sexta-feira, 20 de novembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Jacobo Fijman

CARLOS RICCARDO | Visiones de Jacobo Fijman

 


Demencia –comienza Canto del Cisne-: el camino más alto y más desierto. Son los primeros versos de Molino Rojo, el primer libro de Jacobo Fijman, pero este cisne se parece más al de Baudelaire imprecando al cielo (o al Albatros entre los muros del hospicio), que al de Rubén Darío que ya está muerto. Y no hay a quien llamar en este desierto donde se cambiaron las burlas por los electro-shocks y las quemaduras en el pico por unas groseras manos en el cuello. Sin embargo, primera paradoja, este canto que, se dice, remeda metafóricamente al ocaso del genio es el inicio de una de las obras más singulares de la poesía argentina.

Singularidad que radica no sólo en la materia de sus imágenes, en la potencia de su poesía naturalmente sobrenatural, o en el destino de soledad que la enhebra con los giros dolorosos de su propia vida sino, y sobre todo, en la autenticidad que ese camino –el más alto- implicó para él mismo. Fijman es uno de aquellos horribles trabajadores que anunciaba Rimbaud, que llegan hasta regiones desconocidas para mostrarnos algo oculto, desapercibido, aunque sea una alucinada verdad. Y esta es la segunda paradoja: que la poesía, guiada incluso por la locura, y a pesar de ella, de su costo irremediable y de su padecimiento, puede acercarnos un poco más de realidad.

No hay ningún equívoco en esto: Fijman es poeta a pesar de la locura y Molino Rojo –el antecedente natural, casi secreto, del surrealismo argentino- es el libro de ese vértigo; punto de encuentro de todas las visiones, del sarcasmo al que ha sido sometido por azar biológico, del horror de la noche encendida por lo absurdo, de la angustia de las apariencias que entornan lo real con sus máscaras desafinadas y grotescas. Frases fragmentadas, estados-palabras en un ritmo giratorio, roto por lo visual –hasta los oídos están perforados de imágenes-, por una sensibilidad exasperada que ha encontrado en la sinestesia la conciencia pánica, es decir, no sólo el ánimo de lo inanimado, sino las correspondencias, la fusión de los sentidos en el brote descarnado del mundo.

Éste es el sub-cristal (Brilla el cristal de mi locura), esa mirada desellada, sin párpados, que no puede dejar de ver –percepción pura-, que no puede dejar de oír, que no puede dejar de padecer su destino. Y esto es, pronto se lo comprende, también el sub-drama, la tragedia personal por debajo de la gran tragedia del mundo, de la humanidad expuesta a un dolor sin remedio, a una locura de la realidad que parece llover sin latitud desde un silencio eterno.

¿Podemos acaso llamar a esto irrealidad? Sí, si por realidad entendemos sólo el aspecto de las cosas que nos tranquilizan dentro de los campos o estructuras normales, acotadas y socialmente aceptadas. Fijman, el poeta, lo sabe con una claridad que difícilmente podemos identificar con delirios psicóticos; en todo caso, lo comprende de una forma tan radical en sí mismo –El Otro, Cena, Velada, por ejemplo, son poemas tan lúcidos– que es necesario dudar de los diagnósticos clínicos y otorgarle a él el valor de lo que dice acerca de su sufrimiento y de lo que su mirada muestra sobre nuestra realidad.

Ahora bien, una realidad así –la de la desolación, la angustia, el pavor encarnado- debe transformarse, y esta premisa es la que entrelíneas nos hace descubrir lo que en su vida Fijman ha de resolver con un gesto fundamental e irreversible –podría agregar incomprensible para muchos de nosotros- después de una nueva crisis personal: su conversión al catolicismo. Resulta que el bautismo lava el espíritu, cura a partir de la creencia de la posibilidad de un cambio, promete mediante la fe, algo como una salvación, un consuelo y una responsabilidad indisociable de la entrega del alma, ya que convertirse significa, sobre todo, aceptar y ser ese crucificado que, en su sacrificio, redime al mundo.

Esto será claramente comprendido en Estrella de la Mañana, el último libro por él publicado, en tanto que Hecho de Estampas –editado en esta época– aparece no sólo como el velado reflejo del giro que se ha operado en su vida sino como la prosecución del camino, solitario, que lleva a Jacobo Fijman desde la visión a la misión. Desde la perspectiva que nos dan los años transcurridos, la larga dedicatoria a sus viejos compañeros martinfierristas con la que se abre esta obra suena más a una despedida que a un homenaje.

Se podría decir que Hecho de Estampas es una temporada en el purgatorio o el tiempo de la adolescencia en Dios. Estación de la espera, donde la noche oscura sigue encerrada en sus pasos, pero en la que, a la vez, siente venir el fresco gusto del alumbrar; libro de cruce y de pasaje entre la vida eterna, prometida en la muerte, y la vida –prometida de la muerte– que deja atrás. Catorce estampas que, en un claroscuro bello y triste, como de sueño o de pintura religiosa, muestran el rastro de una nueva Pasión (Yo me veo colgado como un cristo amarillo sobre los vidrios pálidos del mundo o Dios pesa), catorce cuadros de una exposición a la luz del dolor y la fe. Caer, cavar, bajar son los verbos que se suspenden en esta muerte. Sin embargo, ésta es ante todo un estado de vigilia, de espera, de advenimiento: la zona en que toman forma los símbolos de una esperanza recién nacida: una escondida estrella arrima su sosiego.

 

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Estrella de la Mañana –esta Estrella que según Fijman es la encarnación del Verbo– es tanto un punto de arribo como de comienzo, habla tanto de la muerte como de un renacer: estado de gracia que se alcanza sólo por un absoluto despojamiento, de la visión desolada, y de las palabras que hasta aquí lo sostenían en el mundo y en la vida:

 

Los ojos mueren en la visión desnuda de carne y de palabras.

 

Los ojos son el vehículo esencial en la poesía de Jacobo Fijman. A través de ellos la obra vuelve a ser mirada y se transforma. Si Molino Rojo es la realidad alucinada y giratoria, fijada en poemas; Hecho de Estampas es el tránsito inmóvil de la mirada hacia lo vislumbrado más allá de las palabras. Los ojos trazan un recorrido que va del signo al símbolo, de la locura a la mística, avistan las distintas zonas de pasaje de ese alto camino desierto que en Estrella de la Mañana florecerá en puro canto.

Los poemas de Estrella de la Mañana bordean el misterio del alumbramiento, en el que la sustancia renace en la esencia, cuerpo de luz; punto de nada donde la gracia toca y que después se revela como la fuente donde han sido lavados los ojos, contemplación absorta de sentido:

 

La gracia limpia mis ojos en la gracia, mis ojos alumbrados en el Nombre.

 

El cisne se ha convertido en un cordero de Dios, dará testimonio de su transformación en un canto de alabanza, no exento de la memoria del dolor –incluso por momentos ese canto allí se abisma, en un reflejo del pavor real de la vida vivida aquí-, ya que el dolor, la soledad, la muerte, es decir, lo humano, es la condición necesaria para la redención por amor que Cristo significa. Es importante remarcar esta significación del amor, ya que por su intermedio, por el renunciamiento que ello implica, el alma del hombre es redimida y puede reordenar el sinsentido en una especie de perfección trascendente:

 

Alma mía somos en Dios desnudez ordenada.

 

Desnudez de la carne, en este reino ya no hay máscaras, desnudez de los ojos perdonados, enamorados ahora, sostenidos en la perfección del estado divino; desnudez de la desnudez que conlleva la libertad del renunciamiento total del hombre en nombre de esa promesa de redención y sosiego que la más absoluta comunión con Dios significa:

 

Y hecho he sido en lo interior de todo y nada.

 

* * *

 

Diez años después de la publicación de Estrella de la Mañana es internado en el Borda, definitivamente. Se alega una nueva crisis espiritual; se le suma la pobreza. A estas alturas se puede entrever el conflicto que la presencia de este auténtico poeta causó en los círculos literarios; este loco de bondad –judío entre los católicos, cristiano entre los judíos- en el seno de la iglesia y en los perversos sistemas de salud y represión. Pero el conflicto, en realidad, señala la hipocresía anidada en los circuitos sociales, literarios, hospitalarios, –que juzgan la propiedad (mental y material) como requisito de pertenencia–, la que ha impedido a la crítica, a la iglesia, a la psiquiatría, darle a este hombre que sólo cometió pecados de lengua el lugar y el trato que merecía. En cambio, lo único que pudo hacer con él fue arrojarlo a una marginalidad avergonzante.

 

La mucha luz alaba su inocencia.  


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



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