1 | La revista de Sarane Alexandrian
Supérieur Inconnu, que desde el año 1995
fue de lo poco valioso que ofreció el panorama cultural europeo, cierra su periplo
con el n. 5 de su tercera serie. En total, 30 nn.: 21 en la primera serie, de 1995
a 2001; 4 en la segunda, 2005-2006; y 5 en la última, 2007-2011. Todos ellos con
una fuerte impronta surrealista.
Este número final, como tenía
que ser, es un homenaje al director de la revista, desaparecido hace ahora dos años.
Lo publica la asociación Les Hommes sans Épaules.
La portada es de Madeleine
Novarina, la que fue compañera de Alexandrian y con quien fue él enterrado. A la
relación entre ambos dedica un bello trabajo Christophe Dauphin, valiéndose precisamente
del título de la obra en portada: Pareja heroica
haciendo frente a todo. Madeleine y Sarane. Y sobre Madeleine leemos unas páginas
del propio Alexandrian: “Madeleine Novarina poetisa”, seguidas de cuatro poemas
de ella. Los textos inéditos de Alexandrian son uno de los mayores
motivos de interés de la revista, entre ellos tres pertenecientes a su libro Ideas para un arte de vivir: “La creación
novelística”, “Ontología de la muerte” y “Consideraciones sobre el mundo oculto”.
Los
otros son unas respuestas fílmicas al sobrino de Madeleine, el experto en sueños
Virgile Novarina (sobre sus novelas, sus ensayos, las revistas Néon y Supérieur Inconnu y sus obras póstumas), y unas páginas en torno a su
pieza teatral Sócrates me ha dicho, escenificada
en 2008.
El número
se abre con el balance que hace César Birène de la propia revista, señalando entre
otras cosas su enfrentamiento al “dogmatismo universitario”, y con la semblanza
esencial que de Alexandrian hace su biógrafo, Christophe Dauphin, a quien debemos
el excelente volumen de la Bibliothèque Melusine Sarane Alexandrian ou Le grand défi de l’imaginaire. Dauphin, además,
es el director de la revista en este número último.
Sobre Alexandrian escriben
artículos y notas Jean-Dominique Rey, Lou Dubois, Jean Binder, Constantin Makris,
Odile Cohen-Abbas, Paul Sanda, Nina Zivancevic, Marc Kober, Barasab Nicolau, Gérald
Messadié, Marc Janson, François Py, Michel Perdrial, Fabrice Pascaud, Jehan Van
Langhenhoven y –desentonando algo– Margaret Montagne. Destaquemos el magnífico abordaje
que hace Paul Sanda de la figura del Maestro desde el esoterismo tradicional, el
estudio de sus escritos de arte por Jean Binder, la narración por Constantin Makris
de una visita con Alexandrian al museo Gustave Moreau y el artículo de Marc Kober,
titulado “La tribuna del sueño”. En el texto de Nina Zivancevic, nos entusiasmamos
al referirnos la intempestiva intervención de Alexandrian en el Centro Comercial
Pompidou, cuando los miserables de turno se permitieron rebajar a Ghérasim Luca:
“¡Ustedes no tienen derecho a vejar a mi amigo! ¡A causa de gente como ustedes,
Luca ha muerto!”. Expulsado del local, Alexandrian se fue con sus acompañantes al
Cavalier Bleu a beber champán. ¡Admirable! ¡Qué bueno es ser un hombre de su envergadura
expulsado de tal lugar!
En forma poética lo homenajean
Matthieu Baumier, Jean Barral, Gwen Garnier-Duguy y Olivier Salon, y en forma epistolar
Jean-Clarence Lambert, Pierre Pinoncelli y Gregoire Lacroix. A su vez, se reproducen
tres cartas a él dirigidas por André Breton, una por Malcolm de Chazal y otra por
Jean Hélion. En este terreno, también hay dos muestras del maravilloso correo de
Lou Dubois, que ha sabido convertir en poesía algo tan banal como el sobre de una
carta amistosa –y además en la era de su desaparición.
Las ilustraciones son numerosas,
sin que falte ninguno de sus últimos amigos (Ljuba, Virginia Tentindó, Miguel de
Carvalho, Lucien Coutaud, Marc Janson, Lionel Lathuille, Myriam Bat-Yosef, Roselyne
Gigot, Olivier O. Olivier, Lionel Lathuille) ni el dibujo de Victor Brauner dedicado
“au Grand Crichant de la demonotalismanie de la dignité poétique Sarane Alexandrian”.
La aguada de Marc Janson lleva por título L’aventure
en soi: hommage à Sarane Alexandrian, y de la espléndida Virginia Tentindó,
aparte la foto de una de sus esculturas, vemos el anillo que hizo para él en el
año 2000.
En suma, el mejor homenaje
imaginable a nuestro querido Sarane Alexandrian.
***
Sarane Alexandrian deja k.o. a Alain Jouffroy
Al llegar
a la página 51 de este homenaje a Alexandrian, uno no da crédito a la inclusión
de una detestable entrevista hecha a Alain Jouffroy sobre Alexandrian. Dechado de bilis
y de rencor, evidencia el deseo por parte del entrevistado de denigrar lo más posible
al que fue su amigo. Aunque Jouffroy aún colaboró en la segunda serie de la revista,
algún comentario nos llegó de que ambos habían tenido una rencilla cualquiera.
Jouffroy lo retrata asistiendo
a las reuniones del grupo surrealista en 1947: “muy burgués, solemne, más bien untuoso,
ceremonioso y muy presuntuoso”. Dice que quería ser Diderot, pero que (por desgracia
para él, a juicio de Jouffroy) no pudo serlo (para nosotros, por fortuna), y lo
acusa a renglón seguido de no haber leído ni a Sartre (¡!) ni a Merleau-Ponty (¡!)
(y de haber leído demasiado tarde a Heidegger...). Parece que estamos ante una página
del profesor Bonnefoy cuando se pone a acusar a Breton de no haber leído esto o
aquello. Y también, como ocurre con Bonnefoy, nos preguntamos si Jouffroy no sabe
lo que es un espejo.
Sigue
su lamento porque haya hablado siempre bien de Brauner (de nuevo le falta el espejo,
ya que su propia crítica de arte está llena de celebraciones) y porque desconociera
“bizarramente” a Bellmer, toda una mentira, ya que incluso escribió una monografía
sobre él. La
miseria continúa al desvalorizar sus libros sobre erotismo: “alimenticios”, a excepción
de Los liberadores del amor. De broche,
critica que Supérieur Inconnu haya sido
demasiado “surrealista”, es decir, lo contrario de lo que otros han dicho. Ni mucho
menos giraba la revista “casi exclusivamente en torno al dadaísmo y al surrealismo”,
algo que por cierto hubiera sido nuestro deseo, ya que, en efecto, la revista se
abría a espacios por completo ajenos al surrealismo. En fin, Alexandrian “soportaba
mal las contradicciones que se le podían aportar”. ¿Y Jouffroy? ¿Cómo ha soportado
que Radovan Ivsic lo haya llamado “criptoestalinista”, o los buenos garrotazos que
se llevó cuando se puso a reconciliar post-mortem a Breton con el infame Louis Aragon?
Uno
se asombra, en medio de la celebración que sus amigos hacen de alguien desaparecido,
por esta malévola entrevista. Pero la explicación llega en el acto. A la página siguiente la tenemos: una soberbia carta de Alexandrian, enviada
en enero de 2007, llamándolo a capítulo y burlándose de él por estar regocijándose
con la concesión de un premio de poesía. Y ahora entendemos que esta entrevista aparezca.
Donde tiene que aparecer.
La carta
de Alexandrian es formidable de cabo a rabo, y es por ello que la he traducido:
“Querido Alain,
A la
vuelta de un tratamiento, encuentro tu mensaje en el contestador automático: «Te
anuncio una buena noticia: acabo de recibir el Premio Goncourt de Poesía». Es sorprendente
que tú puedas imaginar que un hombre como yo, que siempre ha hecho ostentación de
su menosprecio de los premios literarios y admirado a André Breton y a Henri Michaux
por haber rechazado el Gran Premio de Poesía de la Villa de París, que se les quiso
otorgar, pueda considerar como una «buena noticia» tal distinción.
Tanto más que no se trata
del «Premio Goncourt de Poesía» (que no existe), sino de la Beca Goncourt de Poesía,
que atribuye la Academia Goncourt sin financiarla, de tal modo que se la llama también
«Beca Adrien Bernard». Ahora bien, una beca hay que solicitarla (como la Legión
de Honor, que tú quieres hacer creer que la has recibido), y es una ayuda reservada
a un debutante de gran mérito y no a un poeta de 78 años que carece de dificultades
materiales. Tú usurpas pues la ayuda que serviría mejor a un poeta joven y desafortunado,
y no dudas en presumir de ello.
Yo no tengo nada contra los
arribistas literarios, y los habrá tanto como la literatura dure. Pero cuando se trata de un hombre que ha pretendido con énfasis ser un «individualista
revolucionario», y que ha hecho declaraciones altivas contra los que traicionan
a «la revolución», que ha dado lecciones de modernidad íntegra a todo el mundo,
resulta ridículo ir a hacer zalamerías al Centro Nacional del Libro (convertido
en un lugar privilegiado de la podredumbre intelectual, denunciado como tal en el
último editorial de mi revista), para recibir las felicitaciones del gran revolucionario
Robert Sabatier.
Con
todos los esfuerzos que has hecho para triunfar, deberías recibir el Premio Nobel,
como Sully-Prudhomme y Pablo Neruda. ¡Pero no has conseguido sino la Beca Goncourt
de Poesía! Te presento mis condolencias.
Amistosamente,
Alexandrian.”
¡Un brindis de ese oporto
que él siempre tenía en su casa para agasajar a los amigos, por nuestro gran e inolvidable
Alexandrian!
2 |
Es un placer reencontrarnos con el Sarane Alexandrian de siempre,
dos años y medio después de su ausencia física. De él podemos decir lo que él dijo
de Leo Malet, en “Un surrealista no ha muerto”: que “reaparecerá cualquier día,
aquí o en otra parte”. No en vano el título de estas once “Historias extraordinarias”,
publicadas en Éditinter Rafael de Surtis, es L’impossible est un jeu.
Hablamos
de “nuevas historias extraordinarias” porque Alexandrian ya nos había brindado numerosos
relatos extraordinarios, en los que hace el realismo bancarrota, tanto en sus novelas
como en los deliciosos 60 sujets de romans
au goût du jour et de la nuit, verdadero tour-de-force que publicó en el año 2000.
Uno
de los relatos más insólitos del libro es el titulado “Las consultas del doctor
Frangomate”, especialista de la “lectoterapia”. A uno de sus pacientes le receta,
para curar su indigestión cerebral, los cuentos “ultramodernos” del propio Alexandrian,
ya que contienen tres ingredientes muy activos de la “química intelectual”: la “parisina”,
el “humor negro” y la “meta-ironía” duchampiana (“el arte de burlarse fríamente
de todo, no pareciendo que uno se burla de todo”). La combinación de estos ingredientes
daba sin duda el “noa noa” no solo de sus cuentos y hasta de todo lo que escribía
Alexandrian, sino de su propia persona, vigorosamente presente en este conjunto
de relatos.
El doctor
Gildas Frangomate –evocador y superador del Doctor Inverosímil de Ramón Gómez de
la Serna– recibe por las noches y con cita previa. Puede recetar poemas de Hugo,
de Reverdy o de Michaux, los retratos de los héroes de Verne, Los 120 días de Sodoma, “La idea fija” de
Valéry y un largo etcétera. Se burla despiadadamente de sus enemigos, los universitarios
y los críticos literarios, con sus criterios ridículos, como el del estilo o el
de las “generaciones”. Hay también lecturas perniciosas. Así, “Karl Marx, incluso
con solo hojearlo, provoca un estreñimiento intelectual pertinaz, que solo cesa
cuando se hace una cura de Fourier”; “La náusea
de Sartre es un vomitivo más eficaz que la ipecacuana. Es también un abortivo poderoso,
muy recomendable para las interrupciones voluntarias de embarazo. Basta que una
mujer en cinta lea el pasaje en que Roquentin toma conciencia de la «viscosidad»
de la existencia, para abortar a causa de las contradicciones operadas sobre su
matriz por esa evocación lamentable”. ¿Y qué decir de los libros soporíferos, o
sea, de la inmensa mayoría de los libros que edita la humanidad desde el trágico
invento de la imprenta? Que es preciso tener muchísimo cuidado con ellos: “Los libros
soporíferos son innumerables, pero no hay que exceder la prescripción médica. Tres
páginas de no importa qué novela de Marguerite Yourcenar bastan para dormir a quien
sufra de insomnio, pero cuatro páginas lo embrutecen para siempre. Y si uno se lee
la novela entera, corre el peligro de no despertar jamás”.
A la
altura de esta historia se sitúa “El mejor de la clase”, sobre un pobre profesor
enviado a un zoo universitario para darle clases a unos monos. Un colega le ha dicho
que cuánto mejor sería enseñarle a callar a los monos que hablan lenguas humanas
en la ciudad, pero no hay elección. En el aula, el barullo es enorme, ya que poco
interés muestran sus alumnos por entender la poesía de Saint-John Perse. Todos comen
en clase, eructan, se masturban y, como la clase es mixta, hasta las hembras invitan
a los machos a coitos rápidos, recibiendo, en celos especiales, hasta a tres o a
cuatro enamorados. En fin: una “anarquía irreductible”, máxime cuando al fondo hay
siete ruidosos gorilas (uno de los cuales mide 2 metros y pesa 250 kilos). Pero
avanzado el curso, se incorpora un mono zagüí que, para salvación del sufrido maestro,
se le acerca para decirle que él ama a “Chain-Chonn Perche”.
“Los
insulares insólitos” nos lleva a una isla poblada de centauros. El personaje principal
practica el “arte efímero”, pintando sobre la tierra y fotografiando lo pintado,
para luego exponerlo en Europa, del mismo modo que anteriormente dibujaba con tizas
de colores sobre trozos de pizarra. Al encontrarse con el primer centauro, lo fotografía,
pero este reacciona pateándolo. En un vídeo que circula ahora por la red, vemos
a un horroroso occidental, bien provisto de toda su cacharrería tecnológica, encontrarse,
allá por los años 70, con una tribu de la selva que, para su felicidad, no había
visto jamás a un blanco. Por desgracia, en vez de patear al europeo –o, mejor, comérselo–,
lo reciben con curiosidad y hasta acaban engatusados con sus
porquerías industriales. En “Los insulares insólitos”, uno de los centauros se lleva a una de las muchachas –satisfecha con su rapto–, para acabar repudiándola por estar demasiado mal hecha. Volverá preñada, y el protagonista se pone a especular con los beneficios que podrá sacar de su descendencia una vez vuelvan a la civilización. Uno de los mejores momentos del relato es el de la borrachera de los centauros, acompañada de coitos, “algo no visto en los vestigios del arte griego”.
porquerías industriales. En “Los insulares insólitos”, uno de los centauros se lleva a una de las muchachas –satisfecha con su rapto–, para acabar repudiándola por estar demasiado mal hecha. Volverá preñada, y el protagonista se pone a especular con los beneficios que podrá sacar de su descendencia una vez vuelvan a la civilización. Uno de los mejores momentos del relato es el de la borrachera de los centauros, acompañada de coitos, “algo no visto en los vestigios del arte griego”.
En “El
rapto de la Gioconda”, tanto la figura de esta como los personajes de La embarcación para Citérea de Watteau desaparecen
de sus cuadros, y es que, a causa de sus cuerpos fluidos, impalpables y no diáfanos,
los personajes de los cuadros se animan (algo en cambio imposible para las estatuas,
a causa de su material compacto).
En “El
séptimo cielo”, el tanatófono nos pone en comunicación con los muertos, dialogando
su inventor con el mismísimo Napoleón, o más bien recibiendo órdenes suyas. Swedenborg
es aquí nombrado, como en otras páginas Paracelso, Papus, Saint-Simon, Toussenel,
el quiromántico Desbarolles, o no fuera Alexandrian uno de los grandes conocedores
del pensamiento oculto, que irriga muchas de sus creaciones y reflexiones.
Otras
historias muy disfrutables son “El rey de las abejas”, sobre un suero que permite
la transformación en abeja durante un tiempo, y “El asunto del Máscara de Hierro”,
donde un lector sonado le atribuye a Alexandrian obras consagradas de la literatura,
como En busca del tiempo perdido o Madame Bovary.
L’impossible est un jeu lleva un extenso prólogo de Christophe Dauphin, el gran especialista y devoto
discípulo de Alexandrian, y una fina nota final de Dominique Sanda, escrita mientras
contemplaba el Rebis de Maurice Baskine.
En portada, la pintura Inventario de los objetos
bizarros (2011), obra de Ljuba, uno de los artistas amigos de Alexandrian.
*****
Página ilustrada com obras de Singwan Chong li (Chile), artista convidada desta edição.
*****
Agulha Revista de Cultura
Número 107 | Fevereiro de
2018
editor geral | FLORIANO MARTINS
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