terça-feira, 3 de outubro de 2017

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Algunas variaciones sobre la metamorfosis de Franz Kafka


MUTACIONES ÍNTIMAS DEL HOMBRE-INSECTO | Dentro del relato La metamorfosis de Franz Kafka coexisten varios niveles de lectura en los que vale la pena detenerse, pues estos contienen, además de una acerba mirada crítica a la sociedad donde Kafka vivía, una serie de detalles autobiográficos tratados con una técnica narrativa que no vacilo en tildar de expresionista, la cual va armando (y desarmando a la vez) tejidos anecdóticos que, a mi modo de ver, inauguran en el siglo XX un tipo de relato objetual con el cual Kafka inaugura un estilo nuevo, suyo, propio, que no se asemeja a ninguno de los estilos ni modos de escribir empleados en la literatura alemana y europea de  su tiempo, dominados unos por el realismo y otros por la fantasía romántica o el impresionismo. Kafka, gran lector de la literatura  del siglo XIX, encauzó toda su energía en su primer relato conocido, La metamorfosis, donde conjuga recursos para examinar su experiencia personal profunda, tanto en el plano familiar y afectivo como en el social y existencial, de donde derivan otros asuntos eminentemente morales, por un lado, y estéticos por otro, que conviene ir observando en la medida que nos adentremos en el relato.
Se ha advertido en la escritura de esta obra, el hecho de que sus interpretaciones estén dotadas de demasiados psicologismos; sin embargo, no es posible evitar algo fundamental que se irá desmontando a lo largo de nuestro comentario, y es la relación con su padre, luego con su hermana y su madre, quienes  conforman el triángulo de figuras afectivas reales (a las que habría que agregar el nombre de su novia Felice Bauer) que engendrarán a su vez los personajes del relato con características ficcionadas, y quienes van a proyectar en él (en su papel de hijo y hermano) una serie de movimientos anímicos que van a aparecer en el texto de ficción de manera transfigurada, elaborada literariamente, para configurar un texto que se ha vuelto representativo de la literatura del siglo XX, cuestión que probablemente Kafka ni siquiera sospechaba.
Kafka escribió este texto cuando contaba apenas 32 años,  en plena juventud. No son aleatorios los datos que nos dicen que estudió y se licenció en Derecho y que trabajó en una Compañía de Seguros. La relación con su padre fue extremadamente difícil, pues éste era una persona autoritaria y tiránica, (y a su vez representaba a una sociedad similar); el joven Kafka sufrió de tuberculosis, no pudo nunca formar familia propia y tuvo una vida amorosa accidentada, por no decir traumática. No vamos a adelantarnos a realizar un catálogo de las carencias de Kafka antes de adentrarnos en la observación de su relato, pues ello equivaldría a tomar ventajas conceptuales en torno al fenómeno.
Desde el primer párrafo de La metamorfosis, Kafka nos ubica en el terreno fantástico, al presentarnos a un hombre –un comerciante de telas en un almacén— convertido en un monstruoso insecto. No se nos anuncia cómo ni por qué se ha operado tal transformación; del modo más natural ya el personaje ha mutado. Sigue pensando como humano, un viajante de comercio dedicado a su oficio, guiado por un imperioso deber: mantener a su familia. Tiene una obligación material y moral y la cumple a cabalidad; sin embargo ya está convertido en insecto y esto le impide seguir trabajando; se preocupa por ello y por el daño que por esta razón está causando a su familia. Está siendo testigo de la vida que lleva, pero no puede moverse bien. Intenta seguir cumpliendo con sus obligaciones y de pensar razonablemente, aun dentro de una situación extrema.

ENTRE LA HUMILLACIÓN, EL HAMBRE Y LA ABYECCIÓN | Gregorio no quiere asustar a su familia con su aspecto. Quiere sobre todo protegerla, aun cuando sean personas sanas, una madre robusta, una hermana joven, un padre aún sano, todos con capacidad para trabajar y mantenerse por sí mismos. Se preocupa también por lo que pudiera estar ocurriendo en el almacén de telas donde trabaja. Ha cumplido su rutina laboral por años, sin faltar un solo día. Aún convertido en insecto, Gregorio dice a su jefe y su familia que sólo sufre de “una ligera indisposición”, y poco a poco va tratando de acostumbrarse a su nueva forma animal. Lo notable es cómo Kafka logra que se acepte una nueva realidad (insólita, absurda, fantástica, asombrosa) de la manera más natural, en lo cual reside la primera apuesta narrativa de Kafka: la verosimilitud llevada al límite. El insecto-hombre posee un gran vientre y unas patas pequeñas; tiene un dolor en el abdomen pero ello no le preocupa: debe adquirir pronto habilidades para moverse; lo que realmente le preocupa es la felicidad de sus padres y saberse incluido entre los seres humanos. Aún humillado, agradece al cerrajero y al médico que han acudido a verle, el primero para abrir la puerta y el segundo a hacerle indicaciones de salud. Éstos le desprecian con sus palabras y aún así él les ruega no preocuparse, pues sólo se trata de “un bajón” También, ya lo dijimos, le preocupa su puesto en el almacén de telas, pues su empleo fijo y su ingreso se encuentran amenazados.
Pero muy pronto Gregorio comienza a padecer peores humillaciones: el padre le golpea con el bastón; después queda atascado en la puerta, y su padre le da un empujón para meterlo en el cuarto; más adelante lo vemos ostentando una llaga en un costado, o soportando una habitación llena de polvo y suciedad. Todo ello lo tolera al límite, cuando exclama: “¡Qué vida tan tranquila lleva mi familia!”. Después se mete debajo de un sofá, donde se siente más a gusto. Su cuerpo está estrujado, pero a él no le importa; sólo le anima el hecho de comer y de que su hermana Grete le visite y le lleve leche.
Aquí aparece uno de los temas centrales en Kafka: el hambre; no sólo un hambre física, sino un hambre de afecto, de comprensión. La descripción de las comidas es pormenorizada y Kafka se las arregla para  presentar los platos apetitosos, desea transmitirle esta ansiedad al lector. Es un tema importante porque la manutención de la familia en situaciones álgidas de guerra o crisis, el hambre se vuelve fundamental; de ella derivan otros temas como el de la miseria, la escasez o el desasosiego, todos asociados al hambre. De modo que no perdamos de vista esto en la obra de Kafka. En los primeros fragmentos de La metamorfosis, su hermana Grete se acerca a él comprensivamente, y Gregorio no sólo le agradece el alimento, sino su presencia apaciguadora, le brinda afecto o comprensión. Lo que sí a la postre no puede soportar la hermana hacia el final del relato es “el espectáculo de las comidas”, el momento en que el insecto devora sus raciones.
Otro tema asociado al hambre es el de la carestía de dinero. En La metamorfosis este elemento está relacionado al padre, que es quien vela por la caja de caudales y habla casi únicamente de este asunto a lo largo de la historia, hace comentarios acerca del dinero y de la economía familiar. Cada vez que Gregorio entrega a la familia la respectiva remesa de dinero, éste acto produce en sí mismo felicidad; es decir, el trabajo de un ser humano explotado hasta la deformidad física causa felicidad a otros. Del sueldo que gana, Gregorio sólo se queda con una ínfima cantidad; aparece entonces otro emblema implícito: el egoísmo.
En La metamorfosis, el padre de Gregorio vendría a ser el verdadero enfermo. Lleva cinco años sin trabajar, es lerdo, sufre de ahogos, es un hombre fracasado pero no un inútil; sin embargo se presenta dependiendo del sueldo de su hijo, convirtiéndose todos en la familia en los verdaderos explotadores, así como la empresa de ropa donde trabaja por un mínimo salario.
Apenas ha transcurrido un día de la metamorfosis de Gregorio, ya la familia se ha acostumbrado a él. Esta es una imagen muy fuerte, muy poderosa, que un ser monstruoso sea considerado normal en un contexto familiar realista, casi verista. Es decir,  la familia no se percatado, en el fondo, de esta monstruosa mutación, sino de una enfermedad más, fenómeno que a las claras nos dice que la enfermedad está presente en ambos mundos. Aquí se lleva a cabo una fuerte crítica a la familia como institución, mediatizada como está por la religión (el monoteísmo culposo), el ejército (la rigurosa educación militar) y las normas sociales.
Está también, por supuesto la conocida “cuestión judía”, un problema cultural que subyace en el relato y en toda la obra de Kafka, y se convierte en ideológico. Recordemos que durante le Primera Guerra Mundial  se produjo un exterminio de judíos y que en la familia de Kafka sus hermanas se casaron con judíos; una de ellas murió en la cámara de gas, y que el padre de Kafka, de ascendencia judía, vivió con su familia en el ghetto judío de Praga.  Todo esto tiene una enorme resonancia en el ser íntimo de Kafka. Pero nos interesa destacar aquí el asunto militar, con toda la carga de autoritarismo (con el prestigio que ello representa para la vida social) ejercido en este relato y en la vida real de Kafka, de manera tiránica. En efecto, la figura paterna tiene consecuencias nefastas en la existencia de nuestro escritor: desafecto, crueldad, represión, incomprensión, violencia, las cuales se ejercen mediante la dureza de carácter, inflexibilidad en los juicios de valor, frialdad  para llegar a conclusiones legales, pacatería moral, violencia pasiva (en forma de agresividad encubierta por normas domésticas)  y conductas aprendidas. El ingrediente agregado es el carácter estricto de la formación militar, las órdenes paternas que deben ser acatadas, el respeto incondicional a la autoridad, tenga o no tenga la razón. Todo ello se acentúa con la condición judía del padre de Kafka, cuestión que ha merecido numerosos estudios psicoanalíticos.
En su permanente transformación de la personalidad (no ya la conversión en monstruo, sino la mutación del yo interno) Gregorio se cerciora un buen día de que le gusta más el techo que el suelo, es decir le gusta más el cielo que la tierra, busca la trascendencia, lo alto en lugar del abajo, que es la muerte. Aprende una serie de técnicas para trepar, dormir y comer. Se las arregla siempre para esconderse, aparecer y desaparecer de lugares sin ser advertido; va perfeccionando las maneras de ocultarse y desarrolla en cada caso capacidades inusuales. Un buen día se desprende del techo y se estrella en el piso comprobando que no le ha pasado mayor cosa, y se alegra por ello, está conforme pese a todo. A veces pide ayuda a la madre cuando el padre no está, aunque su hermana le atiende siempre. Gregorio va a identificándose poco a poco con el cuarto que habita como si éste tuviese vida propia; el recinto se convierte para él en lo más importante en la medida en que es el receptáculo donde la familia le acepta y le alimenta a pesar de todo: en el fondo, el cuarto puede simbolizar la vida familiar opresiva, un lugar de encierro que puede ser el lugar de exilio interior, de autoexilio o de autosacrificio.
Uno de los aspectos más importantes de esta condición de Gregorio mostrada por Kafka es que la misma condición de insecto se hace insoportable, la rutina se vuelve asediante y termina por configurar un nuevo estado de  humillación interior, y de alienación. Llegado un momento, Gregorio desea vaciar la habitación de objetos y comenzar una nueva vida, ser nuevamente humano. “Cuando vuelva a ser uno de nosotros, lo encuentre tal y como estaba, y pueda olvidar más fácilmente este paréntesis”, dice la hermana.
En el desenvolvimiento anecdótico se acude primero a un cerrajero para que abra la puerta de su cuarto; luego a su jefe inmediato en la tienda para que lo aconseje, ante lo cual opina que Gregorio sólo está “haciendo extravagancias”; luego a un médico que dictamina el mal como una enfermedad usual (aquí va la fuerte sátira contra la institución médica) recomendando sólo al paciente una alimentación adecuada. Gregorio ha aprendido ya a trepar en todas direcciones y a salvar obstáculos, olvidando su antigua condición humana.

LOS PROCESOS ALIENATORIOS | Habría que hacer referencia al asunto de los muebles en el relato; la presencia de éstos siempre está allí como un “problema”. Al principio se pudiese pensar que los muebles en el cuarto son un simple decorado, pero no; luego parecen un estorbo, pero en el fondo representan un pasado integrado por los recuerdos de una vida lamentable. Vemos en él fotos de familiares que han vivido existencias grises o trágicas; percibimos objetos que  han perdido el sentido de su uso real y sólo son referentes de cosas idas. En fin, creo que más bien los muebles vienen a constituir una suerte de enlace entre la irrealidad experimentada por el monstruo y la realidad externa de la familia Samsa, pues al ser insecto va olvidando su antigua condición humana. Uno de los objetos en la habitación es el baúl, muy querido por Gregorio, un objeto que a mi entender simboliza la memoria de la familia y la del propio Gregorio, por supuesto. En relación a las mujeres, cuando la madre y la hermana andan constantemente por la casa producen hábitos que se oponen a cualquier tipo de rebelión del ser humano: todo allí es aplacado por normas domésticas, lo cual comporta una crítica de las muchas que hace Kafka en toda su obra, es decir, la costumbre que origina la rutina, y la rutina a su vez va construyendo el conformismo, traducido finalmente en otro motivo central en Kafka: la alienación. En Kafka, este proceso alienatorio tiene tres ramificaciones: la familia (por vías del aparato social), el Estado (a través del aparato burocrático) y la Milicia (por medio de la guerra). Estos tres elementos aparecen en La metamorfosis de manera cohesionada, y van a tener luego desarrollos más extensos en las novelas El proceso (1925), donde la burocracia es un laberinto previo a la ejecución de la ley; o en El castillo (1926), obra donde el entramado social pasa de laberíntico a angustiante, por vías de la infinita postergación de los procesos legales y los juicios penales que recaen sobre un individuo.
Kafka delineó muy bien en La metamorfosis estos tres elementos, a través de los cuales guiará toda su obra y prefigurará algunos de sus rasgos más definitorios la literatura moderna en el siglo XX; una obra que también posee toques de un extraño lirismo, una suerte de poética extramuros que se nutre de lo sórdido, lo gris, lo inacabado o lo fragmentario.
En su corta vida asediada por la guerra, la enfermedad y los tropiezos afectivos y familiares, Kafka no se dio tregua para escribir, buscando en la literatura su realización personal y existencial. Estuvo estudiando Derecho en la Universidad y trabajando en una compañía de seguros en Praga su ciudad natal, hasta que la tuberculosis lo obligó a retirarse. Publicó muy poco durante su vida, antes de que su trabajo fuese reconocido; se puso a escribir aceleradamente sus cuentos, diarios y novelas antes de que la enfermedad lo consumiese. Quedó agotado; tanto, que al final dudaba acerca del valor de su obra, dejando instrucciones a su amigo Max Brod a que destruyese sus manuscritos, como todos saben. Brod desoyó estas instrucciones, al adentrarse en sus manuscritos y enterarse de la maestría de estas novelas, publicándolas inmediatamente después de la muerte del escritor en los años 1925 y 1926. Con ello salvó una de las obras más peculiares de su tiempo, cuyo reconocimiento comenzaría dos décadas después.  Desde 1945 su valoración fue creciendo hasta ser reconocido como uno de los narradores más emblemáticos del siglo.
La manera de escribir de Kafka es de una claridad única, pero esa claridad encubre un conjunto de significaciones oscuras que intentan acercarse a un mundo casi incomprensible, cerrado, carente de sentido, lo cual entraña obligadamente una paradoja. Pero esta paradoja es justamente la que desea transmitirnos Kafka. La forma en que se nos presenta este contrasentido es, en el siglo XX, lo que convirtió a Kafka en un escritor imprescindible, debido a la fría maestría con que maneja a sus personajes a través de laberintos absurdos y logra transmitirnos una suerte de escalofrío o miedo, y ese estremecimiento nos hace preguntarnos quiénes somos, qué hacemos aquí o qué haremos con nuestras vidas manipuladas y carentes de sentido. Kafka nunca da respuestas a estos dilemas, sólo los expone; no brinda pistas si no que nos inquiere para que mediante nuestras interrogantes seamos un poco más lúcidos frente al absurdo del mundo. Al mismo tiempo, y esto hay que decirlo, Kafka en sus cuentos breves sostiene otros puntos de vista, un tanto más líricos o sonrientes, humorísticos y nunca exentos de ironía, como los contenidos en las colecciones Un médico rural (1920) y Contemplación (1912). Es apasionante sumergirse en la lectura de estos cuentos y hallar en ellos logros extraordinarios, mas por ahora trataremos de mantener nuestra atención en La metamorfosis.
Decía, líneas arriba, que en el relato en cuestión la convivencia entre Gregorio Samsa y su familia, ésta se alarga y se va haciendo repetitiva; su hermana va fatigándose poco a poco y termina por desear que la enfermedad de su hermano haga crisis para ella poder descansar o tener mayor desahogo doméstico o personal. Pero al mismo tiempo la muerte de Gregorio los privaría de las mesadas de dinero que les permiten mantenerse, lo cual implica una incongruencia material, un círculo doméstico vicioso.
Antes hablé de los objetos en el cuarto: de los muebles y cuadros que recuerdan un pasado militar y ancestral, como el baúl (la memoria) y el escritorio, que a mi modo de ver representa el intelecto o la inteligencia. En un momento del relato, Kafka escribe:

Estaban vaciando su cuarto, quitándole cuanto amaba: se habían llevado el baúl en el que guardaba la sierra y las demás herramientas, y ahora estaban moviendo el escritorio, sólidamente asentado en el suelo, en el cual, cuando estudiaba la carrera de comercio e incluso cuando iba a la escuela, había hecho sus ejercicios. No tenía un minuto qué perder para neutralizar las buenas intenciones de su madre y su hermana, cuya existencia, por lo demás, casi había olvidado, pues, rendidas de cansancio, trabajaban en silencio y sólo se oía el rumor de sus pasos cansinos. [1]

Gregorio se va desdibujando en su cuarto hasta casi parecer “una mancha oscura contra la pared” y sale de repente de su escondrijo, cambiando de trayectoria hasta cuatro veces,  ya a punto de saltar a la cara de su hermana Grete. Poco a poco, las reprobaciones a la conducta de Gregorio se van haciendo intolerables:

—¡Gregorio! –exclamó la hermana con el puño en alto y la mirada de reprobación.
Era la primera vez que le hablaba directamente después de la metamorfosis.

Aunque es la verdadera víctima, Gregorio se encuentra alterado por el remordimiento, y a la vez se halla ocupado en perfeccionar su técnica de trepar por las paredes, es decir, en la técnica de sobrevivir en la soledad.

LA IMAGEN DEL PADRE | En cuanto a la imagen del padre, ésta siempre acapara la atención principal en la casa, representando el máximo rigor con respecto a todo cuanto allí ocurre. Hay una escena terrible en la que el padre lanza numerosas manzanas a Gregorio para lastimarlo. Unas fallan, otras le rozan, una le da en un costado. Gregorio corre pero al fin se detiene herido e indefenso. La madre corre desnuda hacia el padre y se abraza a él, suplicándole que no mate a su hijo. La manzana queda incrustada en la herida del gran insecto. Veamos cómo la describe el narrador:

Aquella grave herida, que tardó más de un mes en curar –nadie se atrevió a quitarle la manzana, que quedó, pues, incrustada en su carne como testimonio ostensible de lo ocurrido—, pareció recordar, incluso al padre, que Gregorio, pese a su aspecto repulsivo actual, era un miembro de la familia, a quien no se debía tratar como a un enemigo, sino, por el contario, con la máxima consideración, y que era un elemental deber de familia sobreponerse a la repugnancia y resignarse.

Aun cuando a causa de su herida se había mermado, acaso para siempre, su capacidad de movimiento; aun cuando precisaba ahora, como un viejo tullido, varios e interminables minutos para cruzar su habitación y no podía ni soñar en volver a trepar por las paredes, Gregorio tuvo, en aquel empeoramiento de su estado, una compensación que le pareció suficiente: por la tarde, la puerta del comedor, en la que tenia fijos los ojos desde una o dos horas antes, se abría, y el, echado en su cuarto a oscuras, invisible para los demás, podía observar a su familia en torno a la mesa iluminada y oír sus conversaciones con la aprobación general (…)[2]
No me resisto a hacer una elucubración en cuanto a la fruta arrojada por el padre al hijo en signo de rechazo. ¿Porqué una manzana y no otra fruta? Me parece que la manzana tiene aquí un significado peculiar, es la fruta que simboliza el pecado original, la fruta mordida por Adán y que nos alejó del Paraíso. El padre ha arrojado el pecado y la violencia al hijo y lo ha marcado de modo indeleble, la fruta pecaminosa se ha quedado en la herida pudriéndose. Ciertamente es una imagen que provoca rechazo y repugnancia.
Por otra parte, tenemos los oficios de las mujeres, aparte de los domésticos. La madre es costurera de lencería para una tienda y la hermana es dependienta en un establecimiento, y por las noches estudia escenografía y francés. Gregorio sueña con ayudarle para que se convierta en actriz o músico. A veces se hacen largos silencios en la casa, se escuchan murmullos que por la noche se confunden con el sueño. Resurge al final el tema del hambre, que ya he mencionado antes, [3] de la siguiente forma:

A Gregorio le resultaba extraño oír, entre los diversos ruidos de la comida, el de los dientes al masticar, como si quisiesen demostrarle que para comer se necesitan dientes, y que la más hermosa mandíbula de nada sirve sin ellos. “Qué hambre tengo –pensó Gregorio, preocupado—. Pero no son estas las cosas que me apetecen… ¡Cómo comen estos huéspedes! ¡Y yo, mientras, muriéndome de hambre!” [4]

Gregorio oye de repente el sonido de un violín, tocado por su hermana Grete, para distraer a unos huéspedes que al final de la historia alquilan habitaciones y se hospedan en casa de los Samsa, debido a la apremiante situación económica que viven. Es un punto importante del texto, pues constituye un respiro dentro de la atmósfera ofuscada. El padre y la madre han propiciado un breve concierto de su hija para los huéspedes; habían terminado de cenar y se hallaban recostados descansando y fumando: el padre lleva el atril, la madre las partituras y la hermana el violín para agradar a los huéspedes. Suena la música y todos la escuchan; Gregorio se halla en su cuarto rodeado de suciedad y polvo, el cuerpo lleno de hilachas, pelos y sobras de comida. Ya había desarrollado una gran indiferencia hacia el  género humano. Sin embargo, la música lo ha atraído hasta el punto de llegar arrastrado sin ser visto hasta la sala, para oír mejor. Nadie se fijaba en él, todos estaban absortos en la audición de la música. No obstante, los padres no están del todo seguros de que la interpretación de Grete complazca  a los huéspedes. “Sin embargo, ¡qué bien tocaba Grete! Con el rostro ladeado, seguía el pentagrama, atenta y tristemente”,  leemos.
Este es uno de los fragmentos más hermosos de La metamorfosis, donde observamos la ternura que Gregorio experimenta con la interpretación al violín de su hermana:
Era como si ante él se abriese un camino que había de conducirle hasta un alimento desconocido, ardientemente anhelado. Estaba decidido llegar hasta su hermana, a tirarla de la falda y hacerle comprender que había de ir a su cuarto con el violín, porque nadie apreciaba su música como él. No la dejaría marcharse mientras él viviese. Por primera vez iba a servirle de algo su espantosa forma.
Quería poder estar a un tiempo en todas las puertas, dispuesto a saltar sobre los que pretendiesen atacarle. Pero era preciso que su hermana permaneciese junto a él, no a la fuerza, sino voluntariamente; era preciso que se sentase junto a él en el sofá, que se inclinase hacia él, y entonces le contaría al oído que había tenido el firme propósito de enviarle al conservatorio y que, de no haber sobrevenido la desgracia, durante las pasadas Navidades –pues la Navidades ya habían pasado ¿no?— se lo hubiera dicho a los padres, sin aceptar ninguna objeción. Y al oír esta confidencia, la hermana, conmovida, rompería a llorar, y Gregorio se alzaría hasta sus hombros y la besaría en el cuello, que, desde que iba a la tienda, llevaba desnudo. [5]
Gregorio desarrolla unos celos animales hacia su hermana, una especie de amor salvaje. Kafka no escatima recursos para describir este sentimiento animal, al tiempo que detalla la aparición de Gregorio en escena entre los huéspedes y la familia, suceso que no despierta ninguna curiosidad especial entre los huéspedes. Aquí Kafka logra lo que debe lograr todo relato fantástico: la intromisión de algo sobrenatural en la vida corriente como un suceso normal.
Al padre le pareció  más urgente que echar de allí a Gregorio, tranquilizar a los huéspedes, los cuales no se mostraron ni mucho menos intranquilos, y parecían divertirse más con la aparición de Gregorio que con el violín. [6]
Este acontecimiento absurdo llevado a grado de verosimilitud posibilita la existencia del elemento fantástico dentro de un contexto realista (la familia, la monotonía rutinaria, la repetición burocrática, la alienación autoritaria, el laberinto legal) las cuales hacen que un individuo corriente, un simple empleado, se convierta en un monstruo. Pero es un monstruo con características peculiares: débil, indefenso, que clama por afecto y comprensión y fue creado (y criado) por la sociedad y la familia. Se pudiera decir que es uno de los monstruos por excelencia del siglo XX que, en vez de haber sido creado por experimentos científicos (Frankenstein), alquímicos (Golem), o mediante rituales satánicos (Drácula), pócimas químicas (Míster Hyde), métodos genéticos (el clon) o tecnologías de punta (el robot) es sencillamente un ser humano mutado en insecto gigante debido a los malos tratos, a la humillación psíquica o al maltrato afectivo. Esto es muy importante para comprender la naturaleza de la obra kafkiana, la cual modificará radicalmente el punto de vista del narrador omnisciente, llevándolo a ser testigo de sí mismo.
Habría que observar también en este orden de ideas el concepto de “obra” que persigue Kafka. Él mismo no lo sabe muy bien al principio, pero cuando cae en cuenta de que los temas que le preocupan no son los temas considerados “universales” sino más bien temas marginales o accidentales, los elije a éstos para poder zafarse de los convencionalismos de su época, (fines del siglo XIX y comienzos del XX), tanto sociales como literarios. Lo logra con creces, aunque él mismo no esté completamente consciente de ello (circunstancia que por demás ocurre con un gran número de escritores tocados por el genio) algo le dice que debe continuar por esa vía, so pena de ser considerado un incomprendido. Además de ello, Kafka escribió una serie de textos sueltos, cartas, aforismos, fragmentos, diarios y discursos que hacen que su obra sea todavía más fascinante, por lo complejo de sus preocupaciones, pues la va dotando de elementos significativos, juegos intelectuales, ironías, parodias, y todos estos van componiendo una especie de filosofía particular, de puntos de vista inéditos hasta entonces en la literatura de lengua alemana y –según se vio después— en la literatura europea. Además, la condición marginal de ésta la vuelve muy original, en un período ciertamente difícil de la historia europea, cuando se libra la Primera Guerra Mundial.
Siguiendo con la observación del texto que nos ocupa, habíamos quedado en la escena del violín, en medio de la cual Gregorio resulta aun más marginado: los huéspedes que se quedan en aquellos días en la casa son impelidos por el padre a ir a sus habitaciones, para que no sigan viendo el espectáculo de Gregorio. Piden los huéspedes explicaciones al padre de aquella aberración física, mientras Grete permanece un rato sujetando el violín con los brazos caídos, cuando de pronto salta y suelta el instrumento y da una carrera hasta la habitación de los huéspedes para atenderlos, y entonces uno de ellos se molesta y dice que a causa de lo que está ocurriendo no va a pagar los días que ha pasado allí, con el apoyo de los otros huéspedes. El padre se retira, Grete se decepciona y anuncia que lo mejor será librarse de su hermano, algo con lo que está de acuerdo el padre. La madre, destrozada, reacciona, le falta el aire, sufre alteraciones nerviosas. Su hija la socorre, pero sin dejar de opinar que hay que deshacerse de Gregorio. Llora y llora, pero el padre le consulta nuevamente. Todos se sienten incomprendidos, cuando el que requería verdadera comprensión era Gregorio. Todo se invierte aquí. Kafka logra literalmente poner el mundo patas arriba. Para ellos ya no se trata de Gregorio. Prefieren vivir con el recuerdo de lo que éste fue. Escribe Kafka:

Gregorio no quería asustar a nadie, y mucho menos a su hermana. Lo único que había hecho era empezar a dar la vuelta para volver a su habitación, y esto era lo que había impresionado a los demás, pues, a causa de su deplorable estado, para realizar aquel difícil movimiento tenía que ayudarse con la cabeza, apoyándola en el suelo, se detuvo y miró alrededor. Al parecer, su familia había captado su buena intención; sólo había sido un susto momentáneo. [7]

Ya falta poco para el fin. El hombre-insecto no podía moverse, pero lo intenta por última vez, haciendo rápidos recorridos antes de ingresar de nuevo a su cuarto. Mira a su madre por última vez dormida en un sillón, antes de cerrar la puerta. La llave es echada desde afuera por la propia Grete. Gregorio todavía no comprende lo que va a pasar. Ya no podía moverse. Estaba incluso asombrado de todo cuanto había podido hacer. Le dolía todo el cuerpo. Aún tenía la manzana podrida que le había lanzado su padre clavada en el costado, generando una infección blanquecina. Así estuvo hasta las tres de la madrugada. Cuando empezaba a despuntar el alba, expiró.
Pero ahí no acaba todo. La mujer de servicio lo consigue muerto. “¡Ha estirado la pata!” –exclama. Los padres acuden y se santiguan. El cuerpo de Gregorio está plano y reseco. Aún se hallan los huéspedes en la casa, e incluso entran a la habitación donde está el cadáver de Gregorio. Aparece el señor Samsa con su mujer e hija, y echa a los huéspedes de la casa, para luego reunirse con su familia. Con la ayuda de la sirvienta se deshacen del cadáver de Gregorio, sin intervenir ellos casi para nada del  entierro. Despiden a la sirvienta que les ha ayudado en el trance; (la sirvienta se refiere al cadáver con el nombre de “eso”); la familia despide de su empleo a la sirvienta y luego se va a dar un paseo en tranvía por las afueras de la ciudad, toman aire puro, hacen planes para mudarse de casa y se dan cuenta, en ese paseo, de la juventud y lozanía de su hija Grete.
Llama la atención la figura de la sirvienta, cuando aparece otra vez al final en un malentendido con la familia Samsa. Es sabido que a menudo se les trata a las mujeres de servicio como si fuesen esclavas o seres inferiores, pero ellas tienen siempre su manera de vengarse de estas injusticias, y de hacerse notar desde su particular condición de explotadas: apropiándose de objetos, haciendo juicios prácticos sobre problemas domésticos que los amos nunca ven, o comentarios satíricos sobre la crianza de los hijos; o poseyendo a menudo mayores destrezas para solucionar problemas domésticos, mejor sazón para la cocina, etc. En nuestro relato, la sirvienta al final encuentra el cadáver de Gregorio, como dijimos, lo barre y se deshace de él sin que la familia deba molestarse en hacer el desagradable trabajo. Pero la familia tampoco se lo agradece, y termina despidiéndola. Interviene aquí la capacidad de Kafka para acentuar aún más el asunto de la humillación ejercida por la familia, el racismo social de la sociedad autoritaria, y a la vez genera un recurso literario eficaz para resolver el asunto del entierro del cadáver de Gregorio, sin que la familia intervenga directamente.
Todo concluye en medio de la máxima naturalidad, sin efectismos ni finales asombrosos. Kafka no se pliega a un final ambiguo o rebuscado, sino que avanza narrando en línea limpia buscando una verosimilitud casi naturalista en el logro de un final tranquilo, en un cierre maestro de donde ya ha sido excluido por completo Gregorio.
Todos estos recursos administrados por Kafka en este relato han logrado que se lo considere como a un escritor que ha creado un nuevo tipo de realismo, una suerte de hiper-realidad que va a ser definitiva en la literatura posterior. El sentido moderno de la literatura se modifica, ya no podrá ser el mismo.
Me tomé la licencia de hacer la sinopsis precedente sólo para indicar algunos rasgos definitorios en el relato, y así poder glosarlos a la luz de algunos datos significativos de la vida de Kafka. Se trata por supuesto de observaciones personales, que pudieran ser contrastadas o complementadas con las de opiniones autorizadas sobre el escritor checo.

OTROS TEMAS EN KAFKA | Otros aspectos a destacar en la obra de Kafka son: el miedo –como bien lo ha referido Elías Canetti— de donde parte Kafka para transmitirnos este sentimiento a través de detalles reales. Otro gran tema señalado ha sido el de las formas del poder, preferentemente el del poder que humilla, pues la crítica de Kafka al poder es también la crítica al poder divino y la sumisión a ese poder, cuando se entra en sus redes creyendo acaso en sus cualidades extraordinarias.
Para Jorge Luis Borges los temas centrales de Kafka pasan a ser más bien ideas: la de subordinación y la del infinito. La subordinación se expresaría a través de las jerarquías, que a la postre conforman el mismo tema del poder. El del infinito se producirá mediante la infinita postergación, el aplazamiento interminable de los sucesos, hechos o procesos, mientras que las situaciones intolerables en esta obra constituyen la invención de una virtud literaria. Su personaje más emblemático sería el hombre doméstico o domesticado.
En realidad no es difícil identificar estos temas; lo arduo es constatar cómo se desarrollan. Ya dije antes que el tema del hambre o la carencia, que va apareado al de la alienación por el poder familiar, estatal o judicial, se halla ramificado en diversos personajes y caracteres.
Pero estas no son las únicas preocupaciones de Kafka, ni mucho menos. Aparte del desafecto, la incomprensión y la humillación ya referidos, está el asunto del absurdo, (del mundo, de la existencia) no como tema sino como elemento instrumental de la escritura, como mecanismo activador de la psique contrariada, del individuo sometido a una serie de contradicciones y paradojas vivenciales que despojan a la existencia de sentido. El absurdo  —presente en la historia estética del siglo XX como elemento casi constitutivo de ésta— fue y sigue siendo uno de los principales recursos para expresar una de las paradojas de la modernidad, a través del cual se exponen los diversos sinsentidos de la existencia, que es justamente la zona donde se mueven muchos personajes de Kafka. 

KAFKA, VALLEJO Y EL ABSURDO | Hace poco, estudiando la obra literaria del escritor peruano César Vallejo (1892-1938), [8] contemporáneo de Kafka (1883-1924), señalaba yo este recurso del absurdo utilizado por Vallejo para indicar  también momentos críticos y desgarrados de la existencia en medio de guerras, humillaciones y abyecciones de todo tipo, que dejaron una serie de epígonos y seguidores en los poetas de la vanguardia francesa o de la filosofía existencialista del siglo XX en autores como Jean Paul Sartre y Albert Camus, con antecedentes en la ficción narrativa como Alfred Jarry y Ambrose Bierce, para luego definirse en escritores como Eugene Ionesco o Samuel Beckett. Me apasiona especialmente el paralelo con Vallejo justamente por la tribulación existencial padecida por ambos escritores –que vivieron ambos con una década de diferencia—  murieron de la misma enfermedad y casi de la misma edad –Vallejo alcanzó los 46 años y Kafka apenas los 41— el drama familiar de Vallejo es intenso y el dolor se erige en su obra con una fatalidad similar a la de Kafka, y en ambos el absurdo es un elemento de primera importancia. En Vallejo el absurdo es tal que toca la zona misma del lenguaje hasta violentar la sintaxis y dinamitar los vocablos (“Absurdo, sólo tú eres puro”, llego a decir Vallejo), mientras que en Kafka se localiza en la conformación interna de su mundo, justamente la claridad del estilo kafkiano contrasta de modo permanente con sus motivos de fondo; es precisamente a través de esa claridad que Kafka nos muestra el poder contradictorio, paradójico y absurdo donde se mueven sus personajes.

TEXTOS BREVES DE KAFKA | Debo llamar aquí la atención sobre la utilización consciente de Kafka del texto breve para expresar determinados estados de conciencia o de ánimo desde la forma del relato, como son los catorce textos contenidos en el volumen Un médico rural. Relatos breves (1920), como en los más cortos de Contemplación (1912), Kafka da muestras de ser uno de los primeros que emplean el cuento corto para lograr sus efectos, de su voluntad para renovar la prosa desde el texto breve, ya adopte éste la forma del poema en prosa o la del microrrelato para expresar sus temas. Tanto Vallejo como Kafka las emplean en la línea inaugurada por Aloysius Bertrand en su Gaspard de la nuit, prosigue en los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire, se continúa en el Modernismo hispanoamericano con varias prosas de Darío y Lugones, retomados luego por Vallejo en sus Poemas en prosa (1923), y Kafka en los dieciocho textos de Contemplación, que pudieran ser llamados miniaturas, fragmentos,  prosas brevísimas a las cuales el autor denominó “cuadernillo” o “librito” y prefiguran la prosa vanguardista del siglo XX en Europa, así como los poemas en prosa de Vallejo y varios de sus cuentos lo son para la prosa hispanoamericana de principios del siglo XX y los textos dispersos del Libro de desasosiego (1913) de Fernando Pessoa lo son para la prosa portuguesa del mismo siglo.
Lo cierto es que tanto en estos textos de Contemplación lo que priva es la imagen y no la anécdota, la construcción verbal más que la historia, y en los de Un médico rural los personajes y las acciones sí están más delineados y dotados de fuerza narrativa. Kafka demostró tener una enorme destreza para trazar argumentos concentrados. En ambos casos, creo, debemos considerar a Kafka un fundador. Veamos dos de los textos más breves de Contemplación. El primero se titula “La ventana que da a la calle” y dice:

LA VENTANA QUE DA A LA CALLE

Quien vive abandonado y querría sin embargo de tanto en tanto ponerse en comunicación, quien teniendo en cuenta los cambios de hora del día, del tiempo, de la actividad profesional y cosas por el estilo, quiere ver simplemente algún brazo cualquiera del que pueda tomar, no podrá prescindir por mucho tiempo de una ventana que dé a la calle. Y a él le pasa que no busca nada, y sólo se acerca al alféizar de la ventana como una persona cansada cuya mirada oscila entre el público y el cielo; y aunque no quiera y haya echado un poco hacia atrás la cabeza, los caballos lo arrastran bajo con su séquito de coche y ruido, le dan por último la compañía humana.




El más breve de todos dice:

LOS ÁRBOLES

Pues somos como troncos de árboles en medio de la nieve. Aparentemente están puestos sobre la superficie, y con un pequeño golpe se los podrá mover. Pero no, no se puede, pues están firmemente unidos con el suelo. Ahora bien, mira, hasta esto es sólo aparente.

LA UNIDAD DE VISIÓN | Otra de las características de la obra de Kafka es su unidad de visión. Toda su obra confluye en las mismas vertientes; sus diarios, cartas, relatos, aforismos, cuentos y novelas ofrecen una coherencia de fondo, justamente porque expresan un drama profundo, una vicisitud moral permanente, la cual es expuesta al lector con toda la desnudez posible. Al principio, Kafka es reticente a despojarse existencialmente, a exponer su fracaso de hijo o de marido, pero luego se lanza a expresar lo que siente, merced a una profunda convicción en su trabajo literario, lo cual no quita que tenga dudas a veces acerca de la validez de su trabajo, al punto de decirle a su amigo Max Brod que destruyera sus manuscritos. Nunca he creído totalmente en esta decisión de Kafka, que ésta tradujera una voluntad tajante y definitiva. Para mí se trató más bien de un titubeo temperamental o moral,  más que de una convicción intelectual.
Si revisamos los Diarios de Kafka, notamos que éstos están poblados de infinitos detalles intelectuales y de disquisiciones filosóficas penetradas de lecturas profundas de los escritores clásicos y de filósofos como Kierkegaard o Schopenhauer, aparte de la muy conocida pasión suya por Pascal. En lo literario tenía como maestros a Dickens, Goethe y Flaubert. De hecho sería apasionante seguir las pistas de Kafka en lo referente a filosofía, deteniéndonos sobre todo en sus Diarios, escritos entre 1918 y 1924, año de su muerte. Muchos de sus aforismos han sido extraídos de ellos, en los cuales Kafka da curso a un pensamiento moral y sapiencial no exento de tonos proféticos. En ellos se advierte, como lo dice el propio Kafka, “una callada esperanza, una enorme pero discreta fe”. Se trata de verdaderos banquetes de ideas, si se les pudiera llamar así humorísticamente, y por supuesto de un buen número de verdades tocadas por el pulso de Kafka, por el mundo que él ha configurado mediante una pulsión de muerte, es decir, de la posibilidad insoslayable de morir.
En algunos de estos pensamientos nos dice que “la impaciencia es la madre de todos los errores” y que “no hay un tener, sólo hay un ser”. Son tan compactos tales pensamientos que provoca citarlos casi todos. Muchos de ellos no descartan tampoco el tono narrativo; por ejemplo: “Tengo un martillo fuerte, pero no puedo usarlo, porque su mango arde”.
O:

“En el bastón de paseo de Balzac: “Yo destruyo todos los obstáculos”; en el mío: “Todos los obstáculos me destruyen”. Coincidimos en el “todos”

Hay otros más académicos como:

El rasgo decisivamente característico de este mundo es su caducidad. En este sentido los siglos no tienen ventaja alguna respecto al momento pasajero. La continuidad de la caducidad, por tanto, no puede proporcionar consuelo; el hecho de que surja nueva vida de las ruinas no es prueba de la persistencia de la vida, sino más bien de la muerte. Así, si quiero luchar contra este mundo, debo atacar lo que constituye su rasgo decisivamente característico, es decir, su caducidad. ¿Puedo lograrlo en esta vida, y de forma real, no sólo con la esperanza y la fe? [9]

Y unos más libres:

El ocio es el padre de todos los vicios y el premio a todas las virtudes

UN MÍNIMO PÁRRAFO DE CARTA AL PADRE | Por último debo citar la Carta al padre, el texto autobiográfico más notable de Kafka, sin el cual sería imposible comprender el proceso vital e intelectual del escritor checo. Me atrevería a ir más allá y decir que este texto serviría para psicoanalizar a Occidente y a la cultura occidental. A mí personalmente  me ayudó a conocerme mejor como padre, a ver mis fallas y a reconciliarme con mis hijas en determinado momento. No me sería posible en este momento referir  los numerosos puntos de coincidencia entre la Carta al padre y La metamorfosis que, en cada caso, poseen claras diferencias en cuanto a los distintos tonos entre prosa confesional y  prosa de ficción; por otro lado, pienso que tal cotejo se prestaría a demasiada especulación fantasiosa. Sin embargo, valdría la pena citar siquiera un breve párrafo:

Ha habido años que, contando con una salud perfecta, he pasado más tiempo en el sofá sin hacer absolutamente nada, que tú en toda tu vida, incluidas todas tus enfermedades. Siempre que yo me marchaba de tu lado por el trabajo que tenía, era casi siempre para ir a tumbarme en mi cuarto. Mi rendimiento, tanto en la oficina (donde, por otra parte, la holgazanería no llama mucho la atención y además se mantenía dentro de ciertos límites debido a mi timidez) como en casa, es mínimo; si te pudieses formar una idea exacta, te quedarías horrorizado. Probablemente no soy vago por disposición natural, pero para mí no había trabajo. Donde yo vivía era un réprobo, un condenado, un vencido, y el huir a otro sitio me suponía, sí, un esfuerzo inmenso, pero no era trabajo, pues se trataba de algo imposible, de algo —con ligeras excepciones— no asequible a mis fuerzas. [10]

Es sabido que Kafka, luego de escribir La metamorfosis, denigró de ella, calificándola de “mala”; sentía realmente aversión por este relato suyo que definiría su estilo y marcaría su existencia para siempre, pues las obras de los escritores, cuando trascienden, van más allá incluso de lo que se propongan sus autores; son independientes de lo que sus autores opinen sobre ellas, a favor o en contra; éstas ya no les pertenecen, sino más bien a la tradición o a la historia.
Lo cierto es que este relato inicial,  que dio origen a sus grandes novelas, siguió marcando buena parte de los sentidos de la prosa de ficción del siglo XX y sigue hoy vigente a más de un siglo de su publicación, cuando la obra de Kafka sigue aún fresca y renovada.

NOTAS
1. Franz Kafka, La metamorfosis. Obras maestras de la literatura contemporánea, Editorial Seix Barral S.A., Bogotá Colombia, 1985. Pág. 49.
2. Ibídem La metamorfosis, pág. 54
3. El motivo del hambre está ampliamente desarrollado por Kafka en el relato “Un artista del hambre”, perteneciente a la colección Un médico rural. En “Un artista del hambre” Kafka llega a la osadía de hacer del hambre un espectáculo en la figura del ayunador, a la cual trata de manera tan satírica que la asocia a dicho espectáculo mediante el recurso del canto, así como el hambre en La metamorfosis está asociada a la música a través del violín ejecutado por Grete. En “Un artista del hambre” leemos:”Nada atormentaba tanto al ayunador como esta clase de vigilantes, que no hacían más que incrementar la dificultad de ayuno. A veces, se sobreponía a su debilidad y cantaba durante todo el tiempo que duraba aquella guardia, para mostrar a los vigilantes lo injustificado de sus sospechas. Pero de poco le servía, porque entonces se admiraban de su extraordinaria habilidad para comer mientras cantaba.”
4. Ibídem, La metamorfosis, pág. 63
5. Ibídem, La metamorfosis, pág. 65-66
6. Ibídem, La metamorfosis, pág. 66.
7. Ibídem, La metamorfosis, pág. 70
8. Gabriel Jiménez Emán, Ser, dolor y utopía en César Vallejo, Ediciones Fábula, Coro, Estado Falcón, Venezuela, 2017.
9. Franz Kafka, Aforismos, Random House Mondadori, Barcelona, España, 2006
10. Franz Kafka, Carta al padre y otros escritos, Biblioteca Kafka, Alianza Editorial, El libro de Bolsillo, Madrid, 2004.

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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN (Venezuela, 1950). Narrador y ensayista, hace tempo un destacado colaborador nuestro. Página ilustrada com obras de Valdir Rocha (Brasil, 1951), artista convidado desta edição de ARC.


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● ÍNDICE # 103

Editorial | Os horizontes não param de brotar

ESTER FRIDMAN | Como tornar-se uma obra de arte - a escultura de si mesmo

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Algunas variaciones  sobre la metamorfosis de Franz Kafka

HAROLD ALVARADO TENORIO Piedra y Cielo 1936-1942

LILIAN PESTRE DE ALMEIDA | O teatro de Aimé Césaire: Une saison au Congo

LILIAN PESTRE DE ALMEIDA | Pier-Paolo Pasolini et l’anthologie de Mario Pinto de Andrade sur la poésie nègre de langue portugaise

MARIA LÚCIA DAL FARRA | Florbela Espanca e Ada Saffo Sapere: Alentejo e Reggio Calábria no feminino

OSCAR JAIRO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ | En la muerte de Germán List Arzubide (1898-1998)

OSCAR JAIRO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ | Meditaciones antimetafísicas

PIER PAOLO PASOLINI | La Résistance nègre

ROXANA RODRÍGUEZ | Rubén Sicilia y el Teatro del Silencio

ARTISTA CONVIDADO | VALDIR ROCHA | ELVIO FERNANDES GONÇALVES JUNIOR | Valdir Rocha, um olhar sobre o abismo

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Agulha Revista de Cultura
Número 103 | Outubro de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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