Hay una forma singular de talento que se
reconcentra en los abismos interiores sin dejar de otear el mundo, y haciéndolo
rompe todos los límites. Ajeno a los oropeles y halagos, la mirada hacia adentro
se complementa en la observación minuciosa del detalle exterior. Una obstinación
innata lo sustenta en su diario quehacer, y la vida la vive en función de la elaboración
artística de los avatares de ésta que habrán de seguir. Todo lo que ocurre o deja
de ocurrir parece destinado a plasmarse tarde o temprano en un texto, tras pasar
por el incandescente filtro de una imaginación contenida o del todo desbocada. Pero,
lógicamente, habrá de hacerlo con disciplina inquebrantable y con oficio.
Nada le es ajeno a este tipo de creador
de mundos, salvo la precisión de las palabras mismas con las que habrá de convivir
para poder expresar sentimientos e ideas, temores y esperanzas, ansia de salvación
ante los embates de un mundo fundamentalmente indiferente y básicamente hostil al
ser profundo. En estas condiciones, el verdadero artista sólo tendrá de su lado
la fuerza abrumadora de un lenguaje propio, originalmente articulado, con el que,
inclaudicable en su visión de mundo, habrá de plasmar toda suerte de vivencias y
fantasías cuando ya no sea capaz de contenerlas palpitando oblicuamente o a mansalva
en la frágil piel de su alma.
Lo inaudito le será tan familiar como el
tedio de obligadas convenciones y las viejas costumbres inducidas. No tendrá necesariamente
metas fijas en la vida, sino más bien vidas intensas y personalísimas vividas a
trasmano de lo predecible. El absurdo y lo fantástico le resultarán fenómenos casi cotidianos y aceptables pese a
todo, de tan usuales, mientras que el murmullo y las sombras de los sueños, vividos
tanto de noche como en pleno día se impondrán a la rutina harto sabida de memoria
por estársele repitiendo sin remedio a diario, alimentando así el imparable flujo
de ese mismo sinsentido.
En esta clase de artista de las letras -pero
igual puede ocurrir con ciertos adelantados de la humana creatividad en cualquier
otro territorio del Arte y la Ciencia-, hay sin duda, y a contracorriente de lo
que podría esperarse de él si realmente tiene talento, una suerte de entrañable
ascetismo; de no-me-importaismo a menudo
chocante o incluso agresivo; de rompimiento, declarado o no, con las expectativas
de la sociedad. Sobre todo cuando ésta es, como suele ocurrir, un sólido entramado
de apariencias, fingimientos o intereses rebuscados cuya forma de mantenerse estable
y por tanto vigente da por sentado que todo el que rompe reglas establecidas y crea
sus propias normas y para colmo les es fiel;
todo el que propicia extrañamiento, otredad, transgresión, es decir formas de ser
o pensar diferentes; todo el que crea paradigmas nunca antes sustentados, es un
ser peligroso, algo así como un francotirador; o simplemente un loco. Por lo que
hay que reprimirlo o ignorarlo.
Este artista, cuando es genuino hasta la
raíz, no hace concesiones, no repite fórmulas, a nadie imita o quiere impresionar
o complacer ni con su conducta ni con lo diferente de sus obras. Sólo busca expresarse
a sí mismo, comprenderse, entender a fondo las contradicciones de la realidad, sobre
todo las suyas. Sus textos tienen densidad, substancia, conmueven. En última instancia,
permanece fiel al análisis y al autoanálisis de todo lo que acontece fuera y dentro
de su ser -y a la vez fiel a sus intuiciones--,
como una manera de estar raizalmente en el mundo sin ser un vegetal. Y lo hace como
la forma más genuina de comprender mejor sus propios sentimientos y creencias, sus
limitaciones y sus fobias. Sus gustos. Para sobrevivirse con dignidad.
Sin duda hay otros tipos de escritores meritorios,
valiosos, que han aportado sus obras a la literatura universal. Siempre los ha habido
y siempre existirán. Sin embargo, ese ser que he descrito como controvertido, indagador
de sí mismo y del mundo, a ratos contestatario, sin duda poco sociable, pero profundamente
auténtico, es mi ideal de escritor.
2. ALGUNOS MODOS DE SER DE LA ESCRITURA
La escritura no solo implica la
expresión esquemática de ideas y la articulación de sentimientos mediante el uso
de un lenguaje eficaz, sino la capacidad de profundizar en esas ideas y en esos
sentimientos de tal forma que el lector pueda comprenderlos e, idealmente, compartirlos
con el autor. Por tanto, los razonamientos y las intuiciones planteadas deben ser
convincentes.
Aunque por supuesto no existe ninguna
fórmula mágica o receta infalible que permita alcanzar ese logro, sí hay algunas
premisas básicas, resultado de la experiencia, las cuales, a manera de sugerencias
y al margen del estilo personal que tenga cada quien al escribir -el cual sin duda
debe respetarse a menos que semántica y gramaticalmente esté viciado-, conviene
que sean expuestas y explicadas para que se tengan en cuenta al momento de escribir.
Lo primero que es preciso tomar
en consideración es la naturaleza misma de la escritura. Sucesivas en el tiempo
y en el espacio al momento de combinarse para formar frases, las palabras deben
ser lo más precisas y concisas posible al momento de representar una idea o un sentimiento,
y obedecen a un esquema gramatical que rige de antemano la construcción de dichas
frases que, al irse enlazando unas con otras, habrán de formar párrafos significativos.
De ahí que sin un conocimiento
cabal previo de las diversas estructuras gramaticales y el dominio de un vocabulario
amplio y variado, el lenguaje con el que habrán de expresarse las ideas y los sentimientos
no tendrá fuerza ni trascendencia alguna: simplemente morirán en su cuna, incapaces
de permitir que aquellas despeguen, mucho menos que logren transmitir lo que se
propone el autor. En este sentido, lo primero, lo más elemental -materia de estudio
y aprendizaje en los primeros años de la escuela primaria- es ejercitarse en la
costumbre de redactar bien. Es decir, con corrección y claridad. Y en este sentido,
qué duda cabe, la lectura es fundamental. Así, quien no entiende lo que lee tampoco
será capaz de escribir lo que piensa y siente. En la práctica, ambas cosas deben
darse de forma simultánea, y realizarse desde muy temprana edad, yendo de lo más
sencillo a lo más complejo.
Otra premisa importante que debe
tomarse en cuenta es que, en términos generales, difícilmente podemos redactar pensamientos
o emociones sobre los que nosotros mismos no tenemos un grado aceptable de claridad.
Es decir: ¿cómo pretender explicarle a otros lo que nosotros mismos no entendemos?
Si bien es cierto que cuando se
trata de una escritura más compleja, como la que se da en un texto literario -poema,
cuento, novela-, a menudo el autor escribe precisamente para tratar de comprender
mejor su caos interior o el del mundo externo (a veces incluso a manera de terapia),
lo cierto es que el arte de escribir bien implica esa necesidad previa de entender
al menos exactamente qué es lo que no se entiende, válgase la paradoja. Paradoja
en realidad solo aparente, puesto que el solo hecho de saber plantear los elementos de lo indescifrable, lo enigmático,
lo misterioso, lo contradictorio o lo absurdo de la vida, ya es una forma de empezar
a descifrarla.
Además, la escritura no siempre
busca dar respuestas: es más común que una buena novela, por ejemplo, cumpla su misión artística e indagadora planteando de forma
oblicua, sugerente, las preguntas más pertinentes. Y una manera de hacerlo en las
obras de ficción literaria es creando -con talento por supuesto- situaciones, ambientes
y personajes en los que encarnan esas dudas o esos contrasentidos en su manera de
accionar, de tal manera que tanto el autor como sus lectores se vean confrontados
por la incertidumbre que implica la complejidad de la experiencia humana y, en consecuencia,
se sientan impelidos a pensar y a sentir como nunca antes lo habían hecho.
En cambio, la escritura periodística
es otra cosa, aunque viene de las mismas premisas. Ya sea en la redacción de una
noticia, un artículo de opinión, una nota editorial, una reseña crítica, una crónica
o un reportaje, debe haber una elemental claridad en la composición, la cual debe
formularse de la manera más directa, menos complicada posible, contrario a la creación
literaria cuya complejidad estilística tiende a imitar la de la vida misma que pretende
reproducir. Es decir, el periodismo, en sus diversas modalidades, busca comunicar
diversos aspectos de lo sucedido, serle fiel a la realidad real, de la manera más
inmediata y trasparente posible. La escritura que ha de servirle como molde debe,
por tanto, ser un vehículo capaz de transmitirle al lector la mayor sensación de
veracidad, precisión e inmediatez posibles.
3. VUELOS Y ATADURAS
I | Escribir creativamente es, sin duda
alguna, un arte. Un difícil y fascinante arte que implica todo un lento y meticuloso
aprendizaje, lo cual a su vez presupone un caudal de experiencias acumuladas, un
manejo ágil de la capacidad inventiva y un uso impecable del lenguaje, instrumento
esencial que permite en última instancia la comunicación más idónea con el lector.
Quienes escribimos como una forma de auscultar
la vida, de entenderla mejor y de hacerla comprender en sus múltiples aristas y
contradicciones mediante una sensibilidad acaso privilegiada dentro de un mundo
mercantilista en el que son otros los temas que parecen obsesionar a buena parte
de los lectores potenciales, debemos estar conscientes de los procesos que permiten
que la buena literatura es lo que es, pese a todos los obstáculos que pueda encontrar
en su camino.
Por supuesto, esta actitud, que a no todos
los escritores preocupa, conlleva una filiación didáctica irrenunciable que tiene
más que ver con el gusto por el análisis de los fenómenos y el deseo de comunicarlos,
que con las bondades de la creación literaria misma, sin renunciar a estos. Y es
que quien esto escribe, además de escritor y promotor cultural es profesor de literatura y conductor durante
muchos años de talleres literarios.
II | En no pocas obras literarias memorables
suele haber, entre otras muchas cosas: breves o largos peregrinajes; fulgores y
rescoldos, simetrías y asimetrías; vuelos y ataduras; cierto tipo de confluencias;
prefiguraciones y transfiguraciones; formas de alebrestar el espíritu o de, apaciguándolo,
sanarlo. Y por supuesto, toda suerte de encuentros y desencuentros que se dan mediante
un sensible rejuego permanente entre personajes, situaciones y ambientes originados
en la imaginación y la memoria, expresados mediante el lenguaje y echados al ruedo
en determinado momento y medida. Por lo general, no todo a un mismo tiempo ya que
la complejidad sería mayúscula y demasiado extensas sus dimensiones gráficas, como
suele ocurrir en ciertas novelas. Pero lo cierto es que tanto en el cuento como
en la poesía hallamos muestras concretas, encarnadas o encriptadas, de estas características.
Puede ocurrir que la elaboración de estas
combinaciones de elementos que terminan formando parte integral de una estructura
básica en la obra literaria en cuestión provengan de una actitud más bien cerebral
o lúdica, aunque igualmente es posible que tengan su origen en la fuerza abrumadora
de las emociones. Sin embargo, saberlas distinguir no importa en lo absoluto cuando
se está en el momento mismo de la creación y la obra empieza a desatarse y fluye
sin remedio. Así, tanto cuando hay un plan
previo en cuanto a la forma de presentar los contenidos, como cuando es la intuición
la que improvisa el despliegue de sus recursos, hay que dejarla expresarse. No hacerlo,
acaso en un afán de entender el proceso de creación mientras sucede, podría muy bien causar que la obra se pasme.
Hay dos pulsiones inmateriales que importan
muchísimo al momento de la creación literaria: la autenticidad, que es de orden interior al formar parte del ser vital
del artista -todo escritor verdadero es un artista- pero se refleja en la obra;
y la verosimilitud, la cual debe surgir
de las entrañas mismas de la obra porque hasta cierto punto la describe, la califica.
A menudo se confunden, acaso porque en verdad se parecen. Y es que lo auténtico
suele ser también verosímil, es decir creíble. En cambio, cuando el lector tiene
la impresión de que en un texto priva el artificio, la fabricación, la impostura,
alguna forma de manipulación para producir determinados efectos, la obra pierde
autenticidad y por tanto credibilidad porque nace la duda, la desconfianza.
Podrá decirse que todo lo creado fuera de
la naturaleza primaria de las cosas es precisamente eso: una impostura, una fabricación
artificial, Pero es que una cosa es una obra artística y otra muy distinta lo que
ha nacido de la naturaleza mediante un proceso biológico que ya nos hemos acostumbrado
a considerar “natural” pero que también viene de una voluntad externa, de una matriz
original (divina o genética).
En todo caso, de una manera u otra siempre
hay un “creador”, y éste es responsable por
su “criatura”. En el ámbito literario, crear una novela, un cuento o un poema donde
antes no había nada es un acto de sabiduría artística, de ingenio, un trabajo de
gestación -planeación y ensamblaje-, que muy posiblemente va a producir una obra.
Finalmente, cabe señalar que independientemente
del género literario en que se escriba, del estilo de cada autor, del tema que la
obra aborde y de las técnicas narrativas o poéticas que se adopten por creerlas
las más convenientes, el texto que resulte debe comunicar una vivencia de la forma
más vívida posible. Debe despertar resonancias personalísimas en el lector, sacudirlo,
hacerlo sentir, pensar. Debe, en última instancia, transformarlo. Para bien o para
mal. Generalmente para bien, aun en las obras más terribles o perversas. Porque
siempre hay un aprendizaje, y éste suele venir de un sacudimiento profundo.
En toda obra literaria memorable hay vuelos
y ataduras. Cosas que nos elevan a las alturas permitiéndonos otear el horizonte,
vislumbrar otras dimensiones, crecernos; y otras que nos atan, nos anclan a la tierra
sin remedio. Paradójicamente, a veces ambas al mismo tiempo, produciéndonos entonces
una desesperante sensación de parálisis, de frustración. Pero lo que no debe ocurrir
nunca, a riesgo de que el escritor no haya sido capaz de ganarse la buena voluntad
del lector, su fidelidad y confianza, y lo pierda para siempre, es que éste permanezca
indiferente ante la obra, incontaminado. O tire el libro tras leer unas pocas páginas,
muerto de aburrimiento.
ENRIQUE JARAMILLO LEVI (Colón, Panamá, 1944). Poeta,
ensayista y director de la revista Maga.
Página ilustrada
com obras de Francisco Baratti (Brasil), artista convidado desta edição de ARC.
Nenhum comentário:
Postar um comentário