Como una ética asumida
sin más aspaviento que el que atrae un hondo sentir poético, Eduardo Mosches
emprende un viaje a la memoria que es su memoria personal. Sabe que en estos
tiempos de verdad pervertida y de hechos terribles consumados a la luz de la
evidencia la memoria es un botín precioso. De ahí que la ideología dominante –con
los medios a su alcance– practique un manejo a su conveniencia de los hechos,
de los acontecimientos y de la historia misma, pasible de ser negada cuando resulta necesario (he allí el
indignante y tristemente célebre libelo de Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre,
que en sus buenos tiempos hiciera dudar a más de un intelectual del occidente
culposo de la degradación del llamado socialismo real). Pero el conflicto
poético no es con el pensamiento –o no en exclusiva–: es también con la vida,
con el modo de vivir la vida del hombre contemporáneo, con el modo de situar su
existencia en un tiempo que ha mostrado su velocidad fugaz que en mucho se
parece a una detención permanente: sin más futuro que un sentido ausente –o
perdido o malogrado por inconsciencia o hybris-, el presente parece ser el
único tiempo posible. Paradoja: buen tiempo para la poesía porque el presente
es el tiempo de la escritura; mal tiempo para la vida porque puede ser el
tiempo de la autofagia. Así parece ordenar una realidad montada en su ordenamiento. Pero, a mayor profundidad, la realidad
desmiente sus niveles de apariencia: no hay distensión en cuanto a la fabulada
desaparición de polos antagónicos. Los antagonismos aparecen en cualquier lugar
como si de lo que se tratara es de una descentralización de los antagonismos. La
poesía consciente de sí misma sabe esto. Por eso va en busca de la memoria:
para re-crear sentido donde hubo o, como querría Walter Benjamín, donde podría
haber habido. El comienzo por la memoria personal es un buen comienzo. Se diría
el único comienzo posible. ¿Pero es posible “comenzar por la memoria” como si
hubiera un comienzo de la memoria o en la memoria que nos hubiera sido
escamoteado? ¿Y si no un comienzo sí una buena parte? ¿No será esa una figura
también
ideológica que descarga todo el peso negativo de los acontecimientos presentes en la presión de la ideología dominante? Es innegable que un orden del mundo alimentado en la carencia de tres cuartas partes de su población es un orden insostenible por mucho tiempo. Y que en ese poder de la injusticia se pretende que se juegue nuestro destino como latinoamericanos. Pero ese ha sido, en mayor o menor grado –tal vez no de una manera tan evidente como ahora–, nuestra historia y la consciencia de nuestra historia.¿De qué trata realmente “recuperar la memoria”? En todo caso ése es un problema de la modernidad y de su crisis, del vértigo moderno cuyo impulso teleológico ya no actúa y del vacío creado. Lo primero lo vivió Baudelaire de un modo paradójico: viéndolo venir, o sea, anticipando lo que estaba allí o, de otra manera, condicionando a toda la modernidad con los indicios de su presente histórico. Lo segundo lo padece el poeta actual. Vemos la “pérdida de memoria” precisamente ahí: en el desencadenamiento de una temporalidad restada, en la rara incapacidad que hemos adquirido de repente para no establecer vínculos, en la desvinculación presente que es regularmente nuestra vida.
ideológica que descarga todo el peso negativo de los acontecimientos presentes en la presión de la ideología dominante? Es innegable que un orden del mundo alimentado en la carencia de tres cuartas partes de su población es un orden insostenible por mucho tiempo. Y que en ese poder de la injusticia se pretende que se juegue nuestro destino como latinoamericanos. Pero ese ha sido, en mayor o menor grado –tal vez no de una manera tan evidente como ahora–, nuestra historia y la consciencia de nuestra historia.¿De qué trata realmente “recuperar la memoria”? En todo caso ése es un problema de la modernidad y de su crisis, del vértigo moderno cuyo impulso teleológico ya no actúa y del vacío creado. Lo primero lo vivió Baudelaire de un modo paradójico: viéndolo venir, o sea, anticipando lo que estaba allí o, de otra manera, condicionando a toda la modernidad con los indicios de su presente histórico. Lo segundo lo padece el poeta actual. Vemos la “pérdida de memoria” precisamente ahí: en el desencadenamiento de una temporalidad restada, en la rara incapacidad que hemos adquirido de repente para no establecer vínculos, en la desvinculación presente que es regularmente nuestra vida.
memoria individual está atravesada por la experiencia colectiva. Construido con una sabiduría extraliteraria, dada por la existencia más que por un canon que seguir, la escritura de Mosches bucea en lo profundo de su experiencia. Y encuentra –el lector encuentra y ahí ocurre algo como una comunión no en el sentido religioso de la palabra sino en el sentido gregario, de vivencia común, es decir, compartida– una comunidad de experiencia debajo de su palabra, aguardando. Hay un fragmento importante de la historia latinoamericana de los últimos años o décadas que subyace a la escritura de Mosches. He aquí la sabiduría: la historia no aparece por fechas sino por indicios, por señales, por pistas. Toda documentación, en el sentido de un archivo, aparece sesgada, en zig-zag: o pasada, dirían ciertos psicoanalistas, “por el cuerpo”. Esta escritura no es un testimonio más que un testimonio de uno que también estuvo ahí. De modo que es la vivencia la que atrae la cantidad testimonial, no el testimonio que necesita el ejemplo puntual de la vivencia. Por eso el afecto es el eje de la escritura. Todo aspecto chirriante de una existencia desgarrada, tanto en su vivencia personal como en su consciencia de la historia atravesada, se amortigua por el efecto afectivo del recordar: el pasar por memoria la vivencia crea un sedimento de confianza en el escucha porque implica, precisamente, un rodear los hechos, la mirada indirecta a lo vivido que señala lo pretendidamente directo como inverosímil. La lección de Mosches es la consciencia entregada al lector de que para devolver la memoria es preciso un largo recorrido. Poco se haría –si de recordar se trata– de presentar hechos “en caliente” que, en relación a la memoria misma, por rehusar a la temporalidad acumulada en el recordar, resultan ser hechos “fríos”. No perder de vista que la forma poética del fragmento encontró correlato objetivo en una estetización fragmentada de la vida. La dimensión del afecto no logra así condensarse en un objeto –aunque en el poema la madre se lleve las palmas de esa memoria del querer centralizado– sino más bien en un proceso de escritura: es el afecto que hace recordar, visto ese acto como una necesidad más amplia, ética. Por la “buena pasión” del afecto puede reconducirse un clamor gregario, dice la escritura de Eduardo Mosches, que a todos obliga.
Organização a cargo de Floriano Martins ©
2016 ARC Edições
Artista convidado | Arturo Rivera (México,
1945)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de
séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve
em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio
Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011
restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha
Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012
retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano
Martins e Márcio Simões.
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