intercambio intelectual, rompiendo así con los viejos cánones de la creación aislada y del trabajo estrictamente individual. Esta es una época de intercomunicaciones y no un mundo de soliloquios” (108). En este sentido realizan algunas prácticas de creación colectiva como la redacción en conjunto de sonetos, pero estas no pasan de ser un ejercicio para ir solidificando su solvencia constructiva[21]. La creencia en el colectivo creativo conlleva además el rechazo a cualquier eventual reclamo de liderazgo de alguno de sus miembros y a distanciarse a lo que implican que ha sido el ethos dominante en el mundo literario nacional. Sobre este último punto se refieren al peligro de perder el norte artístico por las tentaciones del poder: “los vicios que han doblegado a nuestros intelectuales, los que en su mayoría han preferido la coquetería política a la defensa de sus convicciones” (108)
El otro tema importante de su declaración estética es la conciencia de la especificidad de un “trabajo poético”: “el arte en primer término, una norma de trabajo que implica conocimiento” (109). Ese trabajo tiene así una dimensión “técnica” y que en ello no se diferencia de otras formas de trabajo, las cuales en el mundo redimido de la revolución pasan todas a entenderse en el sentido clásico de tekhné o poiesis, formas de hacer que implican la realización humana. Es así como hace entonces sentido la definición del “trabajo poético” que hacen en el Primer Manifiesto: “captar de manera más fidedigna la realidad, para volcarla luego en imágenes estéticas con el toque mágico de su individualidad” (107).
Piedra y Siglo nace, como lo hemos visto, con el gesto vanguardista de publicar manifiesto y de polemizar con sus antecesores inmediatos; sin embargo, su concepción de poesía dista de ser iconoclasta. De hecho, retoman el tema de compromiso literario que ya lo habían expresado grupos poéticos anteriores y lo definen, al igual que estas, en un sentido amplio de postura ética humanista, de atención a ciertas zonas de la experiencia social y la asimilación de ciertas prácticas poéticas exterioristas y conversacionales ya bastante aceptadas, las cuales sólo desde una perspectiva muy tradicional podrían considerarse antipoéticas. No suscriben la idea de someter su práctica poética a las urgencias políticas o los dictados de una determinada organización de avanzada. Antes bien, defienden la autonomía del creador.
En una contribución de Mendoza a un número de Abra dedicado a reflexionar sobre el compromiso del escritor, este defiende la necesidad de hacer del hecho estético una experiencia compleja, indeterminada que estimule la inteligencia del lector y advierte del peligro de caer en las trampas de la consigna y el panfleto[22]. Una novedad resaltable de Piedra y Siglo es insistir en incorporar una conciencia reflexiva sobre lo poético. Y la demanda de “conocimiento” que reclama el arte, la realizan al asimilar los aportes de las ciencias del lenguaje, que recién estaban introduciéndose en los programas universitarios a través de la lingüística estructural y la semiótica. Recordemos que Melgar Brizuela, Rafael Mendoza, José María Cuéllar y Uriel Valencia eran estudiantes de la Licenciatura en Letras. En años posteriores, tanto Melgar como Valencia realizarán carreras académicas distinguidas en las Humanidades.
Como dijimos, la propuesta de Piedra y Siglo no es de ruptura total. Antes bien, sus innovaciones se hacen siempre abriendo un espacio de diálogo con la tradición poética nacional e universal. Asimismo, pese a la declaración de la importancia del ideal del colectivo estético, de hecho, desde la publicación de la sección de La Universidad se perciben individualidades poéticas bastante marcadas que se mantendrán a lo largo de sus trayectorias. Mendoza, por ejemplo, confiesa que la poesía siempre se le manifestó como música del lenguaje y que, por esa razón, nunca pudo divorciarse de la métrica clásica en la que se inició, pese a que coetáneos y mayores proclamaban que el verso libre y la poética conversacional era lo propio de la época. En los años posteriores, de hecho, tanto Mendoza como Castro Rivas revisitarán con frecuencia las formas clásicas. Melgar Brizuela y Uriel Valencia comienzan con una poesía más conversacional y llana, pero más adelante en sus carreras profundizan la exploración del mundo cultural indígena que inspirará buena parte de su trabajo tanto poético como ensayístico. Cuéllar e Iraheta Santos, por otra parte, tienen más afinidad con el surrealismo y producen una poesía más hermética.
Además de la individualidad poética que cada uno de los integrantes de Piedra y Siglo mantiene a lo largo de su vida, también es de notar que ninguno se conforma con encasillarse en una manera particular de escritura literaria, de identificar su voz con un estilo o género en particular. Todos muestran apertura a explorar con nuevos temas y nuevos dispositivos, a reactualizar el compromiso literario de acuerdo a las exigencias cambiantes de la historia.
NOTAS
22. Mendoza, Rafael. “Hacia una nueva definición del compromiso”, en Abra, revista del Departamento de Letras de la UCA, Año 2, No. 16, septiembre de 1976, pp. 25-27. Esto también lo recalcó Luis Melgar Brizuela en la entrevista realizada el 20 de enero de 2010.
Ricardo Roque-Baldovinos obtuvo su doctorado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Minnesota. Profesor del Departamento de Comunicaciones y Cultura, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador e Investigador en la Dirección Nacional de Investigación en Arte y Cultura de la Secretaría de Cultura. Es autor del libro de ensayos Arte y Parte (2002), editor de la narrativa completa de Salarrué y, junto a Valeria Grinberg, de Tensiones de la Modernidad, segundo tomo de Hacia una historia de las literaturas Centroamericanas (2010). Página ilustrada con obras de Antonio Beneyto (Espanha), artista invitado de esta edición de ARC.
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