Hijo
de una familia vinculada a la aristocracia castellana, -su abuelo paterno fue
Javier Gil y Becerril, senador vitalicio por el partido conservador; y el
materno, Santiago Alba y Bonifaz, gobernador de Madrid y ministro de Marina,
Estado, Instrucción Pública y Hacienda-, pasó los años de la Guerra Civil
Española en una finca cercana a Segovia, estudiaría en Barcelona el
bachillerato y parte de su carrera de abogado que concluiría en la Universidad
de Salamanca, para luego hacer estudios de especialización en economía en
Oxford, donde descubrió la poesía inglesa, una de las fuentes definitivas de su
prehistoria poética. Desde muy joven ingresó como ayudante de su padre a la
Compañía de Tabacos Filipinas, cargo que le llevó a todos los rincones del
planeta, pero fundamentalmente al oriente, donde forjó cierto definitivo
desprecio por su propia clase y su afecto y atracción hacia la belleza de los
marginados y excluidos, donde encontró el placer y la justificación a una
existencia maltratada por el dinero, el paso del tiempo, las excelencias de un
gran poeta y un secreto y perverso amante de su propia imagen platónica.
En Compañeros
de viaje (1959) puede encontrarse la arqueología del personaje poético que
creó en sus libros posteriores.
Muy pobre hombre ha de ser uno —dice en el prefacio—
si no deja en su obra —casi sin darse cuenta— algo de la unidad e interior
necesidad de su propio vivir. Al fin y al cabo, un libro de poemas no viene a
ser otra cosa que la historia de un hombre que es su autor, pero elevada a un
nivel de significación en que la vida de uno es ya la vida de todos los
hombres, o por lo menos, atendidas las inevitables limitaciones objetivas de
cada experiencia individual— de unos cuantos entre ellos.
Al
publicar Moralidades (1966) y
Poemas póstumos (1968) el
Otro, «Jaime Gil de Biedma», había encontrado su voz. En el primero se amplían
los temas de Compañeros de viaje, con una conciencia definitiva de su
concepción poética. Gil de Biedma abandona toda esperanza de solidaridad
colectiva y se queda consigo mismo. No es que presuma su condición única, sino
que, por saber qué ha sucedido en la historia colectiva y no encontrar, en la
cultura del franquismo, una respuesta a sus expectativas, sus miradas e
inteligencia se vuelvan sobre el todo social. De allí que pueda hablarse de
poesía política, creada desde la íntima experiencia.
En Moralidades
predomina el tema erótico. Gil de Biedma sostuvo que sólo había escrito un
poema de amor, y que los demás, son poemas sobre la experiencia amorosa, «un
diálogo entre la historia amorosa, o entre la escena amorosa que retrata, y mi
conciencia, es decir, yo». El amor en sus poemas es casi siempre un
encuentro fugaz en un bar, una noche de prostíbulo o en casa ajena, con
personajes que, como en Kavafis, existieron para perdurar en el texto.
En
el ensayo que dedicó a Jorge Guillén dice que el amor, siendo tema literario
habitual en Occidente, se halla en relación distinta a otros, como la nostalgia
de la infancia, el sentimiento de caducidad de la vida o la esperanza de un
mejor mañana. El amor—«que termina siempre mal»—, es una invención literaria
que sin dejar de ser experiencia, sería lo que los franceses de entre siglos
llamaron belle passion.
Poemas póstumos ofrece un personaje, conflictivo y
matizado sicológicamente, que sabe de la pérdida de la juventud y el
acercamiento de la muerte. La ironía del título remite a alguien que no es él
mismo, que no puede reconocerse en la imagen que sus poemas anteriores le
habían impuesto. Ha sucedido una transición, el tiempo ha hecho desaparecer al
Otro, al que en Moralidades estaba en conflicto con su clase, con el
tiempo y la historia. Ahora el conflicto es consigo mismo: los fracasos, las
resacas, la destrucción de los mitos personales y colectivos y la ruina de
Eros. El «paso del tiempo y yo» es su leimotiv. El protagonista de estos
poemas es un adulto que padece los sentires del poeta joven, con un sabor a
poesía maldita que enfatiza en los encuentros pagados, terminando por
certificar la desaparición de ese «embarazoso huésped» juvenil, sin tener por
quien reemplazarle y sin saber «como será sin ti mi poesía». El presente ya no
es suyo, ni la vida, de la que se recuerda sin saber dónde está. La derrota es
definitiva.
Lo
que hizo de la poesía de Gil de Biedma un resultado pleno de su tiempo, no fue
sólo la comprensión del papel y la conciencia del individuo en sociedades
contemporáneas, sino la distancia, el alejamiento, con que se mira a sí mismo,
a sus actos y pasado. Como si hubiese sido vigilado por la moral, la lengua y
los ojos, del Otro que nos acompaña. Ironía, aliteraciones, desenfado, rimas
internas, máscaras, asonancias, sordina, cambios rítmicos, refracciones,
parodia y desdoblamientos son las claves de su lenguaje.
La fundamental experiencia del vivir —escribió
en El pie de la letra — está en la ambivalencia de la identidad, en esa
doble conciencia que hace que me reconozca —simultánea o alternativamente— uno,
unigénito, hijo de dios, y uno entre otros tantos, un hijo de vecino. El juego
de esas contrapuestas dimensiones de la identidad, que sólo en momentos
excepcionales logran reposar una en otra, que incesantemente se espían y se
tienden mutuas trampas, cuando no se hallan en guerra abierta, configura decisivamente
nuestra relación con nosotros mismos y nuestras relaciones con los demás. Era
ésa la experiencia, creía yo, que debe servir como supuesto básico de todo
poema contemporáneo.
Poesía
de la experiencia que continuó no una tradición «española», pero si
«occidental», desde los tiempos cuando López Velarde y Cernuda, Eliot y Manuel
Machado hicieron de la ironía y la dicción coloquial laforguiana, los
instrumentos literarios de la modernidad. El orden y las melodías de los poetas
del dieciocho desaparecieron al ser arrojados de la historia sus valores y
sentido de la vida. El poeta moderno inventó nuevos signos, descubrió otros
significados para dar imagen a un mundo sin rostro, y como remedio a su
abandono, volvió sobre sí mismo, sobre lo único que posee, su adentro, su otro
yo, que ofrece a todo el mundo para salvarse con las palabras, no sacralizadas,
como uno más entre la multitud. Poesía de la experiencia que no imita la
realidad o las ideas, sino que propone un simulacro de ellas en el poema.
«He
sido de izquierdas —confesó Gil de Biedma a un periodista— y es muy
probable que siga siéndolo, pero hace ya algún tiempo que no ejerzo». Vivió
los últimos años en Ultramort, un pueblo de unos trescientos habitantes, en el
Alto Alpurdán.
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
HAROLD ALVARADO TENORIO
(Colombia, 1945). Poeta, ensaísta, tradutor. Autor de um livro fundamental para
compreender a lírica colombiana: Ajuste de cuentas (2014). Contato:
asdfghjkl.123456@arquitrave.com. Página ilustrada com obras de Egon Schiele
(Áustria), artista convidado desta edição de ARC.
Nenhum comentário:
Postar um comentário