Ser o no ser ¿qué ser?
En agosto de 2010 -el 21 para ser preciso-, Carlos Puig escribía en el diario El Milenio “La colombianización que sí necesitamos” para destacar un proceso de democratización de la sociedad colombiana, la aparente disminución de la violencia y un crecimiento económico mayor que el de México. Nada difícil si se tiene claro que éste, México, fue el país de menor crecimiento y de mayor pauperización de toda América Latina, además de la explosión violenta que ha recrudecido en los años más recientes, no sólo entre en el narco y el crimen organizado, sino como derivación también de la delincuencia común. Colombia da señales de avance y México de decadencia. Al redactar estas líneas, vivimos la noticia del asesinato de 72 migrantes en Tamaulipas por el grupo criminal Los Zetas. No destapa la cloaca, pues ya estaba abierta; simplemente genera arcadas por la putrefacción que impera en México. No es noticia, ya se sabe: policías y ladrones son aliados. Un amigo me contaba cómo, cuando niño, vivió la ilusión de la lucha libre, dividida en Rudos y Técnicos. Pensaba que unos representaban las trampas y el mal y otros, la limpieza y el bien. Un día fue a los camerinos y vio dos puertas con sendos títulos: “Rudos” y “Técnicos”. Su decepción fue tremenda al descubrir que ambas puertas comunicaban al mismo cuarto: la división era una farsa.
Cuando se han empleado comparaciones peyorativas -colombianizar, afganizar, paquistanizar, ahitizar, iraquizar-, México, en realidad, está mexicanizándose: lo peor de sí mismo, de su sociedad, sale a flote. Somos resultado de siglos de injusticia social, inequidad, corrupción; de ausencia de un estado de derecho, del dominio de una cultura que prioriza ser “vivo” antes que ser profesional y ético, ser tramposo y simulador antes que honesto y auténtico. En Colombia, hay un chiste que algunos intelectuales cuentan para burlarse de una supuesta falta de identidad o para ponerle humor a la desgracia: “Los aristócratas colombianos quieren ser europeos; la clase media, gringa y los pobres, la gran mayoría, quieren ser mexicanos”. Mexicanos, claro, de película de Jorge Negrete y Pedro Infante. Algunos agregan que los mexicanos, por su parte, sólo quieren ser una cosa: no ser mexicanos.
Hasta hace algunos años, México era un referente –con todos sus vicios y defectos-- de nación y de sociedad con certidumbre institucional en América Latina; era el hermano mayor, culturalmente hablando. En casi toda Latinoamérica, los golpes militares segaron los caminos de la democracia y engendraron las guerrillas; algunas, como Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc), la más longeva de este continente, fundada en 1964 como derivación de las guerrillas que en 1953 depusieron las armas ante la amnistía decretada por el general Gustavo Rojas Pinilla. Las farc tuvieron tal fuerza que controlaron territorios conocidos como “zonas liberadas”, es decir, un estado dentro del Estado; además, por su influencia, en 24 de los 32 departamentos que constituyen la república de Colombia. Se dice que en la actualidad posee un ejército de 8 000 miembros, la mayoría menores de 20 años de edad y reclutados por la fuerza; otras fuentes señalan hasta 16 000 elementos.
Colombia fue un Estado dividido o amagado por otras fuerzas, además de la guerrilla, como los paramilitares y la delincuencia organizada, específicamente el narco y los secuestradores. En su novela Los Ejércitos, el escritor colombiano Evelio Rosero describe el grado de terror y descomposición social, la locura sangrienta que imponen todos los grupos armados sobre la población, el ejército, la guerrilla, el narco, los paramilitares. Los más pobres son siempre las víctimas de esa disputa por el poder político y el control económico. Recientemente, el nuevo presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, lanzó la advertencia que desaparecería a la guerrilla por la vía del diálogo o de la fuerza. Santos es autor del libro Jaque al terror: los años horribles de las farc (Planeta, 2009), prologado por Carlos Fuentes, en donde describe su lucha contra dicha organización militar. Por otro lado, como Ministro de Defensa, fue el responsable del ataque aéreo al campamento de las farc en territorio ecuatoriano, por el que murieron varios jóvenes mexicanos.
El juego de la democracia
Para argumentar en favor de su política y de los candidatos a la presidencia afines a ésta, el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez declaró, en un lenguaje campirano lo siguiente: “Si una gallina está echada, culeca, con unos huevitos, y uno le cambia de gallina a esos huevos, es muy posible que esos huevos, en lugar de sacar pollitos, se enguaren”. No obstante que la Corte Suprema de la Nación impidió las aspiraciones de uribistas de reelegirse por tercera ocasión y el presidente Santos parece poner distancia de su predecesor, con acciones como el rápido acuerdo diplomático con el venezolano Hugo Chávez, con quien se había llegado a una pésima vecindad y se batían los tambores de la guerra. Hay una opinión generalizada de que Juan Manuel Santos, quien ganó la segunda vuelta, con 68.9% de votos, al ex alcalde de Bogotá y ex rector de la Universidad Nacional, Antanas Mockus, garantiza la continuidad de las políticas anteriores y, de algún modo, la protección judicial del ex presidente.
Durante las pasadas elecciones, entrevisté al senador por el Polo Democrático Alternativo, el arquitecto Jorge Enrique Robledo, a quien se considera uno de los parlamentarios más lúcidos y brillantes, además de poseer una trayectoria intachable en la oposición política a los gobiernos de su país, en particular a Álvaro Uribe. Robledo no cree en un cambio de rumbo y asevera que Juan Manuel Santos Calderón es parte de la oligarquía colombiana, del criollismo poseedor de la política, la economía y los medios. Juan Manuel Santos pertenece a la acaudalada familia dueña del periódico El Tiempo, uno de los dos diarios nacionales del país -el otro es El Espectador-. Santos, por otro lado, fue ministro de Hacienda con Andrés Pastrana, y de Defensa con Uribe, a quien sus contrincantes políticos lo vinculan con la existencia y operación de grupos paramilitares. Nada menos, su hermano, Santiago Uribe, fue acusado en Argentina, durante el proceso electoral reciente, por un ex oficial de policía, Juan Carlos Meneses, de ser creador en Antioquia del grupo “Los 12 apóstoles”, un sanguinario comando paramilitar. La denuncia, al parecer, no trascendió a los tribunales.
Las señales de distancia de Santos con respecto de Uribe hacen sospechar a muchos sobre la autoría del reciente bombazo en las instalaciones de Radio Caracol, días después de la rehabilitación de la relaciones entre Colombia y Venezuela. Según Carlos Naranjo, integrante del Comité Directivo Nacional del Polo Democrático, no hay duda de que se trata de una acción de la ultraderecha para recordar su fuerza y su presencia.
Carlos Naranjo responde a la pregunta sobre la importancia de las relaciones entre ambos países y el beneficio político para Santos y no para Uribe, quien hizo todo lo posible por reventar la frontera con Venezuela: “Creemos que el acercamiento diplomático entre Santos y Chávez es positivo para los dos países y los dos pueblos: gobiernos de ideologías diferentes pueden convivir en paz si respetan entre sí la autodeterminación y la soberanía y se mantienen relaciones de beneficio recíproco. En el caso de Colombia y Venezuela es aún más necesario por la historia común, los miles de kilómetros de frontera, el intercambio comercial de siglos y los miles de inmigrantes que comparten. La distancia verdadera entre ellos, Uribe y Santos, es sobre lo formal, lo aparente, los modales, etcétera. Pero en lo fundamental están identificados: la política económica y social, la dependencia frente a Estados Unidos, el servicio al capital financiero y a las transnacionales. Ambos son representantes de la oligarquía colombiana”.
Fernando Herrera, poeta, gestor cultural y representante de artistas plásticos, opina que el bombazo proviene de los sectores más retardatarios del ejército para patentizar su respaldo al uribismo. “Santos ha querido distanciarse diametralmente de Uribe en un par de cosas. Una de ellas, y no la menos importante, son las relaciones internacionales, pues ha nombrado una canciller de lujo, María Ángeles Holguín. Ambos países se necesitan y ese tipo de asuntos se llevan apelando a un viejo asunto de hipocresía y buenas maneras llamado diplomacia; no se puede andar de camorra todo el día con el vecino.”
Para Omar Ortiz, abogado, escritor, periodista y profesor de la Universidad Central del Valle de Cauca -región originaria del paramilitarismo (los chulavitas) y asiento de la guerrilla durante años-, luego del desempeño beligerante de Uribe con Chávez, urgía replantear el deterioro de las relaciones, en especial, por la grave crisis económica que el conflicto diplomático generaba en las poblaciones de frontera. “Recordemos que la canciller nombrada por Santos tiene, de vieja data, magníficas relaciones con el jefe de estado venezolano -puntualiza Omar Ortiz-; su nombramiento suscitó las iras del sector ‘furibista’ a tal punto que Uribe precipitó un tropiezo sin precedentes en el manejo de su política exterior, lo que llevó al rompimiento de relaciones por el refrito que montó el gobierno saliente ante la oea, acusando a su par de Venezuela de ser auxiliador de las farc. Se imponía para los uribistas dejar sin piso cualquier futuro entendimiento entre los dos gobiernos, lo que por fortuna no se dio.”
A propósito del supuesto silencio de Santos en el tema del paramilitarismo, Omar Ortiz, difiere y señala que el actual gobierno sí mencionó al paramilitarismo como una fuerza enemiga del Estado. “Sólo hay que recordar que la ley de recuperación de tierras que anuncian tanto el Ministro del Interior, como el de Agricultura -agrega el abogado y escritor colombiano- tiene como base devolver a los campesinos los campos cultivables que actualmente están en manos de narcotraficantes, paramilitares y sus testaferros. Hay la percepción de que las imposibilidades de este propósito reparador tienen que ver con la entrega de poder político que hizo el gobierno de Uribe al sector paramilitar y a sus secuaces, tanto a nivel nacional, en el Congreso y a nivel regional, en alcaldías, gobernaciones y corporaciones de preservación y protección del medio ambiente. Uribe aparecía ante la opinión pública nacional e internacional como un adalid de los derechos de los campesinos despojados y desplazados, mientras en privado blindaba a los usurpadores de cualquier tentativa jurídica de expropiar sus mal habidos bienes.”
El comercio
El senador Robledo sintetiza la política de Santos y de Uribe inscrita en el Consenso de Washington, es decir, del neoliberalismo que exige tratados de libre comercio desiguales e injustos. Para él, las asimetrías de países como Colombia y México con Estados Unidos y Europa son determinantes para firmar acuerdos de jinete y mula, “donde ellos son el jinete y nosotros la mula”. Ello implica la entrega de los mercados internos a las grandes trasnacionales y a los monopolios locales, la llamada apertura de las economías donde los países pobres no pueden generar tecnología, porque son consumidores de ésta y sólo pueden ofrecer sus productos básicos y su mano de obra, pero sin que ésta tenga la libertad de emigrar. Para él, no es necesario impedir la generación de determinados productos industriales, como sucedió con la España colonial, que prohibió el cultivo de la vid y los olivos en sus colonias. Ahora simplemente se les aplican cargas arancelarias y trabas que impiden la exportación de sus productos, la asfixia de las empresas nacionales. A Colombia le esperan tratados comerciales con Europa y Estados Unidos.
“Es paradójico que nos vendan fórmulas que ellos no siguieron -argumenta el líder parlamentario y catedrático en la Universidad Nacional de Colombia-. Son los países más pobres, como Angola, por ejemplo, donde las importaciones representan lo contrario, 80% de su economía. En ese sentido, hay globalizadores y globalizados. Los primeros nos dicen que hagamos justo lo que ellos no hicieron para desarrollarse. Su desarrollo no obedece a Tratados de Libre Comercio, sino a políticas de protección de su economía y a relaciones internaciones, en una combinación adecuada y con una apertura que les conviene. Europa ni Estados Unidos se abren al agro, por ejemplo; tienen subsidios descomunales para la agricultura y para la industria. Nos venden el libre comercio montado en una mentira. Para Colombia, es un desastre esa fórmula comercial, porque nos arrebatan la potencialidad. Es decir, el problema del porvenir no es de pobres y de ricos, sino de potencialidad. Si usted es rico, pero no genera más riqueza, se empobrece; si usted es pobre, pero es capaz de producir riqueza, tiene la esperanza de remontar la pobreza. Pero sin potencialidad, nos quedamos sin futuro, sin posibilidad de generar riqueza.”
Bases militares
Uno de los conflictos más intensos en la perspectiva democrática es el de su soberanía. La presencia de siete bases militares de Estados Unidos en suelo colombiano es una de las causas de mayor activismo político de la oposición. Durante este mes de agosto, la Corte Constitucional falló en contra de la presencia de dichas bases militares en su país, declarando dicho acuerdo como inconstitucional por afectar la soberanía colombiana. La Corte no había podido hacer nada en ese sentido durante la administración de Uribe, porque éste no lo sometió a voto de dicho organismo judicial. No obstante, la presencia militar estadounidense en su territorio parece inevitable durante muchos años, con o sin acuerdo. Aún falta ver si el presidente Santos lleva al Congreso la discusión sobre el tema; pero, si ello ocurriera, la mayoría oficialista aprobaría de manera holgada la iniciativa por mantener allí las fuerzas armadas de Estados Unidos. Lo contrario significaría un cambio radical de política con respecto de su antecesor en el ámbito de la soberanía y la relación con sus vecinos, que se sienten amenazados por las fuerzas armadas de Estados Unidos en una región estratégica, como es Colombia, pues no creen que la causa real sea el apoyo en la lucha contra el narcotráfico.
El Estado de Derecho
A diferencia de México, en Colombia, como en otros países de América Latina, hay mucho resentimiento hacia las fuerzas del orden y los aparatos de impartición de la justicia; pero el índice de corrupción en sus filas es mucho menor y hay mayor credibilidad y confianza en su policía. No obstante, hay quienes, como el escritor y periodista Omar Ortiz, opinan que no hay una educación ni una práctica para la convivencia democrática “por nuestros altos índices de ignorancia, exclusión e inequidad -detalla el también académico de la Universidad Central del Valle del Cauca-. En la cotidianidad social colombiana lo que se observa es un Estado de múltiples justicias, desde la formal hasta la guerrillera y la paramilitar, donde cada grupo dominante armado o económico dicta sus propias reglas y establece los controles para que ellas se cumplan. Podríamos afirmar que, pese a la existencia de un Estado constitucional que dice ser social y de derecho, lo que se vive en el día a día es una proliferación de poderes dominantes, cuya expresión más perversa está en las llamadas “bacrim” (bandas criminales), aliados urbanos de nuevos narcotraficantes que imponen su ley en las barriadas populares; como la Comuna 13, en Medellín, Agua Clar,a en Cali o barrio Simón Bolívar, en Bogotá.
“El gobierno de Uribe, especialmente en su segundo periodo, se caracterizó por su pretensión de quebrantar la institucionalidad -responde Ortiz, ante la pregunta expresa sobre el prestigio que goza la Corte Suprema de Justicia entre la población colombiana-. La normatividad legal se convirtió en un medio para satisfacer las apetencias o beneficios del gobernante. La Corte, primero de manera tímida y luego de forma contundente al sentirse amenazada por el régimen, decidió enfrentar los deseos autoritarios del anterior gobierno, cuestionando en derecho sus decisiones. Pero esta valerosa y solitaria actitud no le significó una confianza popular, ya que desde los organismos de inteligencia del Estado se diseñó, por órdenes de la Casa de Nariño, una política sistemática de desprestigio y señalamiento de los magistrados, a los que se llegó a acusar de cómplices del terrorismo con la anuencia y colaboración de los medios de comunicación masiva. Si por excepcional se entiende el cumplimiento del deber, diría que, en efecto, la Corte tiene tal mérito.”
Santiago Espinosa, joven periodista, filósofo, escritor y catedrático, también opina que Uribe fue desmontando una Corte Constitucional que le era adversa y, como resultado de sus conductas, que amenazaban la independencia de los poderes, fue ganándose un enemigo en la Corte Suprema de Justicia, con el que no contaba en un principio. “La sorpresa es que esa Corte Constitucional, que se esperaba ‘de bolsillo’, terminó promoviendo un sinnúmero de fallos verdaderamente históricos para el país -acota Espinosa al preguntarle sobre el supuesto prestigio que goza la Corte Suprema de Justicia en la sociedad-. Es el caso del rechazo a la segunda reelección. El llamado urgente al problema de los cuatro millones de desplazados y de las mujeres víctimas de violencia sexual, delito que se utiliza como arma de guerra en el marco del conflicto armado interno. El de haber suspendido el acuerdo que traería siete bases norteamericanas al suelo colombiano. El haber impedido -contra el concepto retrogrado del actual procurador- que se desmontaran las campañas para informar sobre los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Esta sorpresa con la actual Corte Constitucional ha dado a los sectores críticos un aire de cierta confianza, más que en la justicia, en el profesionalismo e independencia de ciertos jueces.”
La vorágine
Colombia ha repuntado en muchos aspectos, no hay duda, pero, al igual que México, mantiene vigentes muchos atavismos sociales y culturales, políticos y económicos, con rezagos en el campo, la distribución del ingreso, la impartición de justicia, la corrupción de instituciones, la impunidad reiterada para ciertos sectores con poder, la violencia inveterada, la vulnerabilidad de la soberanía ante las presiones de Estados Unidos, el rezago educativo, científico y tecnológico. No se trata, pues, de colombianizarnos o de que ellos se mexicanicen en unos aspectos y en otros no; son dos naciones agobiadas por el crimen y la rapacidad de grupos nacionales minoritarios cuya única patria es el poder y sus intereses económicos; lo demás es sacrificable.
Concluyo esta nota con un comentario del senador colombiano, Jorge Enrique Robledo, quien expresa nuestra hermandad y afinidad no sólo en lo funesto, sino también en la esperanza: ”Los países no cambian cuando cambian los dirigentes; los países cambian cuando cambian sus pueblos y éstos cambian a sus dirigentes. El problema es que nadie sabe cómo hacer para que los pueblos cambien, pues suelen ser caprichosos y aguantarse una vaina durante 50 años. En Colombia, hemos recorrido días en años, llegará el momento en que recorramos siglos en unos cuantos días; mientras tanto, seguiremos esperando que ese día llegue. Hace algunas décadas, muchos colombianos se desesperaron y se fueron al monte, a la guerrilla, y se equivocaron; hemos tenido que pagar mucho sufrimiento por ese error. Un maestro mexicano me dijo un día, cuando le comenté que nuestros países reciben más de lo mismo: ‘No, no es más de lo mismo: es peor de lo mismo’. Soy optimista: nuestros países y nuestros pueblos tienen todo para salir adelante, poseen una enorme riqueza natural y cultural, son pueblos alegres, inteligentes, trabajadores, creativos, echados para adelante, bien localizados en el mapa, creativos. Todo eso se hará valer en medio del desastre”.
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José Ángel Leyva (México, 1958). Poeta, narrador, editor, promotor cultural, periodista. Ha dirigido diversas e importantes publicaciones, entre las cuales destacan las revistas de poesía Alforja y La Otra. Actualmente es coordinador de Publicaciones de la Universidad Intercontinental. En 1999 y 2008 recibió el premio Nacional de Periodismo, otorgado por el Club de Periodistas de México. Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, inglés, portugués e italiano. Ensayo originalmente publicado en la revista UIC # 18, de la Universidad Intercontinental. México, octubre de 2010. Contacto: josanley@gmail.com. Página ilustrada con obras de Milagro Haack (Venezuela).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
terça-feira, 18 de novembro de 2014
Colombia hoy, México ayer - Sombras en el espejo | José Ángel Leyva
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