terça-feira, 18 de novembro de 2014

Poesía y representación en una obra de arte | José Alcántara Almánzar

José Alcántara Almánzar

I.

Una imagen es el testimonio gráfico más poderoso que se puede obtener sobre la realidad. El instante se perpetúa, capturado por el lente de un artista que ha sido testigo visual de un paisaje, un personaje, una situación, un suceso, los cuales se convierten en únicos a partir de entonces. A diferencia de la pintura, que es una interpretación de la realidad real a base de imágenes creadas por el pincel del artista, la fotografía que se ubica dentro de una “semiótica visual estática”, [1] capta el presente con una objetividad sin concesiones, dejando una memoria elocuente que traspasará el tiempo y la historia. Desde hace años, en cambio, la fotografía contemporánea o “postvisual”, emplea técnicas digitales y  programas cibernéticos para reconstruir la realidad, obteniendo a veces resultados sorprendentes y cautivadores para el espectador. Entramos así a una dimensión antes desconocida, que proyecta la fotografía hacia el maravilloso ámbito de la imaginación.
Después de leer el ponderado estudio semiótico de la doctora Julieta Haidar que sirve de introducción al libro República Dominicana en imágenes, creí que la mejor alternativa para decir unas palabras sobre el contenido de este hermoso libro era buscar un camino distinto, situado en el punto donde el poema se encuentra con el testimonio gráfico, y ambos, a través de un delicioso intercambio guiños y complicidades en ese proceso dialéctico de intertextualidad visual ―uno mediante la palabra y otro por vía de la imagen―, nos ofrecen un panorama revelador de las esencias de la dominicanidad. Se trata de un propósito común, quizá no consciente ni declarado, de este grupo de jóvenes fotógrafos, hombres y mujeres de su tiempo, quienes transitan por diversas rutas, siguiendo el ejemplo de los maestros de la fotografía dominicana contemporánea, representada por figuras de la talla de Max Pou, Wifredo García, Domingo Batista y Polibio Díaz, entre otros.
Milagro HaackEl libro está dividido en cuatro conjuntos diferenciados, pero unidos por el signo de la dominicanidad, una cultura heterogénea y cambiante caracterizada por innumerables expresiones económicas, sociales y étnicas; en una palabra: culturales. La primera de esas secciones, dedicada a la Naturaleza: costas, playas, ríos, lagos, montañas, flora y fauna, nos pone en contacto con la belleza primigenia del paisaje, que las manos de sus habitantes y viajeros han alterado sustancialmente en forma y contenido, sin llegar eliminar, no obstante, el poderoso encanto que ejerce sobre unos ojos asombrados ante la deslumbrante claridad de una región calurosa y húmeda, que impulsó a uno de nuestros poetas medulares a decir:

“Y es también con el mismo asombro que te miro / desde el grito crecido de tus cedros más altos, / o desde la eclosión del flamboyán suicida / que sólo se desangra herido por los propios puñales florecidos de sus ramas, / o desde el mismo mango inmemorial que vino desde el sagrado Ganges / de los antiguos templos de los dioses de piedra / de su herencia más pura, / la misma sombra ancha de un colosal y simple paquidermo de hojas.” [2]

La naturaleza ha sido captada en todo su esplendor y sus congojas, en las fotografías de Bernard Hernández sobre el remoto sur, con el ruinoso bohío en la cruel aridez de un paisaje marino de virginal belleza. También en las de Alfonso Khoury sobre Samaná; las de Monte Cristi, en las que vemos a un pescador entregado a su faena, niños que juegan en una playa desolada, y la explosión de colores del atardecer que fulguran en las imágenes del ocaso. Aparecen también idílicas playas de Federico Llinás, Ricardo Piantini, Patricia Pou, Narciso Polanco, Anabelle Soto y Eduardo Suárez, que han sabido escudriñar el país, de Pedernales a Samaná y Punta Cana, y de Monte Cristi a Palmar de Ocoa y Baní. Siempre el mar como una eterna presencia, con sus cambios de humor y de tonalidades, y ese aroma inconfundible que inspiró a otro poeta esencial:

“Hace muchos años, / antes de que el hombre enredara la cabuya del mundo, / los árboles emigraban en manadas lentas, guiándose por el rumor de las estrellas, / y por el olor, / que siempre ha sido adulto, / del mar”. [3]

La prodigalidad de la naturaleza, con paisajes seductores por su impresionante desnudez, ha quedado fijada en las fotografías de Ico Abreu, Bernard Hernández, Derissé De León, Octavio Madera, Anabelle Soto, Máximo Tejada, Alfonso Khoury, Narciso Polanco y Gerardo Suárez, autor de la espectacular fotografía del Río Isabela que sirve de ilustración a la cubierta del libro. Cada artista, con su sensibilidad intransferible, no necesariamente busca los motivos que le son más afines, sino que, a mi modo de ver, se siente avasallado por los temas que le obsesionan de esta media isla ubicada en el  corazón del Caribe. A veces son miradas sin comentarios sobre una fertilidad que no sucumbe a las hordas invasoras del turista ni a los atropellos de la contaminación ambiental. Otras veces asistimos a la imponente revelación de un espacio desconocido o poco divulgado por las estrategias de la publicidad. Es por eso que no podemos menos que sentir la emoción enternecedora causada por las flores en sus variedades exóticas, o la fuerza que transmiten las cordilleras y los ríos, aquellos que hace más de medio siglo describió un poeta   exiliado, con estos versos:

“En verdad. / Con tres millones / suma de la vida / y entre tanto / cuatro cordilleras cardinales / y una inmensa bahía y otra inmensa bahía, / tres penínsulas con islas adyacentes / y un asombro de ríos verticales / y tierra bajo los árboles y tierra / bajo los ríos y en la falda del monte / y al pie de la colina y detrás del horizonte / y tierra desde el cantío de los gallos / y tierra bajo el galope de los caballos / y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor / y debajo de todas las huellas y en medio del amor”. [4]

Flora y fauna convergen aquí en un concierto de formas y colores fulgurantes que exaltan nuestros sentidos, ora para indicar la singularidad de un paisaje casi intacto, ora para apuntar la soledad y el desamparo de los parajes distantes, y que nos advierten sobre los rigores del clima en la sequía y el silencio, porque, para decirlo con la voz de una mujer poeta que nació y pasó su infancia en una de las zonas más inclementes: “No escapa al sortilegio del paisaje / la sed en el camino ardiente / ni el polvo arisco y el pobre en la vereda. / Recuerdo el sol golpeando la curva carretera / que formó ante mis ojos / una quimera, un espejismo eterno”. [5]

II.

El segundo conjunto del libro nos enfrenta con la historia y el crecimiento de las urbes, pues está dedicada a la relación cultura/espacio: arquitectura, monumentos, fuertes coloniales, pueblos y ciudades. Las imágenes adquieren aquí la estatura de un testimonio sobre el curso del tiempo, que forma cicatrices sobre las piedras y las edificaciones, dejando una pátina inconfundible que delata las vicisitudes y mutaciones de nuestros conglomerados urbanos. De nuevo Bernard Hernández lanza su mirada sobre el sur profundo y otros espacios, obsesionado por las palabras del poeta que lleva su mismo apellido: “Si vas al Sur, / te crecerá una pena como una montaña. /No la borra ni el mar ni la guitarra.” [6] Pero también, en un armonioso despliegue de imágenes entrañables de Derissé De León, contemplamos las casas victorianas de Puerto Plata, que hace varias décadas recreara Daniel Henríquez en sus llamativos cuadros.
Milagro HaackPor su parte, Andrés Lora Bastidas se ha concentrado en la arquitectura de Santo Domingo, del siglo dieciséis a nuestros días, con sus construcciones emblemáticas de distintas épocas, en las que se pone de manifiesto la relación entre poder político o eclesiástico y arquitectura, ya sea en la colonia, el régimen de Trujillo, los Doce Años de Balaguer, o el abigarrado presente, en el que se levantan por doquier temibles colmenas y ciclópeos centros hoteleros en el malecón capitalino. César Mieses, con sus fotografías de El Huacal y el Banco Central, presenta dos torres antagónicas, por diversas razones, en uno de los centros burocráticos más importantes del Santo Domingo moderno. Las fotografías de Anabelle Soto, Gerardo Suárez, Derissé De León, Alberto Álvarez, Shahira Fontana, Ricardo Piantini, Patricia Pou, Maurice Sánchez tocan puntos nodales del paisaje urbano, tanto colonial como moderno, y escenas de un devenir cotidiano actual ―el tránsito en movimiento―, o de monumentos antiguos que dibujan el perfil de una ciudad sepultada en el olvido.
Ciudad cambiante y en continuo proceso de transformación; ciudad amada por lo que fue y lo que representa, donde el amor crece como una planta solitaria. “En la ciudad ―lo dijo un poeta de trágico destino― / el mar besa levemente los cristales, / busca las piedras, / los metales con luna, / el cabello de las altas muchachas”. [7] Ciudad que nos arrastra como un vendaval, que tenemos clavada en el alma igual Constandinos P. Cavafis a su Alejandría natal, y que una poeta dominicana expresa así refiriéndose a la suya: “Hay ciudades de las que una no puede alejarse / Pródigas ciudades donde calmamos la sed y la enrancia: / Renuevo del misterio / Travesía nocturna por bóvedas, cancelas, portales. / La fortuna de la ciudad es esta entrega / Hasta dejar de ser una misma / Y la que nunca sería asome a la ventana”. [8]

III.

En el conjunto consagrado a la relación cultura/fiestas, se imponen en contagiosa brillantez las imágenes del carnaval, los bailes, danzas e instrumentos musicales, así como las manifestaciones de la religiosidad popular, encarnadas en las fotografías de Ico Abreu. Por su parte, Derissé De León y Patricia Pou, cada una con una aptitud particular para captar planos conmovedores o jocosos de estas prácticas, nos muestran a un pueblo entregado al entretenimiento colectivo, poblado de máscaras y seres insólitos. Un poeta montecristeño reflejó mejor que nadie esta mezcla de regocijo y temor ancestrales, de embestida viril y diversión popular que caracteriza a nuestro carnaval:

“El tambor redoblando entre las hojas / y tú diablo, surgiendo con tus colas / encarnadas, con patas de animal / y cornamenta florecida, echando / por los belfos espumas y mentiras. / El tambor redoblando y tú de pie / oponiendo tu látigo a la música, / invencible desde antes de la lucha. / Tú te imponías rojo, gualda, rojo, / verdinegro de rostro, espejijunto, / cascabeleando por las calles rotas / de pánico mientras se oían puertas / sucesivas abriéndose, cerrándose, / entre aldabones sordos. Eras dueño / y señor de mi pueblo, monstruo aciago / en los altares de febrero, macho / oropelesco y fúnebre, viril / y neutro, inevitable frenesí / que pendía en los leños de un mal año. / Todo quieto y de pronto tu llamado / desafiador de la miseria, haciendo / entrechocar las piedras cuando entrabas / a tu reino borrado, a tus plazuelas”. [9]

IV.

Milagro HaackEn el último conjunto, destinado a la relación cultura/etnia, se ponen de relieve aspectos notorios de nuestra amalgama racial y, como notará el lector de esta obra, prevalecen los tonos oscuros, la gente negra y mulata, los rostros humanos de las clases populares, los instrumentos de trabajo que la gente humilde utiliza en sus faenas diarias. Un desfile de personajes anónimos recorre las páginas de esta sección, en fotografías que hablan por sí solas de una condición humana sujeta a los vaivenes de la fortuna; hombres y mujeres del pueblo en las imágenes de Giselle Fiallo, Shahira Fontana y Alfonso Khoury. A veces son mujeres comunes que sueñan con los ideales de belleza impuestos por la manipulación publicitaria y los esquemas hollywoodenses que difunden las revistas femeninas. Otras veces, son vendedores ambulantes, abuelitas sonrientes, la visión de un sanky panky juvenil y provocador. Nunca como en este libro cobran tanta vigencia los versos imborrables de un alto poeta sorprendido:

“Además, son muchos los humildes de mi pueblo. / Yo escribí sus nombres sobre los muros, pero no los recuerdo. / Yo rescaté su corazón de la carcoma y el olvido, pero no sé dónde. / Quedó la sangre coagulada, ni si vino familiar alguno / A limpiar la mancha que había sobre el duro tapiz de la noche. / Yo los besé, y mi ósculo fue como tilde sonora impar / Sobre su frente. Porque aún después del amor / Ellos estaban solos sobre la tierra”. [10]

De la mano de Derissé De León observamos, con mirada irónica, las aulas virtuales del futuro, o retornan los recuerdos de la infancia al ver las botellas de frío-frío del Parque Independencia, los vegetales y frutas representativos del país. Con Octavio Madera auscultamos el corazón de una niña de mirada perdida, y Ambiorix Martínez nos hace penetrar en los espacios decadentes de la Avenida Mella, que en otro tiempo fue una dinámica arteria comercial de inmigrantes del Medio Oriente. Ricardo Piantini, Narciso Polanco, Maurice Sánchez, Gerardo Suárez y Máximo Tejada, con sus niños negros, sus viejos tristes y expectantes, sus vendedores sonrientes, sus campesinos trabajadores, no hacen más que atraer nuestra mirada a las estampas ya clásicas de una multitud de deambulantes urbanos. Las últimas imágenes del libro, de Giselle Fiallo, Shahira Fontana, Bernard Hernández, Federico Llinás, César Mieses, Patricia Pou y Anabelle Soto, nos presentan detalles de la vida cotidiana en el campo y la ciudad, urbes y pueblos que preservan sus caracteres esenciales en ese difícil tránsito hacia una posmodernidad contradictoria, signada por esa atmósfera globalizadora que desdibuja las fronteras y tiende a congregarnos en torno a las aspiraciones, todavía legítimas, de justicia social y bienestar para todos.

V.

República Dominicana en imágenes no sólo es un bello libro para deleitarse contemplando su fascinante despliegue de fotografías, sino también una obra de arte cabal. Omito conscientemente identificar las fotografías más impactantes, novedosas o reveladoras: ya lo ha hecho muy bien Julieta Haidar en su estudio introductorio al libro. Con su estilo personal, sus excelencias o sus medianías, cada artista ha puesto su sello de identidad en esa búsqueda de las esencias que es nuestra razón de ser. Estimo, por último, que esta obra es un valioso intento de ahondar en el perfil de una dominicanidad heterogénea y conflictiva, que los hombres y mujeres de hoy nos empeñamos en construir y defender con el trabajo de las manos, la iluminación de las ideas y los productos intangibles del espíritu.

 Milagro Haack

NOTAS
1. Julieta Haidar, “Identidad y fotografía. La construcción semiótica de los sentidos”, en República Dominicana en imágenes. Santo Domingo, Publicaciones del Banco Central de la República Dominicana, 2006, p. 13.
2. Franklin Mieses Burgos, “Trópico íntimo”, en Manuel Rueda: Antología mayor de la literatura dominicana (Siglos XIX y XX). Poesía II. Santo Domingo, Ediciones de la Fundación Corripio, Inc., 1999, p.57.
3. Héctor Incháustegui Cabral, “Matanzas de Noria”, en Poemas de una sola angustia. Obra poética completa 1940-1976. Publicaciones de la Universidad Católica Madre y Maestra, Editora del Caribe, C. por A., 1978, p.109.
4. Pedro Mir, “Hay un país en el mundo”, en Manuel Rueda, Antología mayor, p.150-151.
5. Ida Hernández Caamaño, “Viajera del polvo”, del libro Viajera del polvo. Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 1993, p.44.
6. Lupo Hernández Rueda, “Crónica del Sur”, en Por ahora (1948-1975). Publicaciones de la Universidad Católica Madre y Maestra, Editora del Caribe, C. por A., 1975, p.180.
7. René del Risco Bermúdez, “El diario caminar”, en Manuel Rueda, Antología mayor…, p.407.
8. Soledad Álvarez, Vuelo posible. Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 1994, p.63.
9. Manuel Rueda, “La criatura terrestre”, en Manuel Rueda. Premio Nacional de Literatura 1994. Santo Domingo, Ediciones de la Fundación Corripio, Inc., p.104-105.
10. Freddy Gatón Arce, “Además, son”, en Obra poética completa. Santo Domingo, Publicaciones de la Universidad Central del Este, Editora de Colores, S. A., p.111.
José Ancántara Almánzar (República Dominicana, 1946). Sociólogo, narrador, profesor y uno de los principales críticos de la literatura dominicana. Ha sido profesor en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) y en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Autor de libros como Estudios de poesía dominicana (1979), Las máscaras de la seducción (1983), Los escritores dominicanos y la cultura (1990), El sabor de lo prohibido. Antología personal de cuentos (1993), y Panorama sociocultural de la República Dominicana (1996). Contacto: j.alcantara@bancentral.gov.do. Página ilustrada con obras de Milagro Haack (Venezuela).

El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânicabajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que  posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins.

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