MUTACIONES ÍNTIMAS DEL HOMBRE-INSECTO | Dentro del relato La metamorfosis de Franz Kafka coexisten varios niveles de lectura en
los que vale la pena detenerse, pues estos contienen, además de una acerba mirada
crítica a la sociedad donde Kafka vivía, una serie de detalles autobiográficos tratados
con una técnica narrativa que no vacilo en tildar de expresionista, la cual va armando
(y desarmando a la vez) tejidos anecdóticos que, a mi modo de ver, inauguran en
el siglo XX un tipo de relato objetual con el cual Kafka inaugura un estilo nuevo,
suyo, propio, que no se asemeja a ninguno de los estilos ni modos de escribir empleados
en la literatura alemana y europea de su
tiempo, dominados unos por el realismo y otros por la fantasía romántica o el impresionismo.
Kafka, gran lector de la literatura del siglo
XIX, encauzó toda su energía en su primer relato conocido, La metamorfosis, donde conjuga recursos para examinar su experiencia
personal profunda, tanto en el plano familiar y afectivo como en el social y existencial,
de donde derivan otros asuntos eminentemente morales, por un lado, y estéticos por
otro, que conviene ir observando en la medida que nos adentremos en el relato.
Se ha advertido en la escritura de esta obra, el hecho de
que sus interpretaciones estén dotadas de demasiados psicologismos; sin embargo,
no es posible evitar algo fundamental que se irá desmontando a lo largo de nuestro
comentario, y es la relación con su padre, luego con su hermana y su madre, quienes conforman el triángulo de figuras afectivas reales
(a las que habría que agregar el nombre de su novia Felice Bauer) que engendrarán
a su vez los personajes del relato con características ficcionadas, y quienes van
a proyectar en él (en su papel de hijo y hermano) una serie de movimientos anímicos
que van a aparecer en el texto de ficción de manera transfigurada, elaborada literariamente,
para configurar un texto que se ha vuelto representativo de la literatura del siglo
XX, cuestión que probablemente Kafka ni siquiera sospechaba.
Kafka escribió este
texto cuando contaba apenas 32 años, en plena
juventud. No son aleatorios los datos que nos dicen que estudió y se licenció en
Derecho y que trabajó en una Compañía de Seguros. La relación con su padre fue extremadamente
difícil, pues éste era una persona autoritaria y tiránica, (y a su vez representaba
a una sociedad similar); el joven Kafka sufrió de tuberculosis, no pudo nunca formar
familia propia y tuvo una vida amorosa accidentada, por no decir traumática. No
vamos a adelantarnos a realizar un catálogo de las carencias de Kafka antes de adentrarnos
en la observación de su relato, pues ello equivaldría a tomar ventajas conceptuales
en torno al fenómeno.
Desde el primer párrafo de La metamorfosis, Kafka nos ubica en el terreno fantástico, al presentarnos
a un hombre –un comerciante de telas en un almacén— convertido en un monstruoso
insecto. No se nos anuncia cómo ni por qué se ha operado tal transformación; del
modo más natural ya el personaje ha mutado. Sigue pensando como humano, un viajante
de comercio dedicado a su oficio, guiado por un imperioso deber: mantener a su familia.
Tiene una obligación material y moral y la cumple a cabalidad; sin embargo ya está
convertido en insecto y esto le impide seguir trabajando; se preocupa por ello y
por el daño que por esta razón está causando a su familia. Está siendo testigo de
la vida que lleva, pero no puede moverse bien. Intenta seguir cumpliendo con sus
obligaciones y de pensar razonablemente, aun dentro de una situación extrema.
ENTRE LA HUMILLACIÓN, EL HAMBRE Y LA ABYECCIÓN | Gregorio
no quiere asustar a su familia con su aspecto. Quiere sobre todo protegerla, aun
cuando sean personas sanas, una madre robusta, una hermana joven, un padre aún sano,
todos con capacidad para trabajar y mantenerse por sí mismos. Se preocupa también
por lo que pudiera estar ocurriendo en el almacén de telas donde trabaja. Ha cumplido
su rutina laboral por años, sin faltar un solo día. Aún convertido en insecto, Gregorio
dice a su jefe y su familia que sólo sufre de “una ligera indisposición”, y poco
a poco va tratando de acostumbrarse a su nueva forma animal. Lo notable es cómo
Kafka logra que se acepte una nueva realidad (insólita, absurda, fantástica, asombrosa)
de la manera más natural, en lo cual reside la primera apuesta narrativa de Kafka:
la verosimilitud llevada al límite. El insecto-hombre posee un gran vientre y unas
patas pequeñas; tiene un dolor en el abdomen pero ello no le preocupa: debe adquirir
pronto habilidades para moverse; lo que realmente le preocupa es la felicidad de
sus padres y saberse incluido entre los seres humanos. Aún humillado, agradece al
cerrajero y al médico que han acudido a verle, el primero para abrir la puerta y
el segundo a hacerle indicaciones de salud. Éstos le desprecian con sus palabras
y aún así él les ruega no preocuparse, pues sólo se trata de “un bajón” También,
ya lo dijimos, le preocupa su puesto en el almacén de telas, pues su empleo fijo
y su ingreso se encuentran amenazados.
Pero muy pronto Gregorio comienza a padecer peores humillaciones:
el padre le golpea con el bastón; después queda atascado en la puerta, y su padre
le da un empujón para meterlo en el cuarto; más adelante lo vemos ostentando una
llaga en un costado, o soportando una habitación llena de polvo y suciedad. Todo
ello lo tolera al límite, cuando exclama: “¡Qué vida tan tranquila lleva mi familia!”.
Después se mete debajo de un sofá, donde se siente más a gusto. Su cuerpo está estrujado,
pero a él no le importa; sólo le anima el hecho de comer y de que su hermana Grete
le visite y le lleve leche.
Aquí aparece uno de los temas centrales en Kafka: el hambre;
no sólo un hambre física, sino un hambre de afecto, de comprensión. La descripción
de las comidas es pormenorizada y Kafka se las arregla para presentar los platos apetitosos, desea transmitirle
esta ansiedad al lector. Es un tema importante porque la manutención de la familia
en situaciones álgidas de guerra o crisis, el hambre se vuelve fundamental; de ella
derivan otros temas como el de la miseria, la escasez o el desasosiego, todos asociados
al hambre. De modo que no perdamos de vista esto en la obra de Kafka. En los primeros
fragmentos de La metamorfosis, su hermana
Grete se acerca a él comprensivamente, y Gregorio no sólo le agradece el alimento,
sino su presencia apaciguadora, le brinda afecto o comprensión. Lo que sí a la postre
no puede soportar la hermana hacia el final del relato es “el espectáculo de las
comidas”, el momento en que el insecto devora sus raciones.
Otro tema asociado al hambre es el de la carestía de dinero.
En La metamorfosis este elemento está
relacionado al padre, que es quien vela por la caja de caudales y habla casi únicamente
de este asunto a lo largo de la historia, hace comentarios acerca del dinero y de
la economía familiar. Cada vez que Gregorio entrega a la familia la respectiva remesa
de dinero, éste acto produce en sí mismo felicidad; es decir, el trabajo de un ser
humano explotado hasta la deformidad física causa felicidad a otros. Del sueldo
que gana, Gregorio sólo se queda con una ínfima cantidad; aparece entonces otro
emblema implícito: el egoísmo.
En La metamorfosis,
el padre de Gregorio vendría a ser el verdadero enfermo. Lleva cinco años sin trabajar,
es lerdo, sufre de ahogos, es un hombre fracasado pero no un inútil; sin embargo
se presenta dependiendo del sueldo de su hijo, convirtiéndose todos en la familia
en los verdaderos explotadores, así como la empresa de ropa donde trabaja por un
mínimo salario.
Apenas ha transcurrido un día de la metamorfosis de Gregorio,
ya la familia se ha acostumbrado a él. Esta es una imagen muy fuerte, muy poderosa,
que un ser monstruoso sea considerado normal en un contexto familiar realista, casi
verista. Es decir, la familia no se percatado,
en el fondo, de esta monstruosa mutación, sino de una enfermedad más, fenómeno que
a las claras nos dice que la enfermedad está presente en ambos mundos. Aquí se lleva
a cabo una fuerte crítica a la familia como institución, mediatizada como está por
la religión (el monoteísmo culposo), el ejército (la rigurosa educación militar)
y las normas sociales.
Está también, por supuesto la conocida “cuestión judía”, un
problema cultural que subyace en el relato y en toda la obra de Kafka, y se convierte
en ideológico. Recordemos que durante le Primera Guerra Mundial se produjo un exterminio de judíos y que en la
familia de Kafka sus hermanas se casaron con judíos; una de ellas murió en la cámara
de gas, y que el padre de Kafka, de ascendencia judía, vivió con su familia en el
ghetto judío de Praga. Todo esto tiene una
enorme resonancia en el ser íntimo de Kafka. Pero nos interesa destacar aquí el
asunto militar, con toda la carga de autoritarismo (con el prestigio que ello representa
para la vida social) ejercido en este relato y en la vida real de Kafka, de manera
tiránica. En efecto, la figura paterna tiene consecuencias nefastas en la existencia
de nuestro escritor: desafecto, crueldad, represión, incomprensión, violencia, las
cuales se ejercen mediante la dureza de carácter, inflexibilidad en los juicios
de valor, frialdad para llegar a conclusiones
legales, pacatería moral, violencia pasiva (en forma de agresividad encubierta por
normas domésticas) y conductas aprendidas.
El ingrediente agregado es el carácter estricto de la formación militar, las órdenes
paternas que deben ser acatadas, el respeto incondicional a la autoridad, tenga
o no tenga la razón. Todo ello se acentúa con la condición judía del padre de Kafka,
cuestión que ha merecido numerosos estudios psicoanalíticos.
En su permanente transformación de la personalidad (no ya
la conversión en monstruo, sino la mutación del yo interno) Gregorio se cerciora
un buen día de que le gusta más el techo que el suelo, es decir le gusta más el
cielo que la tierra, busca la trascendencia, lo alto en lugar del abajo, que es
la muerte. Aprende una serie de técnicas para trepar, dormir y comer. Se las arregla
siempre para esconderse, aparecer y desaparecer de lugares sin ser advertido; va
perfeccionando las maneras de ocultarse y desarrolla en cada caso capacidades inusuales.
Un buen día se desprende del techo y se estrella en el piso comprobando que no le
ha pasado mayor cosa, y se alegra por ello, está conforme pese a todo. A veces pide
ayuda a la madre cuando el padre no está, aunque su hermana le atiende siempre.
Gregorio va a identificándose poco a poco con el cuarto que habita como si éste
tuviese vida propia; el recinto se convierte para él en lo más importante en la
medida en que es el receptáculo donde la familia le acepta y le alimenta a pesar
de todo: en el fondo, el cuarto puede simbolizar la vida familiar opresiva, un lugar
de encierro que puede ser el lugar de exilio interior, de autoexilio o de autosacrificio.
Uno de los aspectos más importantes de esta condición de Gregorio
mostrada por Kafka es que la misma condición de insecto se hace insoportable, la
rutina se vuelve asediante y termina por configurar un nuevo estado de humillación interior, y de alienación. Llegado
un momento, Gregorio desea vaciar la habitación de objetos y comenzar una nueva
vida, ser nuevamente humano. “Cuando vuelva a ser uno de nosotros, lo encuentre
tal y como estaba, y pueda olvidar más fácilmente este paréntesis”, dice la hermana.
En el desenvolvimiento anecdótico se acude primero a un cerrajero
para que abra la puerta de su cuarto; luego a su jefe inmediato en la tienda para
que lo aconseje, ante lo cual opina que Gregorio sólo está “haciendo extravagancias”;
luego a un médico que dictamina el mal como una enfermedad usual (aquí va la fuerte
sátira contra la institución médica) recomendando sólo al paciente una alimentación
adecuada. Gregorio ha aprendido ya a trepar en todas direcciones y a salvar obstáculos,
olvidando su antigua condición humana.
LOS PROCESOS ALIENATORIOS | Habría que hacer referencia al
asunto de los muebles en el relato; la presencia de éstos siempre está allí como
un “problema”. Al principio se pudiese pensar que los muebles en el cuarto son un
simple decorado, pero no; luego parecen un estorbo, pero en el fondo representan
un pasado integrado por los recuerdos de una vida lamentable. Vemos en él fotos
de familiares que han vivido existencias grises o trágicas; percibimos objetos que han perdido el sentido de su uso real y sólo son
referentes de cosas idas. En fin, creo que más bien los muebles vienen a constituir
una suerte de enlace entre la irrealidad experimentada por el monstruo y la realidad
externa de la familia Samsa, pues al ser insecto va olvidando su antigua condición
humana. Uno de los objetos en la habitación es el baúl, muy querido por Gregorio,
un objeto que a mi entender simboliza la memoria de la familia y la del propio Gregorio,
por supuesto. En relación a las mujeres, cuando la madre y la hermana andan constantemente
por la casa producen hábitos que se oponen a cualquier tipo de rebelión del ser
humano: todo allí es aplacado por normas domésticas, lo cual comporta una crítica
de las muchas que hace Kafka en toda su obra, es decir, la costumbre que origina
la rutina, y la rutina a su vez va construyendo el conformismo, traducido finalmente
en otro motivo central en Kafka: la alienación. En Kafka, este proceso alienatorio
tiene tres ramificaciones: la familia (por vías del aparato social), el Estado (a
través del aparato burocrático) y la Milicia (por medio de la guerra). Estos tres
elementos aparecen en La metamorfosis
de manera cohesionada, y van a tener luego desarrollos más extensos en las novelas
El proceso (1925), donde la burocracia
es un laberinto previo a la ejecución de la ley; o en El castillo (1926), obra donde el entramado social pasa de laberíntico
a angustiante, por vías de la infinita postergación de los procesos legales y los
juicios penales que recaen sobre un individuo.
Kafka delineó muy bien en La metamorfosis estos tres elementos, a través de los cuales guiará
toda su obra y prefigurará algunos de sus rasgos más definitorios la literatura
moderna en el siglo XX; una obra que también posee toques de un extraño lirismo,
una suerte de poética extramuros que se nutre de lo sórdido, lo gris, lo inacabado
o lo fragmentario.
En su corta vida asediada por la guerra, la enfermedad y los
tropiezos afectivos y familiares, Kafka no se dio tregua para escribir, buscando
en la literatura su realización personal y existencial. Estuvo estudiando Derecho
en la Universidad y trabajando en una compañía de seguros en Praga su ciudad natal,
hasta que la tuberculosis lo obligó a retirarse. Publicó muy poco durante su vida,
antes de que su trabajo fuese reconocido; se puso a escribir aceleradamente sus
cuentos, diarios y novelas antes de que la enfermedad lo consumiese. Quedó agotado;
tanto, que al final dudaba acerca del valor de su obra, dejando instrucciones a
su amigo Max Brod a que destruyese sus manuscritos, como todos saben. Brod desoyó
estas instrucciones, al adentrarse en sus manuscritos y enterarse de la maestría
de estas novelas, publicándolas inmediatamente después de la muerte del escritor
en los años 1925 y 1926. Con ello salvó una de las obras más peculiares de su tiempo,
cuyo reconocimiento comenzaría dos décadas después. Desde 1945 su valoración fue creciendo hasta ser
reconocido como uno de los narradores más emblemáticos del siglo.
La manera de escribir de Kafka es de una claridad única, pero
esa claridad encubre un conjunto de significaciones oscuras que intentan acercarse
a un mundo casi incomprensible, cerrado, carente de sentido, lo cual entraña obligadamente
una paradoja. Pero esta paradoja es justamente la que desea transmitirnos Kafka.
La forma en que se nos presenta este contrasentido es, en el siglo XX, lo que convirtió
a Kafka en un escritor imprescindible, debido a la fría maestría con que maneja
a sus personajes a través de laberintos absurdos y logra transmitirnos una suerte
de escalofrío o miedo, y ese estremecimiento nos hace preguntarnos quiénes somos,
qué hacemos aquí o qué haremos con nuestras vidas manipuladas y carentes de sentido.
Kafka nunca da respuestas a estos dilemas, sólo los expone; no brinda pistas si
no que nos inquiere para que mediante nuestras interrogantes seamos un poco más
lúcidos frente al absurdo del mundo. Al mismo tiempo, y esto hay que decirlo, Kafka
en sus cuentos breves sostiene otros puntos de vista, un tanto más líricos o sonrientes,
humorísticos y nunca exentos de ironía, como los contenidos en las colecciones Un médico rural (1920) y Contemplación (1912). Es apasionante sumergirse
en la lectura de estos cuentos y hallar en ellos logros extraordinarios, mas por
ahora trataremos de mantener nuestra atención en La metamorfosis.
Decía, líneas arriba, que en el relato en cuestión la convivencia
entre Gregorio Samsa y su familia, ésta se alarga y se va haciendo repetitiva; su
hermana va fatigándose poco a poco y termina por desear que la enfermedad de su
hermano haga crisis para ella poder descansar o tener mayor desahogo doméstico o
personal. Pero al mismo tiempo la muerte de Gregorio los privaría de las mesadas
de dinero que les permiten mantenerse, lo cual implica una incongruencia material,
un círculo doméstico vicioso.
Antes hablé de los objetos en el cuarto: de los muebles y
cuadros que recuerdan un pasado militar y ancestral, como el baúl (la memoria) y
el escritorio, que a mi modo de ver representa el intelecto o la inteligencia. En
un momento del relato, Kafka escribe:
Estaban vaciando su cuarto, quitándole cuanto amaba: se habían
llevado el baúl en el que guardaba la sierra y las demás herramientas, y ahora estaban
moviendo el escritorio, sólidamente asentado en el suelo, en el cual, cuando estudiaba
la carrera de comercio e incluso cuando iba a la escuela, había hecho sus ejercicios.
No tenía un minuto qué perder para neutralizar las buenas intenciones de su madre
y su hermana, cuya existencia, por lo demás, casi había olvidado, pues, rendidas
de cansancio, trabajaban en silencio y sólo se oía el rumor de sus pasos cansinos. [1]
Gregorio se va desdibujando en su cuarto hasta casi parecer
“una mancha oscura contra la pared” y sale de repente de su escondrijo, cambiando
de trayectoria hasta cuatro veces, ya a punto
de saltar a la cara de su hermana Grete. Poco a poco, las reprobaciones a la conducta
de Gregorio se van haciendo intolerables:
—¡Gregorio! –exclamó la hermana con el puño en alto y la mirada
de reprobación.
Era la primera vez
que le hablaba directamente después de la metamorfosis.
Aunque es la verdadera víctima, Gregorio se encuentra alterado
por el remordimiento, y a la vez se halla ocupado en perfeccionar su técnica de
trepar por las paredes, es decir, en la técnica de sobrevivir en la soledad.
LA IMAGEN DEL PADRE | En cuanto a la imagen del padre, ésta
siempre acapara la atención principal en la casa, representando el máximo rigor
con respecto a todo cuanto allí ocurre. Hay una escena terrible en la que el padre
lanza numerosas manzanas a Gregorio para lastimarlo. Unas fallan, otras le rozan,
una le da en un costado. Gregorio corre pero al fin se detiene herido e indefenso.
La madre corre desnuda hacia el padre y se abraza a él, suplicándole que no mate
a su hijo. La manzana queda incrustada en la herida del gran insecto. Veamos cómo
la describe el narrador:
Aquella grave herida, que tardó más de un mes en curar –nadie
se atrevió a quitarle la manzana, que quedó, pues, incrustada en su carne como testimonio
ostensible de lo ocurrido—, pareció recordar, incluso al padre, que Gregorio, pese
a su aspecto repulsivo actual, era un miembro de la familia, a quien no se debía
tratar como a un enemigo, sino, por el contario, con la máxima consideración, y
que era un elemental deber de familia sobreponerse a la repugnancia y resignarse.
Aun cuando a causa de su herida se había mermado, acaso para
siempre, su capacidad de movimiento; aun cuando precisaba ahora, como un viejo tullido,
varios e interminables minutos para cruzar su habitación y no podía ni soñar en
volver a trepar por las paredes, Gregorio tuvo, en aquel empeoramiento de su estado,
una compensación que le pareció suficiente: por la tarde, la puerta del comedor,
en la que tenia fijos los ojos desde una o dos horas antes, se abría, y el, echado
en su cuarto a oscuras, invisible para los demás, podía observar a su familia en
torno a la mesa iluminada y oír sus conversaciones con la aprobación general (…)[2]
No me resisto a hacer una elucubración en cuanto a la fruta
arrojada por el padre al hijo en signo de rechazo. ¿Porqué una manzana y no otra
fruta? Me parece que la manzana tiene aquí un significado peculiar, es la fruta
que simboliza el pecado original, la fruta mordida por Adán y que nos alejó del
Paraíso. El padre ha arrojado el pecado y la violencia al hijo y lo ha marcado de
modo indeleble, la fruta pecaminosa se ha quedado en la herida pudriéndose. Ciertamente
es una imagen que provoca rechazo y repugnancia.
Por otra parte, tenemos los oficios de las mujeres, aparte
de los domésticos. La madre es costurera de lencería para una tienda y la hermana
es dependienta en un establecimiento, y por las noches estudia escenografía y francés.
Gregorio sueña con ayudarle para que se convierta en actriz o músico. A veces se
hacen largos silencios en la casa, se escuchan murmullos que por la noche se confunden
con el sueño. Resurge al final el tema del hambre, que ya he mencionado antes, [3] de la siguiente forma:
A Gregorio le resultaba extraño oír, entre los diversos ruidos
de la comida, el de los dientes al masticar, como si quisiesen demostrarle que para
comer se necesitan dientes, y que la más hermosa mandíbula de nada sirve sin ellos.
“Qué hambre tengo –pensó Gregorio, preocupado—. Pero no son estas las cosas que
me apetecen… ¡Cómo comen estos huéspedes! ¡Y yo, mientras, muriéndome de hambre!” [4]
Gregorio oye de repente el sonido de un violín, tocado por
su hermana Grete, para distraer a unos huéspedes que al final de la historia alquilan
habitaciones y se hospedan en casa de los Samsa, debido a la apremiante situación
económica que viven. Es un punto importante del texto, pues constituye un respiro
dentro de la atmósfera ofuscada. El padre y la madre han propiciado un breve concierto
de su hija para los huéspedes; habían terminado de cenar y se hallaban recostados
descansando y fumando: el padre lleva el atril, la madre las partituras y la hermana
el violín para agradar a los huéspedes. Suena la música y todos la escuchan; Gregorio
se halla en su cuarto rodeado de suciedad y polvo, el cuerpo lleno de hilachas,
pelos y sobras de comida. Ya había desarrollado una gran indiferencia hacia el género humano. Sin embargo, la música lo ha atraído
hasta el punto de llegar arrastrado sin ser visto hasta la sala, para oír mejor.
Nadie se fijaba en él, todos estaban absortos en la audición de la música. No obstante,
los padres no están del todo seguros de que la interpretación de Grete complazca a los huéspedes. “Sin embargo, ¡qué bien tocaba
Grete! Con el rostro ladeado, seguía el pentagrama, atenta y tristemente”, leemos.
Este es uno de los fragmentos más hermosos de La metamorfosis, donde observamos la ternura
que Gregorio experimenta con la interpretación al violín de su hermana:
Era como si ante él se abriese un camino que había de conducirle
hasta un alimento desconocido, ardientemente anhelado. Estaba decidido llegar hasta
su hermana, a tirarla de la falda y hacerle comprender que había de ir a su cuarto
con el violín, porque nadie apreciaba su música como él. No la dejaría marcharse
mientras él viviese. Por primera vez iba a servirle de algo su espantosa forma.
Quería poder estar a un tiempo en todas las puertas, dispuesto
a saltar sobre los que pretendiesen atacarle. Pero era preciso que su hermana permaneciese
junto a él, no a la fuerza, sino voluntariamente; era preciso que se sentase junto
a él en el sofá, que se inclinase hacia él, y entonces le contaría al oído que había
tenido el firme propósito de enviarle al conservatorio y que, de no haber sobrevenido
la desgracia, durante las pasadas Navidades –pues la Navidades ya habían pasado
¿no?— se lo hubiera dicho a los padres, sin aceptar ninguna objeción. Y al oír esta
confidencia, la hermana, conmovida, rompería a llorar, y Gregorio se alzaría hasta
sus hombros y la besaría en el cuello, que, desde que iba a la tienda, llevaba desnudo.
[5]
Gregorio desarrolla unos celos animales hacia su hermana,
una especie de amor salvaje. Kafka no escatima recursos para describir este sentimiento
animal, al tiempo que detalla la aparición de Gregorio en escena entre los huéspedes
y la familia, suceso que no despierta ninguna curiosidad especial entre los huéspedes.
Aquí Kafka logra lo que debe lograr todo relato fantástico: la intromisión de algo
sobrenatural en la vida corriente como un suceso normal.
Al padre le pareció
más urgente que echar de allí a Gregorio, tranquilizar a los huéspedes, los
cuales no se mostraron ni mucho menos intranquilos, y parecían divertirse más con
la aparición de Gregorio que con el violín. [6]
Este acontecimiento absurdo llevado a grado de verosimilitud
posibilita la existencia del elemento fantástico dentro de un contexto realista
(la familia, la monotonía rutinaria, la repetición burocrática, la alienación autoritaria,
el laberinto legal) las cuales hacen que un individuo corriente, un simple empleado,
se convierta en un monstruo. Pero es un monstruo con características peculiares:
débil, indefenso, que clama por afecto y comprensión y fue creado (y criado) por
la sociedad y la familia. Se pudiera decir que es uno de los monstruos por excelencia
del siglo XX que, en vez de haber sido creado por experimentos científicos (Frankenstein),
alquímicos (Golem), o mediante rituales satánicos (Drácula), pócimas químicas (Míster
Hyde), métodos genéticos (el clon) o tecnologías de punta (el robot) es sencillamente
un ser humano mutado en insecto gigante debido a los malos tratos, a la humillación
psíquica o al maltrato afectivo. Esto es muy importante para comprender la naturaleza
de la obra kafkiana, la cual modificará radicalmente el punto de vista del narrador
omnisciente, llevándolo a ser testigo de sí mismo.
Habría que observar también en este orden de ideas el concepto
de “obra” que persigue Kafka. Él mismo no lo sabe muy bien al principio, pero cuando
cae en cuenta de que los temas que le preocupan no son los temas considerados “universales”
sino más bien temas marginales o accidentales, los elije a éstos para poder zafarse
de los convencionalismos de su época, (fines del siglo XIX y comienzos del XX),
tanto sociales como literarios. Lo logra con creces, aunque él mismo no esté completamente
consciente de ello (circunstancia que por demás ocurre con un gran número de escritores
tocados por el genio) algo le dice que debe continuar por esa vía, so pena de ser
considerado un incomprendido. Además de ello, Kafka escribió una serie de textos
sueltos, cartas, aforismos, fragmentos, diarios y discursos que hacen que su obra
sea todavía más fascinante, por lo complejo de sus preocupaciones, pues la va dotando
de elementos significativos, juegos intelectuales, ironías, parodias, y todos estos
van componiendo una especie de filosofía particular, de puntos de vista inéditos
hasta entonces en la literatura de lengua alemana y –según se vio después— en la
literatura europea. Además, la condición marginal de ésta la vuelve muy original,
en un período ciertamente difícil de la historia europea, cuando se libra la Primera
Guerra Mundial.
Siguiendo con la observación del texto que nos ocupa, habíamos
quedado en la escena del violín, en medio de la cual Gregorio resulta aun más marginado:
los huéspedes que se quedan en aquellos días en la casa son impelidos por el padre
a ir a sus habitaciones, para que no sigan viendo el espectáculo de Gregorio. Piden
los huéspedes explicaciones al padre de aquella aberración física, mientras Grete
permanece un rato sujetando el violín con los brazos caídos, cuando de pronto salta
y suelta el instrumento y da una carrera hasta la habitación de los huéspedes para
atenderlos, y entonces uno de ellos se molesta y dice que a causa de lo que está
ocurriendo no va a pagar los días que ha pasado allí, con el apoyo de los otros
huéspedes. El padre se retira, Grete se decepciona y anuncia que lo mejor será librarse
de su hermano, algo con lo que está de acuerdo el padre. La madre, destrozada, reacciona,
le falta el aire, sufre alteraciones nerviosas. Su hija la socorre, pero sin dejar
de opinar que hay que deshacerse de Gregorio. Llora y llora, pero el padre le consulta
nuevamente. Todos se sienten incomprendidos, cuando el que requería verdadera comprensión
era Gregorio. Todo se invierte aquí. Kafka logra literalmente poner el mundo patas
arriba. Para ellos ya no se trata de Gregorio. Prefieren vivir con el recuerdo de
lo que éste fue. Escribe Kafka:
Gregorio no quería asustar a nadie, y mucho menos a su hermana.
Lo único que había hecho era empezar a dar la vuelta para volver a su habitación,
y esto era lo que había impresionado a los demás, pues, a causa de su deplorable
estado, para realizar aquel difícil movimiento tenía que ayudarse con la cabeza,
apoyándola en el suelo, se detuvo y miró alrededor. Al parecer, su familia había
captado su buena intención; sólo había sido un susto momentáneo. [7]
Ya falta poco para el fin. El hombre-insecto no podía moverse,
pero lo intenta por última vez, haciendo rápidos recorridos antes de ingresar de
nuevo a su cuarto. Mira a su madre por última vez dormida en un sillón, antes de
cerrar la puerta. La llave es echada desde afuera por la propia Grete. Gregorio
todavía no comprende lo que va a pasar. Ya no podía moverse. Estaba incluso asombrado
de todo cuanto había podido hacer. Le dolía todo el cuerpo. Aún tenía la manzana
podrida que le había lanzado su padre clavada en el costado, generando una infección
blanquecina. Así estuvo hasta las tres de la madrugada. Cuando empezaba a despuntar
el alba, expiró.
Pero ahí no acaba todo. La mujer de servicio lo consigue muerto.
“¡Ha estirado la pata!” –exclama. Los padres acuden y se santiguan. El cuerpo de
Gregorio está plano y reseco. Aún se hallan los huéspedes en la casa, e incluso
entran a la habitación donde está el cadáver de Gregorio. Aparece el señor Samsa
con su mujer e hija, y echa a los huéspedes de la casa, para luego reunirse con
su familia. Con la ayuda de la sirvienta se deshacen del cadáver de Gregorio, sin
intervenir ellos casi para nada del entierro.
Despiden a la sirvienta que les ha ayudado en el trance; (la sirvienta se refiere
al cadáver con el nombre de “eso”); la familia despide de su empleo a la sirvienta
y luego se va a dar un paseo en tranvía por las afueras de la ciudad, toman aire
puro, hacen planes para mudarse de casa y se dan cuenta, en ese paseo, de la juventud
y lozanía de su hija Grete.
Llama la atención la figura de la sirvienta, cuando aparece
otra vez al final en un malentendido con la familia Samsa. Es sabido que a menudo
se les trata a las mujeres de servicio como si fuesen esclavas o seres inferiores,
pero ellas tienen siempre su manera de vengarse de estas injusticias, y de hacerse
notar desde su particular condición de explotadas: apropiándose de objetos, haciendo
juicios prácticos sobre problemas domésticos que los amos nunca ven, o comentarios
satíricos sobre la crianza de los hijos; o poseyendo a menudo mayores destrezas
para solucionar problemas domésticos, mejor sazón para la cocina, etc. En nuestro
relato, la sirvienta al final encuentra el cadáver de Gregorio, como dijimos, lo
barre y se deshace de él sin que la familia deba molestarse en hacer el desagradable
trabajo. Pero la familia tampoco se lo agradece, y termina despidiéndola. Interviene
aquí la capacidad de Kafka para acentuar aún más el asunto de la humillación ejercida
por la familia, el racismo social de la sociedad autoritaria, y a la vez genera
un recurso literario eficaz para resolver el asunto del entierro del cadáver de
Gregorio, sin que la familia intervenga directamente.
Todo concluye en medio de la máxima naturalidad, sin efectismos
ni finales asombrosos. Kafka no se pliega a un final ambiguo o rebuscado, sino que
avanza narrando en línea limpia buscando una verosimilitud casi naturalista en el
logro de un final tranquilo, en un cierre maestro de donde ya ha sido excluido por
completo Gregorio.
Todos estos recursos administrados por Kafka en este relato
han logrado que se lo considere como a un escritor que ha creado un nuevo tipo de
realismo, una suerte de hiper-realidad que va a ser definitiva en la literatura
posterior. El sentido moderno de la literatura se modifica, ya no podrá ser el mismo.
Me tomé la licencia de hacer la sinopsis precedente sólo para
indicar algunos rasgos definitorios en el relato, y así poder glosarlos a la luz
de algunos datos significativos de la vida de Kafka. Se trata por supuesto de observaciones
personales, que pudieran ser contrastadas o complementadas con las de opiniones
autorizadas sobre el escritor checo.
OTROS TEMAS EN KAFKA | Otros aspectos a destacar en la obra
de Kafka son: el miedo –como bien lo ha referido Elías Canetti— de donde parte Kafka
para transmitirnos este sentimiento a través de detalles reales. Otro gran tema
señalado ha sido el de las formas del poder, preferentemente el del poder que humilla,
pues la crítica de Kafka al poder es también la crítica al poder divino y la sumisión
a ese poder, cuando se entra en sus redes creyendo acaso en sus cualidades extraordinarias.
Para Jorge Luis Borges los temas centrales de Kafka pasan
a ser más bien ideas: la de subordinación y la del infinito. La subordinación se
expresaría a través de las jerarquías, que a la postre conforman el mismo tema del
poder. El del infinito se producirá mediante la infinita postergación, el aplazamiento
interminable de los sucesos, hechos o procesos, mientras que las situaciones intolerables
en esta obra constituyen la invención de una virtud literaria. Su personaje más
emblemático sería el hombre doméstico o domesticado.
En realidad no es difícil identificar estos temas; lo arduo
es constatar cómo se desarrollan. Ya dije antes que el tema del hambre o la carencia,
que va apareado al de la alienación por el poder familiar, estatal o judicial, se
halla ramificado en diversos personajes y caracteres.
Pero estas no son las únicas preocupaciones de Kafka, ni mucho
menos. Aparte del desafecto, la incomprensión y la humillación ya referidos, está
el asunto del absurdo, (del mundo, de la existencia) no como tema sino como elemento
instrumental de la escritura, como mecanismo activador de la psique contrariada,
del individuo sometido a una serie de contradicciones y paradojas vivenciales que
despojan a la existencia de sentido. El absurdo
—presente en la historia estética del siglo XX como elemento casi constitutivo
de ésta— fue y sigue siendo uno de los principales recursos para expresar una de
las paradojas de la modernidad, a través del cual se exponen los diversos sinsentidos
de la existencia, que es justamente la zona donde se mueven muchos personajes de
Kafka.
KAFKA, VALLEJO Y EL ABSURDO | Hace poco, estudiando la obra
literaria del escritor peruano César Vallejo (1892-1938), [8] contemporáneo de Kafka (1883-1924), señalaba yo este recurso del
absurdo utilizado por Vallejo para indicar
también momentos críticos y desgarrados de la existencia en medio de guerras,
humillaciones y abyecciones de todo tipo, que dejaron una serie de epígonos y seguidores
en los poetas de la vanguardia francesa o de la filosofía existencialista del siglo
XX en autores como Jean Paul Sartre y Albert Camus, con antecedentes en la ficción
narrativa como Alfred Jarry y Ambrose Bierce, para luego definirse en escritores
como Eugene Ionesco o Samuel Beckett. Me apasiona especialmente el paralelo con
Vallejo justamente por la tribulación existencial padecida por ambos escritores
–que vivieron ambos con una década de diferencia— murieron de la misma enfermedad y casi de la misma
edad –Vallejo alcanzó los 46 años y Kafka apenas los 41— el drama familiar de Vallejo
es intenso y el dolor se erige en su obra con una fatalidad similar a la de Kafka,
y en ambos el absurdo es un elemento de primera importancia. En Vallejo el absurdo
es tal que toca la zona misma del lenguaje hasta violentar la sintaxis y dinamitar
los vocablos (“Absurdo, sólo tú eres puro”, llego a decir Vallejo), mientras que
en Kafka se localiza en la conformación interna de su mundo, justamente la claridad
del estilo kafkiano contrasta de modo permanente con sus motivos de fondo; es precisamente
a través de esa claridad que Kafka nos muestra el poder contradictorio, paradójico
y absurdo donde se mueven sus personajes.
TEXTOS BREVES DE KAFKA | Debo llamar aquí la atención sobre
la utilización consciente de Kafka del texto breve para expresar determinados estados
de conciencia o de ánimo desde la forma del relato, como son los catorce textos
contenidos en el volumen Un médico rural.
Relatos breves (1920), como en los más cortos de Contemplación (1912), Kafka da muestras de ser uno de los primeros que
emplean el cuento corto para lograr sus efectos, de su voluntad para renovar la
prosa desde el texto breve, ya adopte éste la forma del poema en prosa o la del
microrrelato para expresar sus temas. Tanto Vallejo como Kafka las emplean en la
línea inaugurada por Aloysius Bertrand en su Gaspard de la nuit, prosigue en los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire, se continúa en el Modernismo
hispanoamericano con varias prosas de Darío y Lugones, retomados luego por Vallejo
en sus Poemas en prosa (1923), y Kafka
en los dieciocho textos de Contemplación,
que pudieran ser llamados miniaturas, fragmentos, prosas brevísimas a las cuales el autor denominó
“cuadernillo” o “librito” y prefiguran la prosa vanguardista del siglo XX en Europa,
así como los poemas en prosa de Vallejo y varios de sus cuentos lo son para la prosa
hispanoamericana de principios del siglo XX y los textos dispersos del Libro de desasosiego (1913) de Fernando Pessoa
lo son para la prosa portuguesa del mismo siglo.
Lo cierto es que tanto en estos textos de Contemplación lo que priva es la imagen y
no la anécdota, la construcción verbal más que la historia, y en los de Un médico rural los personajes y las acciones
sí están más delineados y dotados de fuerza narrativa. Kafka demostró tener una
enorme destreza para trazar argumentos concentrados. En ambos casos, creo, debemos
considerar a Kafka un fundador. Veamos dos de los textos más breves de Contemplación. El primero se titula
“La ventana que da a la calle” y dice:
LA VENTANA QUE DA A LA CALLE
Quien vive abandonado y querría sin embargo de tanto en tanto
ponerse en comunicación, quien teniendo en cuenta los cambios de hora del día, del
tiempo, de la actividad profesional y cosas por el estilo, quiere ver simplemente
algún brazo cualquiera del que pueda tomar, no podrá prescindir por mucho tiempo
de una ventana que dé a la calle. Y a él le pasa que no busca nada, y sólo se acerca
al alféizar de la ventana como una persona cansada cuya mirada oscila entre el público
y el cielo; y aunque no quiera y haya echado un poco hacia atrás la cabeza, los
caballos lo arrastran bajo con su séquito de coche y ruido, le dan por último la
compañía humana.
El más breve de todos dice:
LOS ÁRBOLES
Pues somos como troncos de árboles en medio de la nieve. Aparentemente
están puestos sobre la superficie, y con un pequeño golpe se los podrá mover. Pero
no, no se puede, pues están firmemente unidos con el suelo. Ahora bien, mira, hasta
esto es sólo aparente.
LA UNIDAD DE VISIÓN | Otra de las características de la obra
de Kafka es su unidad de visión. Toda su obra confluye en las mismas vertientes;
sus diarios, cartas, relatos, aforismos, cuentos y novelas ofrecen una coherencia
de fondo, justamente porque expresan un drama profundo, una vicisitud moral permanente,
la cual es expuesta al lector con toda la desnudez posible. Al principio, Kafka
es reticente a despojarse existencialmente, a exponer su fracaso de hijo o de marido,
pero luego se lanza a expresar lo que siente, merced a una profunda convicción en
su trabajo literario, lo cual no quita que tenga dudas a veces acerca de la validez
de su trabajo, al punto de decirle a su amigo Max Brod que destruyera sus manuscritos.
Nunca he creído totalmente en esta decisión de Kafka, que ésta tradujera una voluntad
tajante y definitiva. Para mí se trató más bien de un titubeo temperamental o moral, más que de una convicción intelectual.
Si revisamos los Diarios
de Kafka, notamos que éstos están poblados de infinitos detalles intelectuales y
de disquisiciones filosóficas penetradas de lecturas profundas de los escritores
clásicos y de filósofos como Kierkegaard o Schopenhauer, aparte de la muy conocida
pasión suya por Pascal. En lo literario tenía como maestros a Dickens, Goethe y
Flaubert. De hecho sería apasionante seguir las pistas de Kafka en lo referente
a filosofía, deteniéndonos sobre todo en sus Diarios, escritos entre 1918 y 1924, año de su muerte. Muchos de sus
aforismos han sido extraídos de ellos, en los cuales Kafka da curso a un pensamiento
moral y sapiencial no exento de tonos proféticos. En ellos se advierte, como lo
dice el propio Kafka, “una callada esperanza, una enorme pero discreta fe”. Se trata
de verdaderos banquetes de ideas, si se les pudiera llamar así humorísticamente,
y por supuesto de un buen número de verdades tocadas por el pulso de Kafka, por
el mundo que él ha configurado mediante una pulsión de muerte, es decir, de la posibilidad
insoslayable de morir.
En algunos de estos pensamientos nos dice que “la impaciencia
es la madre de todos los errores” y que “no hay un tener, sólo hay un ser”. Son
tan compactos tales pensamientos que provoca citarlos casi todos. Muchos de ellos
no descartan tampoco el tono narrativo; por ejemplo: “Tengo un martillo fuerte,
pero no puedo usarlo, porque su mango arde”.
O:
“En el bastón de paseo de Balzac: “Yo destruyo todos los obstáculos”;
en el mío: “Todos los obstáculos me destruyen”. Coincidimos en el “todos”
Hay otros más académicos como:
El rasgo decisivamente característico de este mundo es su
caducidad. En este sentido los siglos no tienen ventaja alguna respecto al momento
pasajero. La continuidad de la caducidad, por tanto, no puede proporcionar consuelo;
el hecho de que surja nueva vida de las ruinas no es prueba de la persistencia de
la vida, sino más bien de la muerte. Así, si quiero luchar contra este mundo, debo
atacar lo que constituye su rasgo decisivamente característico, es decir, su caducidad.
¿Puedo lograrlo en esta vida, y de forma real, no sólo con la esperanza y la fe? [9]
Y unos más libres:
El ocio es el padre de todos los vicios y el premio a todas
las virtudes
UN MÍNIMO PÁRRAFO DE CARTA
AL PADRE | Por último debo citar la Carta
al padre, el texto autobiográfico más notable de Kafka, sin el cual sería imposible
comprender el proceso vital e intelectual del escritor checo. Me atrevería a ir
más allá y decir que este texto serviría para psicoanalizar a Occidente y a la cultura
occidental. A mí personalmente me ayudó a
conocerme mejor como padre, a ver mis fallas y a reconciliarme con mis hijas en
determinado momento. No me sería posible en este momento referir los numerosos puntos de coincidencia entre la
Carta al padre y La metamorfosis que, en cada caso, poseen claras diferencias en cuanto
a los distintos tonos entre prosa confesional y
prosa de ficción; por otro lado, pienso que tal cotejo se prestaría a demasiada
especulación fantasiosa. Sin embargo, valdría la pena citar siquiera un breve párrafo:
Ha habido años que, contando con una salud perfecta, he pasado
más tiempo en el sofá sin hacer absolutamente nada, que tú en toda tu vida, incluidas
todas tus enfermedades. Siempre que yo me marchaba de tu lado por el trabajo que
tenía, era casi siempre para ir a tumbarme en mi cuarto. Mi rendimiento, tanto en
la oficina (donde, por otra parte, la holgazanería no llama mucho la atención y
además se mantenía dentro de ciertos límites debido a mi timidez) como en casa,
es mínimo; si te pudieses formar una idea exacta, te quedarías horrorizado. Probablemente
no soy vago por disposición natural, pero para mí no había trabajo. Donde yo vivía
era un réprobo, un condenado, un vencido, y el huir a otro sitio me suponía, sí,
un esfuerzo inmenso, pero no era trabajo, pues se trataba de algo imposible, de
algo —con ligeras excepciones— no asequible a mis fuerzas. [10]
Es sabido que Kafka, luego de escribir La metamorfosis, denigró de ella, calificándola
de “mala”; sentía realmente aversión por este relato suyo que definiría su estilo
y marcaría su existencia para siempre, pues las obras de los escritores, cuando
trascienden, van más allá incluso de lo que se propongan sus autores; son independientes
de lo que sus autores opinen sobre ellas, a favor o en contra; éstas ya no les pertenecen,
sino más bien a la tradición o a la historia.
Lo cierto es que este relato inicial, que dio origen a sus grandes novelas, siguió marcando
buena parte de los sentidos de la prosa de ficción del siglo XX y sigue hoy vigente
a más de un siglo de su publicación, cuando la obra de Kafka sigue aún fresca y
renovada.
NOTAS
1. Franz Kafka, La metamorfosis. Obras
maestras de la literatura contemporánea, Editorial Seix Barral S.A., Bogotá Colombia,
1985. Pág. 49.
2. Ibídem La metamorfosis, pág. 54
3. El
motivo del hambre está ampliamente desarrollado por Kafka en el relato “Un artista
del hambre”, perteneciente a la colección Un
médico rural. En “Un artista del hambre” Kafka llega a la osadía de hacer del
hambre un espectáculo en la figura del ayunador, a la cual trata de manera tan satírica
que la asocia a dicho espectáculo mediante el recurso del canto, así como el hambre
en La metamorfosis está asociada a la
música a través del violín ejecutado por Grete. En “Un artista del hambre” leemos:”Nada
atormentaba tanto al ayunador como esta clase de vigilantes, que no hacían más que
incrementar la dificultad de ayuno. A veces, se sobreponía a su debilidad y cantaba
durante todo el tiempo que duraba aquella guardia, para mostrar a los vigilantes
lo injustificado de sus sospechas. Pero de poco le servía, porque entonces se admiraban
de su extraordinaria habilidad para comer mientras cantaba.”
4. Ibídem, La metamorfosis, pág. 63
5. Ibídem, La metamorfosis, pág. 65-66
6. Ibídem, La metamorfosis, pág. 66.
7. Ibídem, La metamorfosis, pág. 70
8. Gabriel
Jiménez Emán, Ser, dolor y utopía en César
Vallejo, Ediciones Fábula, Coro, Estado Falcón, Venezuela, 2017.
9. Franz Kafka, Aforismos, Random
House Mondadori, Barcelona, España, 2006
10. Franz Kafka, Carta al padre y otros
escritos, Biblioteca Kafka, Alianza Editorial, El libro de Bolsillo, Madrid,
2004.
*****
GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN (Venezuela, 1950). Narrador
y ensayista, hace tempo un destacado colaborador nuestro. Página ilustrada com obras de Valdir Rocha
(Brasil, 1951), artista convidado desta edição de ARC.
*****
● ÍNDICE # 103
Editorial | Os horizontes não param de brotar
ESTER FRIDMAN | Como tornar-se uma obra de arte - a escultura de si mesmo
GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Algunas variaciones sobre la metamorfosis de Franz Kafka
HAROLD ALVARADO TENORIO Piedra y Cielo 1936-1942
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2017/10/harold-alvarado-tenorio-piedra-y-cielo.html
LILIAN PESTRE DE ALMEIDA | O teatro de Aimé Césaire: Une saison au Congo
LILIAN PESTRE DE ALMEIDA | Pier-Paolo Pasolini et l’anthologie de Mario Pinto de Andrade sur la poésie nègre de langue portugaise
MARIA LÚCIA DAL FARRA | Florbela Espanca e Ada Saffo Sapere: Alentejo e Reggio Calábria no feminino
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2017/10/maria-lucia-dal-farra-florbela-espanca.html
OSCAR JAIRO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ | En la muerte de Germán List Arzubide (1898-1998)
OSCAR JAIRO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ | Meditaciones antimetafísicas
PIER PAOLO PASOLINI | La Résistance nègre
ROXANA RODRÍGUEZ | Rubén Sicilia y el Teatro del Silencio
ARTISTA CONVIDADO | VALDIR ROCHA | ELVIO FERNANDES GONÇALVES JUNIOR | Valdir Rocha, um olhar sobre o abismo
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Agulha
Revista de Cultura
Número
103 | Outubro de 2017
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo
& design | FLORIANO MARTINS
revisão
de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe
de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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