quinta-feira, 28 de julho de 2016

MARÍA ANTONIETA FLORES | Tiempo que se escribe en sonetos: el hacha de seda


Váyase a saber qué huella dejó Trópico absoluto, ese poemario emblemático de una estética y un tiempo trascendido, ese poemario de Eugenio Montejo que ha tiempo leí y releí con el rigor y la disciplina de todo placer que se precie. Y, ahora vuelvo sobre El hacha de seda de Tomás Linden, nombre con historia bajo el cual se arropa el poeta, como todos ya lo saben. Sonetos que continúan una tradición nunca abandonada por la poesía venezolana y que alcanzan altísimos momentos desde las exigencias del Siglo de Oro Español, el Renacimiento y el Barroco. El hacha de seda está allí no sólo como testimonio veraz de la Poesía, sino como una presencia que interroga al lector y también al poeta que ha huído hacia Tomás Linden, heteronimia llevada a la parodia con ese guiño ficcional de la fotografía con Maqroll el Gaviero, el personaje lema de Álvaro Mutis, otro excepcional poeta. Sobre la selección de poemas, si seguimos el juego, si aceptamos jugar a la impostura, habría que interpretar el repertorio que ofrece Eugenio Montejo como una lectura de los grandes tópicos que definen el mundo occidental. Si no jugamos, se podría enfocar la lectura quizás desde una pregunta: ¿por qué el poeta establece una doble o triple distancia (la que proporciona la forma, la que establecen los arcaísmos, la que funda el ropaje de otro autor)? De cualquier manera, los sonetos están entretejidos indisolubles, sin renunciar a la independencia que la forma les ha otorgado. Es probable que tales sonetos -seleccionados desde la distancia del otro que el creador ofrece como un amparo desamparado ante la palabra que se impuso a través del tiempo-, sean onerosos para la obra que Eugenio Montejo ha construido, pero innegables. Con esto se quiere decir dos cosas: una, que la poesía de Montejo no está completa sin estos sonetos y la otra, que hay una continuidad y un vínculo entre ambos discursos, vínculo que se soporta en la mirada, punto de donde todo poema y obra de arte parte, surge y se concreta.
¿De dónde viene mi fascinación por El hacha de seda? Quizás porque la mirada poética que por allí transita y urde, se detiene en los lugares donde la mía se ahoga y se suspende. Quizás porque es un libro que se ofrece siempre sólido y permanente en cada lectura hecha y también porque siempre deja caer algún velo cuando vuelvo a él para encontrarlo más vital y ceñido, más del reino de esa Poesía que roza y se ofrece con tenuidad y alevosía.
Y, ahora, ¿cuáles podrían ser los aspectos que le dan esta configuración a El hacha de seda? Pues es cierto que la lectura que hago, sin despojarse del placer, no es inocente. Y hay elementos, texturas, razones por las cuales me interrogo.
En primer lugar, no hay una mera repetición del discurso poético del Renacimiento y del Barroco, y hay muchas razones para que desde las coordenadas de un tiempo y una estética pretéritos, pero no inactuales ni desvinculadas, se concrete un decir cuya pertinencia con este siglo, con esta década de los noventa, sea indiscutible. Retomar en este momento el discurso poético del Siglo de Oro, implica un compromiso con la complejidad de la realidad que se impone en este momento, aunque la sociedad mediatizada tienda a la banalización y al consumo. ¿Por qué afirmo esto? Porque forma y sustancia no se separan, y se vira hacia las ofrendas del pasado para cristalizar un presente vivenciado desde la profundidad y por un reto personal y una entrega ante una instancia superior: la Poesía. Esto se deduce a partir de lo escrito en el prefacio: "se ambiciona el repentino destello que las palabras puedan alcanzar por sí solas, con independencia de quien las escribe".
El reescribir tópicos tradicionales desde un lenguaje que no rehúye el arcaísmo ni el lugar común, es una imposición nada fácil y más si se sujeta al cautiverio de una forma fija como es el soneto. "Los poetas extranjeros han tomado esta forma típicamente italiana, y han reconocido en ella la imagen misma del arte que se encierra en unos límites estrechos." (Fubini, 1970). Pero, esta elección tiene una razón de ser cónsona con la época, pues no es un anacronismo ni un mero y singular ejercicio formal ya que -y el mismo Mario Fubini lo reconoce así-: "las formas métricas no son esquemas abstractos, sino que viven en clima histórico y por sí mismas son ya una invitación a una determinada actitud poética".
Si al leer los sonetos de Linden – Montejo, se siente un apego excesivo a los cánones de aquella época recreada, hay que recordar lo que acertadamente apunta la poeta alemana Hilde Domin

el lenguaje no es desgastable y mortal, sino siempre nuevamente 'único' para todo el que sepa transformarlo. La más leve modificación, precisamente la más leve, transforma ya todo. Aquí es importante escuchar exactamente lo que cada palabra trae, e incluir en el cálculo la transformación sutil que experimenta la totalidad de la palabra cuando se la incorpora de manera un poco diferente.

La palabra que se hace poema en El hacha de seda, conquista al lector actual con lo que Octavio Paz llama "esta voluntaria utilización del ritmo como agente de seducción" y lo conduce por un trayecto inverso, corriente arriba, para que se reconozca desde lo pretérito en su presente y como un individuo sujeto al tiempo, al amor y a lo efímero, pues "y ya del porvenir guardo memorias", escribe el poeta, sea Linden o Montejo, cuando ya antes ha traído su saber de que la transformación incesante borra las fronteras entre los opuestos y difumina las fronteras que la razón ha trazado: "la cósmica materia que en el mundo / convierte lo fugaz en permanente". Cósmica sustancia que detiene el fragmento, lo inasible, lo ya ido o perdido en el poema.
De esta manera, el lector es enfrentado a los lugares comunes, esos sobre los que el poeta Pedro Salinas escribió que

vinieron a significar poco a poco algo así como puntos de vistas generales sobre los grandes temas de la realidad. Los lugares comunes formaban un depósito de opiniones sólidas y fundadas, que se forjaron en los senos de la doctrina cristiana y de la filosofía, (...) Comunes eran de dos maneras, por ser los más usados y, sobre todo, porque en ellos participaban, se reunían las creencias de enormes comunidades de hombres.

El gran lugar común que, para Montejo, rige a estos sonetos y a la visión que los respalda, no es otro que el tiempo. "Tiempo me dieron, fue lo poco mío," dice este doloroso verso. El gran devorador, el inmóvil gigante que aguarda, certero e imposible, medible y evasivo. Cuando todo se le ha negado, cuando nada se ha quedado, no es a otro sino al tiempo al que se entrega el poeta. Y, no se olvide que en el prefacio, ya se anuncia el tema, el gran tema del poemario:

Con sus palabras queda nombrado el primordial asunto que desvela la imaginación de Linden: el hacha de seda, el tiempo como silenciosa e infinita dimensión devoradora de todo. El enigma del tiempo es el motivo que mueve la pluma de nuestro poeta, al punto que los variados temas de sus sonetos sólo parecen hilvanarle pretextos para retomar una y otra vez desde nuevas instancias líricas sus cavilaciones.

Pero, sería limitar los alcances de este poemario si sólo nos quedamos bajo la imperial guía de Eugenio Montejo, lectura única que se podría imponer al lector confiado.
¿No está en El hacha de seda la mirada contemplativa que para la modernidad fundaron voces como la de Antonio Machado? "El árbol que de pájaros se llena / a merced del crepúsculo, merece / la afable gratitud que lo anochece / en medio de la gracia más serena." Y ¿No están los temas centrales de la generación de la poesía española del 50: la juventud perdida y el desapego existencial, el extrañamiento, la lejanía frente al afuera, frente al mundo externo; temas cuyos tiempos son los del atardecer y del otoño? "Otoño, ¿por qué tanto desamparo / entre las hojas y el dorado viento?" ¿No es esa certeza de la pérdida y de la fugacidad la que está en estos versos: "Sé que por casa tengo apenas sombra, / y en vez de juventud la vaga lumbre / del algo que ardió conmigo y ya se apaga"? Tópico que se impone a corrientes y estilos, y que llega reescrito desde la doliente distancia que requiere el hombre que ha contemplado el desplome de un siglo y sus ilusiones. La despedida del tiempo vivido y del siglo que culmina, obliga o, quizás sea mejor decir, impone escarbar hasta encontrar un momento fulgurante que confluya en la expresión de una desolación existencial que es escrita desde la desesperanza y valgan estos dos tercetos para ilustrarlo:

y errar en pos de nuestro propio apuro,
cada quien con su parte de esperanza,
entre dos nadas, solo y sin retorno.
[…]
Tanto he vivido lejos de mí mismo
que hasta mi corazón se ha vuelto abismo,
latiendo inescrutable y a desgana.

Hay un recorrido por la poesía madre del habla española, que llega hasta nuestros días y un entrecruzamiento de temas donde ninguno rige más que el otro. Por esto, limitar el libro a ese gran tópico del tiempo, no es justo, pues lo sobrepasa.
La conciencia de pertenencia y arraigo a través del lenguaje es una de las razones de esta aventura por una forma y un modelo de alta exigencia lírica que le permite dar cuenta de que los grandes temas de antaño siguen siendo las cuantiosas angustias del hombre actual. Así el poeta registra su época "grabándolo en mi idioma como un arte / para que quede siempre de testigo."







Los tópicos y temas que más se reiteran son: el tiempo como fragmento, círculo, confluencia, nunca línea, "la ceniza del tiempo va cayendo". Asimismo, el tiempo como fugacidad abre el espacio para lo efímero y lo perenne, "del tiempo que nos sigue y nos pelea." Allí, justo allí, triunfa la memoria y el amor: "Entre mis brazos el temblor desnudo / del cuerpo de mi amante espera el día / y el café negro del amanecer". El tema del cuerpo abre el libro con ese extraordinario "Cuerpo absoluto" que guarda un verso como éste: "Cuerpo donde Dios tanto se detuvo" para expresar la perfección. Ese vencimiento ante la belleza del cuerpo del otro, recipiente y continente de misterios, analogías, distancias e imposibles, se reitera en distintos momentos. Así lo testimonia el siempre y simple acto de descubrir al otro: "que en su amoroso cuerpo sorprendía / pétalos puros de una flor no abierta.". De este tejido, inacabado y que se sigue urdiendo, brotan dos temas más: la realidad como ilusión y la sombra como rastro del yo. "Soy ése que no alcanzo ni en la sombra." El drama existencial es terrible, como debe ser al enfrentarlo con desnudez y mesura, pues no hay otra posibilidad para el individuo que reconocerse "entre dos nadas, solo y sin retorno", drama que se escribe, que es decir se vive, con severo estoicismo ya "que nada en mí por lo perdido llora".
Como es posible apreciar y colegir, las grandes creencias de la sociedad occidental se retoman como respuesta ante un vaciamiento Y estos temas están hechos imagen y símbolo, no desde un simple proceso meramente intelectivo sino desde un desgarrado decir que abarca la totalidad del hombre, la piel y su profundidad. De allí su trascendencia. Según Barthes, "para la conciencia simbólica, el símbolo es, más que una forma (codificada) de comunicación, sobre todo un instrumento (afectivo) de participación.". Esto mismo lo expresa de manera distinta Dámaso Alonso al referirse a la poesía de Quevedo como un espacio donde se produce
una extraña condensación de contenido, que nos parece límite no ultrapasable en lo humano, a una represada violencia eruptiva, que está formada, se diría, de dos elementos: lo compacto del pensamiento y un giro sombríamente afectivo. Fuerza desgarrada, pues, del lado afectivo; condensada intensidad del lado conceptual."
Y los sonetos de Tomás Linden apuntan a esta aspiración estética. No hubieran sido posible sin el rasgamiento del ser, sin la exposición de la herida. Así, este lugar de la poesía de Eugenio Montejo que funda El hacha de seda "detrás del sol azul de su deseo", se constituye en una manifestación de la Poesía que con su poder de anular tiempo y espacio, de hacerlos uno, no deja de interpelarnos sobre lo que somos, lo que nos aduele y nos hace reconocer fragilidad; así, seres "con muchos más naufragios que navíos" desde estas "Palabras que rozaron en sonetos / los bordes de sus ángulos agudos.”



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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Oswaldo Vigas (Venezuela, 1926-2014)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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