quinta-feira, 7 de julho de 2016

CARLOS RAFAEL DUVERRÁN | Eunice Odio: su mundo trasfigurado


A lo largo de la poesía de Eunice Odio se hace evidente una articulación, la declinación de una metáfora esencial, producto de su experiencia y de su reflexión sobre la vida y el arte. La sustancia de esa metáfora es su propio ser existiendo y viéndose existir, los atributos sensibles, respiradores de su emoción dirigida hacia afuera y hacia adentro. La relación interna de los elementos vitales que componen su existencia, llevados desde el sentir hasta el imaginar que les da cuerpo exterior, radiación, alas translúcidas, y la conjugación armoniosa de esos elementos con el mundo, todo él también cambiante, haciéndose y rehaciéndose en reflujos casi orgánicos y emocionales. (Como si dijera soy el mundo y el mundo está en mí).
Entonces, primero y como punto de partida la contemplación de su propio ser existiendo, amando. Y luego, como consecuencia de este auscultar, la proyección de esa mirada interna sobre el mundo, la naturaleza, los otros, seres, los fenómenos. Un ir desde el yo y sus trasformaciones, hacia otras transformaciones externas, y la relación entre ambos mundos. Del fenómeno natural interno (advertido especialmente en la dádiva, en el don amoroso que se advierte como una trama, como interrelación de dones naturales terrestres) a la contemplación de muchas otras transfiguraciones. Y desde ellas y por ellas, el tránsito hacia la visión de un orden, de un sistema, de una arquitectura de relaciones internas del mundo. Más allá, la búsqueda, por equivalencias de sentidos, de un orden superior. Esto es, que la médula de su poesía es una preocupación ontológica trascendental.
Este rastreo de ontología aparece ya en sus primeros poemas, pero se hace corpóreo en su primer libro Los elementos terrestres (1947). En el marco de un poema estructurado según la fórmula de lo erótico-místico del Cantar de los cantares, se organizan las primeras visiones básicas, elementales, de una interpretación cósmica de la vida, el amor, el nacimiento y la muerte. El tema de Prometeo –interpolado como reflexión del hablante sobre sí mismo– permite una respiración natural el poema: sirve para encontrar términos de explicación imaginativa a procesos aludidos directamente, en síntesis, en otros centros del libro. En el suceso amoroso, lo importante y nuevo es el sentido de flujo transformador, de corriente alterna de que está dotada la sustancia vital del amor. Las sensaciones y emociones del yo valen y existen por la presencia actuante de un ser en otro, que las desencadena. Este sentido de transformación o integración por el amor, de origen bíblico (“amada en el amado transformada”) permite comprender la acción de las fuerzas terrestres transformadoras que participan y hacen posible y comprensible la fenomenología amorosa. Esta interrelación se expresa, en síntesis, así:

Oh dádivas
Oh dones terrestres,
Oh suaves alimentos.
Sólo agotar la siembra con el pecho.
Solo desembocar al gozo y detenerse.
Oh piel
Oh ceniza colmada y balbuciante.

Aquí aparece un sentido de la vida, la relación del habitante, esto es del hombre, ser que esta temporalmente en la tierra y de sus límites. La sugerencia del tránsito: el gozo y la muerte.
Eunice Odio elige con claridad en Los elementos como material de trabajo la integración de las cosas y la de las cosas y el hombre. Su preocupación de momento no es su esencia sino su elementalidad, la naturaleza de terrestre. Son, existen. Esto se acepta. Pero ¿cómo son y cómo existen? De modo que su ontología inicial, que se desarrolla sobre el bastidor del suceso amoroso, abierto, es el descubrimiento de una serie de relaciones, de elementos formadores que están presentes en todas las manifestaciones de existencia y que por su naturaleza dinámica llevan implícitas la transformación, esto es, la muerte del ente, del suceso, del estado.
Ahora bien, este propósito de indagación poética existencial habrá de evolucionar hasta constituir la médula de un largo y complejo trabajo de creación (vertebración y desvertebración) de un mundo en El tránsito de fuego (1957). El punto de partida está explícito en el epígrafe de la obra:

Es verdad. ¿Mas de qué modo
es verdad?

Declaración del propósito ontológico-místico de la tentativa. No el ser sino sus manifestaciones. Dado en orden, un estado de cosas, una teología, la explicación poética, el análisis de ese increíble proyecto que constituye la creación de un mundo: sus bases, sus columnas, sus categorías primordiales. Para esto hay que resolver un problema, hay que crear un medio, un puente entre la divinidad y el hombre. Hay que dar vida al creador y a su historia. Y esto es el poema. Para ello se crea no una mitología personal sino más bien un mundo de entidades, de existencias: elegidos, arquetipos que no representan ideas sino más bien emociones, sentimientos, voliciones. Creadores y formadores, son proyecciones psíquicas del hombre y del espíritu de su creador el poeta. Constituyen una categoría superior, pero están dotados de los atributos humanos. Simbolizan, pues, el fenómeno humano en sus muchas manifestaciones, y su función es dar plenitud –gracias al dialogo dramático– a las instituciones. El orden, establecimiento y formación de los seres y las cosas. Fundan el mundo con sus palabras (la palabra es el Logos).
Términos claves de este proceso son la construcción, el proyecto, la arquitectura, la integración. El mundo es visto, desde su origen, como un inmenso ámbito de elementos y sustancias que se estructuran para constituir un orden de cosas, de categorías. Existe una jerarquía de creadores: Ion es la columna central, imagen del Padre, especie de Prometeo, también en cierta forma figura crística. Es fuente de creación por medio de la palabra, el que crea al dar nombre a las cosas. Su estado permanente es la vigilia y su lucha constante contra el Vacío. Como creador, símbolo del creador sobre la tierra, arquetipo nutrido con recuerdos paternos y elementos del propio yo del poeta.
Eunice Odio declara (en carta a Juan Lizcano) el tema de la obra: trata del creador y de cómo le va sobre la tierra. Pero esto es verdad sólo en un primer nivel de sentido, puesto que el poeta (la creación y su historia) propone más bien un polisentido simbólico. La proyección de la experiencia existencial del poeta se integra a sus visiones y ayuda conformarlas. No solo hay la presencia de elementos autobiográficos, sino una verdadera sinfonía de emociones, percepciones, destellos de reflexión, y un mundo de entes psicofísicos que ascienden para conformar una estructura de seres en formación. Mundo de formas transparentes, radiantes, hecho más de emanaciones espirituales que de ideas, a veces se dibuja en él la creación hacía atrás: como lo visible fue antes solo invisible, como las cosas y los seres fueron antes solo deseos, pensamientos o palabras que habían de ser llenados de existencia.
En su fluir y refluir de lo ontológico a lo posible teológico, la obra va creando, en una trama de intuiciones coherentes, toda una concepción propia y personal de la vida, del sentido del mundo, del sentido del hombre y del creador. Por esto la categoría epistemológica más importante en este proceso de análisis imaginativo de la formación del cosmos, es la transfiguración. La vida del hombre y de la naturaleza, sus cambios y metamorfosis, y los del mundo interior sólo se explican por este proceso solar, luminoso. (La mariposa es su símbolo). La muerte misma es una transfiguración: también la idea del doble nacimiento y la resurrección aparecen como revelación cósmica. Así figura en ciertos pasajes de El tránsito y en algunos de los poemas últimos. Resultan interesantes a este respecto las referencias de la escritora sobre sus experiencias personales de la transfiguración. La vida del hombre y del creador es un tránsito de fuego, esto es, una transfiguración en el que el ser se quema para dar de sí (la dádiva cósmica) lo creado, que lo destruye pero a la vez lo transforma, le da otra suerte de existencia. Los creadores, los elegidos, apátridas celestes, habitantes como el hombre (que se define como un ángel inválido) están desterrados de lo celeste, pero su misión es la de crear y recrear infatigablemente el mundo, sus materias y formas: la piedra, los frutos, el caballo, el pájaro, la catedral, símbolos de la belleza y plenitud del mundo.  La construcción de la catedral ejemplifica con claridad, en escala, este proceso de construcción ecuménica: Ion, el creador, ha fundado por medio de la palabra y el pensamiento, la forma piedra. Ahora se trata de hacerla ascender, ya ingrávida y transparente, casi aire, para que sea piedra transfigurada. Lo pasado, lo sólido, lo que cae, se hace ligero, liviano, y asciende: solución de contrarios que explica un aparte del proceso creador. Y es el mismo proceso transfigurador que ha dado forma a la sonrisa, al vuelo, al sentimiento. A la vez, esos elementos habrán de integrarse a otros seres y así sucesivamente: tal es el proceso de la creación, movimiento perpetuo lanzado al futuro e inacabable. (Puesto que el desconocido enemigo, el no nombrado, destruye constantemente lo hecho y rehecho por los creadores). Compleja y larga integración de los elementos terrestres:

Canta un pájaro y las ondas futuras de sus aguas
Preparan sus alegres elementos
Y sus mayores claves de sonido

Así lo había planteado también en esbozo en su primer libro. Ahí los amantes surgen en un proceso de energía dinámica, en un flujo y reflujo de corrientes eléctricas que van estableciendo, por interrelación, un espacio vital en que los dones terrestres y los sucesos de lo psíquicos y lo orgánico son una sola cosa.
Así parece en El tránsito, su mayor creación, que es tal vez el poema ontológico-religioso de mayor tentativa en la poesía centroamericana, como una extraordinaria catedral gótica, fundadas sobre las piedras insospechadas de su libro primero, como monumental declinación de algunas de sus metáforas y visiones:

Solo
Como el primer hombre cuando descubrió
la primera sonrisa
y se volvió
de pronto
con todo el cuerpo
a flor de fabuloso labio estremecido
más solo que antes
cuando no tenía sonrisa cotidiana
que dividir en dos pedazos triunfales
cuando no pensaba en el otro
y descendía bajo su piel profunda
roto entre los sonidos venideros
como pájaros en proyectos por los árboles
júbilo de vacío luminoso.





A la luz de El tránsito, este pasaje de Los elementos nos advierte de los gérmenes indudables de una cosmovisión. Este solitario creador de la primera sonrisa, inmerso en un mundo todavía no creado, pero presente, grávido, evocado por la luz antes de ser, aparece como una clara prefiguración de Ion, el primer apátrida celeste, el creador de muchos entes de belleza.

Porque todo refluye hacia arriba
asciende el vientre a capital de fruto
y el aire hacia ecuación de golondrina.
Todo regresa hasta su forma exacta.
La vida retoma su ambición pequeña
de ser, del todo, vegetal profundo,
recóndito edificio y luz abierta.

Aquí está la visión del integrarse de toda vida en la naturaleza, base de la idea de la transfiguración y la resurrección de la materia en otra forma, estado o proyecto de existencia.

Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas otro niño
y desnudado en incipiente arribo
y conocido en su futura edad, total, sin diámetro.

Aquí se figura la idea prevista, de ulterior desarrollo, del nacimiento intemporal, perpetuo. El creador nace y muere muchas veces. Ion advierte cómo es él su propio padre y a la vez su propio hijo.

Refluyen a mi forma y se congregan
los elementos suaves y terrestres
y la pulpa negada y transcurrida.
Cuando tengo costumbre de nacer
donde bajan los huesos temporales.
Cuando me llamo para mi callada
y alguien que no soy yo ya me recuerda.

En este poema con mayor fuerza y desarrollo, la idea de la transfiguración de todas las cosas y del propio ser, clave de su poesía y médula de El tránsito de fuego. Visión de una integración cósmica que, atravesando ese análisis minucioso de lo real, vemos aparecer en síntesis trascendente en uno de sus últimos poemas, Mauricio, niño mío, recogido en la antología preparada por Eunice Odio para Educa. Allí la transfiguración terrestre se declara la fórmula, la llave de la revelación metafísica del hombre:

En realidad
cuando empezamos a saber de la noche y el día eternos
son nuestro cuerpo iluminado
y que todos es en él, en ellos y en todas las formas terrestres
y en las celestes que velan guardando sus llamas,
morimos y resucitamos al tercer día entre los muertos
bajo la tempestad.
Esto es nacer o despertar,
Ser hijo de sí mismo.
Es el segundo alumbramiento.

Así Eunice odio formula el principio central de su poesía y cierra con lucidez el ciclo de evolución y unidad creadora que inicia con su primer libro. Lo que empezó con el atisbo y la notación de sus propias sensaciones acaba convirtiéndose por reflexión y búsqueda de las manifestaciones del ser, por su fe en la poesía como método de conocimiento, en una ontología histórica del mundo y en un vislumbre de su armonía secreta, que era para ella la balada que Dios le canta al hombre.    



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Carlos Rafael Duverran: (Costa Rica, 1935-1995). Poeta y ensayista. Publicó los poemarios: Lujosa Lejanía (1958), Ángel Salvaje (1959) y Redención del Día (1971), así como la compilación Antología de la poesía contemporánea de Costa Rica (1978). Acervo: revista Andrómeda # 23, San José, Costa Rica, 1987.


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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Francisco Zuñiga (Costa Rica, 1912-1998)
Agradecimentos especiais a Alfonso Peña y Rima de Vallbona
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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