Para el abordaje de lo que implica este enfoque será necesario, entonces, especificar los textos que habremos de tomar como punto de partida y que, en menor o mayor medida, justifican los planteos de este artículo. En la colección “Clásicos uruguayos” de la Biblioteca Artigas, número 139, se encuentra una “Antología de poetas modernistas menores” editada en 1971. Se incluye en la misma un prólogo -realizado por el crítico Arturo Sergio Visca- que abarca pormenorizadamente a cada autor seleccionado y, en la sección perteneciente a Federico Ferrando (de la página 147 a la 192), se encuentran textos que se clasifican entre lo estrictamente poético, la prosa narrativa y la prosa poética. Respecto a esta última, me centraré en las “Leyendas Índicas”.
Las “Leyendas índicas” son tres poemas en prosa, cuya enunciación corresponde a un hablante lírico que asume la condición aparente de un narrador extradiegético. Y si trasladamos (y adaptamos) algunas observaciones formales de Pallares sobre la poesía de Di Giorgio a nuestro caso, importa señalar que no se configura aquí un estatuto narrativo propiamente dicho porque lo narrado no es nunca una “realidad representada” en el concepto teórico del género respectivo (aunque, en más de una oportunidad, Ferrando plantea un ejercicio de hibridaciones genéricas que hacen ambigua cualquier tipificación): se trata de una recreación poética que asume la delineación de un mundo y en el que, por añadidura, quedan abolidas todas las categorías y convenciones. Su escritura se concibe como un resquicio por donde el inconsciente aflora y forma una discursividad sin propósito edificante ni paradigmático. En cuanto a su sintaxis, la vemos marcada por una puntuación brusca en frases breves -lo que hace gravitar en su estrato fónico la demarcación de un ritmo entrecortado- y que intensifica las imágenes, a través del aislamiento de las mismas, de intenso valor plástico y cinético.
Su temporalidad se maneja siempre en pasado aunque carece de sucesividad. Por eso es que, siendo un campo subjetivo, se infiltra en él una dimensión del presente del hablante que a veces se entreteje con el presente de la enunciación. A eso se le suma que cada texto registra un hecho o varios acontecimientos que siempre son libres evocaciones de carácter mítico, visiones, o alucinaciones, o varias de estas cosas a la vez, provocando un efecto de unidad o cohesión interna. En este sentido podrá observarse que cada “Leyenda” parece conducirse a una clausura o cierre final pese a la vasta apertura de su campo semántico. Siempre hay un final conclusivo, de remate, de efecto.
Había una vez un clavo clavado no se ignora dónde –y de él colgaba un pájaro ñandú, que estaba enterrado. El clavo era pantalla, y el avestruz siete veces. Vino un conde a galope de otro conde, y le seguía un parral. El grito fue tan fuerte que hasta le salieron pestañas. Por lo cual era clavo y vestido de barrilete. Un día el clavo se cayó al suelo, y vino un coro de vírgenes con un órgano a la espalda a darle la extremaunción. En las venas tenía castañas y un azoramiento en el bastón. Cuando tragó la hostia le brotaron ornitorrincos en la nariz y lo miraban para atrás. Y le dijeron: -“Muerde de veras”. En este momento cayó una nieve de chalecos con botones a la espalda, que hablaban como gansos arrimados a un portón.
Y murió de veinte sillas- y lo cocieron con óleos y con espátulas y con vidrios de remate y con bombillas de tala. Y le salió un solo bigote debajo del brazo izquierdo y en una imprenta. Y la imprenta era de Dios. Y contaban como gallo. Y Dios era el bigote-afeitaba los bigotes (Leyenda índica I).
La naturaleza extraordinaria y fantástica del o de los “hechos” (y que se dará también en las otras dos “leyendas” aunque a modo de demostración apagógica, al decir de Leibniz) determina una atmósfera que trasciende la unidad del texto y que es pasible de provocar un juego múltiple de resignificaciones. No existe una precisión topográfica de la situación referida, a diferencia de las “Leyendas” II y III. Las palabras no siempre se corresponden, no hay un orden rígidamente sintagmático en la gramática, tomada siempre por asalto en el uso sutilmente caótico del polisíndeton. Esa inflexión, de fuerte sustrato parodiante por medio de las hipérboles, remite a una especie de “Coena Cypriani”, a una irrupción rabelesiana en que las imágenes pervierten -iconoclásticamente- un repertorio consagrado (la extremaunción, la hostia, el bigote en la axila como manifestación máxima de lo numinoso). Ese afán de hiperestesiar los referentes proviene del desarrollo de formas metadialécticas inherentes a un comportamiento expresivo radical, surgido como reacción a un medio en el que se tuvo que actuar por impacto. Las palabras parecen destinadas tan sólo a coexistir en el poema y son las relaciones paradigmáticas las que realmente importan: tales textos no deben leerse linealmente sino paralelamente, buscando las relaciones que se establecen entre esa especie de delirio subversivamente razonado y el lenguaje. Y esta lectura funciona también desde lo intrínseco; cada palabra es un universo individual y el poema es un sistema donde se encuentran y relacionan: en resumidas cuentas, hipertelia.
¿A qué se pretende llegar con esto? Lo esencial del idioma es que, hasta en su sintaxis, apunte a una superación de la temporalidad siempre que en ella sujeto y objeto estén situados en relación simultánea. Cualquiera que sea el contenido de un determinado fragmento ha sido arrancado del devenir del tiempo y, al haber adquirido forma verbal, se ha hecho inmediatamente interpretable. Es en la plurisignificación de la poesía donde esta manifestación estética del decadentismo hace su apuesta más importante y atemporal, como posteriormente lo hará el movimiento surrealista. La imagen pasa a ser un instrumento a través del cual podemos adquirir, en la brevedad de su lectura, complejos significados acerca del mundo cuyas relaciones están dadas por otras fuerzas que nada tienen que ver con el causalismo impuesto por el pensamiento occidental de raigambre aristotélica (el parral que sigue al conde como si fuera un perro o un lacayo, la irrupción de los ornitorrincos, la nieve de chalecos). La causa y el efecto que aparece en esta modalidad fabulatoria interrumpen la secuencia lineal del razonamiento lógico para introducir dentro del mismo una asimetría que altera su estructura. Ferrando, en consecuencia, nos remonta a otros tiempos, tiempo donde la libertad consistía en ver la realidad en pleno ejercicio lúdico.
Había una vez un Bombay que tenía una fiebre negra. Y vino un brahmín y le dijo: -¡Arre culebra! Y una estrella subía y bajaba.
Fue entonces que un grito partió el cielo en tres pedazos. Y he aquí el destino de los tres pedazos:
El uno se metió en la boca de una cotorra –advirtiéndolo ella. Y lo recibió con los brazos abiertos. Desde entonces la cotorra es verde y lápiz. Y tiene un sinsonte en la nariz. (Y era sagrada y extraordinaria).
El otro arremetió contra un inglés que venía cabalgando sobre la reina Victoria. Y lo dejó pintado de Guatemala, como si le hubieran dado un baño de bosque.
Y el tercer pedazo se paró de punta y dijo: - Yo soy un crustáceo pandorga: o para mí o para vos (Leyenda índica III, “De cómo el 3 fue reductible”).
Es así que la prosa poética de Ferrando construye/deconstruye los temas típicos del pensamiento racional a través de un juego de oposiciones: lo que está antes del grito y lo que sucede después del grito. Lo que está antes del grito se instala como un significante que contiene todas las vicisitudes de un juego, plagadas de significaciones diferentes e incalculables. El significante está estructurado como tal para significar la falta, la ausencia de otro signo, para oponerse a él en un par (lo que viene después del grito, ya sea el que le hace salir pestañas al parral -¿o al conde?-, o el que parte el cielo en tres pedazos). El significante representa al sujeto para otro significante, y por eso no podemos reconocer en ninguno de ellos una identidad en sí mismos, ese “ser para otro significante”, lo que establece una permanente y simbiótica alteridad. Su función es abierta e irreductible a todo dominio, y por esto en su movimiento indica la falta -ya puesta de manifiesto por la contralógica del absurdo-, lo que permite todas las articulaciones de la cadena. El papel del significante en las metáforas y comparaciones utilizadas es fundamental para mostrar esto, porque sin la estructuración significante ninguna transferencia de sentido sería posible. Los vínculos de oposición son esenciales a la función del lenguaje y se los reconstruye al situarlos en otro plano donde su engranaje no obedece a las leyes del causalismo. Lezama Lima había visto este hecho cuando propuso su llamada “vivencia oblicua” según la cual el acto de encender la luz de nuestra habitación puede provocar que la Constelación de Orión se encienda a su vez. Los construye porque a partir de esa nueva cadena de acontecimientos podemos enfrentarnos al riesgo del silencio que el dominio político racional, su gesto civilizatorio, nos impone. ¿Un mundo al revés? En este caso sí, como refugio -el mismo que se busca en los carnavales o en los juegos- de una Verdad con mayúscula que se volvió instrumento de opresión pero que, a la vez, muestra sus grietas:
Hubo un rey de Caldea que era tuerto y a la vez cojo de nacimiento. También era hijo de uno que había muerto y que había sido rey hasta que murió. Pero era dudoso que éste fuera rey hasta que muriera, porque aún no se sabía si estaba destinado a morir -¿y quién asegura que alguien morirá antes de que haya muerto? Es lo cierto que él vivía sin haber muerto todavía y también era tuerto y cojo -y un día murió. Y entonces todo el pueblo respiró porque ese hombre era un problema no resuelto hasta ese momento. Y sólo entonces se vio que aquel rey podía morir (Leyenda índica II).
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Martín Palacio Gamboa (Uruguay, 1977). Poeta, crítico, ensayista y músico. Ha publicado Lecciones de antropofagia (2009), y guarda inédito el libro Los Trazos de Pandora. Otras voces, otros territorios. Ensayos y selección bilingüe de poesía brasileña contemporánea. Contacto: belalugosi7@hotmail.com. Página ilustrada con obras de la artista Aline Daka (Brasil).
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