I | Un
Norte para la poesía
El
brasileño Lêdo Ivo (Maceió, Alagoas, 1924) es dueño de una relevante obra en
prosa que incluye novelas, cuentos, crónicas, ensayos, libros autobiográficos y
literatura infanto-juvenil. Pero es su poesía, maravilla creadora incesante
desde su adolescencia, la que lo ha convertido en autor de culto en el
resto de América latina, gracias a traducciones parciales editadas en México,
Perú, Venezuela y Chile, inhallables en librerías de la Argentina, desde donde
escribo. Un reciente viaje al Brasil sirvió para que al fin llegara a mis manos
el libroPoesia Completa, 1940-2004 (Topbooks, Rio de
Janeiro, 2004.). Mientras lo leo, comprendo por qué, aunque la poesía de Lêdo
Ivo tiene potencia universal, los nordestinos lo consideran suyo, y, al mismo
tiempo, anoto algunas observaciones que me sugiere la lectura.
1. DE
PATRIA Y PATRIAS | Para
empezar, una declaración romántica: amo a la “última flor del Lacio, inculta y
bella”, con un amor que habría comprendido el propio Olavo Bilac. Pues aunque
también se ame a la lengua materna, cuando se lee a Camőes, a Pessoa y a los
más grandes líricos brasileños, no se puede dejar de sentir que el portugués
fue hecho para la poesía, cuya cadencia se mete insidiosamente en el oído
castellano, desafiándolo a empeñarse en el ejercicio de traducirla, que si de
por sí es humilde pasa a ser a veces humillante por sus resultados. Siempre
habrá una consonante, que el portugués elude, adueñándose de una sílaba para
arruinar el ritmo. Vaya descubrimiento. Por qué, si no, los primeros líricos
castellanos habrían persistido en no abandonar el gallego-portugués casi hasta
el siglo XV.
Aparte de que lo antedicho es una flagrante excusa para citar a Lêdo Ivo
en español con mis propias traducciones y también brevemente a Pessoa, ¿qué
relación tiene todo eso con Lêdo Ivo? Que Lêdo Ivo, como brasileño y
escritor, seguramente ama la lengua portuguesa y su mejor literatura.
Incluyendo la de Pessoa, importante referente de los jóvenes de su generación,
mucho antes de que Pessoa se convirtiera en uno de los pocos poetas que, en los
tiempos actuales, “llegan” a una considerable suma de lectores. Y que, sin
embargo, encuentro en el libro de Lêdo Ivo un poema que parece haberse
originado en una confrontación con Pessoa. Específicamente, con una expresión
de Bernardo Soares, en uno de los fragmentos en prosa recogidos en el Livro
do Desassossego (Lisboa, Ática, 1982 vol. I, p. 16-17): “A minha pátria é a língua portuguesa”. El poema es el
siguiente:
MI PATRIA
Mi patria no es la lengua portuguesa.
Ninguna lengua es la patria.
Mi patria es la tierra blanda y pegajosa donde nací
y el viento que sopla en Maceió.
Son los cangrejos que corren por el lodo de los manglares
y el océano cuyas aguas siguen mojando mis pies cuando sueño.
Mi patria son los murciélagos colgados del techo de madera de las iglesias carcomidas,
los locos que bailan al atardecer en los hospicios junto al mar,
y el cielo curvado por las constelaciones.
Mi patria son las sirenas de los barcos
y el faro en lo alto de la colina.
Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante.
Son los astilleros podridos y los cementerios marinos donde mis antepasados tuberculosos y palúdicos no paran de toser y de temblar en las noches frías
y el olor del azúcar en los almacenes portuarios
y las tainhas que se debaten en las redes de los pescadores
y las ristras de cebolla enrolladas en la tiniebla
y la lluvia que cae sobre los corrales de pesca.
La lengua que utilizo no es ni nunca fue mi patria.
Ninguna lengua engañosa es la patria.
Sólo sirve para que yo celebre mi grande y pobre patria muda,
mi patria disentérica y desdentada, sin gramática y sin diccionario,
mi patria sin lengua y sin palabras.
[De Plenilúnio, 2004, pp. 1027-1028]
Que el poema parafrasea la citada expresión de Pessoa en negativo es
indudable. No obstante, lo que presenta enormes dudas es si la intencióndel
autor es la de contestar a Pessoa. A primera vista, parecería bastar una simple
reflexión para descartarlo: desde antiguo la literatura ha dado muchas
definiciones subjetivas de “patria”, no faltando entre ellas las patrias
especiales que se adjudicaron los escritores en sentencias que a lo largo del
tiempo se han convertido en lugares comunes: la patria de un escritor es la
infancia; la patria de un escritor es la literatura; la patria de un escritor
es su biblioteca; la patria de un escritor es su lengua, etc. Con las que
cualquiera puede estar o no de acuerdo, del mismo modo que con refranes
contradictorios como “al que madruga Dios lo ayuda” o “no por mucho madrugar se
amanece más temprano”. Cualquiera en este momento soy yo, que no pienso
que la patria de nadie se reduzca a su lengua, pero que comprendo que es ociosa
la más mínima discusión sobre el asunto. Cuesta imaginar que un poeta de la
grandeza de Lêdo Ivo no lo entendiera así. Y sin embargo, el anterior
razonamiento falla por su base. Pues lo que verdaderamente cuesta imaginar es
que un poeta de la grandeza de Lêdo Ivo fuese un mal lector. O, dicho de otra
manera, que empeñara un poema entero y no muy breve para rebatir siete palabras
de Pessoa sacadas de contexto.
Quien lea el texto de Bernardo Soares comprobará que la oración citada
funciona como un epifonema de todo lo dicho anteriormente acerca de la
sensualidad en que lo sumen las palabras, “cuerpos tocables, sirenas visibles”.
Esa entrada, que aparenta ser “irracionalmente” poética, tiene un claro fin
racional, que ya se atisba en la oración inmediata: “Me estremezco si dicen
bien”. Tras un nuevo desvío subjetivo (“Como todos los grandes apasionados,
gusto de la delicia de la pérdida de mí mismo, en que el goce de la entrega se
sufre enteramente”), describe cómo “muchas veces” él mismo escribe de una
manera que podríamos llamar surrealista. Hasta que se sitúa, como lector, ante
lo que considera bien dicho: “No lloro por nada que la vida traiga o lleve. Sin
embargo hay páginas en prosa que me han hecho llorar”. Y entonces irrumpe el
recuerdo del efecto estético que en un niño –que, aunque bilingüe en el seno
familiar, sabemos formado como lector y escritor en inglés–, causó la lectura
de un determinado pasaje de un libro escrito en portugués:“Aquel movimiento
hierático de nuestra clara lengua majestuosa, aquel expresarse de las ideas en
las palabras inevitables, correr de agua porque hay declive, aquel asombro
vocálico en que los sonidos son colores ideales– todo eso me embriagó de
instinto como una gran emoción política.” Lo cual hace que el adulto que lo
recuerda llore ahora “la saudade de la emoción de aquel
momento”, la pena de no poder ya leerlo por primera vez. Allí es donde va a
insertarse el párrafo que contiene la cita, el cual es un modelo de humor
sarcástico y provocador:
No tengo ningún sentimiento político o social.
Tengo, sin embargo, en un sentido, un alto sentimiento patriótico. Mi patria es
la lengua portuguesa. Nada me pesaría que invadieran o tomaran a Portugal,
mientras no me molestasen personalmente.
Ello desencadena la conclusión: lo que odia Soares es la página mal
escrita, no sólo sintáctica sino también ortográficamente, porque “a palabra é
completa vista e ouvida”. Esa es, por así decirlo, la tesis del breve ensayo.
La cual demuestra que por conservador que parezca, todo gran artista es
“rompeolas de las eternidades” (Rubén dixit.). En efecto, todo poeta moderno
estuvo y sigue estando de acuerdo, antes y después de Pessoa, con esa
formulación. Incluso cuando el poeta, transgrediendo el purismo idiomático que
le gusta a Soares, quiebra las reglas gramaticales y aun crea su propia
ortografía, está confirmando que la escritura amplía la resonancia de la
palabra convirtiéndola en visual y corpórea, capaz de despertar mayores
percepciones sensoriales e intelectivas en el lector. Por dar un ejemplo, en el
poema IX de Trilce, de Vallejo (1920), once años anterior a este
texto de Pessoa –aparecido en una revista lisboeta en 1931–, no significa lo
mismo “Vusco volvvver de golpe el golpe”, en el primer verso, ni “Fallo bolver
de golpe el golpe”, en el inicial de la tercera estrofa, que “busco” o
“hallo+fallo volver”.
Para la fecha en que Pessoa publica esta pieza, ya hace años que ha
decidido reemplazar definitivamente el inglés por el portugués para la gran
obra que él y sus heterónimos van construyendo. Elección legítima desde un
punto de vista patriótico, ya que Pessoa nació en Portugal, patria de sus
mayores, donde él mismo decidió quedarse de muy joven, mientras su madre, su
padrastro y sus hermanos volvían al África. Pero ya hemos visto que,
contextualizada, la expresión de Soares “a minha pátria é a lingua portuguesa”
no tiene nada que ver con un sentimiento patriótico. El concepto de patria como
lugar de pertenencia del ser humano a una tierra a la que lo ligan vínculos
jurídicos, históricos y afectivos no existe para Soares, que en esto se parece
al pirata de Espronceda. Mal entonces podrían identificarse los términos
“lengua portuguesa” y “patria”, como no sea más que dentro de la frase misma
puesta en relación con su contexto. Mientras que en Lêdo Ivo el sentimiento de
patria es el que organiza todo el poema: “Ninguna lengua es la patria” no
rebate en absoluto a Pessoa, pues Soares no ha afirmado lo contrario. Lo cual
constituiría una primera prueba de que, a pesar de la referencia, ambos textos
no dialogan entre sí.
2. LA
PRIMACÍA DE LO POÉTICO | De
todos modos, creo necesario revisar si existen otras en la entera obra del
poeta alagoano, que no por estar contenida en un solo volumen deja de ser
vastísima. Ocupa, sin contar la introducción ni los índices, 1.019 páginas de
apretada diagramación, en las que los poemas se suceden con el blanco
indispensable entre el verso final de uno y el título del siguiente, sólo
separados por la página que titula cada uno de los veintidós libros que lo
componen o alguna de sus secciones. Y, al extender la lectura, se comprueba que
la estética de Lêdo Ivo no se muestra nunca perturbada por la “idea”, es decir,
por nada ajeno al impulso lírico, lo que hace que, para el lector, el poema
acontezca, como empujado por un sentimiento ingobernable. Como el del bêbado al
que se le da por visitar la tumba de Hermenegarda, se agarra de la cruz para
sostenerse en pie y se va al suelo con cruz y todo, y desde allí no comprende
muy bien por qué la finada está triste, estando cubierta de flores tan bonitas:
Heme junto a tu sepultura, Hermenegarda,
para llorar tu carne pobre y pura que ninguno de nosotros vio pudrirse.
Otros vendrían lúcidos y enlutados,
pero yo vengo borracho, Hermenegarda, yo vengo borracho.
Y si mañana encuentran la cruz de tu fosa tirada en el suelo
no fue la noche, Hermenegarda, no fue el viento.
Fui yo.
para llorar tu carne pobre y pura que ninguno de nosotros vio pudrirse.
Otros vendrían lúcidos y enlutados,
pero yo vengo borracho, Hermenegarda, yo vengo borracho.
Y si mañana encuentran la cruz de tu fosa tirada en el suelo
no fue la noche, Hermenegarda, no fue el viento.
Fui yo.
Quise sostener mi embriaguez en tu cruz
y caí al suelo donde reposas
cubierta de dondiegos, triste no obstante.
y caí al suelo donde reposas
cubierta de dondiegos, triste no obstante.
Heme junto a tu fosa, Hermenegarda,
para llorar nuestro amor de siempre.
No es la noche, Hermenegarda, ni es el viento.
Soy yo.
para llorar nuestro amor de siempre.
No es la noche, Hermenegarda, ni es el viento.
Soy yo.
[“Valsa fúnebre de Hermenegarda”, As Imaginações, 1944,
p.67]
Poco importa “que no sea verdad esa belleza”; no me refiero a la de los
versos de Lêdo Ivo sino a la ingobernabilidad del sentimiento a la hora de
tornarlo palabra. Puesto bajo la lupa, cada poema aparece como un objeto verbal
muy trabajado por alguien que tiene mucha lectura aprovechada, un absoluto
dominio técnico, y que ha experimentado la musique en todas
sus posibilidades, desde el versículo torrencial hasta el soneto, desde el
verso libre y el poema en prosa hasta el verso breve de tono culto o popular.
Trabajado pero no fabricado. Eso es lo importante para el lector de poesía, que
afortunadamente no usa lupa. Es notoria la necesidad que transmite cada verso,
cada imagen, cada palabra de esta poesía antirretórica por excelencia,
necesidad que explica que Lêdo Ivo consiga lo que ya no muchos consiguen o,
directamente, no procuran conseguir: conmover, emocionar. Y mientras lo veraz
no varía sino que se acendra con los años, los temas son variadísimos o uno
solo, el motivador, que puede abarcarlos a todos: el interés inagotable por
todo lo humano y lo divino, por cada ser, animal, vegetal, mineral que puebla
el mundo, por cada objeto o hecho real del que participe el hombre,
horroroso o bello, placentero o lastimoso, y la imaginación del hombre para
crear otro mundo mágico, feérico, angélico, monstruoso, bienhechor o
amenazador, lo que sólo es posible si se transita antes por todo lo cercano,
pero que finalmente es el deber último del poeta:
Es preciso hacer eso, para que la vida y la poesía
no se separen
y no mutilen nuestra unidad. Antes, aboguemos
por la primacía de lo poético sobre las otras primacías menores,
la aceptación de lo fantástico, los descubrimientos repentinos,
el descenso al país de los espejos, la conversación con las hadas, que no tienen el problema de la salvación personal,
ni del duelo entre la inspiración y el diccionario.
y no mutilen nuestra unidad. Antes, aboguemos
por la primacía de lo poético sobre las otras primacías menores,
la aceptación de lo fantástico, los descubrimientos repentinos,
el descenso al país de los espejos, la conversación con las hadas, que no tienen el problema de la salvación personal,
ni del duelo entre la inspiración y el diccionario.
[De Ode ao crepúsculo, IV, 1946, p. 145]
Lêdo Ivo no es un poeta social, en el sentido único en que esa
denominación suele usarse, pero todo dolor humano lo toca, lata en Río o en
Chicago, así como toda estupidez humana puede volverlo mordaz y epigramático.
No es un poeta arcádico, pero la naturaleza, lo apacigüe o lo aceche como un
zorro eterno, es su prójimo. No es un poeta regional, pero el Nordeste cruza
sus libros en claroscuros no captables por las máquinas fotográficas; la maresia, palabra
sin su equivalente castellano, es un motivo impresionante que penetra una y
otra vez sus poemas. No es un poeta elegíaco, pero la infancia, la figura
del padre, las putas que alegraron su adolescencia, los marineros borrachos,
las lavanderas siempre preñadas, los viejos trapiches de caña, todo aquel
pasado iniciático, más que evocado, se hace presente en imágenes y escenas de
singular potencia. Y así podríamos seguir sin hallar una clasificación para
este poeta, que sabe que “nadie comienza de cero/ cuando entona una canción” y
se pregunta a quién imitó Homero, pero que también sabe de la visitación de la
Musa, a la que le debe un tono de los más personales que pueden hallarse en la
producción poética latinoamericana:
No creo en la inspiración
esa bruja radiante
que sopla la canción
y te hace alegre o triste.
Pero que existe, ¡existe!
esa bruja radiante
que sopla la canción
y te hace alegre o triste.
Pero que existe, ¡existe!
[“A inspiração”, de O soldado raso,
1980-1988, p. 591]
La poesía de Lêdo Ivo, en fin, aun cuando esté surcada por una hondura
ontológica y por la busca de una “finisterra” nunca alcanzada (“Como una araña
en el teatro cuando las luces se encienden/ mi vida se estremece al caer la
noche/ y oigo en la oscuridad el cántico de todo lo que parte.”), trasunta,
como de manera inevitable, la alegría de vivir y de crear (“Siempre junté en el
mismo plato/ las espinas de mis peces/ y las sobras de mis sueños.”) que es la
gran ausente en los poetas latinoamericanos afectos a las trincheras
ideológicas, desde donde es frecuente que salgan poemas que encuentran su razón
de ser en la réplica correctiva a quienes consideran menos iluminados. Esa
punzante obra maestra que es el poema “Mi Patria” tiene en cambio la delicadeza
de la alta poesía que conmueve en sordina, y sin ningún golpe de gong ni de
puño penetra el centro mismo del corazón con su suave tristeza intolerable. Hay
algo que al poeta le duele en su patria. Y lo dice con
sencillez, celebrándola aun tristemente, como sin esperanza de corrección
alguna. Si el poema no apela al choque efectista, ¿por qué iba a gobernarlo una
intención contestataria con respecto a Pessoa-Soares, el ensimismado, el
solitario, el oscuro, el ignorado e ignorante de un mundo exterior, quedara
éste en Lisboa o en el lejano Brasil, que sólo existió para que Ricardo Reis,
el monárquico, se exiliara?
3. POESÍA
Y ÉTICA: ¿ALGO PASADO DE MODA? | Otra
cosa que hay que destacar es que si la patria de Lêdo Ivo no es la lengua
portuguesa, en el poema tampoco lo es todo el Brasil. Es “o Brasil do Norte”,
distinto de “o Brasil do Sul”, como se dice en Calabar, un poema dramático (1985).
La figura histórica y a la vez mítica de Domingo Fernandes Calabar es más un
pretexto para marcar la posición de Lêdo Ivo frente a los límites del arte,
dentro de los cuales el deber del artista es construir su propia libertad, que
una exaltación del controvertido personaje (ya realizada anteriormente por
otros autores, v.g. la obra teatralCalabar: o elogio da traição, de
Chico Buarque y Luis Guerra, exitosamente prohibida en 1973 por la dictadura
militar hasta el punto de que su publicación en libro, en 1994, ya lleva más de
veinte ediciones.)
En el poema intervienen cinco voces: El Alagoano; El Turista; El
Escribiente; Una Voz; y La Viuda de Calabar. En rigor, podría cuestionarse que
integre el volumen, puesto que se aleja de la actitud lírica arriba descrita.
Se trata de una pieza en la que, por sobre las partes líricas, predominan
tiradas al estilo cordel en boca de uno u otro personaje que “canta opinando”,
como supo hacerlo nuestro gaucho Martín Fierro y, en general, nuestra poesía gauchesca.
El Alagoano y El Turista son los polos del conflicto. Pues el Turista que va
a Alagoas es de San Pablo. Y si bien podemos imaginar que las penurias de
los alagoanos no son demasiado diferentes de las de los pobres de otras
regiones de cualquier punto cardinal del Brasil y de todas partes del mundo, en
este poema el Brasil del Sur aparece identificado con San Pablo. Esto es, con
lo que representa San Pablo para el resto del Brasil, en todos los aspectos,
empezando por el económico, y siguiendo por los que con él se relacionan, en
especial, el manejo del mercado cultural por parte del stablishment paulista.
El Turista está viajando por “el Brasil grande” en busca de “lo que da
buenas fotos” y llega a Porto Calvo para visitar la tumba de Calabar, “el que
traicionó a la Patria/ cuando la guerra holandesa/ en tiempos en que el Brasil/
pertenecía a Portugal/ que pertenecía a España”, según le enseñaron en la
escuela, y dicen la radio y la TV. Lo que ve le arranca entusiasmos como estos:
Si hay en el Nordeste una industria
que deba ser explotada
....................................
es la industria del paisaje
......................................
Y, completando el paisaje,
¡qué riquísimo folklore!
......................................
... este color local
es una mina de oro.
Esta raza vieja
de tronco y raíces
es tan pintoresca
que vale un tesoro.
.............................
Junto al mar azul
dos países somos:
el Brasil del Norte
y el Brasil del Sur.
que deba ser explotada
....................................
es la industria del paisaje
......................................
Y, completando el paisaje,
¡qué riquísimo folklore!
......................................
... este color local
es una mina de oro.
Esta raza vieja
de tronco y raíces
es tan pintoresca
que vale un tesoro.
.............................
Junto al mar azul
dos países somos:
el Brasil del Norte
y el Brasil del Sur.
En tanto, El Alagoano reflexiona, en un aparte:
Quien toma al Nordeste
por ciego de feria
que canta folklore
o es muy descarado
o ya está chocheando.
por ciego de feria
que canta folklore
o es muy descarado
o ya está chocheando.
Acerca de Calabar, El Escribiente da la razones abstractas por las
cuales no debe considerárselo un traidor, que son las generalizadas por una
especie de revisionismo ya trajinado en el Brasil: “¿A qué patria traiciona
aquel que no tiene ninguna patria?” El Alagoano se limita a sus razones
personales, que recuerdan las de nuestros “recitados” criollos: ¿su tierra es
suya si no tiene la escritura de su bisabuelo,
que, como yo, no fue dueño
del suelo donde nació,
del terreno que plantó,
de la fosa en que murió?
....................................
Si no poseo lo mío,
¿cómo puedo ser traidor?
del suelo donde nació,
del terreno que plantó,
de la fosa en que murió?
....................................
Si no poseo lo mío,
¿cómo puedo ser traidor?
Y le pregunta al Escribiente –“que es docto” y anota en los libros del Registro
Civil quién nace y quién muere, quién compra tierras y quién las vende– qué
parte del mundo es suya, y qué es el pueblo, si tiene nombre de hombre o de
mujer, si la palabra pueblo abarca a todo el mundo o no, si tiene un número
determinado o “es más o menos”. Lo cual da ocasión para introducir un tema
siempre candente en el terreno de la producción artística “de protesta” en
América latina, pero que a nadie le gusta que se plantee con todas las letras:
el hecho innegable que muchos de los poetas, artistas plásticos, escritores,
cantautores, cantantes, etc. antiimperialistas y anticapitalistas, que fueron o
son tenidos por intérpretes del pueblo, hayan vivido o vivan aún actualmente
como emperadores gracias a su bien capitalizado oficio de anímense y vayan. O,
más precisamente, que la izquierda –o lo que se le parezca– fue el mejor
negocio para el mercado capitalista del arte durante el siglo XX. Y lo sigue
siendo convenientemente aggiornada por el solo procedimiento de
trasladar al depósito de trastos los retratos de Stalin y de Mao. Así, el
molesto escribiente de Lêdo Ivo responde al Alagoano, con referencia a ciertos
distraídos latinoamericanos que parecen no haberse dado cuenta de su fundamental
papel de proveedores y a la vez usufructuarios de tan rentable
componenda:
Mis contestaciones
son también preguntas.
Quien bebe champaña
como si bebiera
el agua del pozo,
¿tiene sed de justicia?
¿bebe por el pueblo?
...............................
Poeta de libro
que dice y no prueba
y vive esparciendo
que es suya y que es nueva
la más vieja trova
¿es poeta del pueblo
o bufón de corte?
............................
Aquel papanatas
que repite lo obvio
y hace de él el sol
de su equinoccio
y anda por la lluvia
y nunca se moja,
¿ese habla por mí
habla por el pueblo?
son también preguntas.
Quien bebe champaña
como si bebiera
el agua del pozo,
¿tiene sed de justicia?
¿bebe por el pueblo?
...............................
Poeta de libro
que dice y no prueba
y vive esparciendo
que es suya y que es nueva
la más vieja trova
¿es poeta del pueblo
o bufón de corte?
............................
Aquel papanatas
que repite lo obvio
y hace de él el sol
de su equinoccio
y anda por la lluvia
y nunca se moja,
¿ese habla por mí
habla por el pueblo?
Pero el Alagoano no quiere “respuestas que sean preguntas”, sólo quiere
saber quién es realmente el pueblo. El Escribiente hace su alegato como mejor
puede. Una Voz interviene poetizando el mito de Calabar. El poema va perdiendo
unidad. Con todo, lo que queda flotando es que a pesar de las intenciones y de
las palabras de los agentes externos, por buenas que ambas fuesen, el pueblo no
puede ser interpretado por quien no sea pueblo. Ello está implícito en las dos
últimas intervenciones de El Alagoano, en las que trata de expresar qué sueña
el pueblo verdaderamente miserable cuando duerme. Entre la miseria ancestral y
los mitos fijados por la escritura hay un divorcio irremediable. El pueblo
sueña con alguien que lo salve: un Rey Sebastián que vuelva del África; un
Cristo, pero que no muera en la cruz; un Calabar, pero que no sea
descuartizado.
Justo es decir que al lado de otros poemas admirables de Lêdo Ivo Calabar se
empequeñece. El propio Ivan Junqueira, en su excelente Estudio Preliminar, lo
sortea con su mejor verónica. Es el único de los veintidós libros del volumen
que no nombra. No hace al caso conjeturar por qué. Lo que sí importa anotar
aquí es que se trata de un escrito muy inconveniente, que mejor torear que
tomar por los cuernos. Y que, viendo a su trasluz los otros veintiún libros de
la Poesía Completa de Lêdo Ivo, se observa que las “ideas”,
entendidas como credo personal de un artista, que aparecen explícitas en Calabar,
fueron siempre las mismas que yacen bajo ese sentimiento que el lector percibe
como “ingobernable” por el que sale empujada toda la obra estrictamente lírica
del poeta. Tan ingobernable, que no les deja lugar suficiente más que para
infiltrase casi imperceptiblemente en el poema, todo volcado a la inspiración
“que existe” en el acto creativo. Pero basta con esa mínima infiltración, para
que toda la obra poética de Lêdo Ivo sea inconveniente. Los teóricos que, desde
sus claustros lejanos, pretenden dar por “superados” ciertos dogmas –aquellos
que enterraron, por ejemplo en la Argentina, a los más inspirados poetas de la
llamada aquí generación del 40, más o menos contemporáneos de la del 45 en el
Brasil– no tienen la menor idea de cómo siguen operando las presiones en
América latina. En medio del gigantesco Brasil, Lêdo Ivo está solo. O, al
menos, lo estuvo hasta hace muy poco, pagando el precio de su libertad. “¿Quién
le teme a Lêdo Ivo”?, tituló Ivan Junqueira su mencionada introducción. Por lo
visto, muchos. De otro modo, resulta extraño que haya tenido que cumplir 80
años en 2004 para que, a título de homenaje al aniversario, se emprendiera la
edición de su obra poética integral; poco convincente que la demora se haya
fundado en la respuesta del poeta a una entrevista, posterior a la aparición
del libro, según la cual no sería afecto a la poesía reunida en gruesos libros;
y casi inexplicable que esa edición haya sido gestionada por fuera del gran
mercado editorial, gracias a los buenos oficios de la Academia Alagoana de
Letras y de la Academia Brasileña de Letras –a la que el poeta pertenece–,
asociadas en la consecución del patrocinio de Braskem, la mayor empresa
petroquímica de América latina y segunda mayor compañía privada del Brasil, que
vuelca parte de sus caudales en proyectos educativos y ecológicos en el estado
de Alagoas.
4. DE
POETAS Y MERCADERES | De resultas
de las anteriores reflexiones, creo percibir otra motivación en la inspiración
del poema “Mi Patria”, que integra el último libro del volumen, compuesto entre
2001-2004. El Libro del Desasosiego, en la edición
considerada primera y si acaso completa, la de Ática, sólo salió a
luz en 1982, en Lisboa. Sin embargo, apenas transcurridos dos años, la frase de
Pessoa, “A minha patria é a língua portuguesa”, que algunos llaman verso –y
rítmicamente lo es– se repetía en el Brasil de boca en boca, por la calle, en
los medios de comunicación masiva, en los foros y los blogs de los internautas,
y, en seguida, inclusive en español. Con una diferencia sustancial respecto a
la morosa y amorosa manera como naturalmente corren los versos memorables, a
partir de un encuentro emocional indeleble con el autor, que no le ha ocurrido
a un solo lector sino a muchos y muchos que, conmovidos al leerlos o
escucharlos por primera vez integrados al texto original, quieren
compartir esa emoción con otros y se los transmiten. Hasta que llega el momento
soñado por todo poeta: el del olvido de su nombre, que, como decía Manuel
Machado, tornará “verdadera” la copla “cuando la gente ignore que estuvo en el
papel/ y el que la cante llore como si fuera de él”. Pessoa no ha tenido esa
suerte con esta frase en particular. Pues la diferencia apuntada es que el que
la canta no llora como si fuera de él, sino la usa como si fuera de él. Me
refiero a Caetano Veloso, quien, transformándola en “mi patria es mi lengua”,
la popularizó al incluirla en su canción “Língua”, grabada en un álbum que se
lanzó al mercado en 1984.
No hablo de uso en el sentido de plagio, claro está. Caetano, sin duda
poseedor de una extensa cultura libresca, no deja de citar públicamente,
completa, la frase de Pessoa en relación con su canción, ni de mencionar
a Pessoa en la letra de la misma. Ni a Pessoa, ni a Camões, ni a Guimarães
Rosa, ni a Chico Buarque de Holanda, ni a Carmen Miranda, ni a Mangueira,
ni al Pan de Azúcar, ni al Sambódromo, ni al latín, etcétera; ni de aludir o de
citar versos de Olavo Bilac, Joaquim Osório Duque Estrada, autor de la letra
del Himno Nacional Brasileño, del mismo Chico, de Elis Regina, de Bob
Dylan en inglés, etcétera; ni de ostentar terminología lingüística y
literaria, jírias urbanas brasilusoafroanglojaponesas, y todo
lo que en una de fregar cayó caldera imaginable. Dicho esto con el perdón de
Góngora, tan mal juzgado por Quevedo. Y no tema el estimado lector que ahora le
hable de “intertextualidad”. Para eso están los estudios teóricos
posestructuralistas que, comenzando por los literarios, han descubierto en el
siglo XX que no podemos escribir prácticamente nada –ni hablar, realmente– sin
traer a colación algo escrito o dicho por otro, como Mr. Jourdain descubrió que
toda su vida había hablado en prosa. Tampoco tema que me detenga a investigar
origen, vida y milagros de cada elemento que interviene en la letra de la
canción. Para eso están los estudios académicos que han empezado a
pulular, incluso en la red, sobre la letra de “Língua”, apropiadísima para
escribir mucho sin decir nada que cualquier lector u oyente “culto” no pueda
determinar por sí mismo acerca del “intertexto”, tan copioso, que produce un
fenómeno que sí debería registrarse por su rareza: la conversión del
“hipertexto” en “hipotexto”. En efecto, la pasmosa habilidad “posmoderna” del
autor para coser semejante cantidad de retazos mediante un ambiguo hilo irónico
es inobjetable.
También es inobjetable la fama global de Caetano Veloso, compositor,
letrista e intérprete talentoso y adorado por el público, una de cuyas
penúltimas causas fue la antiglobalización. Que un artista del espectáculo
alcance prestigio mundial no le hace mal a nadie, y menos al Brasil. Sólo un
amargado objetaría la transformación de la música brasileña de raíz popular
–aunque la denominación no abarque toda su riqueza y cause controversias en el
Brasil– en industria cultural de primera línea, su real poder movilizador, su
calidad y su encanto, que en especial desde los grandes de la bossa
nova en adelante la hicieron traspasar cualquier frontera. Pero el
tema de este artículo es la poesía. Lo cual no me exime de aclarar, al menos
brevemente, mi posición con respecto a la canción, que hace mucho ya que,
socialmente, viene ocupando el lugar que ha ido dejando vacante la poesía. Por
más que originalmente poesía y música fueran un todo, a mi entender, desde que
la escritura produjo “la gran división”, son dos géneros esencialmente
distintos, como nosotros los conocemos.. Es muy difícil determinar, por
ejemplo, si es más poético elResponso a Verlaine, o La última
curda, porque, en el segundo caso, ya no podemos leer la
estremecedora poesía de Cátulo Castillo separada de la
estremecedora música de Aníbal Troilo. Lo único que parece innegable es que en
ocasiones también podemos encontrar la poesía hermanada a la música, parentesco
ancestral revivido y honrado en todos los tiempos y lugares del mundo por
algunos grandes poetas. Desde luego, esta brevedad omite la disquisición a la
que ello nos llevaría. Pero como considero que el de Caetano Veloso no es el
caso, creo que lo dicho basta.
Por lo tanto, cuando empleé “usar” no me referí al procedimiento verbal,
lícito si no ponderable, usado en la confección de la letra de “Língua”, sino
en el sentido llano de utilizar, servirse de algo que a uno le rinda un
beneficio personal. Que es lo que ocurre con la alusión a esa frase de Pessoa,
que constituye el eslogan del producto puesto a la venta. Pues, por un lado, se
hace demasiado notorio que la intención del autor no es transmitir ninguna
emoción sentida, sino satisfacer demagógicamente a un público que anhela una
identidad y un reconocimiento, con un mensaje nacional-populista difundido
gracias a un aparato fenomenal como sólo puede ser montado por el poder y el
buen ojo mercantil de las multinacionales. El autor, que sabe tanto, también
sabe que la mayoría del público que compra sus discos y las entradas a sus
recitales, que consume las publicaciones a él referidas, su sitio en la web, en
una palabra, la mayoría de sus productos, no es entendido en tantas
intelectualidades, ni muchos tienen modo de llegar a comprenderlas. Cuanto más,
ese público es informado por el autor o por la mídia del
origen de la frase-slogan, y, si no es un lector natural, tampoco por eso leerá
a Pessoa; sólo repetirá, con un fervor sin duda auténtico, “mi patria es mi
lengua”. En efecto, Caetano, que además escribe libros y es autor del evangelio
del tropicalismo (bajo el unívoco título Verdade Tropical,
acrecentado en la traducción al inglés con el subtítulo “A Story of
Music and Revolution in Brazil” y en la española “Música y Revolución en
Brasil”), deja ver a sus pares letrados que él sí sabe que el brasileño no es
una lengua y que se está refiriendo a las naturales diferencias que producen
los modismos locales, en especial los de los grandes centros urbanos, como San
Pablo y Río. Pero lo que llega la masa consumidora es la falsa idea de
oposición entre la lengua portuguesa y la “lengua” brasileña. Oposición
presentada de manera no muy distinta de la de un partido de fútbol, en la cual,
al par que se destaca a las estrellas propias– Bilac, Rosa, Chico Buarque, –a
quien le conviene el apodo al lado de los otros dos–, se reconocen las grandes
estrellas del equipo rival, como Camões y Pessoa, pero en el que lo que importa
es ganar. Victoria no atribuida al entrenado equipo oficial sino a la
creatividad de todo brasileño que, como sabemos, le puede hacer morder el polvo
en la cancha a cualquier extranjero. Y con mayor razón a los de vocación
colonialista: “... e deixa os portugais morrerem à míngua”. “Minha pátria é mi
língua”. Sólo aportaré un elogio a la diestra o siniestra astucia de Caetano
para encontrar la expresión exactamente ambigua, aunque esto parezca un
oxímoron, para “crear confusiones de prosodias y una profusión de parodias”,
según la intención anunciada al comienzo de la letra, con el toque máximo:
“¡Seamos imperialistas!” Poco monta el grado de ironía con que la adorna. El
rédito –el letrista lo sabe– está en su efecto latinoamericano, por así
decirlo. No puede estar más lograda la confusión, que hace honor a las
aptitudes proteicas del exitoso Caetano. Confusión ya no de palabras sino de
valores que él llama “parodia” y el no menos culto pero cabalmente gris como
todo tanguero, Enrique Santos Discépolo llamó “cambalache”. Así, todos
contentos, en primer lugar, el autor: el galimatías es apto para candidatearlo
al Parnaso, cuyas llaves se han vuelto hoy en día tan sensibles a las
confusiones que, mientras suelen atrancarse para franquear la entrada a la gran
poesía, giran aceitadamente ante otras manifestaciones artísticas menores.
Especie de brote de histerismo antropológico cuyo invento no es achacable a los
brasileños. Todos sabemos el buen resultado que en el mercado editorial está
dando, ya no revalorizar como se debe las canciones populares de la cultura de
masas, observar sus implicancias desde un punto de vista sociológico, historiar
los géneros y los grupos musicales que los representan, destacar la calidad de
los mejores compositores y el quilate poético de algunas letras, etc., sino
servirse de todo ello como pretexto para imponer la democracia paritaria de los
vates. En la Argentina, un reciente libro de procedencia académica quiere
convencernos de que todas las letras del llamado “rock nacional” deben tratarse
como poesía, sin distinción…
5. UNA
CONCLUSIÓN OPTIMISTA | Pasada por
la mediación de la canción “Língua”, la frase de Pessoa cambia de sentido.
Adquiere igual significación patriótica que si la tomáramos aislada de su
contexto original. Como eslogan nacionalista, se actualiza, al ponerla en el
mismo pie de igualdad que la frase “mi patria es mi lengua”, en función de
aserto rival. Por lo tanto, creo más probable que la repetición desatinada –en
el sentido de que, siendo subjetiva, adquiere entre el público valor de verdad
objetiva–, ocurrida durante los casi veinte años que separan este fenómeno
mediático de la escritura de “Mi Patria”, de Lêdo Ivo, haya sido el disparador
del poema. O, en otras palabras, que es a ese fenómeno al que alude “Mi
Patria”, no a la frase de Pessoa en sí misma. Argumentación que encuentra apoyo
incluso en el hecho externo de que, pese al tardío conocimiento de ese texto
incluido en Libro del Desasosiego, su escritura es demasiado lejana
en el tiempo. Una contestación tan anacrónica a algo escrito por el portugués
en 1931 aparece, en Lêdo Ivo, igualmente improbable que la descontextualización.
Y en un poema que habla del Brasil, del Nordeste del Brasil, donde no hay
lengua patria, por bella que sea, para los que no tienen voz, como no había
tierra propia entre tanta extensión de belleza para El Alagoano sin la
escritura de posesión. Y, al contrario, el oficio periodístico que Lêdo Ivo
ejerció siempre como medio de vida, asegura no sólo que no es un hombre
desinformado ni desactualizado, sino también que conoce al dedillo el manejo de
la cosa mediática. Por ejemplo, quiénes determinan qué es el Brasil, qué es la
cultura brasileña, y cómo se lleva a cabo esta construcción desde los centros
hegemónicos. Lo cual, desde luego, no es privativo del Brasil. Pero, por
supuesto, cada uno canta por donde le duele. En conclusión, si mi lectura fuera
la correcta, sería de celebrar que entre la algazara cínica de un mundo que
opta por la máscara, por los roles dobles, por los dobles discursos, siempre
habrá alguien a contracorriente refundando el oficio primordial, cuya esencia
consiste en no tener opciones: o se repica o se anda en la procesión. O, como
diría Bécquer, que siempre habrá poesía.
II |
Acerca de Réquiem, de Lêdo Ivo (Premio Casa de las Américas 2009)
En 1964, derribar las fronteras idiomáticas
latinoamericanas fue una verdadera inspiración del premio cubano Casa de las
Américas. Más trascendente aún desde 1980, en que la literatura brasileña –como
otras no escritas en español– adquirió categoría propia. Así hoy, los amantes
de la poesía de todo el continente podemos brindar por un acontecimiento de
justicia, que dio un nuevo brillo al medio siglo cumplido por el prestigioso
concurso en 2009: Lêdo Ivo fue el galardonado.
El premio lo obtuvo por Réquiem, su hasta ahora último libro
de poemas, una de las 355 obras que se presentaron, procedentes del Brasil,
editadas en el bienio 2007-2008. Esa fue la decisión unánime del jurado
compuesto por los brasileños Ana Maria Gonçalves y Floriano Martins, y por el angoleño
Ondjaki, quienes se refirieron a Réquiem, como un "un
recorrido por el mundo de las pérdidas del poeta, en un ambiente ampliado hasta
el punto de identificación posible con el dolor general. Su autor –uno de los
más destacados de la lírica brasileña– ofrece al lector una musicalidad intensa
y original, con fuerza bautismal de lugares simples y silenciosos. Y desde el
resplandor del silencio alcanza un ritmo poético que resulta un canto esencial
a la vida."
Cabe acotar que, durante el mismo año 2008, en que apareció en el
Brasil, Réquiem fue editado, bilingüe, en México (La Cabra
Ediciones/ Instituto de Cultura de Morelos. Colección Alforja. Traducción de
Jorge Lobillo. Prólogo de Eduardo Langagne). Y que poco antes, también en
México, La Cabra y la Universidad Autónoma de Nuevo León, en la misma colección
Alforja, publicaron, en castellano, Antología esencial, seleccionada,
traducida y prologada por el poeta argentino Rodolfo Alonso. Ambos libros se
presentaron en octubre, durante el Encuentro de Poetas Latinoamericanos 2008,
que los mejicanos dedicaron a Lêdo Ivo.
La edición de Réquiem que tengo a la vista al escribir
estas líneas, es la brasileña (Rio de Janeiro: Contra Capa Livraria Ltada.), de
bellísima factura, la cual incluye una serie de pinturas de Gonçalo Ivo,
creadas bajo los efectos de la lectura de los poemas, y un retrato del poeta
dibujado por Gianguido Bonfanti. Y, puesto que escribo desde la Argentina y no
tengo, en cambio, la traducida en México por Lobillo, traduciré parcialmente algunos
poemas al castellano, como así también algunos fragmentos de Confissões
de um poeta (Rio de Janeiro: Academia Brasileira de Letras/Topbooks,
2004),volumen en prosa que ayuda a iluminar algunos aspectos de Réquiem a
los que quiero referirme. Pues, si bien la poesía no se puede “contar”, sí se
puede, al menos, “contagiar” a otros algo del fulgor que nos queda a los
simples mortales después de haber estado expuestos a su divina radiación.
Siempre he tenido la ilusión, a leer la poesía de Lêdo Ivo, de estar
asistiendo a una biografía, a la peripecia de la vida de un hombre. Sin
embargo, en Confissões de um poeta –libro de memorias,
meditaciones literarias, aforismos, y, en consecuencia, de marcado tinte
autobiográfico–, el mismo Lêdo Ivo, entonces por la cincuentena (la primera
edición es de 1979), nos advertía más de una vez que esa autobiografía, así
como su poesía, no era tal sino una historia de su “vida secreta”, la de una
“existencia trasformada en señales”.
La poesía terminó por imponérseme como una operación
verbal destinada a ocultar la vida personal, generando una mitología particular
que sustituyó a la verdad trivial de la existencia. Cada vez más, siento que es
mi obra la que me crea. El mitógrafo en mí habla de mi verdad (31). […] Este
drama de la poesía ocupa mi vida entera. Soy una creación de las palabras 100.
[…] De repente, como una iluminación, siento que no soy yo quien hago mi obra.
Es mi obra la que me hace. Lo que inventé pasó a inventarme, me impone su ritmo
y su mitología, no permite que me evada de su órbita. Me trasformé, poco a
poco, en una creación de mi propia creación (101).
Mientras crea y va siendo creada por las palabras, la criatura poética
se siente segura: “Soy un poeta: las palabras me obedecen” (321). Sin embargo,
ese feliz acto de parición recíproca deja filtrar el veneno oscuro de una
realidad subterránea. Y justamente por eso es que la poesía de Lêdo Ivo, más
allá de sus celebradas cualidades formales, es tan humana. Lo agónico
ontológico; lo agónico moral ente el Mal y el Bien; el sentido punzante de lo
injusto; la familiarización con las miserias del “bicho vil da terra e tão
pequeno” de Camões, que evoca el propio Ivo; los actos que lo consuelan –el
goce estético, la cópula, los placeres de la buena mesa, la intuición de Dios,
la prez–, todo ello está presente en la poemática de Lêdo Ivo, quien finalmente
reconoce “esa terrible lucha contra la realidad, que es la razón de ser de los
poetas” (123). Ello la hace tan conmovedora y universal. Tan durable, además,
en tanto ha conseguido mirar alrededor, escuchar “el barullo del mundo”, sin
renunciar a su individualidad, y concertar imágenes, sonidos, experiencias
cotidianas, lecturas e invenciones en una melodía propia.
Lo cierto es que al leerla nos identificamos con “alguien”, un ser
humano tan vulnerable y perdido en este mundo como todos nosotros. “¿Dónde
estoy? ¿Hacia dónde voy? ¿Quién soy? Al caer la noche bebo el vino de mi
ambigüedad y lanzo la copa en el horizonte indeciso, hecho de mar y tierra”
dice en Confissões de un poeta (101).
En el libro que vengo citando, el motivo del anochecer, hora preferida
de los poetas, toma un sesgo original que anticipa en casi treinta años la
escritura de Réquiem. El siguiente es el pasaje que me parece
germinal:
El anochecer. Esa aurora al revés es el momento más
bello del mundo, que se vuelve al mismo tiempo luminoso y oscuro. Aún es día,
con su claridad, y ya es noche, con la oscuridad.
El anochecer tiene la majestad radiante de las
cosas cumplidas y complejas. Puede la noche venir –ya viví mi día. Puede la
muerte llegar –ya viví mi vida.
Como el universo, también quiero anochecer un día,
sentir en mí ese litigio entre la luz y la oscuridad.
Pues eso es Réquiem. Un litigio al fin “sentido” en carne
propia, en que el día y la noche de la vida, la luz y la oscuridad, en
controversia metafórica, se completan entre sí. Litigio que, dada la
complejidad del encuentro, el ser humano dentro del cual se entabla no puede
resolver.
Libro de síntesis, de balance, de ajuste de cuentas del poeta consigo
mismo, Réquiem recupera en breves toques o en palpables
alusiones los motivos de la extensa obra poética de Lêdo Ivo, que, al menos en
portugués, desde 2004 puede leerse completa, exceptuando de ella a Réquiem.
La edición, en homenaje al aniversario de sus 80 años, fue propiciada por la
Academia Brasileira de Letras, a la que el poeta pertenece, por la Alagoana, en
representación de su estado natal, y contiene un excelente estudio
introductorio de Ivan Junqueira (Rio de Janeiro: Topbooks). Iniciada en su
temprana adolescencia y estrenada en la imprenta en 1944, con As
imaginações, ya aquel primer libro mostraba la sorprendente madurez con que
el poeta de 20 años lograba algunos de los mejores poemas de la lengua
portuguesa, como el ya clásico “Valsa fúnebre de Hermenegarda”. Rebelde
a todo gregarismo, muy lejos del modernismo brasileño, insumisa incluso a la
llamada Geraçao de 45, en la que algunos se empecinan en
encasillarla, esa poesía, sin aceptar el “despojamiento” entonces en boga,
siguió fluyendo siempre a torrentes de la personalísima inspiración de su
autor. Esto es, empujada por una fuerza interior, natural y necesaria, que no
tiene nada que ver con la pomposa verbosidad. Y ello aun en los casos en que el
dominio artístico de la forma –que, maestro del gay saber, Lêdo Ivo posee-
reclamara por sus fueros. “La poesía es una creación de la cultura, pero ésta
debe permanecer invisible en el poema”, es otro de sus secretos fundamentales
que reveló en Confissões.
Hecha de la “mitología” mencionada, que, en gran parte, es la del Maceió
natal de su autor, éste no deja, enRéquiem, de recrear sus mitos
una vez más. Su porción de sangre caeté, transmitida por su abuela
materna, recordándole que es de los que comieron en São Miguel al primer Obispo
del Brasil, Pero Fernandes Sardinha; el astillero y los almacenes portuarios de
Maceió; el burdel, el hospicio para enfermos mentales, el tren de la Great
Western; la figura del padre; los cangrejos y los peces, el olor del azúcar
y la maresia; la indiferenciación de los límites entre el agua y la
tierra (todo aquello que el lector ya ha sentido vivir en poemas como “A
volta”, “O trem com
sede”, “Os pobres na estação rodoviária”, “Finisterra”, “ Asilo Santa
Leopoldina”, “A morte de Elpenor”, “Os morcegos”, “A raposa” y
tantos otros inolvidables), vuelven en Réquiem, pero esta vez con
toda su carga simbólica puesta en las vísperas de lo inevitable. Ya desde el
primer verso, que por sí solo obra como un prólogo, el poeta se sitúa en ese
momento que, al mismo tiempo que asevera, tensa la duda capital:
AQUÍ
ESTOY, A LA ESPERA DEL SILENCIO.
Ante el astillero podrido,
sólo vislumbro la astilla
que sobró de las iluminaciones.
……………………………
Mis ojos fatigados siguen la canoa
que se aleja de los manglares.
Una luz en la restinga. Un cangrejo en el lodo.
Y la vida se evapora como las almas
en el cielo que no guarda ningún dios.
sólo vislumbro la astilla
que sobró de las iluminaciones.
……………………………
Mis ojos fatigados siguen la canoa
que se aleja de los manglares.
Una luz en la restinga. Un cangrejo en el lodo.
Y la vida se evapora como las almas
en el cielo que no guarda ningún dios.
La eternidad pasa como el viento.
Sólo el tiempo es eterno. Siempre estuve aquí
en medio de mi pueblo diezmado,
y mis manos prepararon más allá de las dunas
la dorada hoguera antropofágica
del asombroso festín. Una noche de cenizas
sucede ahora al clamor y a la alegría.
El mar apaga todos los naufragios
y todo fuego se extingue, todo fuego dorado
se extiende y se apaga en el silencio del mundo.
Sólo el tiempo es eterno. Siempre estuve aquí
en medio de mi pueblo diezmado,
y mis manos prepararon más allá de las dunas
la dorada hoguera antropofágica
del asombroso festín. Una noche de cenizas
sucede ahora al clamor y a la alegría.
El mar apaga todos los naufragios
y todo fuego se extingue, todo fuego dorado
se extiende y se apaga en el silencio del mundo.
Maceió, en el nordestino estado de Alagoas –uno de
los sitios del Brasil del cual, según Lêdo Ivo, la gente menos emigra–, tiene
en su poesía un doble significado de “lugar de permanencia y de evasión”. Como
dice en Confissões, “los que quisieran partir tienen siempre, a sus
disposición, los barcos y el viento del mar”. El mar es “emblema del viaje y de
la aventura.” “Arriba y más allá de la calidad solar y de la luz del faro, en
un territorio intocable, Maceió es, al mismo tiempo, puerto y puerta, permanencia
y travesía, lugar de partida y de llegada, silencio y melodía (40-41).
De muy joven, el poeta se trasladó a Recife, de
allí a Río de Janeiro, y fue siempre un viajero vocacional. De allí que en su
poesía resuenen los nombres de ciudades lejanas –Londres, París, Ámsterdam,
Bruselas Roma, Lisboa, Nueva York, Boston, Chicago, San Francisco, Nueva
Orleans… Y en todas ellas el poeta vive sus aventuras interiores, que también
lo crean y recrean. En Réquiem, las partidas celebradas son el
símbolo de otra partida, que a la vez interroga por una llegada imposible:
Siempre amé lo que pasa: los taxis ocupados,
los pitos de los trenes, las nubes desgarradas
y las hojas arrastradas por el viento.
los pitos de los trenes, las nubes desgarradas
y las hojas arrastradas por el viento.
El granizo fustiga las pirámides de la muerte,
la puerta del burdel estalla en el bochorno.
Un poniente amarillo rodea el astillero.
…………………………………………
Y siempre amé el amor, que es como las alcachofas,
algo que se deshoja, algo que esconde
un verde corazón indeshojable.
………………………………………
Siempre amé escuchar los rumores del mundo:
el zumbido dorado de la abeja en el estiércol,
el día estrepitoso y el viento vagabundo.
la puerta del burdel estalla en el bochorno.
Un poniente amarillo rodea el astillero.
…………………………………………
Y siempre amé el amor, que es como las alcachofas,
algo que se deshoja, algo que esconde
un verde corazón indeshojable.
………………………………………
Siempre amé escuchar los rumores del mundo:
el zumbido dorado de la abeja en el estiércol,
el día estrepitoso y el viento vagabundo.
Los barcos pitan. Es hora de partir.
Toda puerta cerrada es un puerto pronto a ser abierto
por el viento triunfante que desgarra el océano.
Toda puerta cerrada es un puerto pronto a ser abierto
por el viento triunfante que desgarra el océano.
…………………………………………
FELICES LOS QUE PARTEN.
No los que llegan a los puertos podridos.
Felices los que parten y no vuelven jamás.
Felices los que parten y no vuelven jamás.
Que yo esté siempre en el medio del camino
y que mi viaje sea interminable.
Felices los que no conocen la estación final.
…………………………………………
Felices los que atraviesan los puentes
cuando la tarde se posa en los gasómetros como un pájaro.
Felices los que tienen un alma distraída.
y que mi viaje sea interminable.
Felices los que no conocen la estación final.
…………………………………………
Felices los que atraviesan los puentes
cuando la tarde se posa en los gasómetros como un pájaro.
Felices los que tienen un alma distraída.
Felices lo que saben que, al fin de la derrota,
la Nada los espera, como un espantapájaros en un maizal.
Felices los que sólo se hallan en la pérdida y en el viento.
………………………………………
Y siempre oí la voz que me llama en lo oscuro,
la voz del otro lado, venida de otros mundos
que se deshacen en el aire, lamidos por la bruma.
la Nada los espera, como un espantapájaros en un maizal.
Felices los que sólo se hallan en la pérdida y en el viento.
………………………………………
Y siempre oí la voz que me llama en lo oscuro,
la voz del otro lado, venida de otros mundos
que se deshacen en el aire, lamidos por la bruma.
Amé siempre esta voz que es una voz ninguna,
susurro de la nada, ceniza estremecida,
una arena que cruje en la playa infinita.
susurro de la nada, ceniza estremecida,
una arena que cruje en la playa infinita.
Pero qué sabe aquel hombre de esa voz sin palabras, qué sabe de partidas
después de tantas partidas, regresos, pérdidas, y, lo más terrible, qué sabe de
llegadas frente a la que quisiera esperar, aun sin esperanzas:
El mar avanza como una espada.
Para esta travesía nada traigo
salvo lo que sobró de mí,
el destrozo que prueba mi naufragio.
Anduve en la multitud. Oí el rumor del mundo
en la voz del demagogo, en el reggae retumbante, en el grito del vendedor callejero,
Para esta travesía nada traigo
salvo lo que sobró de mí,
el destrozo que prueba mi naufragio.
Anduve en la multitud. Oí el rumor del mundo
en la voz del demagogo, en el reggae retumbante, en el grito del vendedor callejero,
en las
turbinas de un jet,
en la imprecación de los pobres
impacientes en una parada de ómnibus,
en el susurro del amor
que vuelve clara la tiniebla,
en la lluvia fulgurante.
en la imprecación de los pobres
impacientes en una parada de ómnibus,
en el susurro del amor
que vuelve clara la tiniebla,
en la lluvia fulgurante.
Conversé con la piedra y conocí
su silencio y su espesor; y un árbol de espuma
floreció para mí en la mañana luminosa.
su silencio y su espesor; y un árbol de espuma
floreció para mí en la mañana luminosa.
Vi el viento ventar en las lagunas
y rodear la miseria del mundo.
Como un leñador, encerré mi día y esperé la noche.
Ella vino y cegó el filo del hacha apoyada en la pared,
y la leña quedó acumulada en el galpón hasta trasformarse en ceniza fragante.
Vi al caballo manco bajar la colina y relinchar bajo la luz de las estrellas.
Intenté abrir la puerta que está siempre cerrada.
Atravesé los puentes de las grandes ciudades
y respiré el amor, y bebí el universo
y volví a ver el mar, sustancial como el vino y el pan.
y rodear la miseria del mundo.
Como un leñador, encerré mi día y esperé la noche.
Ella vino y cegó el filo del hacha apoyada en la pared,
y la leña quedó acumulada en el galpón hasta trasformarse en ceniza fragante.
Vi al caballo manco bajar la colina y relinchar bajo la luz de las estrellas.
Intenté abrir la puerta que está siempre cerrada.
Atravesé los puentes de las grandes ciudades
y respiré el amor, y bebí el universo
y volví a ver el mar, sustancial como el vino y el pan.
Vi encenderse las luces de Europa
en el lento anochecer.
Fui un hombre entre los hombres, una mirada entre miradas,
y ahora estoy solo.
Fui siempre amor en el lecho memorable
y ahora mi mano errante sólo encuentra la tiniebla
en el lugar donde estaba el cuerpo bien amado.
……………………………………………………
Siempre me faltó sabiduría.
A lo largo de mi vida, poco aprendí
y ahora, ante el océano exacto y visible, ante el gran mar prosódico
nada sé sobre la travesía.
Después de tantos viajes, esta es la última frontera
que me toca trasponer.
en el lento anochecer.
Fui un hombre entre los hombres, una mirada entre miradas,
y ahora estoy solo.
Fui siempre amor en el lecho memorable
y ahora mi mano errante sólo encuentra la tiniebla
en el lugar donde estaba el cuerpo bien amado.
……………………………………………………
Siempre me faltó sabiduría.
A lo largo de mi vida, poco aprendí
y ahora, ante el océano exacto y visible, ante el gran mar prosódico
nada sé sobre la travesía.
Después de tantos viajes, esta es la última frontera
que me toca trasponer.
La barca sin barquero se balancea en el agua
viscosa.
Y yo soy el cieno negro lleno de miasmas
que sustenta los palafitos de la miseria y de la muerte,
y la verdad del hambre en labios mudos.
Sólo me fue dado conocer la lluvia interminable
y ese viento que arrastra el propio viento
en el día delirante, en la noche iracunda.
Y yo soy el cieno negro lleno de miasmas
que sustenta los palafitos de la miseria y de la muerte,
y la verdad del hambre en labios mudos.
Sólo me fue dado conocer la lluvia interminable
y ese viento que arrastra el propio viento
en el día delirante, en la noche iracunda.
Vi la marea que avanza en la península
y el mar que venía a mi encuentro como una ofrenda,
el mar femenino que acariciaba mis pies.
Hay un conocimiento que huye de mis pasos
no bien piso las tablas podridas del astillero
y busco en mi sombra la proa de los barcos.
El tiempo es el señor de la verdad y de la mentira.
Digo adiós al bochorno. Es la hora de la llegada
de aquel pájaro migratorio que sólo surge en el invierno
y perturba el mundo sedentario con su canto estridente.
y el mar que venía a mi encuentro como una ofrenda,
el mar femenino que acariciaba mis pies.
Hay un conocimiento que huye de mis pasos
no bien piso las tablas podridas del astillero
y busco en mi sombra la proa de los barcos.
El tiempo es el señor de la verdad y de la mentira.
Digo adiós al bochorno. Es la hora de la llegada
de aquel pájaro migratorio que sólo surge en el invierno
y perturba el mundo sedentario con su canto estridente.
¡Oh claridad, adiós! Me despido del sol,
del mar incomparable y de la noche intempestiva.
Viví sin aprender que todo es pérdida y pasaje
y que el olor a mar apaga el nombre de los barcos
y lleva muy lejos los rumores de la vida.
del mar incomparable y de la noche intempestiva.
Viví sin aprender que todo es pérdida y pasaje
y que el olor a mar apaga el nombre de los barcos
y lleva muy lejos los rumores de la vida.
Ahora el silencio del mundo lacra mi alma.
El róseo rayo de la rósea alborada
apunta hacia la noche oscura.
De mí mismo alejado por la muerte,
esa concha que no guarda el barullo del mar,
aquí es donde termina, en el lodo negro de los maceiós,
mi largo caminar entre dos nadas.
El róseo rayo de la rósea alborada
apunta hacia la noche oscura.
De mí mismo alejado por la muerte,
esa concha que no guarda el barullo del mar,
aquí es donde termina, en el lodo negro de los maceiós,
mi largo caminar entre dos nadas.
A quien conozca personalmente a Lêdo Ivo, le
costará convencerse de que su largo caminar termine aquí, a sus 85 años. Menos
aún si se ha caminado alguna vez a su lado. Es difícil seguirlo. Camina rápido
y erguido, mientras su ladero, exhausto, va quedando atrás. Convence, en
cambio, que Réquiemsea la despedida, el canto del cisne del poeta,
capaz de hacer llorar hasta a las piedras. Pero Lêdo Ivo, como Pessoa y como
todos los poetas dignos de ese nombre desde que el mundo es mundo es, por
naturaleza, un “fingidor”. Hay algo que se entromete insidiosamente, no
mientras se lee el poema (a menos que se sea aquella piedra de Rubén más
dichosa que el árbol sensitivo porque ésa ya no siente), sino después que se ha
leído. El epígrafe, esa es la grieta de la insidia, que avisa al lector que se
ponga en guardia ante sus propios desbordes sentimentales.
El último verso de Toumbeau, de
Mallarmé (la tumba de Verlaine), que preside Réquiem y del que
casi nos habíamos olvidado, nos lleva nuevamente atrás: Un peu profond
ruisseau calomnié la mort. Y éste, al sentido que el mismo encierra en
el contexto del famoso soneto. Que, en verdad, ya conocieron los antiguos. No
otra cosa decía Horacio cuando decía “erigí un monumento más perenne que el
bronce”.
Pero vamos al poema de Mallamé. Si Verlaine
está fuera de la tumba junto a la cual la masa acostumbra a llorar a los
muertos sin advertir que algunos –los astros– la dejan vacía y al ascender
harán brillar a esa masa más tarde con su centellear. Si Verlaine, escondido
entre la hierba, sin cálculo, sólo por su ingenuidad, no bebe del arroyo –no
muere–, la muerte, al menos la muerte de un poeta, es “un poco profundo arroyo
calumniado”, fácil de ignorar o de saltar. Si entonces el olvido, el temible
olvido en la memoria del tiempo, no alcanzará al poeta, que vivirá trasmutado
en sus palabras, en la gloria de la poesía que creó, entonces, en Réquiem,
tampoco habría nada que llorar.
Tengo para mí que Lêdo Ivo
sabía, al escribir Réquiem, y, me atrevo a decir, desde el momento
en que escribió sus primeros versos, que cuando “ese drama personal, la
muerte”, como alguna vez la llamó, se jugara, antes o después, dejaría abierto
el telón, definitivamente, para la representación perdurable del drama de su
poesía.
***
Marta Spagnuolo (Argentina, 1942). Tradutora e
ensaísta. Destacada estudiosa da obra de Machado de Assis e Jorge Luis Borges.
Escritora, jornalista e tradutora. É autora de uma infinidade de textos sobre
temas literários e linguísticos para diversos órgãos de imprensa na Argentina e
em outros países. Contato: martaspag@hotmail.com. Ensaio 1: Agulha
Revista de Cultura # 62. Março de 2008. Ensaio 2: Agulha Revista de Cultura
# 68. Março de 2009.
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