Soy
incorregible. Soy optimista. Me empecino en tener esperanza. Las cifras que veo
y oigo, las que dan cuenta de los problemas que afectan el medio ambiente son
para cortarse las venas. Sin embargo, ¿qué más veo? Veo que hay información,
hay conocimiento que en tiempos de mi madre no se soñaban. Yo misma tuve que
educarme ya bastante adulta para poder intentar entender lo que pasa. Mi hija
ya vivió con la educación constantemente a su alcance. Y ahora mi nieta resulta
que está en una generación que parte para la universidad para estudiar ciencias
del medio ambiente y para ella ya es normal ver, como yo he visto hoy, un
programa en el canal de televisión de la mayor universidad de México en que
opinan y proponen soluciones tres mujeres ante dos entrevistadores, una mujer y
un hombre. Cuatro a uno. Es un espectáculo bastante especial en un país en que
las fotos en los diarios, las entrevistas en radio y televisión incluyen imágenes
y opiniones principalmente de varones.
Parece que quienes se interesan en el medio ambiente al punto de que
dedican su vida a este tema son muy frecuentemente mujeres. Parece que hay un
cambio, parece que hay una nueva esperanza para nuestro planeta. Esto me
parece, es, normal. Las mujeres están siempre envueltas en procesos naturales,
a cargo de sus hijos, luego nietos, a cargo de la alimentación de sus familias,
empecinadas en crear jardines, rodearse de flores, llenar todo de macetas.
Dicen que son las mujeres las que han descubierto que las semillas se pueden
cultivar, que son las que pusieron las bases a la agricultura. Los varones
estaban mientras tanto muy ocupados en la cacería, igualmente necesaria.
Es cierto que la tarea de la vida es hoy de ambos y la tarea de salvar
la vida es de todos por igual. Varones y mujeres por igual. Pero es cierto
también que cuando fueron los varones los que hicieron la mayoría de las
decisiones, como ha sido el caso durante más de cuatro milenios, primaba la
idea del dominio, del poder sobre lo natural, y no la del apoyo y el respeto.
Hoy vemos que la naturaleza a nuestro alrededor se puede desmoronar
arrastrándonos consigo, la vida en nuestro planeta puede morir, causando
también nuestra muerte. Hoy sabemos que somos también culpables de producir los
gases que matan, las basuras que matan, la contaminación que mata.
La solución para que podamos salir del problema es informarnos. Es
imprescindible que nos informemos, que tengamos más conocimientos para que
actuemos sabiamente. Es imprescindible la educación. En la educación está la
solución.
Las hormigas cuando sienten que va a llover llevan sus huevos bajo
tierra para resguardarlos. Las hojas de los árboles cuando llueve se comportan
de modo especial ya sea conduciendo el agua a sus raíces, si esa es su
necesidad, o dejándolo correr para librarse de ella, si les es dañina. La
naturaleza tiene mecanismos de anticipación y de defensa.
Los seres humanos ya no actuamos tan rápida ni tan automáticamente,
nuestros mecanismos son culturales. Pero la cultura, como todo lo vivo está
siempre en cambio, no es estática, no es rígida. La rigidez es muerte. La
información, sumada a los elementos culturales que manejamos cada uno de los
grupos humanos puede generar los modelos que serán los que nos permitan
solucionar el grave problema en que vivimos. La información incorporada a
nuestro amor a la vida, a nuestro modo cercano a la naturaleza bien puede
generar esos modelos.
En el mundo cambiante se ven cada vez más mujeres opinando, trabajando,
cambiando la cultura. Las mujeres tienen cada vez más conciencia de su rol
importante en promover y lograr el cambio que necesitamos. Por eso educar a las
mujeres es fundamental. Bien puede ser que la opinión da las mujeres educadas,
aunada a sus experiencias milenarias de protección de la vida, sea fundamental
para salvar la humanidad y nuestro planeta.
Educar a las mujeres puede llevar a producir el cambio que buscamos,
que necesitamos con urgencia absoluta. Ejemplo de ello son las científicas que
he visto en la televisión, dando un paso con sus ideas hacia ese cambio. El
cambio está aquí, las que hacen el cambio ya están trabajando y logran hacernos
llegar sus ideas.
Soy optimista. Mi nieta tiene futuro.
2. La mujer y el lenguaje
Considero
muy importante, incluso esencial la contribución que el precursor de la
psicología profunda C.G. Jung hace a nuestra cultura. Fue un gran pensador y
sin embargo estuvo, como lo estamos todos, influido por las ideas de la época
en que le tocó vivir. Escribió un libro llamado Man and His Symbols / El hombre y sus símbolos. Siendo autor muy
prolijo, seguramente escogió con esmero el título de su libro y, escritor de su
época, consideraba, seguramente, que al decir “hombre” hablaba de la humanidad.
El uso de las palabras está en un tiempo de ajuste. Una mujer que lee
“hombre”, sabe que eso no es ella.
Una mujer que lee en inglés, en el título del libro de Jung, “his”, el
pronombre posesivo netamente masculino, debe quedar además con la sospecha,
aunque no sea más que subliminal, de que los símbolos de los que hablará el
libro no son los de ella, o que quizás puedan no todos ser de ella, o que tal
vez sean símbolos que entienden, manejan y absorben como suyos los varones, los
mismos que los han usado en el lenguaje escrito principalmente por ellos. (Es curioso notar que hay dos
nombres para designar uno de los sexos: “hombre”, “varón”, pero uno sólo para
el otro: “mujer”.)
La mujer sabe que no es hombre,
sabe que ella es mujer. En el caso de las escritoras creo que depende mucho del
temperamento de la mujer que escribe cómo esto puede o no afectarle.
Aquí no se trata de culpas. Simplemente llega un momento en que hay
que refrescar los conceptos y el lenguaje, porque los elementos que hay en él y
que son caducos no funcionan para una gran parte de la humanidad, la parte
femenina, y quizás no funcionen del todo incluso para los varones cuyas vidas
se van desarrollando junto a mujeres que piensan, hablan, leen y escriben.
Las mujeres, me parece, han pensado siempre, igual que los varones,
pero durante un larguísimo periodo de siglos no han hablado y ciertamente no
han escrito. La gran mayoría de las mujeres no habla aún ahora. Las cosas que
muchas mujeres dicen entre mujeres, o que saben que pueden tomar por sentado como
ideas compartidas con otras mujeres, en la mayoría de los casos no se mencionan
cuando hay presencia de varones, mucho menos cuando esa presencia es
mayoritaria, como aún sucede con frecuencia entre los que piensan y además
hablan y escriben.
En libros patriarcales en su esencia, como la Biblia, las mujeres no
hablan. No sabemos lo que opinan. No tienen voz. No hay profetas mujeres, no
hay sacerdotisas mujeres, no hay místicas mujeres en la Biblia. Los relatos
sobre mujeres, como el libro de Ruth, están escritos por varones. Hay en el
Antiguo y Nuevo Testamentos innumerables reglas y prohibiciones que regulan la
conducta de las mujeres, todas escritas por varones. No hay en la Biblia reglas
ni prohibiciones que regimenten la vida de los varones y que estén escritas por
mujeres. Esto es interesante mencionar porque la Biblia incide en forma
profunda en el pensamiento de Occidente.
En nuestros días muchos elementos de los pensamientos, y del lenguaje
que los expresa y que nos han guiado durante milenios, están cuestionados. Y en
cuanto se los cuestiona la estructura misma que los mantiene en su lugar se
tambalea.
Las cosas de peso de las que hablan las mujeres entre sí y que no
comunican a los varones durante siglos son esas inquietudes como la que
representa el no reconocer en el lenguaje mismo su presencia, su existencia, su
verdad. El desmoronamiento que esto produce en la psique femenina es durante
largo tiempo inconsciente y ahora que surge a la consciencia tiene un efecto
muy corrosivo.
Anteriormente creo que los varones habían percibido, probablemente en
el mismo nivel inconsciente en que se manifestaba en las mujeres, estos
desajustes en la interacción de ideas y actitudes y es, me parece, precisamente
por eso que han ejercido su poder y han inventado las leyes e imposiciones que
gobernaban la vida de la mujer a su lado.
Y entonces, ¿qué va a suceder ahora? ¿Se va a desplomar el mundo?
Ciertamente no. El mundo entero no. Pero sí va a cambiar. Y saber adónde va
este cambio es por cierto imposible, porque va a demorar un tiempo
probablemente largo. Llegar a los conceptos y elementos del lenguaje que ahora
manejamos ha tomado tiempo. Y aunque el desarrollo de los cambios es a veces
pausado y a veces, cuando aparecen escritores geniales, es más acelerado, de todos
modos el cambio que viene es bastante complejo y demorará.
Y eso, en el caso, como lo pienso en forma optimista, en que la
situación de las mujeres pueda seguir evolucionando, en el caso en que se
mantenga la posibilidad de que más mujeres se puedan educar, puedan pensar,
aprendan a escribir, escriban y de ese modo participen en la cultura.
Y es de temer, porque es perfectamente posible, que se produzca una
situación represiva en que los varones intenten nuevamente tomar en sus manos
las riendas del dominio de las mujeres. Se nos dan ejemplos de ello incluso hoy
en día, en varias culturas. Pero pienso, porque, como dije, soy optimista, que
ya existe la semilla del nuevo pensamiento y del nuevo lenguaje y aunque se
demore, aunque se intente secarla, aunque se la reprima, eventualmente dará sus
frutos y se hará parte de un nuevo entorno cultural.
3. El
poder y la impotencia
El componente esencial de la política
debe ser la búsqueda de consenso para que un grupo humano logre vivir en
armonía. Sin embargo este fin está frecuentemente olvidado y archivado,
circunstancia en que se percibe la búsqueda del poder como fin de la política.
La mención por parte de los políticos de
la necesidad de la justicia social, o del bienestar de uno u otro grupo humano
es sólo anzuelo, espejismo mental con que atraen el apoyo de los que votan.
Para muchos políticos los esfuerzos de impulsar la justicia o el bienestar son
secundarios a la política misma, y cuando de hecho aparecen como tales sirven
en primer término como fines políticos, como modos de afianzar el poder y sólo
tangencialmente aparecen en su propia esencia.
El poder (que veo principalmente en
manos de varones) a su vez me parece una proyección de la virilidad y el
mantenerse en el poder resulta por eso una necesidad, un trabajo, con el que se
afirma la virilidad misma, la potencia. Pocas son las mujeres en quienes se da
una virilidad psicológica de suficiente rango como para impulsarlas a buscar el
poder. Es la razón, según mi ver, de que en la política participan menos
mujeres que varones. Las mujeres tienen tendencia a cohesionar unas con otras
(incluso experimentan placer en ello), no tienden a ser competitivas. Tienden a
ayudar unas a otras, no a eliminar a sus semejantes otras.
Hay cierta actividad política que es
pura y simple búsqueda del poder que manifiesta sólo un anhelo, el de ser quien
manda, quien domina a los otros componentes de la sociedad, tanto varones como
mujeres. Quienes sirven los intereses de este tipo de políticos se comportan
como cómplices porque tienen menos seguridad en sí mismos, remedan la potencia
del poderoso, fomentan la potencia del que ya obtuvo el poder y así acceden a
compartir el dominio de otros. Muchos son los que así sirven en la política, y
hacen que los sistemas políticos prosperen. Sería imposible que hubiera
dictaduras si no fuera este el caso.
Las personas que tienen una mínima
seguridad en sí mismas ponen en peligro a los
políticos y son perseguidos sin ningún miramiento por ellos, por la
causa misma de no poder ser dominados ni
ser lacayos o cómplices obedientes. Artistas, de todas las facetas de las
artes, han experimentado ser perseguidos por los políticos cuyas órdenes no
acatan, precisamente porque son capaces de concebir su autonomía y no ceden al
sometimiento que los políticos necesitan para mantenerse en el poder
(lamentables excepciones, como sabemos, son los artistas que están dispuestos
al sometimiento político, a cambio de sacar adelante su propia obra). Los
artistas insumisos prefieren vivir en la miseria, callarse, emigrar, quedar en
el anonimato —cosas todas que son contrarias a su deseo y conveniencia—, con
tal de mantener su autonomía y su respeto a sí mismos.
Me parece que la impotencia sexual, o el
temor a ella, consciente o no, tiene que ver, en el caso de algunos, con la
búsqueda del poder, y por ello el interés desenfrenado en la política. Aquí no
se trata de simple somatización inversa de una condición física. El fenómeno es
frecuente en sistemas sociales y políticos en que la autoridad es vertical,
donde desde el nivel de familia hasta las instituciones estatales se vive con
una sensación de impotencia. También se da cuando las instituciones de una
sociedad no funcionan, cuando predomina la corrupción, la ignorancia y la
simple y plana estupidez. Quien trata de hacer a1go en estas condiciones se
encuentra con muros impenetrables y con la sensación de no poder lograr lo
necesario, lo deseado, o incluso, lo imprescindible. Esta impotencia creo que
lleva a que se viva con la sensación de que tener poder es lo más importante,
que es algo sin lo que no se puede vivir, salir adelante, subsistir.
He visto y sigo viendo mucha violencia
en países que me ha tocado visitar o países en que he vivido, pero nunca he
experimentado una carrera tan desaforada por el poder, un politiquerío tan
extenso, al mismo tiempo que modos serviles tan encarnados como los que observo
en años recientes en Oaxaca. Porque lo servil es antítesis y complemento del
poder. Algunos de entre los que sustentan el poder, sean padres, hermanos
mayores, presidentes de ayuntamientos o de la república, no toleran la
oposición, y jamás cultivan en sus hijos o súbditos la habilidad para
cuestionar, examinar, discutir ni diferir sobre ideas o discursos. Lo que es
más, la oposición ni siquiera es tolerada. Como resultado se tiene la sensación
de que no se puede dar que se sienten a conversar en forma pacífica las
personas que no están de acuerdo sobre algún asunto. Ni los políticos, ni los
vecinos de barrio, parecen lograr hablar con los que se oponen a sus ideas. Y
con demasiada frecuencia se prefiere solucionar los problemas a balazos: los
muertos no difieren. En la política totalitaria la muestra última de quién
manda, quién tiene el poder, es matar al que está molestando, eliminarlo,
hacerlo a un lado. Pensamiento espermático, al fin, llevado a sus últimas
consecuencias.
4. El
orden y la represión
En todas las sociedades que me ha tocado
conocer hay segmentos que aprecian el orden por encima de todo otro modo de
vida. Los que prefieren el orden tienen generalmente mucho que proteger:
bienes, herencias, cosas en su mayoría materiales. Cuando se da una situación
de inconformidad y de rebelión social, como la que ha vivido durante más de
seis meses de 2006 la zona del estado de Oaxaca, se produce desorden y esto
resulta muy incómodo y hasta temible para los que defienden à outrance la vida ordenada.
Los que se manifiestan en rebeldía son
ciudadanos que pocas ventajas materiales tienen, por lo que sienten que poco
tienen que perder con el desorden y esto los vuelve muy osados. Los rebeldes
además están ejerciendo la libertad que ellos suponen que está protegida por
leyes que rigen el país.
Los que buscan más que nada el orden se
preocupan muy poco de la libertad de los rebeldes. Además, ambos grupos quieren
sobre todo la libertad propia y en las áreas en que se entrecruzan estas
libertades es donde surgen los conflictos. Cuando los conflictos no encuentran
una solución pacífica, a través de tratos verbales (lo que requiere siglos de
práctica política), y se impone el orden con armas, policía de asalto y manu militari, se produce el tipo de
orden cuya terrible sombra de represión se cierne sobre Oaxaca.
Este tipo de orden se parece al de los
cementerios y recuerda la operación militar de fin del siglo XIX que la
República de Chile emprendió contra la población araucana que había resistido
al hombre blanco durante cuatro siglos. Esa operación se llamó: la Pacificación
de la Araucanía, terminología basada en el concepto de que un araucano muerto
es un araucano pacífico.
La pacificación de Oaxaca no llegó a los
niveles de exterminio que ejercieron los chilenos, pero es uno de los ejemplos
históricos para eventos tras los cuales se produce la especie de orden que
comento. Esos ejemplos son mucho más fáciles de encontrar que los que se ubican
cuando se busca modelos de entendimiento mutuo.
Me vienen a la memoria otros casos como
el de György Dózsa, [1] de Hungría,
o de Louis Riel, [2] de Canadá,
ambos líderes de levantamientos que causaron gran revuelo. Tras sus ejecuciones
se restableció el orden.
La represión es siempre terrible,
siempre dolorosa y siempre inevitable cuando vuelve al poder el sector de la
sociedad que se ha sentido agraviado por el desorden. Son tiempos difíciles los
que toca vivir a los habitantes de en esa bendita tierra tropical.
5. Mujer de
La
felicidad la siento más ahora que estoy vieja. Quizás he anhelado toda la vida
esto de ser, de sentirme alguien. He llegado a esto hace poco,
porque, dentro de la cultura en que vivo yo me sentía más bien un apéndice: “la
hija de”, o “la mujer de”.
Tomo conciencia de esto en momentos en que un pintor a quien apenas
conozco me señala con el pulgar mientras le dice a otro que no sé quien es:
"La mujer de Ludwig Zeller". Esta condición de apéndice no es
halagüeña para una mujer y nunca me ha ayudado a aumentar mi autoestima —todo
lo contrario—.
En cierto momento, y a partir de unos dibujos de muebles “funcionales”
partí a pintar una serie de imágenes a las que dí títulos de “La mujer de…”,
donde los puntos suspensivos se remplazan por la profesión de un varón. Creo
que ha sido una forma de rebelión contra el trato que reciben las mujeres en ciertas
sociedades.
Cuando hice esta serie de cuadros no me di cuenta de que mi actitud
era de rebeldía. Me pareció que estaba más bien haciendo imágenes con cierto
sentido de humor. Conocía el “Ultramueble” de Kurt Seligman, un asiento sin
respaldo formado de muslos y piernas de mujer. A partir de esa imagen
escultórica me pareció interesante hacer la serie de “Mujeres de…” Las primeras
pinturas tenían todas formas de muebles. La esposa fiel y La favorita del
sultán son sillas. Como cómodas se dieron varias figuras con los atributos
femeninos de senos y sexos. Luego siguieron formas más libres, como es el caso
de La mujer del alfarero, una pieza que al terminarla ya me pareció una idea
arquetípica. Creo que algo así vio en ella también Arturo Schwarz cuando la
escogió entre las imágenes que expuso en 1986 en la XLII Bienal de Venecia.
En todas las imágenes de esta serie se esconde sin embargo la idea de
la cosificación de la mujer que para la generación en que yo he nacido era cosa
normal, aunque no siempre consciente.
Se nace para pintar, esculpir o para escribir sin que en un principio
una se dé cuenta de ello, pero en cuanto se concientiza que es el destino que
se tiene se parte en una ruta misteriosa en que una se siente medium,
intérprete de algo que excede la propia persona. Es en esta sensación en la que
surge en mí la serie de Mujeres de. Como algo que viene desde un interior
compartido con muchos interiores, algo misterioso que nos lleva hacia lo
maravilloso, hacia el momento en que asoma lo esencial que hace que se diga o
muestre algo que tiene sentido para muchos.
6. A mi manera
Usé
la palabra “revolución” para hablar de cambio total y radical, la
transformación completa en nuestro pensamiento y acciones que es necesario
lograr para salvar la vida en el planeta. Iniciaba mi comentario diciendo que
tiene que haber un nuevo enfoque de lo masculino y lo femenino, considerados
como género, no en su expresión sexual en las personas. Uno de los ejemplos que
ya he dado es el mal llevado ímpetu masculino “aplicado al concepto de
autoridad vertical de quién tiene más poder sobre sus conciudadanos o humanos
que lo rodean, quién puede imponer su criterio, manejar mejor la energía de sus
subalternos, tener más influencia sobre otros”. Hablamos aquí de un asunto que
expresa la canción que pusiera en boga por primera vez Frank Sinatra y que en
su versión castellana se ha hecho muy popular.
Se puede hablar de este impulso desde muchos ángulos. Desde el punto
de vista de la política internacional se ha dado durante decenios que un país
se viera en la situación de que otro, más poderoso, pretendiera decir e incluso
imponer cómo conviene proceder “a su manera” tanto en asuntos de política
interna como la economía y hasta la cultura. Esto ha creado una gran animosidad
de los países a los que se quería imponer un criterio contra el país poderoso.
También se da el caso de que quienes están en el poder llevan a cabo
trabajos “a su manera”, invierten en dinero público de modo que resulta una
imposición porque no preguntan a sus constituyentes qué les parece que fuera
conveniente hacer, sino que imponen su criterio. La respuesta de los ciudadanos
resulta en una gran resistencia contra una autoridad de esta índole.
En el nivel familiar un padre o una madre impone su criterio para que
se realice tal o cual actividad referente a la vida doméstica “a su manera”,
sin consultar la opinión de quienes se encuentran bajo su autoridad. Los
miembros de una tal familia no pueden sino resentir que se les imponga el
criterio de la persona más poderosa y van a reaccionar con resistencia, sea en
el nivel consciente o en el inconsciente.
La defensa, mental y física es que cuando los seres vivos (y nosotros
lo somos) se enfrentan a un elemento que los violenta, un elemento negativo,
reaccionan de forma igualmente negativa. A la violencia de imponer “mi manera”
sobre otros seres, sin duda vendrá una reacción violenta, consciente o no, de
modo que se va a crear un ambiente negativo, de energía malgastada e incluso
inútil.
La reacción violenta consciente contra la imposición de la autoridad
la conocemos todos: gritos, bloqueos, palos y hasta muerte. O, a pesar de
ruegos, leyes, propaganda sin término: votos en blanco o abstencionismo ante la
posibilidad del voto.
La reacción violenta no consciente es la de mi hermana que se siente
violentada porque le he querido imponer algo. No dice nada de la violencia que
siente (que sería la manera consciente de obrar) y a veces ni lo piensa, pero
rompe “sin querer” (que es también “a su manera”) mi taza favorita.
La violencia que se ejerce para imponer “su manera” y la reacción que
a ella estamos acostumbrados a ejercer funcionan dando un entorno negativo. La
violencia para imponer un criterio no produce buena voluntad y sin buena
voluntad no hay posibilidad de hacer trabajar la energía positiva. Tiene que
cambiar el modo en que manejan el poder los que lo tienen. Para ello hace falta
la ya muy mentada “revolución, el cambio total y radical, la transformación
completa en nuestro pensamiento y acciones”.
El que tiene poder, si lo maneja con sabiduría, puede dejar que esa
fuerza suya se multiplique y se aplique en forma positiva. El manejo sabio del
poder es por medio del consenso. Si el país poderoso considera al que lo es
menos como igual en lograr decisiones, y consulta con el otro cómo convendría
manejar su realidad, si cede en su “manera” y toma conciencia de la “manera”
del otro, va a lograr que se produzca el
consenso. Lo mismo en todos los niveles. Si el padre en vez de imponer su
voluntad sobre el hijo consulta cuál sería su “manera” de proceder, podrá
llegar a un consenso y así aplicar energía positiva en vez de la opuesta.
Si los seres humanos llegamos a consensos, nos volvemos todos
verdaderamente poderosos y logramos mover montañas. Es decir, el poder, si se
maneja en forma conjunta, por consenso, es, valga la redundancia, más poderoso.
Y el poder que necesitamos para salvar la Tierra, para cambiar nuestro entorno
es de dimensión mayúscula, dado que el problema que enfrentamos es inmenso y la
urgencia de resolverlo es total.
NOTAS
01.
György Dózsa (1470-1514). Líder de un levantamiento campesino (contra la
oligarquía de Transilvania, tierra tradicional húngara, precursor de la Guerra
de los Campesinos de Alemania, 1524-26), ejecutado de modo particularmente
cruel: fue puesto sobre un trono de hierro calentado al rojo vivo y sobre su
cabeza colocaron una corona igualmente ígnea.
02.
Louis Riel (1844-85). Insurgente canadiense, líder de dos sublevaciones de
indígenas y métis (mestizos); fue
miembro del parlamento canadiense y tras la segunda rebelión (en que se exigía
la restitución de tierras), fue declarado hombre fuera de la ley, condenado por
traición y ejecutado en la horca.
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