La modernidad, los tiempos contemporáneos, nos ofrece visiones de la vida insospechadas hace apenas cincuenta años. El crecimiento sorpresivo de la población en todo el mundo -sorpresivo porque el agua está llegando al borde del tiesto-, el abarrotamiento de nuestras ciudades y pueblos principales genera poblaciones humanas de distinto carácter y con nuevas y feroces apetencias.
Hace medio siglo atrás, en mi país, un muchacho o muchacha de cuarto o quinto de humanidades tenía asegurado, de algún modo, un puesto acorde a su personalidad en la sociedad. Ni qué decir de aquel, o aquella, que abonaba un bachillerato a su hoja de vida: tenía las puertas abiertas a estudios superiores casi donde quisiese porque además de tener un padre seguro y proveedor en el hogar, donde la madre reinaba en su mejor rol y era respetada, encima de toda la familia había un estado sensible a pesar de los vaivenes de la política.
En tan poco tiempo, y sin que tomáramos conciencia del fenómeno, ahora los estudios medios no sirven para nada e, incluso, muchos de aquellos superiores que se adoptan, en la mayoría de los casos, porque no están en los sueños ni en las capacidades concretamente ceñidas por la juventud.
La globalización, incluida la comunicación por medios electrónicos, añade un blindaje a los intereses individuales. Psicológicamente es posible que esa coraza esté protegiendo a las nuevas generaciones que respiran en ambientes cada vez más enrarecidos, haciéndolas inclusive insensibles bajo aspectos vitales como la moral y la ética, el respeto y la responsabilidad.
Lo paradógico y terrible -dicho por un testigo de ambas experiencias- es que se acentúa el egoismo al no tener percepción de que, la esencia de lo que se recibe, es, en el mejor y más digno de los casos, la consecuencia de una madurez y, digámoslo en derechura, de un gesto adeénico de amor.
La prueba de esta aseveración es que hoy los niños, adolescentes y jóvenes de ambos sexos, exigen. ¿No tienen lo que desean? ¿O los padres y el estado ya no saben lo que ellos quieren? Ni lo uno ni lo otro. Si no soy elusivo, estoy hablando de la imagen; del poder de la imagen electrónica (no de la imagen amada por Baudelaire).
Es tan fuerte la marea, la avalancha de informaciones, la presión de las ofertas de cosas maravillosas, que prevalece como consecuencia lógica -y animal- el deseo de la autosatisfacción a como fuere. Simultáneamente, papá y mamá, atenidos a sus propios intereses de sobrevivencia no tienen suficiente energía de protección familiar -o el suficiente poder de la tribu- y, sencillamente, "compran" a sus hijos otorgándoles gratuita y desmañadamente aquellos elementos o trasposiciones a otros espacios ajenos, distintos, no calificados. Los padres y abuelos actuales son -somos-, en definitiva, del siglo pasado. Los descendientes están entregados al poder de sus propias garras y dentelladas, ahora en el tobogán del Siglo XXI.
En estos cincuenta años ha proliferado la imagen visual por sobre la palabra escrita o pronunciada, por sobre la imagen mental. Lo preocupante del caso es que el cinematógrafo, el cine casero, la televisión, se han desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial bajo la protección del interés económico, de un capitalismo exacerbante, ciego y mutilante para el "otro". El despiadado interés de invertir en obras visuales -no hablemos de otro campo- para ganar fama y dinero sin importar el daño que infieren (y se autoinfieren a la larga) a quienes se cuelgan de sus productos porque con ellos se asoman a otros mundos distintos del entorno. Y para avivar este baile insensato, esta deshumanización, se han agregado los medios impresos, periódicos, revistas, libros. Consecuencia -para no alargar la disquisición- es que si observamos con detención los contenidos de series como las detectivescas, las históricas (oh. misericordia!) y de aventuras en general, vemos que de todas ellas se desprende una sola consecuencia paranoica: la vida no vale nada. Antes, en las de cowboys se podían matar dos o tres, o diez, pero con cierta hidalguía porque esas antiguas películas atendían a la necesidad de fortalecer la introhistoria del propio Estados Unidos, su creador. Posteriormente, matar a veinte, cien, ciento veinte personas, con bombas y metrallas o pistolas de inacabables tiros (Rambo, Terminators, Agente 007, los más refinados matadores), fulguran en acciones donde -repito- la vida no vale nada. Entonces, un adolescente frustrado, o enfermo, de un colegio de alta categoría, "es persona" disparando a matar a quien se le ponga por delante. La imagen asociada de aquellas figuras de la pantalla con esta realidad es exactamente la misma. No vengan a decir algunos académicos de la educación que el cine (o la tv) no tienen influencia en el comportamiento de las nuevas generaciones. Entonces, un muchacho de bajo nivel social -con todas las falencias educativas que de sobra conocemos-, alimentado por todas las frustraciones que la misma tribu le imprime, se apodera de lo ajeno para tener, trafica drogas para tener, mata para tener. ¿Qué pasa en este último sector? La imagen impresa en su córtex es aquella que ha recibido de las pantallas. Es decir, reconozcámolo, es la única educación que la sociedad le imprimió omitiendo la otra que podría subirlo de nivel.
¿Soluciones? Ninguna. Salvo, tal vez, controlar a nivel global la imagen perniciosa, y ya sería cuestión para nuevas generaciones. ¿Y qué ocurriría con los capitales invertidos en producir esa basura? Nada. Porque van a seguir produciendo basura, porque los gobiernos recaudan impuestos con ella, porque el poder de la imagen está en el mismo capital que compra e invierte en conciencias políticas. Además, dicen, las clases desposeídas merecen sólo opio. ¿Podría, al revés, un sistema socialista puro frenar el abuso con la imagen violenta? Tampoco. Porque el gobierno global no existe, salvo el embudo que hoy tan bien conocemos.
¿Qué mueve a este escritor reflexionar sobre tema tan inmanejable? Es que la literatura soy yo, eres tú, somos todos. El arte es un fenómeno social. El cultivo del pensamiento, el retorno de los sueños, los escritos de todos los tiempos, nos abren otros sentidos que, para el común de la gente, permanecen adormilados -a veces para siempre-.
Pero eso no significa permanecer ausentes. Al contrario. Últimamente, aquí en Chile, hago sobremesa de almuerzo con mi mujer y vemos la teleserie "India", producida para la tv. por O' Globo, del Brasil. Es algo absolutamente distinto en la pantalla chica. Hay un presupuesto cuantioso, sí, pues la trama se desarrolla básicamente en tres países distantes en el planeta -ciudades desarrolladas de esos países-: Río de Janeiro, Nueva Delhi y Dubai. Ya la fotografía de interiores y de exteriores, es un regalo. Los ambientes son de clases privilegiadas por el dinero y, talvez, recuerdan con demasiada frecuencia la existencia en esas latitudes de pueblos que viven en la miseria. Quizás contenta algo de opio también. Los dramas son ejes en la serie y giran en torno al amor y las ambiciones de ciertos seres que no sabrían vivir sin dinero abundante. Hay personajes para fichas clínicas psiquiátricas verdaderas. Pero, el tratamiento que hacen al tema el, o los guinistas, y la dirección, establecen una superioridad intelectual y comunicacional muy distinta al resto de producciones similares. Se van deslizando en el diario vivir principios básicos de filosofía oriental y de sentido común, que por sabidos que sean a través de arduas lecturas, aquí ganan un millón de veces porque los personajes tienen sentimientos y actitudes iguales al resto de la humanidad. Si aparece una escena donde una joven profesora de literatura hace ingresar a la sala universitaria a una joven madre que ha sufrido la pérdida de un hijo por el bulling , y esta mujer da a conocer su drama con palabras claras y muy gráficas, entonces uno se siente instalado en esa misma sala y piensa en aquellas otras de mi país, de tu país, de todos nuestros países. Porque la tragedia de lo peor de la globalización ya está instalada y la raíz del mal parece ser la misma serpiente.
Producciones como "India", tienen aquello que los grandes artistas llaman MATIZ, que no es otra cosa que el elemento vital en una obra de arte. El matiz es el análisis de lo que está invisible; y es inherente a la calidad. La narración de esa historia es secuencial, pero se da el tiempo suficiente para observar lo pequeño, la moral de ciertos actos sin ser explícita. Y eso la hace distinta, superior. René Huyghe, el gran crítico de arte, profesor del Colegio de Francia, curador del Louvre por muchos años, exalta lo cualitativo -la calidad-, y llegó a decir, haciendo un pastiche irónico con Valéry: "Nuestra civilización está regresando a lo cuantitativo, a la base de la que partieron los milenios de evolución hacia no sé qué punto de no sé qué cielo".
|
Hernán Ortega Parada (Chile, 1932). Poeta, narrador y ensayista. La muerte del ruiseñor (poesía, 1993), Enrique Gomez-Correa, arquitectura del escritor (ensayo, 1999), Jorge Teillier, arquitectura del escritor (ensayo, 2004), y Ludwig Zeller, arquitectura del escritor (ensayo, 2009). Contacto: ortegap@sercultura.tie.cl. Página ilustrada con obras de la artista Sila Chanto (Costa Rica).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
terça-feira, 18 de novembro de 2014
Matices en la imagen electrónica | Hernán Ortega Parada
Assinar:
Postar comentários (Atom)
Nenhum comentário:
Postar um comentário