segunda-feira, 6 de junho de 2016

OMAR CASTILLO | Hilos para un tejido del habla en el poema: seis en una instantánea


En este texto abordo poemas de José Lezama Lima (1910-1976), Gilberto Owen (1904-1952), Gastón Baquero (1914-1997), Fernando Charry Lara (1920-2004), Saúl Yurkievich (1931-2005) y Marosa di Giorgio (1932-2004). Poemas que me permiten aventurarme por el ojo de las palabras con las que estos poetas elaboraron las metáforas que les hicieron posible aprehender los súbitos instantes donde la realidad y la otredad del mundo prenden y se abren en imágenes a través de las cuales nos donan visiones de lo visible y lo invisible. En sus escrituras estos poetas propiciaron un encuentro ontológico, tejieron una geografía verbal, un mapa poético y en ellos, su visión y noción del mundo, del universo. Lo oscuro, lo luminoso. Veamos. [OC]

I. JOSÉ LEZAMA LIMA | Por la perplejidad ante las rutinas usureras de la cotidianidad que vivimos, me surge creer que la vida humana significa si, en 100 años o más, fuese posible encontrar lectores de los versos y la prosa de José Lezama Lima. Pensar y escribir esto puede parecer atrevido, empero, el hecho de vivir resulta suficientemente atrevido. Creer en la poesía sí que lo es.
La obra de Lezama Lima, su escritura, los planos que desvela en su fresco de realidad, es ardua, hostigante y en muchos de sus pasajes nos encontramos con tabiques difíciles de penetrar. Empero, una vez superada la dificultad que nos representa leerla, nos hallamos ante un lenguaje vuelto imaginario donde las palabras se surten para la creación de los motivos que cunden en su escritura. La dificultad de tal representación, de tal escenificación verbal, hace parte de los dones que el poeta nos permite para el hallazgo del súbito donde su obra se origina. Lo enrevesado de su escritura se caracteriza cuando él presiona las sílabas de sus palabras como si fueran músculos surgiendo de una nítida gota de miel hasta hacerlas pronunciar y decir el súbito hallado.
Para Lezama Lima, la pregunta sobre cómo asumir el hacer poético en su época, hizo parte de sus reflexiones, de las búsquedas y de las propuestas que deslizó en la escritura de su obra, ya en la manera de asumir sus temas, ya en la forma de realizarlos. Con su escritura penetró la piel del lenguaje, y tras ella, las realidades de su época, sus interrogantes. Por lo mismo sus palabras, sus imágenes, son signos, ritmos donde la realidad se muestra en las fábulas y en los misterios de su luz en ascuas. Atento a las raíces que surgen y se adentran en lo ontológico de la condición humana, supo que la poesía tiene la capacidad de revelar los logros y extravíos de tal condición.
Cuando José Lezama Lima nos informa sobre su “sistema poético del mundo”, nos está donando claves para abordar lo desconocido de su poema fundacional “Muerte de Narciso” (1937) y desde este, toda su obra en verso y prosa. Pues como él mismo dice, en la “Suma de conversaciones” que completan el ensayo de Armando Álvarez Bravo con el que es presentado el libro Órbita de Lezama Lima (1966): “La imagen es la realidad del mundo invisible”. La metáfora haciendo visible en sus imágenes la realidad, aprehensible la otredad. Metáfora donde la imagen encarna en los sucesivos análogos de su progresión, en su vértigo y en su extático. En la poética de Lezama el lenguaje se convierte en la piel de la realidad invisible, de esa realidad encarnando su enigma en el poema restallado por el súbito de la imagen. 
“Muerte de Narciso” puede figurar en la poesía de Lezama Lima como la resurrección de una leyenda en el tiempo que se hace fábula por un instante, tan efímero y tan eterno como las cifras de unos dados en el espejo del universo o en la oquedad donde fluye el río “entre labios y vuelos desligados”, mismo río donde las palabras del poeta confeccionan la piel donde es dorado el tiempo con el ritmo dado por el hilo de sus imágenes, las que se suceden en las 17 octavas que componen el poema. Deslumbrantes imágenes surgiendo de una metáfora que no cesa en el consumo de sus analogías, en el arbitrio de su perenne enjambre.
En “Muerte de Narciso” Lezama Lima rasguña por primera vez la veta que hará tan característica su obra poética, su mundo vital, su universo narrativo. Veta que se pierde en las raíces del idioma español, en el misterio hecho cenizas de sus originarios hablantes. Su poética surge de ese invisible diálogo con una estirpe dispersa en las membranas del polvo que el tiempo recorre y que él acoge y profundiza como “Las eras imaginarias”, las mismas que le permiten encarnar el misterio de la poesía, el súbito de la vida. La suya es una vivencia creadora que fluye desde los tendones del azar y desde los registros de la causalidad. Vivencia que nos dona en sus versos y en su prosa como sortilegios al alba, después de una ardua noche, o viceversa.
Los versos que componen “Muerte de Narciso” surgen de una metáfora generatriz de imágenes que, en su movimiento, alientan el poema hasta lograr lo deslumbrante y arduo de su contenido, las estelas de su decir. Lo sensual y arriscado de sus trazos. El íntimo diálogo del espejo y el vacío de Narciso, el “rastro absoluto”, la “firmeza mentida del espejo”. Con este poema José Lezama Lima inicia la configuración de su sistema poético del mundo, rompecabezas legendario con el que crea su obra, fundada en la intuición de la revelación de lo visible en lo invisible, “¿por máscara, por transparencia?”. En su escritura las palabras se suceden entre lo visible y lo invisible de sus signos, logrando unas con otras la pervivencia, el movimiento de las metáforas entrañables, el súbito de sus imágenes, irradiando, revelando los destellos, las oquedades de la vida en el fuego de la realidad concurrente.

II. GILBERTO OWEN | En la obra de José Lezama Lima, como en la de Gilberto Owen, Gastón Baquero, Fernando Charry Lara, Saúl Yurkievich y Marosa di Giorgio, prevalece la poesía, la palabra capaz de penetrar el nicho donde se guardan los signos, la dura y tenaz revelación de las necesidades y las celebraciones humanas. Lo críptico de sus poemas, lo exuberante de sus imaginarios, lo deslumbrante y, en ocasiones, lo complejo de su lectura, son un reto que nos permite emparentarnos con sus autores, con las tramas que asumieron durante su creación. Leer sus poemas es penetrar las vetas por donde ellos se adentraron con su escritura, lo cual no resulta en una identificación ideal, sino en un diálogo franco, arduo. Sus obras son la presencia de que un poema puede ser una vía para la vida, que su escritura, su lectura son conocimiento, aprehender a través de las palabras. Rasgar su escritura es penetrar vida.
Mientras “Muerte de Narciso”, de Lezama Lima, es un monólogo escrito en una espiral libidinosa, metamorfoseándose entre la otredad germinal vuelta memoria a través del asombro que impacta en sus imágenes y la realidad que se resiste, que se mantiene entre lo invisible y lo visible que recorre el poema, su voraz escritura, unánime en el universo poético que concita y entrega a su lector, el poema “Libro de Ruth” (1944), de Gilberto Owen, está escrito entre las líneas de una trama casi oculta en un antiguo libro interpretado como sagrado, como el canon de un dogma, por ello las insólitas maneras propuestas por el poeta en su texto, parecen quedar en los suburbios de un hallazgo excavado por él en un instante de pasión. Hallazgo al que decide entrar a través de los escarceos entrevistos en un cristal azogado por el tiempo. Entrar para presentárnoslo en su actual escena de ausencia y de celos.
Hay sueños / de los que dos fantasmas se despiertan / a la virginidad de nuestros cuerpos”. El poema “Libro de Ruth” nos pone ante un instante captado por el poeta, ante el murmullo con el que nos contamina su visión de ese instante, con el cual nos permite allanar la realidad, la otredad que él ha logrado aprehender. “Libro de Ruth” es un poema cuya lectura empieza a abrirse cuando nos enteramos que el suceder del mismo se funda en la contemplación de un sueño en el tiempo, vuelto piel, vuelto espera. Que los versos que lo interpretan son de quien decidió asumir ese largo sueño. Sueño lastimado por la fugacidad de quien ahora interviene el palimpsesto donde se narra de una estirpe y sus leyendas, en historias arrumadas en las regiones de un tiempo libidinoso, el mismo que es convocado por el poeta cuando con su alfabeto intenta imprimir su versión. Cultivar su leyenda. Interpretar su espera.
En este poema las palabras, las imágenes, el ritmo que establecen, parecen fluir de un antiguo río de sueños traídos por la memoria del poeta que, otra vez, como si fueran un eco perpetrado por el viento de la historia, los proyecta en el acontecer cotidiano de quien de súbito despierta con sus “manos, callosas de esculpir en el aire / el fiel vacío exacto que llenará la forma”. De quien despierta a la espera de Ruth, rodeado solo por los ruidos de una ciudad que parece el “mundo entero”. Donde acontecen la ausencia de Ruth “y el Caos”. Despertar como quien no logra quitarse del oído la caracola que durante el sueño le repetía el sonido seco de la tierra labrada y la nítida voz de la mujer moabita arrastrando “un viento que trae amantes olvidados”.
El de Bozz es un despertar acosado, impaciente, sin la mujer “acostada a sus pies”. El encuentro entre él y Ruth parece más un enigma que una certeza, lo incierto de cuanto los rodea resulta “como las mariposas que capturan los dedos crueles de los niños”. Por ello, aun cuando ese encuentro quede expresado en el canto de un amor vivido en la penumbra de una región “fuera del tiempo”, la sustancia del mismo queda atrapada por los celos de Bozz ante un verano ya no posible. Ante lo curtido de su piel, y el fresco de la piel de ella. Ante lo predecible del telar del tiempo, siempre cumpliendo con el hilar de sus consumos.
En los cinco cuadros que componen el poema “Libro de Ruth”, Gilberto Owen nos deja intervenir los suburbios de un eco del tiempo, revisitar los vestigios de una pasión ahíta en sus esencias, pasión siempre penetrando la piel, la sensibilidad humana en la vastedad de su presencia en el tiempo, la que no deja de suceder: “Traes un viento que lame tu nombre en las cien lenguas de Babel, / y en él me traes a nacer en mí”. Entonces tras la siega y la recolección nos quedan las espigas y las uvas pisadas para el pan y el vino, para la celebración, para la siembra, para la muerte. Nos queda el enigma de la vida, sus signos, sus representaciones en el poema, tránsito de la poesía. Don del poeta que habita la luz y la penumbra.

III. GASTÓN BAQUERO | Mientras el poema “Libro de Ruth”, de Gilberto Owen, surge y se imprime como una manifestación hierática de la existencia humana, los poemas de Gastón Baquero, reunidos en Magias e invenciones (1984), surgen inundados por la celebración, por el carnaval de la luz, aun en sus momentos más difíciles la fiesta prevalece. La luz y la penumbra en la que se imprimen quedan como un canto para la danza, para el regocijo. Él nos entrega el aliento de su mundo poético despertando renovados semblantes en la realidad que toca con sus palabras. Esto es visible en el grueso de su obra, empero, para esta instantánea, miremos los poemas “Epicedio para Lezama”, “Marcel Proust pasea en barca por la bahía de Corinto” y “Testamento del pez”, elaborados en diversos momentos de su vida, de su crear poético.
En los 14 versos de su canto fúnebre, “Epicedio para Lezama”, Gastón Baquero nos recita su celebración del ciclo vital cumplido por Lezama Lima. Su epicedio celebra la vida, el “Tiempo total”, la obra, el “Espacio consumado”, de quien desde sus inicios en su aventura esencial que es su poema “Muerte de Narciso”, se arriscara a través de los enjambres regados por la libido del tiempo en su metafórico imaginario de realidad, por las eras aprehensibles para la elaboración de un sistema poético donde se diera cuenta de otra opción cognoscitiva del universo. Epicedio, diálogo en claves que penetran la vida y la obra de Lezama, al tiempo que también nos informa sobre los silencios de quien ahora lo recita. Sobre los ritos de su propia escritura luminosa. Augur de palabras al filo del fuego, al fondo de la ceniza.
Las imágenes en los poemas de Gastón Baquero salen del tronco de las palabras más próximas a sus vivencias. Salen tuquias de zumbidos, vueltas enjambres de sílabas que colman el instante aprehendido por él tras su visión solar. Su nostalgia es viva, plena en su intensidad, convocante. Es conmovedor ver cómo, con sus palabras, el poeta roe a la luz sus nítidas imágenes, el esplendor y la contrariedad de sus formas hasta dejarlas en los nichos de sus versos, tal como en su poema “Marcel Proust pasea en barca por la bahía de Corinto”, cuando nos muestra a Anaximandro “sintiendo el tiempo pasar entre las dulces muchachas de Corinto, el tiempo hecho una finísima lluvia de alfileres de oro, de resplandor de cerezas mojadas, el tiempo fluyendo”. Así nos enseña cómo es posible imponerse sobre el tiempo para contemplar a Anaximandro mientras, desde la distancia de su bahía, le sonríe a ese hombrecito que, después de avistarlo, emprende su regreso. Instante posible por la visión con la cual el poeta crea el poema, propone la perennidad de la luz en el “enigma del tiempo”. Enigma, bisagra, don de la palabra iluminada para su decir.
En los versos del poema “Testamento del pez”, de Gastón Baquero, se escuchan el percutir de tambores, el rasgar de cuerdas que siguen un coro de voces dispersas en el imaginario de una ciudad, intensa, distante, ahíta. Ciudad a la que el poeta increpa y requiere: “Yo te amo, ciudad, / aunque sólo escucho de ti el lejano rumor, / aunque soy en tu olvido una isla invisible”. “Testamento del pez”, es la declaración de la pasión que vive el poeta por la ciudad entrañada en él. Misma ciudad que una y otra vez opone “a la muerte” su “estructura / de impalpable tejido y de esperanza”. Mítica ciudad, signo incrustado entre lo visible y lo invisible de las vivencias de quienes cunden en ella. Ciudad haciéndose una y otra vez en ese coro de voces que por un instante se concitan en la voz del poeta, logrando la consistencia de “un pez de forma indestructible”. Una huella. Una contraseña. Un himno entre la vida y la clausura de la luz. 
Los poemas de Gastón Baquero nos permiten aprehender el súbito de sus vetas, el súbito instante de las imágenes con las cuales él nos deja ver como la cotidianidad posee palabras para paladear el sabor del saber, para gustar la pulpa carnosa de su realidad, para saber que es posible abrir nuestros instintos en las raíces de utopía. Así, su universo poético nos ofrece el don de la presencia de la vida, el don de reconocerla en las formas y en los objetos que la hacen y nos hacen. Los suyos son poemas forjados con imágenes exultantes que se suceden como en un abanico desplegado y donde la vida deja ver sus instantes breves, únicos. Un abanico donde sucede la memoriosa libido del tiempo.

IV. FERNANDO CHARRY LARA | La escritura de Gastón Baquero desciende del verbo hacia el signo donde la otredad se permite aprehensible en el suceder de sus rasgaduras, celebraciones, gestos y augurios. La suya es una escritura que se imprime por la pelambre del mundo hasta alcanzar el secreto de la pulpa carnosa, el misterio encriptado de la otredad hasta su natural revelamiento. En Fernando Charry Lara, otro es el descendimiento. La composición de las atmósferas que él intuye, las brumas húmedas que las pernoctan, parecieran resistirse a su escritura. Entonces cuando busca imprimirlas en sus poemas, junto con los seres, los gestos, los rasgos, el fluir de los instantes que suceden en ellas, se sorprende suspendido en el presentimiento de que sus palabras solo alcanzan para absorber los ecos, los extraños símbolos que, como en una descascarada piel, se ocultan en ellas. Empero, él insiste en sus palabras hasta hacerles reventar sus secretos para otra noción del mundo, en raíces que por fin consiguen la expresión de sus formas haciéndose ofrendas para el regocijo y lo oscuro. La de Fernando Charry Lara es una escritura que se imprime en los resquicios entre el día y la noche, cuando la memoria es tocada, en su fulgurante realidad, por lo onírico. 
La poética de Fernando Charry Lara se caracteriza por el íntimo aliento con el que registra la vida, las maneras de su crear. La suya es una obra al borde del silencio, es un toque donde queda consignada la realidad en lo cotidiano de sus usos e incertidumbres, es precisa en su ánimo conversacional, empero, de una intensidad que conmueve. Con su aliento, alcanza las briznas que la luz ilumina y que él aprehende para el poema, en palabras vueltas ecos para evocar un día único en la memoria de  su sensibilidad, un día que vaga en sus “palabras como luz soñadora”, tal como lo dice en su poema “Cielo de un día”, con el que se abre Llama de amor viva (1986), título donde reúne sus tres libros publicados en 1949, 1963 y 1981.
En el poema “A la poesía”, en los versos “Tú sola, lunar y solar astro fugitivo, / Contemplas perder al hombre su batalla”, nos entrega Charry Lara su noción de la poesía como una “secreta amante”, a la cual él acude, en una cita sin límites, para compensar, en el delirio y en el relámpago que en ella presiente, las continuas derrotas, su aciago itinerario por la vida. La poesía como un astro fugaz, que contempla la realidad humana fugándose en sus batallas. Una amante lunar y solar, lo que la hace cripta y revelación, ceniza y brasa en el fuego del devenir. Charry Lara figura su imaginario poético en un cuerpo femenino, en un cuerpo del que espera entregue la revelación, el desciframiento de los ideales y anhelos humanos, el hálito renovador de su sensual presencia en la tierra: “Ser otra vez tú misma, / Salobre respuesta casi sin palabras, / Surgida de la noche / Con tristes sonidos, rocas, lamentos arrancados del mar”. El mar, constante en su obra, es aquí el ritmo donde se mece la femenina presencia de la poesía mientras suelta sus súbitos delirios y relámpagos, su voracidad cognoscitiva, su pasión de amada.
Las suyas también son palabras alucinadas, sombras de instantes que se deslizan en el poema, polvo de nostalgias iluminadas, impregnando la página con alusiones de quien vaga por los ecos de sus huellas, desvelando con su invisible arañar el ir y venir de la vida, el avanzar de la muerte. Como las de su epicedio “A Jorge Gaitán Durán”, poema entrañable, de voz contenida al tiempo que desgarrada, escuchemos: “Si tu desnudo gesto inmóvil / Si tu rostro que estalló de pronto ante un espejo / Si tu voz mutilada por el árbol por la nube / Si tu paso callando por un sótano”. Qué dolor en estas palabras quebradas obstinándose en la memoria, ardiendo hasta la herida, consumiéndose hasta la ceniza, vértigo donde queda la ausencia como “Un puñado de estrellas y de madrugadas”, “La lenta noche del mar” vagando “por la memoria”.
En los poemas de Charry Lara, las atmósferas, las palabras abrazadas en ellas, los ámbitos a que se extienden en cada verso, en cada estrofa, surgen en el instante cuando las presencias y los recuerdos de la voz poética que sucede en ellos es tocada por el sueño. Lo cual da a sus imágenes una carga onírica que les permite suceder y encabalgarse como si fueran los girones de un despertar en la penumbra y la “luz soñadora” de un día que se inicia en sus oficios, también en la búsqueda de lo oculto en esa penumbra. El hálito lírico que recorre su obra puede verse en el poema “El lago”, donde sus constantes sensaciones cognoscitivas, vueltas nubes, viento, agua, tiempo otro, luz en una mañana única, en un mar donde se guarecen los recuerdos del amante desconocido, alcanzan el ánima de la poesía, hasta figurarla en lo sensual y entrañable femenino, ya como extrañeza, como ciudad en ascuas, ya como vacío laberinto. Lo femenino donde alcanzar el sueño, la pasión memoriosa del olvido, la noche en la palabra que ausculta el relámpago donde revelar el poema. La presencia donde acontece la vida. La obra poética de Fernando Charry Lara, su contenida lírica, nos deja ver el extático de una experiencia amorosa a través de lo nítido y lo oscuro del lenguaje.

V. SAÚL YURKIEVICH | Y llegamos a Saúl Yurkievich y con él nos encontramos una obra poética en los límites de la escritura, hecha con palabras que parecen reventar los ecos de sus agujeros y bordes significantes. Palabras dadas al asombro más que al mantenimiento de frases portadoras de sentimientos habituales, tautológicos. Una muestra de esto es el poema “Ruido de fondo” de su libro Acaso Acoso (1982), donde el poeta arroja sus palabras como si estas fueran meteoros donde viaja la memoria, y la página lo más próximo a la quemazón solar. Así nos dice que la suya es una escritura fundada en la consumación. Por ello la intensidad de sus palabras busca arrastrarnos en un enjambre que termina diseminándose en la página como si chocara contra el vacío del tiempo, pentagrama donde se fraguan los versos del poeta en un “grito pelado” hasta “la viva voz”. En sus significados, su escritura se consuma y resurge, es fuego y es ceniza. Ese es el riesgo, el reto. Cuánto nos dona. Cuánto nos sustrae.
Sus poemas son insistencia en las vetas del lenguaje, búsqueda, riesgo que le permite al poeta deconstruir los moldes convencionales de su escritura, ante todo en su forma. En ella el poema aparece renovado en su estructura, irrumpiendo como realidad creándose en el suceder de las palabras que lo soportan, en la capacidad metafórica que lo amplifica, en los ritmos visuales donde se refleja su escritura, en las atmósferas expansivas donde queda consignada la otredad de los imaginarios cognoscitivos de la realidad. “Ruido de fondo” es una nítida y ofuscante muestra de su hacer, de su perpetrar poético. Producir el desconcierto suficiente para que el lector se permita otras maneras de aprehender, es uno de los objetivos que imparte su obra.
Si en la poética de José Lezama Lima las imágenes de sus metáforas se representan como una configuración en sucesiones fulgurantes, en la poética de Saúl Yurkievich las imágenes se representan por la sucesión de las palabras, por el roce e intersecciones de unas con otras, por los cauces donde impactan sus acepciones, sus insinuaciones. Así sus poemas estimulan un desconcierto que nos inicia en inéditas sensaciones, que nos despojan de los lugares comunes que rigen nuestras rutinas, hasta permitirnos encontrar los sentidos de las palabras en ese juego en el que él las distribuye en la página, dejándolas escritas en una danza cuya música pareciera improvisarse en su continuo, en una música que no para de crearse en sus significados. Entonces es claro que los poemas de Saúl Yurkievich exploran otro sentido de lo común.
Saúl Yurkievich es un creador desconcertante, cuyos poemas hacen brechas en el habla que nos hostiga con sus lugares manidos por la costumbre, por esos lugares impuestos como costras sobre lo inédito de la realidad, de la otredad. Brechas para las que se requiere de la disposición y del atrevimiento del lector. En sus poemas, como en sus ensayos sobre algunos de los poetas que, con sus obras, contribuyeran para la fundación de la poesía hispanoamericana, la realidad es aprehendida por el poder de la palabra. Entonces, un ritornelo como “el desorden precede al orden / y sólo aquél es real” que aparece en el poema “Ruido de fondo”,  igual a una “nube quemante”, no es otra cosa que el filo de un rayo señalando una consumada “lengua viva ensordecida por los clamores insensatos”. Una lengua palpitante con la cual “fraguar un universo contra el fragor de las fraguas”, tal es el reto que nos propone: consumación. Vivencia de la realidad en la palabra y a través de la palabra.  
En el ensayo “El incomprensible rescate”, de su libro La movediza modernidad (1996), nos dice Saúl Yurkievich, mientras ausculta el poema “El encuentro”, de Lezama Lima, que: “Como suele ocurrir en la poesía de Lezama Lima, el único eje que puede conectar tamaña disparidad es el más amplio: el universo. Tal es el propósito del poeta: remitirnos por continua anexión de lo disímil, por radical desemejanza a la unidad trascendental, al ser universal, a la conciliación suprema, suprasensorial y supraempírica”. Tal observación no resulta difícil relacionarla con la poética implícita en el poema “Ruido de fondo”, de Yurkievich. Relaciones y divergencias que nos exponen en las páginas de estos poetas ante un fragmento del acontecer humano, cuya vastedad nos es extraña por el ritmo en el continuo de sus conexiones y extravíos. Por la ubicua libido de sus imaginarios escriturales. Por el universo que concitan en sus obras. 

VI. MAROSA DI GIORGIO | Llegar a Los papeles salvajes (2008), libro que reúne la obra poética de Marosa di Giorgio, es encontrarse con una escritura que surge de los calderos del habla donde las palabras se cuecen para la magia de su decir, de su significar el misterio producido por una realidad que arde en la memoria y obliga al encuentro con lo fabuloso, con lo instintivo, hasta descubrir lo inaudito de sus formas prendiendo, representándose en el poema. Tal sucede en “Carros fúnebres cargados de sandías”, texto donde Marosa de Giorgio nos muestra su característica manera de penetrar y ser penetrada por la realidad, como si esta fuese la sustancia vegetal de un ritual concentrándose en su escritura: “Al mediodía, las ásperas magnolias y las peras, los topacios con patas y con alas; azucenones, claros, rojos, semiabiertos; la casa de siempre, el patio familiar, parecían el paraíso, por el brillo de las ramas, los racimos, las estrellas en las hojas, cuyas figuras de cinco picos se reflejaban por los suelos”. En esta representación, las palabras quedan iluminadas y enrarecidas por las formas, las atmósferas y las sensaciones que capta quien, en el poema, es testigo narrador de tales instantes, como si le hubiese sido dado el don de ver como: “En el aire brillante, negro, empezaban, otra vez, todas las cosas”.
Si en Lezama Lima, Gilberto Owen, Gastón Baquero, Fernando Charry Lara, Saúl Yurkievich, las palabras son ofrendas reflejadas en la luz, en una ceremonia escritural que convoca, reúne y dispersa el aliento humano cuando pugna por la vida, en Marosa de Giorgio las palabras, en su escritura, surgen en contrita exuberancia verbal, dadas para rasgar y penetrar lo penumbroso, son intensidad que alcanza el misterio vueltas semillas, prendiendo y abriéndose en frutos extraños y sensuales. Carnosos gajos en un día incierto, tuquio de sensaciones en la piel, revelando en lo recóndito de sus sentidos el germinar de la realidad: “El deseo estuvo, allí, servido. / Era eso, exactamente. / Tocaron las campanas a rebato. Cuando el asesinato, la violación del bebé; la devoración, la consumación. Sonaron las campanas a rebato, cuando la visitación al bebé, y todo lo demás”. Son palabras que descubren el umbral donde se inicia el espejo, y en él, la imagen cuando la realidad se transforma en el crepitar de sus pasiones entre lo invisible de lo visible. Labrando pliegues inauditos para regocijo del habla, que así alcanza lo innombrable de lo nombrado: “Mientras, proseguía el lagarto cazando huevos de gallina, calientes golosinas; cruzaban las víboras azules como el fuego, subían claveles labrados y rizados, iguales a copas de arroz y de frutilla, / El mundo, por todas partes, acuciante, encantador
Las suyas son palabras labrándose en las imágenes que se ven salir de las cenizas de metáforas resurgiendo en las formas visibles e invisibles que cunden en la naturaleza. En imágenes que nos permiten participar de una resurrección escrita, dada en una embriaguez onírica que seduce el misterio, los ecos ocultos de una prístina luz devoradora, una luz  igual a un estigma devorándose en sus visiones y ofrendas, en sus sensaciones ancestrales. Imágenes en trance,  persiguiendo lo innombrable, la piel de lo invisible exacerbado, los mágicos miedos de una antigua infancia: “Las estrellas extendieron sus ramos, para que trepara y huyera con ellas. / Pero empezó la aurora a pintar. / Y se vio el sacrificio en el matorral”. Las de Marosa di Giorgio son imágenes penetradas por una extática danza. En ritmos y semblantes que conmueven y perturban el recorrido de sus versos, la caída y la fuerza de su decir. El imaginario que habita la sustancia memoriosa de su vida y de su obra.
El ímpetu que restalla en su escritura, nos recuerda los asedios de los antiguos cuando intentaban penetrar las murallas de sus miedos, los silencios y las oquedades de sus sueños, las tramas acurrucadas en los laberintos de su infancia, lo perturbador de sus huellas. La poeta Marosa di Giorgio parece extraer sus poemas de piedras florecidas, piedras donde  raras especies habitan, labrando las palabras como amuletos para un exorcismo, para un decir inesperado. Las sombras y formas de quienes suceden en sus poemas, sus gestos y transformaciones, quedan en una región que, al parecer, no fue tocada por el Dante, en los cantos de su Divina Comedia. Su obra nos abre otras sensaciones, aquellas que fluyen entre la luz y las penumbras libidinosas de la vida, entre el bien y el mal que la permiten posible.

VII. SEIS EN UNA INSTANTÁNEA | A estos poetas los familiariza su idioma, su región y su momento histórico, pues todos nacieron en Hispanoamérica en las primeras tres décadas del siglo XX. De ellos podemos decir que su idioma común y diverso, es el ojo de la aguja por donde introducen el hilo para la elaboración de sus escrituras, tan característica cada una. Como tan característica resulta la idiosincrasia de cada uno de sus países, tanto en su geografía como en su conformación nacional. El momento histórico que les correspondió vivir es hoy el fresco donde sus obras se realizan, se encuentran, se comunican y se distancian, contribuyendo al esclarecimiento y a la penumbra de su época. Sus obras son acopios donde el idioma español se abastece, ampliando el ser cognoscitivo de sus significados y de sus realidades, y donde poetas y lectores podemos aprehender el sabor del saber. Pero, ante todo, a estos poetas los familiariza su noción del tiempo, su visión del tiempo ruñendo, aprehendiendo la vida, haciendo y deshaciendo realidades. Por ello sus escrituras se mantienen en las palabras que lo nombran en su suceder, en su inaudito. En sus obras el tiempo es vértigo, es extático. Es grieta, es veta. Es revelación encriptada en su decir.
Es evidente que los logros en sus obras no salen del repentismo, que son resultado de la disciplina, del trabajo por poseer una noción, una visión del mundo, de la realidad, de la otredad, es decir, sus obras responden a una poética. Una poética que no ignora la tradición, manteniendo con ella un diálogo franco, directo. Con ella estos poetas vivieron el arder de sus palabras, la ceniza de sus visiones, de sus metáforas nutriendo el renacer del Fénix del habla. De ahí el decir de sus escrituras. También es visible que en sus creaciones no cabe el sometimiento a verdades absolutas, ni a prestigios dados por los raseros de quienes creen que la literatura es un recreo vacacional o social. Sus obras son una alerta salida de las grietas del pensamiento varado en el laberinto donde se tejen y destejen los hilos del bien y el mal. Las suyas son escrituras que nos dejan ver como el bien y el mal son fuerzas cuya libido alienta el universo, lo oscuro y lo luminoso de la vida. Como su impulso no cesa en su pulsación, consumiendo, creando. Ante las eclosiones que rigen nuestras realidades sociales e individuales, sus palabras más que consoladoras, representan los abruptos de nuestro carácter, las ascuas, la orfandad y el miedo que cunden en él. Sus voces son una alerta para que tomemos conciencia de nuestras necesidades y contradicciones, empero, sus escrituras se nos ofrecen cargadas de celebración por lo ahíto de la vida, por el sabor del saber que significa vivir.
¿Son posibles las rupturas en una tradición? En Occidente, en el que surge de la eclosión del Imperio Romano, en el suceder de su cuerpo poético ¿se han presentado rupturas?, o ¿solo hemos asistido al reflejo del movimiento de sus sustancias creadoras, tal como se mira el desprenderse de la corriente de un río? Y, ¿las fundaciones? Cada experiencia creadora propicia una visión del mundo, una noción conectada con la región y el idioma de su creador. La escritura de un poema se realiza en medio de la tensión que sucede entre lo que dicen y no dicen las palabras convocadas por el poeta para elaborar las imágenes que moviliza, proponiendo ritmos, analogías y significados renovados. Entre el silencio y su decir, entre el murmullo y los gritos de las voces humanas, la escritura de un poema ausculta, nombra, pronuncia. Con ella el poeta se comporta como quien penetra las raíces de una piedra o acude a los tabiques donde se almacenan los decires de la humanidad. Entonces, la oscuridad o la claridad en un poema se da por el acervo de quien lo escribe, de quien lo lee, según el conocimiento el poema es críptico o nítido. La revelación se da según la sierpe se mueva sobre la piel escrita del poema.
Las obras de estos poetas nos permiten ver como para la gestación de una poética de nuestro tiempo es necesario acudir a las escrituras de quienes nos anteceden. Esta es una de las paradojas de nuestra época, nutrirse de todos los tiempos y momentos que se cruzan por el nuestro. He ahí nuestra poética. Lo extraño de nuestra originalidad. En este punto, recordemos unos versos de don José Lezama Lima, de su poema “Una oscura pradera me convida”, los cuales nos dejan en el umbral de la poesía, en el principio del poema, al inicio de otra experiencia:

Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.

Aquí, dada la perplejidad ante las rutinas usureras de la cotidianidad que vivimos, es preciso no olvidar que las preocupaciones por encontrar conductas que respondan a nuestras necesidades fundamentales, no tienen límite. Tampoco lo tiene la poesía, porque, más que contener una respuesta, la poesía contiene una pregunta que se abre. Ea.



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Omar Castillo (Colombia, 1958). Poeta, ensayista y narrador. Algunos de sus libros publicados son: Obra poética 2011-1980, Ediciones Pedal Fantasma (2011), Huella estampida, obra poética 2012-1980, el cual se abre con el inédito Imposible poema posible, y se adentra sobre los otros libros publicados por Omar Castillo en sus más de 30 años de creación poética, Ambrosía Editores (2012), el libro de ensayos: En la escritura de otros, ensayos sobre poesía hispanoamericana, Editorial Pi (2014) y el libro de narraciones cortas Relatos instantáneos, Ediciones otras palabras (2010). Ha sido incluido en antologías de poesía colombiana e hispanoamericana. Poemas, ensayos, narraciones y artículos suyos son publicados en revistas y periódicos de Colombia y de otros países.  Contacto: ocastillojg@hotmail.com. Página ilustrada com obras de Franz von Stuck (Alemanha, 1863-1928), artista convidado desta edição de ARC.

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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 17 | Junho de 2016
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