finge
ser un paraíso pero sus naturales
padecen
las más atroces pesadillas.
Omar Ortiz
Diario de los seres anónimos [1] es uno de
esos libros cuya lectura deja una gran impresión en el lector. Nos lleva a
cuestionarnos el sentido de la vida y de esos seres que vemos a
diario, cuyas historias llevan implícitas más de una entrañable realidad. Por
eso, los poemas aquí reunidos no tratan de encubrir la vida sino de mostrarla
tal como es. De ahí que este lenguaje no esté hecho de conceptos que busquen
vincular su contenido a la exclusividad de un territorio. Los seres que habitan
estos textos los podemos encontrar en cualquier lugar y nos enfrentan a la
realidad de todos los días. Reflejan el medio social y físico que traza el
sentido de sus vidas allí donde existir es como un desesperado desafío: la vida
misma en su dimensión material y espiritual subordinada a los convencionalismos
sociales de un mundo penetrado por el desencanto y la indiferencia.
Con este libro el poeta colombiano, Omar Ortiz, se vincula a
uno de los escritores más representativos de la poesía norteamericana del siglo
XX. Me refiero a Edgar Lee Masters (1868-1950) y Spoon River Anthology (1915) su
obra más aclamada. Pero Diario de los seres anónimos no aspira a
revelarnos una conciencia de lo temporal, ni un pueblo de seres que hablan
desde sus tumbas. Por el contrario, la poesía de Omar Ortiz refleja las experiencias
que determinan la conducta de los seres humanos dentro de su medio urbano y
social. Son poemas que responden a una realidad compleja e inadvertida para
algunos, pero concretada aquí en una descarnada expresión poética. Sin embargo,
lo que ocurre en la poesía de Omar Ortiz ha sucedido siempre. La realidad está
ahí a la vista como una presencia que proyecta el mundo desconcertante en que
vivimos. Un sistema de valores ante los cuales el poeta tomará una posición que
se completará en el poema mismo como
referencia de lo que nombra. Y lo que nombra son las pasiones, frustraciones y
males de la vida en un lenguaje irónico y provocador. Pero debemos señalar
también que Diario de los seres anónimos responde
además a la urgencia de pagar tributos a Edgar Lee Masters, a quien
Omar Ortiz admira y con quien tiene afinidades en cuanto a la realidad y la
percepción del mundo. Pienso que quizás sea ésta la razón por la cual el poeta
colombiano pide al escritor estadounidense que lo acompañe en el recorrido
imaginario de estos poemas:
Me invita el colega a participar en este
libro
que dice escribir en mi homenaje.
Para congraciar mi voluntad recuerda las
palabras de Pound
y los muchos elogios que recibí por Spoon
River,
antes que todos me abandonaran en una casa de
enfermos
de Filadelfia. No me quejo, la poesía siempre
será un fracaso
como lo advierte Minerva Jones.
He leído con cuidado las esquelas que
preceden,
y he encontrado que son voces que siempre
callan,
que no tienen un lugar en el mundo, menos un
epitafio.
Por eso los abrazo y hago mías sus cuitas,
ellos también están sedientos de amor
y hambrientos de vida. [2]
(“EDGAR LEE MASTERS”)
No debe sorprendernos que este texto aparezca al final del
libro para cerrar el homenaje y la visión que conlleva esta escritura. Nos
recuerda, sabiamente, una expresión de Minerva Jones que contiene el sentido y
la polaridad del mundo que ambos escritores comparten:¨No me quejo, la poesía
siempre será un fracaso”. [3] Y no
solo comparten la compleja realidad de ese mundo, sino también la adversidad y
el escepticismo de los seres que lo habitan. De esto es lo que trata Diario
de los seres anónimos, de la condición del ser humano y del mundo que
les ha tocado vivir. Por eso, el poeta no busca establecer un sentido moral, ni
una ética, ni trazar una frontera entre lo real y fantástico exponiendo así los
problemas de la vida diaria. Lo que revela esta poesía adquiere una proyección
mucho más universal que la que podría conferirle la noción de un determinado
lugar o la reflexión misma de mi lectura.
Deseosos de eliminar el
fisgoneo humano,
los sacerdotes cercaron
la curiosidad de nefastos peligros.
Pero aunque la búsqueda
nos cueste el paraíso,
hombres y mujeres
permanecemos ávidos de lo oculto.
Nos encanta esculcar,
mirar, catar
sonsacar al otro sus
pequeñas historias,
reflejo y consuelo de
nuestras mezquindades.
Por eso les entrego este
breviario,
fruto de mi ociosidad y
de mi ingenio.
De las cualidades que
desde temprana edad
debe reunir un escritor:
una obstinada pasión por
la belleza,
un exagerado apego a sí
mismo
y un notable apetito por
la desmesura y el engaño.
Lo demás son retóricos
embelecos
que inventan críticos y
profesores de literatura.
(“EL CURIOSO COMPILADOR”)
Lo que dice el poema
adelanta una actitud que justificará, en cierto modo, el tono del texto y la
dinámica de esas vivencias. Nos abre las puertas a la problemática que refleja
ese mundo. Sin embargo, el uso aquí de la palabra “breviario” encierra un
contrasentido respecto a lo que debería ser un Diario. Sabemos que
el “curioso compilador”, al reproducir el diálogo de estos seres se burla
irónicamente de las cualidades que debe tener un escritor. No se trata, por
supuesto, de burlarse de la poesía para tergiversar lo que dice, sino de los
que pretenden conocer esa realidad en su
compleja dimensión humana. Es decir, los que
poseen “ese notable apetito por la desmesura y el engaño”. Por eso el lenguaje aquí se usará en función
de lo que directa y abiertamente expresa, lejos de la permisiva influencia del
academicismo. La poesía es comunicación y el habla de la vida diaria sostiene
aquí la realidad de cada ser como un acto común y corriente. Por eso estas
voces no están contaminadas de resonancias ajenas, sino de las que el hablante
mismo reproduce. No se trata de un mundo imaginativo, sino de uno real que
sobrecoge al lector por lo que nos comunica directamente, pero advirtiéndonos que
el lenguaje tiene sus limitaciones: “Al carecer de alfabeto / no sé si un libro
pueda contener el mundo.” (11). Y ciertamente, en este caso, lo que cuenta
Ifigenia Franco de sí misma representa también su desconfianza hacia un
lenguaje incapaz de aprehender la problemática de la existencia: “Pero los
poetas mienten, igual a las postales que ofrezco. / Pronto, llega el viento”,
dice. Pero esas postales son como una metáfora que revela la
conciencia y el destino de estos seres frente a la vida. “Las perversas
habladurías, / afirman que por cada doce hijos que engendro / me regalo un
viaje por el mundo”, dice irónicamente Agapito Porras (12); “Pero los afanes de
uno en su panadería, / y mis recorridos de voceador de triunfos o tragedias, /
no dan espacio para evocar los años que la tierra nos brinda”, señala José
David López (15); “En vida hice varios milagros. / Esconder la paternidad de
mis muchos hijos / y recuperar para mi familia, tierras, almas / y obras de
arte de la escuela quiteña.”, advierte Agobardo Potes (20). Todos hablan aquí
sin importarles el qué dirán, enfrentándose a la realidad con ironía y sarcasmo
tal como la vida misma y el destino los ha marcado:
No hablo desde que el alma de mi padre
habita mis sueños. Es joven, mi padre.
Lleva un vestido blanco, cuello de pajarita
y corbatín negro.
Me regala dos muñecas de trapo. Ellas me
gustan
como detesto a mis iguales.
Desprecio sus estudiados gestos,
su palabrería vana.
Me alegra el llanto de un niño, o su recuerdo.
La sombra del sietecueros me confunde.
Tengo noventa y tres años y estoy sorda como
una tapia.
(“CIELO LUNA”)
Toda la tensión del
poema recae sobre ese último verso por lo que implica esa sordera como
mecanismo para ignorar la realidad o para vivirla sin asombros. Lo que haya
ocurrido bajo la sombra del árbol encierra la clave de esa dolorosa relación
con el padre. Y aunque el poema no nombra directamente el problema, se intuye
en el vocabulario del texto y en el pasado caótico de esa niñez. Víctima de ese
pasado nebuloso Cielo Luna ha hecho de la sordera un refugio que refleja con
asombrosa naturalidad su dolor personal, y el sentimiento angustioso de un
pasado del que no ha podido desprenderse.
Para Angelino Zuluaga la memoria parece ser un signo de
soledad y opresión. Al menos así parece revelar el sonido de campana que
recuerda a los mortales su breve paso por el mundo. Pero el pito del tren
expresará también la única forma posible de asumir esa realidad: “Mi oficio de
músico celeste atiborra mis oídos / con treinta años de rebato. / Por ello, no
oiré el pito del tren que viene”. (21).
Ignorarlo será también la respuesta a ese mundo que ha perdido todo sentido de
solidaridad. Y es evidente, pues las cosas que circundan su vida definen
también la realización de su existencia
en el tiempo, es decir, la esencia de que está hecha su vida y los hechos que
la consumen. Todo expresado como una fuerza que somete el diario vivir al
vaivén de los acontecimientos y de las emociones que dejan la vida continuamente
al descubierto. Este mar de penurias y desencantos creará un espacio que responde a la
percepción del ser frente a sus propias circunstancias humanas.
Cada uno acabará por confirmar sus experiencias de la vida sin ningún tipo de
idealismo, siempre con la intensión y naturalidad que el ambiente mismo les
confiere:
Contraje nupcias joven.
No sabía que mi marido
gustaba del licor
y de las putas. Tanto
que eran su negocio.
El bar Pielroja, llamaba
mi calvario.
Ni mis guisos, ni mis
dulces de leche
pudieron retener sus
ímpetus.
Hasta que Dios intervino
para mi viudez,
no hubo sosiego. Guardé
un discreto luto, vendí con ganancia los
bienes de la infamia
y pude solazarme al diez
por ciento
con las angustias de mis
vecinos.
No tengo queja, creo que
la vida es justa.
(“LEONILDE ROSAS”)
Lo que presenta el poema es una conciencia de la vida
reflejada en la ironía del lenguaje. Los actos más caóticos pero también los
más sencillos descubrirán la oculta intimidad del ser y lo que resume, en
cierto modo, sus vivencias. Lo que devasta el espíritu pero también lo vivifica
para seguir viviendo. Aquella realidad que se presenta a la vida reclamando ser
nombrada, es decir, lo que se reproduce en el lenguaje como concreta evidencia
de esa desgarrada historia personal. Esto es lo que establece un sentido de
correspondencias con cada uno de los textos. Lo que se funde con esas vivencias
y proclama de un modo habitual la condición humana dejando de lado el pudor que
pudiera servir de pretexto para falsear la realidad. Pero aquí se habla sin
rodeos para entregarnos estas historias
tal como estos seres las han vivido. De ahí que todo esté expresado
objetivamente y sin ambigüedades, como quien penetra en el pasado y devela
indiscretamente su intimidad. En otras palabras, el germen de lo ocurrido o lo
que causó tal incertidumbre, la raíz y las consecuencias de éste o aquel
acontecimiento que genera un profundo sentimiento de vacío y soledad:
Soy viuda de Walter
fabricante de condones
que nunca usó. Por ello
soy parida varias veces,
tantas, que mejor callo.
Mi sino es un túnel con
apariencia de espejo.
De niña me apasionaban
las dalias,
pero mi madre sembraba
arroz en los floreros.
De adulta, para
equilibrar mis emociones,
decidí escudriñar los
secretos de la respiración,
leer a Chopra, practicar
el Feng Shui,
y convertirme en
vegetariana mientras gano mi sustento
embutiendo carnes en un
conocido frigorífico.
Mi vida es idéntica al
lugar que habito,
finge ser un paraíso
pero sus naturales
padecen las más atroces
pesadillas.
(“DULIMA MONDRAGÓN”)
El poema describe la
problemática de la existencia con imágenes directas y sencillas. No se trata de
apariencias, sino de la doliente necesidad de contar lo que causó ese
sentimiento angustioso que contrasta paradójicamente con las ideas del
millonario Deepak Chopra, uno de los llamados gurús de la medicina alternativa.
Y, en otro contexto, de aquellas creencias sobre la armonía del ser con el
entorno, como las que proponían en la antigua China los seguidores de la
filosofía del Feng Shui. [5] No hay
motivos pues para suponer que esto tenga algún resultado favorable sobre la
vida del hablante. La ironía que impregna el poema traza la devastación
emocional que consume al hablante: “Mi vida es idéntica al lugar que habito”.
El vocabulario reproduce el doliente pesimismo de quien ya no aspira a nada y
acepta las desdichas que devastan su estado físico y emocional. De hecho, todo
está enmarcado en esas relaciones humanas que han creado un particular modo de
vivir y de sentir la vida, proyectando un mundo consumido por la indiferencia y
la soledad:
Yo también viajé por los
cuatro continentes
pedaleando una maquina
Singer, como cuentan
Leonora Carrington y el
poeta Roca
de algunas de sus
conocidas.
Pude ser una delicada
modista,
ya que mis ojos y mis
manos eran sabedores
de los secretos del
lino.
Pero el Señor puso en mi
camino un marido infame
y tres pequeños de ojos
asustados.
Hice lo que pude, más mi
obra nunca vistió mi sueño.
Por eso, preferí el
silencio.
(“FLORITA FRANCO”)
Es evidente que confrontar la realidad requiere una
conciencia, una mirada objetiva del ambiente, un desafío y una entrega personal
de superación y riesgo. La certeza del cambio y la aspiración a generarlo
conlleva un proceso continuo y una lucha vertical que, en todo el sentido de la
palabra, responda a las necesidades de la gente. Pero en Diario
de los seres anónimos el peso de la realidad es superior a las fuerzas
de los seres que configuran ese espacio. La ironía refleja la marginación de
estos seres, y la voz narrativa que insiste en describir sus vidas no en
cambiarlas. En manifestar lo que flagela ese estar en el
mundo, la incertidumbre que relega ese vivir a un plano
inseguro y solitario. Pero, a pesar de ello, hay que afirmar que existe una
verdadera preocupación por lo social, y la ironía misma se convierte en un arma
de confrontación para señalar esa realidad. En este sentido el verso que cierra
el poema sugiere una tabla de salvación, una forma de situarse ante el mundo.
Sin duda, el silencio representa una salida ingeniosa para desatenderse del
pasado. Pero ese pasado, nada gratificante, nos lleva a conocer las condiciones
de esa realidad de la vida aunque en el fondo no se trate de cambiarla, sino de
sobrevivir ajustándose a las contradicciones que ella misma crea: “Nací un poco
locato, / apto para ser presidente o senador vitalicio, / pero prefiero vender
lotería y hacer versos clandestinos.” (34), dice Enrique Uribe en un lenguaje
impregnado de humor corrosivo y de un realismo que no oculta sus traumas
personales. Es obvio, por supuesto, la crítica a la clase política. Una crítica
social arraigada en la connotación misma de la palabra para expresar lo que es
imposible ocultar, lo que se dice como un desahogo. “Soy la madre de Hernancito
/ al que unos bellacos despojaron de sus bienes / consumiéndolo en la
melancolía.” (37), destaca amargamente Graciela Ortiz. Y, con una frase
traspasada por el desencanto, afirma Marcial Gardeazábal: “Pertenezco a una
estirpe que siempre / vive a destiempo.” (39). Pero a tiempo o a destiempo la
tensión siempre se hará sentir sobre la superficie de estos textos porque
exteriorizan aquello que supone una derrota o un esfuerzo para continuar
viviendo una realidad que se transforma en agonía física y en ansiedad espiritual,
en incertidumbre del vivir humano:
Son nueve las llaves de mi reino.
Mis huéspedes ofrecen a mis setenta años
las más variadas consejas.
La maledicencia, la avaricia, la envidia y
todas las cualidades
que engalanan la condición de mis habituales,
lustran los armarios, los balcones, los
encalados y rosetas
de los aposentos.
Si no apremiara el sustento,
me negaría implacable a sus nostalgias.
Pero no supe atesorar mis encantos,
pese a mis solicitadas y bien pagas destrezas.
¡Cuán efímera es la sapiencia del cuerpo!
Mañana yaceré en los muros de este hotel,
donde el amor enferma y la tos disculpa las
afrentas
del día.
(“NILSA POLONÍA”)
Quizás la vida sea más doliente de lo que aparenta el poema,
o mucho más oscura y asoladora, pero hay un modo de sortear las dificultades.
En esto reside la ironía, un modo expresivo para reflejar la cotidianidad y esa
elocuente burla hacia la eroticidad, como cristaliza el siguiente verso: “¡Cuán
efímera es la sapiencia del cuerpo!”. Pero no se trata de mostrar
resentimientos por quienes han caído en el vacío oscuro de la vida, sino de desenmascarar la dura
realidad. Así, distanciándose de las modas de lo abstracto y superficial Omar
Ortiz ha conseguido ir al fondo de las cosas. Construir sobre la vida misma lo
que ésta retiene como historia personal con todo su desgarramiento interior,
con toda su crudeza y miseria. Más elocuente no podría expresarlo el siguiente
poema:
Llevo encima el traje
azul, la corbata naranja,
la camisa que tanto
gusta a Margarita, la del 301,
los zapatos negros
recién lustrados, una pinta de hombre,
como dijo mi madre
después del beso ritual de despedida.
En la Kodak me tomaron
la foto para la solicitud de empleo.
Pero de pronto me empujaron
a un auto,
me pusieron dos armas en
la cabeza
y acabé tirado en una
pocilga
donde me preguntaban por
gente desconocida.
No señor decía, y me
pegaban.
Sí señor,
respondía, e igual me pegaban. Duro, lo
hacían,
como si no tuviera
carne, ni huesos, ni sangre, ni alma.
Ya no tengo traje azul,
ni corbata naranja,
ni puedo abrazar a
Margarita.
Ahora soy una desteñida
foto que mi madre
lleva a cuestas en
plazas y desfiles.
(“HÉCTOR FABIO DÍAZ”)
La violencia indiscriminada, la marginación y la angustia se
funden y trazan la problemática realidad de ese mundo. De hecho, la
incertidumbre misma caracterizará la violencia que limita la vida y arruina
todo tipo de relaciones humanas, abriendo así una brecha para la injusticia y
el silencio. Héctor Fabio Díaz, como todos los seres de estas composiciones, es
también un símbolo físico y emocional de lo que aquí ocurre. Víctima de
delincuentes, sufre la más terrible humillación y muerte. Su propia imagen parece
disolverse en la fotografía que muestra la madre en la búsqueda infructuosa del
hijo desaparecido: “Pero de pronto me empujaron a un auto, / me pusieron dos
armas en la cabeza / y acabé tirado en una pocilga / donde me preguntaban por
gente desconocida. / No señor, decía y me pegaban. / Sí señor, respondía, e
igual me pegaban. / Duro, lo hacían, como si no tuviera carne, ni huesos, ni
sangre, ni alma”. El poema reproduce una imagen que destaca lo absurdo y el
sinsentido de la vida. No la esperanza de un mundo mejor, ni la menor
convicción de que el tiempo pueda cambiar la realidad.
Pero el dolor no se
puede borrar, como muestra más adelante el siguiente poema: “He caminado todos
los dolores. / Como la vaca parida que descuartizaron en el potrero, / así me
mataron.” (p. 50), ésta es la voz de Chumila Rodríguez que regresa a contar la
historia de sus antepasados; la muerte y sus orígenes y, otra vez, la soledad y
la indiferencia. No la debilidad de un ser herido por la emociones y los
recuerdos, sino la concreta realidad de un ser cuya angustia nos revela su
dolorosa experiencia, ésa que deja la vida devastada como si a uno le fueran
amputando todas las partes del cuerpo. Y
entonces ¿para qué vivir? ¿Cómo verse a sí misma frente a ese mundo sin
conmiseración? B. Traven, el sujeto del poema a continuación, pone en
perspectiva esta visión de la muerte y del tiempo. La ironía y el tono familiar
del texto anudan esa línea imaginaria entre lo que sugieren los versos y el
sentido que buscan proyectar:
Mi reto es con el
tiempo.
Trabajo para que perdure el nombre de los
muertos.
Cuando mis manos no graban el testimonio de la
piedra,
escribo historias, narraciones que hablan de
lo efímero.
Pero mi nombre siempre será un misterio.
Importa la obra de un hombre, no sus gestos,
menos sus minucias,
y no seré yo quien dé qué hacer a los
críticos,
ni riqueza a los biógrafos.
Por ello los confundo, dejo datos falsos,
erróneas pistas, sombras chinas en un mundo de
ídolos.
Basta mi lapidario oficio para celebrar mi
sustento.
(“B. TRAVEN¨)
La muerte traspasará como una espada la vida personal de
estos seres dejándolos asidos al vacío, a la indiferencia, al anonimato, al
olvido. Reducida al terrible desafío, la vida palpitará reflejando la fría
realidad: “Mi reto es el tiempo. / Trabajo para que perdure el nombre de los
muertos. / Cuando mis manos no graban el testimonio de la piedra, / escribo
historias, narraciones que hablan de lo efímero”, subraya Traven. Hacedor de
lápidas, constructor de historias y narraciones inconcebibles, reconoce que más
allá de las palabras “lo que importan son las obras”, es decir, lo que
permanece como un símbolo de algo más genuino de la vida. Por otro lado, la
imagen de Cornelia Cortés transformará en desaliento y agonía la belleza fugaz
de su erotismo:
No siempre estoy muerta.
Algunas noches sorprendo a los transeúntes
con mis piernas de seda.
El liguero es negro, como las mulas
arrodilladas ante la custodia. Milagro
que no salvó mi vida pero arruinó la del
párroco
y la del sacristán que mintió por perderme.
Por supuesto, el lector no puede perder de perspectiva la
realidad de estos seres anónimos, ellos tampoco la
perderán. Por eso la conciencia misma les permite evocar su condición
humana expresando irónicamente sus
circunstancias. De ahí que para ellos la vida misma será como un intrincado
paraíso donde la hipocresía y la maldad desempeñarán una gran influencia. Por
eso, en esa continua lucha, extraviándose por caminos ajenos a su voluntad,
enfrentarán a los que piensan que el vivir nada tiene que ver con el prójimo:
“Por allí me avistan quienes pierden el habla / al intentar tomar la flor de mi
jardín.”, dice Cornelia. Ciertamente es la vida la que está en juego entre las
palabras y los hechos. La realidad que va mostrando su oscura presencia, el eje
sobre el que gira ese mundo anónimo y real. Y es que en esta poesía la ironía
se yergue sobre un discurso de índole social (¿qué poesía no lo es?),
proyectando la realidad de ese vivir que se repite
sórdidamente en cada uno de estos textos. Todo para acordarnos que el anonimato
no
es una realidad lejana y abstracta, y que para Carlos A. Jiménez la escritura puede
ser muchas cosas, menos un libro cerrado. Su percepción de la literatura y de
sí mismo lleva una burla implícita en la ironía del léxico. ¿Una alusión
burlona a la escritura hermética? O una sugerencia a seguir aquella poesía
solidaria con las almas que hallamos en este Diario de los seres anónimos:
Me llaman poeta,
igual podrían decirme el
loco, el extranjero.
Todos los nombres no son
más que acertijos.
Hice de este parque mi
hogar.
Es un libro abierto,
donde nunca muere su
autor.
Por lo mismo abomino de
las bibliotecas,
santuarios de autores
muertos.
Mi libro mira al cielo,
sus páginas se ofrecen a
los delirios del viento
y a la voracidad de los
pájaros.
(“CARLOS A. JIMÉNEZ”)
Diario de los seres anónimos nos coloca
ante una encrucijada de profunda reflexión: un mundo de relaciones
estremecedoras y dolientes donde todo puede ocurrir. Y donde el ser humano
parece haber perdido toda piedad para reconocerse en el prójimo y elevarse por
encima de las circunstancias de la vida. Seres humildes y humillados, seres que
el poeta rescata de las sombras para convertirlos en el tema central de este
libro. Y es que Omar Ortiz ha creado una poesía que llega directamente a
quienes se asoman no a un mundo libre de impurezas, sino a una realidad
producto de las injusticias sociales. Un territorio de seres sobrecogidos por
la tragedia de un vivir nebuloso llevado por la
violenta ola de la indiferencia humana. Sin embargo, no hay duda que este mundo
poético que miramos como sostenido por la ironía y la desgracia contiene aquí
una profunda verdad: alecciona a los que se inclinan por el bien común,
llevados por la amorosa fe en el porvenir. La desgracia nunca justificará la
maldad, ni las circunstancias dolorosas podrán indefinidamente herir la vida,
pues siempre habrá un camino más luminoso y humano por el cual podemos
transitar. Ciertamente el autor de este libro no se inclina por pasar juicios
ni por un puritanismo hipócrita y vacío, pues en el fondo esta poesía es un
lúcido manifiesto contra la dureza del mundo, un reproche contra lo que
envilece la vida humana. Ojalá otros lectores estén de acuerdo que convivir
humanamente es mucho más profundo que ignorar la realidad o contribuir al
silencio, y que al entrar al contacto con esta poesía puedan expresar como
Edgar Lee Masters:
He leído con cuidado las
esquelas que preceden,
y he encontrado que son
voces que siempre callan,
que no tienen un lugar
en el mundo, menos un epitafio.
Por eso los abrazo y
hago mías sus cuitas,
ellos también están
sedientos de amor
y hambrientos de vida.
NOTAS
1. Omar
Ortiz, Diario de los seres anónimos, Granada, Editorial La mirada malva, 2015.
2. Quiero
hacer aquí la siguiente aclaración. He optado por omitir los corchetes que
aparecen en algunos poemas del libro por considerarlos innecesarios para este trabajo.
3.
Introduzco aquí la versión en inglés y su traducción al español: I am Minerva,
the village poetess, / Hooted at, jeered at by the Yahoos of the street / For
my heavy body, cock-eye, and rolling walk, / And all the more when “Butch”
Weldy / Captured me after a brutal hunt. / He left me to my fate with Doctor
Meyers; / And I sank into death, growing numb from the feet up, / Like one
stepping deeper and deeper into a stream of ice. / Will some one go to the
village newspaper, / And gather into a book the verses I wrote?— / I thirsted
so for love! / I hungered so for life! [The poem tree: online poetry anthology.
http:www.poemtree.com/poems/MinervaJones.htm]. Yo soy Minerva, la poetisa del
pueblo, / Grito, me burlo de las Personas Dominadas por las Pasiones Bestiales
de la calle / Por mi pesado cuerpo, ojos de gallo, y caminar balanceado, / Y
tanto más cuando Butch Weldy / Me capturó después de una brutal persecución. /
Él me dejó a mi suerte con el Doctor Meyers; / Y yo me hundí en la muerte,
creciendo entumecida desde los pies / Como uno que camina profundo y más
profundo dentro de un torrente de hielo. / ¿Alguno irá al periódico del pueblo, / Y reunirá en un libro los versos
que yo escribí?- / ¡Yo anhelé tanto el amor / Yo ansié tanto la vida!
[Selección y traducción de Wilfredo Carrizales: Edgar Lee Masters / Diez Poemas
en Adamar, Revista de Creación. http://adamar.org/ivepoca/node/1529].
4. La
poesía de Omar Ortiz, http://www.laotrarevista.com.2012/07la-poesia-de-omar-ortiz/
5.
Habría que considerar, para un análisis futuro, los personajes del mundo de las
letras, la religión, la mitología y la farándula que aparecen mencionados en
varios textos con diversos fines. Por ejemplo, Madonna, Emerson, Ovidio, Ícaro,
Wojtyla, por solo señalar algunos.
DAVID
CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta, ensayista. Ha publicado los
siguientes libros: Poemas y otros silencios (1981), Al final de las
palabras (1985), Una hora antes (1990), El libro de los regresos
(1999), y Ritual de pájaros: Antología personal 1981-2002 (2004). Fue
cofundador de la revista Tercer Milenio. Contacto:
dcortes55@live.com. Página
ilustrada con obras de Armando Reverón (Venezuela), artista invitado de esta
edición de ARC.
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