El libro Modelo 50, panorama de poetas colombianos nacidos en
la década de 1950, compilado por Fernando Herrera Gómez y editado por la
Editorial Universidad de Antioquia en 2005, es un intento por reunir en un
volumen una muestra de poemas de una generación que, a través de su escritura,
hemos creído posible asumir y dilucidar el sentido de nuestras voces, sus
orígenes, las contradicciones y alcances de sus experiencias, tanto en la vida
como en la poesía.
Entonces, para cualquier reflexión sobre nuestra generación
es necesario no olvidar la época que nos ha correspondido vivir y como nuestros
poemas se nutren de ella. Tarea compleja dado el carácter de los poetas que
nacimos en esos años y lo enrarecido de los acontecimientos que siguen
significando nuestro tiempo, en el que hemos echado mano de cuanto nos ha sido
posible para no sucumbir en sus fosforescentes residuos, pues nuestra
generación nació en el cruce de los intereses políticos creado por las
potencias de turno bajo el rótulo de la Guerra Fría y sus extensiones sobre las
realidades de naciones como la colombiana.
Somos una generación que vive en las
evidencias de la condición depredadora del ser humano ante los recursos del
planeta, de lo finito de los mismos, aprehendiendo como nunca antes lo frágil
de nuestra existencia. Una generación allanada por religiosidades e ideologías
dispuestas para salvaguardar los intereses geopolíticos y económicos de turno.
Una generación sumergida de súbito en los usos de una realidad virtual y
mediática sin precedentes, lanzada a rodar como dados sobre unas geografías de
maqueta, como dados sobre los estragos de viejas rutinas y cuyas cifras corren
el riesgo de caer en la suma de la extinción de la dignidad cuando es
suplantada por la usura. Y sumergida por esas analogías de la condición humana,
somos una generación dispuesta para los retos de vivir en lo desconcertante y
categórico de las metáforas que cunden en su época.
Darnos cuenta de las celadas y requisas
a las cuales es sometida nuestra participación en la realidad no ha sido fácil,
pues quienes las ejecutan son expertos imponiendo sus artificios hasta lograr
el usufructo de sus campañas. Muchos son los seducidos por los tejedores de
esas artimañas. Permanecer alertas sobre las ficciones y hechos de esos
tejidos, hace parte fundamental de nuestra poética, de la disciplina de nuestra
inspiración para la escritura y para la vida. Nos ha costado saber que para
participar de la magnitud de nuestro tiempo, del hervor de sus pasiones y de
sus confrontaciones, no es suficiente con afiliarse a los eslóganes ofertados
por el consumo de las ideologías sociales o los credos religiosos.
Para quienes nacimos en Colombia en los
años de 1950, gran parte de la poesía escrita hasta entonces en el país parecía
un laberinto tuquio de prestigios hueros, con los cuales contener cualquier
intento por develar sus rutas, o la carencia de las mismas. Esos prestigios
impuestos a mansalva no nos permitían asumir o confrontar las experiencias y
los aportes del grupo Nadaísta, cuyo primer manifiesto fue publicado en
Medellín en 1958, y su primera antología poética en 1963. Quienes imponían esos
prestigios lo hacían desde su capacidad para propiciar festines donde, con su
guillotina de silencios, socavaban las creaciones de otros hasta anular sus
voces, disponiendo para ello de solares penumbrosos donde declamar las rimas de
sus favorecidos, como quien es dueño de la primera piedra para la recreación
del mundo.
Así, la canonizada fila de aedos
colombianos era conservada absorta, cultivándose en los versos que cada
certamen amoroso o patriótico reclamaban, mientras a José Asunción Silva lo
relegaban como espécimen anecdótico para el entretenimiento de la parroquia
nacional y a León de Greiff le inventaban nacionalidades donde regresar lo raro
de sus atributos, con tal de no tener que asimilar la talla de su vasta creación
poética. Todavía en los años de la década de 1970 los aportes de poetas como
Fernando Charry Lara, Álvaro Mutis y Héctor Rojas Herazo estaban eclipsados por
una maraña de nombres de ocasión.
Quizá el mayor escándalo permitido a
quienes nacimos en la década de 1950, fueron las albricias con las cuales nos
hicieron creer que llegábamos a la vida en un verano tuquio de dádivas y
amores, albricias para que nos entregáramos a lo estridente del Rock, a los
ritmos de la Salsa haciendo sudar la piel con su libido mestiza, creer que
podríamos ir “por la música, misteriosa
forma del tiempo”, como dice Borges en su “Otro poema de los dones”,
adentrarnos por las enrarecidas atmósferas sicodélicas y los alucinógenos,
abordar las calles de nuestras ciudades y cuanto en ellas fuera posible
suceder, seducidos por la lujuria de ese verano casi eterno. Mientras,
imponiendo sus polarizadas rutinas ideológicas, la Guerra Fría instauraba sus
dictaduras, sus analgésicas consignas. Un verano que con el paso de los años se
nos fue convirtiendo en las ascuas donde fundar una escritura penetrada por lo
ahíto del mundo, una escritura creciendo hasta reventar como un poema
inverosímil, necesario para la comprensión de nuestro tiempo y lo
contradictorio de nuestros comportamientos. ¿Qué más pedir? ¿Qué otro escenario
podría ser el nuestro? ¿Qué mejor tiempo para conocernos, para desconocernos?
Ea.
Todos queríamos disponer de un
lenguaje, de unas imágenes que nos permitieran adentrarnos y explorar las
oquedades de la realidad, lo extraño de las analogías del mundo, queríamos
conseguir un dibujo poético propio. La intuición nos permitió saber que cada
poeta es un nicho donde se encuentran otros poetas alimentando las fricciones
de un diálogo donde se producen las rupturas que mantienen y crean una
tradición, entonces nos dimos a la búsqueda de esos nichos. Así, en nuestra
formación habitan poetas y escritores en un diálogo que no cesa, inclusive en
lo exasperante del mismo.
En ese necesario ir por donde sucede la
libido de la tradición, quienes nacimos en la década de 1950, nos dimos a la
tarea de leer los poemas de poetas colombianos cuyas primeras obras fueron casi
todas publicadas en las décadas de 1950-60-70, leímos entonces los poemas de
Álvaro Mutis, Fernando Charry Lara, Aurelio Arturo, Héctor Rojas Herazo, Jorge
Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus, Fernando Arbeláez, Olga Elena Mattei, Gonzalo
Arango, Jaime Jaramillo Escobar, Amílcar Osorio, Alberto Escobar Ángel, Mario
Rivero, Darío Lemos, Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar, Armando Romero,
Giovanni Quessep, José Manuel Arango, Miguel Méndez Camacho, Jaime García
Maffla, José Luis Díaz Granados, María Mercedes Carranza, Raúl Henao, Juan
Manuel Roca, Elkin Restrepo, Darío Jaramillo Agudelo, Rafael Patiño, Harold
Alvarado Tenorio, Juan Gustavo Cobo Borda, Anabel Torres, Helí Ramírez, Raúl
Gómez Jattin, Luis Iván Bedoya. Su lectura nos significó el reconocimiento de
poemas que también podían ser nuestros, nos permitió sentirnos en propiedad
para iniciar la escritura de una obra, forjando con todos ellos un diálogo
franco e higiénico. Empero, esas lecturas también nos motivaron un quiebre, una
ruptura y con ella el inicio para otras fundaciones.
En las “Palabras introductorias” al
libro Modelo 50, panorama de poetas
colombianos nacidos en la década de 1950, Fernando Herrera Gómez dice que los poetas por él reunidos “no
conforman lo que se llama en términos literarios ‘una generación’, pues no
participan de una misma estética ni obedecen a un manifiesto determinado” y
agrega que “son voces diversas”. Pienso, sin descontextualizar lo aquí citado,
que ese es uno de los atributos de nuestro ser poetas en este tiempo, pues
inevitablemente hacemos parte de las realidades urdidas en él, las mismas que,
paradójicamente, consiguen que los poetas permanezcamos a la intemperie,
asumiendo una lúcida marginalidad ante las tramas de quienes, desde sus
políticas geoeconómicas, imponen la obligación de vivir en un mundo consumido
por la voracidad de unas realidades diseñadas por la usura y el oscurantismo
informado. Entonces me atrevo a creer que el manifiesto y la estética que
reúnen y movilizan a nuestra generación, han sido provistos por quienes socavan
y someten al ser humano a vivir en una historieta de museo virtual. ¿Las
condiciones de la época terminan provocando las posturas y las creaciones de
sus poetas?
Escritos con las palabras del habla de la
comunidad de la que somos parte, los poemas de nuestra generación son de una
belleza que sale de lo abrupto de nuestro tiempo. Y cuando digo nuestros
poemas, hablo de aquellos en donde es visible el riesgo de vivir sin ocultarse
tras los beneficios de la domesticidad.
Casi todos los primeros libros de poemas
de quienes nacimos en la década de 1950, los publicamos en los años de 1980 y
1990, siendo ahí donde se inicia nuestra presencia en la poesía que se escribe
y publica en Colombia. Los tabiques generacionales parecen arbitrarios, nada
necesarios para el conocimiento de quienes componemos una tradición, empero
sirven para establecer los matices que proveen la creación poética en un
momento histórico, es decir, sus rupturas y sus fundaciones en esa tradición.
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Omar Castillo
(Colombia, 1958). Poeta, ensayista y narrador. Algunos de sus libros publicados
son: Obra poética 2011-1980, (2011), Huella estampida, obra poética 2012-1980,
el cual se abre con el inédito Imposible
poema posible, y se adentra sobre los otros libros publicados por Omar
Castillo en sus más de 30 años de creación poética, (2012), el libro de
ensayos: En la escritura de otros,
ensayos sobre poesía hispanoamericana, (2014) y el libro de narraciones cortas Relatos
instantáneos, (2010). De 1984 a 1988 dirigió la revista de poesía, cuento y
ensayo Otras palabras, de la que se
publicaron 12 números. Y de 1991 a 2010, dirigió la revista de poesía Interregno, de la que se publicaron 20
números. En 1985 fundó y dirigió, hasta 2010, Ediciones otras palabras. Ha sido incluido en antologías de
poesía colombiana e hispanoamericana. Poemas,
ensayos, narraciones y artículos suyos son publicados en revistas y periódicos
de Colombia y de otros países. Contacto: ocastillojg@hotmail.com.
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Organização
a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista
convidado | Guillermo Wiedemann (Colômbia, 1905-1969)
Imagens
© Acervo Resto do Mundo
Esta
edição integra o projeto de séries especiais da Agulha
Revista de Cultura, assim estruturado:
1
PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2
VIAGENS DO SURREALISMO, I
3
O RIO DA MEMÓRIA, I
4
VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5
VOZES POÉTICAS
6
PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7
VIAGENS DO SURREALISMO, II
8
O RIO DA MEMÓRIA, II
9
SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
A Agulha
Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial
de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de
Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua
espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas
de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a
coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.
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