● Eunice Odio en inglés
El verano pasado, una amiga de Nueva York que padece
del síndrome de la fatiga crónica y con quien suelo compartir lecturas y largas
correspondencias, me preguntó si algún libro de Eunice Odio (1919-1974) había
sido traducido al inglés. Durante los momentos más duros de
su enfermedad la poesía la ha acompañado siempre y, puesto que yo le había
hablado tanto de Eunice Odio, su curiosidad vibró emocionada.
Es cierto: entonces algunos
poemas de Odio habían sido traducidos al inglés y publicados en antologías,
tales como Open to the Sun: A Bilingual Anthology of Latin-American
Women Poets (1979), editada por Nora Jacquez Wieser; y The Renewal of the Vision: Voices of Latin American Women
Poets, 1940-1980 (1987), de Marjorie Agosin y Cola Franzen. Mientras que sus cuentos “Había una vez un
hombre…” y “El rastro de la mariposa” fueron incluidos en inglés en Five Women Writers of Costa Rica (1978), editada
por Victoria Urbano; el segundo de ellos también se publicó
en When New Flowers Bloomed: Short Stories by Women Writers from
Costa Rica and Panama (1991), en edición de Enrique Jaramillo Levi.
Asimismo, otros poemas habían aparecido en revistas
anglosajonas. Precisamente, no hace mucho, el 4 de octubre de 2010, The New Yorker publicó
en inglés un poema suyo hasta entonces inédito: “To WCW”, que el propio autor
de La primavera y todo (1923) tradujo a su lengua
pocos años antes de morir en 1963. Odio conoció a William Carlos Williams en su
casa de Nueva Jersey por medio de José Vázquez Amaral, entonces profesor de
Literatura hispanoamericana en Rutgers y conocido por ser el traductor de Pound
al español. Los tres habían pasado una tarde entera
conversando y ese encuentro precisamente inspiró el poema que ella le envió al
poeta norteamericano. Tanto el original como el traducido pasaron casi
cincuenta años entre los papeles de Williams, custodiados por la Universidad de
Yale, antes de que el segundo saliera a la luz. La versión
en español se mantiene inédita.
Odio vivió en Nueva York de
1959 a 1962. Durante su estancia, la fascinación de la poeta
giró alrededor de dos observaciones: las lluvias torrenciales sobre los
rascacielos; y el flujo del río Hudson. Precisamente, su poema “Oda al Hudson”
aparece traducido al inglés en la revista Modern Poetry in Translation (3:1
2004). Puesto que mi amiga es de Nueva York, le envié “Ode to the Hudson”. Pero
me quedé inquieta. Su pregunta había recibido una respuesta negativa; en ese
momento no existía un libro de Eunice Odio traducido al inglés.
● The Fire’s Journey
“Ode to
the Hudson” fue traducido por Keith Ekiss y Mauricio Espinoza. En mi búsqueda
de un libro euniciano –siguiendo el término de Lil Picado–, íntegramente en
inglés, descubrí que Ekiss, Espinoza y, además, Sonia P. Ticas, forman un
equipo dedicado desde hace años a traducir poemas de Odio, algunos de los
cuales han aparecido en Mid-American Review y Two
Lines. Juntos han traducido poemas de Los elementos terrestres(1948)
y otros incluidos en la antología Territorio del alba y otros poemas (1974),
editada por Ítalo López Vallecillos. Pronto descubrí también que la obra cumbre
de Eunice Odio, El tránsito de fuego (1957), estaba a punto de
ser publicada en inglés, y completa –aunque distribuida en
cuatro volúmenes–, por Tavern Books de Portland, en una traducción realizada
por este mismo equipo. Dicho sea de paso, Keith Ekiss es autor del
poemario Pima Road
Notebook (2010) y profesor en el
programa de escritura creativa de la Universidad de Stanford; Sonia P. Ticas,
salvadoreña, realizó estudios de doctorado en la Universidad de Berkeley y
actualmente es profesora de Literatura latinoamericana en Linfield College
(Oregon); y Mauricio Espinoza, poeta y periodista costarricense, autor de Nada más que silencio (2000), tiene un doctorado
en estudios latinoamericanos por The Ohio State University, institución a la
que sigue vinculado.
Llevo tres años estudiando la
vida y la obra de Eunice Odio así que, sin pensarlo dos veces, me puse en
contacto con Keith Ekiss en el mes de noviembre pasado. Me
contó que llevaba más de diez años traduciendo los poemas de Odio con la ayuda
de Ticas y Espinoza. Pocos meses después, en la primavera de 2013, salió
publicado The Fire’s Journey. Part I: Integration of the
Parents. (La segunda, tercera y cuarta partes están por
venir, a partir de 2014.) La traducción, se nota, nace
de un proceso de interpretación riguroso y apasionado. La voz de
Odio en inglés sigue siendo, como en español, intemporal, cautivante:
The ocean was only
a long presence of horse
around the world
the horse barely a
lip deciphered
and suddenly lost
salt
on the eve of wáter
weightless and solemn. (Odio, 2013)
El océano sólo era una larga presencia de caballo
alrededor del mundo
el caballo era, apenas, un labio descifrado
y perdido de súbito
sal
víspera del agua,
ingrávida y solemne. (Odio, 1996)
Pero, ¿cuál es la historia de
este raro poema dramático y de qué trata?, se preguntarán quienes no lo
conocen.
El tránsito de fuego fue publicado en El Salvador. Odio envió el
manuscrito por correo postal desde México para participar en el Certamen de Cultura
de ese país. Al parecer, los encargados no retiraron el envío a tiempo y, por
lo tanto, no fue considerado en la premiación. Sin embargo,
debido al gran valor del poema, se consideró que era imprescindible publicarlo.
Así, en diciembre de 1957, el libro salió impreso con el sello del Ministerio
de Cultura de El Salvador y, además, se le otorgó a su autora el equivalente a la mitad del segundo premio. (Mayer, 1996)
El libro está compuesto por
cuatro partes:
Parte I: Integración de los
padres.
Parte II: Proyecto de sí
mismo.
Parte III: Proyecto de los
frutos.
Parte IV: La Alegría de los
Creadores; El Regreso; El Ido; El Apátrida.
Dichas partes estas
distribuidas a lo largo de más de diez mil versos (456 páginas en su primera
edición). No obstante, esas partes forman un solo poema,
como ella misma le explicó a su amigo, el poeta venezolano Juan Liscano:
… si algo me costó sangre, sudor y lágrimas, fue
darle unidad a ese poema que, como creo que te dije ya, es un poema compuesto
de varios; y no distintos poemas separados, que no tienen la intención de
establecer una forma; aunque algunos, como los que tienes, poseen, en cierto
modo, autonomía. Digo en cierto modo, subrayando, porque si tú lees todo el
libro, entonces ves que lo que ya conoces, se entiende mejor y que, en verdad,
esos poemas necesitan de otros y, en esencia, su autonomía es ilusoria. (Odio, 1975)
La costarricense
escribió El tránsito de fuego entre 1948 y 1955, entre
Centroamérica, Cuba y México. De hecho, Odio fue una reconocida viajera y,
aunque regresó brevemente a su país natal en una ocasión, nunca más se volvió a
establecer en él. ¿Por qué se marchó? Hija
ilegítima y huérfana de madre a los 14 años, su padre la reconoció legalmente
hasta que la madre murió, heredándole así el apellido Odio –de lo contrario la
hubiéramos conocido como Eunice Infante. La poeta
siempre adoró y admiró a su padre; sin embargo, nunca vivieron en la misma casa
y a lo largo de su adolescencia fue acogida por temporadas en casas de
parientes hasta que fue obligada a casarse a los 19 años con un hombre que le
doblaba la edad; el matrimonio legalmente duró cuatro años, pero la convivencia
fue menor. En 1945 comenzaron a aparecer sus poemas en la prestigiosa
revista Repertorio Americano, algo que la estimuló a
continuar afianzando su compromiso poético. Así, divorciada y
decidida a viajar más allá de las fronteras de un San José provinciano que la
ahogaba social y anímicamente y que, además, no terminaba de acoger las nuevas
tendencias vanguardistas, Odio se marchó de Costa Rica en 1947. Tenía 28 años.
Primero se estableció en la
tierra de Miguel Ángel Asturias (quien, por cierto, fue parte del jurado que
premió su primer libro en 1947). Allí residió durante unos siete años, aunque
también pasó temporadas en Nicaragua, El Salvador y Honduras. En 1954, se largó
a la Ciudad de México, pero antes vivió en Cuba, entre finales de 1952 y
principios de 1953. Durante ese viaje la
acompañaron las obras completas de Shakespeare y las de Quevedo. Asimismo,
libros de San Juan de la Cruz, Góngora, César Vallejo y Pedro Salinas. Más tarde, en 1955, Odio terminó de escribir El tránsito de fuego. De esta
forma, sus viajes y sus lecturas de poetas clásicos y vanguardistas la guiaron
para crear un mundo particularmente extraño.
El libro abre con este brevísimo preámbulo:
Es verdad: Mas ¿de qué modo
es verdad?
Con estas palabras, la poeta
afirma la creación del mundo al mismo tiempo que cuestiona la forma en que
supuestamente ese milagro se realizó. Así, desde
el comienzo, nos prepara a los lectores para que estemos atentos a lo que nos
revelará: un abordaje distinto que pretende acercarnos y hacernos conocer a un
yo poético, uno que se mueve en el plano de un mundo a punto siempre de
amanecer, de nacer.
De acuerdo con Ekiss, el poema
empieza con el caos, “a proto-world in which time exists but where the material
world is just taking shape.” (2013) En ese mundo, el futuro está bullendo –“Nada estaba
previsto”– pero al mismo tiempo “Todo era inminente”. Por lo tanto,
la paradoja es parte fundamental de ese mundo: el universo está comenzando,
todo está presente, pero nada existe, al menos no de la forma como lo
conocemos. Se trata de un mundo sin forma, vacío, confuso,
donde un toro pálido tiene cara terrenal, las islas navegan, una abeja habla,
las ciudades susurran, el cereal crece, los espíritus masculinos y femeninos
cantan, juegan, hacen preguntas pueriles. Ion, el héroe de la épica (quien
comparte nombre con el famoso rapsoda, uno de los personajes del diálogo de
Platón), arriba a ese mundo nacido de la palabra que él mismo pronuncia. Este héroe es el poeta creador y los elementos
comienzan a aparecer: “… always close to earth and stones. We’re never far
from the beginning, Odio seems to imply. Creation continues each day.” (Ekiss)
Para narrar la aparición de
los elementos, Odio se vale de tradiciones católicas y animistas. No obstante, hay que aclarar que la
costarricense no emite en su poema dogmas religiosos. Odio nunca fue una devota
pura, sino más bien una creyente sincrética; es ampliamente conocida su afición
a la teosofía, la cábala y, más tarde, la Orden Rosacruz. Lo que sí fue: una gran lectora de la Biblia,
como otra poeta contemporánea suya, Rosario Castellanos.
El tránsito de fuego, a mi parecer, está a la altura de Primero sueño (1692), ese admirable poema de sor
Juana Inés de la Cruz. (Liscano, por su parte, opina que alcanza la misma
envergadura de El paraíso perdido de Milton.) Dice Octavio Paz que el poema de la monja
barroca versa sobre el acto de conocer y adopta la forma del sueño en el
sentido de viaje espiritual, “una confesión que termina en un acto de fe: no en
el saber sino en el afán de saber” (1982). Pero el
poema de Odio es una épica, un viaje arquetípico, que intenta explicar el acto
de creación, el origen de lo inteligible, tal si fuera el nacimiento de una
palabra, es decir, de la poesía: “El libro trata
de la acción del creador en el mundo; y de cómo le va sobre la tierra. Al llegar a la última parte […], ha hecho el mundo:
un caballo, un pájaro, un antepasado, una catedral románica, otra gótica, todo
lo que ha hecho el mundo inteligible y armonioso”, subrayó la costarricense. (1975)
Tanto sor Juana como Odio
creen que la poesía es un camino o método de conocimiento. Pero El tránsito de fuego no
parte de un acto de fe en el afán de saber –como sor Juana– sino de un acto de
amor derivado del resultado de un saber. ¿Y qué es lo que sabe? El poeta,
representado por Ion, será siempre apátrida en la tierra, y su poesía y acto de
creación pasarán desapercibidos:
Extranjero nací desde mi tumba.
Soy el Otro.
El que se va y jamás regresará. (Odio, 1996)
¿Y por qué siempre extranjero? Odio explicó que a cuanta mayor luz emite Ion,
mayor es el deslumbramiento que causa y mayor la ceguera general por lo que no
logra ser identificado por el resto de los mortales. “Nadie
cree que [Ion] es lo que es y, por lo mismo, la identificación es imposible. Se acostumbran demasiado a verlo, porque parece
igual a todos los hombres”, sostuvo Odio. Así, la no
identificación es irremediable en ese juego de luces y sombras que es la
condición humana. Pero el acto de amor deriva de Ion, quien
termina abrazando a Dédalo, su sombra, su soledad. Porque
soledad es lo único que le queda al poeta creador mientras vigila y vela a las
puertas de la tierra –extranjero, apátrida–, es decir, mientras observa y piensa a la humanidad con su
“activo silencio”, quizás para volverla a escribir, a crear:
Tú, mi populosa soledad,
movimiento pluránimo de mi alma,
sed en que me sostengo,
madre, hijo, hermano de mi pulso
esqueleto del pan,
visitador inacto. (Odio, 1996)
La palabra pluránimo, inventada
por Odio, significa la suma de todas las ánimas. En ese
sentido, el inmenso amor de Ion sobrepasa las nociones de amor humano, ya que
“él no solo ama a todos los hombres, sino que los contiene a todos; él es
simultáneamente sinónimo de todos y en consecuencia siente en carne propia el
dolor físico y el desasosiego espiritual de todos” (Chase, 2001).Por lo tanto,
esa condición trae aparejada la tragedia ya mencionada: no es identificado por
los demás. Aunque los hombres saben que existe el poeta
creador y lo esperan con alegría, no lo reconocen porque es todos: “Ion es una
especie de mesías despreciado que a veces comunica su dolor nombrándose ‘una
gota de carne dolorosa’ o ‘una herida al viento’…” (Chase)
Todo lo anterior materializa
la noción que expresó Odio sobre la función del poeta:
Tal y como entiendo la tarea del poeta, es casi lo
contrario de un buscador de sí mismo exclusivamente. El poeta anda buscando a
Dios y sólo lo encuentra en el fondo de todos los hombres. Y sólo es poeta
cuando sabe lo de todos los hombres posibles; y lo sabe sólo cuando los ama
inmensa y apasionadamente. “El amor es el perfecto conocimiento” creo que así
dijo Da Vinci. Pero no puede amarlos desde lejos. (1975)
Entonces para Eunice Odio, el
poeta, en general, también es esa suma, la cual incluye la parte mundana de los
seres vivos: “¿Y cómo se puede ser eso [la suma], si te dedicas a las grandes
abstracciones, que te alejan de la carne dolida de Adán, y te llevan, sólo a ti, a los planos de la Divinidad? El poeta tiene el secreto del ser del hombre y
le dice al hombre cómo Es él y cómo es Dios. Pero sólo
tiene ese secreto cuando, literalmente, entra en el hombre, vaya, cuando llega
a poseerlo, cuando es el más VERDADERO y amante prójimo –o próximo–, del
hombre”. Pero, como hemos visto, eso también lleva
implícito el dolor y el desasosiego. Así, el
oxímoron “populosa soledad” le sirve a Odio para darnos una idea de lo que
significa para el poeta contener a los hombres: al igual que Ion, siente un
profundo peso en su alma, cansancio, dolor, angustia y, obviamente, una poblada
soledad (“y yo soy todos ellos/y estoy solo”). El
sacrificio final de Ion, es decir del poeta, está implícito en el título del
libro.
Odio cuenta que Octavio Paz le
dijo: “Tú, querida, eres de la línea de poetas que
inventan una mitología propia, como Blake, como Saint John Perse, como Ezra Pound; y que están fregados, porque nadie los entiende
hasta que tienen años o aun siglos de muertos” (1975). Seguidamente,
ella comenta: “¡Qué consolador! […] no es cierto que yo haya
‘inventado una mitología’. Todos esos personajes son
arquetipos de la vida; seres vivientes y padecientes, no dioses
semejantes a los hombres, sino elegidos parecidos
a los dioses”.
En la cita puede verse que la
noción del poeta como pequeño dios de Huidobro adquiere un sentido menos mítico
y más arquetípico e incluso, cómo se señaló antes, más humano. En diversas ocasiones, la costarricense expresó
que el acto de crear, de escribir poesía, le producía un fascinante escalofrío. Su necesidad de comprender el misterio de la
creación, además, se vio subrayada por sus indagaciones esotéricas; estudió la
cábala y llegó al segundo grado superior de la Orden Rosacruz. Años
después de publicar El tránsito de fuego escribió en una carta a
Liscano: “¿Quién sabe qué más me dará esa práctica de ‘magos’? […]
¿No te parece, todo esto, una aventura realmente maravillosa? Ponte a
pensar y verás cómo es algo que casi da escalofríos. Es la poesía, la
Gran Poesía misma Vivida. ¿O no? ¿Qué
otra cosa es la poesía sino la Faz del Prodigio?” (p.192). Ya antes, mientras escribía El tránsito de fuego, Odio había experimentado una
especie de terror ante la anticipación de crear una obra maestra. En una carta al que fuera su segundo marido,
Rodolfo Zanabria, escrita a finales de 1967, se refiere al esfuerzo
que requiere adiestrar a ese miedo:
En 1955 había llegado la hora trágica de
enfrentarme a la parte más difícil de El tránsito: la tercera. Si esa tercera parte fallaba
–y era posible que fallara, porque uno es humano– las dos primeras, que ya
había escrito, se vendrían al suelo estrepitosamente y el trabajo de años se
perdería como una gota de agua en el mar. Los días pasaban y se
convertían en meses: mi terror crecía con el tiempo; cada vez era
mayor. Siempre me decía que al día siguiente me pondría a… Y al día
siguiente me daban las cuatro de la tarde buscando apuntes, quitando el polvo
de mi escritorio, poniendo todo en orden para sentarme a escribir… y a eso de
las cuatro y media me decía: ya es demasiado tarde, nada puedo hacer. […] Hasta
que un día decidí: “O yo acabo con esto, o esto acaba conmigo”. Me senté al
escritorio. Nueve horas después había terminado “El caballo”. De
rodillas, y llorando, di gracias a Dios porque supe que había escrito un poema
digno del resto y que podía seguir adelante. A fines de ese año
volvió a acometerme el terror más profundo, porque tenía que terminar esa parte
con “La catedral”, ¡cosa gravísima! Pero ahora no permití que me
durara mucho (apenas dos meses). Me dije: “si tienes tanto miedo,
cómprate un perro y dedícate a vender abarrotes…” Preferí sentarme a
escribir… (citada en Vallbona,
1998)
Su fascinación por ese
misterio que rodea a la creación poética, la mantuvo siempre atenta a percibir
otras realidades. Esa fascinación se convirtió en obsesión:
“Morir es simple, vivir en cambio, es la complicación de la simplicidad que es
crecer hasta el fin. […] Tengo que llegar hasta el
fin… Sea cual sea” (1975).
No obstante, para Odio, El tránsito de fuego fue siempre la prueba
palpable de su lucidez. Por ejemplo, cuando sus amigos mostraban reservas
relacionadas a circunstancias extrañas que ella decía presenciar y a las que
insistía en encontrarles sentido (como cuando aseguraba ver manifestaciones de
luz, “cometas diminutos,archiluminosos” flotando en su casa, o
se maravillaba con la preservación prolongada de sus verduras, las cuales según
ella se mantenían frescas durante meses en su “jardín General Electic”), ella argumentaba que no era una desequilibrada:
“Lo que en mí es verdaderamente anormal, es mi equilibrio o, más bien, su forma. […] soy una mezcla de pasión y lucidez, las
dos radicales. […] Me imagino
que lo que me hace permanecer es que las dos cosas estén presentes en mí, en la
forma aguda en que lo están.” Así, subrayó
que la lectura de El tránsito de fuego dejaba
claro que lo había escrito “un intelecto activo”. Cuando
Liscano le pide cautela en una carta porque manifiesta que ella podría ser
arrastrada a un estrato en el que se confunde demasiado lo real terreno con lo
real ultraterreno, ella le contesta: “Esta bien que no hayas leído El tránsito de fuego. Pero lo
cierto es que te mandé un poema perteneciente a él. ¿No te ha parecido, ese
poema, el resultado de una inteligencia ‘ordenada’? ¿No es, ese poema, forma? ¿No es una estructura que no tiene un ‘mal
cálculo de resistencia de materiales’, que lo haga caerse, en su forma interna
o externa? En otros términos, ¿no es ‘sólido’?”
Si bien para algunos lo
anterior podría parecer una consideración personal arrogante, lo cierto es
que El tránsito de fuego se convirtió en la seña de
identidad más singular de Eunice Odio, en su ADN literario y existencial: la
prueba indiscutible –sobre todo para sí– de su ser agudamente apasionado y
lúcido al mismo tiempo, intuitivo y afanoso por los procesos inteligibles.
● “… yo Eunice Odio”
Roberto Bolaño menciona a la poeta costarricense en
dos de sus novelas: Los detectives salvajes (1998)
yAmuleto (1999), aunque para enfatizar el mismo
pasaje. Como sabemos, el fragmento “Auxilio Lacouture, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México DF,
diciembre de 1976”, incluido en Los detectives salvajes, es
una síntesis de la historia que después Bolaño relatará en Amuleto, convirtiéndose aquel en un hipertexto. El pasaje dice así: “…por la
noche vivía la vida bohemia, y dormía e iba desperdigando mis escasas
pertenencias en casas de amigas y amigos, mi ropa, mis libros, mis revistas,
mis fotos, yo Remedios Varo, yo
Leonora Carrington, yo Eunice Odio, yo Lilian Serpas (ay, pobre Lilian Serpas), y si no me volví loca fue porque siempre conservé el humor…”
Leonora Carrington, yo Eunice Odio, yo Lilian Serpas (ay, pobre Lilian Serpas), y si no me volví loca fue porque siempre conservé el humor…”
Pero acerquémonos un poco más
a lo que plantea el novelista en sus dos libros: por un lado, México como patria de escritores
marginales, y por el otro, se explora el tema de la autoría descalificada,
aquella que proviene de escritores no consagrados, tanto hombres como
mujeres (Fallas, 2007). En ese contexto, si para Bolaño el verdadero poeta es el hijo baudeleriano, aquel que rechaza lo establecido (incluido el
poder hegemónico dentro del campo literario), ese que cuestiona, se rebela,
convirtiéndose, inevitablemente, en poeta maldito; en Amuleto el chileno va un paso más allá al aludir
qué tan difícil se torna esa situación cuando, además, se trata de una mujer
poeta que adopta esa misma forma de vida: su condición de marginalidad es
doble. Por lo tanto, la hazaña femenina, vital y
poética, también merece un epíteto de heroísmo.
Como sabemos, México se
convirtió en la patria de varias escritoras exiliadas o autoexiliadas, como
Yolanda Oreamuno, Eunice Odio, Carmen Lyra, Amparo Casamalhuapa,
Lilian Serpas… En pocas palabras, se constituyó en la patria de aquellas
mujeres obligadas a abandonar sus países, debido ya sea “a la persecución
política, la intolerancia o la indiferencia social. A pesar de las
reprobaciones sociales ha habido mujeres viajeras en todos los tiempos aunque
sobre ellas pesan muchas sentencias como la que resume un refrán popular alemán
que dice: ‘peregrina viajó, puta volvió’” (Fallas, 2004).
Auxilio Lacouture, la protagonista de Amuleto (personaje basado en la maestra uruguaya
Alcira Soust Scaffo, a quien
Bolaño conoció en 1970), también es una viajera que se ha establecido en México
DF. Allí realiza voluntariamente trabajos domésticos para los poetas
republicanos León Felipe y Pedro Garfias, también
exiliados; es la única forma que ella considera posible para velar por ellos,
para que no caigan en el abandono espiritual y afectivo; como su nombre, ella
brinda amparo, auxilio. Odio también estuvo
consciente de ese habitual abandono que sufren los poetas, y en su
correspondencia lo explica así:
Y como a Elías, el profeta, al poeta lo tienen “en
nada” y lo hacen padecer. Y, muchas veces, como a Cristo, lo
matan. ¿Que en estos tiempos ya no sucede? Yo he visto
morir a más de uno, sin contar a César Vallejo. Murieron de abandono
y de dolor espiritual, como Vallejo, que es un caso extremo.
A mí me parece que todo esto es así y que nada lo
puede cambiar. […] Hay muchos que se meten a esta
empresa, creyendo que ésta es la mejor y más agradable de las
profesiones. Es la mejor de las profesiones, pero dista bastante de
ser la más agradable. Según la Biblia, los sabios –es decir, los
poetas–, son “la sal de la tierra”. Pero la Biblia también profetiza
y enseña mucho acerca de su destino. (1975)
Auxilio, además, realiza otra
hazaña heroica: resiste la intervención militar a la UNAM encerrada en un baño
de la Torre de Humanidades, y representa a la solidaria, vagabunda, rebelde,
apasionada, bohemia y triste mujer con sensibilidad poética. Así, no extraña que Bolaño la identifique con
Varo, Carrington, Odio y Serpas, todas además artistas vanguardistas que
asumieron el destierro. Mujeres que emprendieron viajes físicos y
existenciales, al igual que los hombres, que buscaron la semilla del genio
artístico a costa de soledad. Y a pesar de
esta, su inmensa hambre por adivinar lo humano. En efecto,
para Odio, “…el poeta debe mezclarse a la humanidad. Observarla,
adivinarla, padecerla, alegrarse por ella, confiscarla, morderla. […] El poeta
no debe quererse tanto, que aspire a cosas tan infinitamente bellas para sí, como el Nirvana. ¿Qué le
quedaría, entonces, para dar al hombre? ¿Y cuál, sino ese, es el oficio y la obligación indeclinable del poeta?
¿Cuál, si no darle sus bienes a la criatura humana?” (1975).
● El fin es el principio
Volviendo al abandono en que suelen caer los poetas,
hay que añadir que Odio tuvo un final trágico el cual ha levantado todo tipo de
especulaciones. Su cuerpo sin vida, en estado de
descomposición, fue encontrado el 23 de mayo de 1974 en la bañera, poco más de
una semana después de morir. Anita, su
vecina, puso la voz de alarma; llevaba varios días sin verla entrar o salir de
su apartamento y el olor que salía del mismo la hizo temer lo peor. Horas más
tarde, la policía irrumpió en su ya famoso apartamento de paredes amarillas,
ubicado en el número 16 de Río Neva, no muy lejos del
famoso Ángel de la Independencia. Ese mismo
día fue enterrada.
Desde hace años, se han
barajado diversas versiones sobre las causas de su muerte: suicidio por veneno,
accidente doméstico, congestión alcohólica, paro cardíaco e incluso asesinato;
esta última hipótesis fue sostenida por su amiga Elena Garro en una carta
enviada a la chilena Gabriela Mora (Chaves, 2013). No obstante, en el acta de
defunción se afirma que su muerte se debió a una congestión visceral,
posibilidad que la escritora Ámparo Dávila,
amiga íntima de Odio, consideró la más certera: “Yo muchas veces le reprobé el
que se diera baños de tina después de haber comido, y ella, como era su
costumbre, nunca me hizo caso”, le dijo en una carta a Juan Liscano (1975). Sin
embargo, en dicha carta Dávila también afirma que la misma tarde del día que se
cree murió, Antonio Castillo Ledón –amigo íntimo
y ex pareja de Odio– le había comprado comestibles debido a la precaria
situación económica en que vivía la poeta, para entonces ya entregada al
alcoholismo, dependencia que no negaba y asumía como parte de su intimidad al
igual que lo hicieron tantos otros antes que ella –Poe, Dylan Thomas, Julia de Burgos… Por
lo tanto, en los últimos meses prácticamente sobrevivía gracias a la ayuda
material de sus más íntimos amigos pero sumida en una gran soledad. Sin
embargo, las bolsas con comida fueron encontradas en el mismo lugar en que las
había colocado Castillo Ledón y, además, intactas. Por lo tanto, al parecer, la noche o madrugada
de su muerte la poeta no habría probado bocado La tesis de
la congestión visceral, no obstante, sigue siendo la oficial.
Según el acta de defunción fue
enterrada en el panteón San Lorenzo Tezonco, ubicado en
Iztapalapa. Durante mi estancia en México DF en 2011, me
enteré que ese es un cementerio donde todavía hoy se les da entierro temporal a
los pobres; pasado un tiempo se exhuman los restos para dales espacio a los
otros que vienen. Sin embargo, no me fue posible conseguir
información de parte de las autoridades correspondientes. Algún tiempo después llegó a mis manos un libro
de Anthony Robb. En este se explica que,
gracias a gestiones realizadas junto a la Embajada de Costa Rica en
México, Robb logró confirmar que los restos de la poeta habían
sido exhumados casi exactamente siete años después de su entierro, el 27 de
mayo de 1981, y que los restos habían sido entregados a Antonio Castillo Ledón (Robb, 2010) Pero, ¿dónde están ahora?
Durante aquella estancia mía
en México, establecí contacto con los hijos de Castillo Ledón, Irene y Alejandro, con quienes he mantenido
correspondencia. Al referirles lo que había leído en el libro
de Robb, Alejandro amablemente hizo las averiguaciones
pertinentes y, semanas más tarde, me explicó lo que había sucedido con los
restos de la poeta: fueron incinerados y las cenizas permanecieron en la casa
de Castillo Ledón, quien entonces vivía con su cuarta esposa. Cuando aquel murió, la esposa depositó las
cenizas de Eunice Odio en la tumba de Luis Castillo Ledón –el padre de Antonio–, un conocido periodista,
escritor e historiador mexicano, gobernador del estado de Nayarit durante el
periodo 1930-1931, quien había muerto varias décadas antes, en 1944, en la
Ciudad de México. Curioso que los restos de Odio se encuentren en
la tumba de una persona que ella nunca conoció pero con quien intelectualmente,
quizás, pudo haber establecido una larga conversación. No obstante, no
deja de ser inquietante el hecho que se encuentren en una tumba ajena, a la
sombra de una lápida que no le pertenece y que no lleva su nombre. Al margen.
La muerte de Eunice Odio pasó
casi desapercibida en México, país en que residió durante diecisiete años;
algunas notas en los periódicos, otros cuantos comentarios en la televisión y
la radio. En su país de origen también fueron pocos los
comentarios. Pero con el pasar de los años, se comenta tanto
su tragedia como su talento, dos aspectos indisolubles de su vida. Lo que queda claro es que ella no dudó nunca de
su fidelidad a la poesía:
¿Para qué quiero ser rica si puedo ser
poeta? Dios sabe que preferiría pedir limosna, si fuera preciso,
antes que me fuera negado el gran “don carismático”. Si me dieran a
elegir, entre formar parte de los poderosos de la Tierra y ser parte de los que
pueden dar vida nueva a las palabras, ni un momento
vacilaría. Y si me dijeran que me dan un gran poema a cambio de la
miseria extrema, y que sólo un
poema grande, elijo el poema grande, aunque sólo sea Uno. Así ha sido desde que
descubrí que la poesía no era en mí una “afición” sino un “destino
implacable”. No hay cosa que no dé por la Belleza que es una forma
de Dios; la más próxima a Su Naturaleza. Y por eso la cuido a ella y
a mis actos, más que a mi físico. Hay que hacer de modo que Ella no
huya. (Odio, 1975)
Eunice Odio labró su destino
conscientemente: escribió un poema grande a cambio de la miseria extrema. Al igual que Ion, proyecto de sí mismo, ella
fijó su camino y logró que la poesía no huyera de su lado. Por eso, aunque sus restos sigan estando al
margen, como ella lo estuvo en vida, su poesía está viva. Su fin es solo el principio: cada vez más el
legado de su obra está siendo reconocido, estudiado y apreciado, se le dedican
libros, esculturas y ya existe una biblioteca que lleva su nombre. Si ella consideró que la poesía es un bien que
se le deja a la criatura humana, El tránsito de fuego es
uno de los regalos más preciosos que nos ha dejado. Su
traducción al inglés no puede más que alegrarnos; y para mi amiga neoyorquina,
que tanto necesita de la poesía en momentos difíciles, se convierte en gozo
profundo.
● P.S.
En los papeles de William Carlos William, ubicados
en la universidad de Yale, se encuentra la traducción de algunos fragmentos
de El tránsito de fuego, realizada por José Vázquez Amaral
a principios de los años sesenta. Sobre El tránsito de fuego,
sin contar los artículos aparecidos en periódicos, se encuetra lo siguiente:
Juan Liscano, “Eunice hacia la mañana” (1975); y Peggy von Mayer, El tránsito de fuego: Hacia una decodificación biisotópica (1987).
De Peggy von Mayer también merece la pena su artículo El tránsito de fuego: deconstrucción hierofánica”
(1987) y su “Prólogo” a las Obras completas de
Eunice Odio (1996). En La palabra innumerable: Eunice
Odio ante la crítica, editada por Jorge Chen y Rima de Vallabona
(2001), hay cinco artículos sobre El tránsito de fuego.
Por otra parte, Rima de Vallabona se concentró en rescatar la obra prosística
de Eunice Odio: La obra en prosa de Eunice Odio (1980).
*****
Organização a cargo de Floriano
Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Francisco
Zuñiga (Costa Rica, 1912-1998)
Agradecimentos especiais
a Alfonso Peña y Rima de Vallbona
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o
projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim
estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA
HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I
(1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de
Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano
Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No
biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o
título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano
Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação
editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.
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