segunda-feira, 27 de agosto de 2018

JOSÉ MARÍA PARREÑO | La enciclopedia de la primavera. Naturaleza y conocimiento en Fernando Casás


1. | Gracias a la bipedestación, los homínidos pudieron liberar las manos y en apenas un millón de años, transformarse de herbívoros cazados por otros animales en carroñeros, luego en cazadores incipientes y finalmente en expertos predadores. El tamaño de su cerebro hubo de aumentar, de acuerdo a sus nuevas necesidades, pero al mismo tiempo, el andar erguido de las hembras había estrechado el arco pélvico. El parto se convirtió así en una causa de muerte frecuente, algo muy raro entre los mamíferos. La solución fisiológica fue que los cachorros nacieran menos desarrollados, más pequeños y flexibles, más inmaduros también. Ello hizo necesario un periodo mucho más largo de cuidados e instrucción. El aporte de proteínas que precisa una madre que amamanta a su cría durante dos años es enorme. Imposibilitada por la crianza para la caza, compartir comida se hizo una necesidad perentoria, una de las características de los homínidos, y progresivamente dio lugar a que apareciera entre ellos la cooperación, luego la generosidad y la ternura. La imperiosa necesidad de carne introdujo importantes cambios en la fisiología femenina, pues los machos eran proclives a intercambiar caza por relación sexual. Los etólogos opinan que la selección natural favoreció poco a poco a las hembras que tenían un estro (una disponibilidad sexual) más largo, hasta que finalmente, el celo despareció por completo. Este acontecimiento tenía implicaciones tan importantes como disociar sexualidad de reproducción. Pero ese cerebro de mayor tamaño no fue lo que les hizo superiores, sino su capacidad de compartir información, tanto horizontal (entre coetáneos) como verticalmente (con sus descendientes). Si la evolución no es finalista, si no avanza en una dirección prefijada (esto es materia de creencias) debemos considerar la cultura “sólo” como la solución a un conjunto de problemas, algunos creados por la propia evolución y, en concreto, al de la inmadurez neuronal que sufrían al nacer los homínidos. Otro tanto sucedería con el amor, consecuencia lateral de la asiduidad de los coitos entre una pareja que intercambia comida por sexo. Este sería pues el origen último (y primero) de los Sonetos de Shakespeare, de El beso de Gustav Klimt, del Taj Mahal y de los programas del corazón. Y en todo caso, incluso si la evolución tuviera un rumbo determinado, lo que sabemos es que cualquiera de sus pasos responde a una necesidad exacta, que encuentra así su mejor satisfacción, y no a un fin determinado de antemano.
No, no se han traspapelado las páginas. Este es un catálogo de Fernando Casás, pero si he empezado con esta apretada relación de los primeros pasos de la humanidad ha sido para argumentar que en los seres humanos no hay nada, ni lo más noble ni lo más abyecto, que no responda en último término al imperativo biológica de la especie: perdurar, expandirse. Y así poder preguntar ahora con total exigencia cómo puede conectar con este imperativo la creación artística.

2. | No hay paisaje sin ojo humano que lo contemple. El paisaje no es la naturaleza. Su primera definición, a finales del siglo XVI, en el Lexicon de Guillaume Budé, fue: Paysage: tableau représentant un pays. Entonces ¿tampoco hay belleza sin nosotros? ¿Hay belleza en la gacela para el tigre, en la flor para el insecto? Parecería que en la naturaleza lo bello no es sino lo bueno, lo perfectamente adecuado para un fin ¿De dónde procede pues la inclinación humana hacia la belleza y su empeño en producirla? ¿Cuál es su razón de ser como rasgo de la naturaleza y como apetito humano, sabiendo como sabemos que no habría prevalecido si no fuera útil para la supervivencia de las especies y de nuestra especie? Antes de seguir tenemos que llegar a un acuerdo sobre qué es belleza y creo que podemos aceptar como básicas para ella las nociones generales de ritmo, repetición y armonía. Tanto como un objetivo o como una referencia a transgredir, han sido y siguen siendo condiciones de la obra de arte.
Hasta ahora se ha considerado que la primera manifestación artística del ser humano correspondía a las pinturas rupestres de hace 30.000 años. Y la de su capacidad simbólica a los enterramientos de hace 100.000. Sin embargo, hace un millón de años, el homo erectus ya fabricaba hachas asombrosamente simétricas, trabajadas laboriosamente, que nunca fueron utilizadas. A juzgar por los testimonios de Tautvel o de la Sima de los Huesos en Atapuerca, homínidos muy anteriores al neanderthal desarrollaron un gusto específico por una cierta perfección formal, basada en la simetría. Ya señalé que la simetría es condición de la belleza, por eso son elementalmente bellas las hachas de Tautvel. Sus fabricantes repitieron una de las armonías más frecuentes de su entorno, la del rostro de sus congéneres o las hojas, entre otros muchos ejemplos. Pero ¿por qué éstos individuos fueron favorecidos por la selección? La tesis de Jorge Wagensberg [1] (a quien estoy ahora siguiendo, pues ya ha relacionado estas ideas con la obra de Casás)  es que ellos eran mejores observadores, más capaces de analizar la incertidumbre del entorno y estabilizarla. Y como conclusión: quienes disfrutaban de la belleza estaban especialmente preparados para sobrevivir.
La simetría de eje vertical de los organismos o el ciclo rítmico de las estaciones son rasgos constitutivos de la naturaleza, y existían antes de que un ojo humano los pudiera reconocer y mucho menos admirarse de ellos. Si nos parecen bellos es tal vez porque simetría, ritmo y armonía se convirtieron a través de millones de años de contacto con ellos en signos tranquilizadores, en garantías de que el entorno natural se desarrollaba conforme a las pautas previstas. Quienes eran capaces de detectar estas pautas fueron sin duda los que tarde o temprano quisieron repetirlas en formas tan simples como un hacha simétrica. Es la simetría que identifica el grado de incertidumbre de su entorno. Es el grado de incertidumbre al que la mente, y el cuerpo propietario de ésta, ya se han adaptado. Es el grado de incertidumbre previsible. Por ello, la simetría que representa ese grado de incertidumbre está asociada a que todo va bien  [2]. El gozo por la belleza predispone al gozo por el conocimiento abstracto en tanto que, por decirlo con un ejemplo simple y claro, “el primero que cayó en la cuenta de que la primavera volvía cada año fue probablemente un gozador de la belleza, en particular de la belleza primaveral.” La capacidad estética, propone Wagensberg, precedió a la cognitiva y predispuso al individuo para ella.

3. | Ante las obras de Fernando Casás muchos espectadores se dicen, con estas u otras palabras: esto es un trozo de madera, esto no es una obra de arte. En esta opinión confluyen una serie de nociones arraigadas: una obra  de arte es un artefacto, una construcción humana (cada vez más) sofisticada; y cuanto mayor sea el grado de esfuerzo, de pericia o de originalidad más aumenta lo artístico; a través de la obra el artista expresa su interioridad o experimenta con las formas, los colores o el material utilizado. También hay, lo sabemos, ready mades y objetos encontrados: lo que un ojo reconoce como artístico en medio de la vida diaria, y lo que el artista convierte en arte mediante una sucinta manipulación. Y hay objetos que son arte porque así lo propone el artista. El problema con las obras de Casás es que no encajan del todo en ninguna de estas categorías. Y si las rozan es camino de otro sitio ¿Pero de qué otro sitio?
Lo trataré de situar. Se encuentra, en todo caso, en un ámbito fuera (sería más exacto decir antes) de las convenciones estéticas vigentes, y que reclama para sí un lugar específico, acaso menos vinculado a la historia del arte que a la del conocimiento. Un ámbito también paradójico: si bien el concepto tradicional de arte la configura como lo contrario de la naturaleza, en Casás (como antes en Wagensberg) no se produce contradicción, sino una identidad que veremos hasta qué punto es extrema. Quiero subrayar esas “convenciones vigentes” por cuanto su proyecto, como algunos otros emprendidos en el último cuarto del siglo XX, se desarrolla como una investigación o un testimonio para el que, por exclusión, no tenemos de momento otro marco que la creación artística. El arte mismo vive de estas zonas de indeterminación, siempre que el material pase al ámbito del sentimiento, escriben Deleuze y Guattari [3]. O como ha señalado Edward Lucie-Smith: “El arte ecológico y el land art… forman parte de una creciente tendencia a definir las obras de arte como patrones de pensamiento más que como actos visuales” [4] Y es que creo que es necesario redefinir lo artístico, no ya como la creación de lo bello (o lo antibello) sino como la exploración sensible y emotiva de aquello que es, aunque no está. Casás, en muchas de sus obras, materializa y hace visibles fuerzas y leyes que no lo son: el transcurso del tiempo o la entropía, y también otras cuya existencia la ciencia no reconoce (pero sí nuestra experiencia: son, aunque no están): la sincronicidad o la telepatía. Su proyecto artístico, en este aspecto, trata de hacernos presente, en último término, la energía que sustenta la materia y a través de la que se expresa. Este es, y cada vez con más insistencia a lo largo de los años, el tema de su obra: poner ante nuestros ojos ejemplos singulares del cruce de energías y fenómenos que llamamos vida. Para ello Casás adopta a veces un punto de vista excéntrico a lo humano, por ejemplo presentando muestras del transcurso temporal en entidades tan ajenas a nuestra vivencia del mismo como piedras erosionadas, libros devorados por termitas o árboles de dimensiones irrepetibles. Recuerda así que compartimos con todos ellos la finitud y el deterioro, aunque el paso del tiempo tenga para cada uno significados muy distintos. Y que pertenecemos a la vida, más allá de pertenecer a la humanidad.  Todo esto me trae a la memoria un poema de Wislawa Szymborska [5] que no me resisto a copiar:

APUNTE

Vida: única manera
de cubrirse de hojas,
tomar aliento en la arena,
alzar el vuelo con alas;

ser perro
o acariciar su cálido pelaje;

distinguir el dolor
de todo lo que no lo es;

tener lugar en los hechos,
meterse en las vistas,
buscar el menor de los errores.

Excepcional ocasión
para recordar por un momento
sobre qué se habló
con la lámpara apagada;

y para una vez al menos
tropezar con una piedra,
mojarse con alguna lluvia,
perder la llave en la hierba;

y dirigir la mirada tras una chispa en el viento;

y sin cesar no saber
algo importante.

4. | Desde su origen la obra de arte se ha constituido como artificio, como superación o negación de la naturaleza. Eludir todo lo que pusiera en peligro su ilusionismo era una precaución fundamental. Sólo con la escultura moderna, materiales y tratamientos cobraron un valor que les permitía aparecer como parte integrante de la obra. Un paso más allá se sitúa Casás. Lo que le importa de la naturaleza no es la belleza ni el asombro que el ojo humano pueda encontrar en ella, ni tampoco el testimonio ejemplar de su devastación. Dirige nuestra atención a los procesos de degradación y regeneración que la configuran, a su comportamiento, irreductible a una economía de formas y fuerzas propia de lo humano. Comentando su obra en el contexto de una exposición dedicada a la escultura de vanguardia en madera [6], señalé que lo que le diferenciaba de todo el resto era que Casás no emplea objetos naturales para representar otra cosa, ni siquiera para representar la naturaleza. No la representa, la presenta. No tendría sentido, en su caso, que fuera de otra manera.
Si de todos modos sus obras nos parecen bellas es porque ese grado cero estético que contiene la naturaleza que presenta es, como hemos visto, su fundamento. Con sus obras, Casás no propone objetos bellos, sino lo que nos ha hecho considerar bellos a los objetos. Hay otros artistas contemporáneos que trabajan en la misma dirección: ahí están los cuadrados de polen de Wolfgang Laib, los paneles con variedades de hojas o tierras de Herman de Vries, los paisajes de polvo de Jonathan Callan, por ejemplo. Dar carta de naturaleza artística a actividades que nos relacionan con el medio natural es lo que hacen, cada uno a su manera Richard Long y Hamish Fulton, pero también Alberto Carneiro.
Desde el arte, la naturaleza hoy en día no puede abordarse sino de forma contradictoria y problemática. En primer lugar porque no existe la naturaleza como tal, en el sentido de un ámbito original intacto. Está intervenida en su totalidad, e incluso los espacios más salvajes lo son como resultado de un plan (artificial) de conservación. Por otro lado, su representación entraña siempre un componente ideológico. Basta repasar la historia del paisaje: colonialista-científico, inmobiliario, idealista... La dificultad de representar la naturaleza, además, está inscrita en su pura materialidad: toda representación de la naturaleza es en definitiva una naturaleza muerta. Además, cuando la representamos nos olvidamos de que lo hacemos a su costa. Perejaume, cuyo trabajo versa de forma ejemplar sobre esta problemática, escribía: Devolved el oro a la tierra, esparcid monte arriba el bronce, el mármol y el marfil para que representen aquello que ahora más les falta: el lugar del que salieron.
Entre la narración de Petrarca de su ascensión al monte Ventoux, en abril de 1355 (el primer testimonio escrito de una experiencia placentera del paisaje) hasta las obras de Casás (troncos de árboles centenarios instalados en una sala exposiciones) pasando por Condensation Boxes (1962), de Hans Haacke, hay no sólo una evolución de orden estético sino un cambio del paradigma de nuestra relación con la naturaleza. Uno es el del eficaz depredador al que me refería al principio y otro el de quien defiende los derechos de los animales. Pero el arte no es sólo reflejo de esos cambios del pensamiento o la ética. Ni siquiera lo es en el ámbito científico: en ocasiones las creaciones literarias o plásticas se han adelantado a la ciencia, haciendo verdadero el aserto de Holderlin de que todo lo real tuvo antes que ser imaginado. Las mónadas de Leibniz convertidas en átomos, el lago de metal líquido que atrae a los condenados al centro de la tierra en Dante descubierto como la fuerza de gravedad. O Dios representado en las Biblias miniadas del siglo XII creando el mundo con un compás y un círculo orlado de espuma (ahora sabemos que la circunferencia y el fractal son las dos formas básicas del universo). Como dijo Max Perutz, el descubridor en 1960 de la molécula de la hemoglobina (al comprobar que las esculturas meramente fantásticas de Ettienne Martin, medio siglo antes ya la habían representado): la imaginación del artista anticipa los modelos que el científico descubre en la naturaleza [7]. Y, escribiendo estas líneas, me entero de que los científicos estudian el “algoritmo de la hormiga” derritiendo aluminio en un hormiguero [8] que extraen luego para su análisis. Como hizo Casás en Molde de Formigueiro (1968).

5. | Desde esta perspectiva podemos terminar de situar la obra de Casás. Es decir, entendiéndola como una propuesta de gozo estético que, igual que en la hipótesis de Wagensberg, predispone al conocimiento. Qué es conocimiento y cuál es su fundamento son cuestiones centrales en la filosofía de occidente. En relación con la estética, los pensadores del XIX establecieron diferencias entre el conocimiento propiamente dicho y la sensación, presentada siempre como un saber neblinoso o un primer estadio del pensar. Particularmente, la estética kantiana rechazó el carácter cognoscitivo del placer estético. Pensando en la obra de Casás, hay otros puntos de vista que debemos considerar. Necesidad de lo bello (1977), de H.G. Gadamer es precisamente un alegato en sentido contrario: el arte es también conocimiento. Y esa capacidad cognoscitiva resulta tanto más evidente en un arte no referencial (o sólo referido a sí mismo) como el arte moderno. Gadamer afirma que “para nuestra sensibilidad más natural, al concepto de lo bello pertenezca el que no pueda preguntarse por qué gusta. Sin ninguna referencia a un fin, sin esperar utilidad alguna, lo bello se cumple en una suerte de autodeterminación y transpira el gozo de representarse a sí mismo”. En su prólogo a dicho libro, Argullol [9] señala: 
“El arte clásico no posee conciencia de arte (a no ser extrínseca, es decir, para nosotros) mientras que sólo el arte moderno, al ser posterior a la muerte del arte, al no ser, o al no poder ser, otra cosa que autoconsciente, está en condiciones de habitar libremente la belleza”. La belleza libre como base de la experiencia estética alumbraría la senda de un arte, el moderno, que crece en la constancia de su autosuficiencia como arte. Gadamer se acogerá a la sugerencia platónica del Fedón, de la unidad  de una percepción espiritual de lo bello y el orden verdadero del mundo: el sentimiento de lo bello es la evocación de un orden íntegro posible. Pensar hoy en “un orden íntegro posible” es, como ha sido siempre, puro idealismo. La identidad clásica de belleza, bondad y verdad ha sufrido toda clase de averías. Y sin embargo… Y sin embargo, el shock de la belleza. Y sin embargo, el problema de representar la belleza ¿Por qué una postal del atardecer es estéticamente repugnante y un atardecer real no? ¿Tiene algo que ver con la verdad de uno y otro? La obra de Casás no podría trasmitir lo que dice de la naturaleza si no le permitiera a ella misma contarlo. Su trabajo es dejarla a solas con el espectador. Aislar determinadas manifestaciones para permitirnos, como en el caso del homo erectus, que mediante su observación surja en nosotros la posibilidad de conocer ¿Pero conocer qué? Tampoco aquellos homínidos de Tautvel lo sabían.

NOTAS
1. La rebelión de las formas. Tusquets, 2004. Ver “Epílogo”. Y también, en el catálogo de Fernando Casás, Arqueología del no lugar, 2004, su contribución: “Lo bello y lo inteligible”.
2.  Ibídem, p. 290.
3. Qué es filosofía, Anagrama, 1993,p. 163 y ss.
4. Diálogos Arte y Naturaleza. Fundación César Manrique, 2005, p. 13.
5. Instante. Igitur, 2004. p. 67.
6.  Un bosque en obras. Vanguardias de la escultura española en madera. Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, 2000. p. 62 y ss.
7.  Martin Kemp. Visualizations The nature book of Art and Science. The University of California Press, 2000. p 121.
8.  Se utiliza para encontrar el camino más corto entre dos puntos de un dédalo. Su tecnología se ha implantado en el correo de Dinamarca.
9. La edición española es de Paidós, 1991.


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JOSÉ MARÍA PARREÑO | Poeta, escritor, ensayista y crítico de arte. Profesor en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Coordinador de Literatura en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, subdirector y luego director del Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, Segovia. Consejero de la Fundación Villala. Como crítico es colaborador de El Cultural, ABC y El País. Autor de diferentes libros, como: Las guerras civiles; Diário de un antipático;  Las reglas del fuego.

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Edição a cargo de Floriano Martins e Mina Marx. Agradecimentos a Fernando Casás e todos os ensaístas aqui presentes.

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Agulha Revista de Cultura
Número 117 | Agosto de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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