quinta-feira, 7 de julho de 2016

ALFONSO CHASE | Apuntes sobre Eunice Odio


1. Nuestra Eunice

Sitiada en la cima exacta de su nombre nos veía, con esa admirable displicencia que le permitía su hermosura física y esa inteligencia, tan suya que gustaba desplegar ante nuestros ojos asombrados. No era que buscara ser diferente, con propósito deliberado, sino que era absolutamente única, definitiva en sus juicios, en sus amores y en sus odios, que le nacían de las vísceras y que por eso eran siempre limpios y profundos.  Ahogada por la hipocresía de la aldea, por el tufo del chismecillo, por la envidia que les producía a los nacionales su talento y su belleza, emigró a Guatemala y luego a México, de donde se hizo ciudadana, y se transformó en un mito, en un sueño, en una esplendorosa utopía del pensamiento, invulnerable en su apartamento, inaccesible para algunos, esos que ella llamaba tontos o gazmoños.
Allí gustaba de rodearse de nosotros, los más jóvenes poetas, los que la amábamos con sus defectos y sus virtudes, siempre por encima de cualquier discrepancia política o literaria, y en Río Neva N° 16, rodeada de cuadros, de fantasías, de poemas que crecían o se achicaban, de jóvenes pintores que gustaban pintarla como la Eva terrible y primigenia, el Arcángel, la Libélula, formas propias y mágicas de esta mujer admirable, que gustaba de adueñarse de atributos un poco ajenos a su verdadero espíritu, para así disimular esa angustia que la aquejaba, ese dolor que la perseguía desde siempre, y la aguijoneaba en las horas de soledad.
Esta una imagen superficial de nuestra Eunice. La otra es clara para mí, dolorosa e incomprensible para mis compatriotas escritores. Esa fórmula tan suya para nombrarnos:  los costarricenses, no referida a un consenso general de nuestra nación, sino más bien a esos costarricenses que la odiaron, que le negaron su talento, que callaron su nombre en las antologías, que se ensañaron con sus defectos, pero olvidaron sus virtudes y que a la hora de los homenajes póstumos, necrofílicos tardíos, corrieron a decir la palabra inoportuna, el ensayito superficial, el comentario absurdo.  Esos eran para Eunice la raza inferior del espíritu, a que se refería, en sus cartas, en sus poemas, en sus ensayos.  Duros son esos nacionales en reconocerle méritos al adversario.  Esa incapacidad por aceptar, en bloque, los defectos y las virtudes del artista, la personalidad agresiva del creador, el asco visceral por la tontería y la mediocridad.  Y ahora que nuestra Eunice ha muerto, es oportuno señalar que con ella muere una parte de nuestra historia artística, una época en que todavía los artistas nacionales tenían personalidad, hermosura física unida a la hermosura del espíritu.  El país pierde, con esa muerte inesperada, una figura capital en nuestra poesía, desconocida todavía por la gran mayoría de costarricenses, porque no cultivó nunca esa poesía de cromito pedestre, que pareciera ser la clave para ser antologado, en esas historias y antologías de la literatura, que parecieran ser hechas antes que con el cerebro con el hígado.
De ahí hacia su desprecio, olímpico y perfecto, por todo lo que se relacionara con el mundillo intelectual de Costa Rica y de todas las otras aldeas del mundo, en esa miopía especial que la hizo ignorar que la patria no era un nombre, ni dos, ni un grupo siquiera, sino un conglomerado de seres que muy en secreto respetaban su poesía y recordaban su nombre y en los que siempre encontró hidalguía, afecto, reconocimiento.
Desengañémonos. Ahora que ha muerto nuestra Eunice sigue sin pertenecernos, alejada de esta tierra, sola murió y sola enfrentará la soledad del tiempo, referida a esa obra literaria suya, que tanto me empeñé en que ordenara, y que al fin va a ser editada por la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), recopilada y ordenada por ella misma.
Nuestra Eunice escapará entonces de ser sólo una anécdota más en la boca de los seudocríticos, en los reportajes de los que no la conocieron ni se interesaron por conocerla y que recogerán de los labios de las gentes, las mentiras y las verdades a medias que conformaron esa imagen que los nacionales tienen de la vida y la obra de Eunice Odio.  Aún así, desde su muerte dramática, su figura estará ligada a esos defectos nuestros de la comparación, la exaltación de los defectos, el esconder las virtudes cardinales, la mezcla de la vida íntima, y privada, con la creación artística.
Su obra pertenece desde siempre a nuestra cultura por derecho propio.  Por vocación creativa sus poemas, cuentos, ensayos, son patrimonio de nuestra literatura.  De allí venimos quienes pergeñamos un poema o escribimos un texto.  Son parte fundamental de nuestra historia literaria, aunque no se conozcan, o no se critiquen o no se lean en nuestras universidades y colegios.
Eunice Odio, mi Eunice, nuestra Eunice, no es mujer para homenajes póstumos y tardíos.  Para ella todo nuestro afecto en vida, en su departamento, entre sus poemas, con el tequila y la música ranchera al lado, con las botanitas y Chavela Vargas, con Leonora Carrignton y Gonzalo Ceja y los violines de los charros, desgañitados y tristones por el aire.  Esa imagen de Eunice, que le amamos y disfrutamos, es la que seguirá viviendo en nosotros para siempre.  Para una imagen, literaria y amorosa, de esa otra Eunice, por supuesto el poema de Carlos Martínez Rivas:  EUNICE ODIO, quizá la imagen más acertada y luminosa de nuestra Eunice, la imagen que más se acercó a la realidad íntima de esta mujer inolvidable, por esas virtudes tan suyas que la hicieron única en el recuerdo y perenne en su obra, que esperamos se publique ahora, tal como muchas veces lo soñamos.
Música de violines y cantos de charros para Eunice Odio.  Sonidos de chicharras y fanfarrias para celebrar su recuerdo.  Que ella, que tanto odió la retórica y la tontería, sabrá reírse, enigmática, desde la más alta cima de su nombre, de todos aquellos, que desde siempre, la amamos.

2. Eunice Odio: un enredo colosal

La historia me fue narrada por Eunice Odio y acotada por Elena Garro.  Un certero disparate que terminó siendo parte de los cuentos de Elenita, y las huidas espectaculares, con su hija Helena Paz.  Lo reconstruí paso a paso y nadie quiso editarlo, por miedo a las consecuencias para los involucrados.
Hablé con Sylvia Odio, varias veces, pero según ella estaba bajo observación de los servicios secretos del mundo.  Otro posible disparate.  Pero dada la cadena de muertes extrañas, en la época, lo mejor era pasar inadvertida.
Una tarde de octubre de 1967, tocaron a la puerta de mi apartamento en Tlatelolco, México D.F., dos funcionarios de la Embajada de USA, a preguntarme sobre las investigaciones que estaba haciendo.  Para una novela, dije.  Desvaríos de mi persona como detective.  Hhhmmju, dijeron.  ¡Mejor quédese en donde está!  Y me quedé.  Pero sin destruir apuntes y coordenadas.
Conocí, en San José de Costa Rica, a Oswaldo Rodríguez Poveda, desde que yo tenía diez años.  Uno de los dos falsos Oswald y amigo de Judith Ferreto, la enfermera de Carmen Lyra y de Diego Rivera.
Como todos muertos, yo el escritor: muerto viviente, le di forma a este artículo. Tan cierto como los ojos verdes de Eunice y la voz enternecida de Elenita Garro. 
Contra el olvido, dije.

● The Tico Connection en el asesinato de J. F. Kennedy

Tuvo la idea de hacer la fiesta para celebrar una reunión de amigos alrededor de su ángel guardián: San Miguel Arcángel, por ella llamado Arcángel Ilustre.  Nunca pensó que esa fiesta habría de marcar su vida para siempre y agrandaría su leyenda, por lo que ocurriría después.
A la primera que llamó Eunice Odio, esa tarde de setiembre de 1963, fue a su amiga Elena Garro, ex esposa de Octavio Paz. Luego se le ocurrió llamar a Germán Pardo García, Juan Rulfo no contestó la llamada, Amparo Dávila dijo que tal vez iría.  No se sabe si llamo a Sylvia Durán, en ese momento, o luego.  Fiestas como esas eran naturales por ese tiempo en su casa, para alejar fantasmas y reconocer a los amigos.  Llamó también a dos filiales:  Sol Arguedas o Ninfa Santos, pero no estaban en el país.  Así lo decía ella luego. En total llamó a unas diez personas, en lo que habría de ser la fiesta de su vida.
Por esa época estaba vinculada a exiliados cubanos, residentes en México o en Texas, los cuales la visitaban a menudo, para disgusto de sus amigos más progres, de los que nunca se separó, como Carlos Pellicer, el poeta que prometió estar allí la noche del sábado, con dos amigos. Todo estaba organizado para hacer de la ocasión uno de los festines eunicianos, como los aprendió a llamar su vecino Pardo García, quien fue el que de manera más clara tuvo luego recuerdos de la noche.

● Una visita inesperada

Sylvia Odio, pariente lejana de Eunice, era una cubana norteamericana viviendo en Houston para esas fechas. Pertenecía a la organización anticastrista JURE y era una de las figuras más conocidas en Texas de los opositores a Castro.  Ese 26 de setiembre estaba lista para dejar su apartamento e instalarse en otro.  De pronto sonó el timbre y tres hombres preguntaron por ella a su hermana, que contestó a la puerta.  Eran dos hombres que se presentaron como Leopoldo y Mario.  Un tercero, atrás, se presentó como León Oswald. Los dos latinos empezaron a hablar sobre su pertenencia al movimiento anticastrista, solicitando a Sylvia el que repartiera alguna propaganda entre sus amigos. El norteamericano no dijo una palabra, sino que se limitó a ser testigo de la conversación. Luego de dar por finalizada la visita, partieron.  Al día siguiente, Leopoldo llamó a Sylvia para decirle que el otro visitante había estado en la Marina, estaba interesado en la causa anticastrista y era un excelente tirador que creía que el presidente Kennedy debería ser asesinado luego del fracaso de Bahía Cochinos. La señora Odio, dijo luego que tenía sus dudas de que los hombres fueran en realidad miembros de JURE. Pero en lo que estuvo siempre de acuerdo fue que la persona que esa noche ella recibió, bajo el nombre de León Oswald era en realidad Lee Harry Oswald, protagonista de la historia que todos conocemos.

● La ruta de Oswald: ¿real o ficticia?

¿Estuvo Lee Harry Oswald ese final de setiembre en Houston?  Según la ruta de Oswald, consignada en el Informe Warren, éste dejó New Orleans sobre setiembre 25, llegando a Houston el 26, cerca de la medianoche:  10.50 p.m., dando luego diferentes informaciones sobre su visita a por lo menos cuatro personas, todas vinculadas, no a organizaciones anticastristas, sino a filiales de grupos izquierdistas.  Visitas que en algunos casos no se realizaron, y solo se quedaron en llamadas telefónicas, todas hechas desde teléfonos públicos.  En su visa para México escribió su nombre como Harvey Oswald Lee, lo que se puede tener como un error de escritura, u otro alias que estaba usando o que si está seguro es que tomó un bus en Houston, en la madrugada del 26, hacia Laredo.  Dos turistas ingleses, que le reconocieron, dijeron luego que él les habló que iba a México para conseguir visa para Cuba, en tránsito, para viajar luego a Rusia.  Oswald si era él, cruzó la frontera a la 1 de la tarde y a las 2.15 tomó el autobús rumbo a México.
A su lado se sentó un caballero inglés, de nombre Albert Osborne, que luego denegó que hubiera cruzado palabra alguna con Oswald.  Dos jóvenes australianos, turistas, actuaron luego como testigos de haber viajado con Lee, el cual les contó que había estado antes en México, y les recomendó el antiguo Hotel Cuba, como limpio y barato.
Al llegar a México, se hospedó en el Hotel del Comercio, se registró como Harvey Oswald Lee, de ocupación fotógrafo, en el cuarto 18, hoy sitio recordable, y pagó la suma de $1.28 por día.

● Una llamada imprevista

En la mañana del viernes 27 de setiembre de 1963 una llamada imprevista despertó a la escritora Eunice Odio de sus sueños mágicos. Quien la llamaba dijo ser León Oswald, de profesión fotógrafo, que vivía en Houston, amigo de la señora Sylvia Odio, la cual le había dado su número, única vía posible porque el teléfono de la escritora no estaba registrado en la guía telefónica.  Dijo tener interés en visitarla para conversar de cosas que le interesaban, sobre todo de política.  La señora Odio se manifestó extrañada, debido a que apenas conocía a su lejana pariente cubana, y desde hacía dos años no tenía contacto con ella, a la cual había conocido por amigos comunes, cubanos, que visitaban México en sus actividades anticomunistas.  Con la ríspida amabilidad que le caracterizaba, Eunice Odio lo invitó a su casa, el sábado por la noche, para la fiesta que estaba preparando.
Así podía presentarle a algunos amigos.  Pensó llamar a algún fotógrafo conocido, pero desistió de eso, para no hacer más amplia la fiesta.
León Oswald, Lee Harvey Oswald, o Hervey Oswald Lee, visitó esa mañana la Embajada de Cuba, para aplicar una visa de tránsito.  Fue atendido por la señora Sylvia Durán, empleada mexicana del Consulado, la cual le ayudó en sus consultas, llegando a la conclusión, luego de hablar con la embajada rusa, de que la visa de tránsito debería ser denegada, debido a que había vencido su permiso de estancia en Rusia y no tener ningún derecho a regresar de nuevo a la URSS. Oswald protagonizó un incidente desagradable con el Cónsul General Eusebio Azcúe (o Azque), por lo cual fue prácticamente expulsado del Consulado.
Sábado 28 en la mañana, Oswald insiste en llamar a la embajada soviética, y se presenta de nuevo para argumentar sobre sus derechos a emprender viaje.  ¿cuándo?, ¿con qué tiquete?, hacia Moscú.  En 1975 la CIA reconoció que sus espías monitorearon las llamadas a ambas sedes diplomáticas, así como tomaron fotos del supuesto Oswald entrando al Consulado cubano, pero fueron destruidas, luego de ser clasificadas como Top Secret durante más de una década.

Una fiesta de la cual nadie quiso hablar nunca

De lo que todos los asistentes estuvieron seguros, siempre, es que la fiesta en casa de Eunice Odio, celebrada el sábado 28 de setiembre de 1963, era mejor no hablar nunca.  Otro de los asuntos definitivos fue el que la descripción de León Oswald, como el hombre que dos meses después dio muerte, supuestamente, al presidente John F. Kennedy no tenía nada que ver, en lo físico, con el hombre que llegó a divertirse, a pesar de que a Eunice Odio le insistió en que lo llamara Lee y le contara detalles sobre su vida en New Orleans, que parecía conocer muy bien, así como su deseo de regresar a la antigua URSS, para rehacer su vida.
Odio coincidió con Sylvia Durán de que el hombre que había estado en su casa, que era el mismo que había estado en el consulado cubano, era rubio, de contextura atlética, alto y que parecía conocer, o haber estado, en México en viajes anteriores.  Sus intereses literarios eran los maestros de la novela rusa y el poeta Boris Pasternak, así como conocía, de leídas, ciertos tópicos de José Martí, y otros detalles de la historia de la América Latina.  Lo extraño del asunto es que pareciera que en México, a finales y principios de setiembre y octubre de 1963, había dos o más Lee Harvey Oswald viviendo y dejándose ver en diferentes sitios, desde las tertulias de Eunice Odio hasta las fiestas de toros, pasando por una extraña visita a la Universidad de México.
Lo más sorprendente del caso es que en el Consulado, según se supo después, había dos ciudadanos costarricenses, o al menos en ese pasaporte, solicitando visa para Cuba, en el mismo momento en que Oswald lo hacía sin resultados.  El primero de nombre Edwin Juan López Rodríguez y el segundo Oswaldo Rodríguez Poveda, los cuales salieron con Lee Havey Oswald, según testimonio de la señora Durán.  Cuando en 1976 se abrió una Comisión del Senado de los Estados Unidos para conocer detalles del caso, por presión de la opinión pública, no se pudo localizar a ambos personajes.  Anthony Summers (1980) cita a uno de ellos, Rodríguez Poveda, y Jim Garrison (1988) se refiere a López Rodríguez como una de las personas que se hizo pasar por Oswald, sin precisar los detalles del hallazgo y dato aislado en su investigación.
Dos días después del asesinato de Kennedy, el 25 de noviembre, la CIA solicita a oficiales de la investigación mexicana que detengan a la señora Sylvia Durán para ser interrogada.  En dos ocasiones más fue detenida, tratando de que admitiera que las fotos de Lee Harvey Oswald, antes y después del asesinato, se correspondían con las del hombre que había visitado el Consulado.  En todas las ocasiones la señora Durán dijo que eran personajes diferentes.
El 29 de noviembre de 1963 investigadores de la CIA en México, a cargo de David Phillips se presentaron a la casa de habitación de Eunice Odio para interrogarla sobre la visita de León Oswald aka:  Lee Harvey Oswald, Hervey Oswald Lee, y sobre lo que éste habló con sus invitados. Elena Garro fue también interrogada sobre el asunto, no sabiéndose a la fecha su respuesta, pues parece que ella lo acompañó a la salida.  Germán Pardo García asegura que la persona que estuvo en la casa de la señora Odio fue “otro” personaje, que debía conocer profundamente la vida del verdadero Oswald, hasta asumir su destino geográfico en los Estados Unidos, con detalles sobre su vida en New Orleans, Houston o New York, pues conocía, o decía conocer, a personas vinculadas con la vida política del exilio cubano.
En 1977, Priscilla Johnson McMillan, investigando para una biografía de Marina y Lee Oswald se encontró con un mapa de la ciudad de México, no incautado por el FBI, en el cual estaba escrito, con letra de Oswald, la dirección Río Neva # 16.  Lo extraño estriba en que dicho mapa estuvo ya oculto entre las pertenencias de Oswald que fueron empacadas antes de su extraño viaje a México, en los primeros días de setiembre de 1963.
La dirección era la de la casa de Eunice Odio en México.
La escritora costarricense fue encontrada muerta en su apartamento, sin que se especificaran las causas, el 24 de mayo de 1974. Tenía diez días de fallecida.  Antes de que sus familiares, su ex esposo y su suegra, pudieran revisar sus archivos, dos hombres, del servicio de inteligencia, se llevaron algunos documentos sin dar explicaciones posteriores sobre el destino de los mismos o su contenido.
Carlos Pellicer, uno de los invitados que asistió a la fiesta, afirmó siempre que la personificación del infausto Lee Harvey Oswald se había quedado esa noche en casa de Eunice Odio hasta horas de la madrugada. El portero del Hotel del Comercio declaró, luego, que Lee no había llegado a dormir esa noche.  La camarera dijo que la cama estaba intacta, a las 9 a.m., cuando abrió el cuarto para ordenarlo.
El domingo por la mañana Oswald se dedicó a visitar museos, la sede del Palacio de Bellas Artes y fue supuestamente, a una corrida de toros en algún sitio de la ciudad.
Extrañamente le dijo a su esposa, luego de su regreso, que había estado viendo películas mexicanas ¡con subtítulos en inglés! y le regaló varias baratijas de supuesta joyería mexicana, que luego Marina Oswald vio en las tiendas de Dallas, a cinco o diez centavos, hechas en Oriente y en baratillo.
El único detalle que se recuerda de Oswald en el pequeño restaurante de al lado del Hotel del Comercio, en México, es que el real, el falso o el inventado, pidió siempre sopa del día, arroz blanco, carne o huevos, negándose a recibir el postre y el café, por creer que eran extras a la cuenta de 48 centavos que fue el máximo lujo que se pudo permitir.
Sobre su caracterización, ambos dieron versiones diferentes, con lo cual no se pudo establecer si fueron una, o dos personas, las que ocuparon el hotel o comieron en el pequeño restaurante.
En 1977, como consecuencia de la nueva información sobre el asesinato de Kennedy, varios oficiales norteamericanos estuvieron indagando la pista de la conexión costarricense en el magnicidio, más por atar cabos que por atar historias.  Se logró así saber que Oswaldo Rodríguez Poveda, o como se llame, había estado también en la casa de la señora Odio en la citada fiesta, invitado por Lee Harvey Oswald.  Considerada intrascendente, se desechó cualquier relación con el caso.
Gracias a Carl Oglesby, Director-Fundador del Assassination Information Bureau, en los Estados Unidos, por autorizarnos el uso de materiales apenas desclasificados por su gobierno.



*****

Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Francisco Zuñiga (Costa Rica, 1912-1998)
Agradecimentos especiais a Alfonso Peña y Rima de Vallbona
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

Visite a nossa loja









Nenhum comentário:

Postar um comentário