Váyase a saber qué huella dejó Trópico absoluto, ese poemario
emblemático de una estética y un tiempo trascendido, ese poemario de Eugenio
Montejo que ha tiempo leí y releí con el rigor y la disciplina de todo placer
que se precie. Y, ahora vuelvo sobre El
hacha de seda de Tomás
Linden, nombre con historia bajo el cual se arropa el poeta, como todos ya lo
saben. Sonetos que continúan una tradición nunca abandonada por la poesía venezolana
y que alcanzan altísimos momentos desde las exigencias del Siglo de Oro
Español, el Renacimiento y el Barroco. El
hacha de seda está allí no
sólo como testimonio veraz de la Poesía, sino como una presencia que interroga
al lector y también al poeta que ha huído hacia Tomás Linden, heteronimia
llevada a la parodia con ese guiño ficcional de la fotografía con Maqroll el
Gaviero, el personaje lema de Álvaro Mutis, otro excepcional poeta. Sobre la
selección de poemas, si seguimos el juego, si aceptamos jugar a la impostura,
habría que interpretar el repertorio que ofrece Eugenio Montejo como una
lectura de los grandes tópicos que definen el mundo occidental. Si no jugamos,
se podría enfocar la lectura quizás desde una pregunta: ¿por qué el poeta establece
una doble o triple distancia (la que proporciona la forma, la que establecen
los arcaísmos, la que funda el ropaje de otro autor)? De cualquier manera, los
sonetos están entretejidos indisolubles, sin renunciar a la independencia que
la forma les ha otorgado. Es probable que tales sonetos -seleccionados desde la
distancia del otro que el creador ofrece como un amparo desamparado ante la
palabra que se impuso a través del tiempo-, sean onerosos para la obra que
Eugenio Montejo ha construido, pero innegables. Con esto se quiere decir dos
cosas: una, que la poesía de Montejo no está completa sin estos sonetos y la
otra, que hay una continuidad y un vínculo entre ambos discursos, vínculo que
se soporta en la mirada, punto de donde todo poema y obra de arte parte, surge
y se concreta.
¿De dónde viene mi fascinación por El hacha de seda? Quizás porque
la mirada poética que por allí transita y urde, se detiene en los lugares donde
la mía se ahoga y se suspende. Quizás porque es un libro que se ofrece siempre
sólido y permanente en cada lectura hecha y también porque siempre deja caer
algún velo cuando vuelvo a él para encontrarlo más vital y ceñido, más del
reino de esa Poesía que roza y se ofrece con tenuidad y alevosía.
Y, ahora, ¿cuáles podrían ser los aspectos que
le dan esta configuración a El
hacha de seda? Pues es cierto que la lectura que hago, sin despojarse del
placer, no es inocente. Y hay elementos, texturas, razones por las cuales me
interrogo.
En primer lugar, no hay una mera repetición del
discurso poético del Renacimiento y del Barroco, y hay muchas razones para que
desde las coordenadas de un tiempo y una estética pretéritos, pero no
inactuales ni desvinculadas, se concrete un decir cuya pertinencia con este
siglo, con esta década de los noventa, sea indiscutible. Retomar en este
momento el discurso poético del Siglo de Oro, implica un compromiso con la
complejidad de la realidad que se impone en este momento, aunque la sociedad
mediatizada tienda a la banalización y al consumo. ¿Por qué afirmo esto? Porque
forma y sustancia no se separan, y se vira hacia las ofrendas del pasado para
cristalizar un presente vivenciado desde la profundidad y por un reto personal
y una entrega ante una instancia superior: la Poesía. Esto se deduce a partir
de lo escrito en el prefacio: "se ambiciona el repentino destello que las
palabras puedan alcanzar por sí solas, con independencia de quien las
escribe".
El reescribir tópicos tradicionales desde un
lenguaje que no rehúye el arcaísmo ni el lugar común, es una imposición nada
fácil y más si se sujeta al cautiverio de una forma fija como es el soneto.
"Los poetas extranjeros han tomado esta forma típicamente italiana, y han
reconocido en ella la imagen misma del arte que se encierra en unos límites
estrechos." (Fubini, 1970). Pero, esta elección tiene una razón de ser
cónsona con la época, pues no es un anacronismo ni un mero y singular ejercicio
formal ya que -y el mismo Mario Fubini lo reconoce así-: "las formas
métricas no son esquemas abstractos, sino que viven en clima histórico y por sí
mismas son ya una invitación a una determinada actitud poética".
Si al leer los sonetos de Linden – Montejo, se
siente un apego excesivo a los cánones de aquella época recreada, hay que
recordar lo que acertadamente apunta la poeta alemana Hilde Domin
el lenguaje no es desgastable y mortal, sino
siempre nuevamente 'único' para todo el que sepa transformarlo. La más leve
modificación, precisamente la más leve, transforma ya todo. Aquí es importante
escuchar exactamente lo que cada palabra trae, e incluir en el cálculo la
transformación sutil que experimenta la totalidad de la palabra cuando se la
incorpora de manera un poco diferente.
La palabra que se hace poema en El hacha de seda, conquista al
lector actual con lo que Octavio Paz llama "esta voluntaria utilización
del ritmo como agente de seducción" y lo conduce por un trayecto inverso,
corriente arriba, para que se reconozca desde lo pretérito en su presente y
como un individuo sujeto al tiempo, al amor y a lo efímero, pues "y ya del
porvenir guardo memorias", escribe el poeta, sea Linden o Montejo, cuando
ya antes ha traído su saber de que la transformación incesante borra las
fronteras entre los opuestos y difumina las fronteras que la razón ha trazado:
"la cósmica materia que en el mundo / convierte lo fugaz en
permanente". Cósmica sustancia que detiene el fragmento, lo inasible, lo
ya ido o perdido en el poema.
De esta manera, el lector es enfrentado a los
lugares comunes, esos sobre los que el poeta Pedro Salinas escribió que
vinieron a significar poco a poco algo así como puntos de vistas generales
sobre los grandes temas de la realidad. Los lugares comunes formaban un
depósito de opiniones sólidas y fundadas, que se forjaron en los senos de la
doctrina cristiana y de la filosofía, (...) Comunes eran de dos maneras, por
ser los más usados y, sobre todo, porque en ellos participaban, se reunían las
creencias de enormes comunidades de hombres.
El gran lugar común que, para Montejo, rige a
estos sonetos y a la visión que los respalda, no es otro que el tiempo.
"Tiempo me dieron, fue lo poco mío," dice este doloroso verso. El
gran devorador, el inmóvil gigante que aguarda, certero e imposible, medible y
evasivo. Cuando todo se le ha negado, cuando nada se ha quedado, no es a otro
sino al tiempo al que se entrega el poeta. Y, no se olvide que en el prefacio,
ya se anuncia el tema, el gran tema del poemario:
Pero, sería limitar los alcances de este
poemario si sólo nos quedamos bajo la imperial guía de Eugenio Montejo, lectura
única que se podría imponer al lector confiado.
¿No está en El
hacha de seda la mirada
contemplativa que para la modernidad fundaron voces como la de Antonio Machado?
"El árbol que de pájaros se llena / a merced del crepúsculo, merece / la
afable gratitud que lo anochece / en medio de la gracia más serena." Y ¿No
están los temas centrales de la generación de la poesía española del 50: la
juventud perdida y el desapego existencial, el extrañamiento, la lejanía frente
al afuera, frente al mundo externo; temas cuyos tiempos son los del atardecer y
del otoño? "Otoño, ¿por qué tanto desamparo / entre las hojas y el dorado
viento?" ¿No es esa certeza de la pérdida y de la fugacidad la que está en
estos versos: "Sé que por casa tengo apenas sombra, / y en vez de juventud
la vaga lumbre / del algo que ardió conmigo y ya se apaga"? Tópico que se
impone a corrientes y estilos, y que llega reescrito desde la doliente
distancia que requiere el hombre que ha contemplado el desplome de un siglo y
sus ilusiones. La despedida del tiempo vivido y del siglo que culmina, obliga
o, quizás sea mejor decir, impone escarbar hasta encontrar un momento
fulgurante que confluya en la expresión de una desolación existencial que es
escrita desde la desesperanza y valgan estos dos tercetos para ilustrarlo:
y errar en pos de nuestro propio apuro,
cada quien con su parte de esperanza,
entre dos nadas, solo y sin retorno.
[…]
Tanto he vivido lejos de mí mismo
que hasta mi corazón se ha vuelto abismo,
latiendo inescrutable y a desgana.
Hay un recorrido por la poesía madre del habla
española, que llega hasta nuestros días y un entrecruzamiento de temas donde
ninguno rige más que el otro. Por esto, limitar el libro a ese gran tópico del
tiempo, no es justo, pues lo sobrepasa.
La conciencia de pertenencia y arraigo a través
del lenguaje es una de las razones de esta aventura por una forma y un modelo
de alta exigencia lírica que le permite dar cuenta de que los grandes temas de
antaño siguen siendo las cuantiosas angustias del hombre actual. Así el poeta
registra su época "grabándolo en mi idioma como un arte / para que quede
siempre de testigo."
Como es posible apreciar y colegir, las grandes
creencias de la sociedad occidental se retoman como respuesta ante un
vaciamiento Y estos temas están hechos imagen y símbolo, no desde un simple
proceso meramente intelectivo sino desde un desgarrado decir que abarca la
totalidad del hombre, la piel y su profundidad. De allí su trascendencia. Según
Barthes, "para la conciencia simbólica, el símbolo es, más que una forma
(codificada) de comunicación, sobre todo un instrumento (afectivo) de
participación.". Esto mismo lo expresa de manera distinta Dámaso Alonso al
referirse a la poesía de Quevedo como un espacio donde se produce
una extraña condensación de contenido, que nos
parece límite no ultrapasable en lo humano, a una represada violencia eruptiva,
que está formada, se diría, de dos elementos: lo compacto del pensamiento y un
giro sombríamente afectivo. Fuerza desgarrada, pues, del lado afectivo;
condensada intensidad del lado conceptual."
Y los sonetos de Tomás Linden apuntan a esta
aspiración estética. No hubieran sido posible sin el rasgamiento del ser, sin
la exposición de la herida. Así, este lugar de la poesía de Eugenio Montejo que
funda El hacha de seda "detrás del sol azul de su
deseo", se constituye en una manifestación de la Poesía que con su poder
de anular tiempo y espacio, de hacerlos uno, no deja de interpelarnos sobre lo
que somos, lo que nos aduele y nos hace reconocer fragilidad; así, seres
"con muchos más naufragios que navíos" desde estas "Palabras que
rozaron en sonetos / los bordes de sus ángulos agudos.”
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Organização a cargo de Floriano
Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Oswaldo Vigas
(Venezuela, 1926-2014)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o
projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim
estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a
coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido
hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu
ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a
coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto
original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio
Simões.
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