CARLOS
RICCARDO | Visiones de Jacobo Fijman
Singularidad que radica no sólo en la materia de sus imágenes, en la potencia
de su poesía naturalmente sobrenatural, o en el destino de soledad que la enhebra
con los giros dolorosos de su propia vida sino, y sobre todo, en la autenticidad
que ese camino –el más alto- implicó para él mismo. Fijman es uno de aquellos horribles
trabajadores que anunciaba Rimbaud, que llegan hasta regiones desconocidas para
mostrarnos algo oculto, desapercibido, aunque sea una alucinada verdad. Y esta es
la segunda paradoja: que la poesía, guiada incluso por la locura, y a pesar de ella,
de su costo irremediable y de su padecimiento, puede acercarnos un poco más de realidad.
No hay ningún equívoco en esto: Fijman es poeta a pesar de la locura
y Molino Rojo –el antecedente natural, casi secreto, del surrealismo argentino-
es el libro de ese vértigo; punto de encuentro de todas las visiones, del sarcasmo
al que ha sido sometido por azar biológico, del horror de la noche encendida por
lo absurdo, de la angustia de las apariencias que entornan lo real con sus máscaras
desafinadas y grotescas. Frases fragmentadas, estados-palabras en un ritmo giratorio,
roto por lo visual –hasta los oídos están perforados de imágenes-, por una sensibilidad
exasperada que ha encontrado en la sinestesia la conciencia pánica, es decir,
no sólo el ánimo de lo inanimado, sino las correspondencias, la fusión de los sentidos
en el brote descarnado del mundo.
Éste es el sub-cristal (Brilla
el cristal de mi locura), esa mirada desellada, sin párpados, que no puede dejar
de ver –percepción pura-, que no puede dejar de oír, que no puede dejar de padecer
su destino. Y esto es, pronto se lo comprende, también el sub-drama, la tragedia
personal por debajo de la gran tragedia del mundo, de la humanidad expuesta a un
dolor sin remedio, a una locura de la realidad que parece llover sin latitud desde un silencio eterno.
¿Podemos acaso llamar a esto irrealidad? Sí, si por realidad entendemos sólo
el aspecto de las cosas que nos tranquilizan dentro de los campos o estructuras
normales, acotadas y socialmente aceptadas.
Fijman, el poeta, lo sabe con una claridad que difícilmente podemos identificar
con delirios psicóticos; en todo caso, lo comprende de una forma tan radical en
sí mismo –El Otro, Cena, Velada, por ejemplo, son poemas tan lúcidos– que es necesario dudar
de los diagnósticos clínicos y otorgarle a él el valor de lo que dice acerca de
su sufrimiento y de lo que su mirada muestra sobre nuestra realidad.
Ahora bien, una realidad así –la de la desolación, la angustia, el pavor
encarnado- debe transformarse, y esta premisa es la que entrelíneas nos hace descubrir
lo que en su vida Fijman ha de resolver con un gesto fundamental e irreversible
–podría agregar incomprensible para muchos de nosotros- después de una nueva crisis
personal: su conversión al catolicismo. Resulta que el bautismo lava el espíritu,
cura a partir de la creencia de la posibilidad de un cambio, promete mediante la
fe, algo como una salvación, un consuelo y una responsabilidad indisociable de la
entrega del alma, ya que convertirse significa, sobre todo, aceptar y ser ese crucificado
que, en su sacrificio, redime al mundo.
Esto será claramente comprendido en Estrella de la Mañana, el último
libro por él publicado, en tanto que Hecho de Estampas –editado en esta época–
aparece no sólo como el velado reflejo del giro que se ha operado en su vida sino
como la prosecución del camino, solitario, que lleva a Jacobo Fijman desde la visión
a la misión. Desde la perspectiva que nos dan los años transcurridos, la larga dedicatoria
a sus viejos compañeros martinfierristas con la que se abre esta obra suena más
a una despedida que a un homenaje.
Se podría decir que Hecho de Estampas es una temporada en el purgatorio
o el tiempo de la adolescencia en Dios.
Estación de la espera, donde la noche oscura
sigue encerrada en sus pasos, pero en la que, a la vez, siente venir el fresco gusto del alumbrar; libro
de cruce y de pasaje entre la vida eterna, prometida en la muerte, y la vida –prometida
de la muerte– que deja atrás. Catorce estampas que, en un claroscuro bello y triste,
como de sueño o de pintura religiosa, muestran el rastro de una nueva Pasión (Yo me veo colgado como un cristo amarillo sobre
los vidrios pálidos del mundo o Dios pesa),
catorce cuadros de una exposición a la luz del dolor y la fe. Caer, cavar, bajar
son los verbos que se suspenden en esta muerte. Sin embargo, ésta es ante todo un
estado de vigilia, de espera, de advenimiento: la zona en que toman forma los símbolos
de una esperanza recién nacida: una escondida
estrella arrima su sosiego.
* * *
Estrella de la Mañana –esta Estrella que según Fijman
es la encarnación del Verbo– es tanto un punto de arribo como de comienzo, habla
tanto de la muerte como de un renacer: estado de gracia que se alcanza sólo por
un absoluto despojamiento, de la visión desolada, y de las palabras que hasta aquí
lo sostenían en el mundo y en la vida:
Los ojos mueren en la visión desnuda de carne y de palabras.
Los ojos son el vehículo esencial en la poesía de Jacobo Fijman. A través
de ellos la obra vuelve a ser mirada y se transforma. Si Molino Rojo es la
realidad alucinada y giratoria, fijada en poemas; Hecho de Estampas es el
tránsito inmóvil de la mirada hacia lo vislumbrado más allá de las palabras. Los
ojos trazan un recorrido que va del signo al símbolo, de la locura a la mística,
avistan las distintas zonas de pasaje de ese alto camino desierto que en Estrella
de la Mañana florecerá en puro canto.
Los poemas de Estrella de la Mañana bordean el misterio del alumbramiento,
en el que la sustancia renace en la esencia, cuerpo de luz; punto de nada donde
la gracia toca y que después se revela como la fuente donde han sido lavados los
ojos, contemplación absorta de sentido:
La gracia limpia mis ojos en la gracia, mis ojos alumbrados en el Nombre.
El cisne se ha convertido en un cordero de Dios, dará testimonio de su transformación
en un canto de alabanza, no exento de la memoria del dolor –incluso por momentos
ese canto allí se abisma, en un reflejo del pavor real de la vida vivida aquí-,
ya que el dolor, la soledad, la muerte, es decir, lo humano, es la condición necesaria
para la redención por amor que Cristo significa. Es importante remarcar esta significación
del amor, ya que por su intermedio, por el renunciamiento que ello implica, el alma
del hombre es redimida y puede reordenar el sinsentido en una especie de perfección
trascendente:
Alma mía somos en Dios desnudez ordenada.
Desnudez de la carne, en este reino ya no hay máscaras, desnudez de los ojos
perdonados, enamorados ahora, sostenidos en la perfección del estado divino; desnudez
de la desnudez que conlleva la libertad del renunciamiento total del hombre en nombre
de esa promesa de redención y sosiego que la más absoluta comunión con Dios significa:
Y hecho he sido en lo interior de todo y nada.
* * *
Diez años después
de la publicación de Estrella de la Mañana es internado en el Borda, definitivamente.
Se alega una nueva crisis espiritual; se le suma la pobreza. A estas alturas se
puede entrever el conflicto que la presencia de este auténtico poeta causó en los
círculos literarios; este loco de bondad –judío entre los católicos, cristiano entre
los judíos- en el seno de la iglesia y en los perversos sistemas de salud y represión.
Pero el conflicto, en realidad, señala la hipocresía anidada en los circuitos sociales,
literarios, hospitalarios, –que juzgan la propiedad (mental y material) como requisito
de pertenencia–, la que ha impedido a la crítica, a la iglesia, a la psiquiatría,
darle a este hombre que sólo cometió pecados
de lengua el lugar y el trato que merecía. En cambio, lo único que pudo hacer
con él fue arrojarlo a una marginalidad avergonzante.
La mucha luz alaba su inocencia.
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Fortaleza CE Brasil 2021
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